ID de la obra: 190

Juntos por fin

Slash
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3 páginas, 1 capítulo
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Capítulo 1

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Caín se había prometido que no dañaría a nadie o al menos no voluntariamente, pero esta situación lo ameritaba. Podía perdonar muchas cosas a la fundación, que lo usen como un respaldo de su información, que lo usen como sujeto de sus extrañas pruebas y que lo empujen a hablar de temas con los que no estaba realmente cómodo. ¿Pero usar a su hermano como un arma? No. Esa era una línea que no debía ser cruzada y ellos lo habían hecho. ¿Qué pensaban hacer cuando ya no quedarán misiones y Abel ya no les fuera necesario? ¿Lo desecharían como una herramienta que había perdido su utilidad? Ante un pensamiento así hasta alguien tan tranquilo como él podía perder un poco los estribos. Aún así caminaba tranquilamente por el pasillo, todos los guardias le apuntaban con armas. Sus cascos no dejaban ver sus expresiones pero el temblor de susanos delataba su pánico. —¡Caín, detente ahora mismo, es una orden! —¡Si lo haces no alertaremos de esto al consejo O5! A Caín le pareció casi triste que pensaran que podían amedrentarlo con algo así. Si había permanecido hasta ese momento en la fundación fue por su voluntad, al igual que muchas otras anomalías. La fundación y su consejo en realidad no tenían un control real sobre ninguno de ello, mucho menos sobre él que fue de los humanos más cercano al mismísimo dios. Siguió caminando con pasos firmes y constantes. No actuaba amenazante en ningún sentido, al contrario se veía calmado. Pero eso activaba en los guardias una respuesta primitiva de huir o luchar. Y uno de ellos escogió luchar. La primera bala fue disparada pegándole de lleno en el pecho. Y como si fuera una especie de señal para acabar con el control del escuadrón todos comenzaron a disparar en completo pánico. "Estúpido, realmente estúpido" Pensó Caín cuando sus atacantes cayeron uno tras otro con heridas de bala, desangrándose en el piso. Había dolido como el infierno, pero al menos ahora tenía vía libre. Siguió caminando hasta el final del pasillo donde había un elevador. Tomó la tarjeta de acceso de uno de los fallecidos y entró para bajar al punto más bajo de la instalación. Mientras el elevador se movía él comenzó a agitarse. Sabía que esto era una mala idea sin importar por donde lo viera. Pero dejar a Abel en manos de la fundación no era mejor. Sin importar cuántas pruebas hicieran con él nunca lo entenderían, no como él. Abel era su hermano, sin importar que ahora él lo odiara y ya había pasado suficiente tiempo huyendo de sus actos. Ahora tomaría la responsabilidad de sus actos y lo llevaría con él, lejos de la fundación, de la humanidad y del mal de su pecado que todavía los envenenaba a ambos. Ellos sanarán juntos.  Finalmente el elevador se detuvo, sus puertas se abrieron en un cuarto oscuro, apenas iluminado con una caja en su interior. Caín se acercó para ver en su interior donde se encontraba el ataúd. Su corazón se llenó de un sentimiento casi nostálgico al verlo. —Abel, hermano mío, lo siento por llegar tarde por ti —Caín se acercó al ataúd y con un movimiento le quitó la tapa de encima—. Pero por fin he venido a llevarte a casa. Un hermoso hombre se encuentra en el interior de ese ataúd. Tenía la piel llena de tatuajes y cicatrices ya pálidas por el paso del tiempo. Sus largos cabellos negros se enredaban en sus extremidades y Caín luchó contra el impulso de trenzarlos como solía hacer de niño. Ya tendría tiempo para eso más tarde. Caín se inclinó frente a él. Su rostro mientras dormía se veía casi tranquilo, tan distinto a la forma en la que su rostro se torcía en una expresión de odio e ira infinita cuando estaba despierto. Daría lo que fuera por poder ver esa expresión en el más seguido. Con su mano metálica acarició su mejilla. Era cálida, podía notarlo a través de sus sensores en sus manos. Aún habiéndose convertido en un guerrero todavía tenía unas mejillas suaves que le daban ganas de pellizcar como cuando Abel era tan solo un recién nacido. Acarició sus mejillas, luego sus labios carnosos y finalmente bajó a su cuello. Se tomó un momento para respirar hondo antes de comenzar a estrangular a su hermano con sus propias manos. Al inicio no hubo reacción alguna de Abel, pero pronto comenzó a agitarse y a raspar sus brazos de metal con sus uñas como garras. Y entonces sus ojos se abrieron. La conciencia lo golpeó de inmediato y comenzó a luchar por su vida y para liberarse del agarre de Caín.  Se agitó violentamente, golpeó su puño contra su pecho e intentó arañar su piel. Pero todo fue inútil y hasta contraproducente pues solo se hirió a sí mismo. Fue en ese momento cuando sus ojos pasaron de mirarlo con un odio profundo a un miedo indescriptible. Tal como lo había mirado esa vez hace tantos años cuando Abel fue favorecido por Dios en vez de él. —No, Abel, no me veas así. Esto lo hago por nosotros —le aseguró con una voz amorosa y fraternal. Los ojos de Abel se voltearon hacia atrás. Podía sentir su vida apagarse de a poco. Entonces todo se volvió negro.

***

El sonido de cadenas arrastrando algo pesado martillaba su mente aturdida de manera dolorosa. Intentó abrir sus ojos pero la luz anaranjada del atardecer le calaba los ojos. —¿Estás despierto? Menos mal, ya me estabas preocupando ¿sabes? Un conocido sentimiento de miedo inundó el cuerpo de Abel. Se obligó a sí mismo a abrir los ojos para ver a su hermano. —Hola, Abel. Lamento tanto haberte despertado así, pero necesitaba estar totalmente seguro de que no te levantarás de imprevisto mientras hacía unos cuantos arreglos a tu ataúd. El sonido de las cadenas lo hizo voltear para ver la espalda de Caín. Llevaba un arnés que estaba conectado a su ataúd por unas firmes cadenas y lo arrastraba como si no pesara nada en lo absoluto. Abel forcejeo débilmente en los brazos de Abel buscando que lo soltara. Necesitaba correr, alejarse él lo más que pudiera. Pero al sentir los dedos de Caín apretarlo con fuerza se detuvo. Como un niño que hace algo malo y es reprendido al instante por sus padres —Abel, mi hermanito, no hagas esto más difícil de lo que es. De nada servirá huir pues de todas maneras te encontraré. Matarme tampoco ayudará pues solo morirías al instante —le replicó Caín con la paciencia con la que solía explicarle porque era importarse encomendarse a dios cada día y cada noche—. Y ahora yo soy quien carga con tu ataúd, sin importar que intentes, si mueres volverás a mí. Pues como tu hermano no hay otra cosa que anhele más que procurar tu bienestar. Abel intentó decir algo, gritarle, insultarlo o cualquier cosa. Pero se sentía demasiado débil para hacerlo. Por primera vez en mucho tiempo se sintió débil y vulnerable. Y eso lo hizo temer del hombre que alguna vez llamó hermano. El terror en él era obvio, más cuando las lágrimas de impotencia cayeron por sus mejillas. Caín besó sus lágrimas con ternura y se relamió sus labios disfrutando de su sabor salado. —No tienes de que temer, Abel, tu hermano está aquí para ti ahora. La sonrisa que le dio debería ser cálida y amorosa. Pero el frío en sus ojos azules lo hizo estremecer. ¿En qué se había transformado su hermano…?
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