Prólogo: La oferta en la Capilla Sin Luz
4 de julio de 2025, 0:51
Cuando el largo y húmedo verano del septuagésimo séptimo año del Calendario de Wexley alcanzaba su culmen, el Criador de Ladrones de Nethermere se presentó sin previo aviso en la Capilla Sin Luz, para hacerle una visita inesperada al Sacerdote de la Melena Blanca con la intención de vender —por cualquier medio que fuera— al muchacho apellidado Stone.
—¡Vengo a proponerte un trato! —exclamó el Criador, sin ningún intento de suavidad ni cortesía.
—¿Como cuando me vendiste a Goldstein y Corner? —replicó el Sacerdote—. Todavía estoy intentando arrancarles los hábitos impertinentes que tomaron de ti, para reemplazarlos por otros igual de peligrosos pero que al menos me resulten útiles.
—Vamos, Uric —el Criador de Ladrones se encogió de hombros—, cuando cerramos ese trato te dije que eran un par de alborotadores tira-mierda y no pareció molestarte…
—¿Y si me propusieras un trato tan “bueno” como el de Walker? —la voz del Sacerdote era baja, casi sedosa, con ese tono que sólo los que han visto demasiado usan cuando olfatean mentira—.
Estoy seguro de que, después de vendérmelo, me culpaste de todo menos del incendio en tu propio sótano. Tendría que haberte pagado en knuts oxidados y envueltos en grasa de lámpara, para que se te escurrieran entre los dedos cada vez que intentaras contarlos.
—¡Ahhhhhh, pero es que él era especial! Igual que este chico —repuso el Criador—. Tiene lo que tenían Goldstein y Corner, lo que te interesaba. ¡Y tiene lo mismo que tenía Walker! Aunque nacido aquí, es mestizo. Sangre sucia. Lleva la transgresión en el corazón, tan cierto como que el mar está lleno de algas y tinta de calamar. Incluso podría… hacerte un descuento.
El Sacerdote de la Melena Blanca se quedó masticando la proposición durante un largo rato.
—Supongo que no te molesta —dijo por fin— si antes de aceptar tu oferta me aseguro de tener un cuchillo en la manga y una pared detrás.
Y aunque el Criador de Ladrones se esforzó por componer una expresión que se aproximara a la sinceridad, no logró más que una mueca. Cuando se encogió de hombros como si no pasara nada, era puro teatro.
—Sí, bueno… el chico tiene un problema. Pero sólo porque depende de mí. Una vez esté bajo tu cuidado, estoy seguro de que, eh… se desvanecerá.
—Vaya, vaya. Así que tienes un chico mágico… —el Clérigo se rascó la frente por debajo de la venda de lino blanco que sujetaba parte de su melena blanca, que enmarcaba su rostro como la de un imponente león.
—Maravilloso. Lo plantaré en el suelo y esperaré a que crezca una enredadera que me lleve a la tierra encantada que flota sobre las nubes.
—¡Ahhhh! ¡Ja, ja, ja! Uric, tu sarcasmo siempre ha sido más afilado que la daga de Vladimir —el Criador le hizo una reverencia ridícula, digna de un duende en festival de máscaras—. Dime, ¿puedo tener el atrevimiento de sugerir que estás… ligeramente interesado?
El Sacerdote de la Melena Blanca escupió.
—Supongamos que Goldstein, Corner y Walker pudieran disfrutar de un nuevo compañero de juegos. O por lo menos de un saco de carne que golpear. Supongamos que yo estuviera dispuesto a pagar tres sickles y un orinal encantado por un supuesto chico prodigio. ¿Cuál es el problema?
—El problema —dijo el Criador— es que si no consigo vendértelo… tendré que cortarle el cuello y lanzarlo a la bahía. Esta misma noche.