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La Frialdad de mi Madre
Mi madre me trajo a la vida después de que mi padre me engendrara, ella me cargó en su vientre por un tiempo. Seguramente pasó por varios contratiempos, cambios físicos, molestias emocionales y tristezas externas. Quiero pensar que, después de que nací, todo eso se convirtió en alegrías y sonrisas para ella. No lo puedo recordar, pero algo de cierto habrá en ello, porque la mayoría de las madres siempre aman a sus hijos y lo expresan poco o mucho, pero lo hacen. Mis primeros años de vida son recuerdos lejanos que poco a poco se los lleva el tiempo. Vagas imágenes de mis primeros pasos, un bosque, un arroyo y su cálido abrazo. Mi padre está en ese recuerdo, lo sé. Una escena familiar que quiero conservar en mi memoria a pesar de todo. Probablemente, el único recuerdo de esa lejana época. Tengo que ser sincero conmigo mismo, los años de mi infancia fueron felices, mis padres casi siempre ocultaron sus problemas en las sombras de mí alrededor. Posiblemente, lo que más recuerdo, es el carácter de mi madre ante esas tristes situaciones. Pocas veces la he visto llorar, las mismas que puedo contar con una mano. Es más factible numerar las veces que su estoica personalidad se enfrentó a todo y a todos, por mí y por ella. Pero todo es relativo cuando se es niño, las cosas no se razonan de la misma forma después de que pasa el tiempo. Sin embargo, ahora que percibo el pasar de los años, que el conocimiento y la verdad me abren los ojos, ahora es cuando comprendo demasiadas cosas que me duelen, demasiados secretos que antes no hubiera podido soportar. Mi madre jamás me platicó de la forma en que ella y mi padre unieron sus vidas, jamás pude preguntarle acerca de ello, porque su gélida mirada siempre me silenciaba. Sé que no lo hacía con intensión de lastimar mis emociones, pero, de alguna manera, su expresión provocaba un extraño dolor en mí. Ahora comprendo la razón de su actuar, ya que, con el paso de los años, ella reveló algunos secretos que mostraron la verdad. Antes de InuTaisho, mi madre amó a otro hombre, un mejor partido para sus sentimientos y su amor. Pero el destino fue cruel y la muerte se lo arrebató. Probablemente él se hubiera convertido en mi padre, seguramente mi vida habría sido otra. El dolor de perder a quien amas te vuelve vulnerable y frágil, puede dejarte a merced de sentimientos erróneos, puede confundirte al tomar una decisión que cambiará tu vida permanentemente. Eso le pasó a mi madre cuando conoció a mi padre. Llevaba poco tiempo de luto, su corazón aún era sensible y a mi padre le fue fácil tenderle la mano, mover sus sentimientos y finalmente, unirse a ella en matrimonio. Sé que mi madre poco a poco aprendió a quererlo, sé que mi padre también la quiso a ella y lo demostró hasta donde su capacidad emocional se lo permitió. El vínculo entre ambos debió desarrollarse de alguna extraña manera, que incluso, al día de hoy, no logro entender por completo. Sin embargo, mi padre guardaba muchos secretos, nunca fue sincero del todo, su corazón estaba lleno de claros y oscuros. Sé que mi madre se dio cuenta de ello muy tarde. Y a pesar de todo, la vida continuó, a pesar de todo, el matrimonio perduró, con sus altas y bajas, con sus alegrías y tristezas. Pero, al final, terminó con crueles desilusiones. Los engaños de mi padre estuvieron presentes desde que yo era un niño, mi madre se enteraba y perdonaba. Él lo volvía a hacer y ella sólo callaba, porque, ante todo y todos, ella era la Señora del Oeste y ese lugar jamás se lo podrían arrebatar. Precisamente, el actuar de mi padre, el revelar su verdadera naturaleza, fue lo que transformó a mi madre, fue lo que la hizo dejar la ingenuidad y colocarse la máscara de frialdad. Ahora comprendo el porqué de su gélida forma de ser conmigo. Ella casi no demostraba su afecto, no me abrazaba, no me sonreía. Y a pesar de todo, yo percibía el amor que me tenía, podía verlo en todo lo que hacía por mí, en los sacrificios y el dolor que soportó, en sus sentimientos que guardó. Su objetivo era hacerme fuerte, la debilidad no valía para ella. Y constantemente lo repetía: No seas débil, porque te dañarán, no seas débil, porque morirás. Durante muchos años la filosofía materna fue: Si deseas un hijo fuerte, tienes que alentarlo desde pequeño, tienes que ser frío y severo. Y al mismo tiempo, debes saber cuándo abrazarlo y cuando sonreírle, es necesario hacerle entender que, en la vida, no todo es amor y no todo es dolor. Ella siempre usó una frase que definía parte de su personalidad: Educa con mano de hierro, pero asegúrate de que esté cubierta por un guante de seda. Jamás olvidaré esas palabras. Ahora que el tiempo ha pasado, comprendo mejor el carácter de mi madre. Ella no me abrazará y yo no se lo pediré. Pero, cuando lo necesite, ella lo sabrá y nunca se negará. Su hijo siempre seré y su amor siempre tendré, nadie lo verá, nadie se dará cuenta, pero ahí estará.***
Gracias por leer.