ID de la obra: 271

Después de la guerra

Slash
G
Finalizada
1
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Emparejamientos y personajes:
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5 páginas, 1 capítulo
Descripción:
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Capítulo 1

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En la tranquilidad de una de las muchas habitaciones del palacio del Señor, Gabriel miraba por la ventana al espacio etéreo fuera del mismo. La vista era parecida a ver un océano primigenio qué relucía con colores iridiscentes. La belleza de la vista ayudaba a calmar un poco los pensamientos tumultuosos de su mente. A no pensar en las consecuencias. Un par de golpes se escucharon en su puerta, suaves pero con un ritmo que conocía bien. Se dirigió a la puerta y la abrió, encontrándose con la figura de Miguel parado en el pasillo, con su armadura completa y la mano puesta en el mango de su espada. —¿Haciendo tu recorrido diario? —¿Tienes algo que informarme hoy? —preguntó con firmeza, ignorando la pregunta de Gabriel. El ángel de cabello cenizo pareció verlo con pesar, pero no podía ignorar su petición. —No, Miguel, nada que informar. Igual que ayer, antier y los días anteriores desde que nos movimos al palacio. —Gracias. Si ves algo fuera de lugar, por favor házmelo saber. El arcángel se dio la vuelta para marcharse pero la voz de Gabriel puso su mano en su hombro para detenerlo. —Miguel, no tienes que hacer esto. —Soy su príncipe, Gabriel, es mi deber. —El Padre también dijo que no tenías que hacerlo —le recordó—, ahora estamos en su palacio, los querubines y serafines son los designados de velar por nosotros. Incluso los heridos están a su cargo y no en el de Rafael. La mano de Miguel apretó más fuerte el mango de la espada y se giró para mirarle. —¿Y qué se supone que haga entonces? Si ya no puedo ejercer como su príncipe y militar ¿qué debo hacer? —Recuperarte. La respuesta de Gabriel fue breve, pero Miguel no la pudo discutir. Esa fue la razón por la que Yavé los llamó a su palacio e incluso él no podía negar lo pesado que se sentía su espíritu. —Miguel, eres el más fuerte de nosotros, es por ti que nuestras tropas pudieron vencer sobre los rebeldes, por lo que no dudo en que podrías hacer este recorrido una y otra vez sin titubear —el agarre en su hombro se hizo más firme y su expresión se volvió casi suplicante—. Pero también eres aquel al que amo. Y verte hacer esto, arrastrando todo el peso de lo que sucedió... es algo que no puedo soportar. Por favor Miguel, déjame ayudarte, aunque sea solo ofreciéndote mi cama para dormir y no tengas que pasar las noches en soledad. El casco de Miguel no dejaba que Gabriel viera la expresión de Miguel en ese momento. Pero aún así se mantuvo firme, esperando una respuesta. Miguel bajó la cabeza y soltó el mango de su espada. —Solo por esta noche... —¿Y si lo hacemos por más noches? —No puedo prometer que lo haré. La mano de Gabriel bajó de su hombro para tomar su mano. —Entonces me aseguraré de que está noche valga mil noches. El mensajero lo llevó a su habitación, y las puertas se cerraron tras él. Miguel se paró en el centro de la habitación y miró a su alrededor. Era la primera vez desde que llegaron al palacio qué entraba al cuarto de Gabriel y era innegable qué ya tenía su toque característico. Tenía macetas alrededor de flores que crecían de manera ideal. Pergaminos en su escritorio con mensajes a medio escribir y toda la habitación tenía una suave fragancia a lirios, aunque irónicamente no había ninguno en la habitación. Era tan encantador y no pudo evitar compararlo con su propia habitación qué permanecía casi vacía, pues no la había usado desde que se la asignaron. —Haz hecho que esta habitación se sienta como un verdadero hogar. Es tan... —¿Acogedor? —Iba a decir que es tan tú, pero precisamente eso la vuelve acogedora. Las alas de Gabriel se agitaron suavemente delatando lo feliz que sus palabras lo hicieron sentir, aunque no tardó en recomponerse. —Siempre logras darle un tono sentimental a las cosas, incluso ahora que parece que estas esperando un ataque —acercó sus manos al casco de Miguel—. ¿Puedo? Miguel asistió. Con cuidado, Gabriel levantó el casco de su cabeza, asegurándose de no atrapar ninguno de sus risos por accidente. Cuando pudo ver su rostro casi sintió que una lanza atravesaba su alma. Miguel se veía agotado. Algo casi imposible para los ángeles, incluso durante la guerra Miguel había permanecido con la frente en alto, liderando las tropas con su temple impecable. Pero ahora sus ojos tenían ojeras oscuras bajo ellos. Sus mirada, que siempre brillaba con la luz de su espíritu se veía opaca. Sus labios, antes suaves y ligeramente rosados, ahora estaban secos y agrietados. Gabriel al verlo así se sintió inevitablemente culpable. Era el segundo al mando junto a Miguel, era él más cercano a él, era su pareja. ¿Cómo no lo notó antes? —Oh. Miguel. —Sin dudarlo Gabriel lo acurrucó contra su pecho y pudo sentir la tensión en su cuerpo. Se había engañado al pensar que Miguel podía lidiar con esto sin decaer. Había olvidado que lo que Miguel tenía de fuerte, lo tenía de bondadoso, hasta el punto de poner a todo el cielo antes que a él. El cuerpo del príncipe siguió rígido por varios minutos, hasta que con el calor del cuerpo de su amado lentamente comenzó a relajarse, con un suspiro que parecía cargar el peso de errores que ni siquiera eran suyos. Los labios del mensajero besaron tiernamente su frente, mientras sus manos acariciaban su cabello. —Ven, acuéstate en mi cama, yo me quedaré aquí vigilando que nada perturbe tu sueño. —¿No vas a dormir conmigo? —¿Te gustaría que lo haga? —Por eso acepte descansar en primer lugar —la mirada de Miguel se desvío a cualquier otro punto en la habitación menos al rostro de su pareja—. Te e extrañado tanto. ¿Cuando fue la última vez que estuvimos solos los dos? El tono de su pregunta, aunque aún manteniendo su serenidad, le pareció casi implorante. No podía negarse. En cuanto Miguel se acostó en la cama Gabriel tomó su lugar a su lado. —¿Tienes suficiente espacio? No quiero que estés incomodo. —Estoy bien, Gabriel, el espacio no es un problema. Al contrario —Miguel recostó su cabeza su pecho—, mientras más cerca esté de ti es mejor. Gabriel sintió el calor subir hasta su rostro. Solo él podía descomponer su personalidad firme y sabia. Pero pecaría de mentiroso si dijera que eso le molestaba. Estiro su mano para alcanzar su manta y cubrirlos a ambos, asegurándose sobretodo de arropa bien al ángel pelirrojo. —Descansa, Miguel, mañana podemos levantarnos un poco tarde. —¿No iremos al comedor con los demás? —Los ofanim no tienen inconveniente alguno con traernos la comida a la habitación. Así que por favor, descansa todo lo que necesites esta noche. —Siempre tan atento a lo que necesito. A veces no puedo evitar pensar en como podría retribuírtelo. —Dormir sería un buen inicio. Miguel soltó una risa cansada, mientras tomaba su mano por debajo de las mantas. —Extrañaba hacer esto, estar contigo así... —su mirada se encontró con el rostro de Gabriel, arrebatandole a este el aliento al ver la suavidad en sus ojos—. A veces, mientras hacía mi guardia, deseaba estar tomando tu mano en lugar del mango de mi espada. Un nudo se hizo en la garganta de Gabriel, apretando más las mano de su pareja de manera inconsciente. —Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —Supongo que no me sentía digno —al ver que la Gabriel estaba por soltar mil y un preguntas lo detuvo poniendo la punta de su dedo en sus labios—. No, tú no hiciste nada para hacerme pensar así. Pero saber que no le di la atención merecida al creciente orgullo de Lucifer hasta que fue muy tarde. Simplemente no podía verme de nuevo a tu lado, no cuando, por mi deficiencia en mi deber, miles de nuestros hermanos perdieron a aquellos a los que amaron y que se unieron a los rebeldes. Tenía que enmendar mi fracaso. —Miguel... —si titubear tomo su rostro entre sus manos y lo miró con una firmeza—. Cuándo El dio forma a tu espíritu. Me comprometí a estar a tu derecha en cada momento, a sostener el peso de las responsabilidades contigo y esta no es la excepción. Y te pido esto, no solo como tu compañero, sino como tu pareja. Déjame cargar contigo ese peso que llevas. El tono de su voz, aunque firme, tenía implícito un deseo suplicante. —Si aún quieres pasar cada noche recorriendo los pasillos del palacio para cuidar de nuestros hermanos permiteme caminar a tu lado. Si un día sientes que no puedes dar un paso más permiteme relevarte mientras te recuperas. Pues no eres solo mi príncipe, eres el ángel al que más amo y si ni siquiera puedo estar para ti cuando lo necesitas entonces el que ha fallado soy yo. Los ojos del príncipe se abrieron con sorpresa al oír sus palabras. Apretó sus labios, temiendo qué si intentaba responder en el momento de la misma manera sus sentimientos se desbordarían sin control. —Solo tú puedes decir algo como eso con una expresión de piedra. Eres demasiado bueno, Gabriel. —Solo intento ser el ángel que mereces para estar a tu lado. —No necesitas intentar ser nada —afirmó mientras lo abrazaba—. Solo tienes que ser el ángel del que me enamore. Solo tienes que ser tú, Gabriel. —Eso suena más fácil de cumplir —levantó el rostro de Miguel y beso sus labios con una ternura casi inesperada para un ángel que lleva el nombre de "la fuerza de Dios"—. Te amo, Miguel. El correspondió el beso con el mismo cariño y murmuró aún a unos centímetros de sus labios. —Yo también te amo, Gabi. La suave risa de Gabriel fue tan hermoso como el canto de los serafines para los oídos de Miguel. —Nunca creí decirlo. Pero extrañaba que me llamaras con ese apodo. —¿Entonces por fin me dejaras llamarte así en las reuniones? —Preferiría que me llamaras tu asistente antes de que me llames así frente a Metatrón. —Al menos lo intente, Gabi. —Muy bien, ya estas abusando del momento. Ahora fue el turno de Miguel de soltar una risa, libre de su cansancio anterior. —Lo siento, pero tu expresión es tan bonita cuando te llamo así. —Si sigues despierto solo para burlarte de mi ahora seré yo el que salga a caminar por todo el palacio. —Oh, puedes ser cruel cuando te lo propones, Gabi. —Gracias, es un don. Si poder fingir estar molesto por más tiempo, Gabriel acercó la mano de Miguel a sus labios y le dio un tierno beso en el dorso de esta. —Pero ya podremos seguir con la discusión sobre mi apodo mañana, por ahora solo descansa. Yo me encargaré de velar por tus sueños. Una leve sonrisa curvó los labios de Miguel antes de buscar una posición más cómoda a su lado. Gabriel le ayudó a acomodar mejor sus alas y Miguel murmuró algo parecido a un agradecimiento, antes de finalmente entregarse al sueño que su cuerpo tanto necesitaba en cuanto cerró los ojos. Gabriel se quedó despierto un poco más, solo mirándolo dormir. A veces pensaba en que Miguel, aunque bendecido por tener el cargo de príncipe de la milicia celestial y de todos los ángeles. También cargaba con un peso que un ángel tan misericordioso como él no debería cargar, o al menos no solo. Pero precisamente por eso había sido designado a permaneces a su lado, incluso antes de que sus sentimientos de lealtad y admiración por él evolucionaran a algo más cálido y profundo como el amor. Por eso no fallaría otra vez. Estaría con Miguel como lo estuvo en sus primeros años de creación. Siempre a su derecha, compartiendo con él las responsabilidades que el título de príncipe ponía sobre sus hombros. Con eso en mente beso su cabeza pelirroja y también se dejó tomar por el sueño, teniendo ahora la certeza de que, a diferencia de las noches anteriores, Miguel no iba a desvelarse revisando cada rincón del palacio del Señor.
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