Parte única
6 de junio de 2025, 1:14
No entiendo la muerte. Hay algo, no sé qué, que me tiene amarrado a este puto hoyo en el que estoy condenado a vivir. Los tipos del laboratorio están muy concentrados en cocinar meta y evitar que Fring los mate, no puedo asustarlos con nada. Al menos puedo subir a la lavandería para hacer que las empleadas se caguen encima. Nada muy cabrón, nomás les doy calosfríos al pasar y a veces puedo mover algunas cosas, es suficiente para que se pongan a rezar. Creí que estaría más chido el cotorreo, como en las películas de terror, me hubiera gustado ser como esos fantasmas que se dedican a sacarle un pedo a los vivos.
A Howard no le interesa nada de eso. Al principio no quería moverse del hoyo, se quedaba acostado con los ojos cerrados, echándose un sueñito. ¿No está chistoso que en serio podamos dormir en la muerte? Aún no lo he intentado, de todos modos, dormir nunca fue para mí.
Después empezó a meditar, no sé pa’ qué, cuando le pregunté se hizo el que la virgen le habla. De hecho, me aplicó la ley del hielo por un tiempo y, la neta, yo pensé que le iba a hacer así por la eternidad. Yo le seguí hablando de vez en vez, pa’ no volverme loco, más que nada. Digo, no iba a chillar por su atención cuando estaba más claro que el agua la razón de su odio. Después de todo, yo lo maté. Pero eh, fueron Michael y Fring los que se pasaron de lanza al enterrarlo conmigo.
Con el paso de los años, empezó a responderme y llegamos a esta… relaciónque tenemos ahora. La cosa es así: en el día hablamos de nuestras antiguas vidas, me río de los idiotas que cocinan meta, él duerme un rato, yo miro a la nada ―a veces a él―, y en la tarde salgo a tratarde asustar gente. Si tan solo tuviera la libertad de vagar por la ciudad, mis días serían más entretenidos y Howard no tendría que estar atado a mí.
Por mucho que él hubiera preferido desaparecer, me gusta tenerlo conmigo… Lo que hay detrás de eso me cala. Cuando decidí dejar que él me contara sus dramas de abogado pa’ no espantarlo con mis emocionantes historias de horror, supe que algo no estaba bien en mí. ¿En qué perro momento empecé a batear pa’ la izquierda? Si tío Héctor lo supiera.
Howard termina una de sus sesiones de meditación y se sienta a mi lado. Sé que quiere decir algo porque abre la boca varias veces, aprieta los labios y suspira. Está acostumbrado a que yo comience las pláticas. Estoy por hablar, pero él se adelanta.
―¿Cómo moriste, Lalo?
Me mira con expectativa. Aún se puede mirar el azul de sus ojos en su aspecto fantasmal y me doy cuenta de que no quiero hablar de ello. No creí que saldría el tema a flote. No tengo ganas de decirle a Howard a la cara lo insignificante que era su vida para mí.
―¿Cosas del cártel? ―pregunta.
―Sí. Fring me pegó un tiro en la garganta. ―Me río―. Me la pelé.
―Pero ambos hemos estado juntos desde… el principio.
Sé que Howard no sabe nada. El momento en que mi alma se separó de mi cuerpo yo ya estaba en el laboratorio, el lugar en el que morí, siendo testigo de cómo echaban nuestros cadáveres en el mismo hoyo. Howard seguramente estaba en el departamento de Saul o caminando por las calles en busca de sí mismo. Entonces descubrió que estaba en la misma tumba que yo y el pánico creció al verme frente a él.
El arrepentimiento no es algo que conozco, ni puta idea de si es eso lo que causa cierto temblor en mi voz cuando digo:
―Fue en la misma noche.
No sé qué respuesta espero, pero sé que no es escuchar por primera vez la risa de Howard.
―¿Te dispararon en la misma noche que tú me mataste? ―dice entre risas, no hace mucho por controlarse―. Dios, el karma o el destino, no estoy seguro de cuál fue, pero tiene buen sentido del humor.
No puedo evitar unirme a él. Mi muerte es digna de tirar carrilla: fue la cosa más pinche estúpida que pude haber hecho, estuve a nada de balconear a Fring y se fue a la mierda porque dejé que diera un discurso «final». El que terminó escupiendo sangre fui yo.
―Así es el mundo del que vengo ―digo una vez que nos calmamos―, te mueres o te matan.
―Sin importar que se lleven vidas inocentes en el proceso.
El rastro de alegría se ha ido y suspiro.
―Mira, pongamos las cartas sobre la mesa…
―¿No podías solo dejarme ir? ―La rabia desgarra su voz―. Yo no pintaba nada ahí, no sabía nada. Gracias a ti, a Jimmy, a Kim y todo ese mundo criminal, morí con mi nombre manchado y nadie sabrá lo que me hicieron pasar. La firma en la que tanto me esforcé y el legado en el que Chuck y yo trabajamos, desaparecerá. ―Sé que si Howard pudiera llorar, lo haría ahora―. En fin, seguro es lo que pasó.
Siento algo por él. No como la lealtad que tenía por mi familia, esto no lo sentí en vida por nadie. Puede ser culpabilidad, cariño o ambos. No sé, no le quiero poner nombre porque no tiene caso. Él me odia y siempre lo hará. No hay nada que yo pueda hacer por él, no hay palabra que valga de algo y jamás seré merecedor de su perdón.
―Como dije, Howie: te mueres o te matan.