Capítulo 1
2 de julio de 2025, 21:45
—Hoy tampoco tuve suerte...
Una mujer de sucios cabellos castaños caminaba solitaria por las afueras de la ciudad. Las luces de la misma eran lo único que alumbraba el horizonte en este planeta frío y moribundo llamado Nostramo. Había venido a los basureros a buscar algo de valor que pudiera intercambiar por unas cuantas monedas pero hoy no fue su día. Así como no lo fue el día de ayer. Ni antier.
El gruñido de su estómago demandaba que solucionará esta situación. No había comido bien recientemente en un intento por cuidar sus provisiones. Pero su decisión ya le estaba pasando factura.
—Si esto sigue así, ¿qué se supone que haga? No quiero volver a trabajar en las calles pero...
Sus pensamientos en voz alta se detuvieron al ver una silueta frente a ella. No era muy alta, parecía un niño desnudo. Un niño muy delgado y desalineado.
La mujer dejó de caminar mientras veía al niño caminar unos metros por delante de ella. Sentía que había algo mal. No era raro ver niños huérfanos por la ciudad, ella misma había crecido en las calles. Pero algo en este niño se sentía mal. Inhumano.
Aún así, no pudo ignorar el sentimiento de preocupación en su interior y lo llamó. —¡Hey, niño! ¿Estás perdido?
El pequeño se dio la vuelta y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. La sangre escurría de la boca con pequeños colmillos del chico. En su mano brilló el metal del filo de un cuchillo y se sintió estúpida por no notarlo antes.
Muerta a manos de un niño caníbal. De todas las formas en la que pensó morir esa no era una de ellas.
Ambos se quedaron viéndose fijamente hasta que el cuchillo fue apuntado en su dirección. Una sonrisa se formó en la cara pálida del pequeño y ella temió por su vida en ese instante. Al menos hasta que se centró en sus manos. Estaban temblando.
Eso fue inesperado. Su expresión mostraba una sádica alegría pero el cuchillo en sus manos temblaba, como si titubeara en sí matarla. Eso la hizo pensar en algo más que hacer en esta situación, puede que eso sellé su muerte pero no es como si ella esperara vivir mucho realmente.
Se agachó hasta quedar más o menos a la altura del pequeño de cabellos negros y extendió sus manos sucias en su dirección. —¿Estás asustado? —Eso pareció tomarlo con la guardia baja pues su sonrisa titubeó en un momento—. Te encontraste con alguien indeseable, ¿no es así? —preguntó con voz calmada mientras se quitaba su viejo abrigo—. No tengo mucho que ofrecerte, pero al menos puedo darte mi abrigo para que te cubra.
El niño la miró con cautela. Podía sentir su mirada pasar por encima de cada parte de ella como si buscara algún indicio de que le estuviera tendiendo una trampa.
—No te preocupes. A duras penas puedo comprar algo para comer, difícilmente tengo dinero para comprarme algo para defenderme.
Su patético intento de broma no provocó ninguna diversión en el joven, pero pareció darle la confianza para acercarse a ella aún sosteniendo firmemente el cuchillo.
Finalmente se acercó lo suficiente para tomar su mano y la mujer pudo verlo mejor. Se veía terrible. Cicatrices y quemaduras cubrían su cuerpo, pero se veía tan joven, ¿cómo pudo recibir tanto daño siendo tan pequeño?
—Oh por todos los cielos... Ven, cúbrete antes de que la temperatura baje más.
Pasó su abrigo por encima de los hombros del niño quién no reaccionó ni le agradeció por el gesto.
—Dime, ¿cómo te llamas?
—... No tengo un nombre... —respondió él con voz rasposa. Como si no hubiera hablado en mucho tiempo.
—¿No tienes nombre? ¿Al menos tienes familia?
—... No tengo a nadie...
Esto era de lo más extraño. Un niño sin nombre o familia con más cicatrices en el cuerpo que el superviviente de una guerra. ¿Quién rayos era ese niño?
—Entonces supongo que no tienes un hogar tampoco —él negó con la cabeza. Ella se mordió los labios, pensar que este niño estaba tan solo la hacía sentir fatal, ¿pero qué podía hacer ella? A duras penas podía sobrevivir por su cuenta. Pero si la vida ya era dura para ella que era adulta ¿qué le esperaría a un niño que no tiene a nadie? Maldito sea su débil corazón—. Ya veo... Mira, como dije antes, no tengo casi nada para darte... Pero creo que en mi casa todavía tengo algo de pan y mermelada, ¿suena bien para ti?
El muchacho la miró directamente al rostro. Sus ojos eran tan negros como los de cualquier habitante de Nostramo, pero aún siendo tan joven se veía tan cansado como un hombre anciano.
No pasó desapercibido para ella el cómo se aferró con fuerza al cuchillo que aún sostenía. —Si quieres llevarte el cuchillo contigo para sentirte a salvo lo entiendo. Se que en esta ciudad nadie se fía de los demás...
—No necesito esto... Para matarte si intentas algo...
—Entonces no tienes nada que perder, ¿no es así? —extendió sus brazos en un gesto amable—. Si quieres puedo cargarte. Será un camino algo largo hasta mi apartamento.
La duda era clara en el rostro del pequeño, pero por una vez decidió confiar. Caminó hacia ella y se sujetó a sus hombros. Ella podría jurar que olía a cenizas y metal fundido.
La mujer lo abrazó con cuidado y se levantó cargando en sus brazos. Cualquiera que la viera podría jurar que era una madre sujetando a su niño envuelto en su abrigo.
Caminó sin prisa hacía la ciudad, las luces se veían cada vez más cerca y los sonidos de disparos resonaban a lo lejos. Otra tarde como cualquier otra.
—¿Por qué haces esto? ¿Qué es lo que buscas conseguir? —preguntó el muchacho susurrando cerca de su oído.
—Honestamente, nada, de hecho al llevarte a mi casa estoy perdiendo mi comida y arriesgando mi vida.
—¿Entonces por qué lo haces?
Lo pensó por un momento. La vida en Nostramo era difícil y tener niños era considerado una carga. No tenía sentido llevarlo a su hogar y aún así aquí estaba, llevándolo en brazos con ella. —La verdad ni yo estoy segura... Simplemente quiero hacerlo.
La conversación murió ahí, al menos hasta que se encontraban a unas cuantas calles de su departamento.
—¿Cuál es tú nombre?
—Ah, verdad ni siquiera te lo dije. Me llamó Sabrina y no tengo apellido.
—Sabrina... Es un buen nombre.
Una sonrisa animada apareció en su rostro. —Gracias, no suelen decírmelo... Dime, ¿te gustaría tener un nombre?
—... ¿Me lo pondrías tú?
—Si me lo permites —la respuesta tardó en salir pero finalmente él asintió con la cabeza—. Muy bien, entonces podrías llamarte... ¿Konrad? Creo que también es un nombre bonito.
—Konrad... —repitió el niño lentamente, antes de aferrarse más a ella—. Creo que me gusta...
Sabrina juró que pudo escuchar el sonido del cuchillo caer sobre el pavimento, cómo si él lo hubiera soltado por fin. Tal vez, solo tal vez, viviría esta noche también. Y esta vez no dormiría en un apartamento solitario.