ID de la obra: 1438

Por decreto ministerial

Gen
NC-17
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planificada Mini, escritos 3 páginas, 1.187 palabras, 1 capítulo
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El error fatídico

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EL ERROR FATÍDICO El aire en el pasillo subterráneo del Ministerio de Magia olía a polvo de pergamino antiguo y a la desesperanza lenta de la burocracia. Hermione Granger recorría el estrecho corredor con pasos enérgicos y decididos, el taconeo de sus botines repitiendo un eco de impaciencia. Bajo el brazo, llevaba un fajo de documentos tan grueso que amenazaba con desbordarse. —¡Es completamente ridículo! —murmuró para sus adentros, esquivando a un empleado que empujaba una torre de archivos tambaleante—. Tres semanas. Tres semanas para que me dijeran que el formulario 4-B estaba obsoleto y que debía usar el 4-C. ¡Y ahora esto! Su destino era la ventanilla 73B del Departamento de Registros Mágicos y Legales, una ventanilla notoriamente lenta a cargo de un tal Perkins Jr., de quien se rumoreaba había conseguido el puesto por ser el sobrino de alguien importante. Hermione había agotado ya la vía de las lechuzas y las peticiones formales. Ahora estaba allí, en persona, para entregar su demanda de acceso a los Registros de Servidumbre Élfica del siglo XVIII. Era la pieza clave para su próximo ensayo ante la Wizengamot para ampliar los derechos de los elfos domésticos. Paralelamente, en la penumbra de su estudio en Spinner's End, Severus Snape sellaba un rollo de pergamino con un sello de cera negra. Su expresión era la habitual: una máscara de desdén y fastidio. La poción neuro-regenerativa que había desarrollado—un compuesto tan complejo que hacía que la Poción Multijugos pareciera agua de limón—era su mayor logro en años de reclusión. Y, por supuesto, el Ministerio quería meter sus dedos pegajosos en ella. La petición de patente era un mal necesario, un trámite despreciable para proteger su propiedad intelectual de los buitres como St. Mungo y sus fabricantes en masa. Con un gesto brusco, ató el pergamino a la pata de su lechuza más discreta. —Entrega esto en la Oficina de Patentes y Propiedades Mágicas Intelectuales. No te entretengas —susurró, y el ave partió en silencio hacia la noche londinense. Mientras tanto, en la ventanilla 73B, Hermione forcejeaba con su montaña de papeles. —Mire, Perkins —dijo Hermione, apilando los documentos sobre el mostrador con un golpe sordo—. Permítame simplificárselo. Esto— señaló la primera pila— es la solicitud inicial y su negativa. Esto— señaló una segunda— es la apelación, con el visto bueno del Departamento de Justicia Mágica. Y esto— golpeó con el dedo una carta con un sello oficial— es una nota personal del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, Kingsley Shacklebolt, preguntando por qué un trámite rutinario está tomando más de tres semanas. Todo está en regla. Su único trabajo es sellarlo y registrarlo. Perkins Jr., un hombre joven con una expresión de perpetua confusión, palideció aún más, si cabía. Un hilillo de sudor le recorría la sien. —¡El Jefe Shacklebolt! Pero es que… es mucho volumen, Señorita Granger. Usted no lo entiende, el subsector de 'Registros Históricos de Seres Mágicos' está colapsado. ¡Y hoy el practicante de verano mezcló las cajas con las de 'Propiedades Conyugales Arcanas'! Todo por un error de ortografía en una etiqueta. Creo que puso 'Serees' en lugar de 'Seres'... —¿Serees? —repitió Hermione, con una voz tan gélida que el aire a su alrededor pareció crisparse—. ¿Está diciendo que el sistema de archivo del Ministerio de Magia depende de la ortografía dudosa de un practicante? —Bueno, cuando lo dice así suena... —masculló Perkins, buscando un sello con manos temblorosas. —Suena como la incompetencia institucionalizada que intento combatir —lo cortó Hermione—. No me interesan sus problemas de archivo. Necesito que esto quede registrado. Hoy. En ese preciso instante, la lechuza de Snape entraba por una ventana abierta en un piso superior y, tras deambular por pasillos idénticos, dejaba caer el pergamino de la patente justo en la bandeja de "Entrada Urgente" de la ventanilla 73B. La bandeja, por una remodelación mal hecha, compartía espacio con la de "Peticiones de Matrimonio por Decreto Mágico", un estatuto tan antiguo que casi nadie recordaba su existencia, diseñado para unir a familias de sangre pura en tiempos de guerra. —¡Otra más! —gimió Perkins, cogiendo el pergamino de Snape sin mirar el remitente. Solo vio el sello negro y lo asoció, en su mente neblinosa, con algún trámite del Departamento de Misterios o algo igual de solemne y urgente. Lo apiló sobre la montaña de documentos de Hermione—. Está bien, está bien, lo registro todo en el mismo lote. Un sello, un resplandor, y asunto solucionado. Así me ahorro tiempo. "Eficiencia" dicen. Con un movimiento torpe, golpeó ambos expedientes con su varita. Un resplandor dorado los envolvió momentáneamente antes de que desaparecieran, enviados a las profundidades del archivo automático. —Listo. Recibirá una notificación por lechuza de la aceptación de su… eh… de todo —dijo Perkins, sonriendo con alivio. Hermione suspiró, exhausta pero satisfecha. La maquinaria, por fin, se ponía en marcha. —Gracias —dijo, y se marchó, sin sospechar que acababa de depositar su futuro en las manos más incompetentes del Ministerio Mágico. Horas más tarde, en su apartamento, Hermione revisaba notas junto a una taza de té. De repente, un estallido de luz dorada llenó la habitación, seguido de un suave pop. Un pergamino de apariencia oficial, atado con una cinta de raso dorada, apareció flotando frente a ella. Al mismo tiempo, en el sótano de Spinner's End, Snape observaba cómo un hilillo de vapor plateado se elevaba de su caldero, signo de la perfección de la poción. De la nada, el mismo resplandor dorado iluminó su rostro cetrino, y un pergamino idéntico se materializó en el aire, amenazadoramente elegante. Con una sonrisa de satisfacción, Hermione desenrolló el pergamino, esperando la confirmación de su solicitud de acceso a los Registros de Servidumbre. Sus ojos recorrieron las líneas de pomposa caligrafía ministerial. La sonrisa se congeló, se resquebrajó y se desvaneció. El color abandonó sus mejillas. —No puede ser —susurró para sí misma—. Esto es... Esto es un error. Un error grotesco. Leyó en voz alta, como si pronunciando las palabras pudiera hacerlas menos reales: —"Nos complace informarle que su Matrimonio por Decreto Mágico con Severus Tobias Snape..." —Su voz se quebró—. ¿Severus Snape? ¿Matrimonio? —Giró el pergamino, buscando una nota aclaratoria, una línea que dijera "esto es una broma". No la había—. ¡Por el amor de Merlín! ¡El Estatuto 734! ¡Eso es de la era medieval! El pergamino cayó de sus manos inertes, golpeando el suelo con un suave crujido que sonó como el portazo de su vida. A kilómetros de distancia, Snape leyó el mismo mensaje. Sus oscuros ojos se ensancharon por una fracción de segundo clavándose en una frase: «Matrimonio por Decreto Mágico». No había margen para error, ni para apelación. Sus labios, finos y pálidos, se retiraron en un silencioso y terrible gesto de odio. —Granger —silbó, como si la palabra misma fuera un veneno—. La insolencia... la imbecilidad... el absoluto fracaso de este ministerio de pacotilla... Sin poder contener la ola de furia concentrada, cogió el frasco de veneno de véspidos y lo estrelló contra la pared de piedra. El pergamino, impecable, cayó lentamente al suelo, su mensaje absurdo quedó grabado para siempre en la realidad. La farsa había comenzado
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