Capítulo 1
24 de mayo de 2025, 5:12
"Desde la tierra, la sangre de tú hermano reclama justicia. Por eso, ahora quedarás bajo la maldición de la tierra, la cual ha abierto sus fauces para recibir la sangre de tu hermano, que tú has derramado. Cuando cultives la tierra, no te dará sus frutos, y en el mundo serás un fugitivo errante."
Esas palabras habían quedado grabadas a fuego en su memoria y resonaban en su cabeza como un eco que le recordaba sus pecados imborrables. Pecados que se veían repetidos ahora que una vez más estaba parado sobre el charco de sangre todavía caliente de su hermano.
El cuerpo decapitado de Abel estaba inerte frente a él. Su espada con la que había apuntado al cuello de Caín aún permanecía en su mano. La había empuñado con tanta fuerza y rencor que ni después de muerto la había soltado.
Puso una mano en su garganta. Estaba intacta, pero aún así sentía el dolor del corte.
No muy lejos de su cuerpo estaba la cabeza cortada de Abel, cubierta por largos cabellos negros teñidos de rojo. Caín se inclinó y la tomó con cuidado. Conociendo a su hermano era capaz de intentar arrancar su mano aun con su cabeza decapitada.
Pero no hubo ningún movimiento. Estaba, definitivamente, muerto.
—Me duele ver en lo que te he convertido. En lo que nos he convertido a los dos...
Los milenios habían pasado y Caín siempre cargaría con su culpa como el primer asesino. Esa era su cruz. La vergüenza y el arrepentimiento de haber matado a su hermano menor.
¿Cómo pudo ser tan estúpido? ¿Tan débil era su carne como para haber olvidado todo el cariño que sintió por su hermano menor desde que lo sostuvo en brazos por primera vez?
Tal vez por eso su carne fue reemplazada por prótesis de metal. Quien sabe, no es como si pudiera recordarlo.
Parecía algo genético. Su familia estaba formada por idiotas. Su madre fue seducida para tomar el fruto prohibido, su padre la siguió en su desobediencia y él era un necio y envidioso. Abel era el mejor de ellos, no era de extrañar que dios hubiera visto con buenos ojos su ofrenda hecha con los mejores especímenes de su ganado bien cuidado.
Sujetó la cabeza de Abel contra su pecho. Sus sollozos quedaron atrapados en su garganta. Él no lloraría, no tenía derecho a derramar ni una sola lágrima por ellos, no cuando él era el único culpable de esta situación.
Aunque sabía bien que este no sería el final.
Era increíble que su hermano hubiera podido llegar hasta su cámara de contención dentro de la fundación. Parece que se había despertado especialmente molesto.
—Ahora me recuerdas a uno de tus carneros. Ese que era grande y agresivo. Siempre rompía su corral individual para perseguirnos sin descanso —una sonrisa sincera se formó en los labios de Caín—. Aún me acuerdo de cómo nos trepamos a la copa de los árboles para huir de él mientras gritábamos llamando a papá para que nos salvará.
Una débil risa escapó de sus labios al recordar los viejos tiempos que nunca volverían.
Ahora solo era cuestión de tiempo para que los guardias de la fundación SCP vinieran para hacer una revisión de los daños hechos por su hermano.
Miró el rostro de Abel. Se veía tan pacifico sin la expresión de odio e ira infinita que siempre tenía cada que se despertaba. Era tan hermoso como lo recordaba.
Pasó sus dedos por las marcas carmesí de su cara. Su memoria perfecta guardaría este momento para siempre en sus recuerdos más preciados. Es extraño que pueda pensar en él sosteniendo la cabeza de su hermano fallecido como algo digno de recordar con aprecio. Pero siendo honestos, nadie en este lugar que guardaba los peores errores de dios y al propio dios podría ser catalogado como "normal."
De reojo vio que el cuerpo de Abel comenzaba a descomponerse. Parece que se había acabado su tiempo juntos y era momento de que Abel volviera a su sueño dentro del sarcófago a la que su alma ahora estaba atada y que la fundación guardaba con tanto recelo.
—¿Cuántos mataste esta vez, Abel? Podrían pasar años antes de que vuelvas a despertar y nos volvamos a ver.
Sus ojos bajaron a los labios agrietados de su hermano. Entreabiertos y manchados de la sangre que había escurrido por su boca antes de morir otra vez.
Eso despertó una llama de deseo en su corazón. Un deseo que Caín pensó que ya había olvidado y superado hace mucho tiempo.
Parece que por más que intentó controlar el impulso pecador que los condenó en primer lugar este todavía seguía dentro de él. Exigiendo que cediera una vez más a la tentación. La misma tentación que lo hacía mirar al cuerpo desnudo de su bello hermano cuando se bañaban juntos. Viéndolo se una forma en la que solo se debe de ver a un amante, no a tu propia sangre.
Pero si en un pasado fue capaz quitarle la vida a su amado hermano sin dudar, ¿qué lo detenía entonces para probar sus labios al menos una vez?
Caín cerró los ojos. Acercó la cabeza de Abel a su rostro y unió sus labios en un beso frío y unilateral. Lamió los labios carnosos de su hermano y degustó el sabor a hierro de su sangre.
La marca que el propio dios puso en su frente para que no fuera asesinado por quien lo hallara comenzó a arder tal como hizo en el momento en el que fue castigado por el creador.
Que acto tan profano era este. Besar a su propio hermano ya sin vida. Casi podía oír las carcajadas rasposas de los demonios que lo habían observado desde que se convirtió en el primer asesino en la historia de la humanidad. Acompañado de los gritos de horror de los ángeles que habían intentado guiarlo por el buen camino.
Pero él los ignoró. Las criaturas del infierno y los seres celestiales no podían importarle menos. Era uno de los mayores pecadores de la humanidad y lo sabía. No necesitaba de ellos para que se lo recordaran.
¿Qué importaba si pecaba un poco más? Su alma ya estaba condenada de todas formas.