Capítulo 1
23 de noviembre de 2025, 11:10
No le gustaban las tormentas de noche. Bueno, podía que le gustasen un sábado, con una manta y un chocolate caliente, o simplemente para dormir a gusto. Pero las tormentas durante el turno de noche en el museo eran insufribles.
Los rayos solían quemar los fusibles y Andy tenía que lidiar con apagones en los peores momentos, mientras se aseguraba de que ningún intruso se colara a robar nada.
Esa era una de esas noches.
Andy sujetaba la linterna entre el cuello y el hombro mientras intentaba averiguar cómo demonios restablecer la corriente. Ya era la tercera vez que se electrocutaba con un cable pelado cuando un trueno retumbó tan cerca que dio un respingo. La linterna casi se le cae de las manos y estuvo a punto de quedarse completamente a oscuras.
Odiaba las noches de tormenta en el museo.
Resopló y siguió con la tarea. Le tomaría un rato, pero si hacía las cosas como Hatty le había enseñado, tal vez no tardaría en devolverle la vida al tablero eléctrico. Claro que con su pequeña caja de herramientas era más complicado que con su mochila habitual.
Fue entonces cuando Jenny apareció en la esquina más oscura del pasillo. La luz de la linterna proyectó su sombra de forma gigantesca y amenazante en la pared. Andy tardó un segundo en reconocerla y, para su vergüenza, su grito se sobrepuso al estruendo de la tormenta.
Jenny se cubrió la boca intentando contener la risa.
—Sí, ríete —masculló Andy, aunque no pudo evitar sonreír un poco—. Para tu información, ese fue un perfecto y masculino grito de sorpresa.
Jenny se soltó a reir abiertamente mientras se acercaba a él.
—Lo siento, Andy, de verdad —le sonrió a modo de disculpa—. Venía a decirte que el apagón es en todo el museo. Ya le envié un texto a la señora Pickles, ella enviará personal mañana por la mañana para que investiguen.
Andy soltó un suspiro.
—Bueno, eso ya me deja más tranquilo —dejó los cables en su lugar y tomó la linterna con la mano, moviendo el cuello para destensar los músculos—. ¿Revisaste las máquinas de arriba?
—Si, los calentadores están bien. Apagados, pero bien.
—Menos mal. Disculpa por esto, Jenny, me está costando mucho arreglar estas conexiones.
—¡Oh no! ¡Qué tragedia! —ella se llevó las manos a la cara, exagerando teatralmente— Atrapada en un museo lleno de dinosaurios con Andy! Qué horror...
—No es gracioso... —él sonrió de lado— Puede tardar horas en reiniciarse. Podrías irte a casa si no fuera por mí poca pericia con la electricidad.
—No importa, Andy —le restó importancia ella—. Sabes que siempre busco ayudarte. Además, el museo nunca estuvo más tranquilo, es muy agradable y diferente.
—Bueno, si lo quieres ver así —Andy frunció el ceño al verla con expresión rara—. Pero… Jenny. ¿Qué pasa? Después de burlarte de mí, ahora pareces preocupada.
Jenny relajó el rostro, pero su expresión cambió a esa expresión que ponemos cuando somos atrapados en una mentira. Inmediatamente desvió la mirada y luego pareció empequeñecer por la culpa.
—Lo siento mucho, Andy... yo...—tragó en seco— pasé junto al reloj cunado aún no tenía linterna y lo volqué... me iba guiando con los flashazos de los relámpagos.
Andy se puso pálido y buscó con la mano la pared para apoyarse. Repentinamente sintió como si el suelo se moviera o las piernas le fallaron. Ese reloj era el aparato más antiguo de todo el museo, Andy pensaba que incluso era tan antiguo como los huesos fosilizados en los muestrarios.
—¿Viste como quedó? —murmuró, pero con el ruido de la tormenta, tuvo que repetirlo de nuevo.
Jenny se encogió de hombros con un gesto culpable.
—No me detuve a ello... —se disculpó ella, bajando la mirada— Pero escuché cristales rotos. Y creo que algún engrane se atoró o se soltó.
Andy se llevó una mano al rostro, cubriéndose los ojos para después suspirar.
—Bueno. No importa —dijo al fin, en voz algo ronca—, ven, subamos a verlo.
Jenny lo siguió por los pasillos, iluminados solo por el estrecho haz de la linterna. El sonido de la tormenta se filtraba por las ventanas altas, retumbando entre las vitrinas y las paredes. Por las ventanas se veía como las gotas rebotaban contra el cristal, con insistencia y constancia.
Se dirigieron hacia esa sala escondida donde el reloj del tiempo estaba guardado. Andy no recordaba bien la primera vez que lo había visto, pero sí sabía que no había sido allí, en el museo.
Lo había visto muchas veces, pero en casa de Hatty, cuando trabajaban en el zoológico. Hatty lo tenía algo abandonado en su casa, donde Andy lo veía cada que pasaban del recibidor a la cocina, apoyado en una pared de ese pasillo. Él masticaba el sándwich que ella le ofrecía mientras miraba de reojo el reloj con ojos de curiosidad.
Fue uno de los días más felices de su vida cuando Hatty decidió donarlo al museo. Significó que por fin podía acercarse a verlo de cerca sin preocuparse por ser demasiado curioso.
—Realmente lo siento, Andy... —le llegaron las palabras de Jenny, sacándolo de sus recuerdos— no pensé que debía conseguir nuevas baterías para mi linterna, no lo creí una prioridad. Cuando se apagaron las luces, supe que debí hacerte caso cuando me dijiste que debía comprar unas nuevas.
Andy suspiró, deteniéndose para girarse hacia ella. Su expresión se suavizó un poco.
—Lo sé, Jenny. Y tú sabes que no estoy enojado contigo. Solo estoy preocupado, sabes lo importante y único que es ese reloj. Aunque quien lo donó no lo supo nunca, este es un reloj muy importante para el museo.
Jenny asintió con culpa, pero luego levantó la mirada con su típica chispa.
—Bueno, si está roto, me ofrezco para ayudarte a arreglarlo. Aunque no prometo no volverlo a volcar en el intento.
Andy le sonrió, pero estaba nervioso, más nervioso de lo que admitiría. Sabía que la señora Pickles había sido muy buena con él y con Jenny, quizá demasiado buena. No quería darle disgustos de ningún tipo, ni con el reloj ni los calentadores ni mucho menos unos fusibles quemados.
—Hatty adora ese reloj —dijo al fin, casi sin pensar, con una sonrisa pequeña—. Era de su bisabuelo.
—¿En serio? —Los ojos de Jenny se agrandaron tras sus gafas—. Pensé que siempre había estado aquí.
—Tú llegaste al museo cuando yo ya llevaba tres años trabajando. —Andy bajó la linterna un poco mientras hablaba, su voz más suave—. Hatty y yo estábamos juntos en el zoológico antes de esto. Su padre no la dejaba tocar el reloj porque era muy antiguo. Cuando un experto le dijo lo viejo que era, ella decidió donarlo sin pensarlo demasiado.
Andy sonrió más abiertamente al recordarlo, y por un momento su nerviosismo pareció disiparse. Jenny lo observó en silencio, con una sonrisa suave también, como si no quisiera interrumpirlo.
Llegaron al pasillo donde debía estar el reloj, que estaba tumbado boca arriba a un lado del sitio en la pared donde debía estar apoyado. Andy, sin dejar de iluminar el reloj, puso las manos en las caderas antes de resoplar.
—Cuando haces algo, Jenny, lo haces siempre en grande.
—Lo siento... —murmuró ella.
—Olvídalo, vamos, ayúdame a levantarlo.
El reloj parecía fragil, pero realmente tenía muchos componentes de piedra, oro y demás metales. Andy lo había estudiado antes y se había dado cuenta de que seguro ya antes se había roto, porque todo el exterior era de madera, pero los engranes y demás cosas dentro eran mil veces más antiguas pero funcionales.
Eso lo hacía acercarse con reverencia a la máquina del tiempo. Era especial y peligrosa, no se debería tomar a la ligera. Jenny se acercó rápido, pero dudó antes de agarrarlo por la misma reverencia que ella sentía.
—¿Dónde lo tomo para no romperlo más?
Andy bajó la linterna un poco y le apuntó a un costado del reloj.
—Sujeta ahí, debajo de la esfera. No, no tan arriba. Así.
Sus manos se rozaron al ajustar el agarre. Apenas un toque superficial y muy leve, pero fue suficiente para que él sintiese qué tan suave era la piel de la joven. Jenny tragó saliva y él apartó la mano como si se hubiera quemado.
—Perdón —murmuró él enseguida, las orejas se le pusieron repentinamente rojas.
—Tranquilo —le sonrió Jenny, suavizando la tensión—. Fue mi error... está muy pesado.
Andy evitó su mirada mientras contaba:
—Es que adentro debe traer varios kilos en piedra —inició una respiración rápida para poder preparase para poder levantarlo—. A la cuenta de tres. Uno… dos… ¡tres!
Levantaron juntos el reloj. La carcasa de madera crujió y el sonido típico del reloj cucú sonó en todo el pasillo. Andy se sintió aterrorizado ante esto, solo le faltaba que en medio del apagón al reloj se les ocurra regresarlos al pasado y ya no dejarlos regresar. Pero para su suerte, este ya no hizo más sonidos.
Era más pesado de lo que parecía y acabaron tambaleándose hacia un lado. Jenny terminó medio tropezando contra Andy.
—¡Ah! Cuidado… —Andy la sostuvo torpemente por la cintura con un brazo mientras con el otro sujetaba el reloj y la linterna como podía.
Jenny quedó pegada a él un segundo. La tormenta iluminó sus rostros con un relámpago breve, reflejándose en los lentes de ella. Jenny se rió bajito, con la respiración agitada.
—Sabía que terminaría en tus brazos esta noche.
Andy parpadeó, atónito.
—¿Q-qué?
—Nada —respondió con picardía mientras se soltaba—. Sostenlo así, voy a empujar por abajo para ponerlo en pie.
Andy tragó en seco, rojo como un adolescente, pero no dijo nada más. Solo asintió, intentando no sonreír demasiado.
Buscaron la forma hasta que lograron poner el reloj de pie. Chirrió y se quejó al moverse, pero por suerte no hizo nada tan dramático como mandarlos al pasado. Con cuidado, lo encajaron contra la pared. Andy iluminó con la linterna las partes astilladas de la madera, examinando los daños. El suelo también había quedado marcado, con un par de tablas levantadas.
—¿Hatty sabía que el reloj era así de especial? —preguntó Jenny en voz baja.
—No, para nada, nunca la dejaron acercarse siquiera. —dijo él, con nostalgia— Además, ella tomó un cargo administrativo al venir aquí. Solo ve documentos y papeles aburridísimos todos los días, no es nada parecido como a lo que hacemos nosotros.
—Pero le pagan más. —adivinó Jenny.
Andy sonrió de lado asintiendo.
—Nada de expediciones, trabajo de campo o algo parecido... puros documentos.
Él se detuvo cuando una de las placas de madera se quedó en su mano cuando la estaba examinando. Frustrado, resopló con suavidad.
—Creo que ni siquiera sé arreglar esto. Tal vez... debería dejar que alguien más se encargue.
—No digas eso. —le murmuró ella, mordiéndose el labio con suavidad— Eres el mejor con esto...
—Pero no sé nada de esto, Jenny —contestó él—. ¿sabes? ahora que lo menciono, también estoy pensando en pedir el traslado al cargo administrativo. Eso no me será muy difícil.
—Pero, amas los fósiles ¡y los viajes en el tiempo!
—Pero soy viejo, Jenny —siguió diciendo en el mismo tono suave— He trabajado en esto por mucho tiempo... ¿Recuerdas cómo me rompí el brazo la última vez? ya no estoy en forma para expediciones o correr por mi vida en medio del paleozoico, ni para nada. Tú si, pero yo ya no.
Jenny suspiró, con cierta angustia y tristeza al pensar que Andy se jubilara de alguna forma. Ella tenía apenas un año de conocerlo y sabía que la diferencia de edad era casi del doble de años, pero no se imaginaba a Andy haciendo trabajo aburrido de oficina. Sin tierra en las botas y sin linterna en la mano o la mochila al hombro.
—… yo… también estoy pensando en irme. —confesó.
Andy se volteó hacia ella de golpe. Por la impresión, le apuntó al rostro con la linterna.
—¿Qué? ¿Por qué? —bajó la luz enseguida y Jenny parpadeó, deslumbrada—. Te estoy diciendo que tu edad es perfecta para esto. ¡Y a ti te encantan los viajes en el tiempo tanto como a mi! ¿Por qué quieres irte?
—No es seguro aún. —se apresuró a decir ella— Ni siquiera quería decírtelo, Andy... Pero hay una vacante en el otro museo de la misma empresa. Es más grande y actualizado, necesitan personal de sistemas que atiendan al público. Quieren personas de mi edad. Y… pensé que sería bueno para mí.
Hubo silencio entonces, cuando ambos bajaron la vista, pensativos. El dolor de esas ideas era muy real. Ambos habían encajado muy bien cuando los juntaron. Andy nunca había tenido una asistente y Jenny nunca había hecho un trabajo así de serio. Se habían caído bien, se habían sentido cómodos el uno trabajando con el otro.
—Serías genial —dijo Andy—. Sabes todo sobre computadoras, cosa en la que yo me quedé obsoleto.
—Si... —dijo ella, no del todo convencida— En ambos casos, recibiremos mejor paga y más credibilidad... Pero supongo que no nos veríamos más.
—Supongo que no. —aceptó él— Pero es comprensible.
En ese momento, el reloj soltó un chisporroteo raro desde adentro. Usualmente, las agujas se movían hacia atrás con mucha rapidez y los dinosauritos en dibujos giraban y se iluminaban de color azul mientras todo el armatoste temblaba. Y un pterodáctilo cucú saltaba con un resorte hacia afuera, con un chillido agudo.
Las agujas girarob solas, pero hacia adelante. Un brillo rosado los iluminó y de la nada, el pterodáctilo cucú salió despedido hacia afuera, y Jenny lo atrapó cuando se despegó del mecanismo.
—¿Andy? —murmuró ella.
—Quédate detrás mío, Jenny.
Pero ella no alcanzó a hacerlo, el reloj los absorbió a ambos.
Tal como ocurría cuando viajaban al pasado, imágenes empezaron a flotar frente a sus ojos acompañadas siempre de la atípica luz rosada y de impresiones de sensaciones. Olores, sabores y juegos de luces enmarcaron lo que parecían ser una sucesión de imágenes extrañamente actuales. Ambos lo entendieron a la vez: el reloj no los estaba llevando al pasado, sino al futuro, y no cualquier futuro: el futuro de ambos... juntos.
Andy vio primero un destello de ellos mismos en la sala de exposiciones, embarrados de lodo hasta las rodillas, riéndose como locos. Jenny tenía el cabello suelto, enmarañado, y estaba cubriéndose la boca con las manos llenas de lodo mientras Andy sostenía un fósil con aire de triunfo. Probablemente regresaban de un viaje al pasado, de una aventura difícil. Él le tomaba de la mano y la atraía hacia él para abrazarla.
Luego, otra imagen: Andy, con gafas en la punta de la nariz, señalando huesos en una mesa mientras Jenny tomaba notas con un lápiz detrás de la oreja, mirándolo con un cariño que dolía de tan evidente. De la nada, ella se acercaba a él y le plantaba un beso en la mejilla. Andy se ponía rojo y nervioso al punto de que las gafas se le resbalaron al suelo. Jenny reía y él terminaba contagiándose con su risa.
El brillo cambió, y aparecieron sentados en el pequeño café del museo, las luces tenues sobre su mesa. Dos expresos humeantes frente a ellos. Andy parecía nervioso, jugando con una flor roja robada de un exhibidor temblando entre sus dedos. Jenny reía, enternecida y ruborizada, aceptando la flor mientras le acomodaba el cuello de la camisa a Andy y le plantaba un beso tras otro en los labios. Una sonrisa tonta y satisfecha aparecía en el rostro de Andy.
En uno de los destellos, Andy la tenía recostada sobre el escritorio de su oficina, las carpetas tiradas al suelo, la blusa de Jenny levantada apenas para dejarle acceso a sus caricias. Ella se reía con un jadeo bajo mientras él le besaba el cuello y la clavícula con hambre. Su asistente le rodeaba las caderas con las piernas mientras las manos firmes de Andy la sujetaban por la cintura para que no escapara, aunque ambos sabían que ella no quería irse a ninguna parte.
Otra ráfaga: discutían acaloradamente frente a un fósil costoso roto de una esquina. Ella le apuntaba con el dedo mientras él gesticulaba. Parecían frustrados, alterados y cansados de discutir. Pero enseguida se callaban, Andy le agarraba la mano y le daba un beso torpe, con los dos sonrojados y tristes. Él parecía disculparse. Ella desviaba la mirada, pero finalmente se volvía a él para abrazarlo con fuerza y ambos se aferraban el uno al otro con fervor, en una reconciliación dulce.
El color rosado se hizo más intenso. Ahora estaban dentro de un armario de escobas, apenas iluminados por una linterna. Andy la sostenía contra la pared mientras la besaba con desesperación y tanta experiencia que se notaba que lo habían hecho antes. Las manos femeninas acariciaban a Andy por su espalda y las de él subían y bajaban por la cintura de Jenny. Sus ropas estaban desordenadas, sus cabellos despeinados y ambos reían entre jadeos, haciendo que el armario entero se sacudiera mientras se movían uno contra el otro de forma amorosa y apasionada.
La Jenny real soltó un gemido muy real muy cerca del oído del Andy real, que no podía apartar la vista de las escenas que pasaban frente a sus ojos.
Las escenas siguieron. Andy, con un traje modesto pero limpio, sosteniendo una copa mientras brindaba. Había un pastel sobre la larga mesa y muchas personas aplaudiendo. Jenny junto a él, con un vestido sencillo, luciendo un anillo brillante y ojos húmedos de emoción. Se besaban con dulzura frente a un puñado de colegas del museo felices por ellos.
Otro flash mostraba la silla detrás del escritorio de recepción. Por las luces y la soledad, se sobreentendía que era en los turnos nocturnos. Ella estaba sentada sobre el regazo de Andy, mientras se besaban con entrega y mucha dulzura. Sus respiraciones se mezclaban en gemidos ahogados, y se reían cuando algo en el escritorio caía y hacía un estruendo. Andy murmuraba su nombre contra su oído, su voz ronca y suplicante, y Jenny le acariciaba el cabello mientras se movían juntos. Risas ahogadas contra sus bocas y sus nombres susurrados entre gemidos.
Otra imagen: Jenny acariciándose el vientre redondo de embarazada de algunos meses mientras Andy, agachado, le hablaba al bebé con un dinosaurio de peluche en la mano. Ella reía con lágrimas en los ojos, parecía plena y en esa paz que acompaña la certeza de la maternidad. Él besaba su estómago, pasando la mano libre en círculos sobre el vientre, haciendo sonidos de dinosaurios mientras Jenny rodaba los ojos con ternura. Ambos parecían muy dichosos y felices.
Y por último… un pequeñito de rizos castaños y piel levemente tostada, con una chaquetita y sombrero de explorador a su medida, corriendo por los pasillos del museo con un triceratops de juguete. Se parecía a ambos, aunque era más hiperactivo, parecía un niño sano y feliz que estaba teniendo una infancia memorable. Mientras, Andy y Jenny ya mayores, lo seguían con paso lento, riendo como si nada más importara.
El brillo disminuyó y las imágenes se apagaron. Andy y Jenny aparecieron fuera del reloj y fuera del viaje más intenso de sus vidas. El reloj emitió un chisporroteo más antes de quedar inerte, el péndulo se quedó quieto, como muerto, después de un clack descompuesto. Probablemente el último viaje que el reloj les permitiría tener.
Andy y Jenny se quedaron ahí, de pie, mirándose con el corazón latiendo como un tambor. Sus respiraciones eran agitadas, como si hubieran corrido un maratón. Como si ellos hubieran sido los que se hubieran estado amando en esos sitios, viviendo una vida que les parecía tan ajena como utópica.
Jenny se pasó el dorso de la mano por los ojos, conteniendo lágrimas.
—¿Sabías que el reloj pudiera hacer eso? —le preguntó, con un hilo de voz.
Andy se aclaró la garganta, pero la voz le salió igual de grave y afectada.
—No... nunca lo había hecho... siempre me lleva al pasado, nunca me había mostrado posibles futuros.
—¿Posibles? —repitió ella, alzando la vista para mirarlo— ¿Eso es posible?
Él percibió la esperanza en los ojos de la chica y una sensación cálida y muy agradable en el interior de su pecho. Ella también quería que ese fuera su futuro. Ella no lo rechazaba. Por un momento, pensó que ella estaría horrorizada por las escenas subidas de tono, pero al verla abanicarse mientras se mordía suavemente el labio, Andy no evitó sonreir.
—Andy… yo… —volvió a hablar, dubitativa— creo que ya no quiero irme.
Él inspiró hondo, cerró los ojos y soltó el aire despacio. Luego levantó la mirada hacia ella.
—Ni yo.