Capítulo 1
23 de noviembre de 2025, 10:01
La música, una mezcla entre acordes mágicos que cambiaban de tono dependiendo del ambiente, y el sonido ocasional de copas entrechocando, creaba el escenario perfecto para una noche donde las inhibiciones caían poco a poco.
Illeana, vestida con un sencillo vestido negro satinado, ya había aceptado un par de copas de vino espumoso que le llenaban de burbujas tanto el estómago como el ánimo. Tenía un grupo de varias mujeres a su alrededor que reían con ella, contándose bromas sobre sus parejas y sus vidas en general, poniéndose al día después de no verse en mucho tiempo. Karsh, por su parte, no era de quedarse atrás. Con su camisa desabotonada a la altura del cuello y una copa de whisky entre los dedos, se sentía más relajado de lo habitual, aunque no dejaba de vigilar a Illeana con el rabillo del ojo, como si fuera incapaz de ignorarla. Él estaba solo con el anfitrión de la fiesta, Paul. No eran los mejores amigos pero, a pesar de eso este era de esas personas que en sus fiestas todos eran sus amigos.
—No me dijiste que tú e Illeana se conocían —le dijo Karsh en un murmullo.
—¿Esa ardiente rubia y yo? —se encogió de hombros con fingido desinterés— tenemos mucha historia.
Karsh apretó su copa levemente. Él también tenía historia con ella, es más, él estaba en una misión importante y confidencial con ella. Ellos... hacían de niñeras a unas gemelas. Resopló por lo bajo y no dijo nada al respecto. Con un toque mágico, llenó su copa de nuevo.
Él sabía que ella ya lo había visto, porque se había ido de donde estaba con sus amigas y había ido a tomar otra copa de la barra. Karsh no sabía si interpretar eso como una indirecta ¿ella quería que él se acercara yéndose sola para darle lugar a su cercanía? ¿le estaba diciendo que no tenía ganas de hablar con él?
Karsh e Illeana nunca imaginaron que coincidirían en la fiesta de Paul. Ambos habían recibido la invitación de manera casual y, en principio, sin saber que se trataba del mismo amigo en común. Al llegar, la sorpresa fue mutua. Aun así, no se habían acercado él uno al otro y Karsh lamentaba ese detalle.
—Debo decirte que Illeana es una verdadera belleza, me gusta desde que la veía en el colegio de magia —siguió diciendo Paul, atrayendo la atención de Karsh de nuevo— y ¿sabes qué? la invité expresamente para llevármela a la cama esta noche.
La copa de Karsh estalló en sus manos y Paul lo miró divertido.
—¡Oh, amigo! ¿Qué fue eso? —se soltó a reir ante la expresión del rostro del mago. Se volvió divertido a los demás invitados y, riéndose los calmó— Tranquilos, no pasa nada ¡a alguien aquí ya se le subieron los tragos!
Karsh, aun serio, se quitó algunas gotas de alcohol de la camisa y miró con recelo los vidrios rotos unos segundos antes de que la copa se arreglase sola, con un destello.
—Espera ¿fue por algo que dije sobre la rubia? —siguió riéndose Paul— ¿Qué te sorprende? ¿no me la merezco...? ¡Oh! sip, ya entendí, te gusta Illeana. Escucha, mira hacia allá ¿ves esa pelirroja? no deja de verte desde que entramos, yo creo que le gustaron tus ojos azules.
Karsh miró en la dirección que le decía Paul y, en efecto, ahí había una mujer pelirroja de la edad perfecta para ser apenas legal y muy apetecible. Y si, lo estaba mirando con ganas de comérselo. Karsh hizo una inclinación hacia su ubicación y ella le guiñó el ojo. A él no le interesaba la pelirroja, aunque estuviera más voluptuosa, no era su Illeana. No es que esta no le gustara, pero, evidentemente, él no quería otra mujer.
—Mm parece que Karsh comerá muy bien esta noche —Paul le dio un empujón mientras reía divertido y picaresco— bien, resuelto ese asunto ¿Quieres saber mi plan para llevarme a Illeana a la cama? puede servirte a ti también para esa preciosa.
Paul rió aún más fuerte ante el silencio tenso de Karsh. Él resopló— No sé si quiero saber de qué artimañas te servirás.
—Mira, te explicaré —siguió riéndose Paul, sin haberlo escuchado— hay un juego entre los no magos ¿sabes? esos condenados tienen que inventarse juegos así para entretenerse sin magia, ya sabes. Pues este juego se llama "la botellita"
A Karsh se le erizaron los cabellos ante la idea, cuando el hombre le habló del "inocente" jueguito.
—Ya verás el haz bajo la manga que tengo —siguió diciéndole en todo confidencial Paul— haré algo de trampa, voy a hacer que la botella nos señale a ella y a mi. La pondré a mis pies y suplicará por más. ¿Verdad que será divertido? ¡espera! ya verás el otro truco que pondré en practica para que las cosas fluyan hacia donde quiero. ¡Ah, no pongas esa cara! no te preocupes, tú también puedes hacer lo mismo, para atrapar a esa pelirroja no creo que se necesite mucho, ya la traes loca por lo visto.
Karsh asintió, fingiendo reir también y cambió de tema, con la esperanza de que a Paul se le olvidase esa perversa idea. No podía imaginarse a Illeana con un hombre como este, no podía imaginar sus preciosas manos entre las de ese borracho y mucho menos su magnifico cuerpo al lado del de él en la cama. Sintió un acceso de asco que mitigó tomando otro trago largo para compensar.
La conversación fluía ligera entre ellos, hasta que Paul, cada vez más desinhibido por el alcohol, con la boca suelta y su habitual humor pícaro, hizo una propuesta:
—¡Escuchen todos! —gritó desde el centro de la sala, atrayendo la atención de los invitados— Creo que ya estamos en el punto perfecto de la noche para jugar un juego clásico: ¡la botellita! pero vamos a hacerlo más interesante ¿Qué les parece agregar una ruleta rusa de edulcorantes al juego?
Illeana casi se atraganta con su bebida al escuchar eso, mientras Karsh arqueaba una ceja ante la reacción de ella. El ambiente se llenó de murmullos excitados, y muchos de los presentes, influenciados por el alcohol, aplaudieron la idea con entusiasmo. Paul, sonriendo ampliamente, ya tenía una botella de bourbon en la mano y la colocaba en el suelo de la sala, despejando el espacio.
—¡Acérquense, señoritas! ¡ustedes también, caballeros! —les animó— Illeana, ven, acércate preciosa, no seas tímida, ven, siéntate aquí conmigo.
—No creo que sea una buena idea —intervino Karsh, con calma pero con firmeza.
—¿Qué pasa? —preguntó Paul, fingiendo inocencia— ¿Tienes miedo de un simple juego?
Karsh lo fulminó con la mirada, pero se rió falsamente— ¡Oh si, un simple juego! —dijo con sarcasmo— No quiero que ninguno de nosotros haga algo de lo que se pueda arrepentir. Estamos aquí para divertirnos, no para jugar con magia peligrosa.
Paul sonrió ampliamente, sabiendo que había logrado irritar a Karsh.
—¿Magia peligrosa? Solo es un poco de diversión, amigo. Además, creo que todos aquí saben lo que están haciendo, ¿no es así? —dijo, mirando a los demás para buscar su aprobación.
Algunos asintieron, pero otros empezaban a notar la seriedad en la voz de Karsh. Varios se fueron para observar desde lejos, donde no pudieran ser alcanzados por la magia. Eso le irritó un poco a Paul, pero para su suerte, varios se quedaron, los suficientes para que el juego se desarrollara de manera interesante y divertida.
Al ver a Illeana acercarse dubitativa, Paul palmeó el espacio a su lado para que ella tomase asiento junto a él.
—No sé si sea buena idea —murmuró ella mientras se reía por lo bajo.
—¿Qué, te da miedo que la botella apunte hacia mí? —bromeó Paul, mientras su sonrisa se hacía más pícara con cada trago— ven aquí, preciosa.
Ella lo miró con fingida ofensa, aunque sus mejillas ya mostraban el rubor causado tanto por el vino como por la sugerencia. Ella se sentó a su lado, más por presión del grupo que por voluntad propia, y los demás se sentaron alrededor de la botella con los demás invitados. Paul se acomodó más cerca al lado de Illeana, demasiado cerca de ella para el gusto de Karsh.
—Bien... Pues yo también jugaré —alzó la voz Karsh y, precipitado, tomó asiento entre la pelirroja y un chico pelinegro.
—Eso es, Karsh, al fin entras en ambiente, hermano —se soltó a reir él dándole una animada palmada en la espalda.
Los Edulcorantes en la dimensión de las gemelas eran básicamente algo dulce, pero en la dimensión de Coventry, los edulcorantes eran básicamente "endulzantes del ánimo" que podían pasar de inofensivos polvos que hacían que le dieras un beso a quien menos quisieras, a que el beso fuera subido de tono, o peor, a ser victima de un poderoso afrodisíaco. Karsh ya sabía ahora cual iba a ser el movimiento de Paul y ahora estaba más que decidido a parar este complot.
La botella se ponía en el centro, en vertical, y se le agregaban los edulcorantes dentro. Entonces, todos los participantes debían dar un toque mágico a la botella, lanzando un haz de luz. La botella entonces empezó a girar sobre sí misma y después a inclinarse hasta que empezó a centrifugarse en horizontal completamente. Todos debían dar algún toque de magia a la botella mientras seguía girando. Karsh no había jugado esto desde la universidad, hacía casi cien años, pero recordaba bien de qué y como iba.
—Bien ¿listos todos? —seguía riéndose Paul— ¡Ahora!
La primera ronda comenzó, y la botella giraba entre risas y nervios. La tensión en la sala era palpable. A medida que la botella giraba, Karsh no podía quitarle los ojos de encima a Illeana. Ella reía con los demás, pero había algo en su expresión que le decía que no estaba del todo cómoda. La botella, con los edulcorantes brillando en su interior, era un peligro que no podía ignorar. Sabía que Paul estaba manipulando el juego y que no se detendría hasta obtener lo que quería.
La botella seguía girando en el centro del círculo, cada vez más lenta, hasta que finalmente se detuvo, apuntando a una joven de rizos oscuros. De la botella saltó un chorro de polvo dorado, envolviéndola con un brillo suave. Todos los ojos estaban puestos en ella, expectantes.
—¡Edulcorante dorado! —exclamó Paul con una sonrisa burlona— El beso atrevido. Tienes que besar a alguien a quien normalmente no besarías.
La chica sonrió tímidamente, sus ojos recorrieron a los presentes hasta que se detuvieron en un chico al otro lado del círculo. Sin más preámbulos, se inclinó hacia él y lo besó, provocando risas y aplausos de los demás.
El primer giro fue inocente, una pareja al otro lado de la sala fue señalada. Rieron, se dieron un beso rápido, y todo parecía relajado, pero Karsh sentía el peligro acercarse. Cuando la botella volvió a girar, el brillo en los ojos de Paul era evidente. Karsh lanzó un pequeño toque de magia en el último segundo, desviando el resultado que parecía destinado a Illeana, y la botella apuntó hacia otro invitado.
—¡Vaya, por poco! —dijo Paul con una sonrisa torcida, mirando directamente a Karsh— ¿Qué te parece, amigo? ¿Te estás divirtiendo?
—Bastante —respondió Karsh con una sonrisa forzada, pero sus ojos revelaban otra cosa.
Paul no estaba dispuesto a rendirse. Sabía lo que Karsh había hecho y estaba decidido a que la próxima ronda fuera diferente. Tomó otro sorbo de su copa, alargó el juego, esperando el momento adecuado. Karsh, por su parte, seguía jugando a la defensiva, usando su magia de manera sutil para interferir.
La botella giraba frenéticamente por la sala, sus movimientos erráticos delataban el uso de la magia, pero nadie parecía darse cuenta. Solo Karsh, con los ojos entrecerrados, observaba cómo la energía se acumulaba alrededor del objeto.
La botella pasó por varios invitados, el polvo mágico los hechizaba temporalmente para inducirlos a algún tipo de beso específico, como un beso con alguien que uno nunca besaría, un beso en la mejilla, un beso suave, un beso largo, un beso profundizado o ya la acción de algo más. Eso último era lo que Paul quería que le tocara a Illeana y que, secretamente, ajustaba desde su posición con hechizos murmurados.
En más de una ocasión, el cuello de la botella apuntó directamente a Illeana un instante antes de que Karsh interviniera con un contra hechizo preciso que la desviaba a alguien más. Ella, sonrojada y algo confusa por el efecto de las burbujas y el ambiente, intercambiaba risas nerviosas con las personas alrededor, sin darse cuenta de la lucha silenciosa que se estaba llevando a cabo por ella.
Paul, por su parte, parecía encantado con el giro de los acontecimientos hasta que Karsh intervenía. Sonreía satisfecho cada vez que la botella se detenía frente a Illeana, pero Karsh no estaba dispuesto a permitir que eso continuara. Mientras el siguiente toque mágico debía detener la botella, Karsh, con un leve movimiento de sus dedos, lanzó el contra hechizo verbal en un susurro para que le cayera a otra persona.
Paul, embriagado por la bebida, no notó el cambio inmediato, pero entonces sus ojos pillaron a Karsh cuando lanzaba el hechizo que hacía desviarse la botella. Por lo que la siguiente vez, él mismo contraatacó, esperó a que la botella se volviese a mover cuando Karsh la tocase, para detenerla entonces él.
—¡Vamos Illeana, es tu turno! —gritó Paul mientras la botella señalaba definitivamente a la bruja rubia. El brillo en sus ojos era el de alguien que ya se sentía victorioso.
—No, Paul, se acaba de mover —volvió a alzar la voz Karsh al tiempo que el chorro de polvo impactaba en el pecho de el pelinegro a su lado.
Los dos hombres intercambiaron miradas entonces, ambos sabían lo que el otro hacía y eran conscientes de lo que debían hacer: seguir luchando un poco más. Cuando el hechizo acabó y el pelinegro terminó su beso de lengua con una chica a la derecha, Paul volvió a poner a girar la botella.
Karsh, atento a los giros de esta, estaba atento, pero de vez en cuando se empujaba algún trago para refrescarse. La botella se detuvo en la pelirroja al lado de Karsh y un destello de luz púrpura atravesó la sala cuando el polvo impactó en el pecho de la chica. Esta miró directamente a Karsh y, sin pensarlo, se volvió a él para besarlo.
Púrpura: un beso libre.
La pelirroja se subió al regazo de Karsh y lo besó como solo una mujer enamorada lo haría y, después de soltarlo, le dio otros dos más gratis. Paul se soltó a reir.
—¡Pero miren qué tenemos aquí! Parece que el serio y centrado Karsh se consiguió una ardiente cita para esta noche.
Él se soltó de la chica y de inmediato miró hacia Illeana, quien bajó la mirada, evitando la de él. Kash entonces miró a Paul con visible irritación, esto lo había hecho él. Había jugado sucio para que las cosas salieran así, sin duda. Él sintió un nudo en el estómago por la culpa, sabía que a lo mejor cualquier oportunidad que hubiera tenido con ella se había esfumado para este momento.
La pelirroja, al ver su reacción y sentirse rechazada, se incorporó y se fue, ofendida. Eso hizo reir a muchos y a otros los dejó boquiabiertos. Cuando Karsh miró a Illeana, ella sonrió muy suavemente, él pensó que a lo mejor lo había imaginado, por lo breve que fue. Pero eso lo envalentonó.
—¡Ah, Karsh! —le dijo con reprobación Paul— aguafiestas, estamos aquí para divertirnos, hermano. Lo menos que puedes hacer es dejar que los demás lo hagan. Sigamos, no dejemos que este funcionario del castillo de Coventry nos eche a perder el juego.
Entonces, la botella giró solo por dos segundos apenas y, antes de que Karsh interviniera, porque seguía bastante aturdido por lo que pasó, finalmente, la botella se detuvo. El mundo pareció ralentizarse cuando el chorro de polvo rojo salió disparado hacia Illeana.
Ella parpadeó, los polvos la envolvieron, flotando a su alrededor como diminutas estrellas encarnadas, envolviéndola en un suave resplandor etéreo. Su expresión cambió casi de inmediato, sus ojos se nublaron, como si una fuerza invisible hubiera tomado el control de su voluntad. Karsh sintió una punzada de alarma en su pecho, un presentimiento oscuro. El rojo, el afrodisiaco. Un beso largo, profundo, el tipo de beso que te dejaba sin aliento y que escalaba a más, mucho más en pocos segundos, y el que Paul esperaba usar para atraer a Illeana hacia él.
Karsh contuvo el aliento. Observó al anfitrión de la fiesta, quien sonreía con una confianza desbordante. Los labios de Illeana se separaron dejando salir un jadeo suave. El calor estaba invadiendo su cuerpo intensamente.
—Illeana, preciosa, parece que la suerte está de tu lado —dijo Paul en un susurro cargado de malicia, sus ojos chispeando con una mezcla peligrosa de triunfo y diversión. Estaba seguro de que ella haría exactamente lo que él había planeado.
El corazón de Karsh latía con fuerza en sus oídos. Los polvos rojos no eran un juego inofensivo, y él lo sabía. En el aire se sentía una tensión palpable, como una cuerda a punto de romperse. Paul había manipulado cada detalle de esa noche, convencido de que todo desembocaría en un momento donde Illeana caería bajo su hechizo.
Pero entonces, para sorpresa de todos, incluidos Paul y Karsh, los ojos de Illeana no se dirigieron hacia quien la había invocado. Su mirada atravesó la habitación, buscando algo más. Karsh.
Como si fuera atraída por un hilo invisible, Illeana se giró lentamente hacia él, sus movimientos suaves pero forzados por la magia. La lucha interna era visible en sus ojos; aunque su cuerpo parecía moverse por voluntad ajena, su mente aún resistía, combatiendo con cada paso. El brillo fuerte, carmesí profundo de los polvos bailaba a su alrededor, reflejando una lucha más profunda entre su libertad y la seductora influencia del hechizo.
—¡Esto debe ser una broma! —gritó Paul, su voz resonando por la sala mientras los demás miraban en silencio, con los ojos bien abiertos, esperando el desenlace— Tú hiciste esto ¿verdad Karsh? maldito entrometido.
Pero Karsh no contestó, ni siquiera pudo escucharlo, estaba en un hechizo parecido al de la rubia, pero por la mirada penetrante de ella. Illeana se detuvo frente al hombre que había escogido, a solo unos centímetros de él, tan cerca que podía sentir su aliento agitado. Sus ojos, aunque brillaban con los restos del hechizo, reflejaban también una mezcla de angustia y deseo de libertad. Era una prisionera de sus propios movimientos, empujada por una magia que intentaba controlarla.
—No quiero que sea así —murmuró Illeana, su voz casi inaudible. Sus labios temblaban, y Karsh podía sentir la intensidad del momento a través de la energía mágica que los envolvía. Sabía lo que estaba ocurriendo.
Sin perder tiempo, levantó la mano, apenas un pequeño gesto, pero lo suficiente para invocar un escudo mágico entre ellos. Una ráfaga de energía sutil se expandió, creando una barrera invisible que comenzó a disipar los polvos. El hechizo, frágil ante la determinación de Karsh, empezó a desvanecerse como niebla en la mañana.
Illeana cerró los ojos por un momento, y cuando los abrió de nuevo, el brillo mágico había desaparecido. La tensión en su rostro se relajó, y por fin, recuperó el control sobre sí misma. Se retiró un paso, visiblemente aliviada, mientras el aire a su alrededor se sentía más ligero.
—Lo sé —dijo Karsh con una sonrisa suave, casi imperceptible— No tiene porqué ser así si no lo quieres.
Illeana soltó un suspiro de alivio y asintió levemente. El peligro había pasado, pero la amenaza aún latía en el aire. Karsh se volvió lentamente hacia Paul, cuyos ojos ya no brillaban con la misma confianza. Había una mezcla de frustración y burla en su rostro, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder.
—Eres verdaderamente increíble, Karsh... tenías a la mujer de tus sueños así como cualquiera quisiera tenerla y... —lo miró con extrañeza, el ceño fruncido completamente, como si no comprendiese en lo más minimo— simplemente ¿la dejaste elegir? ¿Me estás diciendo que estuviste toda la noche evitando que la botella con el afrodisiaco que puse para ella le tocara para que al final rechazaras la recompensa cuando por fin le tocó?
—¿La pusiste para mi? —se escandalizó Illeana, asqueada mirando al borracho sentado entre los demás— eres un asco, Paul, de verdad...
—Illeana, por favor —él trató de detenerla mientras ella, ofendida iba por su bolso— no te vayas, la fiesta apenas inicia y habrá más juegos.
—¿Y que planeabas hacer cuando se acabara el afrodisiaco? ¿Buscar aprovecharte de otra chica?
—Talvez, no sé —se encogió de hombros él.
Illeana se acercó para darle una certera bofetada antes de volverse para salir. Pero antes de hacerlo, miró a Karsh y se detuvo para acercarse a él.
—Gracias... ¿quieres acompañarme a la salida un momento?
Karsh sintió el calor de la mirada de Illeana sobre él, su agradecimiento cargado de algo más profundo que simples palabras. Por un segundo, dudó, pero cuando vio la vulnerabilidad mezclada con la fuerza en sus ojos, asintió lentamente.
—Por supuesto —respondió, con una voz más suave de lo que pretendía.
Mientras ambos caminaban hacia la puerta, el resto de los invitados observaba en silencio. El eco de la bofetada aún resonaba en la sala, y Paul, con una mano sobre la mejilla, los miraba con una furia contenida, sus labios torciéndose en una sonrisa amarga.
—¡Bah! —exclamó, medio en broma, pero con veneno en la voz— Siempre el héroe, ¿verdad, Karsh? Qué aburrido eres. Illeana, preciosa, en el fondo sabes que te diviertes más con tipos como yo... no puedes resistirte a eso.
Illeana se detuvo brevemente al escuchar sus palabras, pero no miró hacia atrás. En cambio, apretó los labios y levantó la cabeza con determinación, su espalda recta mientras se dirigía hacia la salida con Karsh a su lado. Había una nueva resolución en su andar, como si algo en su interior hubiese cambiado para siempre.
Ya en la puerta, Karsh le abrió el paso, el aire fresco de la noche chocando con la cálida tensión que habían dejado atrás.
—Gracias otra vez —repitió Illeana, con una voz más firme—. No solo por protegerme de... bueno, de todo esto, sino por respetarme. No muchos lo habrían hecho.
Karsh la miró, notando la sinceridad en sus palabras, pero también percibiendo el cansancio detrás de sus ojos, el agotamiento de haber tenido que lidiar con personas como Paul por mucho tiempo.
—No tenías por qué agradecerme —respondió él, sin querer atribuirse ningún mérito heroico—. Simplemente hice lo correcto.
Ella esbozó una pequeña sonrisa, su expresión ahora más relajada. Era una sonrisa que decía más de lo que las palabras podrían haber expresado, una mezcla de gratitud y admiración. El ambiente entre ellos se tornó más íntimo, pero también más libre, como si ambos estuvieran aliviados de haber salido de esa trampa emocional en la que Paul intentó envolverlos.
Karsh sintió su corazón acelerarse, pero no de una manera ansiosa, sino con una emoción cálida y tranquila que no había sentido en mucho tiempo. Sus miradas se encontraron, y en ese momento supo que no había necesidad de palabras. Ambos sabían lo que querían, y no había miedo ni dudas.
Se inclinó hacia ella, despacio, como si el mundo entero estuviera esperando ese momento. Illeana cerró los ojos mientras sus labios se encontraban, y el beso fue suave al principio, lleno de ternura y respeto. Pero a medida que el momento avanzaba, el beso se profundizó, sus manos se entrelazaron, y la conexión entre ellos se hizo más fuerte, más real.
No era un beso apresurado ni forzado por una situación externa. Era un beso que ambos deseaban, un beso que sellaba lo que había nacido entre ellos esa noche. Cuando finalmente se separaron, ambos permanecieron cerca, respirando juntos en ese silencio que hablaba más que cualquier conversación.
—Eso fue... mucho mejor que cualquier edulcorante mágico —susurró Illeana con una sonrisa cómplice, sus dedos aún entrelazados con los de Karsh.
Karsh soltó una pequeña risa, sintiéndose más ligero que nunca.
—Definitivamente —respondió, acariciando suavemente su mejilla.
El momento era perfecto, sin prisas ni expectativas. Ambos sabían que lo que había comenzado esa noche estaba lejos de ser solo un juego o un capricho pasajero. Mientras seguían caminando juntos bajo el cielo nocturno, con las estrellas como sus testigos, Karsh e Illeana supieron que ese beso había sido solo el inicio de algo mucho más grande.