Capítulo 1
23 de noviembre de 2025, 10:24
—¡Ya llegué! —la voz de Illeana resonó alegremente por la casa.
Karsh, agachado bajo la alacena, buscaba la sartén con antiadherente que siempre se escondía entre las ollas más viejas. Se incorporó de un salto, golpeándose ligeramente la cabeza contra el estante superior.
—Estoy aquí —respondió, frotándose la coronilla con una mano.
—¿Aquí dónde? —Illeana soltó una risa mientras se acercaba, su voz llena de travesura.
—Aquí en… pues aquí —resopló Karsh, sintiendo ya cómo la simple presencia de su esposa lograba hacerlo perder la paciencia en un segundo. Pero, por más exasperado que sonara, no podía evitar sonreír. Eso era lo que más le gustaba de su vida: que esa mujer regresara siempre a él, aunque fuera para molestarlo con sus locuras.
—Hay muchos "aquís" en esta casa —rio Illeana nuevamente, más cerca esta vez— Mi aquí es diferente del tuyo, por ejemplo.
—Pues aquí en la cocina —se rió él, resignado— sigue derecho.
—Eso ya es más preciso —se escuchó la voz de Illeana acercándose.
Karsh dejó la sartén al fuego para que se calentara suavemente, volviendo a concentrarse en cortar los ingredientes que tenía sobre la tabla. Illeana solía salir una vez a la semana para visitar a Cam, su protegida. A menudo iban a tomar café o, en palabras de Illeana, "resolver asuntos cósmicos importantes".
A él nunca le molestaba que la casa quedara en silencio durante esas horas. En realidad, lo disfrutaba más de lo que admitiría. Aprovechaba esos momentos de tranquilidad para sus cosas. Todo lo que un mago de su edad hace, desde consultar las estrellas, repasar sus apuntes de los hechizos que aun practicaba a diario para no oxidarse, manejar los asuntos del castillo de Coventry y cocinar sin interrupciones. Cocinar, de hecho, era algo que se le daba muy bien: era meticuloso, detallista y encontraba paz en la repetición precisa de picar y mezclar. Así, cuando Illeana regresaba, siempre le tenía preparada una cena tradicional que ambos disfrutaban.
Esta vez, sin embargo, ella había llegado más temprano de lo habitual. Algo que a Karsh le resultó extraño, pero no le dio demasiada importancia.
—Oh, Dios —la exclamación entusiasta de Illeana lo tomó por sorpresa mientras él seguía concentrado frente a la estufa— Huele maravilloso, ¿Qué cocinas, cariño?
—Ah… —Karsh se detuvo un momento, haciendo un rápido repaso mental de los ingredientes en la sartén— Pues... no mucho, honestamente. Un poco de guiso de hongos, y algo de pan recién horneado.
—¡Pues para no ser mucho, huele como el mismísimo cielo! —dijo Illeana emocionada, casi relamiéndose.
—¿Te sirvo una porción? —ofreció él, más por costumbre que por pensar que ya estuviera lista la comida.
Karsh se volvió hacia ella con una pequeña sonrisa... pero la sartén se le cayó de las manos, golpeando el suelo con un fuerte estruendo. Un grito ahogado escapó de su garganta.
—Illeana... —murmuró, su voz llena de horror.
—Ay, Karsh —se quejó ella, mirando con consternación al suelo, como si nada fuera de lo común pasara a parte del desastre que Karsh había hecho—. Para no ser mucho, eso hizo un verdadero tiradero.
Illeana estaba cubierta de pequeños cortes en los brazos y el vientre, su ropa estaba rasgada y manchada de polvo. Aunque los cortes no parecían profundos, la sangre manchaba su piel y ropa goteando levemente en el suelo de la cocina.
—¡Illeana! —exclamó Karsh, aún sin poder creer lo que estaba viendo. Corrió hacia ella, inspeccionándola de pies a cabeza, su voz temblorosa de preocupación—. ¿Qué demonios ha pasado? ¡Estás sangrando!
—¿Sangrando? Pues, si, talvez un poco... pero nada grave. —respondió ella, con una sonrisa relajada— Solo son rasguños. Nada que un buen plato de ese guiso no pueda curar.
Karsh, escandalizado, no podía comprender cómo podía estar tan tranquila. Pero allí estaba ella, ilesa a su manera, con ese brillo travieso en los ojos, más interesada en la cena que en sus propias heridas.
—¡¿Nada grave?! ¡E-estás hecha un desastre! ¡Mira esas heridas! —Su tono era agudo, ansioso. En dos zancadas recorrió la distancia que los separaba para examinarla. Sus manos recorrieron su cuerpo con preocupación, tocando aquí y allá donde su piel estaba rasguñada o amoratada. Entrando en pánico al ver que sus propias manos se manchaban de rojo.
—Nada de qué preocuparse, en serio, —respondió ella con una carcajada ligera, desestimando su alarma—Solo tuve un pequeño encuentro con un grupo de criaturas de la sombra mientras ayudaba a Cam. ¡No es nada que no pueda manejar!
Se sacudió los restos de una manga rota como si fueran motas de polvo.
—¿Pequeño encuentro? —Karsh no estaba convencido, obviamente— ¡Estás sangrando, Illeana! Para que una herida sangre ya debe de haber un daño significativo que en cualquier sentido no es menor... Si hubieras llegado un minuto más tarde, podrías haber colapsado en la puerta.
Con un ademán exagerado, la arrastró y la hizo sentarse en una silla de la cocina. —No te muevas. —le ordenó señalándola con un dedo acusador— Necesito curarte.
Sin esperar a que ella hablara, se fue corriendo, patinando por la rapidez de un desliz mal dado, por el botiquín mágico y regresó rápidamente, agitado. A medida que sacaba vendas y pociones de curación, sus movimientos eran torpes pero rápidos. Cada vez que sus dedos tocaban su piel, sentía la urgencia de calmarla, de protegerla.
Illeana, mientras tanto, no podía estar menos preocupada. Miraba de reojo la mesa, en especial el pan recién horneado y el guiso que hervía en la olla. Por el desastre del suelo no se podía menos que hacer un hechizo de limpieza, una lastima. Con dos movimientos, el piso estuvo limpio, mientras ella seguía espiando la estufa.
—Por lo menos el guiso se salvó. Huele tan bien… ¿Podríamos comer mientras me curas? Estoy hambrienta.
—¿Comer? —Karsh se echó hacia atrás con una expresión de puro asombro— ¡Illeana, por favor! No puedo creer que estés pensando en la comida ahora…
Pero antes de que Karsh pudiera terminar la frase, Illeana lo interrumpió con una sonrisa pícara, atrapando una de sus manos con la suya.
—Venga, Karsh, ¿Cuántas veces he salido ilesa de estas cosas? Sabes que soy más dura de lo que parezco —sus palabras estaban llenas de ese desparpajo encantador, como si sus heridas fueran insignificantes comparadas con su habitual despreocupación. Con un movimiento una cuchara levitó hasta el caldo para tomar un poco antes de ir hacia Illeana. Karsh, la tomó en el aire con impaciencia y la dejó sobre un plato en la mesa.
—Tu cabeza es la que es dura —resopló él, frunciendo el ceño con irritación mientras concentraba toda su atención en limpiar los cortes más profundos, dándoles prioridad. La sola idea de que Illeana se tomara tan a la ligera sus heridas lo llenaba de una mezcla de frustración y miedo.
—De verdad que eres un aburrido —se quejó ella mirando con aprensión la cuchara fuera de su alcance.
Con manos hábiles pero firmes, Karsh le quitó la parte superior del vestido rasgado, revelando el sujetador color crema y los profundos rasguños en sus brazos, la espalda y parte del pecho. Incluso había quemaduras repartidas por su piel pálida. Esta mujer iba a matarlo de un infarto si alguna vez llegaba a morirse sin siquiera darse cuenta. Con precisión, él buscó las heridas más preocupantes mientras ella se removía, inquieta, intentando levantarse para acercarse a la olla de guiso.
—Illeana —gruñó, empujándola suavemente de nuevo al asiento con una mezcla de irritación y preocupación— quédate quieta, por favor. No puedo ayudarte si no dejas de moverte.
—Ay, qué gruñón eres —rió ella suavemente, aunque su rostro se contrajo al sentir el ardor de las heridas al contacto con el desinfectante— ¿Ya está? No puedo dejar que el guiso se enfríe ¿Me dejas ir ahora por un bocado?
—Para nada —respondió él, su tono severo mientras mantenía firmemente un brazo de ella en su lugar, comenzando a retirarle el resto del vestido con delicadeza pero determinación.
—¡Ah, claro! —rio ella más abiertamente, sus ojos brillando con esa chispa traviesa que Karsh conocía bien— Lo que tú querías desde el principio era desnudarme.
A pesar de la broma, cuando el estropeado vestido cayó por completo, el corte en su vientre se mostró como el más profundo y serio. Karsh cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo su propio estómago se encogía al ver la gravedad de la herida. Sabía que Illeana siempre minimizaba el peligro, pero esto era diferente.
—Illeana... —musitó él, abriendo los ojos y mirándola directamente a la cara, en son de reproche— Solo mírate, ¿por qué no me pediste ayuda?
Ella bajó la mirada hacia su vientre y a la sangre viva y roja que todavía brotaba de la herida, palideciendo un poco al enfrentarse a la evidencia de su propia fragilidad. Enarcó las cejas suavemente y se mordió el labio. Pero, como era típico en ella, se recuperó de la impresión con una rapidez asombrosa, sacudiendo su cabeza antes de que Karsh pudiera decir algo más.
—Lo tenía controlado —murmuró con una sonrisa, intentando desviar la atención de la herida mientras su mirada volvía a posarse en la olla de guiso, como si eso fuera más importante que la sangre que manchaba su piel.
—Oh, sí... Claro... eso es... evidente —gruñó él con sarcasmo, mientras empezaba a trazar con magia la piel desgarrada, haciendo que los bordes de la herida comenzaran a unirse. La seriedad en su rostro demostraba que esta vez Illeana de verdad que se había pasado de lista y lo había sacado de quicio definitivamente. Cada movimiento que hacía estaba cargado de estrés pero de igual manera de una magistral precisión, conjurando los hechizos sanadores más poderosos que conocía.
Illeana se retorció ligeramente al sentir el dolor punzante de la magia curativa, pero apretó los labios con valentía, aferrándose al brazo de Karsh con fuerza. Por primera vez, su cuerpo se tensó, sus dedos clavándose en la piel de él mientras su rostro buscaba refugio en el hombro masculino. Karsh podía sentir el calor de su aliento contra su cuello, y aunque la urgencia de la situación lo mantenía concentrado, la cercanía entre ambos era innegable.
La sangre empezó a retroceder en su avance por la piel de la mujer, para regresar con lentitud a las heridas que se iban cerrando como zurcidas por dedos invisibles.
—De verdad que eres increíble, Illeana —susurró Karsh cuando finalmente las heridas comenzaron a sanar por completo, su tono aliviado, aunque aún cargado de incredulidad— Solo a ti te pasan estas cosas tan… —se detuvo un momento, buscando la palabra adecuada, dándose por vencido al poco tiempo— de verdad que solo a ti.
Antes de que pudiera alejarse para examinar el resto de sus heridas, Illeana tiró de él hacia ella. Sus manos suaves pero insistentes rodeando su nuca, obligándolo a inclinarse más cerca. La distancia entre sus rostros se redujo hasta que sus respiraciones se entrelazaron, y Karsh pudo sentir el calor de sus labios sobre los suyos.
—Illeana… —murmuró él cuando se separaron, su voz teñida de reproche, pero su mirada delatando algo completamente distinto.
—Shhh... no hagas tanto escándalo, gruñón. —Ella se rio, apoyando su frente contra la de él. Sus dedos acariciaron ligeramente la nuca de Karsh antes de dejarlo ir—. No moriré en medio de nuestra cocina. Solo necesito un poco de comida… y un poco de amor de ti. Ahora, si ya terminaste de preocuparte por mí, ¿puedo comer? ¿O piensas seguir regañándome toda la noche?
Karsh suspiró, negando con la cabeza. No tenía fuerzas para discutir más. La mujer frente a él era un torbellino imposible de contener, y aunque muchas veces lo desesperaba, también sabía que nunca querría que fuera de otra manera. Ella podía ser todo lo patosa y despreocupada que quisiera, pero sabía exactamente cómo manipularlo. Con una sonrisa traviesa, besándolo con esa dulzura en agradecimiento con un toque ligero de pasión, casi imperceptible, pero lleno de promesas, Karsh caía ante ella.
El calor de su cercanía, combinado con el alivio de verla recuperarse, hizo que la tensión que había mantenido en sus hombros se disipara. Karsh no pudo evitar inclinarse un poco más, dejándose llevar por el momento, sus labios finalmente capturando los de ella en un beso suave pero profundo, como si el simple contacto pudiera aliviar todo el miedo y la frustración que había acumulado.
Cuando se separaron, apenas unos centímetros, él volvió a apoyar su frente contra la de ella, cerrando los ojos por un segundo y respirando hondo— Deberías ser más cuidadosa… —regañó en un murmullo, aunque su voz ahora sonaba más baja, su irritación disipándose bajo el calor que empezaba a formarse entre ellos— no sabes cómo sufro al verte así... No eres tan dura como crees. Y si tú mueres… ¿Qué será de mí, Illeana? ¿Por qué no piensas en nosotros al hacer estas tonterías?
Illeana sonrió contra sus labios, divertida, dejando escapar una suave risa que lo hizo estremecer. —Lo hago… solo que tengo mis prioridades —susurró, rozando su nariz con la de él en un gesto juguetón, aunque su voz tenía un tinte de dulzura que dejaba claro lo importante que era él para ella.
Karsh, sin poder evitarlo, dejó que una pequeña sonrisa se asomara en su rostro. —Pues tal vez deberías incluirme más en esas prioridades —dijo en un tono bajo, acariciando su mejilla con delicadeza, su preocupación aún presente, pero opacada por el alivio de verla sonreír.
—Siempre lo hago, cariño —respondió ella, enredando sus dedos en el cabello de Karsh, atrayéndolo hacia otro beso, esta vez más largo, más profundo, como una promesa tácita de que, a pesar de todo, siempre volvería a él.
Lo besó con más intensidad, sus manos subiendo por su cuello hasta perderse en su cabello. Karsh, que aún sostenía una toalla a medio usar, manchada de sangre, se rindió ante la suavidad de su piel y la pasión que siempre lograba encender en él. La tensión se disolvió por completo mientras la sujetaba por la cintura, tirando de ella hacia él, olvidando por completo la cena que bullía a sus espaldas.
Illeana rió suavemente contra su boca antes de separarse, solo lo suficiente para murmurar— Mejor cenemos antes de que la comida se queme… aunque estoy segura de que podrías distraerme.
Con un movimiento la estufa se apagó y la cena, con su aroma fragante y atrayente, estuvo por fin lista. Illeana se relamió, distraídamente, con intenciones claras de abandonar el momento y pasar directo a la cena. Pero él tenía otros planes. Karsh la miró, atrapado entre el deseo de cuidarla y el deseo de rendirse a la chispa eléctrica que había entre ellos. Sonrió, más relajado ahora.
—Tal vez, como dijiste, lo que necesitas para recuperarte no es solo comida…
Y con un movimiento rápido, la levantó entre risas despreocupadas y la llevó a la mesa, inclinándose sobre ella para besarla de nuevo con una pasión mayor a la de antes.
Cuando la inclinó ligeramente hacia atrás, sus ojos brillaron con una mezcla de travesura y deseo. Entonces, se inclinó sobre ella, sus labios encontrándose con los de ella en un beso que era todo menos delicado. La pasión que había comenzado a arder antes ahora se desbordaba, como un río que rompía un dique. Sus manos, firmes y seguras, la sostenían por la cintura, mientras el mundo alrededor parecía desvanecerse, dejando solo ese instante, ese contacto, esa entrega.
Ella sintió su pulso acelerarse, cada fibra de su ser encendiendo una chispa que se sumaba al fuego que él había desatado. Intentó responder al beso con la misma intensidad, pero era como intentar contener una tormenta; él marcaba el ritmo, y ella se entregaba, perdida en la marea.
La comida podía esperar, por supuesto.