Capítulo 3. El Cónclave de Verano.
4 de julio de 2025, 21:44
Capítulo 3: El Cónclave de Verano.
El verano había traído consigo un calor templado, jardines floreciendo y una actividad constante en la residencia Longbottom. El personal, tanto humano como elfo doméstico, se movía con eficacia para dejar todo listo para el evento más importante del año: el Cónclave de Verano de las Antiguas Casas. Este año, sin embargo, la ocasión tenía un peso adicional. No solo se celebraba la reunión anual entre familias influyentes del mundo mágico británico, sino que también se llevaría a cabo la presentación formal de Harry James Potter.
Lady Augusta Longbottom no dejaba pasar ni un detalle. Desde semanas antes, había impuesto una rutina estricta para Neville y Mike: clases de protocolo, heráldica mágica, historia de las familias antiguas, y bailes de salón con la señora Andromeda Tonks, quien mostraba admirable paciencia incluso cuando uno de los chicos pisaba sus pies por accidente.
—Cabeza en alto, Neville. Mike, el giro es con la pierna izquierda, no con la derecha. Recuerden que una mala postura en el baile puede arruinar una buena primera impresión —decía Andromeda con tono firme pero justo.
Las mañanas estaban reservadas para los repasos de teoría y práctica mágica. Mike, aunque lo intentaba con constancia, sentía frustración: los hechizos más básicos le salían, sí, pero eran ridículamente débiles. Ni siquiera un "Lumos" brillaba tanto como el de Neville. Había decidido no comentarlo con Augusta; la mujer era estricta en temas de magia, y él prefería no llamar la atención. Por ahora, fingía progresos normales.
En las tardes, practicaban más bailes y repasaban saludos formales. Mike, aunque había asistido a fiestas en su vida pasada, encontró el estilo del mundo mágico demasiado antiguo para su gusto. Un día, al ver las túnicas de gala preparadas por los elfos, no pudo evitar protestar:
—Lady Longbottom... con todo respeto, ¡yo no pienso ponerme eso! Parece que salió de una obra de teatro medieval.
Augusta lo observó por unos segundos con su mirada cortante, pero Mike se mantuvo firme.
—Prefiero usar un traje de gala… muggle. Clásico, elegante, como los que se usan en embajadas o galas de alto perfil. Más de mi estilo —dijo Mike, cruzado de brazos—. Las túnicas me hacen sentir como si llevara una capa de baño decorada.
La anciana pareció ofendida por un segundo… pero luego suspiró.
—No eres el primero en pensar así —dijo finalmente—. Muchos magos jóvenes del Wizengamot han adoptado esa costumbre.
Tras una tensa pausa, Augusta asintió.
—Muy bien. Mientras sea de buen corte y acorde al evento, lo aceptaré. Pero recuerda, jovencito: estarás representando a una Casa Antigua.
Mike sonrió con discreta victoria. Ya era suficiente tener que bailar como aristócrata del siglo XIX, al menos podía vestirse con algo más familiar.
Conforme se acercaba la fecha, la presión aumentaba. Augusta repasaba los nombres de las familias asistentes, sus cargos, escudos, alianzas. Todo debía ser perfecto. Harry James Potter sería presentado como heredero oficial de la Casa Potter, algo que había sido pospuesto durante años por haber vivido con muggles.
—Tienes once, casi doce. Es tardío para una presentación formal, pero aún dentro del margen aceptado. Los Potter deben ser reconocidos como corresponde, y no como un cuento de niños perdido entre los muggles —dijo Augusta con severidad.
La noche antes del evento, Mike miró su reflejo en el espejo, vestido con su traje nuevo. No era solo un chico muggle infiltrado en Hogwarts. Esa noche, por primera vez, lo presentarían como un igual entre los grandes nombres del mundo mágico. Y sabía que cada paso que diera a partir de ahora tendría eco en ese mundo.
/////
La residencia Longbottom nunca había estado tan viva como en aquella tarde de julio. Bajo un cielo despejado encantado para mantener el clima ideal, los jardines brillaban con una mezcla de luz natural y suaves destellos mágicos. Guirnaldas flotantes tejidas con flores frescas revoloteaban suavemente, y las estatuas animadas se inclinaban con elegancia al paso de los invitados. Era el día del Cónclave de Verano, una de las pocas ocasiones en las que la nobleza mágica se reunía de forma tan formal y abierta.
Los carruajes voladores comenzaban a descender con precisión impecable, mientras que destellos de aparición brillaban a lo largo del sendero de entrada. La élite del mundo mágico británico llegaba en todo su esplendor. Los nombres más respetados del Wizengamot y las casas antiguas se hacían presentes: los Greengrass, envueltos en una quietud solemne; los Bones, con su porte orgulloso y recto; los Brown, de aspecto vibrante y colorido; los Abbott, con su calidez característica; los Macmillan, serios y formales; los Fawley, cuya heráldica centelleaba en sus túnicas; y hasta el distinguido Shacklebolt, imponente incluso entre tantos rostros conocidos.
La conversación giraba en torno a la política mágica, alianzas matrimoniales, reformas legales... hasta que un murmullo cortó como un cuchillo el aire de etiqueta. Había llegado él.
—¿Es cierto? ¿Harry Potter está aquí? —se oía de rincón en rincón.
Pocos podían presumir haberlo visto desde que era un bebé. Las historias sobre el Niño que Vivió eran muchas, pero su figura era todavía un misterio para la mayoría de los presentes. Y en ese momento, el misterio se desvaneció al compás de una entrada cuidadosamente coreografiada.
Desde el extremo del gran salón, Lady Augusta Longbottom apareció como una figura de autoridad inquebrantable, vestida con una túnica de gala azul noche con bordados en hilo de plata que reflejaban el escudo de su casa. A su izquierda, Neville caminaba con la barbilla en alto, nervioso pero decidido. A su derecha, Mike—bajo el nombre y herencia de Harry James Potter—lucía un elegante traje muggle de corte clásico, entallado a la perfección, con una corbata oscura y un pañuelo rojo en el bolsillo como guiño a los colores Potter.
Los murmullos se extinguieron poco a poco mientras la música se desvanecía. La atención se centró completamente en ellos. Lady Longbottom alzó la voz con la calma imponente de una matriarca acostumbrada a las grandes ceremonias:
—Con ustedes, Harry James Potter, heredero legítimo de la noble y antigua Casa Potter.
Un silencio reverente se apoderó del ambiente, seguido por un murmullo generalizado lleno de sorpresa, asombro... y respeto. Mike no vaciló. Con la serenidad adquirida en semanas de entrenamiento con Andromeda Tonks, avanzó unos pasos y se inclinó levemente ante los principales miembros del Wizengamot y las figuras de más alta jerarquía. Su saludo fue exacto, ni demasiado sumiso ni altanero. Con cada gesto, reafirmaba una educación que nunca había tenido... y sin embargo dominaba con naturalidad.
Una anciana con lentes encantados murmuró: —Modales impecables. Claramente, su tutor hizo un trabajo fino.
Y desde una esquina, un viejo mago de cabello blanco como la nieve y túnica verde oliva se volvió hacia su acompañante:
—Todos dicen que se parece a James... pero yo veo más de Charlus. Esa forma de caminar, de sostener la mirada... Tiene la elegancia y la calma de su abuelo.
Mientras los asistentes murmuraban, algunas madres intercambiaban miradas significativas detrás de sus abanicos mágicos, susurrando discretamente:
—Mi hija Clara tiene su misma edad... Podría ser una buena unión.
—¿Y qué me dices de Eloise? Ha estudiado en Beauxbatons, pero le fascinaría alguien como él.
—Potter es un nombre de peso... imagina el renombre de una alianza.
Las primeras impresiones estaban echadas. Harry Potter no solo estaba presente: se estaba presentando con dignidad, presencia y una sorprendente madurez. Un niño criado entre muggles, sí, pero ahora parte visible del tapiz de la nobleza mágica.
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La velada avanzaba con ritmo pausado, marcada por el murmullo constante de conversaciones estratégicas y saludos de cortesía. Lady Augusta, con paso firme y altivo, tomó del brazo a Mike y lo condujo hacia el núcleo político de la sala: un conjunto de figuras influyentes entre las que destacaban miembros del Wizengamot y patriarcas y matriarcas de familias antiguas.
—Harry, quiero presentarte como corresponde —dijo Augusta, deteniéndose frente a un pequeño grupo de notables—. Lord Greengrass, Señora Bones, Lord Macmillan… les presento a Harry James Potter.
Los saludos fueron formales pero cargados de expectativa. Mike, con el porte calmado que solo años de experiencia adulta podían otorgar, respondió con respeto, midiendo sus palabras como había aprendido con Andromeda.
—Es un honor conocerlos —dijo con una inclinación precisa de cabeza—. Agradezco la oportunidad de estar presente esta noche.
Lord Greengrass lo observó por un momento, como calibrando su carácter. Luego asintió con una leve sonrisa.
—Tienes más aplomo del que esperaba. A veces, el silencio habla más alto que la fama.
—Y tu mirada no esquiva la de tus mayores —añadió la Señora Bones, con su típico tono severo—. Eres más Potter de lo que imaginé… aunque tienes algo diferente. Tal vez sea tu educación muggle.
Mike mantuvo una conversación fluida con ellos, respondiendo preguntas, compartiendo impresiones sobre Hogwarts, historia y política mágica, recurriendo incluso a comparaciones con figuras históricas del mundo muggle para reforzar sus puntos. Algunos lo miraban con sorpresa: no esperaban que un niño criado por muggles tuviera ese nivel de análisis.
En un momento de la charla, Mike intentó explicar una sensación relacionada con los recuerdos de Hogwarts.
—A veces es como tener un pantallazo mental… como si mi mente se crasheara mágicamente..
Hubo un breve silencio. Algunas cejas se alzaron. La Señora Fawley parpadeó, confundida. Lord Macmillan frunció ligeramente el ceño.
—¿Un qué? —murmuró alguien.
Antes de que la incomodidad pudiera crecer, Andromeda apareció con elegancia y una sonrisa diplomática.
—Una expresión muggle moderna. Ya saben cómo son… creativos —dijo con naturalidad.
Los presentes rieron suavemente y el momento pasó como una rareza cultural. Mike agradeció mentalmente la intervención de su tutora.
Augusta, por su parte, parecía satisfecha. Había observado todo desde una corta distancia, y aunque no sonreía abiertamente, su expresión severa mostraba un atisbo de orgullo contenido.
—Estás cumpliendo con tu deber, Harry —le dijo en voz baja cuando volvieron a cruzarse—. No lo olvides.
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Más tarde, cuando el ambiente se tornó menos ceremonial y más social, Mike y Neville se unieron a un pequeño grupo de jóvenes congregados en una terraza lateral del gran salón. Daphne Greengrass conversaba con su hermana menor, mientras Lavender Brown reía animadamente con Susan Bones y Hannah Abbott. Theodore Nott, tras una breve mirada a Mike, asintió con cierta reserva y se sumó al grupo también.
Las conversaciones comenzaron con cierta formalidad: saludos, nombres, agradecimientos por la invitación. Pero poco a poco, los modales dieron paso a una charla más relajada, aunque no menos medida. Daphne, con su elegancia característica, lanzó algunas observaciones perspicaces sobre el evento, y Mike respondió con comentarios inteligentes sin caer en el exceso.
Las conversaciones giraban en torno a Hogwarts, las casas, profesores y rumores del curso anterior. Mike respondía con aplomo, su experiencia como adulto filtrada con cautela a través de sus palabras, dejando una impresión de madurez que no pasaba desapercibida.
Algunas chicas parecían especialmente interesadas en él. No era solo la fama: había algo en su mirada, en su forma de expresarse, que les despertaba intriga. Daphne lo analizaba con detenimiento; Lavender reía con sus comentarios. Incluso Theodore pareció evaluar con respeto su postura, como si midiera un rival o un posible aliado.
Una frase que Mike soltó, refiriéndose a un "celular", causó confusión momentánea. Lavender soltó una risita.
—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad.
—Algo muggle. No importa mucho —respondió él con una sonrisa ladina, mientras los demás lo dejaban pasar como otra excentricidad del chico criado entre muggles. Lavender, mucho más expresiva y risueña, no tardó en empezar a lanzar preguntas con curiosidad apenas disimulada.
—¿Es cierto que venciste a un troll en tu primer año? —preguntó con ojos brillantes.
—Técnicamente solo introduje mi varita en su nariz —respondió Mike con una sonrisa ladeada—. Así que el crédito debería ir a quien lo noqueo con su garrote.
Algunas risas sonaron en el grupo, y Susan Bones intervino para preguntar por su experiencia en las clases de duelo. Hannah, más tímida, se mantenía a la sombra de su amiga, aunque escuchaba con atención cada palabra.
Mike notó que algunas miradas lo evaluaban. No todas eran de simpatía, pero tampoco había hostilidad. Curiosidad, respeto... y un toque de expectativa. Era evidente que para muchos de esos jóvenes, Harry Potter no era solo una persona: era una figura legendaria traída a la vida. Su forma de comportarse, serena y adulta, contrastaba con los nervios visibles de otros chicos y chicas de su edad, lo que solo añadía a su mística.
A cierta distancia, Neville intercambiaba frases con Theodore, y aunque algo torpe al principio, se notaba que estaba ganando seguridad. Mike sonrió al ver a su amigo desenvolverse entre pares de forma cada vez más cómoda. La semilla de la confianza ya había sido plantada.
Y así, entre risas contenidas, conversaciones curiosas y alguna que otra mirada cruzada, los jóvenes herederos de la próxima generación mágica comenzaron a tejer sus primeras conexiones formales.
/////
Tiempo después un tintineo de campanas mágicas resonó suavemente por el gran salón, silenciando las conversaciones con delicadeza. Las luces bajaron su intensidad y, desde la orquesta, comenzaron los primeros compases del vals tradicional de apertura, una pieza elegante y antigua que marcaba el inicio oficial del baile.
Augusta Longbottom, ataviada con su túnica más ceremonial, se inclinó hacia Mike con una mirada firme pero orgullosa.
—Es costumbre que el heredero de una casa antigua abra el baile. Escoge a una joven adecuada. Y recuerda la postura, Harry.
Mike asintió con una sonrisa diplomática, aunque por dentro rodaba los ojos. Iba a ser su primer baile formal como Harry Potter, y la expectativa en la sala era palpable. Pero antes de moverse, notó a Neville de pie a su lado, rígido como una estatua, los ojos fijos en el suelo.
—Neville —le susurró Mike en voz baja—. Vamos juntos. Tú invitas a una dama, y yo invito a otra. ¿Sí?
Neville lo miró con un pánico apenas disimulado.
—¿Y si me rechaza?
Mike sonrió con confianza.
—Te sorprenderías de lo que puedes lograr con un poco de confianza.
Sin esperar más, Mike escaneó la sala y se dirigió con decisión hacia Lavender Brown, que charlaba animadamente con Daphne Greengrass y Hannah Abbott. Con una leve reverencia, le tendió la mano.
—¿Me concederías este baile, señorita Brown?
Lavender, visiblemente encantada, sonrió y aceptó con una graciosa inclinación.
—Será un honor, señor Potter.
Neville, siguiendo el ejemplo, respiró hondo y se acercó a Susan Bones, que lo miró con sorpresa, pero también con una sonrisa cálida cuando él le pidió el baile.
Pronto, ambos chicos se encontraban entre las parejas que giraban lentamente por el salón, guiadas por la música. Mike, aunque sabía los pasos gracias a Andromeda, se preparaba para llevar el ritmo con mesura. Sin embargo, Lavender lo sorprendió desde el primer giro. Sus movimientos eran precisos, gráciles y seguros. La joven se desplazaba por el salón como si hubiese nacido para bailar en este tipo de eventos.
—No esperaba que fueses tan buena en esto —comentó Mike en voz baja mientras giraban.
—¿Te refieres a bailar o a no pisarte? —respondió ella con picardía.
Mike soltó una breve risa.
—Ambas.
—Mi madre me hizo ensayar esta coreografía desde los ocho años. “Una dama debe saber moverse en sociedad”, decía. Nunca pensé que terminaría bailando con Harry Potter.
—Bueno —replicó Mike con una sonrisa torcida—, técnicamente soy sólo un muchacho más con un nombre complicado.
—Dudo que las madres de media sala estén de acuerdo contigo.
Continuaron girando suavemente entre las demás parejas, mientras Mike respondía con naturalidad a los temas que ella sacaba: sus impresiones sobre Hogwarts, la rutina con Augusta, lo exigente que era Andromeda como instructora.
—¿Y te acostumbras a vivir con Neville y su abuela? —preguntó Lavender con tono curioso.
—Es como tener una general victoriana en casa, pero una con un corazón bien escondido —dijo Mike con una sonrisa traviesa.
Ambos rieron suavemente mientras el vals llegaba a su fin, y se detenían con una elegante reverencia. En otro rincón, Neville y Susan también terminaban su baile, y el rostro de Neville brillaba con una mezcla de alivio, orgullo y una pizca de incredulidad.
Mike se giró para ver a su amigo y le lanzó una mirada cómplice como diciendo “no fue tan malo ¿verdad?”
/////
Tras el vals con Lavender Brown, Mike se vio arrastrado por la dinámica social del evento: un vals abría paso a otro, y como heredero recién presentado de una Casa Noble, era de esperarse que ofreciera su mano a varias jóvenes presentes. Aceptó con cortesía, moviéndose con elegancia entre las parejas, pero en su fuero interno no dejaba de sentirse incómodo.
Fue durante una pausa entre danzas cuando Augusta lo condujo hacia uno de los grupos más destacados del evento: los Greengrass. Lord Greengrass era un hombre sobrio, de mirada crítica y modales impecables. Tras una breve charla protocolaria con Mike, en la que evaluó su porte y sus maneras, hizo un gesto elegante hacia su hija Daphne.
—Quizá gustes de invitar a mi hija a la próxima pieza, señor Potter.
Mike respondió con una ligera inclinación, adoptando la serenidad que Andromeda le había inculcado para este tipo de momentos.
—Sería un honor, señor Greengrass.
Daphne aceptó con una cortesía medida, y juntos se deslizaron hacia la pista. La música retomó su curso con un compás más refinado y complejo. A diferencia de Lavender, que había desbordado alegría y energía en cada paso, Daphne se movía con precisión elegante, como si cada gesto estuviera ensayado desde la cuna. No era vivaz, pero sí grácil, y sus movimientos respiraban nobleza. Mike no pudo evitar admirar su dominio del ritmo y su compostura.
—Bailas muy bien —dijo él, con una sonrisa amable.
—Gracias. Supongo que se espera de nosotras —respondió Daphne con calma, mientras sus ojos lo estudiaban con disimulo.
Hubo una pausa breve, durante la cual Mike intentó mantener una conversación ligera, pero fue interrumpido por una observación inesperada.
—No pareces el mismo niño del curso escolar —comentó ella, sin apartar la mirada de su rostro—. No eres tímido. No evitas el contacto visual. Hablas con seguridad… como si supieras mucho más de lo que aparentas.
Mike contuvo su sorpresa tras una sonrisa cuidadosamente neutral.
—Quizás fue el entrenamiento de Lady Andromeda —repuso—. Este verano ha sido… intenso.
—Puede ser —concedió Daphne, aunque su mirada seguía llena de escrutinio—. Pero no puedo evitar notar que… actúas más como un adulto que como un niño. Como si hubieras vivido más de lo que aparentas. Es... curioso.
Mike pensó para sí que había subestimado a la joven Greengrass. No solo era refinada, sino también extremadamente perceptiva. «Demasiado observadora para su edad… y para mi comodidad», pensó. No esperaba que alguien tan joven, y menos ella, fuera quien comenzara a notar las grietas en su fachada tan pronto.
—Supongo que todos cambiamos cuando nos enfrentamos a la realidad —dijo con tono enigmático, intentando desviar la conversación.
El resto del baile transcurrió en silencio cómodo. Al finalizar, Mike hizo una reverencia y agradeció el momento con la misma cortesía con que había comenzado. Mientras se retiraba con paso medido, podía sentir la mirada inquisitiva de Daphne siguiéndolo.
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Tras la danza con Daphne, y luego de intercambiar unas palabras más con algunos asistentes, Mike se retiró hacia un rincón del salón para servirse algo de jugo de calabaza. Había pasado por varios bailes más luego del vals inicial: niñas de diferentes casas y apellidos lo habían invitado o habían sido invitadas por él, siempre bajo la atenta mirada de Augusta o de alguna madre expectante. Aunque mantenía la sonrisa y el porte, por dentro Mike se sentía ligeramente incómodo. Ser un hombre atrapado en el cuerpo de un preadolescente tenía muchas implicaciones, y una de ellas era fingir normalidad al bailar con chicas que apenas bordeaban los doce años. No era fácil, pero lo hacía con dignidad. El legado Potter debía mantenerse.
Desde su posición en el salón, notó a Neville cerca de una columna encantada con flores flotantes. El muchacho miraba hacia la pista de baile, donde Hannah Abbott reía con Susan Bones. Neville avanzó un paso, retrocedió dos. Alzó la mano como para llamar la atención… luego la dejó caer. Fruncía el ceño, se giraba, respiraba hondo, y volvía a mirar. Mike sonrió para sí: aquello era una batalla mucho más difícil que cualquier duelo con varitas.
Sin perder tiempo, se acercó al grupo con su andar relajado.
—¿Susan, Hannah? —saludó con una inclinación cortés—. Están disfrutando del baile, ¿verdad?
—Mucho —dijo Susan, con una sonrisa amplia—. Aunque aún no me sacan a bailar. Hannah ha rechazado a tres ya.
—Es porque esperaba que la persona adecuada se animara —respondió Mike con un tono que, si bien era juguetón, tenía un trasfondo estratégico.
Hannah alzó las cejas, divertida y curiosa. Susan, entre risas, miró a su amiga. Mike se giró sutilmente hacia Neville, que aún parecía luchar con sus pensamientos. Le hizo una seña casi imperceptible con la cabeza, como diciendo “ahora o nunca”.
Neville pareció reunir todo el coraje del mundo en un solo suspiro. Caminó hacia ellas, algo rígido pero determinado, y con la voz algo temblorosa preguntó:
—Hannah… ¿te gustaría bailar?
Hubo una breve pausa, apenas un segundo, pero bastó para que Mike sintiera la tensión en el aire. Entonces, Hannah sonrió y asintió con suavidad.
—Claro, Neville. Me encantaría.
La pareja se alejó hacia la pista. Susan observaba la escena con una mezcla de sorpresa y ternura. Mike se quedó a su lado, los brazos cruzados detrás de la espalda.
—No pensé que Neville se atrevería —comentó Susan, bajando la voz.
—Lo hizo muy bien —dijo Mike—. A veces el verdadero valor no está en enfrentarse a dragones, sino en dar un paso al frente cuando más cuesta.
Susan lo miró de reojo.
—Hablas como un adulto.
Mike se encogió de hombros con una pequeña sonrisa.
—He tenido que crecer muy rápido.
Observaron juntos cómo Neville y Hannah giraban lentamente en el compás del vals, torpes al inicio, pero poco a poco entrando en ritmo. Mike sintió una leve calidez en el pecho. No era un gran evento a los ojos del mundo, pero para su amigo, ese paso lo cambiaría todo.
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Las horas avanzaban y el ambiente del Cónclave se volvía más distendido. Las conversaciones formales daban paso a charlas más personales, y aunque la etiqueta seguía presente, se empezaban a ver sonrisas más genuinas entre los jóvenes. Algunos compartían anécdotas de Hogwarts, otros hablaban de las empresas de sus familias o de sus planes para el verano.
Mike, por su parte, se encontraba en una situación complicada. Aunque se había adaptado sorprendentemente bien al ritmo del evento, sentía el peso de cada mirada, cada palabra calculada. Había bailado con varias chicas más después de Daphne: una joven de cabello castaño que resultó ser prima de Ernie Macmillan; otra, una hija de una familia francesa de la Confederación Internacional. Todas eran agradables, pero para Mike, la incomodidad crecía.
Hablar con chicas de once o doce años, aunque con modales de alta cuna, resultaba extraño. Bailar con ellas, aún más. No podía evitar sentirse como si caminara sobre una cuerda floja emocional y ética, fingiendo sonrisas y cortés interés mientras su mente buscaba excusas para retirarse con dignidad.
Fue durante uno de esos bailes que divisó a Neville al otro lado del salón, ya solo, sin Hannah ni nadie a su alrededor. Tenía una copa de jugo de calabaza entre las manos y parecía contento, aunque algo agotado. Mike se disculpó cortésmente con su última pareja y caminó hasta él.
—¿Qué tal vas, bailarín? —preguntó Mike con una sonrisa.
Neville soltó una risa baja.
—No sé si tengo más dolor en los pies o mi corazón que parece que va a explotar. Pero... ha sido bueno. Gracias a ti.
—¿Por qué a mí?
—Porque me empujaste. Porque creíste que podía hacerlo. En serio, Harry... o como sea que te llames —añadió con una risita nerviosa.
Mike levantó una ceja, intrigado.
—¿Cómo dices?
Neville bebió un sorbo antes de responder.
—Es una tontería, lo sé, pero... has cambiado mucho en poco tiempo. Y a veces actúas raro. Como cuando explicas cosas, lo haces como los adultos que creen saberlo todo. A veces me hablas como si fueras mucho mayor. Y haces esas pausas como si estuvieras editando lo que vas a decir. No es algo que los niños hagan. —Lo miró de reojo—. Pero no me molesta. Me gusta que seas así. Solo... lo he notado.
Mike sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. No por el peligro, sino por el peso de una verdad que no podía compartir. Se volvió hacia los ventanales que daban a los jardines y asintió lentamente.
—Gracias por decírmelo. No es fácil fingir que todo es normal, incluso cuando... nada lo es.
—¿Eso significa algo? —preguntó Neville, ladeando la cabeza.
Mike sonrió con tristeza.
—Solo significa que a veces la vida cambia en un solo instante.
Neville parecía querer decir algo más, pero Mike dio un paso hacia las puertas de la terraza.
—¿Me acompañas? Necesito aire.
Ambos salieron al jardín. Afuera, las luciérnagas mágicas flotaban entre setos encantados y arbustos podados en forma de criaturas mágicas. Se escuchaba el murmullo del agua de una fuente cercana y el zumbido lejano de una conversación animada desde el interior.
Un silencio cómodo los envolvió. Pero no estaban solos.
Desde las sombras de uno de los arcos de piedra, una figura femenina se acercó. Su andar era silencioso, su porte elegante. Cuando habló, ninguno de los dos se sorprendió tanto como deberían haberlo hecho.
—Interesante conversación —dijo Daphne Greengrass con voz calma, aunque claramente inquisitiva.
Mike y Neville se giraron de inmediato.
—¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó Mike, con tono neutro.
—El tiempo suficiente —respondió ella. Su expresión era serena, pero sus ojos lo estudiaban con intensidad—. Harry Potter. O eso dicen.
Neville se tensó, confundido.
—¿Qué quieres decir? —inquirió.
Daphne no le quitó la mirada a Mike.
—Eres distinto. Muy distinto. No solo porque ahora sabes bailar y hablas con propiedad. Sino porque ya no pareces el niño temeroso y tímido que vi durante todo el año. No tropiezas con tus palabras, no dudas de ti mismo, no pides permiso. Y lo más curioso... —se acercó un paso— es que hablas como si hubieras vivido más de una década más que el resto de nosotros.
Mike no respondió. Su mente trabajaba a toda velocidad. No había burla en su tono, ni una acusación directa, pero sí una observación clara y peligrosa.
—Así que, dime, Harry —dijo finalmente Daphne—. ¿Quién eres en realidad?
Y en ese silencio denso, donde el murmullo del viento entre las hojas parecía detenerse, terminó la escena.
//////
Todo comenzó cuando Harry Potter salió de la enfermería tras el incidente en los exámenes finales. Para la mayoría, fue un momento más en el mar de historias que lo rodeaban, pero para Daphne Greengrass, marcó el inicio de una serie de preguntas sin respuesta. Desde pequeña, su padre le había enseñado a observar, a notar los detalles que otros pasaban por alto. “El poder no siempre grita”, solía decirle. “A veces susurra en los márgenes de una conversación o se esconde en una mirada fugaz.”
Desde su llegada a Hogwarts, Daphne había mantenido una distancia prudente de sus compañeros, observándolos con la serenidad propia de alguien que entendía las reglas del juego aristocrático. Harry Potter, sin embargo, se convirtió pronto en una anomalía digna de su atención. No encajaba en absoluto con la imagen que los libros, los retratos y los relatos heroicos habían construido. No había grandeza en sus movimientos ni seguridad en su voz. Más bien, parecía un niño perdido, desnutrido y desconectado del mundo mágico, casi como si nunca hubiera pertenecido a él.
Daphne se sorprendió al ver lo poco que sabía de las costumbres mágicas más básicas, lo torpe que era para moverse en el castillo, su falta de etiqueta, y sobre todo, su incomodidad constante. No había arrogancia, ni siquiera una conciencia clara de su estatus. Más aún, evitaba las conversaciones con estudiantes de familias importantes, rechazaba todo protocolo de sangre pura, y Weasley—el primero en hacerse con su atención—lo mantenía cerca, casi como si le impidiera establecer lazos con alguien más.
Pero entonces algo cambió.
En las últimas semanas del curso, Daphne comenzó a notar pequeños gestos distintos. No era sólo que hablara con más seguridad, o que pareciera más presente. Era una postura más recta, una mirada más fija, una forma distinta de escuchar y responder. Como si alguien más se hubiera puesto en su lugar… o como si Harry hubiera despertado tras un largo letargo y ahora caminara con una conciencia que antes no tenía.
Y entonces llegó el Cónclave de Verano.
La figura que descendió junto a Lady Longbottom no era el niño que Daphne había observado durante el curso. Había en él una calma medida, un lenguaje corporal demasiado preciso, como si se moviera al compás de un protocolo que había ensayado miles de veces. En el vals con Lavender, notó cómo guiaba con seguridad, cómo sabía sostener la conversación, cómo ocultaba sus reacciones con un dominio emocional impropio de un niño de once años. No era la torpeza contenida de un primerizo; era la compostura de alguien que llevaba años en salones similares.
Durante el resto del baile, lo siguió con la mirada. Observó cómo interactuaba con cada joven que se le acercaba, cómo evitaba algunos temas, cómo respondía preguntas inocentes con la prudencia de un diplomático. Y cuando finalmente bailaron juntos, Daphne confirmó sus sospechas. No era solo que se comportara como un adulto: era que lo era.
“Hablas como alguien que ha vivido más de lo que aparenta”, le dijo entonces, sonriendo suavemente.
Pero la confirmación final llegó poco después.
Aprovechando un momento de descanso en los jardines, Daphne lo siguió en silencio. Lo encontró hablando con Neville, su voz más relajada, sincera. No hizo magia ni uso de artilugios para ocultarse, simplemente se quedó entre sombras, escuchando.
—Gracias, Mike —decía Neville—. No sé por qué me ayudaste tanto, pero en serio lo aprecio. A veces eres… raro. Como cuando me explicas cosas, tienes ese tono que usan los adultos cuando tratan con niños.
Mike se rio bajito, sin negar nada.
—Supongo que a veces tengo una perspectiva… distinta.
Daphne frunció los labios. “Distinta” no le hacía justicia.
Fue entonces cuando dio un paso al frente. Ya no necesitaba escuchar más desde las sombras. Quería la verdad.
—Eres muy distinto al Harry que conocí en Hogwarts —dijo con voz clara, haciendo que ambos chicos se giraran, sorprendidos—. No eres tímido. No dudas. No temes hablar con nadie. Y no te comportas como un niño de once años… ¿Quién eres en realidad?
El silencio que siguió fue más denso que la noche misma.
Fin del capítulo.