"¿Qué precio pagaríamos? ¿Qué actitudes perdonaríamos?
Si no fueran lindos, si no fueran temperamentales,
si no estuvieran fuera de nuestro alcance, un poco fuera de nuestro control,
¿Los amaríamos como lo hacemos?"
—Don Drapper, Mad men
Una intensa ola de calor rompe implacable sobre Karmaland. En contraste al sol primaveral que brilla en su cenit, coronando las copas de los árboles y los techos del pueblo, la sala de conferencias se mantiene placenteramente fría tras grises paredes de bloques reforzados. Luego del robo de armas y el subsecuente ataque a su casa, Luzu tomó la decisión de remover todos los coloridos vitrales de la alcaldía, sacrificando la panorámica vista hacia los patios centrales como medida preventiva en caso de surgir algún otro ataque a futuro. Sin embargo, en aquellos momentos se arrepiente de su decisión. Sin el paisaje detrás de los grandes ventanales, no hay mucho que valga la pena contemplar en aquella sala y a Luzu le vendría bien un poco de distracción. Pasea sus dedos enguantados por la considerable longitud de la amplia y oscura mesa de cedro labrado y no le sorprende no atrapar ni una mota de polvo: Les había instruido a sus secuaces limpiar todas sus áreas de trabajo meticulosamente. Con el uso que les da, su aseo diario más que tratarse de un capricho es una necesidad. Tanto en Karmaland, como en esa sala, todo se encuentra perfectamente impecable, pero eso no detiene las manos inquietas de Luzu, que pasa de tamborilear sus dedos sobre el respaldo de la silla a acomodarla en su mismo sitio pese a haber sido colocada previamente con una simetría tal que habría satisfacido incluso los altos estándares de Vegetta. La espera es un poco más sencilla si pretende encontrarse ocupado con nimiedades. Luzu está impaciente, emocionado y, también, su orgullo le permite reconocer, algo nervioso. Después de todo, lo que está por ocurrir tiene gran relevancia. Será aquí en donde, finalmente, pondrá fin a un capítulo de su vida e iniciará otro. Lo consideró con detenimiento, lo planificó escrupulosamente y, lo que es más, finalmente lo aceptó, con una trágica vulnerabilidad tan asfixiante como reveladora: Aquello que realmente quiere, aún ahora, a pesar de todo. Lo escucha antes de llegar, el estruendo de su voz haciendo eco en los pasillos. Una súbita inhalación a unos metros suyo le revela que las figuras arrodilladas frente a la larga chimenea también reconocen la fuente del ruido, pero basta una mirada de advertencia para que se haga el silencio y se queden quietos nuevamente. Firmes golpes en la puerta anuncian su llegada; Luzu camina hasta ella, con calma y decisión en sus pasos. Descansa su mano en la manija de metal por unos segundos. Cuando abre la gran puerta de madera, la visión frente a él, como tantas otras veces, dibuja una sonrisa en su rostro.***
La primera vez que Luzu hizo suyo a Quackity, fue inmediatamente después de vencerlo en la guerra. La forma en la que ocurrió fue muy diferente a las románticas fantasías que entretuvo hace tanto tiempo atrás: En lugar de tomarse su tiempo y de guiar la situación de forma natural, Luzu forcejeó con él, que aún habiendo sido derrotado se sacudió con violencia, lanzando mordidas y patadas; en lugar de recostarlo con suavidad en su cama, Luzu giró su cuerpo y lo puso a cuatro sobre la fría y dura tierra; en lugar de susurrarle palabras de cariño mientras lo preparaba cuidadosamente, Luzu bajó sus pantalones hasta descubrir sus pálidos glúteos, se retiró el sucio guante ensangrentado con los dientes y lo preparó apenas con un dedo ensalivado que introdujo con rudeza en su apretado ano, mientras Quackity luchaba por sacudirse su peso de encima; en lugar de saborear, lentamente, la gloriosa sensación de entrar en él por primera vez, Luzu lo penetró de una impaciente embestida, profunda y rápida, que les arrebató el aliento a ambos. No hubo ternura o piedad en el acto. Los meses de ira y de posesividad acumulada encontraron su cauce en egoísta lujuria y degradación absoluta. En la soledad del bosque, escenario final de su batalla, rodeado de los cadáveres de los otros combatientes, Luzu lo tomó con salvajismo, ayudándose de las tiras del corsé ceñido a la cintura de Quackity para halar de ellas cuales riendas, forzando a su cuerpo a rebotar contra el suyo cada vez que intentaba escapar del dolor, limitando su oxígeno y provocando los más deliciosos gemidos de sufrimiento. Quackity había despertado una bestia que yacía dormida en el interior de Luzu y, en su enloquecido estado posguerra, su victoria no se sentiría completa hasta que no hubiera hecho a su enemigo total e irrefutablemente suyo. Y así lo hizo, con sus ropas aún manchadas con sudor, tierra y sangre, con sus heridas aún abiertas, con la Resistencia aún aprisionando a los últimos integrantes de la Revolución. Cuando el cansancio lo detuvo, entrado el amanecer, Luzu no se sintió satisfecho y, aún ahora, meses más tarde, no se siente cercano a estarlo. Pero siempre que piensa en aquella primera vez, la vergüenza y el pesar lo embargan. Aquel no es el tipo de hombre que es, ni el que quiere ser. De haber tenido la opción, hubiera preferido que las cosas transcurrieran de otra manera. Por eso, sabiéndose siempre tan metódico, tan calculador, no puede sino culpar a Quackity de actitudes tan impropias a su carácter; porque aquel siempre ha sido el poder que el muchacho ha tenido sobre él: Hacerlo cruzar límites que nunca pensó que cruzaría, volviéndolo alguien impulsivo, violento e irreconocible ante su propio reflejo. El odio. El amor. Ambos sentimientos han jugado un tira y afloja con su corazón desde que conoció a Quackity. Pero ya no puede permitir que continúe siendo así.***
Los ojos de Quackity están cubiertos por un oscuro pañuelo de seda y sus manos están maniatadas en su espalda, un temblor casi imperceptible recorre sus piernas de forma esporádica, pero aun así se sacude valientemente entre el agarre de los cuatro secuaces que lo han arrastrado hasta ahí. Luego de su tiempo en cautividad, ya no es inusual para él ser retirado de su celda a caprichosas horas del día, pero eso no significa que esté en sus planes facilitarle a sus captores la tarea de trasladarlo de un sitio a otro. Su espíritu de lucha y su obstinación han sido siempre tan desquiciantes como adorables. Como un perro reconociendo el aroma de su dueño, Quackity se tensa y se congela por un momento, antes de que Luzu siquiera alcance a decir palabra. Una sonrisa de desdén se hace presente en su rostro juvenil. —Tu enserio que no tienes nada más que hacer, ¿verdad, cabrón? —Espeta, falto de aliento, con desprecio en sus palabras y algo que bien podría confundirse con nerviosismo, pero que Luzu, instruido como está en su lenguaje corporal, elige interpretar como anticipación. —Es verdad que ahora que no andáis ni tu ni el oso por ahí, arruinándolo todo, mi trabajo ha sido un poco más sencillo, pero aun si no fuera el caso, sabes que siempre hallaré tiempo para ti, Quacks. Hace un gesto con la cabeza a sus secuaces para indicar que suelten al prisionero. Al acto, Quackity es forzado dentro de la habitación por un fuerte empujón antes de que, uno por uno, en perfecto orden y sincronía, sus secuaces se retiren, cerrando la puerta tras ellos y dejándolos a solas. Privado de su visión como está, el chico apenas logra mantener el equilibrio gracias a los brazos expectantes de Luzu, que lo atrapan en un firme agarre. Quackity se sacude de ellos inmediatamente después, pero el escalofrío que lo recorre en los escasos segundos que sus cuerpos entraron en contacto no le pasa desapercibido a Luzu. —¡No, no, no, que ni se te ocurra tocarme!—Le advierte, poniendo distancia entre ellos. Luzu se pregunta cuánto del temor en su voz (tan emocionante como conmovedor), se debe genuinamente al temor por la incertidumbre de su destino y cuánto a la inevitabilidad de aquello que sabe que se avecina a corto plazo, aquello que se niega a aceptar que espera con humillante desesperación. Luzu le permite continuar su ciego andar hasta la pared junto a la puerta y lo ve palmear el material detrás de él. Quackity, Luzu ha descubierto una y otra vez, es mucho más inteligente de lo que le dio crédito en un inicio. Ha aprendido a identificar las habitaciones a las que es llevado a base de distancias entre los muebles, y a olores y a texturas. Sin embargo, aquella es una habitación que no será capaz de identificar. —Es la nueva sala de reuniones, recién reconstruida y remodelada—Le explica— Te la mostraría, pero entenderás porqué prefiero que esta vez no sepas cómo luce, cómo acceder a ella o en donde están ubicadas las cámaras. —¿A poco me tienes tanto miedo todavía? —Lo provoca, aún desafiante, aún temerario, pese a que su falta de aliento no puede atribuirse únicamente (si acaso), a su extenuante lucha contra sus captores. —He sentido muchas cosas por ti desde que te conozco, Quackity, pero miedo nunca ha sido una de ellas. —A ver, quítame esta madre de los ojos y desátame, pues. Las cosas se dicen con huevos, de frente. — Hombre, cómo te encanta tocar los cojones. Solo me pensaré el desatarte el día que compruebe que has aprendido cuál es tu lugar—Dice Luzu, haciéndole saber con su voz y sus pasos que se ha cansado de la distancia entre ellos. Inútilmente, Quackity presiona su espalda contra la pared, las plumas de sus alas abriéndose en tensa anticipación. Su reacción es infundada, en su mayor parte, haciendo a Luzu suspirar y rodar sus ojos ante su patetismo. — Venga, que no voy a hacerte daño, te lo he dicho mil veces ya, tío—El resoplido en respuesta de Quackity es uno de infinito escepticismo.— Todo lo que ha pasado entre nosotros y todo lo que he hecho hasta ahora ha sido solo porque forzaste mi mano. Tengo un deber con Karmaland, te lo he dicho antes. Quackity suelta una risotada de incredulidad. —¿Un deber? ¡Un deber! —Repite, el tono de su voz tornándose oscuro— Y esto que me has estado haciendo… ¿A esto también le llamas deber, pinche cerdo? ¿Es esto también por el bien de Karmaland? Luzu lo toma por el cuello, estrellando su nuca contra la pared con fuerza. Los labios de Quackity se parten en un bajo quejido de dolor y sus alas revolotean en alarma. —No, esto es por mero placer, Quacks. —Le confiesa, y cuando presiona sus labios contra su suave mejilla, sabe que Quackity puede sentir la sonrisa dibujada en ellos.***
Después de aquella violenta primera vez en intimidad con Quackity, Luzu se prometió a sí mismo que no se permitiría otro primitivo arrebato de lujuria. Así que exploró su cuerpo con infinita paciencia y probó cada rincón de su piel para familiarizarse con sus sabores, reclamándolo solo después de haberlo agotado en reticente placer. Considerando su naturaleza cobarde, la risible resistencia de Quackity fue inesperadamente valerosa. Cada vez que Luzu lo visitó o llamó por él, fue recibido con patadas y amenazas; Quackity escupió en su rostro o a sus pies en incontables ocasiones; y en uno de los momentos más exasperantes, mordió su labio inferior cuando intentó besarlo, tirando de su piercing hasta que lo arrancó junto a un trozo de piel. El recuerdo de la traviesa sonrisa, mostrando con orgullo el aro de titanio atrapado entre sus dientes ensangrentados, permanece escalofriantemente vívido en la memoria de Luzu, si bien su herida ha sanado completamente ya. Pero, estoico e incansable, Luzu descubrió que, tal como el resto de su persona, el cuerpo de Quackity carece de disciplina: Está acostumbrado a recibir placer tan pronto surge su necesidad por ello. Ya sea por sus propios medios o con ayuda de otros compañeros. Por mucho que Quackity lo rechace, sin importar las crueldades e insultos que vocifere, así se encuentre en peligro o su pareja no sea la deseada, su cuerpo, inevitablemente, responderá a cierto tipo de estímulos con una facilidad nada menos que vergonzosa, cortesía de su juventud y su elevado líbido jugando en su contra. Y Luzu, con ávido interés, aprendió pronto la clase de roces que hacen a Quackity contener el aliento, cuáles lo hacen agitar sus alas y crispar sus piernas, cuales lo hacen ocultar su rostro para negarle a Luzu la satisfacción de verlo en su estado más vulnerable. Aprendió cómo llevarlo al éxtasis de diferentes maneras; cómo apresurar su orgasmo y cómo retrasarlo. Y Quackity se resiste cada vez. Se niega con todas sus fuerzas a demostrar cuánto lo disfruta, como si cada suspiro, cada estremecimiento a manos de Luzu se sintiera como otra derrota más. — Me das asco — Espeta, con repulsión, al sentir las manos de Luzu recorrerlo, sin embargo, su forcejeo es más débil de lo que solía serlo— Si hubiera sabido que estabas así de enfermo, a ti es al que hubiera colgado del ayuntamiento. —Me la suda tu papel de narco, Quackity. Tu y yo sabemos que siempre has querido esto—Luzu tira de su cabello, exponiendo su pálido cuello y recorriendolo con la lengua. La respiración de Quackity se agita aún más y sus alas revolotean en emoción, traicionando las palabras y los deseos de su propio dueño. —No—Sacude la cabeza, con voz trémula— Así no. El corazón de Luzu se estruja ante sus palabras, breves, pero cargadas de tanta historia, de tantos caminos sin tomar. Él también lo habría deseado de otra manera. —Solo esta opción nos dejaste—Le dice, con finalidad, tomándolo por la barbilla con rudeza y plantandole un profundo beso para distraerlos a ambos del deprimente rumbo al que intenta dirigir la conversación. El cuerpo entre sus manos se estremece deliciosamente y Luzu sabe que Quackity no lo morderá esta vez.***
Lo había preparado tan bien para ese momento: Un mes de abstinencia absoluta, seguido de tres días enteros de atenciones lentas y meticulosas, que nunca encontraron resolución. Una clase especial de tortura que llevaría al desespero a un hombre normal, pero que debe resultar particularmente enloquecedor para alguien con los apetitos de Quackity. Y es que desde que lo encerró en los calabozos hace poco más de trece meses, Luzu se lo cogió cada día, sin falta, en ocasiones más de una vez. El joven ha despertado en él un fervor imperioso, casi atemorizante, que no halla saciedad. La mayoría de las veces lo tomaba en su celda, otras más en su habitación, pero cuando tenía la oportunidad, prefería hacerlo en su oficina. Y es que hay algo irresistiblemente perverso en la idea de hacerlo suyo en el sitio que le quería arrebatar, porque ahí, a cuatro, con sus rodillas quemadas por la fricción contra la alfombra, montado a horcajadas en el regazo de Luzu sobre la silla de cuero o con su cara siendo presionada contra el duro escritorio, es ahora lo más cercano que estará de la alcaldía. Pero todo aquello se detuvo hace más de treinta días. Luzu cesó todo contacto físico y sus visitas se volvieron irregulares, sin previo aviso y sin dar explicaciones. Era un plan que había considerado durante mucho tiempo atrás, pero solo habiendo reconciliado sus sentimientos es que finalmente se decidió a llevarlo a cabo. Les dio instrucciones específicas a sus secuaces: vigilar a Quackity e impedir que encontrara alivio a sus ansias con sus propias manos, incluso si eso significaba tenerlo maniatado todo el día, todos los días. Naturalmente, tocarlo de otras maneras que no fueran únicamente con fines restrictivos también estaba absolutamente prohibido. " ¿Qué? ¿Ya te acabaste el viagra de todo Karmaland? ¿Cómo así, Luzu? " se burló Quackity en un inicio, haciendo mención, por primera vez, del súbito cambio a su rutina de cuatrocientos días; al final, ni siquiera su malicioso sentido del humor saldría intacto al enfrentarse al paso del tiempo. Luzu fue testigo del cauteloso alivio de Quackity menguar en fría incertidumbre y creciente sospecha, para luego, poco a poco, convertirse en algo humillante, algo demasiado indigno y bochornoso para aceptar, pero que él supo reconocer: Su misma necesidad, reflejada detrás del resentimiento y del desprecio en los ojos, otrora alegres y vivaces, de Quackity. Hasta que tres días atrás, Luzu finalmente retomó sus atenciones, si bien con ciertos cambios. Primero, dio órdenes nuevas a sus secuaces: En preparación a su llegada a los calabozos, cada día, a horas previamente indicadas por él, le colocarían una mordaza a Quackity, atarían sus manos con una cuerda que colgaba del techo y cubrirían sus ojos. Segundo, sus encuentros ahora involucrarían un juguete nuevo que había conseguido: Un anillo genital, de oro, que se sujeta firme a la base del falo y alrededor de los testículos, hechizado para que solo pueda ser retirado por las manos de Luzu, de un solo toque en el lugar correcto. Y sus visitas, a partir de ese momento, se turnaron entre seducciones directas y otras sutiles. Cuando sentía su voluntad flaquear, Luzu cedía a un acercamiento más agresivo. Mordiendo el cuello y lóbulo de Quackity, susurrando ardientes anhelos en su oreja y sucias promesas de egoístas fantasías, mientras lo penetraba sin piedad con dos dedos, hasta tenerlo tirando de las cuerdas que suspendían sus brazos, arqueando su espalda y moviendo sus caderas, en busca de más profundidad, más rapidez, forzando desesperados gemidos a través de la mordaza entre sus labios. Y cuando sentía los testículos de Quackity tensarse entre el anillo genital, retiraba sus dígitos de la entrada, le colocaba la ropa de nuevo, y se marchaba sin más, haciendo caso omiso a la confusión de Quackity y a sus furiosos insultos. Otras veces más, lo torturó con inocentes caricias y devotas atenciones; recorrió la superficie de su cuerpo con sus labios, depositando dulces besos en sus hombros, en su estómago, en el pequeño lunar en su muslo derecho. Masajeó sus pectorales, acarició sus pezones y dejó reposar su dura erección entre los lechosos gluteos de Quackity, sin penetrarlo, mientras con ternura le dedicaba palabras dulces, que revelaban lo mucho que lo había extrañado, lo atractivo que se veía, lo bien que se portaba para él. Quackity controló mejor sus gemidos en aquellas ocasiones, pero se estremeció de forma violenta y constante, y la humedad en la punta de su impaciente, morada, erección, atrapada aún en su prisión de oro, le reveló a Luzu su silencioso suplicio. En aquellas ocasiones, aprovechando su docilidad temporal, Luzu se despidió siempre con un casto beso en su frente, antes de colocarle la ropa de nuevo, una vez más dejándolo cercano al clímax e incapaz de alcanzarlo. Había adiestrado bien a su patito, así pues, le parece solo natural que, habiéndolo dejado tan sensible, tan desesperado, no le baste más que un beso profundo y unas cuantas caricias, para tenerlo jadeando entre sus manos.***
Lo empuja con fuerza sobre la mesa y, incapaz de prevenirlo, Quackity cae de espaldas contra el duro cedro. Luzu se abalanza sobre él, cual tigre apunto de devorar a su presa. —¡Aguanta, pende…!—Alcanza a bramar Quackity antes de que Luzu lo bese nuevamente, presionando la palma de su mano sobre su entrepierna, para distraerlo aún más. Quackity respinga bajo él, soltando un ruidito de sorpresa y, su pene, que yacía a medio mástil, se endurece a una velocidad nada menos que impresionante. Su reacción es casi virginal, piensa Luzu, conteniendo las ganas de echarse a reír. La idea de un Quackity virgen le parece tan excitante como descabellada. Es difícil discernir el lenguaje corporal de Quackity en esos momentos, su débil oposición mezclando y perdiéndose con sus temblores; jadeando improperios y palabras de repulsión, pero ladeando su cuello para él. Luzu lo desviste casi con reverencia. Olvidada ya ha quedado la vestimenta de la revolución: El sombrero, su blanca camisa, su pantalón morado, incluso el corsé (que secretamente fascinaba a Luzu) firmemente ceñido a su cintura, han sido desechados. Después de todo, se trataban de los vestigios de una era que nunca debió ser, y en su lugar, Luzu había mandado a buscar las viejas sudaderas índigo y los pantalones oscuros guardados en cofres, de entre las ruinas de la vieja isla de Quackity (No puede volver en el tiempo, pero verlo de nuevo en sus viejas ropas le parece lo más cercano a ello: Quackity volviendo a ser su Quacks, al menos en apariencia). Comienza por liberar la voluminosa melena oscura de su prisión de algodón, dejando caer el gorro al suelo; baja el cierre de su chamarra azul, exponiendo su clavícula, sus suaves pectorales y los rosáceos pezones, tentadoramente erectos… la boca de Luzu siguiendo el camino guiado por sus manos, depositando breves, prometedores, besos, que hacen las caderas de Quackity crispar. Habiéndolo visto en la intimidad incontables veces ya, para Luzu, aún ahora, desnudarlo se le asemeja a desvelar un anhelado obsequio. Y es que el cuerpo de Quakcity siempre le ha parecido exquisito, tan diferente al de los otros héroes: Tenues curvas acentuando su joven fisionomía; suavidad y llanuras en donde suele encontrarse firmeza y músculos. No hay nada en la actitud de Quackity que Luzu podría catalogar como femenino, siendo tan varonil en su andar, en su hablar, en su actuar, pero la inefable ternura de sus juveniles facciones (sus pequeños lunares, como tinta salpicada descuidadamente sobre un blanco lienzo; sus seductores ojos oscuros, cuáles húmedos y fríos, eriales; sus labios, rojos como la carne cruda), lo hacen asociarlo con algo casi delicado; algo que debe protegerse; algo que, en su fragilidad, provoca un irresistible deseo de romper. Aunque, incluso de ceder a la tentación de hacerlo, Luzu uniría sus piezas de nuevo, cada vez. No miente al decirle que no busca hacerle daño, porque la realidad es que nunca ha sido así. Todo lo contrario: Pese a todo lo que Quackity le ha hecho a él, a su familia, a su gente, Luzu aún puede reconocer la pureza que persiste dentro de él. La había visto alguna vez, en los primeros días de haber llegado a la isla, antes de que Quacks fuera arruinado por el oso, antes de que fuera tentado por Sapo Peta, antes de que fuera cegado por la ambición. Luzu desabotona el pantalón negro y, de un tirón, lo baja hasta sus rodillas. La satisfacción y el orgullo nacen en su pecho al ver la mancha de humedad oscureciendo los apretados boxers de Quackity. —Madre de dios, pero mira lo mojado que estás, Quacks. —Se burla, enterrando sus uñas en el níveo muslo de Quackity, cuando este trata de cerrar las piernas, forzándolo a abrirlas aún más.— Hombre, que no te de verguenza ahora, si ya sabía que me extrañabas. —¡Vete a la mierda! —Suelta Quackity, su voz entrecortándose cuando Luzu baja sus calzoncillos de pronto, exponiendo sus genitales al frío de la habitación. El anillo de oro continúa bien sujeto a la base de su miembro y sus testículos. Es una visión casi hipnotizante, tenerlo así frente a él, sabiendo que podrá volver a hacerlo suyo luego de tanto tiempo— En serio estás bien pinche enfermo… Tal vez, reflexiona Luzu, acariciando el húmedo glande con un dedo tal vez, pero no soy el único en esta sala.***
Quackity es un buen mentiroso y, a veces, es incluso un mejor actor, pero Luzu ha aprendido a leer cada una de sus expresiones, a identificar las señales de que oculta algo y cómo explotarlas. Prepararlo nunca le toma demasiado, sabe exactamente qué reacciones buscar, incluso si Quackity trata de actuar indiferente a sus atenciones. La única razón por la que se toma su tiempo explorándolo, es por lo divertido que resulta poner en evidencia las falsedades de Quackity solo haciendo uso de sus dedos. En esta ocasión, le permite guardar algo de dignidad. Se limita a prepararlo lo suficiente para no desgarrar al penetrarlo y se detiene antes de que el frágil control que Quackity tiene sobre sí mismo se desmorone patéticamente. Al ver a Luzu desabrochar su propio cinturón, el pánico vuelve a Quackity momentáneamente. Trata de arrastrase lejos de él, objetando inutilmente. —No, Luzu, pérate, peráte… Pero Luzu se cansó de esperar. Lo toma por los tobillos, jalándolo hasta el borde de la mesa de nuevo y se coloca entre sus piernas. Lo sujeta con fuerza, mientras posiciona su falo y luego, sin hesitar, entra en él en un solo movimiento. El placer es inmediato, galvánico. Los labios de Quackity se parten en sorpresa, su espalda se arquea. Luzu se hunde hasta la base de su endurecido pene y no arriesga otro movimiento, en busca de mesura. Las largas semanas de abstinencia han intensificado sus sensaciones a un punto electrizante, recorriendo desde las puntas de sus pies hasta su cabeza. Bajo él, Quackity parece haber sido impactado por el mismo rayo de éxtasis; escalofríos recorren su cuerpo entero, su rostro se ha enrojecido hasta el cuello y su boca permanece semiabierta, el oxígeno escapando de él en agitados jadeos. De no ser por el anillo genital, Luzu está seguro de que ya se hubiera corrido. —Ya está, tranquilo, tranquilo...—Lo consuela en un susurro, besando la comisura de sus labios. Momentos después, cuando está seguro de haber recuperado la compostura, le advierte— Voy a moverme, ¿vale? Quackity no responde o asiente, no se da por aludido de ninguna manera. Luzu comienza a salir de él, para luego, penetrarlo con lentitud, tan profundo como le es posible. Por lo bajo, soltando esporádicos suspiros, Quackity suena casi herido. —Puta madre…—Suspira, con voz rota, y cuando Luzu pasa de bombearlo a girar sus caderas en círculos, escapa de él el primer ruidoso gemido de la noche. Poco a poco, encuentra un ritmo que hace a Quackity echar la cabeza hacia atrás, sus cabellos derramandose sobre la madera, sus talones resbalando sobre la pulcra mesa de cedro. —¡Luzu!—Gime su nombre por primera vez, y basta para casi hacerlo perder el control. La realidad es que Luzu ama a Quackity, eso no cambió con su traición ni cambiaría con su muerte. Fue ingenuo de su parte pensar que así sería. El suyo es un amor hambriento que lo consume. El odio que corre por sus venas con la misma intensidad que la espesura de la lava que rodea el ayuntamiento, nunca fue capaz de superar el incansable amor que siente hacia su Quackity. Porque siempre ha sido suyo, así como Luzu siempre ha sido de él, desde el primer día en que lo vio, sonriente, ingenuo, imposiblemente carismático. —Quítame…quítame esta mierda, quítamela…—Gimotea. Luzu sabe bien que esta vez no se refiere a las ataduras en sus manos. —Primero admítelo. Admite que me necesitas. Nunca lo ha hecho anteriormente, sin importar sus esfuerzos o métodos persuasivos, pero siempre hay una primera vez para todo, y Luzu es un hombre de fe, después de todo, había hecho cuánto había podido para realizar un milagro esta noche. Quackity se relame los labios, antes de chillar, falto de aliento pero con claridad: —Chinga…tu madre… Luzu suelta unas risitas. Tan desquiciante, como adorable , piensa una vez más, abrumado de pronto con afecto. —Vale—Le dice, reajustando su posición para apoyar las piernas de Quackity sobre sus hombros, flexionándolas hasta su pecho— Como quieras. Esta vez, cuando se hunde en él, es con un ritmo progresivamente más salvaje. La mesa de cedro es larga y pesada, pero, de alguna forma, comienza a rechinar bajo sus brutales movimientos. El ruido de sus pieles encontrándose con cada violenta embestida resuena en la habitación y Quackity es incapaz de contener sus ruidosos gemidos por más tiempo. —¡Luzu, Luzu, Luzu! —Grita en el más delicioso de los suplicios. Su miembro, aprisionado en el anillo de oro, rebota sobre su estómago, la cabeza alcanzando un tono dolorosamente morado, chorreando líquido pre seminal que se escurre hasta su ombligo. ¡Dioses, cómo había extrañado aquello! Hacerlo retorcerse en placer, hacerlo gritar, hacerlo olvidarse del odio que le tiene. En ese momento, Quackity no tiene cabeza para nada más que Luzu, dentro de él, forzando su goce, como siempre debió haber sido. Y es que Luzu sabe que bajo todo ese odio, entre sus mentiras y manipulaciones, en el fondo de su alma, aún persiste el Quackity que conoció alguna vez, antes de ser mancillado por toda la corrupción a su alrededor. Y va a traerlo de vuelta, cueste lo que cueste. Es más fácil girar el cuerpo de su pato cuando está en ese estado tan dócil, así que Luzu lo pone a cuatro sin problemas, y cuando los gemidos de Quackity van en crescendo y cuando comienza a tratar de moverse junto a él, Luzu detiene sus embestidas. El sonido que hace Quackity, es uno de trágica confusión, que roza casi el pánico cuando siente a Luzu sacar su virilidad de él. —¿Luzu?— Instintivamente y a pesar de tener los ojos vendados, Quackity trata de ver por encima de su hombro. Frente a Luzu, la entrada de Quackity, ensanchada y húmeda, se contrae en ansias, invitándolo a volver a refugiarse en su divina calidez. Luzu hunde sus uñas en las caderas de Quackity, pero no lo vuelve a penetrar. —¿Qué pasa, Quacks?—Deja reposar su pesado falo entre los glúteos de Quackity, haciendo a que su abultada cabeza roce contra la húmeda entrada, y Quackity trata de buscar consuelo frotándose en ella, pretendiendo penetrarse por sí solo y fallando miserablemente. —Luzu, por favor, Luzu…—Gimotea Quackity en frustración. Las plumas en su colita se sacuden encantadoramente, sus caderas se mueven de lado a lado, de arriba abajo, tentándolo, impaciente por tenerlo dentro de él otra vez, de ser llenado con su palpitante dureza. Luzu lo sujeta de pronto, deteniendo sus movimientos, desconfiando de su autocontrol ante tal visión.— Ya no, Luzu, ya no puedo, por favor… —Dime qué es lo que quieres. Dimelo, mi patito, y lo tendrás, te lo prometo. Quackity se aqueja una vez más, su orgullo y su necesidad enzarzados en una última batalla interna que los tiene a ambos al borde de la locura. —¿Qué necesitas? —Inclinándose hasta su oído, la profunda voz de Luzu lo insta una vez más, entre una orden y una súplica, presa de la misma tortura e impaciencia.— Dímelo, Quacks. Entonces, en una voz baja, emerge victoriosa la más lasciva necesidad de Quackity. —A ti —Le dice, finalmente, y aunque sus ojos están vendados, Quackity gira la cabeza en su dirección, asegurándose de que Luzu pueda ver la convicción en su semblante— Métemela ya, por favor. Te necesito, Luzu, te necesito… Sin dilación, Luzu se acomoda, y lo penetra de una firme estocada, forzando un sorprendido “¡Ay!” en Quackity, que pronto mengua en una seguidilla de ruidosos gemidos de placer a los que Luzu se suma también, jadeante. Es inexplicable, realmente, el efecto que Quackity tiene en él. Nada lo embriaga de la forma en que lo hace su lúbrica voz, se ha vuelto adicto a cada sensación de su delicioso cuerpo, a su particular aroma, al sabor de su pálida piel, al de su húmeda boca… “ ¡Luzu, así, Luzu! ” Lo llama Quackity, una y otra vez, incansable, entre jadeos y excitantes grititos de su éxtasis desmedido, sus glúteos rebotando contra la entrepierna de Luzu, que lo aprisiona contra la mesa, privándolo de movimientos que no sean consecuencia de los suyos, forzándolo a tomar todo lo que tiene para darle, a su ritmo, a su gusto. Y Quackity lo acepta. Saliva se escapa por la comisura de su boca y no hay un dejo de resistencia que quede en él, entregándose por completo a Luzu, gustosamente, y no puede hacer más que gemir, mientras se atiene a sus caprichos y deseos. —Eso, mi patito, eso…—Aunque falto de aliento, lo apremia con dulzura— Deja que yo me encargue, deja que yo te cuide… Si bien es algo ya consabido por su corazón, Luzu cae en la cuenta, una vez más, de lo mucho que ama a Quackity. A pesar de todo lo que le hizo, a pesar de todo lo que le dijo, el amor lo consume por encima de cualquier otro sentimiento. Lo ama con toda su alma, con todo su corazón. Va a conservarlo, va a protegerlo, a su hermoso trofeo de guerra, a su querido Quacks. Y ese el principal motivo por el cual, sintiéndose cercano al orgasmo, le arrebata la venda de los ojos a Quackity. Lo toma por el cabello, forzándolo a ver hacia el frente, y la indecente sinfonía de lujuria que escapaba de sus labios se detiene en seco. Su cuerpo, previamente relajado, se tensa, sobrecogido en grado sumo por la revelación frente a él: Al otro lado del salón, al final de la larga mesa, amenazados con armas contra su cabeza, amordazados y atados de pies y manos, Beni, Cochi, Alexby y Rubius, son forzados a presenciar el obsceno acto. —¿Rubius…?—Cuestiona, aturdido aún por la nubosa excitación previa. Y es eso, que de entre todos sus espectadores, sus ojos solo se centraran en el híbrido oso, lo que enfurece a Luzu, y termina por confirmar que tomó la decisión correcta. La súbita posesividad que nace en él lo inspira a morder el cuello de Quackity, allí, debajo de donde su cabello se ha pegado a su sudorosa carne, haciéndolo proferir un chillido de dolor. —Han estado aquí desde el principio—Confirma sus peores temores, y su alma degusta con malicia el horror en el rostro de Quackity— Han visto todo, han escuchado cada palabra. En varias ocasiones, Luzu se sintió tentado a no llevar a cabo el plan. Lo había pospuesto tanto como le fue posible. Exhibir a Quackity de esa manera, estando su patito tan vulnerable, tan irresistible, no es exactamente una idea que encontrara atractiva en absoluto. Sin embargo, es algo que debía hacerse: Poner las cartas sobre la mesa, dejar en claro el resultado de la guerra, y demostrar la imposibilidad de otra revuelta a futuro porque, después de todo, incluso el sirviente más leal se vería incapaz de respetar y seguir a un líder luego de presenciar algo como aquello. Y es que la voluntad de Quackity no se ha quebrado, pero su cuerpo, oh, ese ya le pertenece por completo a Luzu. Es una verdad innegable que se quedará con ellos cuando sean devueltos a sus celdas y por mucho tiempo después. Luzu apoya su quijada sobre el hombro de Quackity, cambiando a una posición que permita a su público apreciar la manera en que se ha manifestado la lujuria en su pálido cuerpo, sus manos paseándose por sus suaves pectorales, sus erectos pezones, su estómago y… —¡No, no, cabrón, espérate!— Se sacude Quackity, con renovado vigor. En respuesta, Luzu le da una dura embestida, que lo hace soltar un patético gritito, antes de penetrarlo con violencia, con un ritmo castigador.— ¡Espérate, Luzu, por favor!— Balbucea, tratando de contener los gemidos que se escapan contra su voluntad entre cada súplica. Quackity aparta el rostro, aprieta sus ojos, tratando de esconder su humillación lo mejor que puede— ¡No vean, ah, no…! ¡Rubius, no veas! Luzu alcanza con una mano el anillo de oro, y presiona en el punto exacto para liberar la base de Quackity. Toma su miembro en un firme agarre, y comienza a masturbarlo con presteza, mientras que, al mismo tiempo, se hunde tan profundamente dentro de él como puede. Cualquier rastro de humillación y vergüenza son olvidados al instante: Los ojos de Quackity ruedan hacia su nuca, sus caderas se encuentran con las de Luzu en embestidas irrefrenables, todo ante la palidez, horror y repulsión de las personas frente a ellos que, a punta de pistola, son obligados a no girar el rostro en otra dirección, a no cerrar los ojos. El orgasmo que consume a Quackity es devastador. Habiendo pasado un mes entero sin poder masturbarse, y los últimos tres días siendo estimulado constantemente, sin permitirle alcanzar verdadera satisfacción, ahora su cuerpo entero tiembla de abrumador placer. Suelta un final gemido, lúbrico, profundo, proferido desde su alma misma. De su miembro sale un torrente blanquecino inacabable y su entrada se contrae en apretados espasmos que hacen a Luzu dar un roto suspiro y ver estrellas mientras ambos remontan la cúspide de su excitación al mismo tiempo. Las piernas de Quackity, temblorosas, ceden bajo su peso, pero Luzu se aferra a su cuerpo con fuerza, asegurándose de correrse dentro de él hasta su absoluta saciedad. Una vez que está seguro de haber depositado hasta la última gota de semen en él, lo recuesta con sumo cuidado sobre la dura mesa de cedro. Drenado de energías y humillado, las lágrimas se deslizan silenciosas por el rostro de un exhausto y doblemente derrotado Quackity. Y una vez más, la compasión y ternura desbordan en Luzu. Con un gesto de la cabeza, le indica a sus guardias que retiren a los miembros restantes de la revolución y, si bien no se marchan sin resistirse, puede ver, en su pesado andar, que el fuego en sus corazones se ha amainado. —Shhh, ya está bien—Le susurra, su tono cargado de un amor que ya no trata de esconder—Ya pasó, Quacks. Acostándose a su lado, Luzu toma el trémulo cuerpo de Quackity entre sus brazos, la calidez explotando en su pecho cuando, por primera vez, no es rechazado. No significa que su cariño sea bien recibido, ni su amor aceptado, sino que su patito se encuentra demasiado cansado para apartarlo, pero es un avance. En esos momentos, Luzu necesita de ese gesto de afecto tanto como el mismo Quackity. Después de todo, tampoco ha sido fácil para él, nada de ello lo ha sido: Las traiciones, las mentiras, los sacrificios, las humillaciones… Quackity nunca será capaz de comprender el sufrimiento que le causó. Pero, a partir de ahora, todo aquello ha quedado atrás. Finalmente abandonará su ira y resentimiento de forma definitiva. La victoria de Luzu trajo consigo el inicio de una nueva vida para ambos, una segunda oportunidad. Y ahora que Quackity ha aceptado también lo mucho que lo necesita, están listos para dar ese paso. —Te perdono, mi patito. —Le dice, con absoluta honestidad—Te perdono por todo. Quackity se hace un ovillo bajo sus brazos, soltando un gimoteo cargado de desconsuelo. En respuesta, Luzu lo abraza con más fuerza, le susurra amorosas promesas mientras deposita besos húmedos en su nuca, comparte incluso algunos de los grandiosos planes que tiene en mente para ambos, husmeando la natural fragancia de su cabello oscuro, finalmente sintiéndose en completa paz. Todo será como debió haber sido desde un inicio, se encargará de ello.