ID de la obra: 1415

Intimidad

Het
NC-17
Finalizada
1
Tamaño:
6 páginas, 3.775 palabras, 1 capítulo
Descripción:
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Capítulo 1

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—Tiene que haber algún sitio. —repetía Karsh, su voz teñida con un leve fastidio mientras abría puertas al azar, sus dedos aún chamuscados por el accidente anterior. —¿Era necesario cambiarnos ahora? —opinó Illeana, abriendo otras puertas a lo largo del pasillo, su tono era calmado pero con una ligera preocupación—. Las chicas están progresando, y no creo que pausar el entrenamiento sea lo mejor en este momento. —No podemos dejar que la servidumbre nos vea así. Nos perderán el respeto. Incluso las chicas ¿entiendes? —dijo con firmeza, y luego hizo una pausa para mirar a Illeana—Para ellas tenemos algo así como treinta y cinco años ambos, es decir poco más de lo que ellas tienen, cuando en realidad sobrepasamos los dos siglos. No es adecuado que nos vean así, tienen que vernos tal cual somos. Adultos serios y responsables. Al decir esto, Karsh se volvió a Illeana con una expresión de seriedad plena y solemne. Su rostro oscurecido por las manchas de hollín y su cabello desordenado en todas direcciones. Illeana no pudo contener la risa. Algo en la ironía de la situación, en la seriedad de su expresión mezclada con su apariencia destrozada, la hizo romper en carcajadas. Su apariencia se veía tan chamuscada después de que Camryn le hubiera dado un toque solar, que la mujer no pudo menos que reírse. La risa resonaba en el pasillo, ligera y musical, como si la tensión acumulada en el aire se disipara con cada nota. —¿Qué es tan gracioso? —puso los brazos en jarras mientras la miraba con los ojos entrecerrados, claramente irritado por la respuesta de su compañera. —Tú —contestó Illeana, su risa vibrando en el aire— hablas de la seriedad y todo eso del respeto y te ves como esos cuidadores de dragones jóvenes después de atenderles un resfriado.  Karsh bufó, su expresión endureciéndose más, aunque no pudo evitar que una sonrisa ligera asomara en la comisura de sus labios. —Por si no te has dado cuenta, —alzó una ceja con irritación mientras se volvía para seguir buscando la puerta correcta— tú te ves igual que yo. Con la diferencia de que pareces un escobetón de chimenea. Illeana apenas le prestó atención, riéndose aún más fuerte. —Seguro que me veo con más estilo —bromeó ella, pasándose las manos por el cabello medio chamuscado, intentando contener las carcajadas. —¿Sabes que? Olvídalo —Karsh gruñó, abandonando su búsqueda frustrada de un cuarto de baño disponible— estúpidos cuartos de aseo, nunca doy con ellos cuando más los necesito.  Illeana lo observaba, entre divertida y exasperada, mientras él continuaba con su perorata. —Uno de la limpieza me dijo que con los preparativos y reformas los han estado moviendo mucho —comentó la mujer con indiferencia— yo prefiero aparecer una puerta ¿no es mejor?  —Ya sabes que no debemos hacer eso, es contra las reglas crear más habitaciones en el castillo. —refunfuñó él, perdiendo un poco la paciencia.  —¿Y si lo hacemos quien se enterará? El castillo es tan grande que nadie notará la diferencia. —Illeana alzó los hombros, indiferente. —No me voy a poner a razonar contigo —suspiró exasperado, rindiéndose al fin— ¡Al diablo los cuartos de baño!  Sin más, abrió una puerta al azar y la señaló— Pasa, rápido. Antes de que aparezca alguien más. Él apoyó una mano en la espalda de ella como si tuviera que indicarle el camino que debía tomar. Algo que tenían las caricias de Karsh era que la hacían obedecer sin pensar, entró sin oponer resistencia. Era un cuarto anexo a alguna habitación, éste era un salón, las puertas más allá seguro iban al dormitorio y otra al baño. Fácilmente podrían caber veinte personas sin problemas. El color dominante era el verde, pero había toques de azul y aqua en varios puntos. Una amplia chimenea iluminaba la estancia, un fuego generoso crepitaba en su interior dándole un aspecto hogareño a la habitación, llenando la estancia con un calor envolvente. Los sillones mullidos y las pinturas de paisajes mágicos en las paredes completaban el ambiente, dando la impresión de que se trataba de un refugio privado de algún noble. —Voy a poner seguro antes de que el dueño de la habitación regrese. —comentó con vaguedad él, paseando la vista por la habitación— Puede ser con facilidad algún lord o lady, por lo visto el fuego lleva un rato encendido.  —De igual manera no creo que nos tardemos mucho —dijo Illeana viéndose en un espejo las mejillas tiznadas en hollín. Aun despedía cierto humo parte de su cabello y las pestañas y cejas habían sido consumidas por completo. Esto le confirmó que Karsh no mentía al decir que ella tenía la misma apariencia de él.  Karsh entornó la puerta del cuarto de baño y dio un vistazo. Al comprobar que estaba vacío como el dormitorio le indicó a Illeana que se acercara. Tan pronto se hallaron ahí se dieron la espalda y comenzaron a desvestirse. Karsh con ansiedad, presa de la frustración rasgaba la tela que no se deshacía en cenizas en sus manos. Illeana con su paciencia acostumbrada, tarareando con suavidad, como si la situación no la perturbara en absoluto. Aunque la escena debería haber sido incómoda, la familiaridad entre ellos lo convertía en algo natural, cabe resaltar que eran pareja y estaban a nada de casarse. Él se encontraba de cara a la puerta del baño mientras ella se ubicada frente a la ducha. —Cuanto entusiasmo muestra Camrym a veces ¿no te parece? —comentó Karsh, su voz cargada de molestia— esta túnica me gustaba.  Illeana, sonriendo suavemente, asintió. —A mi también, te favorecía —estuvo de acuerdo, hizo una pausa— a veces me daban ganas de quitártela.  Las manos de Karsh se detuvieron sobre la ropa chamuscada, sorprendido por el comentario. El eco de sus palabras resonando en la habitación. La piel de su espalda estaba expuesta a la luz natural que entraba por los ventanales, sus músculos tensos. El tono de la mujer había sido ligero, casi casual, pero lleno de implicaciones no dichas. Sin embargo, Illeana no dio muestras de haberse dado cuenta de lo que dijo, porque añadió, sin voltear— ¿sabes que creo? Que el entusiasmo de Cam es proporcional al hastío que muestra Alex. Ese es el verdadero problema. Si hubiera una forma de hacer que ella también se emocionara sería todo más sencillo... O buscar que Cam tenga algo de seriedad. Karsh dejó caer la última prenda al suelo, su cuerpo completamente expuesto a la calidez de la habitación, pero algo más que el fuego lo quemaba por dentro. El deseo reprimido. Y, por los sonidos de la ropa crujiente rompiéndose al sacársela y dejarla caer, podía suponer que su prometida estaba en igualdad de condiciones.  —Voy a meterme a la ducha ahora —dijo ella y dicho y hecho, pasó a ese sitio. Su silueta se volvió borrosa tras los cristales esmerilados, pero su presencia era inconfundible.— Qué lastima no tener tiempo para tomar un largo baño relajante. Esa ducha era un cuarto aledaño dentro del mismo baño. Al abrirse una escotilla en el techo, el agua termal bajaba regulada por varios grados de presión. Las baldosas eran verde jade, como todo en esas habitaciones. La luz se colaba desde ahí ventanales arriba. El agua comenzó a correr, llenando el cuarto de baño con una niebla ligera que se alzaba desde los azulejos añadían una sensación de intimidad. Karsh se dio la vuelta lentamente. Dio unos pasos hacia ella, la tensión en su pecho era palpable. Su corazón latía con una mezcla de ansias y nerviosismo mientras sus pensamientos se enredaban en el deseo. —Illeana —murmuró, tragando en seco, su voz apenas un susurro cargado de emociones reprimidas— Déjame entrar contigo. Algo en la voz de su prometido hizo que la mujer sintiera la habitación calentándose y no por acción del agua termal.  —¿Y las gemelas? —preguntó, con un leve tono de preocupación, que ocultaba una inseguridad más profunda. Karsh esbozó una media sonrisa, su mirada suave pero persistente. —¿No me dices siempre que soy un aguafiestas cuando no quiero hacer algo como esto? —bromeó él, acercándose un paso más— ¿me dejarás entrar?  Illeana, sin poder evitar sonreír ante su tono juguetón, separó las puertas de cristal. Una corriente de vapor caliente escapó, envolviendo a ambos. Ella estaba limpia ya, su cuerpo húmedo y tibio ante él, el cabello pegado a la nuca. Había hecho crecer con magia sus pestañas y cejas de nuevo y el cabello volvía a ser rubio luminoso sin las partes quemadas. Ahora se veía tan radiante como siempre. Sus pechos, pequeños y firmes, las caderas llenas y proporcionales y el vientre plano. todo en ella representaba la feminidad que Karsh encontraba irresistible. Incluso en ese momento, con el rostro de él todavía tiznado de hollín y el cabello en punta por el accidente mágico, ella se rio suavemente, burlándose de su apariencia. A pesar de su acostumbrada forma de ser, Illeana siempre mostraba un matiz de inseguridad en los momentos íntimos. Era una contradicción que Karsh aún no lograba entender: la mujer que podía llenar cualquier habitación con su risa y energía parecía retraerse en los momentos en que estaban solos. Inconscientemente una de sus manos cubría sus pechos y otra su vientre bajo, como protegiéndose. —Illeana, nos vamos a casar —se rió con ternura, pero también con un tilde de obvia ironía— y ya hemos hecho el amor antes ¿Por qué siempre insistes en cubrirte?  La dulzura de sus palabras hacia que ella desviase la mirada al interior de la ducha. Dejó caer lentamente sus manos a los costados, retrocediendo unos pasos para hacerle espacio. El sitio podía llenarse como una bañera, tan amplia era que fácilmente cuatro personas se habrían podido duchar sin problemas.  —Puedo ayudarte a lavarte si quieres. —ofreció ella en un susurro tímido, como si estuviera probando las aguas de su propia vulnerabilidad. El agua caía del centro del techo, Illeana lo tomó de las manos y lo atrajo hasta el agua caliente. Esta cayó como una corriente sobre su cabeza, mojándole el cabello y lavando su espalda y pecho. Karsh suspiró profundamente, a pesar de que el agua ofrecía un alivio físico también estaba atento a su prometida, en la forma en que sus movimientos gráciles revelaban cada curva de su cuerpo bajo la luz suave. Ella empezó a lavar con sus manos y la esponja los hombros y la espalda fuerte de Karsh mientras él mismo trataba de poner en orden su cabello. Las formas delicadamente femeninas de la mujer se reflejaban en las baldosas cuando ella se ubicaba tras él, manteniéndola siempre dentro de su campo visual. Illeana sentía la mirada de él siguiéndola, como un cazador acechando a su presa. Los escalofríos que la embargaban eran muy reales. El modo en que el hombre la miraba fijamente la ponía nerviosa, encendía una chispa de deseo en lo más profundo de su ser, la llenaba de una urgencia ansiosa que ponía a mil su corazón. Ella se detuvo ocasionalmente para mirarlo, encontrando sus ojos verdes fijos en los suyos con una intensidad inquebrantable. La conexión entre ambos era palpable, un deseo sutil que crecía entre ellos con cada mirada, cada caricia, cada gesto compartido en la intimidad de esa ducha. Llegó un momento en el cual ella estaba bajando con las caricias más abajo del estómago de Karsh, la tensión en la habitación se volvió casi insoportable. Cada toque era una promesa, y él ya no podía soportarlo más. —Illeana —murmuró él, su voz ronca, cargada de deseo y súplica, como si estuviera al borde de perder el control. Ella vio en sus ojos una especie de rendición impotente. Él entonces, como vencido, como atenazado por algo que ya no podía dominar, la atrajo más cerca. Se inclinó y la besó con ansias. Este era uno de esos contactos que se habían dado pocas veces, pero reconocía a la perfección la sensación tan maravillosamente intoxicante.   Ella suspiró y dejó caer la esponja por la sorpresa, pero no se resistió. Karsh no era de arrebatos como ese, pero ella lo recibió con los brazos abiertos, rodeándolo con ternura y pasión. Sus manos encontraron el camino hasta la nuca de Karsh, dejando que él se recrease pasando sus manos ansiosas por su cuerpo, explorándola, acariciando cada curva como si estuviera redescubriendo cada parte de ella. Karsh, siempre meticuloso y calculador en todo lo que hacía, se volvía un hombre diferente en la intimidad: apasionado, hambriento y generoso en su deseo. Le encantaba besarla y acariciarla, sentir como Illeana respondía a sus caricias, cómo sus suspiros suaves se mezclaban con los gemidos llenos de necesidad. Era el tipo de hombre que, en medio de la rutina y la guerra, encontraba en Illeana un refugio, una locura que amaba y deseaba con la misma intensidad. Un gemido escapó de sus labios mientras la sujetaba con fuerza, abrazándola con fiereza mientras la besaba con apasionado abandono. Ella era totalmente consciente de la presencia del brazo del hombre rodeando la parte baja de su espalda, del otro brazo tras los hombros, de sus propios pechos oprimidos contra los músculos del pecho de su compañero, de la boca de él presionada contra la de ella, de su propio gemido de necesidad en respuesta al de él. El calor entre ambos era casi abrumador. La respiración de Karsh se había hecho rápida y entrecortada mientras besaba el cuello de la mujer con una urgencia desesperada. Sus manos recorrieron sus caderas y glúteos, y luego una de ellas bajó más hasta sus muslos y después entre sus piernas, como si no pudiera obtener suficiente de ella su boca bajó hasta atrapar uno de sus pezones.  —Por favor... detente. —logró murmurar ella de repente. Las palabras de Illeana cayeron como una bofetada en la mente de Karsh. Su respiración se detuvo por un instante mientras se apartaba lentamente, mirándola a los ojos con confusión. Sus manos tardaron un poco en separarse de su piel, pero al final lo hicieron. A regañadientes le dio su espacio, retrocediendo.  —¿Por qué? —preguntó con voz temblorosa, su pecho subiendo y bajando con rapidez— ¿No me deseas? Illeana se apresuró a responder, su voz entrecortada y llena de emociones encontradas. —Te deseo... ¡te deseo muchísimo! —dijo, su corazón acelerado, aun con el rostro cubierto por las manos—. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero perderte... lo que más deseo es ser tuya. Karsh casi sonrió ante sus palabras, pero luego notó la sombra de algo más en sus ojos. De la nada la mujer estalló en sollozos incontrolables y se cubrió el rostro con las manos. —¿Pero qué? —insistió suavemente, preocupado, adelantándose a ella unos pasos de nuevo. Illeana respiró hondo, sabiendo que debía confesar lo que había estado guardando— Tengo que decirte esto antes de seguir. —dijo con la voz quebrada— Si me ves insegura o ausente... es porque durante el tiempo que estuve atrapada en la oscuridad, Thantos me... me violó. Al terminar de hablar, Illeana descubrió su rostro lloroso y alzó la mirada, encontrándose con los ojos de Karsh, llenos de consternación. En ese instante, él lo entendió todo. Las piezas que faltaban encajaron, revelando una verdad que lo golpeó con fuerza. Durante esos dos años, el caos de la guerra y las responsabilidades con las gemelas los habían mantenido ocupados, sin tiempo para detenerse a hablar, sin saber el tormento que ella había soportado en silencio. Ella giró la cabeza y lo rodeó con los brazos, su mejilla presionada contra el pecho de él transmitía una vulnerabilidad pura, casi dolorosa, y a Karsh le llegó al alma.. Fue el gesto más infantil que podía imaginar, uno que le llegó al corazón e hizo que la amara aún más. Suavemente, colocó unos brazos protectores a su alrededor, reconfortándola, a pesar de que en verdad no podía hacer nada para protegerla de esas cosas que ella tanto temía. Abrigándola en su comprensión ante la magnitud de la situación.  —Nunca me lo habías dicho. —suspiró.  —Solo quería que lo supieras —su tono revelaba una profunda tristeza y desaliento—  Como tú lo dijiste, vamos a casarnos. No tiene que haber secretos entre nosotros... Si al principio me resisto a servirte como lo debe hacer una mujer a su esposo... no quiero que pienses que es porque no te deseo... —Lo comprendo —No había dos palabras que pudieran haber sido más significativas en aquel momento. La mujer sólo pudo asentir su agradecimiento. Karsh sintió un nudo en el estómago. Deseaba a Illeana con toda su alma, pero la idea de que hubiera sufrido tanto lo llenaba de rabia y tristeza. —¿Por qué no me lo dijiste antes? Ella se encogió de hombros, evitando su mirada— Tenía miedo de que te alejaras de mí. Que sintieras vergüenza de estar conmigo. —Nunca lo haría —susurró, su voz llena de sinceridad— Nunca. Resultó inesperadamente fantástico saber que él no la rechazaba, que ella a sus ojos seguía siendo la misma mujer de siempre. El contacto con los brazos de Karsh resultaba tan agradable, tan poderoso. Apremiados en el calor del agua termal, él la oprimía contra sí y ella percibía el aliento cálido en la coronilla de su cabeza. Notaba toda la longitud del cuerpo del hombre, las piernas, el torso, presionado contra ella mientras sus labios la rozaban besando su cabeza con dulzura. El corazón le latía a un ritmo suave ahora. El vapor se condensaba en las ventanas, formando pequeñas gotas que resbalaban por el cristal como sus lágrimas. Karsh no aflojó su abrazo. Sentía la fragilidad de Illeana como si fuera un cristal en sus manos, pero al mismo tiempo, admiraba su fortaleza. Haberle confesado algo tan doloroso no solo mostraba su confianza en él, sino también una valentía silenciosa que lo conmovía profundamente. El agua termal seguía corriendo a su alrededor, envolviéndolos en una cálida nube, pero ahora, el ambiente entre ellos era aún más íntimo. Karsh la sostenía firmemente, protegiéndola de los demonios que ya no podía combatir con su magia. —Illeana… —susurró, buscando las palabras correctas. Lo que sentía era una mezcla de amor profundo y una furia latente, difícil de contener—. No tienes que cargar con eso sola nunca más. Thantos ya no tiene poder sobre ti, ni sobre nosotros. Yo no lo permitiré. Ella lo miró, sus ojos llenos de gratitud pero también de un dolor que aún no había desaparecido del todo. —No quiero que te expongas a él, hay que dejar que las gemelas lo destruyan como lo dice la profecía —dijo ella, con un tono firme que no aceptaba discusión—. No puedo volver a vivir ese horror. Lo que quiero es seguir adelante. Lo que quiero es… que estemos bien. Que volvamos a ser nosotros... Karsh la observó por un momento, notando la intensidad en su mirada. Comprendía su deseo de dejar el pasado atrás, pero no podía evitar que una parte de él quisiera vengarla, hacer justicia por lo que había sufrido. Aun así, sabía que forzar esa batalla no la ayudaría. —Estaremos bien —respondió con suavidad, inclinándose para besar su frente. El gesto fue tierno, pero lleno de promesa—. Te lo prometo. El contacto de los labios de Karsh en su piel pareció disipar la tensión que se acumulaba en su cuerpo. El agua caliente seguía cayendo sobre ellos, pero lo que ahora la invadía era una sensación de calma, un refugio en el que, por primera vez en mucho tiempo, se sintió segura. —Gracias —murmuró ella, apenas audiblemente. Por unos momentos, simplemente se quedaron así, en silencio. El agua termal seguía su curso, el vapor se levantaba a su alrededor. Estaba agotada emocionalmente, pero Karsh era como un ancla, manteniéndola a salvo. Después de un rato, Karsh la soltó suavemente, aunque mantuvo su mirada fija en ella. Había algo en sus ojos que Illeana no podía descifrar, una mezcla de ternura y deseo que la hacía sentir un escalofrío recorrer su espalda. —¿Podemos hacer algo? —preguntó él de repente, con una voz baja y grave. Illeana lo miró, algo desconcertada— ¿Qué cosa? Karsh sonrió, pero fue una sonrisa cargada de calidez, sin rastro de malicia. Tomó sus manos con cuidado, besándolas una a una. —¿Podemos empezar de nuevo? —dijo, sus ojos brillando bajo la luz tenue— Dejar que todo esto, el pasado, las heridas, la culpa… queden atrás. Quiero que recuperemos lo que éramos. Quiero que volvamos a ser nosotros, pero también quiero que seamos mejores, más fuertes. Illeana sintió un nudo en la garganta. Había temido que esta confesión pusiera una barrera entre ellos, pero en lugar de eso, parecía que los estaba acercando aún más. El amor de Karsh era como un bálsamo, curando heridas que ni siquiera ella sabía que seguían abiertas. —Sí, quiero eso —susurró, su voz temblando de emoción—. Quiero estar contigo. Siempre. Karsh asintió lentamente, y sin decir una palabra más, la atrajo hacia él nuevamente, pero esta vez el abrazo no fue solo para consolar. Sus labios encontraron los de ella, no con el frenesí anterior, sino con una suavidad que casi le hizo olvidar todo lo que había sucedido antes. Illeana sintió el calor de su piel, la firmeza de sus brazos, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió rendirse completamente al momento. Sus manos se deslizaron por la espalda de Karsh, sintiendo cada músculo tensarse bajo su tacto. El deseo entre ellos seguía latente, pero ahora era diferente, menos urgente y más profundo. Era el tipo de deseo que se construye con la confianza, con la seguridad de que no había prisa, de que ambos estaban allí, en ese instante, solo el uno para el otro. Karsh la besó una vez más, más lento esta vez, explorando cada rincón de sus labios como si quisiera memorizar el momento. Illeana respondió con igual intensidad, permitiendo que todo lo demás desapareciera. Thantos, el pasado, las sombras… nada importaba mientras estuvieran juntos. —Vamos a estar bien —murmuró Karsh contra sus labios, su voz ronca, cargada de emoción—. Te lo prometo. Illeana solo pudo asentir mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla, pero esta vez no era de tristeza. Era de alivio. Porque, por primera vez en mucho tiempo, creía en esas palabras. Sabía que, con Karsh a su lado, el futuro no sería una repetición del dolor del pasado. Ahora tenía más confianza en que llegado el momento, las gemelas harían lo que debían para extinguir el mal. Se abrazaron bajo el agua caliente, dejando que el vapor y el calor los envolvieran, como un capullo que los protegía del mundo exterior. Afuera, las sombras de Thantos seguían presentes, pero por ahora, solo había paz.
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