ID de la obra: 269

Besos

Slash
G
Finalizada
1
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5 páginas, 1 capítulo
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Capítulo 1

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La cena organizada por Beelzebub había sido bien recibida como siempre. Reyes, príncipes, duquesa y demás demonios de todos los rangos se unieron para disfrutar de los manjares qué el demonio polilla tenía para ofrecer. Pero al fondo de la multitud había un demonio que probaba copa tras copa y nunca se saciaba. Lucifer. El ex líder de los ángeles caídos y el más poderoso de entre todos los desterrados. Su figura, usualmente imponente, ahora se veía oscurecida por su propio ánimo sombrío. Hoy no era de sus días buenos y se sentía cansado de todo y de todos. Miró a los demonios a su alrededor, todos consumiendo lo que los sirvientes de Beelzebub ponían frente a ellos, los que tenían más de una cabeza incluso peleaban consigo mismos por dar el primer bocado. Otros intentaban acaparar toda la comida que pudieran para ellos mismos y no faltaba los que le robaban discretamente a estos acaparadores. Le daban asco. Veía sus acciones y recordaba como estos le habían costado victoria tras victoria en la lucha contra los cielos. Porque mientras Miguel dirigía a los ángeles más nobles y valientes de Dios él se quedó con las sobras. Los idiotas y necios que no sabían siquiera dónde estaban parados. Sintió como si hubiera magma burbujeando en su interior y las escamas de su cuerpo qué estaban ocultas bajo su ropa crecieron un milímetro más. Quería desatar la ira del dragón y lanzar con un rugido a estos idiotas a la superficie para terminar con esta estupidez finalmente. —La comida es buena, pero el ambiente es un desastre ¿no lo crees? Esa voz suave como la seda atrajo su mirada de inmediato. Paimon, que siempre gritaba y hacía temblar la tierra con sus palabras, se dirigía a él con un tono calmado y sobre todo moderado, una consideración que solo mostraba con él. —Tu lo has dicho, hubiera sido mejor quedarme en mi palacio viendo el techo en lo que espero que suenen las trompetas del apocalipsis —dirigió su mirada hacia el rey que vestía con unas prendas que recordaban a los sultanes otomanos, pero con una corona de oro, perlas y diamantes en vez de un turbante—. Aunque veo que la situación poco favorable no te impidió presentarte con tus mejores ropas. —Claro que no, soy un rey después de todo. Aunque tú tampoco te quedas atrás, Luis 14 ha de estar ahogándose en su envidia al verte lucir unas ropas tan finas que le quitarían de inmediato el título de el Rey Sol en tu favor. —Estoy bastante seguro que ahora mismo se ha de estar ahogando en algo más que en envidia —respondió como una burla al destino del monarca tras su muerte. Paimon se río divertido. —No lo dudo. Pero sin duda sería la última puñalada a su orgullo ya destrozado. Su comentario le sacó una risa divertida antes de que ambos se quedaran en silencio viendo al resto de demonios celebrar y dejarse llevar por los placeres de la gula sin restricción alguna. No pudieron evitar burlarse de la mueca de disgusto de Stolas mientras veía a los invitados de su amante hacer un desastre por sus terribles modales.  Paimon se acercó a su oído y le susurro una idea que tuvo. —¿Te parece si nos vamos de aquí? Nadie nos notará si salimos por el balcón.  —Oh, nada me gustaría más que salir de aquí.  El rey tomó su mano y lo jaló hasta el balcón. Las risas y conversaciones de los demonios se convirtieron en ruido ininteligible. Paimon se subió al barandal y dio un salto largo, cayendo de pie en el aire, como si estuviera sobre una plataforma invisible. —¿Vienes?  Lucifer se acercó y extendió sus alas negras para elevarse en el aire. —Claro, pero no quiero queja alguna si te adelanto —sin esperar respuesta salió volando a gran velocidad y Paimon se apresuró a ir tras él.  Ambos se movieron a la velocidad del rayo. Intentaban rebasar al otro constantemente, cruzaron las áreas más pobladas del infierno y ni los otros demonios pudieron procesar sus formas cuando cruzaban velozmente frente a ellos.  Siguieron avanzando hasta llegar a uno de los rincones más apartados del infierno. Ya no había súplicas, llantos o gritos de los condenados. Solo ellos en medio de la nada. —Creo que nos pasamos un poco, Paimon.  —Lo hicimos, pero este lugar no está nada mal. Un poco de paz siempre es bienvenida —se sentó en el suelo y se quitó su corona, luciendo casi aliviado de sacarse su peso de la cabeza.  —Por favor Paimon, ten algo de clase. Eres un Rey, no un simple diablillo para que te sientes en la tierra —Lucifer chasqueo los dedos y Paimon terminó siendo elevado en un suave colchón y solo así Lucifer se recostó a su lado—. ¿Ves? Mucho mejor.  —Oh vamos Lucifer. No era para tanto, no creo que hubiera alguien cerca para habernos visto tirados en la tierra.  Él tenía razón, a su alrededor no había nada. No se podían ver los castillos de los demonios más poderosos y tampoco había cadenas de las que cuelguen los pecadores. Lo único que aún era visible era la enorme puerta sobre sus cabezas bloqueada por varios candados, lo único que evitaba que los demonios y ángeles caídos salieran por montones al mundo terrenal.  —Admito que tienes razón. Esta zona está demasiado desértica.  —Tal vez por ahora, dentro de unos cuantos siglos no dudo que el número de condenados aumente y terminen llegando hasta aquí.  —Los ángeles de la destrucción tendrán que triplicar sus esfuerzos entonces si quisieran seguir con todo el tema del "castigo" por sus faltas.  —O Dios podría enviar más de ellos.  —Oh por favor no. Ya los que hay ahora son un verdadero dolor de cabeza, sobretodo cada que empiezan con su cacería de los hijos de Lilith desde temprano, nunca podemos tener una mañana tranquila por su culpa. No quiero ni imaginar como sería con más de ellos.  Paimon se rio divertido. —Me sorprende que aún no te acostumbres, después de tantos milenios sus gritos de guerra se vuelven parte del ruido del ambiente.  —Para ti es fácil decirlo. Tu palacio está más lejos de la mansión de Lilith, normal que para ti sea solo ruido. Mientras que yo me encuentro mucho más cerca de ella, es un dolor de cabeza.  —Si el problema es tu cercanía a su mansión siempre puedes pasar las noches en mi palacio, sabes que las puertas siempre están abiertas para ti.  Lucifer resoplo. —No seas tan considerado conmigo o los demás demonios empezarán a verme como débil.  —¿Y a ti desde cuándo te importa como te ven los demás? —preguntó con un tono irónico.  —No me importa, pero sabes cómo son de insensatos. Ven cualquier excusa de debilidad para empezar una guerra por el poder y estoy demasiado hastiado de todo ahora mismo como para querer lidiar con eso ahora mismo.  El demonio de largo cabello negro le dio una mirada suave. —¿Y a qué se debe eso?  —Nada en particular... supongo que solo es una de esas temporadas donde mi ánimo decae... —se masajeó la sien con una expresión de desagrado—. Carajo, eso sonó aún más patético en voz alta. —Para nada, tú eres el demonio más poderoso en el infierno. Eres todo lo opuesto a patético —le afirmó mientras se acercaba para recostarse en su pecho.  —No intentes ser tan complaciente. Solo porque seas el más leal a mi no significa que tengas que mentir para intentar complacerme.  El rey levantó la cabeza y lo miró con sus claros ojos azules como el cielo del que fueron desterrados. —Yo nunca te mentiría, Lucifer, porque sabes bien que yo te amo demasiado como para hacerlo.  Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lucifer desde la punta de sus alas hasta sus dedos de los pies. No importa cuánto tiempo pase. La facilidad con la que Paimon siempre admitía sus sentimientos por él siempre lo desconcertaba. —Y tu sabes que no correspondo a ese sentimiento.  —¿Y acaso por eso me pedirás que me aparte de ti o deje de servirte?  —Claro que no —respondió tranquilamente ya sabiendo que iba a responder. Habían tenido esta misma conversación muchas veces.  —Entonces no importa que tan unilateral sea. Mientras pueda servirte fielmente me doy por satisfecho.  —¿Nunca confesaste tu amor esperando ser correspondido, no es así?  —Claro que no. Sería muy estúpido de mi parte haber esperado tal cosa sabiendo que tu solo has tenido ojos para un solo ser en toda la eternidad.  El hombre de cabello rojizo apretó los dientes. Ahora sonaba a que el único estúpido era él, al menos Paimon podía aceptar que sus sentimientos no llegarían a ninguna parte y podía seguir con su vida sin lamentarse por eso.  Mientras que él no había día en el que no pensara en la luz de Miguel y anhelaba poseerla para sí mismo. Aun cuando nunca tuvo la mínima chance de tenerlo pues ese estúpido mensajero se le había adelantando.  —Otra vez estás sobrepensando las cosas sobre él.  —No afirmes saber cuales son mis pensamientos.  —¿Entonces me equivoco? —Su silencio fue la confesión que necesitaba— Lucifer, si hay algo que pueda hacer para hacer que te sientas mejor sabes que solo tienes que pedirlo y yo lo haré. No tienes porque tragarte todo tu agobio.  El tono sensual con el que dijo esa afirmación dejó claro lo que insinuaba. En otro momento sin duda aceptaría su sugerencia pues Paimon poseía una belleza femenina que ningún demonio o mortal podría siquiera soñar con tener. Pues ambos habían sido de los pocos caídos que conservaron su belleza angelical luego del destierro. Sería muy fácil solo descargar sus frustraciones mientras posee su cuerpo.  Pero cuando lo pensaba no sentía nada. No era lo que necesitaba.  Dio una última mirada rápida a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie alrededor y luego rodeó a Paimon en un abrazo suave. —Ni una palabra de esto a nadie.  El rey enmudeció de la sorpresa y pudo sentir su cuerpo tensarse ligeramente. No esperaba esa reacción de parte de Lucifer aunque tampoco tardó en aceptarlo y devolver el gesto con cariño.  Los dos se quedaron así por un buen rato, simplemente disfrutando de la sensación de estar juntos. Lucifer sintió su ánimo estabilizarse. Siempre hubo algo en la presencia de Paimon qué le resultaba agradable, tal vez era el conocimiento de que era el único, en toda la creación, que nunca le traicionaría. Quizás por eso se permitía mostrarse así ante él, se permitía ser vulnerable.  —... Paimon, mírame.  Él así lo hizo. Levantó la mirada y antes de que pudiera decir algo Lucifer le dio un rápido beso en los labios.  Lo miró por un momento con confusión antes de hablar. —¿Eso es todo? —¿Qué quieres decir? —No te hagas el ingenuo. Tu puedes besar mejor que eso, no es como si fuera nuestro primer beso como para que lo dejes así. Lucifer sonrió con arrogancia antes de darle otro beso un poco más duradero. —¿Mejor? —No juegues conmigo. Otra vez. Él obedeció y lo besó nuevamente de manera más lenta. —Otra vez. Puso sus manos en su cintura y lo beso con más pasión que antes. —De nuevo... Le dio la vuelta a su posición para quedar él encima de Paimon mientras continuaba besándolo. Era casi entrañable ver al segundo demonio más poderoso derretirse por sus besos. Era una vista privilegiada qué solo le pertenecía a él.  Puede que Lucifer no lo amara, pero todavía mostraba una gran adoración hacia él, como si fuera lo más importante en la creación. Cosa que si era para Lucifer. Aunque es un pensamiento que nunca admitiría en voz alta.
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