Capítulo 1
23 de noviembre de 2025, 10:28
—¿Dónde está Illeana?
Karsh bajó la vista, como si lo estuvieran regañando a él— No lo sé, mi reina... —luego agregó, en forma de disculpa— Tenía que estar aquí hace media hora...
Miranda le dio una pequeña mirada de desaprobación antes de negar varias veces— Te diría que fueras a buscarla, pero tampoco tú deberías faltar.
—Honestamente, si me permite decirlo, cualquier sitio sería mejor que este, mi señora. —murmuró, no muy seguro de lo que decía, rodando levemente los ojos.
Miranda le dio la razón— lo sé, las fiestas diplomáticas son absurdamente tediosas.
—Sin mencionar la ropa formal —suspiró él, tirando del cuello de su chaqueta que le oprimía y picaba.
En ese salón, toda la concurrencia llevaba ropa de la más fina calidad. Era el momento en el que se sellaría un convenio con otro reino mágico con el que se había estado en desacuerdo desde hacía mucho tiempo. Era histórico en la historia de Coventry, tenía que ser perfecto hasta el último detalle. Por eso, ahora Karsh vestía sus mejores galas, un traje que Aaron le mandó hacer específicamente para la ocasión.
—Di que tú tienes suerte, Karsh —resopló por lo bajo la reina— a ustedes les va mejor, no tienen que estar en estos apretados corsé y las faldas abombadas con rejilla de madera debajo.
Karsh se detuvo a imaginarse a si mismo con vestido y tacones y torció el gesto— Agradezco a la providencia mi buena suerte, alteza. —Miranda soltó una suave y femenina risa— sé que Illeana detesta el vestido que se le dio, por cierto. Talvez esa sea la razón por la cual no ha venido aun. Ni siquiera me dejó ver a mi como le quedaba.
—Sé que ella prefiere otros colores y vestidos más sencillos y casuales —volvió a decir la reina, mirando la copa en su mano y el contenido sin probar en su interior— Pero era necesario. Mírame a mi, parezco como esas princesas de los libros y dibujos de Camryn.
—El rey Aaron parece complacido con su aspecto, mi reina —le sonrió Karsh, haciendo un asentimiento con la cabeza hacia donde el rey estaba de pie entre otros hombres bien vestidos. Miranda al voltear, se encontró con los ojos de su esposo en ella. Eso la hizo sonreír mucho.
—¿Qué hacemos con Illeana? —le preguntó entonces, al volverse de nuevo a él.
—Su alteza conoce como es de vez en cuando mi esposa, —suspiró con impaciencia, desviando la mirada con cierta molestia— y, considerando que ahora Cam está en Florida con su nuevo novio y... Alex sigue en la universidad, es comprensible que pasamos separados más tiempo del que pasamos juntos.
Había un deje de frustración en sus palabras muy marcado que Miranda captó inmediatamente. Karsh bajó la mirada y se llevó la mano al cabello. Cada uno tenía su protegida, desde que nacieron las gemelas, desde que las separaron y las reubicaron. Su tarea de vida había sido siempre seguirlas a ambas con el objetivo de protegerlas. Eso implicaba separarse el uno del otro. Es por eso que solo habían sido pareja de vez en cuando esos últimos veintiún años, porque costaba mucho encontrarse y pasar algo más de una noche juntos.
—Realmente lo siento, Karsh... —dijo la reina— sé que nunca podría pedirles esto, que se separen para cuidar de mis hijas pero...
—Lo entiendo, mi señora —asintió el hombre, con un suspiro, pero no sonrió— De todas formas, siempre nos vemos los fines de semana, ella viene o yo voy. No es igual, por supuesto... pero nos adaptaremos.
Miranda evitó su mirada, sintiéndose culpable, pero guardándose sus comentarios— Hablaré con Aaron al respecto —le prometió— no tienen porqué estar todo el tiempo así. Mira esta situación, ni siquiera sabes si vendrá o no...
—Vendrá porque ya tiene el vestido —se atrevió a bromear— no dejará de asistir por eso. Puede ser una mujer infantil en la gran mayoría de las cosas, pero en lo que se refiere al deber y a las gemelas, mi Illeana es la primera en ofrecerse.
Miranda sonrió al ver el cariño que Karsh le imprimía a sus palabras y se prometió arreglar esa situación. Las chicas ya tenían veinticinco, ya habían terminado sus carreras universitarias y, aunque Alex siguiera estudiando una maestría para documentarse más, ya eran adultas hechas y derechas. Ya era hora de que se empezaran a cuidar solas y, Karsh e Illeana tenían ambos casi doscientos cincuenta años, merecían estar juntos. Habían sacrificado tanto por las dos chicas, que era ahora injusto pedirles que siguieran invirtiendo su tiempo en ellas.
Karsh vestía los colores de Aaron, naranja rojizo, casi rojo, que a pesar de todo era el tono de su uniforme como segundo en el castillo. Illeana también debería traer unos colores parecidos, aunque ella insistía en complementar con algún filigrana color oro en los dobladillos. Miranda vestía sedas doradas de nuevo, aunque el vestido era terriblemente incómodo por el diseño, que prácticamente encerraba las piernas entre demasiadas capas de telas, varillas y asperezas, se veía elegante dentro de lo que cabía. Caminar era complicado, pero soportable si se le aprendía el truco rápido.
—¿Cuánto llevan sin verse ahora? —preguntó la reina, por seguir la conversación.
—Seis meses —murmuró él.
—Debe ser dificil —mostró empatía.
—Así era antes, ya sabe, mi reina, cuando las chicas estaban separadas. Ahora ambos tenemos esas cosas llamadas teléfonos inteligentes y nos comunicamos todo el tiempo. Pero... —Karsh se quedó un instante pensando, mirando hacia el suelo, perdido en sus pensamientos. Luego, pareció regresar y completó diciendo— a veces es dificil. No poder verla al despertar. Almorzar juntos o los momentos pequeños... Pero es por ellas, usted sabe, las gemelas.
Miranda lo tomó por la muñeca y le dio una suave presión como apoyo. Karsh se lo agradeció con una inclinación leve. La reina desapareció entonces, llevándose su copa aun sin tocar a donde se encontraba el rey Aaron y el resto de los altos de los demás reinos. Karsh se quedó en su posición, de pie junto a uno de las puertas del castillo que daban a la terraza. Prefería perder la mirada en las montañas o el pueblo más allá, pensar en su madre que se encontraría en algún prado junto a la casa pastando apaciblemente.
Karsh suspiró, estas fiestas eran tan pero tan aburridas, ni siquiera había buena comida o algo que hacer más que hablar con gente extraña sobre temas superficiales. Eso a él no le interesaba lo más minimo. Prefería beber el vino y el coñac que se movía en su copa hasta que acabase la noche y... luego regresar a su departamento en la dimensión de las gemelas. Volver al silencio y... a la ausencia de Illeana.
En parte envidiaba a Illeana, su forma tan suertuda de ser, que hasta en su impuntualidad se estaba salvando de una fiesta aburrida. Karsh debía admitir que la extrañaba cada día más... era como si le hubieran arrancado algo vital del cuerpo y no pudiera o no quisiera seguir adelante sin él. Y lo odiaba, porque se había acostumbrado tanto a la compañía ruidosa de Illeana veinticuatro siete a su alrededor, que el silencio era lo más devastador que había.
Cuando Cam se fue a vivir con su novio hacía un año, Illeana siguió haciéndole llamadas todas las noches, se enviaban textos, fotos y compartían historias y la vida fue menos dificil. Pero eso, por supuesto, no era lo mismo.
Suspiró y se llevó la copa a los labios con suavidad, distraído y en un estado de disociación silenciosa cuando Illeana surgió ante él. La copa de Karsh se estrelló en el suelo, el ruido atrajo algunas miradas curiosas, pero su atención no se desvió. Todo su mundo se concentraba en Illeana, que avanzaba hacia él con ese vestido rojo intenso que parecía haber salido directamente de sus pensamientos. El brillo del material atrapaba la luz de las lámparas del salón, y el vestido abrazaba cada curva de su cuerpo de una manera que él encontraba no solo irresistible, sino también provocadora. Sabía que Illeana no solía usar ese tipo de ropa ajustada, pero ahí estaba, a metros de distancia, caminando hacia él, tan elegante como ardiente.
Seis meses de separación y la única imagen que había mantenido su cordura eran sus recuerdos de ella, esa sonrisa traviesa, las noches compartidas, su presencia tan magnética y esa irritante forma de volverlo loco. Pero ahora, tenerla frente a él superaba cualquier fantasía.
El contacto visual entre ambos era más que suficiente para comunicar lo que sentían. Illeana lo miraba con un brillo innegable de emoción contenida. Cuando por fin se acercaron, el abrazo fue inmediato, firme, profundo. Los brazos de Karsh se cerraron alrededor de ella, atrayéndola hacia él como si no pudiera soportar la idea de volver a soltarla. Illeana apoyó su rostro en su pecho, y por un instante ambos cerraron los ojos, saboreando la sensación de estar juntos otra vez. No había palabras suficientes para expresar lo que significaba este reencuentro, pero el simple tacto lo decía todo.
—Hola —murmuró él, su voz quebrada por la emoción. Los dedos de Karsh se deslizaron por la espalda de Illeana, recordando cada pequeño detalle de su silueta, desde la suavidad de su piel hasta la forma en que su cuerpo se movía contra el suyo.
Illeana levantó ligeramente el rostro y lo miró a los ojos, sonriendo con ese cariño profundo que solo ellos compartían. —Hola —respondió ella con la misma dulzura, pero el brillo de sus ojos también revelaba el deseo latente bajo la superficie.
Los cuerpos de ambos todavía estaban presionados uno contra el otro, y Karsh sintió el calor de Illeana a través de la fina tela del vestido. Sabía que estaban en medio de una fiesta, rodeados de dignatarios y realeza, pero en ese momento no importaba. Todo el peso de esos meses apartados, el dolor, la frustración, y la incertidumbre, se desvanecían en la intimidad de su abrazo. Sintió el corazón de Illeana latiendo rápidamente, sincronizado con el suyo.
Justo cuando Karsh pensaba inclinarse para besarla, recordando con avidez el sabor de sus labios, Illeana se separó suavemente, aunque con evidente reticencia. El momento, aunque breve, dejó en su piel una sensación de ardor que lo recorrió de pies a cabeza.
Miranda y Aaron, los reyes a los que servían, se acercaron, curiosos ante el estallido del vaso y el visible reencuentro entre ellos. Miranda, con una ceja levantada, se permitió una sonrisa ligera, pero Karsh sintió la tensión creciente cuando Illeana lo soltó para volverse hacia ellos. Aunque sabía que era su deber, el vacío que dejó su cuerpo al apartarse lo golpeó como un recordatorio de lo frágil que era el momento.
—¿Interrumpimos algo? —preguntó Miranda, con una sonrisa sutil, aunque claramente esperando explicaciones.
Illeana le devolvió una sonrisa profesional, pero Karsh notó el leve temblor de sus dedos cuando sus manos se cruzaron frente a ella. Illeana se giró hacia los reyes con una calma estudiada, pero aún podía sentir el calor que emanaba de Karsh y cómo sus ojos seguían fijos en ella.
—No, por supuesto que no, Majestad —respondió Illeana, inclinando ligeramente la cabeza. Su voz era suave, pero firme, como la de alguien que había recuperado el control de una situación delicada.
Aaron, con una sonrisa de satisfacción, se limitó a asentir mientras su esposa tomaba la delantera en la conversación. Miranda prosiguió, claramente al tanto de la importancia del reencuentro para ellos, pero sin mostrar ningún signo de desaprobación.
Mientras Illeana respondía a las preguntas formales de Miranda, Karsh observaba cada pequeño gesto de su esposa, cada movimiento fluido, recordando lo que había perdido durante esos seis largos meses. Era casi imposible para él dejar de imaginar lo que sucedería más tarde, cuando la fiesta terminara y por fin pudieran estar solos.
La distancia física entre ellos ahora, aunque mínima, solo aumentaba el deseo de Karsh de recuperarla completamente. Quería sentir de nuevo el calor de su cuerpo contra el suyo, besarla como si todo ese tiempo separado no hubiera sido más que un mal sueño, y hacerle saber cuánto la había extrañado, no solo en palabras, sino con cada caricia.
Finalmente, cuando la conversación con los reyes llegó a su fin, Miranda y Aaron se alejaron, dejándolos solos una vez más, aunque todavía rodeados por la multitud de la fiesta. Karsh dio un paso hacia Illeana, inclinándose para susurrar junto a su oído.
—No puedo esperar más, Illeana —murmuró Karsh, sus labios apenas rozando el lóbulo de su oreja. El contacto ligero envió un escalofrío electrizante por la columna de Illeana, que cerró los ojos un instante, saboreando la cercanía de su esposo.
Illeana giró lentamente la cabeza, atrapando su mirada con un brillo travieso que mezclaba desafío y anhelo. —¿Tanto me extrañaste? —respondió ella con una sonrisa seductora, su voz baja y cargada de una sensualidad que lo hizo contener la respiración.
Karsh no respondió con palabras, sino con una sonrisa cómplice. Tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella, el roce de sus pieles encendiendo pequeñas chispas de deseo acumulado. La guió hacia una salida discreta que daba a los jardines reales. La luz suave de la luna bañaba el follaje, mientras los murmullos de la fiesta se desvanecían a lo lejos. Era como si el mundo exterior se hubiera esfumado, dejando solo el espacio íntimo que ahora compartían.
Un bosquecillo frondoso se extendía ante ellos, los árboles creando sombras que ocultaban cualquier mirada indiscreta. Mientras caminaban, sus pasos eran tranquilos, pero ambos sabían que esa calma superficial escondía la tormenta de emociones que los sacudía por dentro.
—Dime que no has estado viendo a tu exnovio, el dentista, en lugar de a mí —bromeó Karsh en cuanto estuvieron lo suficientemente alejados de las luces, sus palabras llenas de picardía pero con el cariño de quien realmente no puede soportar la idea de perderla.
Illeana se cubrió la boca con una mano mientras una risa ligera escapaba de sus labios. La acusación juguetona le provocó un brillo en los ojos. —Oh, sí, todos los días —respondió con sarcasmo, dejándose llevar por la broma—. Sigues siendo tan gruñón y celoso como siempre.
La risa de ambos resonaba en la quietud de la noche, una risa que parecía tejerse en el aire, conectándolos más allá de las palabras. Era como si en ese espacio compartido, el peso de los meses separados se desvaneciera, y todo encajara de nuevo con una naturalidad asombrosa. Karsh tropezó ligeramente en las penumbras y ella no pudo contener otra carcajada.
—Pensé que habrías aprendido a caminar correctamente estos meses de ausencia —bromeó ella, manteniéndolo en pie al sostenerlo por el brazo.
—Todavía puedes enseñarme —respondió él, devolviéndole la sonrisa.
Illeana lo arrastró suavemente hacia una banca que estaba escondida entre los árboles de un sauce llorón. La luna brillaba de tal manera que las hojas del árbol parecían hilos de plata, envolviendo el lugar en un aura mágica. Illeana se detuvo un segundo para contemplar el paisaje, sus ojos llenos de asombro.
—Mira qué lugar tan romántico —casi gritó de emoción, con una chispa en la voz—. En un sitio parecido tuvimos nuestro primer beso. ¿Lo recuerdas?
Karsh no necesitó pensarlo dos veces. Se dejó caer en la banca y, con naturalidad, ayudó a Illeana a sentarse sobre su regazo. El calor de su cuerpo lo envolvió inmediatamente, una sensación familiar y embriagadora que había extrañado tanto. Karsh la miró con ternura antes de inclinarse hacia ella y besarla suavemente, sus labios encontrándose en un contacto suave, pero cargado de significado.
—¿Era así? —murmuró contra sus labios, rozándolos con los suyos en un susurro íntimo.
Illeana jadeó suavemente, el sonido apenas perceptible, pero lleno de anhelo. Rodeó su nuca con los brazos, atrayéndolo más cerca, como si con ese gesto pudiera borrar los meses de separación. Profundizó el beso con hambre, con la necesidad de alguien que había esperado demasiado tiempo por ese momento. Entre besos cortos y suspiros, sus labios apenas se separaron cuando ella murmuró con una sonrisa traviesa.
—Creo que ya lo olvidé. —fingió ella buscando más de él— tendrás que esforzarte por recordármelo, amor mío.
Karsh respondió con una carcajada suave, pero sus manos se deslizaron lentamente por la espalda de Illeana, sus dedos acariciando la tela del vestido, marcando la línea de su silueta. Cada roce era un recordatorio de cuánto la había extrañado, no solo su compañía, sino cada parte de ella. Illeana dejó caer la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello, invitándolo a seguir explorando con una mezcla de vulnerabilidad y confianza que solo compartían ellos dos.
La luna continuaba su trayecto por el cielo, y el jardín parecía desaparecer a su alrededor. No necesitaban palabras, porque en ese instante, los besos y caricias decían todo lo que no habían podido expresar en seis largos meses. El mundo a su alrededor parecía desaparecer. El suave murmullo de la fiesta estaba lejano, y la luz de la luna era la única testigo de su reencuentro. Karsh la besó de nuevo, esta vez con más pasión, dejando que sus emociones y deseos reprimidos fluyeran entre ellos. Sus manos exploraron su espalda, sosteniéndola firmemente, como si temiera que todo esto pudiera desvanecerse en cualquier momento.
El deseo que ambos habían contenido durante meses amenazaba con desbordarse, pero justo cuando la tensión entre ellos alcanzaba su punto máximo, un crujido de hojas los hizo detenerse. Karsh levantó la cabeza, escuchando con atención.
—¿Oíste eso? —preguntó en voz baja, con una sonrisa entre divertida y frustrada.
Illeana suspiró, mordiéndose el labio inferior.
—Tienes una habilidad increíble para elegir los peores momentos, Karsh —dijo, pero su sonrisa mostraba que no estaba realmente molesta.
La interrupción momentánea no hizo más que intensificar la energía entre ambos. La anticipación en el aire era palpable, y aunque no podían continuar en ese preciso instante, la promesa de lo que vendría más tarde hacía que todo fuera aún más emocionante. Ambos se pusieron de pie, intercambiando una mirada cómplice mientras regresaban a la fiesta.
Illeana lo miró mientras caminaban de vuelta, todavía con el corazón acelerado:
—Prométeme que no dejaremos que algo como esto vuelva a separarnos tanto tiempo.
Karsh, sin soltar su mano, la miró con una seriedad inusual en él:
—Lo prometo. La próxima vez, estaremos juntos. No importa lo que pase, no voy a dejar que nos volvamos a separar así.
La promesa entre ellos era más que palabras; era la reafirmación de lo que habían construido durante años, y aunque el deseo seguía latente entre ellos, ese momento de ternura y complicidad hablaba de algo más profundo: de un amor que, a pesar del tiempo y la distancia, seguía tan fuerte como siempre.
Siguieron compartiendo besos dulces y caricias mientras se encaminaban de nuevo al castillo, Karsh, impaciente, le murmuraba cuanto la había extrañado y cuanto la deseaba mientras tropezaba esta vez más de la cuenta con sus propios pies por el entusiasmo. Illeana siguió bromeando con él, dejando ver cuanto lo había extrañado ella también y riéndose tímidamente de sus palabras.
Karsh no iba a dejar que Illeana se le escapara de nuevo, por lo que, aun tomándola de la mano se la llevó por el pasillo y trató de recordar el número de la habitación que le habían asignado al entrar en la fiesta de nuevo.
Illeana, siempre despreocupada, apenas escuchó sus palabras. —¡Oh, mira esos canapés, Karsh! ¿No son adorables? —dijo mientras se soltaba de su mano y se dirigía hacia una mesa cercana, donde una bandeja de canapés decorados con precisión milimétrica la atraía como un imán.
Karsh soltó un suspiro, llevándose una mano a la cara. ¿Canapés? ¿En serio? La desesperación comenzaba a asomar en sus facciones, pero él la disimuló como pudo. —Illeana, vamos. No tenemos tiempo para canapés —gruñó, con la esperanza de apelar a su sentido de urgencia.
Ella, sin embargo, estaba por el momento mucho más interesada en los pequeños bocadillos que en la promesa de intimidad. Tomó uno y le dio un mordisco, sonriente. —Relájate un poco, cariño —dijo, ofreciéndole uno—. Prueba uno, te sentirás mejor.
Karsh negó con la cabeza, mordiéndose el labio con frustración— Lo único que me haría sentir mejor es llegar a nuestra habitación. Tú, yo, y nadie más.
Por supuesto, justo en ese momento, un invitado conocido se acercó para saludarlos.
—¡Illeana! —exclamó el hombre—. ¡Qué alegría verte por aquí! Cuéntame, ¿Cómo has estado?
Ella, siempre amable, sonrió ampliamente y comenzó a conversar sin pensar en las prisas de Karsh. —Oh, ha sido una locura últimamente, un viaje tras otro. ¿Y tú? ¿Qué tal todo?
Mientras tanto, Karsh estaba a punto de perder la paciencia. Se inclinó hacia ella, susurrando con insistencia— Illeana, la habitación… por favor.
Illeana lo miró de reojo, divertida por la impaciencia de su esposo, y le dio un codazo suave antes de continuar con la charla, aparentemente ajena a su urgencia. —Siempre con prisas, cariño. Ya llegaremos, no se va a ir a ninguna parte.
Finalmente, tras lo que parecieron horas para Karsh, lograron escapar del último saludo. Tomó de nuevo la mano de Illeana y, esta vez, con más firmeza, comenzó a llevarla hacia las escaleras. Apenas habían avanzado unos pasos cuando Illeana se detuvo de golpe.
—¡Oh, Karsh, mira eso! ¡Una fuente de champán! —exclamó con los ojos brillantes—. ¡Qué elegancia! No podemos irnos sin probarlo ¿No quieres embriagarte un poco?
Karsh sintió que su paciencia se desmoronaba. —Illeana… —gimió, apretando los dientes—. Con lo único con lo que me interesa embriagarme ahora es con algo allá en nuestra habitación, y no es precisamente champán.
Illeana se rió suavemente, sirviéndose una copa con tranquilidad. Le dio un sorbo y lo miró por encima del borde de la copa, con una sonrisa juguetona. —Siempre tan intenso, Karsh. Solo es un poco de champán. Relájate.
Karsh la miró con incredulidad, sin poder creer lo despreocupada que estaba mientras él apenas podía contener sus ganas de estar a solas con ella. Al menos, pensó, estamos cada vez más cerca de las escaleras.
Pero cuando finalmente comenzaron a caminar de nuevo, Karsh sintió que su victoria era corta cuando Illeana se detuvo de nuevo, esta vez ante una mesa repleta de quesos.
—¡Queso brie! —dijo emocionada—. Oh, solo un segundo, tengo que probarlo.
Karsh estaba al borde de un colapso nervioso. Se llevó una mano a la cara, suspirando profundamente. —Illeana, por favor… el queso no va a desaparecer, pero yo sí si seguimos deteniéndonos cada dos pasos.
Illeana, con un bocado de queso brie en la boca, se rió de la exagerada frustración de su esposo y le lanzó una mirada juguetona. —Sabes que el queso es mi debilidad —dijo mientras seguía disfrutando el bocado.
Él sacudió la cabeza, soltando una risa tensa. —Tú eres mi debilidad, pero si no llegamos a la habitación pronto, voy a perder la cabeza.
Finalmente, con el queso brie ya olvidado, llegaron a las escaleras. Mientras subían, Karsh tiraba suavemente de Illeana, decidido a no permitir más distracciones. Cuando Karsh cerró la puerta de la habitación detrás de ellos, el silencio fue tan reconfortante como el aire fresco que llenaba el espacio. Al fin estaban solos, lejos de la interminable sucesión de saludos, canapés y distracciones. El alivio se reflejó en su rostro cuando tiró suavemente de Illeana hacia él, envolviéndola en sus brazos.
—Por fin… —murmuró, su voz ronca mientras sus labios rozaban los de ella en un suave beso. Fue apenas un roce, un susurro de contacto que no tardó en profundizarse.
Illeana sonrió contra sus labios, sus dedos deslizándose por su cuello hasta su cabello, acariciándolo con la familiaridad de quien lo conocía mejor que nadie— Pensé que ibas a estallar de frustración —bromeó suavemente, sin apartarse, dejándose acariciar.
—Estaba a punto de hacerlo —suspiró Karsh con una sonrisa extraña, inclinándose para besarla más intensamente. Esta vez no había urgencia en su gesto, sino un deseo contenido durante meses que finalmente se liberaba— ¡a veces puedes ser tan irritante con tu apetito!
El beso se volvió más profundo, sus labios moviéndose con una sincronía perfecta, como si recuperaran el tiempo perdido.
—Oye —se rió ella contra su boca— yo nunca te digo nada por tu apetito especial, así que tú no deberías decirme nada por el mío.
—Trato hecho —acordó él volviendo a besarla.
Karsh dejó que sus manos recorrieran su espalda, sintiendo la suavidad del vestido que tanto lo había tentado toda la noche. Deslizó los dedos por el contorno de su cintura, atrayéndola más cerca, como si necesitara confirmar que realmente estaba allí, que ya nada los separaba.
—Te extrañé tanto —murmuró él, sus labios descendiendo lentamente por su mandíbula hasta el hueco de su cuello, donde dejó una serie de pequeños besos que la hicieron suspirar.
Illeana cerró los ojos, entregándose a la sensación de sus labios y sus manos que la envolvían con ternura y deseo. —Yo también… —susurró, su voz apenas audible, mientras sus dedos se aferraban a los hombros de Karsh—. Pensé en ti cada día.
—¿Solo pensar? —dijo él en un tono burlón, deteniéndose para mirarla a los ojos con una sonrisa traviesa.
Ella rió suavemente, mordiéndose el labio inferior mientras su mirada se oscurecía con la misma intensidad de la de él. —Tal vez algo más que pensar —confesó, acariciando su mejilla antes de acercarse para capturar sus labios de nuevo.
Karsh la levantó con facilidad, llevándola hacia la cama mientras la besaba. Ambos cayeron sobre las suaves sábanas, sin dejar de tocarse, como si cada caricia fuera una reconexión de lo que habían perdido durante esos seis largos meses. El mundo exterior quedó atrás, y la habitación se llenó solo de sus susurros, de sus respiraciones entrecortadas y de la sensación de sus cuerpos encontrándose otra vez.
—No más interrupciones —dijo Karsh con una risa suave, mientras sus manos recorrían cada centímetro de Illeana, su tacto cargado de amor y ternura.
Ella le devolvió la sonrisa, acariciando su rostro antes de atraerlo hacia ella nuevamente. —No más interrupciones —susurró, cerrando los ojos mientras el mundo se reducía a él, y a ese momento que ambos habían estado esperando tanto tiempo.