Capítulo único
13 de octubre de 2025, 19:37
“Rey Henry V”sonaba ostentoso y lleno de pretensión. El primer príncipe deshonroso nunca pensó que acabaría siendo el rey de Inglaterra. Nunca quiso serlo y ahora se alzaba ante todos con la corona.
Tener una corte que confiara en él y le diera su lealtad era lo primordial. Sin embargo, estaba rodeado de los seguidores de su padre, d ellos que no podía fiarse demasiado.
Podrían traicionarlo en cualquier momento. La sed de poder y riqueza resultaba problemática. Una lealtad difusa, tan diluida como el agua.
Necesitaba a alguien que lo diera todo por él sin pensar. Alguien que lo viera como “Hal” y no como “Henry V”. Alguien con una lealtad ciega. Y es entonces que pensó en Sir Laurence.
Fue su amigo, prácticamente crecieron juntos. Y cuando Hal desertó yéndose a su exilio elegido, Laurence lo siguió. El único motivo por el que ese caballero no estaba ahora a su lado era que la coronación fue demasiado imprevista.
Hal lo decidió en ese momento: iría por Sir Laurence. También por Sir John. Los necesitaba a ambos de su lado.
Aunque había un cosquilleo en su tripa cuando pensaba en Sir Laurence que no le pasaba con Sir John ni con nadie.
Algo que decidía ignorar porque averiguar qué era le producía pavor.
…
Entre lo mundano y caótico de la ciudad a las afueras de Inglaterra, Rowen Laurence vivía atrapado entre alcohol y una vida excéntrica.
Era reconocido entre los teatros de la zona por subvencionar obras que acababan siendo éxitos. También lo reconocían en las tabernas locales por ser un cliente ruidoso y alegre.
No era de extrañar que en ese momento estuviera en la taberna de siempre con Sir John.
Ambos compartían un momento de paz. Bueno, toda la paz que puede dar un lugar infestado de borrachos cuando ni siquiera es mediodía.
E incluso así, en la más mediocre y nefasta circunstancia, para Rowen esto era vida. Tan cruda y real, simplemente vida.
Pero todos sus pensamientos fueron cortados cuando los guardias reales entraron en la taberna.
Los observó con algo de curiosidad brillando en sus ojos gris verdosos. Y su expresión se tornó en sorpresa genuina al ver entrar a Hal, su mejor amigo, o creía que aún lo era.
Hal entró con paso firme, con la seguridad que solo otorga saber que tienes todo el poder. Y Rowen Laurence supo que todo había cambiado en su amigo. Tal vez no lo esencial, pero sí el peso que ahora tendrían sus acciones.
Rowen dejó que Hal se sentará a su lado, esperando pacientemente a que este hablara.
Sir John parecía más reticente a escucharlo, no obstante, se quedó también frente a ellos.
— Sir John, Sir Laurence. — Comenzó a hablar Hal. — Necesito vuestra presencia. — Dijo.
Sir John resopló con incredulidad. — ¿Ahora? Creí que se había olvidado de nosotros su majestad. — Dijo con molestia.
Hal pareció no reaccionar, pero Rowen lo conocía lo suficiente para saber que a su amigo le dolía esta situación, que realmente no quiso abandonarlos por semanas, que todo le superó.
— Estoy rodeado de personas hostiles y en las que no puedo confiar del todo, necesito a personas de mi confianza. — Dijo Hal mientras se levantaba listo para irse otra vez.
Rowen se levantó a la vez. No supo por qué, quizá por simple inercia, por haber estado al lado de Hal toda su vida no podía dejarlo así.
Hal comenzó a andar dándoles la espalda, acercándose a la puerta.
— Yo iré. — Dijo Rowen con firmeza en su voz.
Hal frenó sus pasos y lo miró de reojo, casi como si no creyera que era posible. Sir Laurence no le decepcionaría y lo supo siempre.
Entonces Sir John tomó una decisión. — Yo iré también, solo si saldas mi deuda con la bruja. — Dijo refiriéndose a la dueña de la taberna.
Hal sonrió, una de esas sonrisas que solo les mostraba a ellos. Aceptó su condición.
Hal pagó la deuda generosamente con algunas monedas de oro. Rowen tras él sonrió con coquetería.
— Sabía que eras un buen hombre, mi rey. — Se burló Rowen en tono amistoso.
Hal sonrió de vuelta y pasó sus dedos entre una hebra rubia del cabello de Sir Laurence.
Sir John puso los ojos en blanco, acostumbrado a la dinámica de esos dos.
Hal se sentía completo cerca de Rowen. No solo eso, se sentía comprendido, acompañado. Le causaba una sensación de calor reconfortante.
Si fuera otra época, otro lugar, probablemente se daría la oportunidad de profundizar en esa sensación.
Pero no lo era y eso lo volvía todo más agridulce en su boca.
…
El ambiente en palacio era asfixiante.
Se sentía la presión. Rowen podía notar esas miradas que evaluaban cada paso de Hal. Podía sentir la suspicacia, la tensión, las alianzas formándose en las sombras, la manipulación, la traición cocinándose lento.
Pero no podía decir nada mientras solo fueran sus sospechas y nada más. Así que guardó silencio y observó, lo analizó todo de forma exhaustiva.
— Creen que el rey de Francia se burla de mí y mi reinado. Creen que es una ofensa a Inglaterra y que debería atacar. — Dijo Hal con pesar.
Estaban solo ellos dos y los guardias en la sala del trono.
— ¿Y tú qué crees? — Preguntó Rowen.
Hal lo miró con esos ojos azules que hablaban más que palabras y pasó una mano por su cara con frustración.
— Creo que no necesitamos más guerras. Creo que quiero unificar el reino, no darle más conflictos. — Dijo.
Rowen asintió. — Entonces ya lo sabes. — Dijo estando de acuerdo con la idea de Hal.
— Pero no es tan simple. El consejo presiona, el arzobispo presiona. — Dijo Hal con un tono más bajo.
— Pero el rey eres tú, Hal. La última palabra es la tuya. — Recordó Rowen.
Pero ambos sabían que no era tan fácil. Que si Hal hiciera lo que quisiera sin tomar en cuenta al consejo solo sería avivar las llamas de la rebelión.
…
Lo intentó. Rowen realmente intentó que Hal no se dejara llevar por las ambiciones de otros.
Estaba seguro de que los acontecimientos por venir eran un error.
Se decidió ir a la guerra contra Francia. Sir Laurence no estaba de acuerdo, pero lucharía al lado de Hal si era lo que tocaba.
Sin embargo, Rowen Laurence se dio de bruces contra una pared de hierro o así se sintió saber que ni él ni sus hombres irían a la guerra.
Confrontó a Hal, porque cómo no hacerlo. Él dijo que lo necesitaba a su lado, esperaba luchar de su lado, y ahora era excluido.
— Te estoy protegiendo. — Fueron las palabras del rey.
— ¿Tan débil me crees? — Dijo Rowen con rabia contenida.
Hal lo miró casi como si lo mirara por primera vez. Sus ojos desbordaban intensidad. — Te necesito con vida, no voy a enviarte a la guerra. — Sentenció.
Rowen bufó. — ¿Y por qué Sir John sí puede ir? ¿A él no le necesitas con vida? — Escupió con veneno.
— No es eso. A ti te necesito de una manera que no entenderías. — Dijo en un murmullo.
El silencio reinó en los aposentos de Hal. Rowen trató en entender a qué se refería, pero no quería creer que era lo que estaba pensando.
— Entonces no vayas. No me hagas esto. — Susurró casi suplicante.
Hal se atrevió a tomar las manos de Sir Laurence, de su querido Rowen, entre las suyas.
— Tengo que liderar la guerra. No puedo quedarme. Pero te prometo que regresaré con vida. — Dijo.
Rowen soltó una risa seca sin gracia. — No puedes prometer eso. No cuando te vas a una guerra que no será amable contigo. Nunca lo son. — Siguió susurrando con la mirada llena de miedo y el corazón con sentimientos contradictorios.
Hal lo abrazó. Lo envolvió en sus brazos fuertes con la esperanza de tranquilizarlo. No sabía por qué le dolía ver a Rowen sufrir por él, pero lo hacía y era irreversible.
No quería entender por qué necesitaba a Sir Laurence más que a su propia vida. Le daba miedo la respuesta.
De sobra era sabido que lo que sentía estaba mal, o eso pensaba. Cada vez que se acercaba de más a Rowen se cuestionaba si era solo su amigo.
Su compañero. Su confidente. Su amor.
Trató de borrar ese pensamiento de su mente. No podía permitirse ese tipo de sentimientos. Sin embargo, siempre que se veía reflejado en los ojos verdes casi grises de Rowen sus sentimientos se volvían un caos y su sangre hervía con la necesidad de estar más cerca.
Cuando se separaron del abrazo algo había cambiado. No físicamente, era latente al alma, al corazón.
Rowen respiró profundo tratando de calmar su miedo y la imperiosa necesidad de sucumbir a sus deseos más febriles y besar a Hal, hacer prometer al rey, su rey, que regresaría por él.
Que lo haría suyo, que lo haría real, aunque fuera un secreto.
…
Un mes pasó entre espera y melancolía. Rowen no podía respirar con normalidad, tal vez lo hacía, pero se sentía como llenar sus pulmones de veneno.
Estaba siempre atento a las noticias nuevas sobre la guerra.
Fue esa tarde mientras la lluvia caía sin cesar que el mensajero llegó anunciando el regreso del rey.
Cuando llegaron los hombres de Hal, el propio Hal y la princesa de Francia con sus damas, Rowen sintió el mundo romperse en dos.
No necesitó que le dijeran nada. Él entendió todo al instante. Y salió del salón sin permiso, sin requerirlo.
Solo salió a prisa.
Hal lo siguió con la mirada. El rey sintió un nudo en el estómago, el corazón atravesado en la garganta. Sus piernas se movieron contra su voluntad siguiendo a Rowen.
Mientras Rowen ya estaba en sus aposentos. Tenía el corazón en un puño y un montón de sensaciones que no debería tener.
Sus ojos se sentían húmedos amenazando con desbordarse en lágrimas que se negaba a dejar caer.
Mierda. ¿Por qué tenía que sentirse así?
Era obvio que eventualmente Hal se casaría. Y que sería con una mujer. Era de esperarse. Entonces… ¿Por qué le molestaba tanto la idea que debería ser lo habitual?
Se odiaba.
El sonido de la puerta siendo golpeada cesó cualquier vía de pensamiento de Rowen.
— Abre la puerta, Sir Laurence. — Pidió Hal.
— No. No puedo atenderte ahora Henry. — Dijo con la voz quebrada en contra de su voluntad.
Hal sintió como un balde de agua helada su nombre “Henry”. Rowen jamás lo llamaba por su nombre, solía decir que era como marcar una distancia que no quería.
Y ahora… ¿Qué tanto había cambiado?
— Rowen, abre la puerta. Te lo ordena tu Rey. — Dijo con desesperación Hal.
Pero Rowen no obedeció. En cambio, se apoyó en la madera y se dejó caer lentamente al suelo.
El primer sollozo fue doloroso. El siguiente salió sin permiso. El resto no los pudo contener.
A Hal se le rompió aún más el corazón al escucharlo. Apoyó sus manos en la puerta tratando de mostrarle apoyo, aunque no pudiera sentirlo ni verlo.
Ambos sabían que algo había acabado ese día. Algo que nunca había llegado a comenzar.
Y eso era lo que más dolía.
Que ni siquiera tuvieron la oportunidad.