***
Capítulo 8: Lo Sutil I Santuario, al día siguiente. Piscis entró al comedor con un gesto levemente adormilado. Su cuerpo todavía continuaba adaptándose a los ritmos naturales de sueño y hambre. Las doncellas terminaban de servir las viandas, cuando Shion también llegó para desayunar. —Buenos días Albafica. — —Hola Shion— contestó, mientras tomaba asiento. —¿Puedo llamarte así, o debo dirigirme a ti como Patriarca frente a los demás? — El lemuriano se sentó y le sonrió. —Llámame por mi nombre, la relación de amistad que teníamos no ha cambiado en absoluto, y no te preocupes, nadie lo tomará como falta de respeto, porque pensarán que eres alguien muy cercano a mí. — —¿A qué te refieres con eso? — Shion lo miró por un par de segundos, dudando en cómo explicarle acerca de dicho tema. —No te lo había dicho, pero Athena también me reveló que tu resurrección no será advertida por nadie en el Santuario o en Rodorio— respondió con calma. —Las únicas personas enteradas de esto y que podrán reconocerte como Albafica de Piscis, son Agasha, el señor Estelios, Pefko y yo. — El doceavo caballero se quedó en silencio con un gesto de asombro. No se esperaba algo así, pero tenía lógica dicha situación. Es decir, un Santo dorado revivido provocaría bastante revuelo, y más teniendo en cuenta que todo el mundo sabía que solamente Shion y Dohko quedaron vivos después de la guerra santa. Ahora entendía por qué las doncellas y demás sirvientes lo veían de forma indiferente, pero respetuosa, no sabían o no recordaban que él había sido un soldado de Athena. —Esto es por tu propia seguridad y comodidad, así lo pidió Athena, y me imagino que fue Deméter quien se encargó de llevar a cabo algún tipo de hechizo sobre ti cuando te revivió, para que nadie más te reconozca— prosiguió el Patriarca. —Como sabes, tienes una misión especial que llevar a cabo, pero ya no como el caballero dorado de Piscis. Ahora eres un hombre normal, sin el peso de proteger a una diosa, con la oportunidad de vivir una vida feliz y tranquila— sonrió abiertamente. —Sólo debes ser paciente, esperar el antídoto de Pefko, y acercarte de nuevo a Agasha. — Los ojos azules de Albafica tuvieron un repentino brillo húmedo, pero agachó el rostro de inmediato, ocultando la mirada detrás de su flequillo, tratando de asimilar lo dicho por Shion. Las sorpresas seguían llegando y sin lugar a dudas, esta revelación era una de ellas. En pocas palabras, él podría comenzar desde cero, tener otra oportunidad de iniciar una vida como una persona normal. La mente del doceavo Santo comenzó a imaginar un sinfín de posibilidades. Si el antídoto de Pefko funcionaba, ya no tendría que temer lastimar a los demás con su sangre. Ya no estaría obligado a aislarse en solitario con sus rosas demoníacas. Podría convivir con otras personas del Santuario, con los habitantes del pueblo… y con ella. Y aunque quedaba la posibilidad de que su atractivo natural siguiera llamando demasiado la atención, seguramente ahora sería capaz de sobrellevarlo mucho mejor. Pero lo más importante y lo que más anhelaba desde el fondo de su corazón, era sentir ese contacto cálido que sólo se da en nuestra especie. Aquella sensación de aceptación y fraternidad entre individuos. Esa necesidad de convivencia y cercanía humana. Y quizás algo más. Independientemente de lo que su mente y corazón reclamaran con vehemencia, sabía que también deseaba satisfacer otros anhelos y necesidades, tan naturales como lo eran el respirar y el alimentarse. Eso que siempre había estado negado para él y muy probablemente para todos los integrantes del linaje del pez dorado. Dicho tabú no era imposible de romper, pero sí muy arriesgado el querer llevarlo a cabo. Albafica sacudió su cabeza de un lado a otro, tratando de disipar sus pensamientos, no era el momento adecuado. Shion observó en silencio a su amigo. No había necesidad de preguntar si le pasaba algo. Entendía perfectamente que Piscis estaba asimilando la situación y que las emociones, contenidas durante años, aflorarían de vez en cuando para liberarlo de sus cadenas del pasado. Sonrió para sí mismo, él se sentía feliz de poder ayudarlo y acompañarlo en esta nueva etapa. En ese instante, entró una doncella llevando una bandeja con una carta. Después de entregarla se retiró y el Patriarca empezó a leerla, mientras comía un pedazo de pan. Por el rabillo del ojo, notó que Albafica levantaba el rostro y comenzaba a desayunar. Su expresión era tranquila y una muy tenue sonrisa se percibía en sus labios. —Tan pronto terminemos de desayunar, me acompañarás a ver unos asuntos— dijo el lemuriano tranquilamente. —Y no me digas que no quieres ir, porque no pienso dejarte solo para que corras a encerrarte en tu habitación. — El Santo de Piscis lo miró con una ceja levantada, era de esperarse que ahora Shion no lo dejaría ni a sol ni a sombra en estos momentos, el borrego se estaba tomando muy en serio su propia misión. Tomó un poco de té para pasar el bocado y luego habló. —Está bien Shion, no quiero que pienses que no agradezco esto, te acompañaré a donde quieras, pero no esperes que actúe demasiado efusivo— el lemuriano asintió, para luego retomar su lectura. —¿Qué es eso? — —Una misiva del alcalde de Rodorio, nos hace saber que todo el Santuario está cordialmente invitado a la fiesta anual del pueblo. — La celebración del pueblo de Rodorio. Era un evento muy entretenido en el cual toda la gente se organizaba y hacían diversas actividades que iban desde bailes, pasando por banquetes de comida, hasta la presentación de espectáculos artísticos, tanto locales como de visitantes extranjeros. Sin lugar a dudas, un festejo que nadie debía perderse. —La fiesta anual— dijo Albafica en voz baja. Él la conocía muy bien, porque la única vez que se animó a ir, usando la protección de su capa, sucedió algo que le dejó un recuerdo muy especial. —Te aviso de una vez que iremos— habló el Patriarca. —Esos días, yo les concedo a todos el permiso de bajar a Rodorio y divertirse libremente, ha sido así desde hace tres años. — El doceavo caballero cortó un trozo de carne. —La última celebración que hicieron fue justo una semana antes de que Hades declarara formalmente la guerra contra Athena. Me imagino que después de que todo terminó, la gente no tuvo los ánimos ni los recursos para celebrarla, ¿Verdad? — Shion confirmó, tomando un poco de té. —Así es, les tomó tres años a los aldeanos reponerse, porque primero quisieron ayudar al Santuario. Créeme que, sin ellos, yo no hubiera soportado todo el peso de ser el Patriarca en un sitio tan devastado— se sinceró el Santo de Aries. —Por eso ahora, la relación que existe entre ellos y nosotros es más estrecha, así que debemos estar presentes. — Albafica asintió con un movimiento de cabeza. Sin proponérselo, comenzó a interesarse en la celebración, cosa que jamás habría pasado por su cabeza antes. Pero ahora, las estrellas parecían alinearse para su beneficio, regalándole la oportunidad de ver otra vez a la bella florista. … Algunas horas más tarde. Aries y Piscis subían por las escaleras del último templo zodiacal. Ya era hora de la comida, por lo que iban de regreso al edificio Patriarcal. A lo largo de toda la mañana y parte de la tarde, el lemuriano estuvo atendiendo las obligaciones que tenía como jerarca del Santuario. Albafica lo acompañó, auxiliándolo en algunas cuestiones de control interno. Lamentablemente, aún no había suficiente personal capacitado para ayudar a Shion en dichos aspectos. Los soldados sobrevivientes y los aprendices jóvenes se ocupaban de la reconstrucción y protección del Santuario, mientras que, Teneo de Tauro, se encargaba de las misiones externas. Por lo tanto, el guardián de Aries se quedaba solo en lo que se refería al seguimiento administrativo. Al menos ahora que Piscis estaba aquí, quizás podría tener un par de manos extra que lo ayudaran. —Gracias por el apoyo Albafica— dijo Shion con un suspiro cansado. —Espero que no te haya estresado acompañarme todo éste tiempo. — —No hay problema Shion— contestó el mencionado. —Después de todo, no fue realmente incómodo— sonrió un poco, reconociendo que ahora la visión de su mundo estaba cambiando. El lemuriano notó la sinceridad en sus palabras. Sin lugar a dudas, el hecho de saber que podrían curar su sangre envenenada, le había otorgado la suficiente confianza para empezar a dejar de lado su miedo a interactuar con los demás. Y era necesario continuar fomentando dicho progreso. —Mañana podré tomar un descanso, así que aprovecharemos para visitar el pueblo nuevamente— dijo el Patriarca, adentrándose en la casa zodiacal. —Y mientras yo pido audiencia con el alcalde, tú iras con Agasha. — Albafica se quedó petrificado. —Yo… no estoy seguro… — le dirigió una mirada nerviosa. —No deseo reencontrarme con ella sin antes haber solucionado lo de mi sangre. — El lemuriano hizo un gesto condescendiente, debía comprenderlo y buscar la manera de infundirle confianza. —Ven, sentémonos un momento— le pidió que lo siguiera. Piscis ingresó al templo que alguna vez protegió. El lugar que también se convirtió en su celda de soledad por varios años y que, irónicamente, después lo vería renacer de nuevo. Llegó junto a Shion y ambos tomaron asiento en el suelo, bajo la luz del hermoso vitral que formaba parte de la cúpula central del techo. —Entiendo tu temor Albafica, pero es necesario que también pongas de tu parte— explicó Aries con calma. —No te acerques a ella si no lo deseas, pero tampoco te prives de la experiencia— bajó la mirada hacia las manos de su amigo. —Tus manos pueden perfectamente saludar y tocar a otra persona sin el riesgo de dañarla, ya lo has comprobado con Pefko, y creo que no necesito recordarte que ya no estás en contacto con las rosas demoníacas. Si tu sangre permanece dentro de ti, no hay nada que temer. — El doceavo Santo asintió despacio a cada palabra. El Patriarca tenía razón, pero su miedo era difícil de evadir y su mirada apesadumbrada le dijo a Shion que necesitaba de más argumentos para intentarlo. —Bien, te daré un motivo más que tal vez tú no quieres recordar— exhaló despacio el lemuriano. —¿Recuerdas cuando Agasha visitó el edificio Patriarcal para ayudar con la decoración en la ceremonia de primavera? — Albafica estrechó la mirada y su mente comenzó a buscar en los recuerdos. Si Aries tenía esa memoria sobre ella, entonces también debía poder evocarla por sí mismo. —No puedes haberlo olvidado— continuó Shion. —Esfuérzate por recordar y te darás cuenta que Agasha ya ha estado lo suficientemente cerca de ti y tú no le hiciste ningún daño. — Sus palabras fueron enigmáticas, provocando que Piscis retornara al pasado en un santiamén.*:*:*:*:*
El domingo llegó y el movimiento en el Santuario era evidente. Los preparativos involucraban varias actividades, incluyendo la decoración del salón Patriarcal para llevar a cabo la ceremonia de primavera. Un evento que se celebraba cada año para dar la bienvenida a dicha estación y a las bendiciones de la diosa Deméter. El acontecimiento era puramente simbólico, dadas las costumbres griegas del Santuario. Pero siempre se llevaba a cabo, aunque la deidad de las cosechas no estuviera presente físicamente como Athena. De alguna manera, todos sabían que la diosa escuchaba las peticiones y agradecimientos de sus seguidores, ya que los campos de la región y sus alrededores, siempre eran bastante fértiles. La ceremonia era dirigida por el Patriarca Sage, y en fechas recientes, Sasha lo acompañaba también. Así como los demás habitantes del Santuario y algunos civiles con el debido permiso, dado que todo esto se hacía en privado. Así que era de esperarse que el ajetreo comenzara desde muy temprano. Y por supuesto que Albafica fue mandado a llamar antes de salir el sol. … Salón Patriarcal. Bostezando un poco, el Santo de Piscis entró en la gran estancia. Por lo regular se levantaba con los primeros rayos del amanecer, pero cuando era domingo, no lo hacía. —Buenos días Albafica— saludó Sage, sentado en su trono mientras revisaba unos papeles. El aludido se agachó con una rodilla al suelo frente al hombre mayor. —Buen día gran Patriarca, dígame en qué puedo servirle. — —Como sabes, hoy es la ceremonia de primavera, así que voy a necesitar que las doncellas y demás sirvientes tengan el paso libre al edificio Patriarcal. Así mismo, algunos habitantes de Rodorio nos auxiliarán en otras actividades— explicó rápidamente. —Por lo tanto, necesito que retires el campo de rosas demoníacas de las escaleras principales. — Albafica confirmó y se puso de pie para marcharse. —Entendido, lo haré de inmediato. — —Otra cosa más— dijo el líder, haciendo que el Santo se detuviera. —También voy a requerir que apoyes a las doncellas en la elaboración de los arreglos florales. — El doceavo caballero asintió con otro movimiento de cabeza, pero sin disimular un gesto de incomodidad. —Sí señor, como usted diga, pero… — Sage levantó una mano, ya presentía que Piscis intentaría evadir dicha petición. —Escucha Albafica— interrumpió amable. —Sé que es difícil para ti relacionarte con los demás, pero si te pido éste favor a ti, es porque eres el mejor capacitado para ello. — El Santo parpadeó sorprendido, no se esperaba dicho comentario. —Tus compañeros tienen asignadas otras actividades, pero ninguno de ellos tiene el tacto adecuado para tratar con los arreglos florales, y tú sabes que uno de los puntos principales en esta celebración, son precisamente las flores— expuso con cierta seriedad. —La tradición cuenta que a la diosa Deméter le agrada mucho que sus rituales se lleven a cabo perfectamente, y eso incluye una presentación correcta de los ornatos ceremoniales. — —Comprendo— contestó Albafica. —Eres el único que conozco, aparte de los floristas de Rodorio, que tiene la capacidad más adecuada para dicha responsabilidad. Además, las doncellas y los sirvientes ya saben que deben mantener su distancia para no incomodarte— le sonrió Sage. —Así que, por favor, te encargo esta misión. — Piscis confirmó una vez más, hizo otra reverencia y se retiró del salón. … Un par de horas más tarde. La mañana estaba fresca y el movimiento en el edificio Patriarcal era constante. Albafica había retirado el campo de rosas rojas, y ahora por las escaleras principales subían y bajaban los sirvientes, llevando y trayendo todo lo necesario. En una de las terrazas laterales, había una gran mesa con varias tinas de agua alrededor, todas llenas de flores multicolores. El Santo dorado se encargaba de dirigir a las doncellas, quienes seguían sus indicaciones sin dudar, mientras él estructuraba algunos arreglos, preparaba los jarrones, contaba la cantidad adecuada de ramas y hojas, acomodaba todo en una elegante presentación, y lo entregaba a alguna de las chicas para que lo colocaran en su sitio final. Los minutos pasaban y él tenía una sensación de ansiedad. Agasha no había llegado aún, o quizás no lo haría. Era de esperarse que la joven florista hubiese arribado desde temprano, pero ni una señal de su presencia se notaba todavía. ¿Acaso el borrego le había mentido? De repente, se escucharon algunos murmullos de admiración desde la entrada principal, la cual mantenía sus puertas abiertas de par en par. —¡Que hermosas flores! — dijo una mujer. —Jamás había visto ejemplares de ese tipo— contestó un hombre. —Debe ser el ornato principal para el altar de la diosa Deméter— alguien más confirmó. Albafica no pudo ignorar aquellos comentarios, así que volteó hacia la entrada. Su corazón brincó sin querer y sus ojos se abrieron con gran sorpresa. Agasha iba llegando, y entre sus brazos, sostenía una vasija decorada bellamente. En su interior, una gran cantidad de imponentes rosas coloridas se desplegaban en todas direcciones. Los hermosos pétalos poseían una pigmentación muy intensa que abarcaba varias tonalidades. No eran flores de color natural, sino que habían sido preparadas especialmente para dicha ocasión, y se les conocía como: Rosas arcoíris. A pesar de ser floricultor desde niño, nunca había presenciado semejantes flores. Es decir, conocía muchos tipos de ejemplares de rosas, pero todos eran de color uniforme, y no combinado, como las que traía consigo la joven florista. Sin lugar a dudas, era un bello espectáculo. La siguió con la mirada, notando que intercambiaba algunas palabras con una doncella, quien luego señaló el sitio donde él se encontraba. Entonces, sintió un espasmo en el estómago al ver que Agasha se encaminaba en su dirección. El momento había llegado, y de pronto, no supo qué hacer. Así que optó por mirar hacia otro lado, inhalar y exhalar despacio para controlar su inquietud y, por último, mantener el firme pensamiento de no volver a equivocarse con ella. —B-Buenos días— saludó un poco nerviosa. —T-Traigo el ornamento central para el altar de la diosa Deméter. — Albafica la miró con gesto tranquilo, aunque por dentro la incomodidad de su estómago persistía. Pero estaba decidido a hacer todo lo posible por tratarla mejor. Claro que, siempre manteniendo una distancia prudente. —Bienvenida, mi nombre es Albafica de Piscis— se presentó con un tono amable, haciendo una sutil inclinación con la frente. —Permíteme felicitarte, tus rosas arcoíris son el adorno perfecto para el altar, había oído hablar de ellas, pero es la primera vez que las veo— su mirada revisó una a una las bellas flores. —Gracias, señor Albafica— contestó ella. —¿Dónde debo colocarlas? — Piscis pudo simplemente señalar la terraza principal, donde se ubicaba el altar, para que ella fuera a colocar la vasija. Pero por alguna razón inexplicable, de repente se encontró haciéndole un gesto con la mano para que lo siguiera. La adolescente de inmediato lo hizo, manteniendo cierta distancia. Tal vez ya le habían advertido que eso era lo que debía hacer todo el tiempo frente a él. Y dicha situación de nuevo lo carcomió por dentro. Porque era inevitable el desear la cercanía de los demás. Y era frustrante saber que, como heredero de Piscis, él no tenía derecho a ese privilegio. Soltó un largo suspiro de resignación. Llegaron a la terraza, la cual estaba decorada con elegancia, donde un altar de tres niveles se levantaba con la efigie de la diosa Deméter como principal componente central. Había ramos de flores coloridas, aureolas de trigo dorado tejidas en bellos y complejos diseños, tazones rebosantes de semillas alimentarias, frutas de todo tipo acomodadas en elaboradas canastas, y finalmente, múltiples ofrendas a base de huesos y carne de cerdo, el animal predilecto de la deidad. —Colócalas aquí— señaló los pies de la estatua, donde había un espacio reservado. Agasha se aproximó y depositó la vasija, para después acomodar las rosas en una distribución uniforme, asemejándose a un abanico multicolor. Mientras lo hacía, dedicó una plegaria en voz baja a la madre de la agricultura. —Diosa Deméter, acepta éste presente en agradecimiento por las cosechas pasadas… — Albafica dejó de observar las rosas multicolor para depositar su atención en la florista. Su linda voz le cautivaba, así como el color verde de sus ojos, tan vivo y alegre. Su cabello café se mantenía recogido en su habitual coleta, pero él pudo notar el aroma a jazmines que emanaba sutilmente, provocándole una sensación bastante agradable. Se quedó así por unos segundos, y no se dio cuenta de que su actuar ya había sido captado por la jovencita, hasta que ésta le habló. —Señor Albafica— llamó una vez, pero Piscis ni siquiera parpadeó. —¡Señor Albafica! — El doceavo caballero salió de su ensimismamiento cuando ella alzó la voz. No podía creer que se había quedado distraído observándola de aquella forma. Sin querer, un sutil enrojecimiento apareció en su rostro cuando notó la mirada curiosa que la chica le dirigía. —¿En qué puedo ayudarlo ahora, señor Albafica? — preguntó Agasha, disimulando el incómodo momento. Sí, ella se había percatado de su insistente mirada y su reacción de vergüenza. —Regresa a la mesa de flores y… continúa dividiendo los girasoles… de cinco en cinco— solicitó, levemente nervioso, al mismo tiempo que desviaba el rostro hacia otro lado. —Tengo que… revisar otro asunto, enseguida vuelvo— finalizó, dando media vuelta y alejándose rápido. De reojo, alcanzó a notar que la florista se encaminaba a la mesa donde estaban los ramos indicados y comenzaba a separarlos como le había dicho. En cuanto a él, se escabulló a la sala que estaba detrás del trono Patriarcal. No podía entender su extraño comportamiento y no comprendía porqué la cercanía de la muchachita le provocaba la sensación de querer mirarla por largo rato. Entonces se sintió molesto consigo mismo, reprendiéndose por haberse quedado embobado observándola arreglar las rosas arcoíris. Ciertamente no tenía nada de malo, pero él sabía que no debía hacerlo. Resopló frustrado mientras se frotaba las sienes. Afortunadamente, no había nadie en ese lugar, ni siquiera el Patriarca o Athena andaban por ahí. Se quedó algunos minutos en silencio, intentando no darle más vueltas al asunto. El día sería largo, aún faltaban más adornos y la ceremonia tomaría su tiempo, así que no debía permitirse dichos comportamientos. Respiró profundo, calmándose. Posteriormente salió con paso lento para retomar sus deberes. Antes de llegar a la terraza donde estaba trabajando, pudo ver que Shion de Aries se encaminaba hacia la joven. Sintió curiosidad por su conversación, así que se acercó despacio sin que lo notaran. —Hola Agasha— saludó el lemuriano. —Buenos días señor Shion— contestó, girando el rostro para mirarlo, mientras ordenaba algunos tulipanes. —No pensé que estaría aquí, ¿También se pondrá a decorar? — Piscis ya sabía que ambos se conocían desde hace unas semanas, cuando la florista comenzó a visitar el patio de la primera casa zodiacal, para llegar al cobertizo donde dejaba sus arreglos florales para el Patriarca. Únicamente se saludaban con amabilidad, intercambiaban alguna que otra conversación rápida sobre plantas y ornamentos, para luego despedirse y cada quién regresar a sus actividades. El guardián de Aries negó. —Oh, claro que no, yo no sé cómo tratar con flores, a mí me asignaron de mensajero, llevando papeles y cajas de un lado a otro— rodó los ojos, indicando que no le gustaba su tarea. —Oye, ¿Has visto al Santo de Piscis?, le traigo unos costales que huelen un poco raro. — —No sé a dónde fue, me dijo que separara las flores, pero ya se tardó en volver— respondió la adolescente, alzándose de hombros. De pronto, una voz interrumpió detrás de ambos. —¿Qué necesitas Shion? — preguntó Albafica. El lemuriano volteó a mirarlo. —Traigo un pedido para ti, lo dejé afuera porque creo que se trata de sacos de abono, y no es muy grato su olor— explicó, revisando las hojas que llevaba con él. —Por favor, ¿Puedes llevarlos a mi templo? — contestó Piscis, retomando su trabajo con los girasoles como si nada. No quería irse de nuevo y dejar sola a la chica, así que se aprovecharía de la gentileza del borrego. Pero tuvo el presentimiento de que su compañero no estaba muy de acuerdo con eso de andar transportando abono. Lo vio rodar los ojos con un poco de fastidio. Sabía que le haría el favor de llevar los costales, pero seguramente, tomaría represalias. Y Aries lo hizo. —Está bien, los llevaré a tu templo— entonces miró a la joven. —Oye Agasha, ¿Ya se disculpó contigo? — —¿Eh? — ella parpadeó extrañada. Albafica entornó la mirada hacia él, ya sabía que Shion no podía dejar de ser un borrego metiche. —Shion… — su tono fue de advertencia. El lemuriano sonrió un poco. Si su amigo no se animaba a tratar de ser menos amargado con los demás, él lo obligaría a intentarlo. Ya se había dado cuenta con anterioridad de que se delataba a sí mismo, reaccionando nervioso cuando se trataba de la joven florista. —Como te decía, Agasha, el otro día que estaba lloviendo, el guardián de Piscis realmente no quiso hablarte de esa manera, ¿Verdad Albafica? — La sonrisita traviesa de Shion hizo que Albafica tuviera el deseo de querer arrojarle una rosa piraña a la cara. Apenas había logrado superar la vergüenza previa de habérsele quedado mirando a Agasha, y ahora resultaba que Aries lo estaba empujando a una nueva situación de incomodidad. —Shion, es hora de que te vayas, el Patriarca está buscándote— hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta. Efectivamente, Sage estaba en la entrada y parecía buscar a alguien. El borrego ya no dijo nada, se alzó de hombros sin dejar su sonrisa pícara, hizo un gesto de despedida con la mano y se marchó. El silencio se volvió incómodo. De inmediato, Agasha retomó su actividad con los tulipanes y evitó mirar al representante de Piscis. Albafica pensó que tal vez ella aún se sentía incómoda por el suceso de la capa y el rechazo de su agradecimiento. Después de todo, él fue el grosero. —Lo siento— dijo de repente. La florista alzó el rostro, prestándole toda su atención. —Lamento haberte hablado de esa manera el otro día, no fue mi intención— continuó disculpándose. —Supongo que ya sabes que yo no puedo estar cerca de los demás… ni permitir que me toquen. — Ella confirmó rápido con un movimiento de cabeza, al mismo tiempo que seguía acomodando las flores. —Yo lo entiendo señor Albafica, no se preocupe— sonrió con suavidad. —Mi padre me explicó su situación, y sé que debo mantener mi distancia. Aquel descuido no volverá a suceder. — Albafica consiguió un vistazo breve de su sonrisa, lo que le generó una emoción en el pecho. Entonces se sintió más aliviado, ella no estaba molesta y comprendía su forma de actuar. No obstante, la frustración de nuevo lo hirió por dentro, recordándole que nunca podría convivir con nadie más allá de estas simples interacciones. Y mucho menos con aquella joven. Ya no dijo nada más, sólo asintió, exhalando con resignación. Continuó elaborando más arreglos junto con ella, y aproximadamente por una hora, se mantuvo dándole indicaciones concisas para que creara sus propios ornamentos, los cuales eran colocados a lo largo de la sala Patriarcal por las doncellas. El caballero dorado debía reconocerlo, la adolescente demostraba mucho talento con sus elegantes combinaciones de flores, en verdad eran encantadoras sus creaciones. Otra razón más para admirarla y no poder quitarla de sus pensamientos. … Un par de horas más tarde. La ceremonia inició exactamente a medio día. Mientras la mayoría de Santos y civiles estaban concentrados en las palabras que el Patriarca exponía frente al altar de Deméter, Albafica se apartaba para estar un rato a solas. Hoy no se sentía muy tolerante para permanecer con los demás, y no consideraba ofensivo el no escuchar el homenaje a la deidad, puesto que él le dedicaba oraciones cada vez que visitaba su jardín de rosas demoníacas. Minutos antes, cuando terminaron toda la actividad de los arreglos florales, él le dio las gracias a la florista por su apoyo y por traer las bellas rosas arcoíris. Asimismo, también le dijo que podía quedarse a la ceremonia, posteriormente fue a reportarse con el Patriarca Sage. Cuando volvió al salón principal, ya no encontró a Agasha, y pensó que tal vez ya se había marchado. No supo por qué, pero le dolió no poder despedirse de ella. Se encaminó a una terraza solitaria. Se sentó en la cornisa de piedra, cruzó las piernas, apoyó su codo en la rodilla y el mentón en la palma de su mano, quedándose mirando a la lejanía del horizonte. Sin querer, su expresión se tornó melancólica. Unos momentos después, escuchó pasos acercándose en su dirección. No esperaba que alguien fuera a asomarse por ahí, así que gruñó fastidiado, pues deseaba estar solo. Pero grande fue su sorpresa al girar levemente el rostro y encontrarse con la linda florista. Su presencia no le molestaba en absoluto. —Señor Albafica— lo llamó, mientras se quitaba un morral que traía en la espalda. —Antes de retirarme, quiero regresarle esto. — La observó extraer con cuidado una tela blanca, pulcramente doblada. Al principio no reconoció qué era, hasta que ella se lo explicó. —Es su capa, me tomé la libertad de lavarla y doblarla con cuidado— ofreció el manto plegado en su dirección, tratando de mantener una distancia prudente. —Muchas gracias por prestármela el otro día, en verdad me protegió de la lluvia hasta que regresé al pueblo— inclinó un poco el rostro en agradecimiento. Albafica de nuevo sintió que el corazón le brincaba y su estómago se contraía. La chica era tan cordial y tierna, que no podía evitar querer decirle que se quedara con el manto, que no era necesario devolverlo. Sin embargo, sabía que no podía hacer eso. Pero al menos, ahora tenía la oportunidad de quedar en mejores términos con ella. De un salto, descendió del barandal y se acercó, manteniéndose impasible. Esta vez, no rechazaría su gesto amable. —No tienes nada que agradecer— dijo, mientras tomaba la tela. Siempre manteniendo cierta distancia. O al menos intentándolo… y fracasando. Algo lo traicionó desde el subconsciente, y sin darse tiempo de razonarlo, dos de sus dedos rozaron tenuemente el dorso de la mano de Agasha. Fue tan efímero, que tal vez ella no se dio cuenta. Pero para Albafica, la sensación dérmica le provocó una descarga eléctrica a lo largo de la espalda, quedándose paralizado por completo. La florista alejó sus manos despacio e hizo una linda sonrisa, totalmente ajena a lo que había provocado. No se percató de nada raro, excepto que Piscis la miraba con intensidad de nuevo. —Me retiro ahora— hizo otra reverencia. —Hasta luego señor Albafica— dio media vuelta, alejándose con paso firme. El representante del pez dorado sintió que el estómago le dolía y el corazón se le detenía. Aquel simple roce con la piel de la chica le provocó algo increíble. Nunca antes había sentido nada semejante a eso. Su textura era tan suave y cálida, que le estaba costando bastante trabajo asimilarlo. Tuvo que retroceder y apoyarse contra la baranda de piedra, pues sentía que le faltaba el aire. Levantó su mano, mirando fijamente las yemas de sus dedos. Aún podía notar las cosquillas cutáneas en la superficie. Cerró los ojos y exhaló despacio, intentando calmarse. Observó el manto doblado en su otra mano. Lo acercó a su rostro y una nueva descarga eléctrica descendió por su nuca cuando olfateó el aroma que desprendía. La tela tenía la misma fragancia de jazmines que el cabello de Agasha. Inhaló profundo, permitiendo que las sensaciones lo inquietaran más allá de lo que estaba dispuesto a permitir. Un instante después, alejó la tela y bajó el rostro con evidente pesar. Apretó los puños y dientes, sumamente frustrado. Parecía que el destino se esforzaba en darle pequeñas probadas de la miel que nunca podría degustar a su antojo. En silencio, se marchó a su templo, encerrándose en su soledad una vez más.*:*:*:*:*
Albafica soltó una larga exhalación, mientras sentía que el corazón le brincaba en el pecho. Ahora recordaba muy bien aquel toque, esa sensación que la florista le había provocado. El guardián de Aries tenía razón, él ya había estado demasiado cerca de Agasha, y no le había hecho ningún daño. Pero en aquel entonces, la frustración no le permitió discernir esa pequeña, pero importante, experiencia. Sin embargo, dicha memoria le recalcaba que, jamás podría ignorar por completo el anhelo del contacto humano. Por el contrario, éste crecía cada vez más, despacio, silencioso, e inevitable. Shion carraspeó, sacándolo de sus cavilaciones. —Por la expresión de tu rostro, deduzco que ya lo recordaste. — Piscis asintió despacio antes de responder. —Así que estabas espiándome en aquella ocasión— liberó otra exhalación pausada. Ya sabía que el borrego era un metiche, y seguramente le había dicho a la joven dónde encontrarlo esa vez. —Me imagino que pudiste notar mi frustración… yo jamás había percibido algo así… y ese sutil toque con su piel… — desvió el rostro. Por un instante se sintió culpable al recordar la tremenda reacción que aquel roce significó. Los representantes del pez dorado tenían prohibido siquiera pensar en algo así. Lamentablemente, eso no los exentaba de ser humanos y sentir como todos los demás. Después de todo, la piel es el órgano más extenso del cuerpo, y su sistema nervioso, es uno de los más sensitivos del reino animal. En pocas palabras, era imposible ignorar todos los estímulos que constantemente se recibían del entorno. Y eso lo tenía muy en claro Shion, así que haría todo lo posible para ayudar a su amigo a erradicar el miedo que tenía de acercarse a otros. —Comprendo tu sentir, pero también debes ver más allá— respondió el Patriarca. —Si hubiera sido tan peligrosa tu cercanía con Agasha, entonces desde el principio no le hubieras dado tu capa, no hubieras convivido con ella para elaborar los ornamentos y, definitivamente, no hubieras rozado su mano. — Albafica regresó a mirarlo, enfocando su atención en dichas palabras. El lemuriano tenía razón, realmente lo peligroso era su sangre envenenada. Pero, si ésta permanecía dentro de su cuerpo, no tenía motivo para asustarse de tocar a otros, aunque fuera sólo con la palma de su mano. El recuerdo de la cierva y su cría todavía le desgarraba el corazón. Pero, después de esa experiencia, y debido a los siguientes años de duro entrenamiento, había logrado un soberbio control sobre sus técnicas con las rosas demoníacas. Y esto también aplicaba para la peligrosa esencia que éstas liberaban. Si él no las usaba, el peligro se reducía considerablemente. Entonces, sólo quedaba intentarlo. Y únicamente debía vencer aquel amargo temor que lo acompañaba desde la muerte de Lugonis. —Está bien Shion— confirmó Piscis. —Lo intentaré, pero no garantizo nada. — El Patriarca sonrió y asintió, contento de ver que su amigo estaba poniendo de su parte. Y es que era necesario, de lo contrario, la diosa Deméter podría molestarse. Ella supervisaba dicha misión, y no era broma que el doceavo Santo debía acoplarse pronto a lo que deseaba la deidad. Después de todo, una fecha importante se aproximaba, y cuando se trataba de rituales divinos, todo debía estar preparado perfectamente. —Vamos a comer, por hoy ha sido suficiente— se puso de pie, ofreciéndole la mano. Albafica la miró por un segundo y después la tomó con firmeza, aceptando su ayuda sin mostrar signos de renuencia al cordial gesto. Ambos Santos salieron del templo y subieron las escaleras hacia el edificio Patriarcal.***
Continuará… Muchas gracias por leer y seguir el fanfic. No tardaré con el siguiente capítulo, aún está en revisión y corrección.