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Con el paso de los días se decidió que la chica se quedaría bajo vigilancia, y quién mejor que la mano derecha del Señor Oscuro, para ocuparse de tan honorable misión. Y sí, ese era Regulus Black. Y sí, estaba seguro de no tener ninguna intención honorable para su prisionera. Podía tomarlo como un premio para él, y como una condena para ella. Aunque sus planes no eran seguir con las torturas. No. Él jugaría con su mente. Con su resistencia mental. Quería romperla. La chica fue empujada al suelo, justo a los pies de Regulus. Este vio cómo los mortífagos abandonaban su casa. Y se sintió aliviado, en parte. Una vez a solas, dirigió su mirada hacia la chica que yacía bajo él. Mirando el suelo fijamente y apoyando sus manos por delante de sus rodillas. Qué delicia.Regulus se sentía poderoso. Mucho más poderoso que nunca. Y había algo dentro de su ser que despertaba con la frágil imagen. Como si tenerla tan a su merced fuera adictivo, lo único que necesitaba. Regulus levantó su bota y con esta hizo levantar la barbilla de la chica, captando su atención. Esa mirada otra vez. Los ojos dilatados, pero esta vez más lúcidos. Ella estaba consciente. Plenamente consciente. Y él se estaba muriendo por tenerla de mil formas, de poseerla de maneras que nunca creyó querer. —Será buena para mí. Te portarás como un buen juguete. — Susurró Regulus con una tranquilidad helada. La chica asintió con sus ojos clavados en el rostro de su captor. La mirada no era de miedo. Era de… algo más.Y Regulus lo sabía perfectamente. Claro que lo sabía. Placer. Puro y duro placer. No era la primera vez que Regulus se topaba con esa mirada. Cada vez que la ayudaba con sus heridas, antes de perder el conocimiento, ella le miraba así. Era una mirada demasiado íntima como para entenderlo. Y solo generaba en el joven Black las ganas inmensas de profanar ese cuerpo. De hacer que esa chica llore, que se desborden las lágrimas de sus ojos, que no pueda controlar nada de su cuerpo, que sea él quien tenga todo el control. Oh, mierda.La sangre se le acumulaba bajo sus pantalones endureciendo su miembro de solo penarlo. Una reacción que le hacía sentir como un depravado. Y seguramente lo era. Y ella también. Esa muggle que tan tentadora. —Dime tu nombre.— Exigió en un susurro peligroso. —Atria. —Dijo ella con voz baja, pero firme. Y oh sí, estaba perdido, hasta la voz le invitaba a pecar. —Entonces, Atria… No me decepcionarás ¿Verdad?—Dijo Regulus con voz ronca por la emoción apenas contenida. Algo se retorció en sus entrañas cuando la mirada de Atria lo recorrió en reconocimiento. Como si fuera la primera vez que lo miraba de manera real. Y la siguiente acción le hizo perder toda cordura. Con su lengua Atria lamió la bota de Regulus. Era como si estuviera tanteando el terreno o, más bien, jugaba con fuego.Su mirada se lo decía al hombre: ella sabía perfectamente lo que hacía. Quizá ya se había vuelto loca de tanto dolor, no lo sabía, y tampoco le interesaba a Regulus ese hecho. No cuando esta chica lo estaba llevando al filo de la locura. Quería castigarla.Quería hacerle saber quién mandaba allí. Le agarró del pelo a Atria levantándola del suelo sin apenas esfuerzo. Una vez estuvieron cara a cara, Regulus no esperó una reacción ni a que la chica recuperara el equilibrio. No.La besó. Devoró sus labios sin paciencia. Ambos con los ojos abiertos, negándose a ceder el control. Atria iba en clara desventaja, sin embargo, le gustaba estar a merced de su captor. Porque Regulus era el único que había mostrado algo de interés en su estado, pero mentiría si fuera eso lo que le atrae. Porque sí, se siente atraída a Regulus Black.De una manera irremediable, como si hubiera algo mucho más profundo que simple deseo. Era embriagador. Ese dolor que ella creía poder controlar. Esa sensación de poder siendo absolutamente nada. Bailar al filo de la cordura y saltar. Regulus la sostenía posesivamente mientras ella solo podía aferrarse a él para no caer. Y de alguna manera Atria no se aferraba solo en físico, también en algo más profundo, mental. Regulus mordió el labio inferior de la chica consiguiendo que un gemido se le escapase. Tomó eso como una invitación. Su lengua comenzó un baile con la contraria. Todo se sentía demasiado. Atria juraría que podría morir allí mismo y no le importaría. Se sentía tan, tan,bien. Tal vez estaba loca. Solo deseaba que Regulus la destrozara. Le daría su lealtad si la quisiera.Ya era suya.Le daría su cuerpo, su voluntad. Todo lo que él quisiera. ¿Síndrome de Estocolmo? Tal vez. ¿Problemas y traumas profundos? Desde luego. Pero no podía negar que adoraba la manera en que el beso no le permitía respirar con normalidad, la manera en que Regulus la poseía y le hacía sentir que era real por una vez. Atria pasó su lengua juguetonamente por los labios de Regulus cuando este se separó unos milímetros apenas para tomar aire. La mirada grisácea del hombre se dilató de forma peligrosa. Debía resultar amenazante. Atria debería notar el peligro. Y, por lo contrario, solo podía temblar en señal de anticipación de todas las maldades que podría hacerle este captor. Se sentía como una presa y eso le gustaba más de lo que debería. Sintió cómo las manos de Regulus la agarraban con más fuerzas de las caderas. Atria sintió cómo algo insano se agitaba en ella. La necesidad de suplicar que dejara el silencio y esa intensa mirada. Quería suplicar por ser usada como un mero objeto. Regulus pareció notarlo o, tal vez, solo se cansó de juegos. Nadie se quejaría si se desquitaba con la chica. Su tarea era vigilarla, pero nadie le prohibió deleitarse con su cuerpo. Un beso más profundo comenzó. Con manos hábiles Regulus desnudó a Atria dejándola completamente expuesta. La guio a trompicones hacia la primera superficie que le sirvió para hacerla suya. Resultó ser la mesa del comedor. Y, oh, cómo agradecía no tener a nadie en la mansión esos días. Le dio la vuelta a Atria, dejándola de espaldas a él. Acarició con una mano la piel ajena controlando sus impulsos. Quería llenarla de marcas. Quería hacerle cicatrices duraderas que le recordaran a la chica a quién pertenecía, que cada vez que se mirara al espejo pensara en él por las huellas que dejó en su cuerpo. Volvió a darle la vuelta a la chica. Quería que esos ojos castaños llenos de deseo lo miraran solo a él. Dejó su varita a un lado de la mesa, quizá la necesitaría. Atria no despegó la mirada de él. Lo observaba mientras este se deshacía de la ropa, dejando ver la marca tenebrosa en su brazo. Atria se relamió los labios. Él la abofeteó. — Resulta que eres una zorrita. — Sonrió satisfecho ante la queja patética que Atria soltó. — Escucha, Atria, se una buena zorra para mí. — Dijo más como una orden. Ella asintió y un segundo después notó la sonrisa arrogante del chico. Atria casi gritó cuando Regulus entró en ella con una embestida profunda y sin previo aviso… aunque no necesitaba de ningún aviso o alerta, le gustaba lo duro, lo doloroso. Atria se consumía en placer. Los gemidos de la chica llenaron la sala. Y Regulus solo podía sentirse fuera de sí, soltando leves gruñidos y gemidos que ahogaba en la boca de Atria. Tomó su varita y comenzó a susurrar un hechizo que dejaba marcas en el cuerpo de la chica. Causaba dolor y Regulus lo sabía, sobre todo por las lágrimas que veía en los ojos de Atria. Pero eso no le detuvo. No cuando entraba en ella con estocadas firmes, tan profundo. Y ella gemía su nombre junto a incoherencias por el placer. El dolor no parecía ser un problema para ella. Así que siguió tatuando su piel. Marcó en ella la constelación de Leo, haciendo más ímpetu en la estrella por la que llevaba el nombre. Luego dejó su firma “R.A.B”. La sangre brotaba de las recientes marcas. Sangre sucia que Regulus se encargó de lamer. Él también se estaba perdiendo en la locura, en la necesidad, en la sensación de poder. Ella era suya. Descargó su semen dentro de ella, cayendo sobre su cuerpo y besándola otra vez. Devorar los labios de Atria parecía una necesidad, como de quien requiere de la droga más cara. Regulus no podía negar que su mente se sentía menos pesada ahora. Que ya no se sentía como un día nublado. En su lugar, sentía una espesa sensación de placer no saciado, no del todo. Admiró su obra de arte sobre el cuerpo de Atria. Mordió su cuello dejando más marcas que, aunque temporales, le gustaba dejar. Atria lo miró con devoción. Con una mezcla de adoración y diversión. Esta muggle no apreciaba su vida o no tenía instinto de conservación. Desde luego, era su objeto de deseo. Regulus estaba perdido, tanto como esa chica. Y ambos sabían que se repetiría. Regulus quería destrozarla, pero ahora mismo, se conformaba con este momento de intimidad. Esa misma noche se realizó una reunión de amigos donde Regulus mostró su nuevo trofeo. Atria, desnuda frente a los amigos de Regulus, debería sentirse inapropiado, nada honorable, totalmente humillante. Y aunque lo sabía, le encantaba. Así que desde ese día era el juguete de Regulus Black.Capítulo único
8 de diciembre de 2025, 10:04
“Patética”
Eso es lo que pensó Regulus la primera vez que la vio.
Tan débil y vulnerable. Tan falta de importancia. Una muggle débil e inútil. Nada que mereciera su atención.
La chica fue arrastrada hacia el salón de la mansión. Su mirada parecía no doblegarse, pero Regulus bien sabía que todos tienen un límite, un precio a pagar, un momento de no retorno.
Y esta chica no sería la excepción.
Supo que ese momento llegó cuando los crucio que Bellatrix le lanzaba ya no parecían hacer efecto en la chica. Cuando la risa escandalosa de su prima cesó y la chica que yacía en el suelo estaba inmóvil. Pensó que se había desmayado por el dolor. Llevado por la curiosidad, Regulus se acercó, se agachó con elegancia y pudo notar los ojos dilatados de la chica.
Unos hermosos ojos castaños.
Ojos llenos de confusión y algo más…placer.
Esta chica estaba loca. Una muggle completamente loca. Pero en cierto modo, esto era…interesante. Casi cautivador para una mente calculadora como la de Regulus.
Los ojos de la chica, que se negaban a cerrarse, miraban sin órbita. Parecía rota. Pero no lo estaba. La chica luchaba por mantenerse consciente, aunque el joven Black estaba seguro de que ya se estaba perdiendo en la locura, si es que no lo estaba completamente ya.
Esa fue la primera de muchas sesiones de tortura. No entendía el motivo de estar pendientes de ella. Era crueldad disfrazada de deber, -una orden directa del señor oscuro- o solo les divertía verla sufrir y esa era la excusa. ¿Qué más daba? Desde luego a Regulus no le importaba.
Estaba seguro de que solo era un juego. Jugar con fuego unilateralmente. Unos se divierten: acechando, torturando. Por simple deleite.
Y aunque era una sucia muggle, cada noche, después de las torturas, Regulus se encargaba de curar sus heridas, comprobaba su pulso y la dejaba dormir. Debía admitir que la chica era fuerte para aguantar tanto.
Se decía a sí mismo que solo era un gesto de compasión. Claro, si él sintiera algo así. Que lo dudaba.
La mente de Regulus Black divagaba mientras estaba acostado en su cama. Iba una y otra vez al mismo pensamiento: a la mirada dilatada de la misteriosa chica y esa sensación de pertenencia, de reconocimiento, en sus ojos. O esa manera en que la chica parecía… ¿disfrutar?
Una forma retorcida de invertir el juego.
Debía admitir que, con su tez pálida y su cabello rubio ceniza, se le hacía atractiva. Tal vez estaba demasiado perturbado. Deseaba poseerla, tenerla como su juguete personal.
Quería verla sangrar. Verla sufrir y suplicar por él.