Capítulo 1
28 de junio de 2025, 19:06
A christmas Carol Prank
¿Crees en los milagros de Navidad?
Déjame contarte sobre uno.
🎄
Un día antes de Navidad, el Ministerio de magia de Inglaterra estaba decorado de pies a cabeza en colores verde, rojo y dorado.
Un árbol decorado iluminaba las entradas por las que llegaban algunas personas con expresiones radiantes.
Pequeñas hadas vestidas de elfos –con sus pequeños calcetines a rayas y sombreros puntiagudos– revoloteaban por los techos soltando su fino polvo brillante que caía sobre la cabeza de los funcionarios del Ministerio.
Los pasamanos estaban envueltos en luces de Navidad que tintineaban al ritmo del coro de Godric’s Hollow y su animado villancico mágico acompañado de la percusión de los sapos y los grillos.
El día apenas empezaba, pero los magos ya ansiaban que acabara. Sus mentes estaban concentradas en la ilusión de regresar a casa con sus familias y compartir una de las pocas noches del año en la que todos tenían una excusa para reunirse con aquellos que amaban.
Regulus Black, el ministro de Magia más joven en la historia del mundo mágico, era el único que no estaba en sintonía con ellos.
Iba caminando por el pasillo principal hacia el elevador sin percatarse de la jovialidad que flotaba a su alrededor. Enfocado en un sobre con papeles que llevaba entre manos. El día de Navidad siempre había sido un evento de poca importancia en su vida. De no ser por los saludos de “Feliz Navidad” de los transeúntes y la baja afluencia de gente en el Ministerio, ese sería como cualquier otro día para él.
Las festividades solo traían consigo amargos recuerdos y problemas. Los procesos se alentaban, la gente gastaba más dinero del que tenía en regalos que terminarían en la basura después de unos meses y había más avistamientos del “Krampus” que resultaban ser solo bromas pesadas elaboradas por adolescentes irresponsables.
—¡Feliz Navidad, Black! —le gritó Weasley desde una de las chimeneas.
Regulus levantó una mano en el aire a modo de saludo, pero no desvió la mirada –ni sus pensamientos– por un segundo de sus documentos. El señor Creevey se encontraba en la entrada del elevador, repartiendo galletas navideñas que había cocinado su esposa la noche anterior. Era una tradición que se repetía todos los años.
—¿Una galleta, ministro Black? —le ofreció.
Regulus levantó la cabeza extrañado, como si no supiera a qué se refería –en realidad no sabía a qué se refería–. Tenía la mente envuelta en la logística del recorrido por las bodegas de Francia y cuánto tiempo les tomaría recorrer todas las catatumbas en busca de los ghouls sueltos.
En ese momento fue interceptado por una maraña de pelo oscuro rebelde que le arrebató la galleta que le estaban ofreciendo de sopetón y se metió en el elevador con paso relajado, sacándole la lengua con pillería. Sirius levantó la galleta del reno y la sacudió en el aire, burlándose de su hermano.
—¡Padfoot! —lo reprendió un joven alto y fornido de mirada dulce como el chocolate caliente, el cabello negro acariciado por el viento invernal y unos labios con los que Regulus venía soñando en secreto desde que cumplió trece años.
El corazón de Regulus dió el habitual salto en su pecho cuando notó la presencia de James Potter a su lado.
Sirius mordió la cabeza del reno.
—¿Cómo te atreves? —le dijo James escandalizado.
Regulus puso los ojos en blanco.
James se llevó una mano a la boca, ahogando su risa, y miró de reojo a Regulus. Al notar su incomodidad, tomó otra de las galletas de la canasta.
—Se ven deliciosas señor, Creevey—admiró con su amabilidad marca Potter—. Su esposa se lució este año. Muchas gracias. Tomaré esta.
James cogió la del bastón de caramelo, cubierta en un glaseado blanco y rojo a rayas, y se la tendió a Regulus, mientras se adentraba en el elevador.
Al entrar le quitó la galleta a Sirius de las manos y le dio otro mordisco.
Dos niños de cinco años tenían más seriedad que esos dos cuando estaban juntos.
Regulus entró al elevador tras ellos sin decir nada más.
—Te gustará más esa —le aseguró James, refiriéndose a la galleta—. Menta y chocolate es tu sabor preferido, ¿Cierto? —le preguntó relajado.
Regulus bajó la mirada, suavemente ruborizado e intentando esconderlo. Atontado por el hecho de que James hubiera recordado un detalle tan minúsculo y sin importancia como ese.
Sirius tocó el botón en el panel que los llevaba al segundo piso. La Oficina de Aurores. El elevador cerró sus puertas frente a ellos comenzando su movimiento errático de un lado hacia otro y luego hacia arriba y abajo con los villancicos de Godric’s Hollow como su único acompañante.
—Reggie —chistó Sirius—¿Cuándo sales de aquí? Remus me pidió que le confirmara a qué hora iban a llegar todos a la cena de Navidad. Tienes que ver el tamaño del pavo que está cocinando —bufó por lo bajo y rio—, es ridículo.
—Mientras estemos en el Ministerio soy Ministro Black —lo corrigió con seriedad y suspiró—y… no voy a poder ir esta noche, tengo que terminar de leer unos documentos y no quiero perder tiempo innecesario.
—¿Tiempo innecesario? —preguntó James incrédulo, metiéndose sin dudarlo dos veces en la conversación— Es Navidad, Regulus.
—El próximo año también será Navidad —se encogió de hombros—y el otro después de ese. Siempre hay tiempo para pretender que te llevas bien con tu familia.
—¡Reggie! —le reclamó Sirius y lo golpeó en la cabeza con la palma de la mano abierta. Regulus sobó el lugar del golpe y lo miró con desaprobación.
—Estás violentando a un alto mando del Ministerio —le advirtió.
—Por favor —Sirius puso los ojos en blanco—; te vi dormir acurrucado de ese estúpido muñeco de trapo en forma de serpiente al que llamabas “Escamitas” y gritarle a madre cuando no te dejaba llevártelo a Hogwarts. No puedes intimidarme. Conozco tus más ridículos secretos Reginald y solo estoy esperando una razón para sacarlos a la luz.
James se rio a su lado por lo bajo y luego carraspeó.
—Eso es adorable —le dió otra mordida a su galleta de reno.
—Canibalismo, Potter —se burló Sirius y alzó las cejas con gracia.
Regulus apretó los labios en una dura línea, aguantando las ganas de usar su autoridad para demostrarle a Sirius qué tan real era el título de ministro que se había ganado hacía dos años, pero se mantuvo reacio ante sus provocaciones. Así era Sirius, mientras menos cuerda le dieras, menos peligro corrías.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, dejando a James y Sirius salir hacia el departamento de aurores, presionó el botón que lo llevaría al último piso del Ministerio, en donde se encontraba su oficina y recordó repentinamente uno de sus pendientes más importantes del día.
— Merde.
Antes de que las puertas se cerraran, atrapó, por el rabillo de su ojo, la visión de un documento que le hizo recordar el tema delicado que tenía que abordar con James.
—¡Potter! —llamó rápidamente, deteniendo el elevador— ¿Podemos compartir unas palabras?
James sonrió de lado y se rio suavemente por lo bajo, mirando a un lado y otro, a los pasillos vacíos del departamento de Aurores.
—Reg, puedes solo llamarme por mi nombre.
—Prefiero usar tu apellido. Mantiene las cosas profesionales entre todos.
—De acuerdo… ¿Qué sucede, ministro? —preguntó James relajado.
Regulus suspiró, sin saber exactamente cómo decir lo siguiente.
—¿Recuerdas la facción de vampiros que estaba causando problemas en Escocia? Esperaba que pudieras acompañar a Evan a hablar con ellos para asegurar la negociación de un tratado de paz.
—¡Claro! —respondió animado y le dió una palmada en el hombro—. Sin problemas.
Regulus sintió la piel de su hombro acalorarse bajo la tela de su camiseta.
Merlín.
Cada vez que tenía que hablar con James volvía a aquella etapa incómoda y vergonzosa de su vida. Días en Hogwarts buscándolo desesperadamente con la mirada, esperando intercambiar un par de palabras, yendo a cada uno de sus partidos de quidditch y vitoreando al equipo contrario mientras deseaba que ganara solo para enfrentarse a él en la final. Era patético lo tanto que lo había adorado. Era triste que sus vidas hubieran tomado caminos tan diferentes.
—El único detalle es que… —se irguió frente a él. Era su jefe. Tenía que hacer lo que ordenara. Ya no estaban en Hogwarts —, Evan se encamina hacia Escocia hoy por la noche.
La sonrisa se desvaneció del rostro del león de inmediato y tragó grueso con preocupación.
—¿Hoy?
—Hoy —recalcó Regulus—, como el jefe del departamento de aurores y quien ha llevado el caso desde el principio me parece adecuado que seas tú quien lo acompañe. De otra forma se lo pediría a alguien más.
—Regulus… —bajó el tono de su voz y se acercó para susurrarle—, es la primera Navidad de Harry sin Lily. No puedo dejarlo solo.
James y Lily habían tenido un aparatoso divorcio tres años antes, y aunque seguían siendo los mejores amigos, Regulus había escuchado de las quejas de Evans sobre el poco tiempo que compartía con su familia gracias a su trabajo. James apenas había adquirido el título de Jefe del Departamento de Aurores hacía un mes atrás y tenía que causar una buena impresión ante el comité mágico.
En realidad, solo estaba intentando ayudarlo.
—Lo siento, Potter. Yo no hago las reglas.
James se río.
—Eres literalmente la persona encargada de crear las reglas —respondió con sarcasmo. Un suave dejo de resentimiento y desesperación en su voz.
—Hay reglas que no pueden ser cambiadas —respondió seguro y estoico.
No podía flaquear.
James suspiró.
Cuando Regulus dijo lo siguiente, no esperaba que sonara tan frío. En su mente era simplemente lógico, un consejo bien intencionado que buscaba plantarlo en la realidad de su situación, pero esa fue exactamente la manera en que salió de sus labios. Como un golpe de hielo en el centro de su pecho.
—Si pasar una noche con Harry es más importante que la seguridad del mundo mágico, tal vez debas replantearte qué tanto quieres el puesto.
Pudo ver la tristeza calar hasta lo más profundo del alma de James y retraer cualquier instinto de empatía que tenía hacia Regulus; porque ahí estaba él, recordándole lo que todos los demás no dejaban de advertirle. Que no podía tenerlo todo: el reconocimiento, el trabajo y la familia perfecta.
Oh.
—De acuerdo, ministro —contestó seco, usando su voz de auror, como si estuviera de vuelta en la academia. Se encogió de hombros y dió un paso atrás—, lo que ordene. Hablaré con Rosier para arreglar los detalles.
James se marchó por el pasillo con paso pesado, molesto, sin mirar hacia atrás una sola vez y a Regulus se le arrugó el corazón. No fue su intención. No realmente. Pero el mundo no era justo solamente porque uno lo deseara.
Se planteó gritar su nombre varias veces en el lapso de unos segundos. Retractarse. Pero volvió con paso seguro hacia el elevador y cerró las puertas de metal.
Nadie llegaba a ser ministro de magia sin saber algo sobre disciplina.
🎄
Alrededor de las cuatro de la tarde alguien tocó la puerta de su oficina.
Regulus levantó la mirada hacia la puerta y la abrió con un movimiento de su varita.
—¡Tío Regulus! —gritó un pequeño niño rubio que salió disparado hacia él con los brazos abiertos. Regulus se levantó de la silla de terciopelo para recibirlo entre sus brazos y sonrió por primera vez en el día.
—Feliz Navidad, Draco.
—¡Feliz Navidad! —Draco se colgó de su cuello al tiempo en que Narcissa entraba a su oficina cargando tres pesadas bolsas de papel en cada mano—. Estuvimos comprando regalos todo el día —le dijo su sobrino al oído—, el tuyo fue el mejor. Lo escogí yo.
Regulus volvió a sonreír inconscientemente y dejó a Draco en el suelo al lado de su madre, ayudándole a colocar las bolsas sobre la mesa de centro con un hechizo de levitación.
—¿Cómo es eso de que no vendrás a la cena de Navidad? —preguntó Narcissa acusatoriamente.
—Las noticias viajan rápido —Notó la expresión de preocupación en el rostro de Draco y se encogió de hombros—. El mundo no se detiene, Cissa. Estamos al tope con las nuevas reformas. Hay muchas propuestas que revisar antes de que acabe el año y poco tiempo para hacerlo.
—¿Es porque invitaron a Potter? —preguntó indecorosamente Narcissa. Regulus sintió el calor de la vergüenza subir por su cuello hacia sus mejillas y maldijo el día en que le contó a su prima sobre su pequeña infatuación durante la adolescencia.
—¡No! No, por supuesto que no.
—Prefiero que vengas —le dijo sin decoro—, podemos des invitarlo.
—No es eso… y… de todas formas Potter no podrá asistir a la cena tampoco, tiene trabajo que hacer. Todos estamos muy ocupados.
—¿Trabajo en conjunto? —Narcissa levantó una ceja con sospecha.
Regulus abrió los ojos como bolas de un árbol de Navidad.
—¡Cada quien tiene su propio trabajo! ¡Separado! Como cabeza de su propio departamento—aclaró Regulus con frustración.
—No me parece una buena justificación para no asistir a la cena de Navidad. Solo logramos verte contadas veces al año desde que te convertiste en Ministro. ¿Estás comiendo lo suficiente? ¿Has ido a tus chequeos anuales en San Mungos?
—Sirius te puso a hacer esto, ¿no es así? —preguntó Regulus con sospecha.
—No hace falta que me lo pida, lo haría de todas formas —se acercó a él y le tomó una mano entre las suyas con cautela y suavidad—Hazlo por tu sobrino entonces.
Narcissa estaba tratando de usar la última carta que le quedaba, la de la manipulación. Su sobrino era aquel punto débil que conocía. Draco lo miró con tristeza desde el sofá y juraba que podía ver sus ojos tornarse cristalinos. Por un segundo se le ocurrió que ambos estuvieran sincronizados en un frente unido contra él. Regulus suspiró cansado, pero no dio el brazo a torcer.
—Lo siento, Cissa. Ya está decidido. Enviaré los regalos de Draco con Kreacher.
Durante el resto de su visita, tomaron té y se actualizaron el uno al otro con los últimos eventos de sus vidas. Draco ocultó sus lágrimas con la manga de su suéter y pasó el resto del tiempo con el ceño fruncido, de brazos cruzados y sin hablarle más a Regulus.
🎄
Solo unas horas después, alguien más tocó en la puerta de su oficina.
—Riddle —saludó desde la ventana.
Un mago con túnica verde oscura y patrón de serpientes en terciopelo negro se acercó a él y puso una mano sobre su hombro.
—Black —dijo con la tranquilidad del cielo antes de una tormenta—¿Revisaste las propuestas ya?
—Estoy en eso —le dió un trago a su vaso lleno de whiskey de fuego mientras Tom se sentaba en la pequeña sala de estar de su oficina con las piernas cruzadas como si fuera su casa—. Hay unas muy buenas este año.
—¿Qué hay de la de Lucius?
Regulus se rio por lo bajo.
—¿La que hiciste que Lucius escribiera? —Tom se encogió de hombros y sonrió con malicia— No lo sé Tom. Es bastante polémica y se contrapone un poco con el resto de los esfuerzos que nuestro partido está realizando ¿cobrar impuestos extras a los magos de familias muggles? ¿con qué razón?
—¿No has leído el manuscrito? —Regulus lo había leído, cada miserable palabra de odio escrita en él—Es nuestro derecho —dijo seguro y frío, con el desprecio que emanaba cada que tenía que hablar de la pureza de sangre, costumbres del pasado que Regulus estaba contento dejando a un lado.
Sin embargo, no podía olvidar que Tom fue uno de los benefactores durante su campaña, Orión no dudó en aceptar su dinero, y que, sin su apoyo, nunca hubiera logrado convertirse en Ministro. Era un precio demasiado alto que Riddle no tenía miedo de cobrar. Regulus hubiera preferido nunca haberse involucrado con él. Ahora oponerse o tener de enemigo a Tom podría llegar a ser un inconveniente.
—Lo pensaré —respondió en un suspiró y desvió la mirada a la ventana, donde se perdió en los copos de nieve que caían sobre los techos de Londres mientras Tom parloteaba sobre cómo la reforma era de suma importancia para la comunidad mágica.
🎄
Pocos saben que el Ministerio de magia va desde el subterráneo de Londres, hasta el tope de uno de los edificios más altos de la ciudad. Allá arriba, en la azotea del Ministerio de magia, bajo una suave llovizna de nieve, Regulus Black se protegía de la nevada mientras leía los últimos párrafos de la propuesta del departamento de protección mágica sobre la apertura de tres nuevas comunidades seguras para hombres lobos. En el nombre de los participantes se encontraba el de Remus Lupin.
Regulus sonrió con satisfacción al pensar en lo lejos que había llegado Lupin desde que se integró al Ministerio como parte del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, lo mucho que había logrado cambiar la opinión pública y todo el camino que aún le faltaba por recorrer.
Sin embargo, Lupin aún no sabía sobre los intereses económicos del mundo mágico y que, con el pesar de su corazón, esa propuesta tendría que ser rechazada.
¡Clack! ¡Clack!
Un extraño ruido lo sacó de sus pensamientos.
¡Clack! ¡Clack!
Los sonidos venían desde una de las turbinas de calefacción. Se asomó entre los tubos de aluminio con precaución y sintió el frío repentino subir desde la punta de sus pies hasta el tope de su cabeza. Una neblina de hielo que le congeló la sangre y detuvo su corazón.
Regulus había estado pocas veces en la presencia de dementores, pero –y cualquiera que haya estado frente a uno no lo dejará mentir– es una experiencia que pocas personas pueden olvidar. No es algo puramente sentimental. Es tu cuerpo no pudiendo soportar su propio peso, tu mente nublada, tu ansiedad jalando las cuerdas del trineo y llevándote al borde de la azotea. La noción de saber que es mejor saltar que seguir vivo. Simplemente una experiencia que no quieres repetir. Los dementores no deberían estar allí. No tenía sentido. Él mismo se había asegurado de que su alcance se limitara a Azkaban.
Levantó su varita y adoptó una pose defensiva, listo para atacar de ser necesario.
Cuando Regulus se acercó lo suficiente, logró divisar tres extrañas siluetas en la distancia. Dos de ellas, lúgubres bajo capuchas de tela, efectivamente eran dementores, y se encontraban a cada lado de alguien que parecía ser…
—Papa? —preguntó en francés.
Su padre había fallecido dos años atrás en San Mungos, de un infarto, una aflicción tan poco especial que ni siquiera salió en los periódicos. Pero ahora estaba parado frente a él, con la piel azulada y vestido en la bata del hospital, tal como lo había visto la última vez, pero convertido en un fantasma.
—Regulus —lo saludó con afecto.
Los ojos de Regulus se humedecieron. El rechinar que había escuchado provenía de las cadenas que iban de las muñecas de su padre hacia los dementores, quienes las tomaban como si fuera un perro rabioso al que tuvieran que mantener aprisionado.
—Tú no deberías estar…
—Así es —lo interrumpió Orión—, no debería estar aquí.
—Las cadenas…
Regulus se acercó en un intento de liberarlo y los dementores dieron un paso frente a él, impidiéndole tocarlas.
—Son un castigo —aclaró Orión con lástima y lo analizó de pies a cabeza.
—Te he extrañado tanto —le confesó sinceramente.
Por mucho que él y su padre no compartieran una misma visión del futuro del mundo mágico, él había estado a su lado desde el principio, apoyándolo durante cada uno de los pasos de su carrera y desafiando a cualquier que se atreviera a pensar que no podía dar lo suficiente para llegar a ser ministro.
—Has crecido tanto en solo unos años, y, aun así, ¿Qué has hecho con tu vida, Reggie? ¿Qué tienes que sea eterno? —suspiró y lo miró con un tipo de nostalgia que no pudo explicar. Aquella nostalgia que está envuelta en decepción. ¿Por qué? Su padre no tenía razón para estar decepcionado.
Regulus se había convertido en el Ministro del mundo mágico. La más importante fuerza de autoridad en el Reino Unido. Se codeaba con los más influyentes y famosos poderes políticos de Europa. No tenía un jefe porque él era el jefe. Era el epítome del éxito.
—Es Navidad, mon fils. ¿Qué haces aquí solo? —preguntó.
—Estaba trabajando —se excusó tontamente. Sus palabras sonaban como la excusa de un niño pequeño. Insuficientes y carentes de lógica.
—Escucha bien. No nos queda mucho tiempo. Este es un mensaje precautorio. Estas cadenas—levantó ambas manos, haciendo que chirriaran y los dementores se acercaran a él, probablemente para asegurarse de que no fuera a escapar—son el castigo que recibí por llevar una vida de avaricia y conformidad. Es el castigo que recibirás también si las cosas no cambian.
—¿Quoi?
Aquello no tenía un gramo de sentido.
—Esta noche te visitarán otros tres fantasmas. Uno de ellos te mostrará tu pasado, otro tu presente y… —su rostro se contrajo con desagrado—el último te enseñará tu futuro.
No podía ser real.
Se llevó una mano a la cabeza y se dio una palmada en la frente.
Lo entendió de repente.
—Estoy soñando —declaró con seguridad—, tengo que despertar.
Regulus intentó cerrar y abrir los ojos con fuerza, esperando despertar en su oficina en cualquier momento y acabar con aquella pesadilla, pero su padre siguió hablando, como si se les acabara el tiempo.
—Lo siento hijo, desearía haberlo hecho mejor, haberte enseñado algo más. Esta es tu última oportunidad. Recuérdalo. No cometas los mismos errores que yo cometí.
Se comenzaron a escuchar las campanadas graves de un reloj, indicando la medianoche, pero no había ningún reloj en la cercanía, y Regulus había subido a la azotea antes de que el sol se ocultara.
Los dementores se acercaron a Orión y lo engulleron frente a él en una masa de oscuridad y frío. El mundo se contrajo como si fuera el centro del universo. Sus gritos parecían el llanto de un alma despojada de calor en una noche sin luna. Regulus cerró los ojos una vez más, adolorido por la escena, y cuando los abrió, se encontraba solo, acurrucado en el suelo de la azotea con los papeles en mano.
Solo había sido un sueño.
🎄
Abrió una botella de vino al llegar a Grimmauld Place. Se sirvió una copa y se desplomó sobre el sofá de la sala frente a la chimenea. Con un vistazo de reojo al reloj se dio cuenta de que eran las nueve y media de la noche. Todavía tenía tiempo de leer unas cuántas propuestas más antes de irse a dormir y podía despertar temprano para seguir trabajando. Era lo más sensato. Se frotó los ojos y bostezó.
Grimmauld Place no estaba decorado. Regulus no recordaba la última vez que lo había visto encendido con el resplandor de las luces de un árbol de Navidad.
—¡Yo te lo mostraré! —susurró la voz juguetona de un niño a sus espaldas como si le hubiera leído el pensamiento.
Regulus saltó y gritó del miedo.
—¡Por Merlín! —dijo mientras se llevaba una mano al pecho, tratando de controlar los latidos de su corazón— ¿Quién eres? —lo reprochó— ¿Qué haces aquí? ¿Tus padres no te han dicho que es terriblemente peligroso, además de ilegal, entrar a la casa de extraños?
—Solo estoy de visita —dijo relajado, alzando sus brazos de un lado al otro con tranquilidad mientras caminaba hacia el respaldo del sofá al son de una canción que nadie más que él mismo escuchaba y se sentaba con las piernas colgando en el aire. El chico no podía tener más de once años, cabello largo, sedoso y negro como la noche, ojos azulados pero grises como el agua del mar en la tempestad, y….
—¿Sirius? —preguntó Regulus anonadado.
—Ohhhh, ¿eso es lo que ves? ¿a tu hermano mayor? Muy interesante, terriblemente interesante —susurró con alegría, y una sonrisa pícara se extendió de lado a lado en su rostro. —Aunque todos me llaman… el fantasma de las Navidades pasadas —Sirius se bajó del sofá de un salto y extendió su pequeña mano frente a él a modo de presentación.
Regulus no estaba entendiendo nada.
Sirius tomó su mano y la zarandeó fuertemente, con la fuerza de un niño de once años por supuesto.
—¿Estás listo para nuestra aventura?
—¿Aventura? —preguntó Regulus confundido—. Estoy muy ocupado como para ir en una “Aventura” con mi amigo imaginario, muchas gracias.
¿Otra vez se había quedado dormido en el sofá?
—¡Regulus Black! Prepárate para dar un viaje por tu pasado ¡Los mejores hits! ¡Las Navidades más especiales! —exclamó alegremente antes de que le apretara la mano y ambos desaparecieran en la fineza del aire.
🎄
Bajo el árbol de Navidad de Grimmauld Place, decorado en verde y plateado con luces tenues en colores fríos, se encontraban dos niños y dos niñas.
La primera tenía entre manos un libro de pociones, se trataba de Narcissa Black, con una sonrisa autosuficiente y un brillo de inteligencia y perspicacia en los ojos. Regodeándose frente a los demás por su regalo.
—¡Es solo un aburrido libro! —argumentó Sirius desde el otro lado del árbol, buscando por todas partes el presente envuelto con su nombre.
La segunda niña tenía el cabello crespo y enrulado, unos ojos gigantes llenos de malicia infantil y una muñeca de trapo entre manos que no soltaba por nada del mundo. Con la muñeca le dio un golpe a Sirius en la cabeza.
—¡Ouch!
La versión de cinco años de Regulus se rio con ligereza desde el suelo mientras tomaba su propio regalo de la parte inferior del árbol. Tenía una linda tarjeta en la que su nombre estaba escrito en cursiva con la letra de su madre. Su rostro se iluminó con alegría.
—¿En dónde está el mío? —se quejó Sirius, dando patadas pesadas de camino al comedor— ¡Mamá! ¿En dónde está mi regalo? —gritó Sirius desde la sala.
Walburga se asomó unos minutos después, vestida en un hermoso atuendo color esmeralda. Regulus sonrió al verla pensando que se veía como una princesa y le dio un abrazo.
—¡Gracias por el regalo, mamá!
Su madre dejó un corto beso sobre su cabellera rizada y miró a Sirius con desaprobación.
—Papá Noel decidió que no merecías regalos esta Navidad —le dijo sin compasión. Los niños miraron entre Walburga y Sirius con preocupación.
—¡¿Qué?! —preguntó Sirius desconcertado.
—No has sido un niño obediente este año y Papá Noel solo les trae regalos a los niños buenos. Tal vez si el próximo año te comportas mejor, te traiga algo.
—¡Pero eso no es justo! ¡Todos los demás tienen regalos!
Regulus tragó grueso con miedo y ocultó su propio regalo en la parte trasera de sus pantalones.
—La vida no es justa, Sirius. Es mejor que lo entiendas de una vez. Cosas malas les pasan a los niños que se portan mal con su familia.
Sirius pateó el árbol de Navidad y subió corriendo a su habitación. Bellatrix se rio por lo bajo mientras desaparecía por las escaleras y Regulus sintió un repentino dolor de estómago que no podía explicar.
Su madre hizo caso omiso al dramatismo de Sirius y regresó al comedor cuando su padre le preguntó en dónde estaban las anchoas.
Regulus pasó el resto de la noche mirando de reojo hacia la habitación de su hermano, esperando que en algún momento alguien bajara y les dijera que todo había sido una broma, que su mamá le había comprado la escoba que Sirius había pedido y con la que había estado soñando todo el año. Pero nadie hizo nada durante todo ese tiempo. Cuando todos regresaron a sus casas, Regulus le quitó la tarjeta con su nombre a su propio regalo y subió a la habitación de Sirius. Detrás de la puerta, podía escuchar los leves sollozos de su hermano y su estómago de contorsionó de nuevo con malestar.
—Sirius —susurró suavemente al entrar a la habitación y se metió en la cama junto a él, bajo las sábanas—, encontré tu regalo. Estaba escondido.
Sirius se secó las lágrimas con los puños de su pijama y lo miró confundido. Aprovechó el momento para sacar su propio regalo de sus pantalones y lo puso sobre sus piernas en la cama. Su hermano lo abrió con curiosidad y parpadeó con extrañeza cuando se encontró con el libro de Los cuentos de Beedle el Bardo, el que había pedido Regulus para Navidad. Si Sirius sabía que no era su regalo, esa noche no dijo nada. Se le llenaron de nuevo los ojos de lágrimas y abrazó a Regulus con toda su fuerza que un niño de once años puede conjurar.
—¿Quieres leerlo juntos? —le preguntó Sirius esperanzado.
—¡Siiii! —respondió Regulus con emoción.
Se sentaron hombro a hombro mientras Sirius recitaba las historias del libro e interpretaba con gracia las voces de cada uno de los personajes.
—Siempre has sido una persona noble, ¿No es así? —le preguntó el fantasma de su Navidad pasada.
El Regulus adulto, el que observaba la escena de forma omnipotente, la veía con amargura y nostalgia.
Siempre había hecho todo por las personas que amaba, pero no siempre había podido asegurarse de que estuvieran a salvo.
—¿Por qué estamos aquí? —le susurró por lo bajo a su fantasma. Sus ojos fijos en los dos niños soltados en sonrisas sobre la cama, pero el fantasma no respondió su pregunta.
🎄
La segunda Navidad que le mostró el fantasma de sus Navidades pasadas fue años en el futuro, a orillas del bosque prohibido.
—Verdad o reto.
Regulus no quería revivir ese momento.
—Verdad —respondió el Regulus de quince años que estaba sentado entre bufandas verdes, azules y rojas. Todos en un círculo sentados en posición de indio unos frente a los otros. La botella había quedado entre James y él.
Regulus había tomado una sorprendente cantidad de whisky de fuego esa noche. Las Navidades nunca fueron fáciles. Cuando Sirius y él no volvían a Grimmauld Place –lo que era una experiencia traumática para ambos– se veía obligado a pasar Navidad con los amigos de su hermano en Hogwarts y el resto de la noche tratando de olvidarse del sentimiento de no pertenecer.
Ese año fue diferente. Barty, Evan y Pandora estaban con él, su primera Navidad juntos, dándole el coraje que necesitaba, y el que le faltaba, lo consiguió en la forma del líquido dulce y ardiente que corría por su garganta.
Regulus le dio un sorbo a la botella que yacía en el centro del círculo y que habían mezclado con veritaserum. Todos vitorearon a la expectativa de escucharlo decir alguna tontería.
—¿A quién de esta habitación te gustaría besar? —preguntó inmediatamente James.
Todos estaban envueltos en sorpresa y escándalo.
Regulus pasó la mirada por el círculo. Sirius, especialmente, tenía los ojos abiertos de par en par con emoción. Lily estaba tomada del brazo de Mary Mcdonald mientras reían a carcajadas. Marlene se encontraba al lado de ellas y lo miraba con lástima. Snape estaba al otro lado de Lily ¿Quién demonios lo había invitado? Evan y Barty se tapaban la boca para no soltarse en carcajadas también por respeto a su amigo, mientras que Pandora le sonreía pícaramente y lo animaba a beber otro sorbo de su botella de whisky. Remus y Peter eran los únicos lo miraban con un poco de preocupación.
—Ehhh…. —Regulus no quería decirlo— ¿Puede ser reto?
—¡No! Escogiste verdad. Escúpelo Reggie —respondió Sirius emocionado.
James no tenía la más mínima sospecha. Lo miraba como siempre lo había hecho. Como el hermano menor de su mejor amigo. Como la extensión de Sirius.
El Regulus adulto que los veía desde uno de los costados se tapó los ojos con vergüenza y angustia.
—No quiero ver esto —admitió al fantasma de su Navidad pasada.
—No es tan malo —debatió el pequeño Sirius, y en ese momento hizo algo extraño. Le dio la mano, como si tratara de consolarlo, y movió la cabeza hacia la escena pidiéndole que mirara de nuevo.
El Regulus de dieciséis años no quería decirlo, pero si tenía que hacerlo, lo haría con firmeza y con orgullo, como le habían enseñado sus padres. Levantó el mentón y miró a James a los ojos desafiante.
—A tí, James.
El bosque se quedó en silencio sepulcral.
A Sirius se le borró la sonrisa del rostro en un segundo. James lo miró con sorpresa, los labios entreabiertos sin saber qué decir. Regulus no esperaba que se dispararan fuegos artificiales o que confeti saliera de los costados volando por el aire como si estuvieran en una gran celebración porque ¡AL FIN! ¡Al fin lo había dicho en voz alta después de tanto tiempo!, pero tampoco esperaba lo que siguió después.
—¿A James? —preguntó Sirius enojado.
—Sirius —le advirtió James a su lado.
—¿Qué estás insinuando Regulus?
Y de todas las personas que podían intervenir, tuvo que hacerlo la que menos injerencia tenía en el tema, la persona que nadie había querido invitar pero que todos se vieron obligados a tolerar gracias a Lily.
—Es muy claro. Tu hermano pequeño es una mariquita, Black —dijo Snape venenosamente. Lily se tapó la boca con sorpresa y le lanzó un maleficio que le quemó el hombro. Snape siseó de dolor.
Todavía bajo los efectos del veritaserum, Regulus respondió sin voluntad alguna con la verdad.
—Siempre ha sido James, desde que tenía trece años.
—¡¿Qué?! —preguntó de nuevo Sirius escandalizado.
A Regulus se le llenaron los ojos de lágrimas y se levantó de inmediato, rompiendo el círculo y corriendo lo más rápido que pudo de vuelta al castillo con el viento invernal en su contra. Su hermano se levantó listo para ir tras él, pero Remus lo detuvo.
—Esto es vergonzoso —interrumpió el Regulus adulto a su fantasma.
—No quieres perderte esta parte —le susurró el fantasma de vuelta.
Entonces tuvo el honor de ver algo que no había tenido el placer de presenciar y que cambiaba el significado de aquel recuerdo. James Potter se levantó del suelo y le atinó un golpe directo en la nariz a Severus Snape. El grupo de personas se conmocionó, tratando de detener la pelea, el juego olvidado. Sirius fue el segundo en golpear a Snape, un golpe en el estómago, el tercero fue Barty clamando en voz alta que: “Así es como pegan las mariquitas”; hasta que Lily los separó tirando maleficios por los aires y les pidió a todos que volvieran a sus salas comunes antes de que comenzara a restar puntos a sus casas, usando todo el poder que su placa de prefecto le otorgaba. Les hizo prometer que no saldría una sola palabra fuera de allí sobre lo que había pasado esa noche, haciendo especial énfasis en Snape, y todos accedieron avergonzados.
—James defendiendo tu honor desde tiempos inmemorables —suspiró con picardía el pequeño Sirius a su lado con una sonrisa de sabelotodo.
Aquello no borró la amargura del recuerdo, pero hizo que Regulus sintiera una suave calidez a la que podía llamar ternura. Recordaba haberse sentido como un completo idiota, inadecuado y perverso. Años después, cuando Sirius saliera del closet y enfrentara su vergüenza por él, entendería que nunca fue así. Pero para eso, faltaban años por venir.
—Quiero regresar —le pidió Regulus, sintiendo por primera vez en muchos años, ese terrible dolor de estómago que lo afligía cada que algo malo pasaba.
🎄
Regulus despertó en el sofá, nadando en un mar de sudor a pesar del frío que se colaba con el viento que venía desde la ventana abierta de la sala. Se frotó los ojos con las manos, se levantó, caminó hacia el baño adormilado y se enjuagó la cara con agua helada. Evaluó su reflejo en el espejo, dos tristes ojos grises mirándolo de regreso, ¿Qué le estaba sucediendo? Nunca había tenido sueños tan vívidos que continuaran como si estuvieran contando la historia de su vida. Ciertamente tenía que ser un juego de su mente.
Vio un resplandor de luz azul asomarse por la biblioteca y levantó su varita con los dientes apretados de ira. Dió pasos sonoros hacia la puerta en el lado oeste de la casa y al llegar se encontró con un patronus. Un perro. Regulus se frotó los ojos con una mano y bajó la varita.
—¡Aún hay tiempo para que saques tu cabeza de la tierra, Regulus! Remus sigue pensando que vas a venir a la cena —se escuchó una segunda voz durante la grabación.
—¡Hey! ¿Estás hablando con Regulus? —era James.
—Sí —susurró Sirius como si no quisiera que nadie más lo escuchara— ¿Quieres que le diga algo?
James pareció pensarlo por unos segundos y hubo un cuchicheo inentendible entre los dos que Regulus hubiera querido poder escuchar y que terminó con un:
—¡No! No, está bien —se escucharon las pisadas de James alejarse y Sirius suspiró con cansancio del otro lado.
—Mejor que traigas tu frío trasero a casa, todos están haciendo un esfuerzo enorme para reunirse este año —lo amenazó antes de que el mensaje terminará.
El perro desapareció frente a sus ojos.
—¿Qué hiciste ahora para enfurecer a tu hermano?
Regulus levantó su varita contra la voz a sus espaldas y, con pesar y confusión, se dio cuenta de que se trataba de otro de esos supuestos “fantasmas” de los que le había hablado su padre. Ese, tenía el rostro de Alphard.
—Por todos los magos —se llevó una mano al pecho y puso los ojos en blanco— ¿Alphard?
—Ah, cierto… —Alphard estaba inclinado en el marco de la puerta, viéndolo con aquel aire de tranquilidad y descaro que lo caracterizaba. Sacó las manos de sus bolsillos y dio dos pasos hacia él—. Que maleducado soy, ¿Cómo has estado sobrino? —intentó darle un abrazo, pero sus brazos solamente traspasaron el cuerpo de Regulus con su figura fantasmal.
—¿Honestamente? No tengo idea… ¿confundido? —Regulus miró hacia todas partes, esperando encontrar la cámara oculta que estuviera grabando sus reacciones a esa broma pesada y de mal gusto.
—Bueno, ya sabes cuál es la dinámica ¿No es así? Yo soy tu fantasma de las Navidades presentes —hizo un gesto con sus manos en el aire— ¡Ta Da! ¿Listo para volar, chico?
—¡Espera! ¿Qu…?
Regulus no terminó de enunciar su pregunta antes de que salieran disparados por la ventana abierta de la sala hacia el cielo en una escoba tan antigua como su familia. Si había algo que Regulus odiaba era ir en la parte de atrás de una escoba.
—¿A dónde vamos? —gritó contra el viento helado de Diciembre.
—¡Ya lo verás! —le contestó Alphard entre risas.
El viaje fue corto.
Seguían en Londres, habían llegado solo unas cuántas calles a la izquierda de su apartamento a la casa de Sirius y Remus. Alphard levantó una vieja capa sobre ambos y le pidió que se mantuviera bajo ella en todo momento.
—Esto nos hará invisibles —aclaró antes de encantar la puerta con un “Alohomora” y que se abriera a sus órdenes.
Regulus no entendía qué estaba ocurriendo, solo estaba siendo arrastrado por todas partes como un muñeco de trapo.
La casa de Sirius era un lugar amplio y cálido, muy diferente a Grimmauld Place. Uno podría decir que exactamente lo contrario. Tenía mucho sentido si lo pensabas bien. Sirius pasó la mayor parte de su vida haciendo lo opuesto a lo que su familia quería y Regulus pasó la suya haciendo lo opuesto a lo que Sirius intentaba hacer.
Al final, no estaba seguro de quién había obtenido mejores resultados, pero uno de ellos había sido nombrado Ministro de Magia.
Regulus podía oler la vainilla en las galletas, las coles de bruselas y el pavo asado relleno que seguía en el horno. Alphard los guio hacia la sala de estar, donde un gran árbol de Navidad en rojo, dorado y azul se paraba en una de las esquinas rodeado de adornos móviles encantados que revoloteaban alrededor de él.
Harry, Draco y Dora estaban jugando, si se le podía llamar así a la competencia turbulenta que tenían por ver quién llegaba primero de un lado al otro de la sala, a las atrapadillas. James estaba sentado en el sofá charlando con Andrómeda, quien vigilaba a los niños de vez en cuando con la mirada.
—¡James! —llamó Sirius, su cabeza asomándose por la ventana que conectaba el comedor con la cocina—. Evan envió un patronus, dice que te verá en treinta minutos en la estación de trenes.
El rostro de James se descompuso y Harry detuvo inmediatamente el juego, corriendo con los brazos abiertos hacia su padre. El león lo tomó entre sus brazos y se lo llevó a la habitación conjunta. Alphard y Regulus los siguieron. Aquello se sentía como una violación a las reglas más básicas de decencia a la privacidad humana, pero Regulus no se opuso.
—¡No vayas! ¡No vayas! ¡No quiero! ¡No quiero! —gritaba Harry mientras le daba unos suaves golpes al pecho de James con sus pequeños brazos—. Prometiste que estarías cuando abriéramos los regalos.
—Harry… —lo tomó de los brazos mientras Harry se zarandeaba de un lado a otro para escaparse— ¡Harry! ¡Basta! No siempre tenemos lo que queremos, ¿de acuerdo?
Los ojos de Harry se tornaron tempestuosos con lágrimas prematuras. Se cruzó de brazos, alejándose de su padre y mirándolo con odio.
—¡Mamá tiene razón! —le gritó de regreso— ¡Lo único que te importa es tu tonto trabajo!
Harry corrió hacia el segundo piso de la casa, en donde se encontraba la habitación de visitas que ocupaba cuando se quedaba en casa de los Lupin, y se sumergió en sollozos incontrolables. James se llevó una mano a la frente con pesadez y Sirius tocó la puerta a sus espaldas, entrando sin haber recibido una respuesta.
—No lo tomó muy bien —admitió James derrotado.
—Esa es una forma de decirlo —Sirius soltó una pequeña risa ligera— Sabes que todo esto es culpa de Regulus, ¿cierto? El pequeño cretino no tenía por qué asignarte el trabajo a tí.
James apretó los labios en una delgada línea como si supiera algo que él no.
—No es culpa de Reggie —suspiró—, solo está intentando ayudar. No deberías ser tan duro con él. Tu hermano está pasándolo igual o peor que nosotros —¿Eso era lo que pensaba James? ¿Le tenía lástima? —Nos ha ayudado cuando lo hemos necesitado, ¿no es así? Cuando Remus no tenía el permiso para trabajar en el Ministerio ¿quién lo consiguió? Y estoy seguro de que, de haberlo querido, hubiera entorpecido mi nombramiento como cabeza del departamento de aurores, pero no fue así.
—Estás buscando migajas de afecto en donde no las hay —lo contradijo Sirius escéptico.
—¿En realidad piensas tan poco de él?
—No, para nada —Sirius se encogió de hombros— Creo que Regulus tiene todo lo que necesita para ser feliz. El potencial, el dinero, la personalidad, incluso podría tener a la maldita persona que ama si fuera capaz de ver dos dedos de frente —James se sonrojó suavemente y puso los ojos en blanco—, pero lo único que le falta es quererse lo suficiente para aceptarlo, y como no puede hacerlo, entonces quiere que el resto del mundo comparta su miseria con él.
—Estás exagerando —replicó James serio.
—¿Lo estoy? Porque desde este lado de las cosas, lo único que veo son patadas de ahogado.
Regulus no quería escuchar aquello. Lo hizo sentir peor de lo que ya se sentía. Más solo. Más inadecuado. Sus palabras lo llevaron de vuelta a esos días en los que veía a los merodeadores pasearse por los pasillos de Hogwarts como si tuvieran claro lo que los hacía felices y se estuvieran burlando de él por aún no haberlo descubierto.
Alphard nunca había sido bueno para lidiar con los sentimientos de las personas, era algo que ambos siempre tuvieron en común. Sin saber qué hacer, lo único que se le ocurrió fue que dejaran la habitación, arrastrándolo hacia una esquina vacía de la cocina, lejos de las dos personas que más le importaban en el mundo y que eran capaces de hacerlo sentir así de mal.
—Eso fue algo duro ¿No? —le preguntó incómodo.
—¿Por qué estamos aquí? —le preguntó enfadado Regulus—¿Cuál es el propósito de todo esto?
—Eh… —Alphard parecía igual de confundido que él.
En ese momento Remus entró a la cocina y sacó la bandeja con el pavo del horno. En efecto, era enorme. Ambos se quedaron en silencio mientras lo observaban ir de un lado al otro de la cocina afinando los últimos detalles de la cena.
El teléfono comenzó a repicar en una de las paredes y Remus lo tomó rápidamente con una mano mientras con la otra intentaba esparcir los jugos del pavo sobre él.
—Familia Lupin —contestó casi automáticamente—¡Ah! Mamá —su acento se tornó automáticamente más rasposo—, sí. Lily utilizó tu receta, las galletas fueron un éxito —Alphard se volteó hacia Remus con interés, quien seguía hablando a través de aquella extraña máquina generadora de sonidos—¿Cómo está Sirius? Ah… Ya sabes, la Navidad sube su nivel de histeria dos niveles más arriba, pero lo estamos manejando bien —Remus dejó de lado el pavo y enredó su dedo en el cable del teléfono—. James se tiene que ir temprano así que solo seremos Sirius, su familia, Peter y los niños —el susurro suave de una voz se escuchaba del otro lado respondiendo a cada una de las cosas que Remus decía—. También te extraño, ¿Cómo está Lacy? —¿Quién demonios era Lacy? —Ah, espero que su visita al veterinario no haya sido demasiado traumática —Remus se mordió levemente el labio y miró hacia el lugar en donde se encontraban Regulus y Alphard, casi como si pudiera verlos, lo que era imposible. Suspiró y sacó un cigarro de su bolsillo trasero, el cual encendió con su varita y la ligereza de años de práctica—. Mamá, ¿Recuerdas cuántas Navidades hemos pasado separados? —le preguntó de repente— es que… estaba pensando en eso hoy. En lo difícil que fue para todos admitir que necesitábamos volver a estar juntos y… No sé —Remus se rio entre una calada a su cigarro—, quisiera que tuviéramos tanto tiempo para disfrutar como lo tuvimos para darnos cuenta de qué era lo que importaba, pero no será así, ¿Cierto? Nadie te regresa los años perdidos —Regulus podría jurar que escuchó un “¿Estás bien, cariño?”, desde el otro lado de la línea—. Solo estaba pensando en lo afortunados que somos sin saberlo —admitió con nostalgia.
—Mejor démosle su privacidad —susurró Alphard antes de guiarlo hacia el exterior de la casa, hacia un callejón sin salida una calle después, y retirar la capa de invisibilidad que los cubría—. Me parece que eso fue suficiente, ¿no? Siento que haya sido tan duro. Honestamente… no esperaba que las cosas resultaran de esta forma. Se suponía que solo vieras lo bien que todos se lo estaban pasando —Alphard se encogió de hombros—. Es tiempo de regresar. Aún debes ver a uno más de nosotros.
Antes de que pudiera volver a la escoba, una extraña niebla oscura engulló el callejón y Alphard la miró con temor.
—Ah, mi tiempo se acabó. No podré llevarte de regreso. Al parecer tu siguiente fantasma tiene prisa. Suerte, muchacho —le dio una palmada en la espalda antes de levantar su varita y desaparecer de un segundo a otro.
—¿Qué? ¿A dónde demonios vas? Pourquoi me laisses–tu ici?
La niebla se hizo más gruesa y penetrante mientras lo rodeaba. Del centro del torbellino bajó la figura familiar de la persona responsable de sus peores traumas: Walburga Black.
Su madre se aplanó la falda con las manos al poner los pies en el suelo y lo miró recia y segura de arriba a abajo.
—Regulus —lo saludó con descontento.
El corazón de Regulus latía fuertemente con miedo. El funeral de su madre había sido solo unos años antes del de su padre. Ambos listos para dejar este mundo cuando el otro lo hiciera. Desde entonces habían sido contadas las veces en las que se permitía pensar en ella.
—Mère —respondió por lo bajo en francés con respeto.
Su madre puso los ojos en blanco en un gesto que a Regulus le pareció demasiado infantil para su madre y se encogió de hombros.
—Soy el fantasma de tus Navidades futuras —aclaró de mala gana, casi mecánicamente—, estoy aquí para mostrarte lo que te depara si continúas por el mismo camino.
Regulus se hubiera negado de ser posible. Estaba harto de ser jaloneado de un lado a otro por personas que ya no tenían ninguna injerencia en su vida. ¿A qué clase de infierno personalizado había venido a parar? Pero en vida, nunca se había atrevido a desafiar a su madre, y en ese momento se sentía como si tuviera cinco años de nuevo.
—¿Listo? —le preguntó su madre con apuro y, a diferencia de los demás fantasmas, no lo llevó a ninguna parte.
Levantó la varita y con ella hizo aparecer un pensadero de piedra y un vial con líquido morado que no parecía ser un recuerdo. Lo vertió sobre el pensadero, una superficie cóncava que le recordaba uno de los grandes platones del gran comedor, y le señaló con un movimiento de sus ojos el resplandor que comenzaba a emanar de él— ¿Tengo que explicarte cómo funciona? —preguntó sarcásticamente.
Regulus cerró los ojos y suspiró con cansancio, pero siguiendo las órdenes de su madre como siempre lo había hecho, sumergió la cabeza en el pensadero y automáticamente fue transportado a su último desafío.
🎄
Regulus nunca había perdido tiempo pensando en la forma que tomaría su muerte cuando lo mirara directo a los ojos, pero ahora Walburga y él estaban parados frente a una enorme roca negra y fría observando una escena que podía ser parte del relato de las aventuras épicas de Merlín.
En el centro de la cueva había una versión suya, solo unos años menor, siendo devorado por cientos de inferis que jalaban de sus extremidades. Lentamente, lo llevaron hasta la profundidad del lago, donde sus gritos se ahogaron como aquella versión de sí mismo. Regulus casi podía escuchar el nombre de Sirius desde la superficie, pero en la cueva, desapareciendo a manos de la oscuridad, no se encontraba nadie más con él.
Esperó con paciencia a que alguien apareciera para ayudarlo, pero le tomó solo unos minutos darse cuenta de que ese momento no llegaría.
Tal vez Regulus podía salvarse a sí mismo.
Tomó vuelo y salió disparado hacia el agua con la intención de sacarse a sí mismo de ese aprieto como siempre había hecho, pero en vez de sentir el frío helarle las piernas, simplemente lo traspasó.
Recordó en ese momento que la escena frente a sus ojos no era real. Tampoco era un recuerdo. ¿Qué era entonces?
—Un poco mórbido —dijo su madre casualmente a su lado—, y este es solo uno de los tres escenarios.
—¿Uno de los tres escenarios? —preguntó Regulus confundido. Su madre estaba inmutable ante la versión de él que se ahogaba frente a ellos.
—Así es. Hoy tendremos el honor de ver tu muerte de tres formas diferentes. En tres universos ajenos al tuyo en los que tomaste las mismas decisiones. No puedo mostrarte realmente como mueres… eso violaría algunas leyes mágicas, pero puedo mostrarte cómo lo hicieron las otras versiones de tí.
—¿Las otras versiones?
—Esta es curiosa —su madre dio dos pasos hacia el agua y la tocó con sus dedos—, en este mundo decides sacrificarte por el resto de la comunidad mágica para destruir a Lord Voldemort.
—¿Lord Voldemort? ¿Qué clase de nombre ridículo es ese?
De no haberse tratado de su madre, juraría haberla visto reír.
—Un nombre al que las personas aprenderán a temer —le dijo seria—, y en este mundo…—continuó— tú eres una de las piezas más importantes de su caída. Sin embargo, nadie lo recordará. Todos pensarán que tu muerte fue un suicidio y tu heroísmo desaparecerá contigo. Voldemort esconderá tu cuerpo en las profundidades de la cueva y te convertirás en uno más de sus cuerpos sin vida.
—No tiene sentido, ¿Qué hay de Sirius? —sin decirlo, pero pensándolo avariciosamente, se preguntó: ¿Qué hay de James? Él nunca dejaría que algo así sucediera. No porque se tratara de él. Simplemente no dejaría que eso sucediera con nadie que conociera. Lo había visto hace no más de unos minutos golpear a Snape solo por insultarlo.
—Sirius y tú no son hermanos en este universo. Es decir… lo son, pero no de la manera en que importa —Aquello no tenía sentido, ¿en qué mundo no podían ser hermanos? — Walburga miró su reloj y se encogió de hombros con frialdad—¿Listo para otro paseo por las múltiples vidas de Regulus Black?
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Estaban rodeados de inmensos árboles que formaban un círculo en donde un río rojo de sangre rodeaba lo que parecía una estructura hecha de escombros. Había varios cuerpos sin vida tirados por doquier. Regulus nunca había visto algo parecido, ese lugar le daba escalofríos.
Esta vez, la versión de sí mismo no era mucho más joven que él, y tampoco se encontraba sola. Estaba tumbada en el suelo al lado de James. Ambos susurrando palabras que no alcanzaba a escuchar porque estaba observando desde la distancia. En un momento de valentía, el otro Regulus se acercó y dejó un suave beso sobre los labios del pelinegro y el Regulus que lo miraba desde el otro lado sintió una extraña combinación de ternura y euforia.
—¿James y yo estamos juntos? —preguntó sorprendido.
Había un mundo, allá afuera, en el que James lo amaba de la manera en que siempre quiso ser amado.
Walburga no respondió.
El estómago de Regulus se contrajo de nuevo con un solo pensamiento.
Se suponía que cada uno de esos recuerdos o visiones, lo que sea que fueran, relataban las maneras en las que él moría, pero en este no parecía que su final estuviera cerca. En cambio, era James el que parecía desfallecer con cada segundo. De un momento a otro, el Regulus joven saltó al río de sangre frente a él y no volvió a salir. James gritaba su nombre. Rasgaba sus cuerdas vocales con desesperación mientras un objeto metálico lo mantenía atrapado en uno de los postes.
—Es un acto bastante heroico —susurró su madre a su lado—, parece que son tus formas favoritas de dejar el mundo.
—¿Qué tiene de heroico?
Regulus estaba enojado con su otra versión, la que había saltado al río de sangre y manos. Si el James de su universo le hubiera dado la mínima pista de que sentía algo por él, Regulus hubiera movido tierra y cielo por salvarlo de lo que sea que se pusiera en su camino y de continuar vivo para asegurarse de que así fuera. Este Regulus solamente lo había dejado atrás en su momento más caótico.
—No es una doble muerte —aclaró Walburga. Casi al mismo tiempo, una máquina metálica enorme en forma de garra dejó caer a varios hombres vestidos de blanco que comenzaron a atender de inmediato a James—. James sobrevive en este universo.
Regulus estaba enfurecido.
—¿Cuál es la lección aquí? No la estoy entendiendo muy bien.
—Bueno, veamos si lo entiendes con el último escenario entonces—murmuró Walburga pensativa antes de que sus alrededores se desvanecieran como la pintura de una obra de arte en una noche lluviosa.
🎄
La siguiente escena fue la más extraña de todas. Estaban en un edificio pequeño de aspecto austero. Un espacio abierto y frío. Obras de arte inclinadas sobre columnas y sangre en el piso, en las paredes y en el techo. Más sangre de la que Regulus había visto nunca en su vida. Cuerpos en el suelo que le resultaban familiares: Lucius, Riddle, y un par de hombres más a los que no conocía, pero podía identificar como trabajadores del Ministerio.
En el centro de la habitación se encontraba una versión suya tan diferente a él que le costó unos minutos entender quién era. Se encontraba acostado rodeado en una piscina de sangre y James estaba sosteniéndolo como si fuera su última línea de vida.
—Este es el más devastador —le confesó Walburga a su lado—, en este casi tienes lo que quieres, pero… no lo logras. En este cuando intentas cambiar, ya es demasiado tarde. Tu pasado regresa a cobrarte una última deuda.
Regulus estaba concentrado en dos cosas. El dolor en su propio rostro y la devoción en el de James. Era su peor pesadilla y su sueño más profundo, los dos combinados en un solo lugar.
—No quiero ver esto, ¿Por qué estamos viendo esto? ¡Ya tuve suficiente! Llévame de vuelta —exigió enojado.
Walburga se cruzó de brazos con seriedad.
—¿Tanto te afecta ver a James sufrir? De haberlo sabido…
Regulus explotó repentinamente.
—No actúes como si te interesara qué es lo que me hace o no sufrir.
—¿Así le hablas a tu madre? —le preguntó desafiante.
Regulus no va a mentir, por un segundo esa pregunta lo trasladó a su infancia, lo hizo sentir el miedo combinado con la desesperación con la que necesitaba ser aceptado por su familia.
Pero así fuera solo en sueños, por una vez en su vida, necesitaba decirlo.
—¿Cómo te atreves a llamarte nuestra madre después de todo lo que nos hiciste pasar? A… a exigir algo de respeto cuando… —le preguntó—, después de lo que le hiciste a Sirius; después de lo que me hiciste a mí —Regulus soltó una risa amarga— ¿Y te atreves a regresar y solo… lanzarme de aquí para allá presenciando mi propia muerte una y otra vez? ¿Qué clase de madre hace algo así?
Walburga se quedó en silencio. Impasible. Como si sus palabras no pudieran tocarla. Siempre había sido así. Su madre podría destrozarlo con el roce de un dedo, pero él no tenía poder alguno sobre su propia vida.
—¿Entendiste ya cuál es la lección? —le preguntó de nuevo.
La escena cambió, pero el mismo James se encontraba con ellos. Sentado en el sillón de una casa cerca de la playa, el ruido del mar ingresando a través de cada una de las ventanas. Solo. Triste. Vacío. Observando las paredes igual vacías de su hogar. No había rastro de Harry en ese mundo. Regulus podía ver la profunda oscuridad en los ojos de la única luz que había conocido.
—No entiendo nada y no quiero entender —gritó Regulus harto de los acertijos.
La caja muggle detrás de ellos llenaba los silencios de la casa.
“Las autoridades informan que ha habido un robo en el Museo de Bellas Artes Braxton en el estado de New Hampshire. La noticia de este robo se mantuvo en secreto mientras las autoridades revisaban el museo para evaluar los daños y catalogar todas las obras de arte dentro del edificio.”
—Regulus, ¿Eres feliz?
Esa pregunta solo sirvió para enfurecerlo aún más.
—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa?
“La pintura, un amplio paisaje marino, es una de las mejores de Aivazovsky titulada Gathering Storm. La división de Delitos Artísticos Internacionales está trabajando con las autoridades correspondientes para rastrear esta pieza que se cree que está en algún lugar de Brasil, pero en este momento no tienen más pistas.”
—¿Eres feliz con la vida que llevas en este momento? —volvió a preguntar su madre—. Porque si hay algo que tienes en común con todos los demás Regulus es que desperdiciaste mucho tiempo pensando que no podías serlo, y odiaría ver que te pase lo mismo.
Había algo extraño en la manera en que lo dijo. No se estaba burlando de él. No lo estaba haciendo sentir inferior o insuficiente. La Walburga real lo hubiera callado con dos movimientos de su varita, lo hubiera humillado para demostrar su punto. En su voz había un delicado dejo de preocupación y afecto.
—Tu n'es pas ma mère (Tú no eres mi madre) —declaró Regulus de un momento a otro, develando el misterio.
La expresión en el rostro de Walburga cambió, se descompuso, y la escena se difuminó a su alrededor mientras regresaban al callejón.
🎄
Regulus alzó su varita en un instante contra la entidad que se estaba haciendo pasar por su madre.
—Lo siento Regulus, teníamos que hacerlo. Teníamos que intentarlo una vez más —admitió sin decoro.
—¿De qué hablas? ¿Quién eres?
Antes de que pudiera lanzar un maleficio contra ella, su madre sopló un polvo dorado en su rostro y las luces a su alrededor se apagaron en dos segundos. Lo último que sintió, fue el golpe frío de su cuerpo contra los adoquines del suelo y la nieve empapándolo de pies a cabeza.
🎄
Despertó de nuevo en el sofá de su casa con un intenso dolor de cabeza y el frío acariciándole los huesos. Se sentó, colocó dos pies en el suelo y un leve mareo lo balanceó de un lado al otro. Fue hasta la cocina y se bebió dos vasos de agua completos. Apenas estaba recuperándose cuando escuchó el doloroso golpeteo de la puerta retumbar en las paredes de su cabeza. ¿Ahora qué? En verdad no estaba de humor para otra visita. ¿Quién podía ser a esa hora?
Se levantó y dio pasos adormilados hacia la entrada de Grimmauld Place. Caminó hacia la enorme puerta negra al final del pasillo y asomó un ojo por la mirilla. Regulus suspiró con cansancio, preguntándose si aquella noche podía volverse más extraña. Al parecer si podía. Detrás de la puerta se encontraban las tres malhumoradas figuras de Malfoy, Mulciber y Avery.
¿Qué hacía Lucius allí?
Regulus aún seguía vestido con el pijama de cuadros verdes y negros al que se había cambiado para estar más cómodo, pero ni siquiera aquello lo detuvo al momento de abrir la puerta.
—Caballeros —dijo con molestia en su dirección— ¿A qué se debe su visita a estas horas de la noche?
Los tres lucían rostros lúgubres y amargados. No le daba buena espina. Abrió la puerta solo dos cuartos con la intención de rechazarlos en la entrada. Sin embargo, envueltos en grandes abrigos de piel lo empujaron y entraron al apartamento sin decir una sola palabra. Caminaron a la sala de estar. Lucius en el medio y sus secuaces a su lado. Cual fuera el propósito de su visita, había estado orquestado por Malfoy.
—Regulus —comenzó Lucius—, supongo que Riddle habló contigo el día de hoy.
Regulus levantó una ceja con sospecha y observó con mayor deteniendo a sus visitas. Podía sentir la tensión en el aire entre ellos, lista para explotar si alguien decía una sola palabra fuera de lugar, y no le agradaba. Detestaba no tener el control.
—Así es —respondió.
—¿Y ya leíste mi propuesta?
“La que Riddle escribió por tí”, pudo haberle dicho de regreso, pero no lo hizo. Asintió con la cabeza y se paró tras el gran sofá de la sala mientras ellos se acomodaban inquietamente frente a la chimenea.
—Entonces he de pensar que sabes de la importancia de que pase a evaluación por el Wizengamot.
Regulus estaba repentinamente irritable al respecto.
—Sé cuál es la importancia. Sin embargo, la decisión recae exclusivamente sobre los hombros del Ministro de Magia y es confidencial hasta el final del año —utilizó la voz firme que su padre le había enseñado a usar cuando quería demandar respeto en los demás, pero se exasperó un poco más al notar que no tuvo efecto sobre Malfoy.
—Estoy seguro de que podemos llegar a algún tipo de arreglo para asegurarnos de que pase por tus filtros —sugirió con la gracia de una serpiente que se deslizaba por su pierna, subía por su torso y se posaba en su hombro.
Regulus había tenido un peluche en forma de serpiente al que llamaba “Escamitas” y llevaba consigo a todas partes, tal como había dicho Sirius, pero odiaba las serpientes de la vida real.
—Los Blacks no están por encima de aceptar incentivos, ¿no es así? —preguntó Avery con una sonrisa socarrona— A Orión le encantaban los regalos navideños de mi padre.
Regulus rechinó los dientes con furia.
—No estoy interesado en ningún incentivo. Yo no soy mi padre. El hecho de que lo estén proponiendo es, en sí, un insulto a mi posición —respondió con autoridad.
Mulciber soltó una risa. No de burla sino de gozo.
—En verdad esperaba que no tuviéramos que llegar a esto, pero es imperativo para Riddle que la propuesta llegue al lugar correcto.
Regulus intentó meter una mano en el bolsillo de su pijama en busca de su varita, pero no encontró nada. Estaba vacío. Tres contra uno no era una pelea justa, pero tres contra uno sin varita era una causa perdida. Nadie lo estaría buscando hasta el día de mañana. La única herramienta que le quedaba era la de la intimidación.
—¿En verdad quieres amenazar al Ministro de magia en su propia casa? No me parece muy inteligente, ¿acaso Riddle sabe que estás haciendo esto?
Lucios sonrió maliciosamente.
—A Riddle solo le interesa que haga mi trabajo efectivamente.
Mulciber y Avery se colocaron frente a él y lo tomaron de ambos brazos. Regulus se movió tratando de deshacer su agarre sin éxito. Buscó su varita por la habitación con la mirada y la encontró en el barandal de la chimenea. Se maldijo internamente.
—Estás cometiendo un error —lo amenazó Regulus enfurecido.
Lucius colocó el bastón serpentario bajo su mentón y, con él, rozó el enmarcado de su rostro.
—Podemos evitarnos todo esto, es tu decisión.
—No es exactamente una decisión cuando tus dos troles me tienen atrapado, ¿no es así?
Malfoy se encogió de hombros y en ese momento Avery se movió frente a él y lo pateó en el estómago. Un golpe seco pero violento. Regulus cayó al suelo profiriendo un quejido de dolor y abrazando el estómago entre sus manos.
—En el peor de los casos, siempre podemos argumentar que el Ministro de Magia había estado pasando una difícil situación familiar que lo llevó a causar su propia muerte. ¿Sabes quién quedaría como autoridad temporal en ese caso?
Regulus no lo había pensado, pero ahora todo comenzaba a cobrar sentido.
Pius Thicknesse
Uno de los mayores seguidores de Riddle.
¿Desde hace cuánto tiempo habían estado planeando aquello? ¿Cuándo se dieron cuenta de que Regulus no sería mejor títere que Pius?
Lucius levantó su varita en el aire y la posó sobre la frente de Regulus decidido. Regulus lo miró desafiante e intentó conjurar su varita con la mente.
“Accio”
“Accio varita”
“Accio varita”
Aún no le había dicho a James lo que sentía por él.
“Accio varita”
Aún no había visto a Sirius ganarse la medalla de La Orden de Merlín.
“Accio varita”
Aún no había ayudado a Remus a mejorar las vidas de los hombres lobos.
“Accio varita”
El siguiente hechizo de Lucius fue un Avada Kedabra.
🎄
Todo sucedió en una sucesión rápida de movimientos.
La varita de Lucius salió volando por los aires y saltó hacia la chimenea en donde la madera de olmo se quemaba al son del crispido del fuego. Lucius gritó como si le hubieran cortado la misma mano. La varita de un mago era un objeto único e irrepetible. Avery y Mulciber también salieron volando por los aires un segundo después. Regulus se agachó para evitar que la onda expansiva del hechizo le hiciera daño.
—¡Reggie! —Sirius colocó una mano en el hombro de Regulus—¿Estás bien? —le preguntó con preocupación.
Regulus gruñó por lo bajo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó descolocado.
—Venía a secuestrarte —admitió sin vergüenza—. No respondiste a mi patronus y cuando pasé por enfrente vi a Mulciber y Avery golpearte por la ventana.
Regulus no supo exactamente qué fue.
Tal vez era la preocupación en los ojos de Sirius, latiendo desde su nacimiento y lanzando raíces a lo largo de su vida hasta llegar al presente. Él había sido su madre, su padre y su hermano cuando podía.
Tal vez era el hecho de que lo conocía mejor que nadie más. La única persona que sabía que su infancia estaría para siempre manchada por los tintes de maltrato y supervivencia, lo mucho que tuvo que sacrificar, lo lejos que había llegado.
Tal vez los extraños sueños que había tenido esa noche o la posibilidad de que hubiera un mundo en el que Sirius no viniera corriendo cada que Regulus estaba en peligro, a salvarlo, porque era su hermano mayor, la persona que más amaba en el mundo, aunque no se atreviera a admitirlo en voz alta.
Lo abrazó fuertemente. Ambos brazos extendiéndose en su espalda y apretando hasta dejarlo sin aire.
—Estoy bien —le aseguró al oído.
Sirius gimió con incomodidad, sin saber qué hacer con sus propias manos porque no esperaba que esa fuera su respuesta.
—¿Estás seguro de que estás bien? —le preguntó con extrañeza.
—No tengo mi varita —susurró a su oído.
—¡Accio!
La varita de Regulus voló a la mano de Sirius, quien se la tendió rápidamente mientras los bravucones se recuperaban de la impresión inicial y los miraban con furia.
Sirius y Regulus se colocaron hombro a hombro, y parados en la Antigua y Noble casa Black, les demostraron que nadie podía contra ellos.
🎄
—¡Corre, Regulus! —insistió Sirius mientras guardaba su varita en el bolsillo de la chaqueta de cuero que llevaba puesta.
Regulus corrió como si su vida dependiera de ello a través de tiendas cerradas, luces de decoraciones navideñas y pasillos que parecían infinitos, hasta que por fin vio las vías del tren. Lo primero que alcanzó a ver fue la cabellera rubia de Evan a la distancia, subiendo al tren y salió en estampida hacia ella.
Fue Potter quien lo interceptó.
—¿Regulus? —le preguntó confundido, tomándolo por ambos brazos mientras su corazón estaba a punto de saltar de su pecho y la falta de aire le dificultaba ver sus ojos a través de sus lentes.
—¡James! —exclamó exaltado— No te vayas… —soltó entre respiraciones cortadas—, no pueden irse —se aclaró la garganta—. Es una emboscada.
Evan se dio media vuelta y abrió los ojos como platos al encontrar el rostro de Regulus.
—¿Regulus? ¿Qué haces aquí? —preguntó igual de confundido que James. Ambos se miraron con preocupación y se apartaron de las entradas del tren.
—No puedes irte —le rogó a James con la respiración entrecortada.
A la edad de quince años, su madre le había dicho que lo mejor que podía hacer por aquellos que amaba era dejarlos ir, pero Regulus estaba harto de dejar que la felicidad se le escapara de las manos como si se tratara de agua entre ellas.
—Está bien —asintió inmediatamente James al notar su agitación—. No nos vamos, pero ¿qué está pasando?
—Riddle tenía planeado un atentado contra el Ministerio —confesó Regulus—, específicamente las personas que se interponían en su plan de pasar una de las reformas anti–muggles del próximo año.
—¿Qué? —preguntó Evan furioso.
—Está bien. Sirius y yo los detuvimos. Le avisamos a todo el equipo de aurores antes de que sucediera. Pero debí haberlo sabido antes, Pius fue quien organizó la reunión con las criaturas mágicas del norte. Nunca estuvo interesado en las negociaciones de paz. Era demasiado bueno para ser cierto.
—¿En dónde está Sirius? —preguntó James con preocupación.
—¡Arrrgh! No lo puedo creer —Sirius soltó un quejido, llegando junto a ellos—. Mierda de Niffler. Pisé mierda de Niffler —levantó el zapato para dejarles ver el accidente.
—¿Estás bien? —preguntó James alarmado.
Sirius asintió con la cabeza despreocupado.
En ese momento Regulus se dio cuenta de que James no lo había soltado y la calidez de sus manos desnudas traspasaba la patética y delgada pijama a cuadros que seguía vistiendo.
—Vamos de vuelta a casa, ¿de acuerdo? —sugirió Sirius exasperado—. Ya ocurrieron suficientes desgracias para una noche.
—De acuerdo —asintió James y miró a los ojos a Regulus como si estuviera tratando de decir algo que no podía con palabras—, regresemos a casa.
Era la primera vez que Regulus le pedía a alguien que se quedara, y James se aseguró de que supiera que lo haría mil veces más por él.
🎄
Barty llegó a las dos de la mañana. Borracho y derramando champaña sobre la alfombra. Evan y él desaparecieron en uno de los cuartos solo unos minutos después.
Regulus estaba sentado en el sofá de la casa de Sirius, mirando absorto al fuego de la chimenea después de que la mayor parte de los invitados se fueran a dormir. Weasley se había quedado encargado de resolver el dilema mediático y los procesos burocráticos para que los responsables del atentado sufrieran las consecuencias de sus actos con todo el peso de la ley.
—Descanse, Ministro —le había dicho con afecto—, ha sido una noche difícil.
Ron, su hijo menor, estaba corriendo por la habitación persiguiendo a Harry, Draco y Dora mientras jugaban quidditch sin escobas. James levantó a Harry del suelo y lo separó del resto de los niños, llevándolo con él al sofá, junto a Regulus.
El hijo de James había estado completamente extasiado cuando su padre pasó por el marco de la puerta a la media noche. La sonrisa en su rostro se convirtió en magia pura. Regulus nunca se había sentido tan rodeado de tanta alegría antes. Remus lo había abrazado al abrir la puerta y Peter se había disculpado (Regulus no estaba seguro por qué) y luego le había estrechado la mano con fuerza y le había dicho que se alegraba de que estuviera bien.
—¡Gracias, Regulus! —dijo Harry animado en su dirección.
Regulus levantó una ceja confundido.
—Gracias ¿por qué?
—Por traer a mi papá de regreso —aclaró entre risas alegres y abrazó a James, rodeando su cuello con ambos brazos.
Regulus no pudo evitar sonreír ante la escena. James tenía una sonrisa casi igual de grande en el rostro.
—Realmente no…
James lo calló con solo una mirada.
—Gracias, Regulus —lo interrumpió antes de que pudiera continuar la frase—. Solo tratabas de hacer lo correcto, ¿no es así?
Regulus se quedó sin respirar por unos segundos.
—Sí —contestó anonadado.
—Es lo mejor que podemos hacer. Seguir intentado —terminó James.
Regulus recordaba haber visto a James jugar con el nuevo set de trenes de Harry dos Navidades atrás mientras ambos reían al lado del árbol de Navidad. Recordaba sus pensamientos: “Si las cosas hubieran sido diferentes, pudimos haber sido nosotros”; hasta que llegó el sol del amanecer y se dio cuenta de que había estado sentado en el mismo lugar toda la noche sin pestañear.
Una metáfora para su vida, pasando rápidamente frente a él sin que se diera cuenta. Regulus había decidido entonces que odiaba la Navidad, pero ahora, después de horas de convivir con su familia, no se sentía de la misma forma.
Draco estaba de mejor humor.
Su sonrisa también iluminó la habitación al verlo pasar por el recibidor. Narcissa no le había contado la verdadera razón por la que había decidido festejar la Navidad con ellos. Les habían asegurado a todos los niños que fue un cambio de planes para no asustarlos o preocuparlos demás en una fecha tan importante. Fue uno de esos actos altruistas de madre que solo se hacen para ver a tu hijo feliz.
—¡A dormir todos! —exclamó la madre de Ron mientras los empujaba por el pasillo— ¡Son las tres de la mañana!
James llevó a Harry a su cuarto seguido de una cabeza pelirroja y otra rubia. Dora los siguió con un paso juguetón.
Sirius aprovechó el momento para desplomarse al lado de su hermano y pasar un brazo por sus hombros.
—¡Feliz Navidad! —dijo al tiempo que levantaba su tarro de cerveza.
—Tenías razón —contestó Regulus por lo bajo—, el pavo era extravagantemente enorme.
Sirius soltó una risa, tomó su rostro con una mano y dejó un beso en su mejilla. Regulus se limpió inmediatamente el lugar en el que sus labios tocaron su piel y lo miró con un falso asco. Se quedaron en silencio, viendo el fuego de la chimenea arder y rechinar mientras Sirius daba sorbo tras sorbo a su tarro de cerveza.
—Sirius… —comenzó Regulus inseguro—, gracias.
—¿Gracias? —preguntó extrañado.
—Por siempre estar ahí para mí —confesó.
—Awwwww, Reggie —exclamó Sirius con ternura mientras le despeinaba el cabello. Regulus intentó sacárselo de encima, podía oler la canela y la miel del ponche en su aliento. Merlín, ¿cuánto había tomado?
Remus cruzó la habitación y se sentó a un lado de Sirius de piernas cruzadas.
—¡Remus! —gritó de repente su hermano emocionado—, es tiempo de un poco de música.
Remus le había regalado un disco con los mejores hits navideños del rock and roll de esa década. Regulus no conocía ninguna de las bandas enumeradas en el instrumento muggle que usaban para reproducir la música, pero no le podía importar menos la ambientación que Sirius darles a esas últimas horas del día.
—Queen —indicó Remus con una sonrisa atontada en el rostro. Al parecer él también había estado tomando.
—Thank god it’s christmas! —gritó Sirius al ritmo de la canción mientras tomaba la mano de Remus y lo sacaba a bailar.
♪ Oh, my love, we've had our share of tears
Oh, my friends, we've had our hopes and fears
Oh, my friends, it's been a long hard year
La canción tenía un ritmo suave y ligeramente seductor. Regulus los miró por unos minutos danzar de un lado a otro por la sala como si no existiera nadie más.
—¿Bailamos? —le preguntó James a su lado con una mano extendida minutos después. No se dió cuenta de cuándo regresó de la habitación de los niños.
♪ The moon and stars seem awful cold and bright
Let's hope the snow will make this Christmas right
Regulus sintió un calor cruzarlo de pies a cabeza y sus manos comenzaron a sentirse débiles y temblorosas.
En quinto año, Hogwarts había celebrado el baile de invierno, y Regulus pasó la mayor parte del mes fantaseando con que James le preguntara si quería asistir con él; ya de perdida, pensó que tal vez Sirius y los merodeadores irían como un grupo, pero al final James había invitado a Lily Evans, Sirius a Remus y Peter a Alice, y terminó siendo el mal tercio entre Evan y Barty como era de costumbre. Durante ese mes, se había imaginado danzando en los brazos de James al son de un millón de canciones diferentes.
Años después, ese deseo estaba a punto de convertirse en realidad.
♪ Thank God it's Christmas
For one day
Se levantó del sillón fingiendo resistencia y sin saber qué hacer con sus manos y pies. Regulus había aprendido a bailar de pequeño al ritmo de música clásica, se sentía desubicado, buscó a Sirius con la mirada para saber qué hacer, pero estaba entrelazado de todas las formas posibles con Remus –ni siquiera se le podía llamar bailar a lo que estaban haciendo–. James colocó sus manos sin dudarlo entre sus caderas mientras él pasaba una por su hombro y otra por su espalda.
Sirius y Remus no se inmutaron cuando empezaron a bailar.
La canción cambió, una melodía mucho más animada. Regulus quería esconderse en su habitación donde nadie pudiera verlo. Sirius saltó de emoción y le dio un par de vueltas a Remus en el aire, mientras él ponía los ojos en blanco, pero se dejaba guiar por su hermano.
♪ The mood is right
The spirit's up
We're here tonight
And that's enough
♪ Simply having a wonderful Christmastime
We're simply having a wonderful Christmastime
—Todo salió bien al final —susurró James en su oído.
Regulus sintió un escalofrío a lo largo de su espalda.
—Supongo —contestó inseguro.
—A pesar de todo, terminó siendo una muy buena noche.
Tal vez James tenía razón.
♪ The mood is right
The spirit's up
We're here tonight
And that's enough
No recordaba haberse sentido tan bien en mucho tiempo. Después del shock inicial, todos habían acordado tratar de olvidarse de lo que había sucedido y disfrutar el resto de la noche. Sorprendido, Regulus descubrió que todos habían traído regalos para él.
Sirius le había regalado un ridículo sombrero con la inscripción: “El hermano más molesto del mundo” en el interior, seguido de “Te quiere, Sirius.” Peter y Remus le habían regalado en conjunto una nueva colección de tubos de ensayo para su estación de pociones. Draco y Harry le hicieron un dibujo con macarrones de una bota navideña. Ambos demandaron que les dijera cuál había sido el mejor, cosa que no hizo. Narcissa le regaló una hermosa camisa de seda (el regalo más útil hasta ese momento). James le había regalado un pase para asistir a la copa mundial de quidditch que se celebraría el siguiente año en Irlanda, lo mismo que le había regalado a todos los demás para que asistieran con él –no estaba seguro de que no fuera un regalo para sí mismo–.
Regulus solo tenía un regalo para Draco, era un peluche de dragón encantado para moverse alrededor de la habitación soltando chispas por la boca y un montón de dulces que Kreacher había escogido de Honeydukes, pero nadie parecía ofendido al respecto.
Harry, Draco, Ron y Dora, después de interminables minutos de quejas, compartieron los dulces. Tomando especial atención en los diablillos de pimienta y las píldoras ácidas.
La canción cambió y Regulus seguía inmerso en recuerdos de aquella noche.
♪ A spaceman came traveling on his ship from afar
'Twas light years of time since his mission did start
And over a village, he halted his craft
And it hung in the sky like a star, just like a star
James subió una mano a lo largo de su espalda y la distancia entre sus cuerpos se acortó. El suave sonido de una guitarra acompañó los latidos irregulares de Regulus, que no podía creer lo que estaba pasando.
Alzó la mirada y encontró en James la misma devoción que había visto en aquellas bizarras versiones de sí mismo en sus sueños. Las que murieron por él, por las que murió, ¿por qué en ninguna había decidido continuar viviendo por él? James lo miraba como si el cielo colgara de sus ojos.
♪ This lovely music went trembling through the ground
And many were awakened on hearing that sound
And travelers on the road
The village they found by the light of that ship in the sky
¿Era posible? Si lo era en otros universos, aunque solo existieran en su mente, ¿Podía ser posible también en ese? Que James lo amara de la misma manera. A su manera. Debía ser hermoso, ser amado por James Potter.
Recargó la frente en su hombro y suspiró con satisfacción.
♪ And it goes la la la la la la la la la
La la la la la la la, la la la la la la la la la
Peace and goodwill to all men and love for the child
Las canciones pasaron, una tras otra, y James y Regulus dejaron el rastro de sus pies en cada centímetro de la alfombra. No hubo un lugar intocable para ellos. Cuando los ojos de Regulus se cerraron y se sintió al borde del sueño, levantó la cabeza y buscó los ojos de James de nuevo. Queriendo verlos una vez más antes de que la mañana llegara y le arrebatara todo lo que solo en aquel momento se permitían tener.
Sirius y Remus se habían marchado en algún momento y la habitación estaba sola, pero para Regulus solo habían estado ellos dos todo ese tiempo. Bailando por todo el tiempo que había esperado por él.
♪ Snowy nights and Christmas lights
Icy window panes
Make me wish that we could be
Together again
Estaban parados en el marco de la puerta y James sonrió igual de adormilado.
—Te estás quedando dormido —le sonrió ligeramente.
—Sí, tienes razón —respondió con voz rasposa—, tal vez es hora de ir a dormir.
Regulus miró hacia el techo y su rostro se descompuso. James se percató del repentino cambio y frunció el ceño.
♪ But it doesn't have to be that way
What we had should have never have ended
I'll be dropping by today
'Cause we could easily get it together tonight
It's only right
—¿Pasa algo? —preguntó James confundido.
Regulus se quedó en silencio, analizando la situación y luego soltó una risa de incredulidad.
—Estoy seguro de que ese muérdago no estaba ahí antes —le dijo con vergüenza.
James levantó la cabeza y observó las finas ramas y bayas color rojo que rozaban su cabeza. Soltó una risa casual y sonrió ampliamente. ¿Quién lo había puesto allí?
♪ 'Cause we could easily get it together tonight
It's only right
—Es la tradición.
Regulus podía haber muerto en ese momento.
Tal vez ya lo había hecho, de vuelta en Grimmauld Place, tal vez sus fantasmas habían sido solamente un augurio de su muerte, una de esas películas que pasaba frente a tus ojos mientras dejabas el plano terrestre.
James Potter no podía estar implicando lo que pensaba que estaba implicando.
♪ 'Cause we could easily get it together tonight
It's only right
Pero fue James el primero en acercarse y rozar sus labios sabor a miel contra los suyos.
—¿Esto…? ¿Esto está bien? —le preguntó nervioso. ¡James Potter! ¡Nervioso!
Regulus no podía empezar a explicarle lo bien que estaba.
Se le ocurrió de repente, que todo ese tiempo había estado congelado en esa Navidad en que no se atrevió a tomar la iniciativa de invitar a James al baile de invierno.
“¿Esto está bien?”
—Qué pregunta tan estúpida, James.
♪ 'Cause we could easily get it together tonight
It's only right
Su segundo beso fue todo Regulus. Una mezcla de valentía, pasión y desesperación.
Años después, cuando Harry les preguntara quién había sido el primero en decir “Te amo”, Regulus alegaría que ese beso fue una muestra de amor mucho más grande que cualquier palabra inventada por el hombre.
No le contaría, claramente, sobre lo que sucedió después.
Esos eran temas de adultos.
🎄
26 de Diciembre
Remus, Peter, James y Sirius se encontraban a punto de bajar por los escusados que los llevarían a las chimeneas del Ministerio de magia, listos para volver a trabajar después de un día de guerra de bolas de nieve, películas de Navidad y recalentado al ritmo de la colección de vinilos navideña de Sirius.
Era la primera vez que compartían un momento solos desde la reunión en casa de los Lupin y Sirius lo estaba utilizando para terminar su cigarro y quejarse del tráfico. Cuando estuvieron frente a la puerta del baño, se miraron cómplices y James soltó una risa. Nadie se había atrevido a hablar sobre el tema.
—Eso funcionó mejor de lo que esperaba —admitió avergonzado.
—¿Peter como Alphard? —se burló Remus.
—¿Remus como Walburga? —preguntó Peter entre risas.
Sirius levantó un dedo en el aire y los hizo callar a todos.
—No vamos a volver a hablar de esto jamás —los amenazó.
Los cuatro explotaron en risas de nuevo.
—Quién hubiera dicho que Regulus tenía una imaginación tan viva.
Después de unos latidos, los cuatro se miraron envueltos en sonrisas eternas que los regresaron a sus mejores momentos en Hogwarts.
—Los amo, chicos —confesó Sirius antes de abrazarlos. Cuatro pares de brazos se unieron en una masa de extremidades.
—Nosotros también te amamos, Padfoot —le aseguró Remus con ternura.
Después de unos segundos, se separaron y entraron al baño de hombres, en donde Remus y Peter fueron los primeros en partir.
James detuvo a Sirius con una mano.
—Gracias, Pads —le dijo honestamente—, sé que regresar a esos recuerdos debió haber sido difícil.
Sirius sonrió, y aunque estaba radiando en felicidad y euforia, James encontró el recato de tristeza en sus ojos.
—Fue la mejor broma de Navidad que se nos ha ocurrido —le dijo con complicidad. James asintió entre risas y ambos se metieron en un cubículo.
—¿James? —gritó Sirius desde el otro lado.
—¿Sí?
—Si lastimas a mi hermano me aseguraré de que no encuentren tus huesos.
James escuchó el sonido de la descarga del baño con los ojos como bolas de nieve, fijos en el azulejo, y soltó una risa nerviosa. Aunque Sirius nunca lo escuchó, su respuesta resonó a lo largo del tiempo como una promesa que nunca se atrevió a romper:
—Ni siquiera soñaría con ello.
James y Regulus comenzaron a salir públicamente solo unos meses después de Navidad y al año ya estaban viviendo juntos con Harry en Godric’s Hollow.
A partir de ese año, durante todas las Navidades subsecuentes, Regulus se encargó de poner la estrella en el tope de su árbol, era simbólico. En su hogar, y en la vida de James, siempre sería la estrella que estaba por encima de todo.
Y así fue como Regulus Black finalmente se convirtió en Regulus Potter. Después de tantos años, un verdadero milagro de Navidad.
Si eso no te hace creer en los finales felices, tal vez es el mejor día para recibir una visita de tus fantasmas de la Navidad.