Subiendo al Gibralfaro
23 de septiembre de 2025, 10:31
He considerado esto como una especie de confesión por parte mía y un pequeño homenaje a una persona. Nunca fuimos amigos, pero sí compañeros de clases y casi nunca nos habíamos relacionado salvo un día, cuando fuimos de excursión a Málaga. Ésta es mi pequeña historia:
Eran principios de primavera, estaba en mi tercer curso de secundaria y cómo dije antes fui a una excursión hacia esa ciudad para visitar su teatro romano y su museo sobre el Picasso ese. Si no fuera por lo que me iba a pasar, sería una de las muchas excursiones que pasaron para mí sin pena ni gloria. Al terminar nuestro aburrido paseo por el Museo, los profesores decidieron dejarnos a nuestro aire, dando vueltas por el Centro histórico.
— ¡Hey, no vayas solo! ¡Pasea con algunos compañeros! ¡Relaciónate! — Esto me dijo mi profesor de Matemáticas. Obviamente no le hice caso y me fui solo a dar vueltas.
No es la primera vez que me dicen eso, es más siempre me lo comentan todos los profesores en todas las excursiones y en ninguna les he hecho caso. Y eso que me han regañado miles de veces, pero siempre he pasado de ellos.
Me paseé por sus estrechas calles, incluso con una que tenía un contenedor en medio y olía fatal. Me cruzaba con mis compañeros de clases, algunos me saludaban, otros hacían lo mismo que yo a ellos, ignorar mi presencia; también me encontraba con mucho guiris y algunos buscaban gente para hacerles fotos, yo me tenía que ir corriendo. Veía a gente, no sé si eran mendigos, tocando instrumentos o haciendo otras cosas, para que le dieran alguna moneda. Cuando me cansé, volví al lugar de partida que era la plaza en dónde estaba el Teatro Romano. Entonces, vi algo que me motivó a continuar con el paseo.
Al sur de la plaza, había una calle a la izquierda que subía por la ladera de la montaña en que estaba situada la Alcazaba de la ciudad. Ya que no podría pagar por ver lo que fue la residencia de los poderosos de la ciudad en época de la Reconquista, decidí recorrer el camino paralelo a su muralla.
En aquel momento, cuando me dirigía hacía esa calle, vi de reojo algo, de cómo mi profesor estaba hablando con una chica mientras me señalaba. Sentí que tenía que apresurarme e intenté andar lo más rápido posible. Escuché sus gritos, pero los ignoré. Debido a eso, a la mitad de la cuesta ya estaba cansado y descansé un poco. Luego, seguí ese camino. Esperaba encontrar algo interesante en lo alto.
A los pocos minutos, tuve un sentimiento incómodo, cómo si alguien me estuviera siguiendo. No sé cómo, pero sentía la presencia de alguien siguiéndome. Miré rápidamente hacia detrás. Era esa chica, la que estaba hablando con el profesor. Cuando nuestros ojos se cruzaron miraron para el otro lado. Yo seguí caminando hacia al frente y con el propósito de ignorar eso.
En mis pensamientos maldecía a mi profesor, porque me mandó a alguien que me acompañara, y parecía que era otra persona sin amigos, como yo. Me sentí muy incómodo, lo peor que hizo aquel adulto fue juntar a dos asociales. Me molestaría que me hablase, pero era peor sentir que me siguieran en silencio. Mandé otro vistazo rápido y sin que ella se diera cuenta para ver cómo era.
Era bajita, su estatura provocaba que parecía ser más menor de lo que era realmente. Tenía un pelo moreno, largo y liso, que le llegaba a la altura de las caderas; además de que un flequillo tan largo que casi le tapaban los ojos, dando la impresión de que le daba mucha pereza cuidar su pelo. Su piel estaba tan pálida que daba la impresión de que no estaba muy bien. Con el calor que hacía, me sorprendió que llevara una chaqueta que le quedaba enorme y unos pantalones vaqueros bastante estropeados. Se veía muy descuidada, aunque yo no era el más indicado para decirlo.
Era una chica de nuestra clase, iba mirando hacía al suelo mientras caminaba, totalmente entristecida y encorvada, sus ojos daban la impresión de que estaba cansada de todo. Aquella imagen me dejó pensando, dándome cuenta de que había algo que no me cuadraba.
Yo la había visto a principios de curso hablando felizmente con otras personas, teniendo agradables conversaciones y sonriendo como idiota. No era muy popular, pero conversaba con dos o tres personas en nuestra clase, sin sufrir ningún tipo de incomodidad. A diferencia de mí, que odiaba cada conversación en que me metía. Hasta su imagen era diferente, ella tenía el pelo recogido y estaba llevando ropas que le favorecían. Parecía cuidarse. Era totalmente drástico a lo que estaba viendo en aquellos momentos, una chica obligada por un profesor a acompañar a un estudiante solitario, y que parecía un muerto en vida. Me pregunté si me estaba confundiendo de persona.
Con el paso de los minutos, el silencio se volvió molesto y sentía que la atmósfera me ahogaba. Deseaba que ella hablase, que dijese algo, cualquier cosa. Pasear con otra persona de esta forma era tan forzada que me obligaba a que yo tuviese el papel de emisor, algo que jamás habría hecho. La maldecía una y otra vez y mentalmente le ordenaba que hablará de una vez o que se fuera con sus amigos o algo, pero que no estuviese ahí callada, siguiéndome. Al llegar a una bifurcación, ya no podía más y había encontrado una excusa para decir algo. Por mi izquierda, la calle seguía su camino atravesando un pequeño túnel situado bajo la Alcazaba. Al frente, dos caminos, uno que seguía subiendo por la ladera y que seguramente llevaba al Castillo de Gibralfaro y unas escaleras para abajo que conducían a la Malagueta.
Me quedé quieto, pensando en las palabras que tenía que pronunciar, que decirlas era fácil, pero no en la práctica. "¿A dónde vamos a ir?", esa era la frase a decir. Lo repetí unas cuantas veces, pero me surgían dudas. ¿No tenía que presentarme primero? ¿Debería decir algún hola? ¿No debería preguntarle por qué me sigue? ¿Cómo decirlo de una forma que no sea forzado? Todo esto me calentaba la cabeza, el relacionarte con los demás era un arte que yo no entendía. Y gracias a Dios, fue ella quién me habló, qué gran alivio me dio.
— Bueno... como me dijo el profesor que fuera contigo sí o sí, ya qué estás solo...y eso... por eso llevo rato siguiéndote... ¡Espero no molestar!
Balbuceaba la chica, su voz apenas se escuchaba y lo decía de una forma tan forzada que me dio pena. Sentí que ella no aguantaba el silencio e intentó romperlo. Tuve que contestarle.
— No pasa nada.
La tensión entre nosotros bajó y decidí ir por el camino hacia al Castillo. Sin decir nada, empecé a subir y ella me siguió. Por ahí, los muros que unían ambas fortificaciones me hacían pensar sobre su historia y de la ciudad, y me imaginaba explicando cosas de la Reconquista a otras personas. Así me siento inspirado y me entran ganas de hablar. Como se habrán dado cuenta, no he sido una persona sociable y llego al punto de olvidar a todos los compañeros, incluso sus propias caras. Por alguna razón, recordar a aquella chica fue un milagro. No les hablaba por ser malas personas, porque para eso los tienes que conocer primero, pero sus conversaciones y sus historias, así como su comportamiento, me daban repelús, y en cierta manera los despreciaba. Siempre pensé que hablar sobre lo que me gusta con ellos sólo me produciría dolores de cabeza y mal genio. Primero, por su ignorancia con el tema, y después con mi incapacidad de explicarlo bien.
Pero, en aquel momento, pensé que esa era una buena oportunidad para hablar con alguien de lo que me gusta, y sería además un buen tema para aliviar esto. ¿Pero cómo voy a decirle así cómo así por qué construyeron el Castillo de Gibralfaro o cómo fue la campaña de Granada? Decidí coger el toro por los cuernos, pero fue en vano. Tres o cuatro veces intenté sacar el tema, pero no pude. Al final, fueron los guiris los que nos hicieron hablar y mantener una conversación.
— ¡Hey, español, español, foto, por favor! — Me quedé paralizado cuando vi que se referían a mí.
— Hazlo tú… — Presa del nerviosismo, le dije esto a ella.
— Ah, vale. — No se opuso. En total silencio, hizo caso de los gestos de los ingleses y les hizo las fotos. Estuvieron muy agradecidos, nos dieron las gracias en su idioma. Tras eso, me habló.
— ¿Podemos descansar? — Luego, la chica me preguntó esto. Le dije sí con la cabeza. Yo me senté en un sitio, ella en otro un poco lejos de mí. Durante el rato que estuvimos descansando, yo pensaba en sacar el tema de una vez, y sentía que tal vez ella intentaba hacer lo mismo, intentar mantener una conversación normal conmigo. Al final fue sólo esto:
— ¿Vamos a seguir? — Su respuesta fue un triste sí. Me sentí mal por mi incapacidad como emisor.
Subimos hasta llegar a nuestro destino sin decirnos nada más. Yo estaba harto y tal vez ella también. Quería hablar y mantener una buena conversación, sólo eso. Algo tan fácil, y sin embargo me costaba demasiado. Al final, decidí, en lo más fondo de mi ser, hablar sobre el Gibralfaro, pero antes vi algo.
Ella se acercó al mirador, que estaba al lado de un edificio, que era un Parador Nacional y miró fijamente hacía el paisaje. La miré y vi como su rostro se iluminaba, estaba boquiabierta, sorprendida con la escena que estaba contemplando. Observó la enorme extensión de Málaga por el oeste, sus múltiples barrios, desde el centro histórico hasta la lejana Churriana; contempló las montañas en donde se asentaba Torremolinos y el valle del Guadalhorce. También, la gran extensión del mar y el horizonte, mostrando un cielo totalmente azul, libre de nubes, mientras veía como un crucero salía del puerto. Sonreía de oreja a oreja, parecía una persona distinta. Sacó su cámara de fotos y le echó fotos. Por alguna razón, eso me reconfortó bastante, me contagió.
Al darme cuenta de que la estaba mirando demasiado, moví compulsivamente mi cabeza de un lado para otro para apartar la mirada. No quería que pensará algo raro de mí.
Después miró hacia el Parador y al Gibralfaro. Se acercó al castillo, tal vez con la intención de visitarlo. Había un montón de gente esperando, y no sólo había guiris, sino también musulmanes, o daban toda la apariencia de serlo. Era comprensible, aquel castillo fue, en sus inicios, un edificio musulmán, construido en su lucha contra los cristianos. Yo la seguí en silencio, también me entró curiosidad. Pero, al ver las colas y lo caro que estaba eso, desistimos. La chica estaba un poco entristecida, y yo también, me dio lastima no estar dentro.
Entonces, me dí cuenta de que era el momento perfecto para hablar. Tenía que decirlo ahora o nunca. Así que me preparé, respiré e inspiré varias veces y, sin pensarlo, hablé:
— ¿Sabes? E....este castillo fue hecho por e...este califa... Abderramán III, del Califato de Córdoba y todo eso. Lo hizo... por... porque... no sé...no me acuerdo bien. Fue mejorado por el rey nazarí Yusuf I para resistir a los cristianos...Y lo hizo muy bien, aunque fue conquistado finalmente por los Reyes Católicos.
Fue un fracaso total, en todos los sentidos. Un cero patatero. Me morí de la vergüenza y mi orgullo sobre mi extenso conocimiento sobre historia se hundió. Pensé que lo mejor era haberme callado. Ella estaba algo sorprendida, no se lo esperaba. Y parecía nerviosa, como si no sabría qué decir. Al final, decidió soltar esto:
— ¡Ah... vale! — Eso es lo único que me dijo.
Entonces escuché un ruido, como de tripas, y vi que procedía de aquella chica. Se puso muy roja, al ver que yo me di cuenta. Luego, puso una cara muy triste, pensé que ella se había olvidado de su comida. Inconscientemente, saqué y se lo ofrecí, sin decirle ni una palabra claro, mirando para otro lado, algo avergonzado.
— Gracias... pero no.
— Vale. — Y metí mi bocadillo en mi mochila. Ahí es dónde me doy cuenta de que ella no tenía una mochila o bolso. Y eso me hizo acordar que cuando subió al autobús si tenía un bolso, de Hello Kity.
— ¿Y tú bolso? — Se me escapó, no quería preguntarle eso realmente. Ella de repente se puso muy nerviosa, miró por todos lados y me dijo:
— Lo he perdido...
No dije nada, decidí mejor callarme. Ya habría metido mucho la pata. Entonces, ella me miró por unos segundos y al volver a mirar al suelo, añadió esto:
— No eres tan mala persona cómo dicen...
Me quedé pillado. ¿Mala persona? ¿Por qué? Me siguió hablando, esta vez para justificar el porqué ha dicho eso.
— Bueno... Ya sabes, la gente habla mucho... y dicen muchas cosas feas...por la espalda...
Yo no tenía problema con eso, al no relacionarme con nadie, nunca me enteraba realmente lo que decían sobre mí. Ella siguió hablándome:
— Sobre todo nuestros compañeros... ¡Malditos...! — Iba a decir un insulto y se calló.
Ahí me doy cuenta de que ella se ha estado aislando de los demás desde que empezó el curso. Tal vez fuera al revés y eran los demás los que la estaban aislando. Decidí no indagar sobre eso, ya que no era asunto mío y tampoco le daba mucha importancia a las movidas que habían en la clase.
A continuación, pasaron varios minutos de silencio entre nosotros. La miraba de reojo, esperaba que dijera algo más. Y por lo que decía su cara, quería decirme algo, pero le costaba. O más bien, podría decirse que se estaba preparando. Lo único que hice fue espera a que me lo dijera:
— ¿Puedo pedirte un favor? — Me preguntó tímidamente.
— ¿El qué? — Añadí, algo entrecortado. Estaba algo confundido, ¿por qué ella quería pedirme un favor? Ella empezó a expulsar e inspirar aire varias veces, antes de decirme esto, totalmente roja:
— ¿Puedes...? — Se le trabó la lengua. Cerró los ojos por unos segundos y luego gritó esto: — ¿Puedes ser mi amigo?
Me dejó boquiabierto, estuve a punto de dar un grito de sorpresa, ¿por qué me pidió ser su amigo así de repente? Lo dijo con tanta desesperación que me dejó sin palabras. ¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Qué tenía que decir? Por alguna razón, mi corazón se aceleró por mil y me puso tan nervioso que quería salir de ahí. Tuve que tranquilizarme, para pensar con frialdad.
Por alguna razón, me sentí atrapado en una novela visual, en una especie de videojuego que contaba más bien una historia antes que jugarla, y en la cual tenías que elegir varias opciones para acceder una ruta. Sí, en aquella época era muy fan de aquellas cosas, no pude evitar hacer una comparación. Aún así, esto era la realidad, no había forma de volver al punto original y eso me llenó de terror.
¿Qué pasaría si dijese que sí? Tenía por primera vez en mucho tiempo un amigo, con quién poder hablar y perder el tiempo y todas esas cosas. Podría tener al fin excusas para salir de casa y podría tener buenas anécdotas. E incluso podríamos ser algo más, como novios y todo eso. Así podría conocer lo qué es el amor y el querer de esa manera. Mi cerebro se fue demasiado lejos, tuve que controlarlo. En primer lugar, me pregunté por qué yo no tenía amigos, por qué no me relacionaba con alguien. Me quedé en blanco, no entendía muy bien el por qué. Sólo sabía que eso me motivaba a no interesarme por tener relaciones con otros, creía que no era necesario. O eso intentaba pensar, porque deseaba con muchas fuerzas aceptar aquella propuesta, en el fondo quería tener a alguien a mi lado.
Iba a responder algo, pero me detuve. Empecé a preguntarme por qué ella me pidió amistad, precisamente a mí, ¿era por qué yo me veía como alguien interesante, o por simple desesperación, porque me vio tan solo como ella? ¿Acaso era merecedor de su amistad? Después de todo, era un asocial que ni sabía hablar bien con otros, esto era demasiado para mí.
No sabía qué hacer, mi inutilidad para decirle un sí o no se hizo patente, que una simple petición de amistad fuera todo un mundo para mí era un claro indicio de que era un inútil. Al final, tuve que forzar una respuesta cuanto antes, al ver que ella estaba esperándome. Quería atreverme por una vez, iba a decirle que sí:
— No, lo siento. — Pero de mis labios salieron otras palabras.
No pude hacerlo, no me atreví a aceptar su amistad, a decir verdad, tenía muchísimo miedo, ¿a qué es ridículo?
Me dolió muchísimo ver su cara, mi respuesta la dejó hundida. Con ganas de llorar, miraba cabizbaja al suelo. Luego, intentando ocultar su pesadumbre, me miró y me dijo con una sonrisa forzada esto:
— Lo entiendo.
Y yo también miré cabizbajo al suelo, era incapaz de mirarla. Me forzaba a creer que esto era quizás lo mejor, de que esa chica no ganaría nada conmigo, y de que yo no servía para tener la amistad de otra persona, y de que encontraría a alguien mejor que yo para eso.
Al final, intenté distraerme de mis pensamientos, mirando el reloj. Ahí vi que faltaba poco para la hora acordada, teníamos que volver a reunirnos cuanto antes con el resto de alumnos, para volver al autobús y a casa. Salí corriendo, mientras le decía esto a la chica:
— ¡Corre! ¡Vamos a llegar tarde! — Éstas fueron mis últimas palabras con ella.
Desde entonces, deseé con fuerzas volver atrás, hacia aquel momento en que ella me hiciera aquella pregunta, decirle que sí. O que el autobús se olvidará de nosotros y quedarnos en tierra, o que nos hubiéramos perdido por la ciudad. Cualquier cosa hubiera servido para que ella siguiera estando entre los vivos.
Aquella excursión me afectó tanto que era incapaz de estar en la misma clase que ella, no me sentía capaz de verla a los ojos después de haberle dicho que no. Pasé encerrado en mi casa durante casi una semana, pasando todo el tiempo jugando a los videojuegos. Cuando mi madre fue incapaz de creerse mi excusa de que estaba enfermo, me obligó a ir a clases.
Entré en mi clase con miedo de encontrarla. Aún así, busqué su silueta entre mis compañeros, pero no la encontraba. Al pasar entre ellos, escuché sus chácharas, decían que alguien se había matado, pero no le di mucha importancia. Lo único que noté eran rostros de tristeza y culpabilidad, pero creí que me lo estaba imaginando, que estaban así por tener que ir a clases.
Durante días, busqué su rastro en el instituto, pero no la encontré. Siempre lo hacía de una forma discreta y sin que los demás se diesen cuenta. Me parecía extraño, era como si se hubiera esfumado de repente, me llegué a preguntar si ella existió. Quería preguntar a mis compañeros, pero no me atrevía. No les decía ni los buenos días, pasarían de mi como yo hago con ellos.
Además, el ambiente que se formó en mi clase era tan pesada que daba hasta grima estar ahí, me hacía preguntar qué había pasado. Estaba tan aislado de todo que ni supe que la localidad en donde vivía estuvo de luto tres días cuando ocurrió, ni que fue el tema de conversación de mi pueblo durante largo tiempo, ni siquiera le hice caso a mi madre cuando intentó contarme la noticia. Tuvieron que obligarme a ir a una charla sobre acoso escolar para enterarme.
Fue en la primera clase cuando me enteré de eso, me maldije por no haberme enterado antes para faltar, me parecía un completo rollo. Ya, en el salón de actos, fueron directos al grano, dijeron la razón que les habían traído ahí: Un caso de acoso escolar había producido la muerte de una chica. Mis ojos abrieron como platos, presentí que iban a decir algo que no deseaba saber. Utilizaron el caso para concienciarnos de las pautas y las graves consecuencias que el acoso escolar producía, pidieron ayuda a los alumnos para detectar más casos en nuestro instituto, y un montón de cosas que ni siquiera recuerdo, ni me interesaban. Lo único que me dejó pálido fue el dichoso caso.
La chica en cuestión estaba sufriendo acoso por parte de una amiga suya, que empezó a odiarla por envidia y por haberse peleado por un mismo chico. Sí, son razones estúpidas, pero muchas cosas comienzan por estupideces. Su amiga empezó a contar malos rumores sobre ella, a menospreciarla delante de sus compañeros, a mostrarle que era lo peor del mundo.
Empezaron a aislarla, a evitarla, nadie quería verse a su lado. Luego, vinieron los tratos vejatorios y los insultos, ya vista como la malvada de la película, pues muchos ya empezaron a verla como un objeto para sacar lo peor de sí mismos. Otros intentaron ayudarla, pero fueron amenazados. Y algunos ignoraron la situación, no querían acabar como ella. La situación llegó a ser tan extrema que ella intentaba evitar las clases, pero ya hasta la atacaban en la calle.
La presión y el sentimiento de soledad fueron tan graves que la llevaron a tirarse a las vías del tren, un viernes por la mañana. Dos días después de nuestra excursión. Y no se censuraron en decir quién fue y dónde fue la clase. No había duda, era la misma chica que estuvo conmigo en el Gibralfaro.
— No puede ser, eso tiene que ser una mentira...— Me dije en voz baja, muy aturdido. — Debe ser una broma...
¿Cómo era posible? ¿Cómo no me di cuenta de que había un caso de acoso escolar delante de mis narices? ¿De verdad, estaba tan aislado del mundo? Entonces, ¿todos esos griteríos y peleas que escuchaba desde mi mesa, sin apartar la mirada de ella, eran mis compañeros de clases acosando a aquella chica? ¿Todos esos cuchicheos que oía eran mentiras sobre ella?
Estaba tan obsesionado con ignorar a los demás que ni me di cuenta de aquello. Ella estaba sola, no encontraba a nadie y acudió a mi. Estaba tan desesperada por tener a alguien, que intentó entablar amistad con una persona tan solitaria como yo. Y le dije que no. Creí que hice lo correcto, que yo no merecía su amistad. Pero ella fue rechazada y, al final, totalmente sola, decidió quitarse la vida.
Me levanté de golpe. Los profesores me preguntaron qué me pasaba, se notaba que me veía fatal. Les respondí que iba al baño, mientras intentaba mostrar indiferencia en mi rostro. Tenía ganas de llorar y de gritarme a mí mismo, de llamarme una y otra vez estúpido. De un momento a otro, iba a desmoronarme ante los demás, eso era lo que menos quería. No sabía cómo estaba el resto, y me daba igual. Lo que quería era desahogarme en los servicios.
Tras correr como nunca, me senté en el váter e intenté controlarme, hice lo posible para no llorar. Pero las lágrimas se me salían solas, me tape la cara, mientras gruñía una y otra vez, mejor que ponerme a gritar como loco. No lo entendía, no lograba comprender por qué estaba tan triste.
Me dije una y otra vez que no debería llorar por ella. Apenas la conocía, y ni siquiera recordaba su nombre hasta aquella charla. Pero, aún así, estaba destrozado por la noticia. Era hilarante que un chico que siempre evitaba relacionarse por los demás acabará llorando por una chica que apenas conocía. Mi cerebro no dejó de transmitirme los recuerdos de aquella excursión, la incómoda subida que hicimos, las pocas frases que hubo entre nosotros, aquella respuesta que le hizo trizas el corazón. Sólo nos habíamos relacionado en una hora o menos, ¿por qué estaba así?
— Lo siento mucho, de verdad...— Balbuceé esto, una y otra vez. — Lo siento mucho...— Me sentí culpable, totalmente arrepentido por lo que le respondí. Intenté decirme que yo no tenía culpa de nada, que ella se hubiera suicidado igualmente si hubiera aceptado ser su amigo, que me estaba lamentando por nada. Pero fue en vano.
Si le hubiera dicho que sí, tal vez estaría viva, no se hubiera matado. Yo era el responsable de su muerte, mi rechazo fue la gota que colmó el vaso. Deseé con fuerzas volver al pasado, a aquel día, a elegir la respuesta correcta; pero esto no era un videojuego, no era una novela visual, no podría obtener un final malo y regresar. Desde entonces, llevó esta carga en silencio, sin que se lo haya contado a nadie más.
Pero ya no aguanto más y necesitaba confesarlo, necesito sacar esta culpa de algún lado. Espero con todas mis fuerzas que estas palabras sirvan.