ID de la obra: 1066

La Doncella

Gen
G
Finalizada
0
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22 páginas, 8.209 palabras, 1 capítulo
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Capítulo 1

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Notas:
La humanidad ha pasado por innumerables conflictos en su historia, como la que sería conocida como la guerra de los 100 años. Y en estas fechas tan turbulentas son los niños quien más temor sienten por el entorno que aún no comprenden del todo pero aún sentían hostil. Ni siquiera aquellos niños que luego crecerán para ser conocidos por su valor son inmunes a este sentimiento. Eso incluye a una pequeña niña que jugaba distraídamente en el jardín de su casa, no había nadie para supervisarla pues sus padres estaban dentro ocupando se del hogar. Su día pasaba como el de cualquier pequeña de su edad, hasta que lo escuchó. "Jehanne..." La niña de cabello negro levantó la vista. Podría jurar que la voz vino de la dirección en la que se encontraba la iglesia a la que siempre iba. Y entonces sus visión se quedó en blanco por un fuerte resplandor. Se cubrió su cara intentando proteger sus ojos por miedo a quedar ciega de por vida. —Jehanne... no hay porque cubrir tus ojos. La voz que le habló era suave como la seda. Y sus manos qué recibían la luz en lugar de su rostro se sentían cálidas, como cuando ponía sus palmas contra la chimenea en invierno. Con lentitud alzó la vista y se encontró de frente con quien asumió qué era un hombre. De una belleza que nunca había visto antes. Su cabello rojo como el fuego caía en rizos por encima de sus hombros, su piel lechosa estaba salpicada por pecas y dos grandes alas se extendían en su espalda. Iba vestido como iría un caballero, pero combinado con telas finas como iría un noble. Era tan perfecto, tan glorioso, que era intimidante. —No temas, Jehanne, no he venido a lastimarte, he venido a guiarte en el camino que Dios a preparado para ti. El hombre dio un paso hacia ella y fue como si un hechizo se rompiera y la niña saliera del trance. Y huyó. Corrió aterrada en dirección a su casa y se encerró en su hogar. Su pecho subía y bajaba como si acabará de correr un maratón y sus piernas temblaron hasta no poder sostener más su peso. Su padre, Jacques, y su madre, Isabelle, intentaron preguntarle que la tenía tan alterada. Pero ella no dijo ni una palabra.

***

Pasaron unos días para que ella se atreviera a salir al patio sola nuevamente, pero no podía encerrarse por siempre en su hogar cuando no estaba en camino a la iglesia o ayudando como podía en los deberes del hogar. Así que armándose de valor abrió la puerta de su casa y se sentó en la hierba para observar el cielo, la mañana estaba despejada y las nubes se movían lentamente en el firmamento. Eso le sacó una pequeña sonrisa, al sentir como todo volvía a la normalidad. Pero las cosas no siempre se resuelven tan fácilmente. —Jehanne. Ella reconoció esa voz enseguida y sintió como esa misma calidez de la ocasión anterior golpeó su espalda. La niña con temor volteo detrás de ella y ahí estaba otra vez, el mismo hombre de cabellera pelirroja mirándola con un semblante sereno. La pobre tenía el mismo impulso de la vez anterior de salir corriendo pero esta vez sus piernas no respondían. Y con el miedo filtrándose por su boca solo pudo formular una pregunta. —¿Quién... eres? El hombre alado se acercó a ella a paso lento para ponerse frente a ella. A sus ojos era muy alto, pero este se arrodilló para estar a una altura similar. —No tienes que temer, soy tu aliado, enviado del cielo para ti. —... No... no respondiste mi pregunta... El hombre la miró con ese semblante sereno, pero en sus ojos verdes había una ternura subyacente que desentonaba con su aura imponente. —Me han llamado por muchos nombres, pero para ti debe ser más familiar el nombre de Miguel y soy el líder de los ejércitos de Dios. La niña lo miró de arriba a bajo. Las alas, la luz que manaba de él, la perfección en su apariencia y la paz que parecía fluir de su boca con cada palabra. E hizo una mueca. —No te creo. El pelirrojo la miró un momento, no parecía sorprendido por su respuesta. —¿Y por qué no crees en mis palabras? —Por qué mi mamá me enseñó todo sobre mi fe, y ella dice que Satanás siempre busca engañar a las jóvenes buenas como yo con apariciones engañosas. ¡Tu podrías ser ese Satanás! —Tu madre te ha enseñado bien, y haces bien mantener tus reservas en vez de moverte por ingenuidad. Pero esto no es un engaño y he venido a ti por orden expresa de mi creador. —Entonces pruébalo. —¿Qué podría hacer para que me creas? Jehanne lo pensó un momento, no había esperado qué le dejar a ella elegir que prueba ponerle. Pero entonces miró la cruz que siempre llevaba colgada a su cuello. Con cuidado retiró su preciada cruz y miró a la aparición con todas las agallas qué una niña a la que aún le tiemblas las piernas del miedo puede juntar. —Mamá dice que Satanás no puede acercarse a objetos benditos. Pon esto sobre tu cuello y si no te causa dolor sabré qué eres San Miguel. El hombre asintió y agachó la cabeza para dejar que ella le pusiera la cruz y así lo hizo. Ambos se miraron fijamente, Jehanne aún con miedo en sus ojos y el pelirrojo con una tranquilidad envidiable. —... —... —¿Y bien? —... No estallaste en cenizas. —¿Esperabas que eso me pasara? La niña agachó la cabeza con vergüenza. —Solo si eras Satanás... El ángel retiró la cruz de su cuello y se la entregó a la pequeña. —Pero no lo soy, ¿a caso ahora me crees? —preguntó devolviéndole el colgante. —... Te creo... Pero, ¿por qué aparecer ante mi? ¿No deberías presentarte ante los sabios hombres de la iglesia? Él negó con la cabeza. —No son ellos a quien se me envió a buscar. Sino a ti, Jehanne, pues Dios tu señor te necesita para marcar la diferencia en esta cruenta guerra. La niña lo miró entre la confusión y el miedo. —Pero... soy una niña, no se nada de la guerra y del mundo fuera de mi hogar. —Pero lo sabrás, yo te enseñaré, junto a Santa Catalina y Santa Margarita qué te guiarán en lo que una joven como tú debe saber sobre las tierras que pronto conocerás. —Pero... ¿y mis padres? ¿Como voy a separarme de ellos tan pronto? —Tus padres ya lo sospecharan, tu padre ha recibido visiones constantes de tu destino y no le han gustado en lo absoluto. Pero los de signos de Dios no pueden ser evitados. Jehanne temblaba del miedo. ¿Ella ir a la guerra? No sabía como ir a caballo, como usar una espada y ni siquiera tenía la altura o la fuerza para eso. Pero como si él pudiera oír sus pensamientos le dio el confort qué necesitaba. —No tienes que preocuparte por eso, recibirás el entrenamiento básico cuando llegue el momento. Pero no para matar, no, tu lugar será como la mente tras cada ataque, la que llevará el estandarte qué llena de esperanza a sus tropas. —Pero tampoco se hacer nada de eso... —Pero tu mente será iluminada con la guía divina para hacerlo, y yo también permaneceré a tu lado cuando flaquees. ¿Confías entonces en mi, para acompañarte en el camino que Dios ha trazado para ti? Ella dudó un momento, lo que el ángel le decía sonaba aterrador, pero a la vez la honestidad y seguridad en sus palabras la hacia creer firmemente en que ella podía estar a la altura, a pesar de ser una niña de campo que no sabía casi nada del mundo. —Yo... confío en ti, Miguel, ¿eso también significa que me cuidaras? El asintió. —En cada paso que des, ahí estaré, aunque solo puedas ver mi luz o escuchar mi voz. Seré tu ángel de la guarda. Jehanne lo miró con los ojos bien abiertos para luego sonreír con esa ternura que solo los niños muestran de manera tan genuina. —Entonces todo estará bien, porque creo en ti así como creo en mi Señor. Las palabras de la campesina fueron tan llenas de fe que Miguel sintió su alma enternecerse. No recordaba otra ocasión en que el reaccionara así ante un mortal. Y una parte de él se preocupo por eso.

***

—Me rechazó otra vez... La joven Jehanne, ahora de diecisiete años estaba sentada detrás de un pequeño local en el poblado de Vaucouleurs. Escucho la suave voz de Miguel en su oído. —Sabes que te había avisado que Roberto de Baudricourt te rechazaría dos veces antes de aceptarte. La joven resoplo con cansancio. —Lo se... pero no pensé que sería tan duro en el proceso. —No todo en tu camino puede ser fácil, Jehanne. —Estoy consciente de eso, ya es suficiente con que haya podido llegar aquí sin ser asaltada o agredida. El estómago de la joven rugió. Haciéndola encorvarse. —Ugh... debí empacar más comida antes de escapar de casa... —Ibas con mucha prisa. No tenias suficiente tiempo. —Y subestime cuanto podía aguantar sin comer de manera decente... Jehanne se reclino contra la pared y se permitió cerrar lo ojos. Había dejado su hogar sin una despedida o explicación, por el temor de que sus padres la detuvieran de ir a cumplir su destino. Pelear en la guerra contra Inglaterra. Desde los trece, Miguel, las santas y los ángeles le habían remarcado que ella debía dejar su hogar y unirse al ejército para pelear y darle la vuelta a la situación que apuntaba a una victoria aplastante de Inglaterra. Y aunque se había negado por años por su juventud, ya no podía retrasarlo más. Si ese era el plan que su señor Dios tenía para ella entonces lo cumpliría, por más miedo que aún tuviera en su interior. Aún así, el dolor de dejar su hogar era muy grande y aunque nunca le exigieron que dejara a sus padres sin avisar sabía que era lo necesario, estaba segura que su padre preferiría matarla él mismo antes que lanzarla a morir a manos del enemigo de Francia. No pudo evitar preguntarse, ¿así se sintió David al dejar su hogar para ir a tocar para el rey? ¿También sintió su corazón golpear dolorosamente contra su pecho al tener que enfrentarse a Goliat y los filisteos? La clara similitud entre ella y el mítico rey la hizo sonreír. —Ahora mismo me vendría bien la sopa de verduras de mi mamá... Su estómago volvió a rugir al recordar el aroma de la comida de su madre. Sencilla, pero a sus ojos era más deliciosa que los mejores festines qué los nobles pudieran comer. Su memoria era tan vivida que casi podía saborearla, sentir el plato en sus manos y olerla... No, eso último definitivamente podía olerlo. Abrió los ojos de golpe y se encontró con Miguel frente a ella y un plato con sopa de verduras en sus manos. —No es la misma sopa que la que hace tu madre, pero evitará qué mueras de hambre —dijo con ese tono mesurado al que ya estaba acostumbrada. —Tú... ¿hiciste aparecer sopa para mi? Él ángel asintió. —No suelo hacer este tipo de milagros tan directos. Pero tampoco puedo permitir que te quedes sin comer. Jehanne tomó el plato entre sus manos. Sus labios se curvaron en una sonrisa. — Gracias, Miguel. A veces siento que consientes mucho. —Solo cumplo el deber que tengo contigo. —Oh, entonces ¿jugar conmigo a encontrar un tesoro en el patio de mi casa cuando era niña también era parte de tu deber? Miguel desvío las mirada, como hacía cada que Jehanne lo atrapa con sus preguntas. —A veces me podía tomar algunas libertades. —Claro, claro, lo que tu digas —respondió con sarcasmo. Hizo una rápida oración agradeciendo por la comida antes de dar el primer bocado. El pelirrojo la miró con algo parecido a la expectación. Jehanne saboreo la sopa en su boca. Arqueo una ceja e hizo ruidos de juicio antes de tragar, su veredicto era claro. —Esto está tan salado que hasta un caballo lo rechazaría. Miguel bajó la mirada, sus alas lo rodearon ligeramente, en un gesto casi apenado. — Intenté replicar la receta que usaba tu madre. Pero las medidas de la comida humana no son lo mío... —Me doy cuenta —aún con su critica a su comida ella siguió llevándose cucharada tras cucharada a la boca. La habilidad culinaria de su ángel de la guarda era cuestionable, pero era mejor que seguir con hambre. Al terminar dejo el plato a un lado, con el estómago lleno pero la lengua escaldada. —Bueno, ahora podré aguantar hasta mi siguiente junta con Roberto, si es que mi lengua aún funciona hasta entonces. —... Puedo golpear una piedra para que brote agua para ti si lo necesitas. —Por favor, mi garganta está pidiendo ayuda.

***

Las cosas habían avanzado muy rápido. Logró encontrarse con el delfín. Teniendo una larga conversación con él, descubriendo que también tenía sus propias visiones, lo que le ahorro tiempo en explicaciones y permitiéndole unirse con mayor facilidad al ejercicio. Ahora ella estaba sola en un cuarto donde le habían dejado una armadura a su medida, una espada y unas tijeras. —Se que soy mujer, pero pudieron traer a alguien que me ayudara con esta cosa. Se quejo la joven mientras luchaba con las piezas de su armadura. Antes de llegar a Francia nunca había visto una armadura real, ni se diga de saber como se ponen correctamente. Una voz tranquila habló tras ella. —La tienes puesta al revés. —¿Cómo se supone que vea la diferencia? Para mi es exactamente igual de ambos lados. La joven exhaló frustrada y se giró para ver al ángel, todavía con la mitad de la armadura colgando de su hombro derecho. —¿Vas a ayudarme o prefieres burlarte? El pelirrojo se acercó a ella y la ayudó a quitarse la armadura mal puesta. —¿Por qué me burlaría? Ya sabes que estoy aquí como tu guardián. —Era juego, Miguel. —Ah, entonces no capté la broma. —Me di cuenta. Ella ya lo conocía. Sabía que el príncipe de los ángeles era recto como nadie, y no podía estar más desconectada de términos como los chistes o el sarcasmo. Pero así lo apreciaba como un miembro de su familia. Miguel siguió quitando cada parte mal colocada de la armadura, hasta que la joven quedó semidesnuda. Pero ella no se sintió avergonzada, pues confiaba en Miguel plenamente y solo lo dejó que él la vistiera. —Ni siquiera estas usando tu gambesón, es la parte más básica de la armadura. —Creí que era solo una prenda opcional. —Nada que sea para tu seguridad es opcional, Jehanne —le dijo con firmeza mientras le ataba la prenda acolchada—. Aunque, debería llamarte ahora Juana ¿no? La chica sonrió al oírlo llamarla así. —¿Te gusta? Es un apodo muy bonito, " Juana la Doncella", aunque "La Doncella" es suficiente para mi. —Es bueno que te mantengas fiel a tus preferencias. Un apodo más arrogante como los que buscan usar los varones no iría con tu forma de ser —dijo tranquilamente mientras acomodaba su cota de malla. —¿Creíste que me pondría algo como "la espada de nuestro Dios"? —Para nada, te conozco demasiado para eso. —Claro que lo haces. Me conoces desde niña —dijo, mirando a Miguel poniendo las partes de la armadura en sus brazos. Aprovecho ese momento para estirar su mano y pellizcar su mejilla—. Y tú, eres todo un ángel sentimental que recuerda todos mis gustos. Miguel no reaccionó a su pellizco. Solo la dejó jugar con sus pecosas mejillas hasta que retiró su mano. —Es bueno que solo hagas esto conmigo. Gabriel ya te hubiera dejado a media armadura puesta si lo tocabas así. —¿O sea que eres el de mejor ánimo de los dos? Eso es preocupante. —¿Hay algo malo en mi ánimo? —preguntó con genuina curiosidad. Pues pensó que se había adaptado bien a su deber con Juana. La joven chica se burló un poco de él. —Tranquilo, era otra broma —le dijo para calmarlo. Sus ojos entonces se suavizaron mientras lo veía—. No podría haber tenido un mejor ángel de la guarda qué tú. No hubo respuesta de parte de Miguel. Pero Juana lo sabía, podía ver un brillo de alegría en los ojos esmeraldas del príncipe. Así que no dijo nada para ayudarlo a mantener su estatus de príncipe imperturbable. —Muy bien, ya estas lista, Juana —se hizo unos pasos hacía atrás—. Intenta moverte un poco para que te acostumbres a su peso. La chica obedeció. Las placas de metal chirriaron un poco al moverse, pero era sorpresivamente móvil para su peso y material. —¿Como te sientes? —Sinceramente. Sofocada y muy fuera de lugar. —¿En serio? Pues yo creo que te ves... —la miró de arriba a abajo—. Como uno de los ángeles de mis filas. El rostro de Juana se iluminó de alegría al escucharlo. —¡¿De verdad?! ¡¿Parezco uno de tus soldados?! Él asintió. —Exactamente. Tienes esa voluntad de pelear por nuestro Señor que los caracteriza. Miguel no lo vio venir. La joven chica saltó a abrazarlo, recargando su cabeza contra su pecho. —No podría verme así sin ti... Gracias. El ángel la miró. Para un espíritu inmortal, era a una criatura que acababa de empezar a vivir, tan joven, llena de vitalidad y de fe. Y sintió algo muy profundo dentro de él estrujarse al recordar el único camino al que esto la conduciría. Bajó su mano para acariciar su largo cabello negro. —No tienes que agradecer, Jehanne. No podía dejarte recorrer este camino sola. —¿Por cariño u obligación? Miguel se quedó callado. Juana sonrió, sabiendo bien la respuesta. —Oh, espera, casi lo olvido —se separó de Miguel y corrió a tomar las tijeras—. Necesito que me hagas un favor, quiero que cortes mi cabello como un varón. Él la miró confundido. —¿Por qué pides eso? Creí que te gustaba tu cabello. —Y me gusta, pero... —apretó las tijeras entre sus manos con fuerza—. A partir de ahora voy a vivir entre varones la mayor parte del tiempo. Y pensé que viéndome menos femenina sería menos probable que se fijen en mi e intenten algo desagradable... Ella no quería nombrar aquello que lo aterraba, pues al hacerlo la posibilidad de que pasara se sentiría más real de lo que ya era. Miguel lo entendió y se colocó tras ella. —¿Quieres un corte en especifico? —No realmente, supongo que solo quiero algo que desvíe la atención de mi cara de mujer. —Como desees. Colocó sus mechones negros entre el filo de las cuchillas y comenzó a cortar. Juana sintió el peso sobre su cabeza disminuir, era raro, pero también algo especial, como la confirmación de que ya no era una persona más atrapada en la guerra. Si no aquella con la capacidad de ponerle fin. —Ya está hecho. Juana tocó su cabello, mechones cortos qué le llegaban por encima del hombro. —Se siente bien, ¿me veo como un chico? —Tú dime —Miguel extendió la mano donde tenía las tijeras. Estas comenzaron a burbujear y él movió sus manos a su alrededor, el metal fundido flotando en medio de estas. La joven lo vio con una expresión maravillada, sabía que él podía alterar los elementos a su alcance con su poder, pero era la primera vez que lo veía hacerlo de esta manera. El pelirrojo extendió sus manos y con ellas el material fundido se estiró en una forma ovalada y reflectante, como los espejos qué tenían los nobles. Pero este sin duda era de una mejor calidad que los que ellos usaban. Los ojos de Juana se abrieron con sorpresa. Podía verse perfectamente en la superficie de objeto. Vio como su cabello ahora estaba cortado de una forma desordenada, casi rebelde. Pero no se veía mal, al contrario, le gustaba. —Esa... ¿Soy yo? —Así es, ¿te gusta lo que ves? Ella se tocó la cara, no había notado que sus ojos eran de un verde tan oscuro o que sus pestañas eran caídas. Era la primera vez que se veía con tanta claridad. Y se sintió bien. —... Me gusta... el peinado se me ve mejor de lo que esperaba. —¿Tan poca fe tenias en mi? —Miguel, sabes que confío en ti para todo, menos para las actividades más humanas. El ángel suspiró mientras volvía a fundir el espejo en un par de tijeras viejas. —No tienes remedio. Juana no pudo evitar reírse un poco. —Vamos, es una broma, acabamos de tener esta conversación. —Y habíamos concluido qué no entiendo tu sentido del humor. —Y el de nadie, en realidad —ella pudo jurar que vio al pelirrojo rodar los ojos, pero se guardo sus comentarios sarcásticos, solo esta vez.

***

La primera noche durmiendo con otros soldados era tensa. No estaba acostumbrada a estar sola con varones que no fueran parte de la familia. Pero no sentía miedo alguno. Porque él estaba ahí. Miguel se encontraba a sus pies, sus alas extendidas sobre ella, como hacen las aves para cubrir a los pichones. Sabía que solo ella podía verlo, si uno de sus compañeros se despertará solo la vería mirando un punto fijo a sus pies. Casi sintió pena de que solo ella pudiera verlo, ver al príncipe de las huestes celestiales siendo tan protector era algo enternecedor de ver. «Debes dormir» —sonó la voz de Miguel en su cabeza—. «Mañana tienes que partir con los demás.» «Es fácil decirlo cuando no estas en mi posición» —pensó en respuesta. «He estado en tu posición. Cuando recién tomé mi lugar como líder de la milicia celestial.» «¿Y dormiste?» «No, pero porque no lo necesito.» «Eres pésimo intentando convencer.» —Juana volteó la cabeza hacia las plumas blancas del ángel—. «Tienes unas alas muy bonitas, ¿puedo tocarlas?» El ángel se tenso un poco ante su petición. Pero al ver sus ojos oliva tan llenos de ilusión no pudo negarse. «Solo un poco. Son bastante sensibles así que nada de tirar de ellas.» El rostro de Juana se iluminó de felicidad. Con cuidado estiró su mano hacia su ala izquierda y la acarició con la punta de sus dedos. Pudo sentir las plumas agitarse cuando el ala tembló ligeramente. Si que era sensible. Era genial. Su textura era más suave qué el de los patos qué había en un estanque cercano a su hogar de la infancia. Si ella pudiera tocar una nube estaba segura de que debía de sentirse así de agradable al tacto. Casi hasta quería usar el ala como almohada. —¿Juana, que haces? La voz masculina sacó a la joven de su emoción. El ala se retiró rápidamente dejándola frente a frente con su compañero que dormía a su lado y se había despertado en medio de la noche. Desde la perspectiva del hombre. El solo vio por la luz lunar qué sé filtraba por los huecos del techo como Juana movía sus manos mientras sonreía como una niña pequeña. —Ah... Yo, estaba haciendo un juego con las manos qué solía hacer con mi madre cuando no podía dormir de niña —mintió torpemente. —... Ajá, ¿podrías hacer esas "señas" con menos entusiasmo? Algunos si queremos y podemos dormir. Juana bajó la mirada avergonzada. —Si, claro, perdón por despertarte tan tarde. El hombre solo rodó los ojos y volvió a acostarse dándole la espalda. Juana también volvió a acostarse y el ala de Miguel volvió a ponerse a su lado. Pero había algo distinto en él. «¿Estas sonrojado?» Miguel tenía la cara roja hasta las orejas y los ojos firmemente cerrados. «Es porque no estoy acostumbrado a que acaricien mis alas así. Ese tipo de gestos esta reservados a ángeles de nuestra mayor confianza» Juana lo miró desde abajo antes de sonreír de oreja a oreja. «¿Tú confías tanto en mi?» «... Te tengo en alta estima.» La muchacha solo sonrió más ampliamente ante su respuesta. «Yo también te quiero.» Juana no duró más tiempo despierta luego de eso, pero podría jurar qué vio a Miguel sonrojarse aún más. Esa fue la primera y última vez que Miguel la acompañó por la noche.

***

Juana no estaba en primera línea para luchar con espada en mano contra los enemigos. Ella se mantenía fija en su jugar llevando el estandarte, sacando solo su espada para defenderse cuando era muy necesario. Lo suyo era más brillar por su intelecto militar y su forma de poner orden a un ejército lleno de hombres con comportamientos nada propios del bando qué tenía el apoyo de los cielos. Pero a pesar de su nula participación activa en el derramamiento de sangre, no hacía que las cosas fueran más fáciles. Se bajó de su caballo y miró a los cuerpos tirados en el piso, tanto de enemigos como de aliados. Se arrodillo en el suelo aún manchado de rojo y unió sus manos en señal de oración. Sus compañeros se mantuvieron al margen, ya sabían e este pequeño ritual suyo. Todos sabían lo devota qué era, sin duda era la más católica del ejército, que incluso salía cada que podía para correr a misa y pararse a dar limosna a los indigentes qué encontrara en su camino. Y era esa fe lo que la hacía mantener piedad incluso por las almas de sus rivales caídos. Por eso se retiraron para darle su espacio sabiendo que lo necesitaba. Ella se quedó unos minutos más, hasta que se irguió para hacer la señal de la cruz. Abrió los ojos para encontrarse nuevamente con la deprimente imagen de las consecuencias de la guerra. Se levantó, su armadura sonando por su movimiento, y se retiró a un lugar menos deprimente. —En momentos así, no hay nada más que quisiera en el mundo que estar en su hogar hilando con mi madre... —murmuró para si misma. Cuando sintió qué estaba lo suficientemente lejos se sentó en la tierra, lejos de las voces de sus compañeros o los quejidos de los ingleses tomados como prisioneros. Desenvaino su espada. Era brillante y muy afilada, muy distinta al como se la trajeron cuando estaba en Chinon, llena de óxido y desgastada. Normal tomando en cuenta que la desenterraron de detrás del altar de la iglesia de Santa Catalina de Fierbois. De no ser por sus voces estaba segura que nunca la podría haber encontrado. Unos pasos suaves se escucharon detrás de ella. —Hoy estas bastante melancólica. —Hola a ti también, Miguel —le saludó con sarcasmo, envainado de nuevo su espada. El ángel se paró a su lado, mirándola fijamente. —¿La batalla te dejo más cansada que de costumbre? —No es la batalla, al menos no esta en si —respondió con cansancio—. Supongo que es todo en general. Cuando era más pequeña definitivamente no creí que al hacerme mayor terminaría orando por los muertos encima de su sangre. Se hizo un silencio entre ambos. Juana se notaba agotada a sus jóvenes dieciocho años. Mientras qué Miguel tenía una vida eterna encima pero mantenía la serenidad de un santo —No puedo entender tu agotamiento, Juana, al menos no de la manera carnal en la qué tu la experimentas. —Vaya, que envidia. —Por favor, permíteme terminar antes de ser sarcástica —le pidió, de una manera amable pero imposible de desobedecer—. Pero también he visto la tragedia qué trae una guerra. Incluso el cielo ha visto caer a sus devotos ángeles más de una vez... Juana pareció reaccionar ante eso. Volteó a ver al pelirrojo y lo encontró mirando al cielo, casi melancólico. —... ¿Hablas de la guerra donde... "Él" cayó? —Si, hablo de la rebelión de Lucifer —pudo ver a la muchacha temblar ante la mención de ese nombre—. Tranquila, su nombre no tiene poder donde yo estoy parado. Juana asintió, mirándolo de una forma distinta. Más cercana, cómo cuando hablaba con sus compañeros de armas sobre sus vidas. —¿Y cómo superaste lo que ocurrió en la guerra...? —No lo hice —respondió sin dudar—. Llevo las consecuencias de esa batalla siempre presentes y a veces pienso en si pude hacer algo distinto. —¿Y podías? Miguel tardó en responder, sintiendo qué estaba revelando pensamientos demasiado personales con un mortal. Pero esa mortal era Jehanne. —No. El padre ya sabía que eso pasaría y en su visión qué llega a todos los lugares y todos los tiempos, sabía que Lucifer caería para seguir trabajando a un propósito. Uno doloroso y que le atormenta a cada momento, pero que él mismo había elegido al usar su libre albedrío para levantar sus armas contra nuestro creador. La joven lo escucho atentamente. No estaba segura de entender del todo y temía preguntar pues no quería indagar de más en un momento tan personal del ángel. —¿Y mi propósito, tendrá un final? —Claro que si y Él ya tiene preparada su recompensa para ti. —Suena prometedor... pero si soy honesta, no pienso mucho en lo que se me pueda dar luego de esto. Suelo enfocarme más en lo que podría hacer yo misma después... —¿Tienes algo en mente? Juana sintió el calor subir a sus mejillas. Este no es el tipo de cosas que se hablaba con un hombre... ¿Aunque los ángeles contaban como hombres? —... A veces pienso que, cuando deje de trabajar bajo la guía de Dios, me gustaría empezar a vivir como una mujer más. Dedicarme a un oficio, cuidar a mis padres en su vejez... —dejo que su mirada se enfocará en algo más que no fuera Miguel—. Contraer matrimonio... —¿Te gustaría casarte algún día? —Si, la única razón por la qué rechacé propuestas de matrimonio en mi pueblo natal fue porque ya sabía que Dios tenía su vista puesta en mi y no quería faltar al propósito qué Él me había mandado. —una risa juguetona se formó en su rostro—. Además, yo no soy una santa para mantenerme siempre virgen y soltera como ustedes los ángeles. Ella se rio de su propia broma, mientras mantenía su vista en Miguel, que la miraba con su expresión neutra y sin reacción... y él desvió la mirada. Juana sintió qué el aire se le fue del cuerpo al verlo. El silencio qué siguió fue tenso. —... Miguel —¿Si? —¿Tu vives en celibato? —... No necesariamente. Otra vez el silencio. Ambos podían asegurar que escucharon el paso de las hormigas de lo callados qué estaban. —... Y... ¿quién es la afortunada? Miguel la miró inclinando la cabeza, cómo hacen los animales cuando algo les extraña. —¿"La"? Juana gritó internamente. —Oh... ¿las cosas son tan diferentes en el cielo? —En el que pertenece a los ángeles, si. Ustedes en la tierra suelen tener la costumbre de complicarse la vida. Juana lo pensó un momento. La forma de ver las cosas de Miguel la desconcertaba. Pero era eso lo que separaba a los humanos de los ángeles de Dios ¿no? —Bueno, en eso estoy de acuerdo contigo. La conversación se sintió más amena. Ya libre de esa incomodidad inicial. —Entones, ¿quién es el afortunado? —Gabriel —respondió sin pensarlo mucho. —... ¿El de la Anunciación? —Ese mismo. —... ¿Y podré conocerlo en persona? —la sonrisa en su rostro había vuelto, llena otra vez de emoción al pensar en conocer al ángel que se presentó ante María misma. Miguel no pudo evitar corresponder a su emoción con una sonrisa suave. —Si logro hacer que suelte su cálamo para escribir mensajes en pergaminos sin parar probablemente si. —Es una promesa entonces, estoy ansiosa de conocerlo. La chica ahora estaba más contenta y Miguel se sentía feliz de volver a ver su rostro iluminado con su sonrisa. Pero en los más profundo de él algo se sentía como una flecha atravesando su alma.

***

Miguel miraba el bello entorno a su alrededor. Campos verdes, flores de diversos colores y árboles que daban todo tipo de frutos. Tan distinto al páramo desolado qué era la tierra la mayor parte del tiempo. Y aún así, la belleza del lugar no lograba calmar su espíritu. —Me he involucrado demasiado... —Pensado otra vez en Jehanne. Gabriel se acercó a él a paso lento. Sabía que Miguel había estado demasiado agobiado por la cercanía qué había tomado con la joven de cabello negro luego de tantos años guiándola. Se sentó a su lado y Miguel no dudó en recostarse en su hombro. —No entiendo porque esto me está agobiando tanto. Jehanne es una humana, se que es frágil, que su único destino seguro es morir al final de sus días. Pero pensar en eso me hace sentir extraño —levantó la vista para mirar a su pareja—. ¿Tiene sentido lo que digo? Gabriel seguía en silencio, mirando al frente sin enfocarse en nada. Su expresión firme como siempre, pero no indiferente a lo que su amado decía. —Para mi lo tiene —dijo finalmente—. Yo sentí algo similar, una vez. —... Por Jesús... —dijo, no como una pregunta, sino como una afirmación. Pues recordaba como Gabriel había sido él más devastado por el sacrificio del hijo del hombre. Gabriel bajo la mirada para enfocarse en el pelirrojo. —Lo que sientes ahora, es algo para lo que no fuimos hechos para sentir originalmente. —¿Y qué es entonces...? —Dolor —afirmó contundentemente—. Te duele pensar en que Juana morirá, más temprano de lo que una joven como ella debería. El príncipe pareció casi confundido Al oírlo. —¿Dolor? Pero eso se supone que es para nuestros antiguos hermanos caídos y los humanos que sufren por el entorno en el qué tienen que sobrevivir. —Precisamente por eso es algo que sientes como una sensación extraña, de todas las emociones, esa es la menos armoniosa. —... ¿Y como me deshago de ella? La mirada del rubio se suavizo al oírlo. Casi pareció que sentía pena de verlo así. —No puedes. Puedes intentar reprimirlo, pero tarde o temprano saldrá y te abrirá una herida difícil de ignorar. El cuerpo de Miguel tembló a su lado. No esperaba que Gabriel, que siempre tenía palabras de consuelo para él, incluso en los momentos más oscuros, ahora no pudiera darle una respuesta qué calmara la inquietud de su espíritu. —... Y cuando ella muera... ¿Qué haré entonces...? Sus ojos verdes buscaron los ámbar de su pareja. Y eso desarmó a Gabriel en un instante, que solo pudo tomarlo entre sus brazos, cómo si eso pudiera protegerlo del sufrimiento que pronto caería sobre él.

***

—¡Abran paso, con un demonio quítense del camino! Los soldados corrían de regreso al campamento donde se encontraban los refuerzos. Cada uno de ellos contenía la respiración Al verlos pasar con la joven Doncella en sus hombros y aún con una flecha clavada en su carne. Con rapidez la llevaron a su tienda, donde un grupo de sus compañeros se reunió a su alrededor para tratar a la joven qué gimoteaba de dolor mientras le retiraba la parte superior de su armadura. —Ten, muerde esto —dijo un soldado acercándole un trapo a su boca. Juana lo miró, sabiendo bien qué significaba pero no renegó. Cuando mordió con fuerza el pedazo de tela fue la señal qué sus compañeros necesitaron para retirar la flecha. La joven se arqueo del dolor pero fue retenida por otros soldados, evitando qué se moviera más por el dolor que provocaba la sensación de la flecha siendo retirada, jalando pedazos de carne y piel con ella. Era doloroso verla así, pero sería peor dejarla morir. No pudo luchar contra las lágrimas que empaparon su rostro. Había sido herida varias veces desde que entró al ejército, pero eso no hacía qué el dolor fuera menor cada vez. Su compañeros la vendaron firmemente. Normalmente no eran tan meticulosos, pero Juana era toda su esperanza en esta lucha. Todos se tomaron su tiempo para darle sus mejores deseos para que pueda levantarse pronto, confiando en que Dios y sus santos le darían fuerza para seguir. Lo único que ella pudo hacer fue asentir, estaba agotada. No solo por la sangre perdida, sino en general. Hoy era uno de esos días donde la guerra pesaba más que de costumbre. Cuando se quedó sola no pudo hacer más que enfocar sus ojos en el techo de la carpa. Afuera podía escuchar a sus compañeros intentando reagruparse, discutiendo qué harían con ella herida. Una parte de ella desearía cambiar esas voces por el canto de los pájaros afuera de la casa de sus padres. —... Me veo terrible ¿no? —dijo a la nada, pues no podía sentir la presencia a de Miguel. Pero igual le habló como si estuviera ahí—. No me veo como la guerrera que El Señor necesita para llevar el estandarte en su nombre. Las lagrimas volvieron, más fuertes qué antes. Pues el dolor ahora no era físico, sino mental y espiritual. —Solo me veo como una chica de campo... que desea un consejo de su madre y una reprimenda de su padre por escapar... —el llanto se convirtió en un sollozo. La voces afuera pararon, Si era porque la escucharon o no ya no importaba. —Pero que sobretodo... desea in consejo de su amigo... Dos pares de manos tomaron cada una de las suyas, y fue como si el aire volviera a sus pulmones, sin detenerse por su nariz obstruida ni sus espasmos Por el llanto. Con la vista aún borrosa por las lágrimas miró a su lado, encontrándose con la mirada llena de paz de sus santas. —¿Santa Margarita...? ¿Santa Catalina...? La santa más cercana a su edad, Catalina, le sonrió con ternura. —Esta bien, Jehanne. Tu no estas sola, no cuando El Padre tiene sus ojos puestos en ti. La santa más joven, Margarita, apretó suavemente su mano. —Él, mejor que nadie, sabe lo pesado que es la misión qué tienes sobre tus hombros, y las penas qué con esta arrastras. Por eso nos permite bajar y hacerte compañía en estos momentos tan duros para ti. Sus palabras fueron como un bálsamo sobre su espíritu cansado necesitado de consuelo. Como unas hermanas sabias que estaban para ella cuando más la necesitaba. —Puede que no tengamos alas en la espalda o cabello como el fuego —dijo Catalina—. Pero cuando necesites de una mano qué te guíe y te acompañe no dudes en invocar nuestro nombre. —Nosotras intercederemos ante Dios nuestro señor para que te de la fuerza física y espiritual para ponerte en pie cuantas veces necesites. Juana asintió, sus ojos aún húmedos por las lágrimas, pero ahora con un brillo de esperanza, ese qué nunca debía desaparecer de su rostro. Una parte de ella quiso preguntar por Miguel, pero sabía que si dios envío a sus santas era porque era su presencia la qué necesitaba, no la del ángel. Pero eso no significa a que dejara de extrañarlo.

***

El sonido del metal agitándose y quejidos molestos inundaba el área de las celdas. La voz de una joven se sobreponía al ruido mientras forcejeaba con el carcelero qué se encontraba encima de ella. —¡Quita tus manos de encima! Lanzó una fuerte patada que logro golpear el costado del inglés, que soltó un quejido doloroso. —¡Agh! ¡Tú pequeña prostituta! El hombre le soltó un revés con el dorso de su mano, dejando la mejilla de la muchacha enrojecida, antes de seguir en su inútil intento de desatar la armadura que no le habían podido quitar desde que los Borgoñones la vendieron al ejército inglés. —¿De verdad no has podido desatar ni un solo seguro? ¡Me estoy cansando de sostener sus manos, no deja de forcejear! —exclamó frustrado el otro guardia a la cabeza de la muchacha y que sostenía sus brazos, los cuales aún se agitaban en un intento de soltarse. —¡¿Crees qué yo no me canso de luchar con sus patada o qué imbécil?! ¡Pero su estúpida armadura no se suelta, es como si estuvieran forzadas como una sola pieza! —¿Imbécil yo? ¿Sabes qué? Mejor lidia tu también con sus brazos? —respondió, ofendido, antes de soltar las muñecas de la chica, que no dudó ni un momento en soltarle un puñetazo a su carcelero en la misma mejilla qué le había abofeteado. El guardia cayó hacía atrás por el impacto, momento qué ella aprovechó para moverse a la esquina de la celda, respirando agitadamente mientras abrazaba sus piernas, mirándolos fijamente. —¡Esta mocosa es una pesadilla! El hombre se paró, lleno de rabia, pero al acercarse a la joven se encontró con esos ojos oliva qué parecían brillar en la penumbra, con el misma convicción qué mostraba cualquier general del ejercito de su nación. Ni siquiera el miedo latente tras estos podía apagar ese fuego de lucha, era como ver a un depredador acorralado, sin opciones, pero aún dispuesto a defenderse y atacar. —... Vámonos —dijo, con frustración—. Ya lo intentaremos otro día. —Entonces todo esto fue para nada, que fastidio. Los dos finalmente salieron de la celda, dejándola sola en el silencio, pero no por eso se relajó. Siguió agazapada en la esquina, mirando fijamente a la puerta de madera, cómo si esperara que se dieran la vuelta para intentar terminar lo que habían empezado. Pero solo hubo silencio al otro lado, ni pisadas, ni voces venenosas fantaseando en voz alta con lo que harían con "la bruja". Solo entonces pudo por fin relajar su cuerpo un poco, estirando sus piernas y apoyando la cabeza contra la pared. Revisó su armadura y vio los broches que lo aseguraban. Con su mano izquierda los manipuló un poco y vio como estos se soltaban con facilidad. Una pequeña sonrisa se formó en su rostro. —Soy afortunada de que El Señor me cuide en los cielos —murmuro mientras volvía a ajustar su armadura. —El siempre te esta cuidando, Juana. La susodicha alzó la mirada y se encontró con las dos santas frente a ellas, rodeadas por su luz característica que hacía difícil ver su rostro. Su presencia como siempre traía un aura de paz y consuelo, junto lo que ella necesitaba ahora más que nunca. —Eso lo se perfectamente, así como se que ustedes vendrán a mi auxilio cuando mi espíritu más las necesite. Las santas se sentaron, cada una a un costado suyo, pero la suciedad de la celda no manchaba su ropa en lo absoluto, se mantenía siempre pulcras. —El señor esta contigo, Juana, tu pronto serás libre de esta celda —le aseguró Santa Catalina. —Y el te dará la mayor de las recompensas por haber sido su voz en la tierra —continuo Santa Margarita. Juana escucho atentamente, no dudaba de las palabras que ellas traían consigo, pero si tenía dudas de que significaban su supervivencia. —Y seré libre de esta celda... ¿viva? Se hizo el silencio. Ambas santas la miraron y podía sentir su mirada misericordiosa sobre ella. Eso era todo lo que necesitaba. —Ya veo... Si esa el la voluntad del Padre, entonces me entrego a él con confianza. Una mano cálida se posó en su hombro, era Catalina. —Mañana tu juicio será más duro qué los anteriores, te harán preguntas para intentar condenarte por blasfemia, confiando en que por tus orígenes contestaras erróneamente. —Pero Dios guiará tus palabras fuera de tu boca y no podrán condenarte en esa mañana. —dijo con un mayor animo Margarita. —Pero aún habrá más mañanas... pero se que podré resistir y que lo que me espera al final serán los brazos de mi Padre amoroso en las alturas. —Así sea, querida Jehanne. Con esas últimas palabras las santas desaparecieron, dejándola sola nuevamente. El silencio se sintió más pesado esta vez pero menos sofocante, permitiéndole pensar con mayor claridad. —Si Miguel estuviera aquí... —pensó en voz alta—. Seguramente me cubriría nuevamente con sus alas para protegerme de las intensiones perversas de los guardias... Una pequeña risa se escapó de sus labio al pensar en lo que hubiera sido si el siguiera apareciendo ante ella. —Aunque también hubiera estado muy molesto de haberme visto saltar de la Torre de Beauvoir cuando intenté escapar. Pero si no lo logré, es porque no está en mi destino ver terminar esta guerra... Para muchos, esa hubiera sido una resolución deprimente, haber participado en gran parte del conflicto y no poder disfrutar de la gloria y el reconocimiento. Pero para ella era un final adecuado, pues no vivía para glorias terrenales sino por un destino qué se le fue encomendada por el rey de reyes desde su niñez. Y si su destino marcado por Él debía acabar así ella lo aceptaría con honor.

***

El día había llegado, aquel en el que la castigarían por herejía y travestismo, todo por los intereses de estirados políticos ingleses y borgoñones miserables para desacreditar al rey legítimo de Francia, Carlos. —¿Algunas últimas palabras? —preguntaron aquellos hombres que se hacían llamar hombres de Dios. Juana, atada al mástil y con todos los ojos mirándola con desprecio, solo pudo pensar en una única petición. —Sostengan la cruz tan alto que yo pueda verla a través de las llamas. Los murmullos no se hicieron esperar. Incluso los hombres que le preguntaron dudaron en tomarla en serio, pero al final uno de ellos alzó la cruz hacía el cielo, iluminada por los rayos del sol. Sus ojos se suavizaron una ultima vez al verlo. "Que hermoso..." pensó para sus adentros. Sin querer darle un gusto más se apresuraron a lanzar antorcha a la pira haciéndola arder. Las llamas se propagaron rápidamente y ella, por instinto, intentó pegarse más al mástil, en un inútil intento por escapar de las llamas. Pero este era una condena de la que no se podía huir. Las llamas alcanzaron la tela de su ropa y esta se prendió en llamas rápidamente, quemándole la piel. Su cuerpo se retorció en un shock inicial por el dolor y su pulmones se estrujaron por inhalar el humo de las llamas. —¡Jesús! —exclamó con voz ronca, en una última expresión agónica. Todos a su alrededor solo miraron como luchaba en las llamas, sin pena ni compasión, pues a sus ojos estaban viendo la muerte de una bruja. Fueron igualmente indiferentes cuando quemaron sus restos carbonizados dos veces más antes de lanzar sus cenizas al río. Ese día las nubes se oscurecieron y una lluvia helada cayó sobre ellos, no como un torrente, era suave y casi melancólica. —Es como si los ángeles lloraran. Exclamaban con burla algunas personas que caminaban bajo la lluvia. Poco sabían ellos la gran verdad detrás de esas palabras.

***

Los cálidos rayos del sol caían encima de un verde prado. La brisa movía suavemente la hierba como pequeñas olas. Era un cuadro perfecto. Y en medio de esa imagen estaba la figura inconsciente de una mujer. Su cabello corto y desordenado se movía con el viento, adornando su rostro dormido. Un aleteo sonó cerca de ella, seguido de unos pasos qué se acercaban con cautela. Unas manos pecosas se acercaron a ella y la sostuvieron con la misma ternura con la que un padre carga a su primogénito. Quitó con gestos suaves los cabellos rebeldes de su cara y unas lágrimas cayeron sobre las mejillas de la joven, que frunció ligeramente su expresión por la sensación. —Mhm... —se removió en los brazos qué la sostenían y abrió de a poco sus ojos oliva. Encontrándose de frente con un rostro que hace tiempo no veía—. ¿Mi... Miguel? —... Lo siento... —murmuro el ángel, antes de abrazarla fuertemente—. LO siento... No estuve ahí para ti... Ya no era mi lugar para acompañarte... Te dejé sola... Juana lo miró, la confusión en su rostro se convirtió en ternura cuando correspondió el abrazo del ángel. —Tú nunca me dejaste sola, Miguel, en cada pasó sentía tu mirada sobre mi. Incluso en mis momentos más oscuros, tenía la certeza de que tu estabas en las alturas, velando por mi. El llanto del ángel se volvió un sollozo. Se aferró a ella con fuerza, cómo si temiera qué al soltarla algo más pudiera pasarle, aún cuando ya había llegado a donde el dolor no podría alcanzarla. Se quedaron así unos momentos más, hasta que los sollozos del pelirrojo se convirtieron en gimoteos. Juana sostuvo su rostro y le ayudo a secar sus lágrimas. —Mucho mejor, ahora puedo ver mejor tus pecas sin todas las lágrimas de por medio. —No es justo, se supone que el ángel soy yo, yo debería consolarte, no al revés. —Ya lo hiciste Miguel, en mis años en la tierra tu fuiste mi pilar. Esto es lo mínimo que puedo hacer para agradecerte. Con una energía renovada se puso de pie, estirándose aunque ya no lo necesitaba. —Entonces, ¿vas a quedarte ahí con esa cara de cachorro triste o me vas a dar un tour por el lugar? Miguel la miró, con sorpresa por lo rápido qué su voluntad se había adaptado a su situación, antes de negar con la cabeza. —De verdad que no tienes remedio... Ven, seguro que Santa Catalina y Santa Margarita están ansiosas de verte. —¿Tanto para morirse una segunda vez? —Juana... —¡Es una broma! Vaya de verdad que no has cambiado nada en todo este tiempo sin verte. Y entre bromas malas qué Miguel no entendía y el espíritu de Juana qué ni el fuego puro reducir a cenizas, ambos marcharon al encuentro de las santas. Con la seguridad de que ahí, en las alturas, ningún paso más iría en dirección a una tragedia. Y nada daba más felicidad al espíritu del ángel que esa certeza.
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