Capítulo 1
23 de noviembre de 2025, 10:16
Ella no había querido revelarle nada, ni el país ni el destino al que iban. Todo era sorpresa, había dicho Illeana y Karsh, que conocía la forma trascendental en que a esta mujer se le ocurrían las ideas, había dudado y con razón. No por nada esta era la misma mujer que había transformado a la madre de Karsh en un asno. Y aun así se iba a casar con ella, debía estar loco.
Habían pasado dos días de viaje. Illeana había insistido en hacerlo así, como lo hacían los que no tenían magia, caminando por trechos, cenando en restaurantes locales, descansaban en posadas. Ella sabía de sobra cómo le gustaba a él el orden, la pulcritud y la comodidad, por lo que ella hacía algo de trampa y conjuraba refugios seguros entre los arboles si Karsh repudiaba las posadas o algo no le parecía. Ella había aprendido a darle gusto en todo, sin dejar de ser ella misma.
Porque podía ser que ella se lo estuviera haciendo agradable, pero siempre lo estaba obligando a ir con ella a un sitio indefinido. Karsh la amaba, aunque sabía a qué se enfrentaba estando cerca suyo, a lo desconocido y a la locura, la energía, la vida, la diversión. Quizá él estaba muy viejo para eso.
El colmo de ese viaje llegó cuando, una mañana al despertar en uno de los refugios mágicos que ella había hecho en medio de la nada, Illeana le mostró una venda.
—¿Qué pretendes con eso? —le había dicho él con desconfianza, pero sonriendo suavemente. El desayuno estaba a un lado del lecho que ella había creado con el musgo y las hojas, Karsh comió mientras se negaba con renuencia.
La noche anterior ella se había esmerado, le había dado una cena maravillosa a la luz de las velas y las estrellas. Había sido romántica y dulce, dándole de comer en la boca como a un rey mientras lo mimaba y acariciaba. Dejando que Karsh le hablara sobre sus tonterías serias sin interrumpir. Cuando se fueron a dormir, ella no tuvo que insistir mucho más de una vez para que hicieran el amor sin prisas como a él le gustaba. Así que Karsh estaba bien, se sentía relajado, amado y lo suficientemente indulgente como para no molestarse porque ella lo hubiera despertado temprano y con esta nueva y extraña exigencia. Pero aun así, la seriedad de su personalidad le impedía hacer cosas como esas, tan drásticas.
—Es parte de la sorpresa —torció una sonrisa ella, tímida pero emocionada. Estaba recostada a su lado, aún en la semioscuridad de la mañana temprana, y sostenía esperanzada la venda. Él la miró alzando una ceja, aun renuente, pero masticando con gusto los hotcakes, la miel y las fresas frescas.
—¡Vamos, porfavor! —insistió Illeana, regando besos suaves en su mentón y mejillas, limpiando la miel que había manchado la comisura de sus labios— no arruines la sorpresa.
Karsh suspiró, dándose verdaderamente por vencido, y la atrajo a él para besarla con ternura— Eres un caso perdido, mujer... Dame eso.
Ella soltó una risa suave, emocionada, contemplándolo mientras él dejaba los platos vacíos a un lado y se ataba la venda en los ojos. Karsh trató con todas sus fuerzas de ignorar la sensación de vulnerabilidad y, cuando ella le plantó un beso largo y cariñoso, decidió dejarse llevar. Los besos con Illeana siempre eran así: mágicos, intoxicantes. Había tanta pasión en ella que él sabía que no podía evitar enamorarse más de sus locuras.
—Te prometo que no haré nada malo esta vez —le dijo ella entre risas traviesas— pero solo si te portas bien. Puede que de la nada me de por desvestirte y jugar contigo... Te adelanto que hoy me siento muy inspirada.
Ella lo tomó de las manos y lo arrastró con ternura. Karsh no dejaba de preguntarle qué era la sorpresa, qué tenía planeado, por qué lo había llevado en un viaje tan poco convencional. Pero Illeana solo se reía y le hacía bromas, abrazándolo por detrás de pronto o robándole besos imprevistos. Ella estaba disfrutando de su propia idea y lo llevaba al límite.
Sin embargo, no era egoísta. Se aseguraba de que él se divirtiera. Le pedía que le contara cosas, y mientras lo guiaba entre los árboles, lo escuchaba con atención. Karsh sabía que, de los dos, ella era la más enamorada, sin miedo a demostrarlo en público, aunque a veces fuera tímida en la intimidad, quizá por su temor a desagradarlo o ser rechazada.
Karsh lo entendía, y agradecía a los dioses que Illeana fuera tan cuidadosa en ese sentido, aunque a veces sus tonterías lo irritaban un poco. Pero no le pediría que cambiara. Ser el objeto de las pasiones de una mujer tan extraordinaria era un sueño hecho realidad. Simplemente dejaba que Illeana fuera así de dulce con él. A ella le nacían esas atenciones para él de la misma forma que le nacía ser algo torpe, graciosa, enérgica y latosa a veces. Y Karsh lo entendía. Se había enamorado de ella, de todas sus locuras, y del amor incondicional que ella le daba.
Recibir amor era lo mejor que le había pasado. Aunque a veces sintiera que él no estaba capacitado para devolverlo en la misma forma.
Por eso ahora la seguía, caminando en esa impaciencia de no saber aun a donde se dirigían, con ella riendo mucho por lo emocionada que se sentía. En un momento, una rama le rozó el hombro a Karsh y otra le acarició el costado, supo que Illeana estaba apartando algunas a medida que él pasaba, porque su oído escuchaba y discernía lo que pasaba a su alrededor, pero eso no evitó que una de esas ramas le diese a él en plena cara.
De la sorpresa se soltó de sus manos y la venda se aflojó. Ella no evitó soltar una breve carcajada antes de taparse la boca. Aun sonriendo, le dijo a modo de disculpa— Iba a decirte que ya podías ver, pero esa rama se me adelantó.
Karsh bufó, sin saber si reír o molestarse. Su paciencia no era infinita, ni siquiera con Illeana siendo tan dulce. Pero ceder era parte de estar con ella. Así que se tragó las palabras y se quitó la venda.
—¿Illeana...? —murmuró, boquiabierto.
—Fe-feliz aniversario —titubeó, con voz temblorosa, uniendo las manos tras la espalda y bajando la mirada.
Karsh no la miró al preguntar por lo bajo— ¿es nuestro aniversario?
Ella chasqueó la lengua, sin sorprenderse porque él volviese a olvidarlo. No era algo que le molestara de verdad. Ella sabía que Karsh tenía prioridades, como el entrenamiento de las gemelas y su trabajo como administrador de Aaron y demás cosas serias, importantes y trascendentales. Hubiera sido mucho pedir que... Illeana se apartó una lagrima traidora de la mejilla.
Delante de Karsh había un muro alto, de piedra blanca, en el centro del claro del bosque más inaccesible que él hubiera imaginado. La puerta era a su vez de piedra, pesada y de un azul profundo que calmaba con solo verlo, pero que giró sobre sus goznes cuando él puso una mano sobre su superficie pulida. Illeana lo apremió a entrar, jalándolo para que pasara por esa puerta evidentemente mágica.
Tras esos muros, el aire del bosque era distinto, más puro, como si el mundo allí funcionara bajo reglas diferentes. Había algo ahí, reconfortante, como les sucedía a las montañas. Algo intemporal, algo eterno. Karsh parpadeó varias veces, observando el lugar con una mezcla de asombro y perplejidad. Frente a él se extendía un jardín, pero no uno común. Las flores brillaban con una luz suave, sus pétalos moviéndose al ritmo de una brisa que apenas existía. Había un estanque en el centro, sus aguas cristalinas sin una sola imperfección, inmóviles como un espejo. A un lado, un árbol antiguo de hojas doradas derramaba su sombra perfectamente, sin dejar que ni un rayo de luz perturbara la quietud.
El tiempo parecía haber detenido su marcha en ese sitio, pero una brisa tierna y pacifica soplaba entre las hojas. Karsh lo sentía, en sus huesos, en el susurro de las hojas. Todo estaba ordenado, en su sitio. Ni una flor fuera de lugar, ni una rama desalineada. Aquella calma lo envolvía, y la irritación que había cargado durante todo el viaje se desvanecía ante la meticulosidad y la perfección del lugar.
—¿Qué es esto? —preguntó, apenas susurrando. Sus ojos seguían escaneando cada detalle, buscando el truco o la trampa, porque nada tan perfecto podía existir sin magia.
Illeana, aún sonriente, se acercó a él, sus manos acariciando su brazo con ternura.
—Este es tu refugio, Karsh. Un lugar donde el tiempo no se mueve si no quieres que lo haga. Lo he creado para ti... para nosotros, pero sobre todo para ti —sus ojos brillaban con un cariño tan inmenso como el lugar mismo—. Sé que te desagrada que las cosas se salgan de tu control... El estrés te vuelve loco todos los días, en el castillo, con las gemelas y los sirvientes... conmigo también, sé que no soy fácil de controlar, ni predecible en ningún sentido. así que quise darte un rincón donde todo estuviera en orden. Donde pudieras encontrar la paz que tanto necesitas. Aquí el tiempo no fluye como en el resto del mundo, este es un sitio mágico que está fuera del alcance del caos de todos los días. Aquí, el espacio es inmutable, siempre en armonía. Todo está en un estado de equilibrio perpetuo: las flores no se marchitan, el agua no deja de fluir en calma, y las estrellas y el sol coexistirán si así lo deseas. Cada elemento refleja la exactitud y meticulosidad que valoras tanto.
Karsh la miró, atónito. No había palabras en ese momento que pudieran describir lo que sentía. Todo en él quería rechazar la idea de que alguien conociera tan bien lo que él necesitaba, lo que él anhelaba en lo profundo. Y aun así, ahí estaba Illeana, con su energía caótica y su corazón lleno de amor, ofreciéndole la perfección en un solo lugar.
—No hace mucho te quejaste de no poder terminar de leer ese libro que empezaste porque el castillo ahora está más lleno de actividad que nunca —agregó ella— aquí podrás leer cuanto quieras. Lo que aquí son días o semanas, afuera es menos que un instante. Puedes entrar cuando quieras a tomarte un respiro, que el mundo afuera podrá esperarte cuanto sea necesario.
Karsh se volvió por completo hacia ella, tomando sus manos con devoción, aun sin terminar de creérselo. Ella le sonrió con esa luminosidad de siempre, riendo con suavidad por haberlo dejado sin palabras.
—Y… —continuó ella, tirando suavemente de su brazo—. Tengo algo más.
—¿Cómo? —logró articular Karsh— ¿más?
Ella respondió riendo en gran medida, feliz de que su obsequio lograse el efecto que ella había anticipado. Lo llevó hacia el centro del jardín, donde un pedestal de mármol relucía bajo la luz de un sol que parecía haber sido hecho solo para ese espacio. Sobre él, un antiguo reloj de bolsillo, con grabados intrincados, filigranas en piedra azul y plata, descansaba en calma.
—Este reloj —susurró Illeana— no solo mide el tiempo, Karsh. Te permite controlarlo aquí. En este lugar, tú decides cuándo algo crece, cuándo el agua corre o cuándo las estrellas aparecen. Este es tu refugio, tu espacio, tu propio equilibrio.
Karsh se quedó mirando el reloj, sus manos temblorosas cuando lo levantó. El objeto parecía pesar más que el mundo entero, no por su tamaño, sino por lo que representaba. Era como si Illeana hubiera comprendido todo de él, incluso las partes que ni siquiera él había admitido.
—Feliz aniversario —volvió a decir ella, esta vez con un poco más de seguridad.
Y entonces Karsh lo supo. Estaba completamente perdido por ella.
La rodeó con los brazos, haciendo un sonido extraño, mezcla de risa, ahogo y llanto. La sujetaba con tanta fuerza que ella apenas le veía la cara, pero pasó un buen rato hasta que pudiera soltarla. Y cuando lo hizo, la arrastró hasta el árbol, donde la hizo apoyar la espalda, poniendo los brazos a ambos lados de ella, encerrándola en su espacio para agradecerle. Antes de que Illeana pudiera decir nada, los labios de Karsh estaban sobre los suyos, primero con suavidad, luego con urgencia y pasión. Su lengua lamiendo sus labios la derritió. Fue un tipo de excitación instantánea completamente diferente, la forma en que él se apretó contra ella y mordisqueó y chupó su labio inferior y profundizó el beso hizo que el calor se enredara entre ambos.
La sorpresa en Illeana se disipó justo en el momento en que Karsh se apartó, y ella gimió mientras se inclinaba hacia adelante, tratando de perseguir los labios de los que siempre quería más.
Pero Karsh la iba a dejar con las ganas, momentáneamente— Oh, Illeana —dijo con voz ronca— eres maravillosa.
—Lo sé —murmuró con la respiración agitada y los ojos cerrados, sonriendo vivamente— no me mereces.
Ambos se rieron por unos instantes y se sentaron a la sombra del árbol. Él volvió a estudiar el lugar con ojos atentos, sonriendo eufórico, sin poder creérselo. Sin duda esto era perfecto hasta el último rayo de sol y brizna de hierba.
—¿Es mío? ¿De verdad? —atinó a preguntar— ¿Cómo lo hiciste?
—Bueno, no lo hice yo sola —murmuró ella, dejando reposar su cabeza sobre el pecho del hombre— las gemelas y los reyes me ayudaron mucho. Así que... se puede decir que es un regalo de todos. Pero olvídalo, yo te lo estoy dando por nuestro aniversario.
La sonrisa de Karsh se apagó entonces. Se llevó una mano a la boca y, con los ojos abiertos con espanto, la miró de nuevo. Era su aniversario. Y ella se había esmerado como cada año, como cada vez, como cada instante de esa relación ¿Cómo demonios se le pudo haber olvidado a Karsh otra maldita vez?
—¿Piensas que me olvidé, verdad? —tartamudeó cuando ella percibió su culpabilidad— pues no, no es así.
Illeana sonrió con cariño, resignada— Lo sé.
Extendió su mano a él, Karsh, sintiéndose el peor hombre de la faz de la tierra, puso su mano sobre la de ella. Al juntar las palmas, un destello de luz brilló entre sus dedos y al retirar su mano, en la de Illeana había una pequeña abeja. Ella miró el pequeño insecto dorado y negro que desperezaba unas alas recién creadas a la vista de su nueva dueña.
—Una abeja —le sonrió ella, fingiendo sorpresa y emoción— como los últimos diez aniversarios.
Karsh sintió la culpa reforzar su intensidad y extender sus garras hasta aprisionar su cuello— Para tu colección... —murmuró con timidez, sabiéndose culpable, sabiéndose inmerecedor de tanta dulzura y generosidad por parte de Illeana. Sintiéndose peor que nunca— ... lo siento.
—No, es perfecto —suspiró ella— la aprecio, porque viene de ti, eso me es suficiente.
Karsh se quedó en silencio, observando cómo Illeana acariciaba la pequeña abeja con ternura, su dedo rozando las delicadas alas doradas. Era tan detallista, tan buena, tan dedicada... y él no podía dejar de sentirse insuficiente. Apretó los puños por un momento, tratando de disipar la sensación de fracaso, pero no lo logró. Illeana siempre era tan perfecta, tan generosa con él, y todo lo que podía ofrecerle a cambio parecía deslucido.
—Illeana —murmuró él, su voz cargada de arrepentimiento—, no es suficiente. Tú te mereces mucho más. Un jardín, un lugar donde el tiempo te obedece... Y yo, yo... solo puedo darte lo mismo cada año. —Sus ojos se oscurecieron por la culpa— Me siento como el peor hombre del mundo. No sé qué haría sin ti.
Illeana levantó la vista, sorprendida por el dolor que escuchaba en su voz. Se giró hacia él, apoyando suavemente una mano en su mejilla.
—Karsh, amor mío, escúchame —dijo con dulzura, obligándolo a mirarla a los ojos—. No te amo por los regalos que me das o por las grandes cosas que haces. Te amo por quien eres. La abeja —sonrió, observando el diminuto insecto— es más que suficiente, porque viene de ti, y tú eres todo lo que necesito.
Karsh la miró, aún luchando con su propia culpa, pero había algo en los ojos de Illeana que siempre lograba calmarlo, recordarle que ella lo veía más allá de lo que él mismo era capaz de ver. A pesar de todo, ella lo amaba, incluso en sus imperfecciones. Y eso lo desarmaba por completo.
—Eres mi equilibrio —susurró ella—. Mi lugar seguro, donde encuentro paz cuando todo a mi alrededor es caos. Y no necesito nada más.
Karsh cerró los ojos, dejando escapar un suspiro profundo mientras la abrazaba nuevamente, esta vez con menos urgencia y más gratitud.
—Aun así —insistió— déjame compensártelo.
Karsh probó el reloj entonces. No tuvo que mirar demasiado para averiguar su funcionamiento, con pocos movimientos, logró que el sol avanzara y la noche llegase junto a un océano luminoso de estrellas. Illeana guardó la abeja en su bolsa mientras alzaba la vista y contemplaba la nueva inmensidad de ese sitio secreto.
—Creo que no te costará encontrarle el truco —comentó ella, extrayendo una botella de vino y dos copas.
Karsh, no obstante, esta vez se acercó a ella con lentitud. Mientras la miraba a los ojos retiró de sus manos los objetos que había sacado y los depositó fuera del paso. Había una suave sonrisa en sus labios y ella no evitó sonreír también. Illeana no era tonta, ella podía leer a su prometido con solo verlo, a veces parecía que tenía escritos los pensamientos y emociones en la frente. Lo que ahora quería no le pasó a ella desapercibido.
—Pensé que no lo querrías tan pronto después de anoche —medio sonrió, sorprendida ante el apetito que anidaba en los ojos verdes de Karsh.
Él pareció como si apenas la oyera. La mirada del hombre paseó por su rostro, sus cabellos, regresando finalmente a sus ojos.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido jamás. —Su cálido aliento la cosquilleó y un delicioso escalofrío la recorrió hasta lo más profundo de su ser.
Illeana sintió que sus dedos se cerraban con más fuerza sobre sus brazos, acercándola más a él. La boca de Karsh se encontró con la de ella apresuradamente. Sus brazos la rodearon, ella respondió aferrándose a él, y permaneció así, con la columna vertebral arqueada hacia atrás, bajo la presión del cuerpo del hombre que la empujaba con suavidad contra la hierba.
La boca de su prometido resultaba sensual contra la suya. Sus brazos hacían más que rodearla; la protegían. Cerró los ojos mientras se hundía en su beso. El cuerpo de Karsh resultaba muy duro contra el suyo. Él le agarró los cabellos por la nuca, sujetándola mientras gemía contra sus labios, a la vez que su cálida lengua llenaba inesperadamente su boca. Illeana se encontraba dulcemente embriagada en todas aquellas deliciosas sensaciones.
Sintió la presión del césped mullido contra el cuerpo. Ahora estaba tumbada de espaldas, con Karsh encima. Se rindió a su abrazo, usando la lengua como él usaba la suya, y se sintió estimulada por su ardiente respuesta. Karsh, tan generoso con su deseo como poco detallista era, la hacía sentir una mujer deseable.
—Te amo —mustió él jadeando en su oído.
El corazón le latía a tal velocidad que temió que fuera a estallar. También la respiración de Karsh surgía en desesperadas bocanadas, como si su deseo por ella lo estuviera enloqueciendo. Se aferró a él ansiosa por volver a sentir el cálido aliento de sus palabras en el oído.
—Yo también te amo —suspiró ella—, más de lo que imaginas.
—Este momento es nuestro.
—Si —jadeó ella completamente sumergida en el placer de su cercanía— es lo único que deseo.
Él siguió besándola y ella se detuvo a disfrutar, sintiendo cómo él ejercía presión contra su pierna, notando también como su brazo descansaba sobre su vientre mientras le acariciaba la cadera con la mano. Cerró los ojos cuando él la besó en el cuello. Era una sensación muy agradable sentir sus íntimos susurros en el oído.
—Te amo —volvió a musitar él. Illeana se estremeció con el placer que le producía aquella sensación, con el placer de sentirse mujer, de saber que su simple existencia emocionaba al hombre que amaba— te amo como no tienes idea.
Ella lo besó en el cuello cuando él cambió de posición. Le beso la oreja y pasó la lengua a lo largo de ella como él había hecho. Todo el cuerpo de Karsh ardía. Se quedó paralizada cuando él deslizó la mano bajo su vestido, los dedos resbalaron sobre su rodilla desnuda, sobre su muslo desnudo. Su contacto la debilitaba de un modo que le producía dolor. Pero le encantaba a unos niveles que la volvían loca. Los dedos de Karsh resultaban tan placenteros que Illeana no dejaba de suspirar, jadear y gemir.
Entonces ella cambió de posición, alzándose haciendo que su prometido quedase de espaldas, con ella encima de él. Se sentó a horcajadas sobre el regazo de Karsh. Le besó el costado de la boca y luego la mejilla. Le besó la oreja y luego la atrapó entre sus dientes y la mordisqueó una vez. Las manos de él abandonaron su tarea para sostenerla por la cintura mientras gemía y empujaba su creciente erección contra ella. Sus sonrisas traviesas encontrándose en la intimidad de ese momento.
—Mi chica buena —Con un movimiento rápido, los papeles volvieron a ser los del principio y, riendo suavemente, Karsh estuvo de nuevo sobre ella, teniendo una vez más el control.
Se reincorporó y con urgencia se desvistió por completo, mientras ella hacía lo propio hasta que ambos quedaron desnudos uno frente a el otro. Karsh la miró fijamente unos segundos, amando la visión que tenía delante. Illeana, comúnmente tan tímida, le devolvía una mirada con un deseo igual. Se sonrieron y ambos buscaron los labios del otro con dulzura y el amor que los quemaba a ambos con ese calor tan ardiente.
Karsh le separó aún más las rodillas y se ubicó entre sus temblorosas piernas.
—No sabes cuánto te necesito.
—Creo que tengo una idea —se soltó a reir ella y él la acompañó de igual forma.
El beso volvió a ser lento y amoroso, dulce y apasionado, mientras Karsh le acariciaba las piernas a lo largo, recreándose en la suavidad de sus caderas y muslos, hundiéndose en ella sin previo aviso provocándole un gemido suave. Él empezó a empujarse contra ella con ternura, con suavidad, en una cadencia tan maravillosamente eclipsante, hasta que una ligera capa de sudor cubrió sus cuerpos. No era ligero, pero tampoco brusco. Era uniforme, suave, pero firme.
El movimiento de sus cuerpos era perfecto, una danza íntima en la que ambos se perdieron, cada caricia y susurro intensificando la conexión entre ellos. Se miraron a los ojos, jadeando en la paz de ese idílico lugar, suspirando y besándose sin prisas, disfrutándose con la misma necesidad. Karsh cambió de posición y esta vez se puso de rodillas, mirándola todavía desde arriba, admirando lo que veía y siguiendo con la mirada hacia arriba y hacia abajo el cuerpo femenino, poco a poco, contemplándola. Pero las embestidas no se detuvieron, ni siquiera por un segundo.
Una serie rápida de embestidas fue lo único en lo que ambos se pudieron concentrar. Cuando Illeana se tensó, arqueando la espalda y echando hacia atrás la cabeza, Karsh se soltó y se derramó dentro de ella liberando un grito ahogado mientras llegaban juntos al cielo.
Después de unos segundos, tras salir de esa niebla de infinito placer, Karsh buscó los labios de su prometida y la besó profundamente, desplazándose para quedar recostado al lado de ella en la hierba mullida. Illeana, exhausta y satisfecha, ronroneó con dulzura, riéndose por lo bajo contra su boca. Los minutos que siguieron fueron una mezcla de risas suaves y besos pausados, disfrutando de la calma que seguía a la tormenta de pasión.
Karsh la abrazó con fuerza, sintiendo el latido de su corazón acompasado con el suyo, acariciando su mejilla suavemente mientras Illeana sonreía.
—Puede ser que des los mismos regalos de siempre —murmuró ella, lo besó una y otra vez antes de apartarse con una sonrisa—, pero, Dios mío, si tu compañía no fuera suficiente, esto que haces ya es todo lo que necesito.
Karsh rió suavemente con ella, estrechándola aún más entre sus brazos, disfrutando del calor y la cercanía de su amor.
—Puedo asegurarte que conseguiré unas flores, por lo menos, la próxima vez.
Illeana se quedó dormida entonces, con una pequeña sonrisa en los labios, Karsh la siguió pocos instantes después.
Había sido un aniversario memorable.