Gracias por cerrar la ventana.

El viento frío se colaba por las rendijas de las puertas y silbaba, recorriendo las habitaciones. Fuera de la ventana se extendía un desierto helado, espolvoreado con ventisqueros recién formados. Menos mal que dentro de las paredes del apartamento, iluminado por la tenue luz de la chimenea, estaba seco y cálido. La Verde se acercó más al hogar. A pesar de que la habitación estaba bastante cálida, ella no dejaba de tiritar de frío. Para el clima de ese lugar, tenía una costumbre sorprendentemente molesta: vestirse inadecuadamente para el clima. Las llamas cálidas acariciaron sus rodillas. —¡Aléjate! —le gritó la Marrón, que estaba junto a la ventana— ¡Te vas a derretir, tonta! No había ni una pizca de enojo en sus palabras, más bien era preocupación por su amiga. A la Marrón le gustaba el frío. Estaba de pie junto a la ventana fumando por la rendija. La ceniza caía al suelo. —¡Y si no dejaras la ventana tan abierta, quizás dejaría de congelarme! Al parecer, haciéndole caso, la bombona arrojó la colilla por la ventana y la cerró. Niña mala —contamina la naturaleza, Papá Noel no vendrá a verte. —¿Contenta? ¡Y ahora apártate de la chimenea! Eres de chocolate, ¡te derretirás! Los ojos de la Verde brillaron con agradecimiento.