Capítulo 1
17 de mayo de 2025, 22:48
"Mi preciado Venezuela.
Me dirijo a ti para extenderte una invitación a cenar, solo tú y yo. Para ponernos al corriente de lo que ha pasado últimamente en nuestras vidas, pues hace tiempo que no nos vemos.
Estaría encantado de recibirte una vez más.
Atentamente.
México."
Esas habían sido las palabras en la invitación que Venezuela había recibido y que nuevamente estaba leyendo a bordo del carruaje qué lo llevaba al castillo donde ahora vive México.
Veía por la ventana hacia el exterior. Las calles se veían limpias y gente caminaba por las calles con sonrisas satisfechas. Por sus ropas era claro qué eran personas de clase alta y, peor aún, extranjeros de Europa.
Venezuela arrugó la nariz.
—Tengo que calmarme, no estoy en mi tierra, no tengo decisión sobre si ellos viven o mueren.
Se recargó contra el asiento mirando al techo.
—Pero ganas no me faltan de bajar y poner a esos invasores en su lugar.
Finalmente el carruaje se detuvo frente al Castillo de Chapultepec. Abrieron la puerta por él y Venezuela bajó, encontrándose con México que ya estaba parado esperándolo.
Había... cambiado.
Se veía más delgado y estirado. Sus ojos pequeños y fijos en él. Y sus manos...
—Es un gusto tenerte finales aquí, Venezuela —dijo, con su tono medido mientras bajaba las escaleras—. Temía que no pudiera venir debido a tus "asuntos" pendientes.
—Dilo como es, México, solo me tomé un descanso de mis represalias contra la plaga europea.
—Eres tan duro a veces querido —levantó su mano, que arrastraba hilos atados a él y tomó con exagerada delicadeza la mano de Venezuela, dando un beso en el dorso de esta—, no son tan malos una vez que los conoces.
Venezuela retiró su mano de inmediato. —Si vas a hacer eso mínimo ten la decencia de no hablar en su defensa —la amargura en su voz era más que notable—. Sabes bien lo que pienso de ellos.
México lo miró más no parecía molesto por su rechazo.
No parecía sentir nada en demasía en realidad.
—Me disculpo. Tu eres mi invitado, Venezuela, fue mi error traer el tema tan pronto.
—Solo... No intentes presionar el tema más de lo necesario, ¿si?
—Lo haré, querido. Ahora ven, debes de estar hambriento luego del largo viaje, así que permite e llevarte al comedor.
Venezuela asintió y lo siguió al interior del castillo. La decoración interior, aunque hermosa, se veía empañada por los largos hilos que envolvían las decoraciones y muebles. Tensandose y enredándose, pero nunca rompiéndose.
Nunca soltando su atadura sobre las manos de México.
Al llegar al comedor había una larga mesa con una silla a cada extremo. México se apuró para acercarse a una de ella y arrastrarla hacia atrás.
—Siéntate aquí, mi Vene, pronto llegarán los sirvientes con el primer plato.
No hubo objeción. Venezuela simplemente se sentó y agradeció con un ligero asentimiento cuando México empujó el asiento nuevamente hacia enfrente.
México tomó su lugar en el extremo opuesto y lo miró con atención.
Y se hizo el silencio.
Ninguno de los dos daba el primer paso para iniciar una conversación. México seguía viéndolo fijamente, mientras Venezuela se removía incómodo en su asiento.
—... Tienes un sombrero muy bonito.
El cumplido fue tan tenso que era doloroso.
—Gracias. Me lo obsequió uno de mis hombres.
Nuevamente silencio.
Los sirvientes llegaron con la comida y colocaron los platos frente a ellos antes de retirarse.
Venezuela reconoció al instante el platillo frente a él. —¿Pabellón criollo?
—En efecto, pensaba abrir la velada con algo de la más alta cocina Europa, pero sentí que apreciarías algo más cercano a tu tierra.
—Qué considerado, no debió de ser fácil desprenderte de tus amadas sopas francesas —dijo con sarcasmo.
—Qué duró eres conmigo, mi cielo.
—No tienes que ser tan meloso —se llevó un bocado a la boca—. Mmmh, nada mal, aunque se nota que tus chefs no están acostumbrados a hacer algo más americano.
—¿Pero está bueno?
Venezuela se encogió de hombros. —Está aceptable.
México pareció animarse. —Puedo vivir con eso.
Eso pareció romper el hielo y la conversación fue un poco más fluida a partir de ahí.
—Tengo que admitir, Méxi, que por más desagradable y miserables que sean los Europeos, tienen un gusto aceptable para la decoración de interiores.
—Tan dulce como siempre en tu forma de expresarte. Pero si, el interior de este palacio es una verdadera maravilla, digno de un rey —dijo con voz suave como la seda, con sus ojos fijos en Venezuela— y su reina.
Venezuela se estremeció por la forma en la que lo dijo. —¿Estás insinuando algo?
—Solo lo menciono como un hecho.
—Si, claro.
La noche avanzó. Entre platos con restos de comida y copas rellenadas por sexta vez. El aire en la habitación era ligero, incluso las ataduras en las manos de México se veían más sueltas pero aún sujetas a su piel.
—¿Así que los estadounidenses están a salvo de tu ira?
—Por el momento, pero eso no significa que los odie menos.
—Entiendo tu desprecio por ellos. Yo también tengo mis fuertes diferencias con ellos.
—Vaya forma de decir que odias como conspirando en tu contra.
México se burló divertido. —Pero no pasan de eso. Ellos y su líder nunca podrán derribar a la corona.
La mirada de Venezuela se volvió fría momentáneamente. —Te recomiendo no subestimar lo que un hombre con apoyo del pueblo es capaz de hacer. Créeme, yo sé de eso.
México lo miró un momento, meditando su advertencia. —Sabes, me parece increíble que, aún siendo tan contrarios ahora mismo. Aún podamos llevarnos bien.
—"Bien" es un eufemismo para lo que tenemos me atrevo a decir. Si fueras cualquier otro imperio dirigido por una corona extranjera te escupiría a la cara en cuanto te viera.
—Pero no lo has hecho. Supongo que debo sentirme honrado por eso.
—No te enorgullezcas tanto. Es solo porque todavía te aprecio lo suficiente como para mostrarte el mínimo respeto.
—Es por eso que confío en tenerte aquí conmigo, a pesar de que muchos lo vean como algo muy arriesgado. Después de todo, ¿tener a un liberal y un monarca en una misma sala? Suena a una mezcla más explosiva qué la dinamita.
Venezuela bajó su copa con un golpe firme. —Tu lo has dicho, México, es peligroso. Y por eso te recomiendo que dejes de tentar a tu suerte.
Su advertencia pareció divertir al imperio frente a él, lo que lo hizo apretar sus puños hasta que sus muñecas se pusieron pálidas.
—Se que sueno temerario, pero no lo digo con la intención de provocarte. Simplemente quiero recalcar una cosa.
México se levantó y caminó con paso firme hacia su invitado, para poner la mano en su hombro e inclinarse para susurrarle al oído.
—Quiero recalcar lo mucho que confío en ti.
Por primera vez en la noche. Venezuela no supo qué responder a eso. Aún con todo lo que ambos han cambiado en todos estos años, ¿cómo era posible que México aún viera en él un aliado...?
Y a una persona a la que ama ciegamente.
—... Solo tú puedes depositar tu confianza en tu total opuesto.
—No siempre. Solo por esta vez, porque eres tú.
Venezuela no dijo nada, solo volvió a tomar de su copa.
Y a juzgar por cómo los sirvientes llegaron con más botellas supo que esta cita aún no terminaría.