ID de la obra: 184

Gélido

Slash
PG-13
Finalizada
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
3 páginas, 1 capítulo
Descripción:
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Parte única

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Ya era tarde. Castiel llevaba rato mirando el delgado rayo de sol que apenas asomaba entre las cortinas oscuras. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, podían ser minutos o podían ser horas. Su cuerpo entumecido le imploraba que se levantara de una vez, necesitaba alimentarse, beber agua, tomar una ducha. Ya tenía los labios agrietados y los ojos secos después de haber soñado con Nathaniel una noche más. Era culpa del clima. El veroño resultaba especialmente deprimente para él porque fue cuando aceptaron sus sentimientos mutuos. Los vientos que apenas refrescaban el bochorno que persistía del verano, las lluvias ocasionales que solo intensificaban la calidez del clima y las últimas cigarras que se rehusaban a dejar de estridular, así como él se negaba a dejar de escribir canciones sobre la misma persona. Si estuviera tres años atrás, habría hecho muchas cosas de otra manera. Perdió el tiempo odiándolo por algo que nunca hizo, lo insultó, lo tildó con apodos estúpidos, llegaron a los golpes. Dios, ¿cómo tuvo la suerte de que Nathaniel dejara atrás los rencores y se rindiera al amor que ambos evitaron admitir por tanto tiempo? ―¿Qué es lo que más te gusta de mí? ―preguntó Nathaniel una vez. Estaban sudados y desnudos en la cama, o bueno, casi. Nathaniel no se quitaba la playera cuando tenían relaciones. Castiel se rio porque no era el tipo de cuestiones que solía plantear. ―¿De tu linda personalidad o de tu lindo físico? Se tardó un minuto en responder, Castiel estaba seguro de que ya se había arrepentido de la pregunta. ―Um, físico. ―Tus ojos. ―¿Mis ojos? ―dijo como si no lo pudiera creer. Nathaniel levantó la cabeza y Castiel se derritió de amor cuando contempló su aspecto: sus mechones rubios eran un desorden, el rojo seguía adornando su rostro pecoso y el color dorado de sus iris se veía intensificado gracias a la luz cálida de la lámpara. Pudo haber dicho que le gustaba todo de él, sonaba trillado, mas no era mentira. ―Es como si tuvieras la luz del sol en tu mirada. Nathaniel perfiló una sonrisa adormilada ante la caricia que Castiel dejó en su mejilla. ―¿Dices eso porque me quieres o porque necesitas compensar algo?  Era un cuestionamiento recurrente, siempre en tono de burla y por eso nunca lo tomó en serio. Ahora no dejaba de pensarlo. Quizás su amartelamiento sí fue un intento de remediar lo hecho en aquella época. Buscaba formas de hacer que cada cita fuera especial, cada beso, cada palabra, cada mimo. Necesitaba que se diera cuenta de que lo amaba más que a nadie y que ya era una persona diferente. Sin embargo, fueron escasas las ocasiones en las que Nathaniel estuvo completamente relajado con las muestras de cariño, como si… como si estuviera tan acostumbrado a ser maltratado que no se creyera merecedor de recibir cosas lindas. El dolor al que Castiel estaba tan familiarizado le golpeó el pecho y, en un movimiento instintivo, posó su mirada en la fotografía enmarcada que aún conservaba en la mesita de noche. Una de las pocas escapadas que se pudieron permitir fue en las montañas durante el invierno de hace dos años. Nathaniel adoraba las actividades extremas y hacer esquí por primera vez le hacía ilusión. Castiel tuvo que fingir que estaba bien con ello aun cuando le aterraban las alturas y, en realidad, no era tan valiente como él. Las montañas nevadas y los pinos se pronunciaban detrás de ellos que estaban abrazados y sonriendo para la fotografía. Nathaniel tenía la piel enrojecida por el frío y estaba recargando la cabeza en el hombro de Castiel.  Se veía tan feliz. ¿Pero había sido feliz? No podía evocar ni un recuerdo agradable de él porque de inmediato se preguntaba si de verdad había estado bien. Veía en su mente que la sonrisa de Nathaniel titubeaba, que sus ojos luchaban por no soltar el llanto, que ocultaba su temblor cada vez que le tocaba la piel. «Ustedes tienen más en común de lo que piensan», les dijo Ámber cuando le confesaron que estaban saliendo. Después de tantas peleas irracionales y de intentar obligarse a creer que ellos no podían estar enamorados, Castiel lo aceptó: Nathaniel y él se consustanciaban.  Los dos tuvieron padres horrorosos que los condenaron a arrastrar el deseo de ser la persona más importante en la vida del otro, tenían un temperamento que solo ambos sabían apaciguar y la capacidad de comunicarse a través de sus miradas. Era imposible que tuvieran eso con alguien más. ¿Todo eso era cierto? Castiel alcanzó el celular que estaba en la mesita de noche, en el fondo de pantalla tenía una foto de su difunto perro, Demonio, quien estaba siendo abrazado por Nathaniel.  Llevaba meses en esa rutina enfermiza: despertar ahogado en lágrimas, quedarse estancado en la cama entre los recuerdos, mirar sus fotografías y abrir el último chat que tuvo con él. Había un video que Castiel grabó después del concierto que él y Lysandro dieron aquel día. Eufórico, le decía a Nathaniel lo feliz que estaba, cuánto le hubiera gustado que estuviera ahí y que ansiaba llegar a casa. Su dedo tembloroso siempre iba directo al audio de Nathaniel. Estoy muy orgulloso de ti, Cass… Sé que vas a lograr mucho, eres… ya eres una estrella para mí y… lo serás para el mundo entero. Había un largo silencio en el que se alcanzaba a percibir un sollozo reprimido. Nunca podré decirte cuánto me alegro de… haberte tenido en mi vida. Hiciste que todo fuera un poco más feliz. Sigue adelante, mi amor… Te amo, Castiel… Te amo. La cara de Castiel estaba mojada otra vez con lágrimas silentes. La voz entrecortada de Nathaniel era tan obvia, ¿por qué no se dio cuenta? ¿Por qué no lo escuchó de inmediato? ¿Por qué no llamó a Ámber? ¿Por qué…? La imagen del cuerpo inerte de Nathaniel en el piso de la habitación era algo que nunca podría borrar de su mente. Los berridos que soltó y ese intento inútil por traerlo de vuelta a la vida cuando ya tenía la piel fría y el corazón le había dejado de latir. ¿Que siguiera adelante? Oh, Nathaniel, estaba tan agobiado por el miedo de ser lastimado por su padre que acababa de salir de prisión, que no fue capaz de pensar que si su corazón se detenía, el de Castiel también lo haría. . . . Eh, perdona por escucharte hasta ahora, amor, estoy algo agotado. Fue una de las mejores experiencias que hemos tenido, creo que de verdad nos ayudará a… ¿Sabes qué? Hablemos de eso cuando llegue a casa. Dime, ¿estás bien? Sonabas un poco triste. Um, si te digo la verdad, ha sido el finde más largo sin ti. Quiero verte ya, cariño, ¿qué dices si nos tomamos el día libre hoy? Necesito dormir a tu lado y besarte todo lo que no pude estos dos días. Te veo en cosa de nada, Nath. Te amo.
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