Capítulo 1: Encuentros inesperados.
8 de noviembre de 2025, 6:57
Tokio, año 2022.
Las luces de neón parpadeaban en el cielo nublado como luciérnagas artificiales.
Tokio no se parecía en nada a la ciudad en la que creció. Más alta, más ruidosa, más
controlada. Y aun así, seguía oliendo a peligro y gasolina.
Chifuyu Matsuno aparcó la moto en el sótano de su edificio y se quitó el casco de un
tirón. Se le pegaban los mechones al cuello de la camisa. Llevaba horas encerrado
en una sala de reuniones, y aún quedaba papeleo por resolver. Le pitaban los oídos,
le dolía la espalda, y lo único que quería era un cigarro y escuchar el silencio.
Subió a la oficina —planta 31, vistas al distrito de Shibuya— y saludó con un leve
gesto a Akane, su asistente. Ella le respondió con la misma frialdad profesional de
siempre. Menos mal, no le apetecía nada entablar una absurda conversación.
Cuando se dejó caer en la silla, el móvil vibró.
—¿ Y ahora quién cojones…? —dijo, sin mirar la pantalla.
—Tienes visita —anunció Akane por el interfono—
. Dice que es “familia".
El corazón le dio un vuelco. No podía ser.No ahora.
—¿Nombre?
—No ha dado. Pero está subiendo. Ya.
Se levantó de golpe. Caminó hasta la puerta del despacho justo cuando el ascensor se abría.
Y entonces lo vio.
Keisuke Baji. De cuerpo entero. De carne, hueso y cicatriz en la ceja. Treinta y dos años. Mismo pelo largo recogido en una coleta floja. Misma mirada de loco a medio domesticar. La chaqueta de cuero reventadisima. Botas pesadas. Y esa maldita
sonrisa torcida que no había cambiado ni un poquito en todos estos años.
—Joder... —murmuró Chifuyu— ¿Eres tú de verdad o me estoy volviendo gilipollas?
—¿Qué pasa, Chifuyu? —preguntó Baji, como si se hubieran visto ayer— ¿No me echabas de menos?
La sala de reuniones estaba vacía. Las paredes eran de cristal oscuro, el suelo de hormigón pulido. No había fotos. Ni adornos. Solo una mesa larga, dos sillas y un silencio espeso.
Chifuyu cerró la puerta con llave.
—Llevas más de diez años sin dar señales de vida. Pensaba que estarías muerto.
—A punto he estado unas cuantas veces —contestó Baji, encogiéndose de hombros.
—¿Y ahora qué? ¿A qué vienes?
—Necesito ayuda.
—¿Y se te ocurre venir precisamente a mí?
—Eres el único con dos dedos de frente al que todavía le caigo medio bien.
Chifuyu rió sin humor.
—¿Qué has hecho?
—Nada. Aún.
—¿Quién te persigue?
—Gente con dinero, armas y mala leche.
Chifuyu lo observó. Baji estaba más fuerte, sí, pero también más cansado. Tenía algo en los ojos que no recordaba. Algo jodido. Como si hubiera visto cosas que nadie debería haber visto.
—Entonces te quedas aquí conmigo —dijo al fin— Hasta que averigüe qué coño está pasando.
—¿En tu piso?
—Sí. ¿Pasa algo?
—Nada. Aunque igual ronco.
—Pues te meto un codazo, como en los viejos tiempos.
Baji sonrió.
—Ah, la nostalgia.
El piso de Chifuyu estaba dos plantas más arriba. Sobrio, elegante, todo en tonos oscuros y madera. Nada que ver con esa oficina. Había café en la cocina, un par de camisas tiradas sobre el sofá y una pistola desmontada sobre la encimera.
—¿Tienes hambre? —preguntó Chifuyu, abriendo la nevera.
—No, pero si tienes cerveza...
—Mira en la puerta. Pero ten cuidado y no me desordenes lo demás.
Cuando se sentaron en el sofá, el silencio volvió. Más incómodo esta vez. Chifuyu no sabía qué le jodía más: que Baji hubiese desaparecido sin decir nada, o que volviese como si nada.
—¿Dónde coño has estado todo este tiempo?
—Por ahí.
—¿Eso es todo?
—Sí.
Chifuyu apretó los dientes.
—Me enteré de que habías estado en Yakarta. Luego en Bangkok. Incluso se rumoreó que te habías unido a un grupo de mercenarios.
—La gente habla mucho —contestó Baji, dándole un trago largo a la cerveza.
—Yo no hablo. Pregunto.
—Y yo no contesto.
Se miraron. No como viejos amigos. No como antiguos compañeros. Si no como dos
tíos que comparten un pasado que arde más fuerte cada vez que lo tocan.
—Te he preparado la habitación del fondo —dijo
—¿Con cama doble?
—No te flipes, Baji.
—Qué poquito me quieres…
Esa noche, Chifuyu se metió en la cama y apagó la luz. Le dolía la cabeza. Había sido un día largo y raro. Demasiado raro.
No habían hablado de lo importante. No aún. Ni de por qué se marchó. Ni de por qué nunca le escribió. Ni de qué coño pasaba entre ellos.
Tampoco de esa vez. Esa noche que nunca nombraron. La que lo cambió todo.
Un leve crujido lo sacó del intento de dormir. Se giró. Baji estaba en la puerta de su cuarto, en calzoncillos, descalzo.
—¿Qué haces?
—Hace un frío de la hostia —dijo Baji, apoyado en el marco.
—Pues vístete, si estás en bolas es normal que tengas frío.
—Prefiero meterme contigo en la cama.
— Que cara más dura que tienes…
—¿Vas a dejarme entrar o no?
Chifuyu suspiró, se giró y lo miró. Estaba medio en sombras, con el pelo suelto, marcando los abdominales y con esa mirada suya que decía "voy a liarla, y lo sabes".
—Solo dormir , no des por saco, ¿vale?
—Que siiii, solo dormir —repitió él, entrando.
La cama crujió bajo su peso. No se tocaron. Al menos, no al principio. Pero la respiración de Baji era cálida, y el colchón no era tan grande. Cuando una pierna de Baji rozó la suya, Chifuyu no dijo nada.
—¿Te acuerdas de cuando dormíamos así porque no teníamos otra opción? —susurró Baji.
—Sí. También me acuerdo de que entonces sabíamos comportarnos.
Silencio.
Hasta que la mano de Baji se apoyó en su cintura. Firme. Tranquila. Pero con intención.
Chifuyu se quedó quieto. Notaba el pulso en las sienes.
—Buenas noches, Chifuyu.— le dijo mofándose de él.
—Que te den —susurró.
Pero no se apartó de Baji.
Poco antes del amanecer , Baji se levantó de la cama sin hacer ruido. Se estiró en silencio y caminó hacia el pasillo. Antes de cruzar la puerta del cuarto de invitados, que Chifuyu le había preparado y él había decidido no usar esa noche. Se giró para mirar por última vez el dormitorio en penumbra.
No dijo nada.
Solo se metió en su habitación, cerró despacio, y se dejó caer sobre el colchón.
A veces, dormir a medio metro de alguien dolía más que estar a kilómetros.