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Asaemon era un ángel de cabellos como el oro rizado, de ojos grises como un día nublado, con cuatro alas tan bancas como las nubes en un día soleado. Era símbolo de alegría, pureza y gentileza. Era un ángel tan amado, tan adorado. ¿Entonces por qué se sentía todo lo contrario a lo que los demás percibían de él? Asaemon sentía una curiosidad infinita hacia lo que había más allá del límite del cielo. En cada vuelo sus ojos se desviaban de forma involuntaria hacia abajo, hacia lo que no debía mirar, hacia la boca del infierno. Se preguntaba cómo serían los demonios, nunca había visto uno. Se preguntaba tantas cosas que supuestamente estaban mal. Un ángel no tenía derecho a pensar así. Pero Asaemon era demasiado imprudente para ser un ángel. Asaemon era seguido por dos aves fénix en miniatura que vigilaban todo paso que el ángel diera. A Asaemon no le gustaban esas aves, era como si leyeran su interior, eran inquietantes y se preguntaba cómo sería vivir sin cadenas. Pero pensar que aquello eran cadenas era un pecado, rechazar el regalo divino estaba mal. Un ángel debía amar a cada ser, obedecer y mantener el control, no dejarse inmutar por vicios y tentaciones. Fue en uno de sus vuelos que pasó lo que lo llevaría a la perdición: lo vio, a Oryx, una belleza tan exótica y que debería resultar intimidante, Asaemon solo sintió ganas de acercarse, no tuvo más remedio que enamorarse de ese demonio. Cada mañana alzaba el vuelo con el deseo de verlo. Algunos ángeles comenzaban a murmurar ante el extraño comportamiento de Asaemon. Era cuestión de tiempo que cayera, Asaemon era consciente a medias, pensaba que podría tener una segunda oportunidad, arrepentirse. Pero el mundo nunca es justo. Las pequeñas aves fénix comunicaron su falla, fue despojado del favor divino. Asaemon cayó. Sus alas fueron arrancadas de cuajo dejando heridas profundas que no cicatrizarían, no solo en la piel sino también en su alma que pareció estrujarse y moldearse a algo nuevo. El grito se oyó en todo el inframundo.***
De alguna manera Oryx lo vio. Fue consciente del ángel desde la primera mirada. Y sabía también que ese pobre ángel estaba condenando a caer. Oryx se enamoró del brillo del ángel, de su mirada que podía apreciar grisácea, de esas mejillas sonrojadas. Pero también se enamoró de su travesura, de su forma de ser arriesgada. Por eso, cuando cayó, Oryx no dudó en ir a su auxilio. Oryx fue quien curó las heridas de Asaemon, fue quien armó los trozos de su alma rota, quien escuchó el llanto cruel de un ángel que acababa de perderlo todo. Oryx le ofreció su amor, su paciencia. Fue esta la primera vez que Oryx entendió que estaba enamorado, de una manera tan cruda, tan real.***
Asaemon tardó en reaccionar. Solo era capaz de soltar sollozos con su voz rota. No podía entender que ya no era un ángel, dolía, dolía tanto que quería arrancarse también el corazón. Pero a su lado era Oryx, ese demonio que cautivó su amor. Ese ser del que ya no podía desprenderse, del que quería beber su sangre, amar con pasión. Y no entendía esas sensaciones, lo achacaba a ser un demonio ahora, un ángel caído. Asaemon solo sabía que necesitaba a Oryx, que ya no había restricciones en su amor. —Hagamos un pacto.—Propuso Asaemon. Oryx sabía que se refería a la ceremonia de lealtad, lo que convertiría a Asaemon en un demonio, atándolo a un nuevo dueño. —¿Estás seguro?—Cuestionó, necesitaba saber que Asaemon no hablaba producto de un rencor arraigado. Asaemon asintió, su mirada revelando la convicción y determinación.—Sí, estoy seguro y quiero que seas tú.—Dijo. Oryx no podía creer lo que escuchaba, aunque no podía negar que lo había pensado, que quería ser el dueño de Asaemon porque sería él el único que no lo usaría para su beneficio, sino que lo colmaría de amor. —Entonces no hay más que hablar. Haremos el ritual, pero será algo diferente.—Dijo Oryx. —¿Diferente? —Sí, beberás de mi sangre, pero yo también de la tuya, conectaremos nuestras almas, no quiero que seas mi peón o mi esclavo, quiero que seas mi igual. El silencio se estableció entre ambos, Asaemon sonrió antela idea, sabiendo que ese ritual era el de parejas, no solo te vinculabas como demonio sino también como el consorte. Por un momento Asaemon pensó que esto era mejor que su vida anterior, que entregarse a Oryx era como un sueño lúcido. Esa noche bajo la luz de la luna llena, Oryx y Asaemon completaron la ceremonia. Asaemon pensó que la sangre de Oryx era lo más dulce que había probado en su vida. ¿Cómo se podía ser tan irresistible? La lujuria y el orgullo se impregnaron en el ser de Asaemon, quien se entregó totalmente a Oryx, en alma, cuerpo y corazón. Eran dos amantes del caos, dos amantes unidos por su sangre y vínculo. Oryx tomó el cuerpo de Asaemon. El ángel caído ahora era suyo, tan suyo. Para tomar, para amar, para proteger.Suyo. Tal vez Asaemon no podría volver a volar, ya no tenía alas ni el favor del cielo. En cambio, tenía el amor de Oryx, el acompañante perfecto en su imperfección.