***
—Hermano Lucifer. ¡Por favor, cante una vez más! Lucifer estaba recostado a la sombra de un árbol frondoso. Con los ojos cerrados sin siquiera mirar a los ángeles qué lo rodeaban. —Se que mi voz es hermosa, pero no tengo el deber de cantar ante nadie que no sea el Señor. Solo Él merece oír mi canto cuando lo desee. Sonidos de decepción salieron de la boca de los ángeles a lo que Lucifer siguió ignorándolos. Hasta que escuchó una voz levemente familia. —Que egoísta puedes llegar a ser, Lucifer. El aludido abrió los ojos encontrándose con el mismo ángel que había conocido hace a penas unos días y que ahora lo miraba con una sonrisa calmada. Paimon caminó entre los ángeles, que se apartaban para darle paso, mostrando respeto por su rango de dominio. —Nuestros hermanos han sido muy vocales en como tu canto no tiene nada que envidiar a un serafín. Que ahora quieras negarles la dicha de oírte cantar debería ser considerado un pecado mortal. La expresión de Lucifer se volvió amarga. Nadie se había atrevido a hablarle de esa manera. —¿Y por qué debería escucharte? Solo obedezco a las órdenes del Señor. Y tú, no eres Él. —No lo soy. ¿Pero solo por eso vas a actuar con arrogancia? Nuestros hermanos realmente te admiran, Lucifer. Te quieren. ¿Por qué entonces eres tan obstinado en no aceptar su petición? Después de todo, cantar una corta melodía no ha de ser la gran cosa para ti. Ambos sostuvieron la mirada sin pestañear. Paimon con la calma de un lago que solo se ve agitado por el movimiento de los peces bajo la superficie. Y Lucifer con la tensión de alguien que había sido sacado de su zona de confort. Estaba acostumbrado a ser admirado. Alabado. A que su palabra fuera la última palabra para otros ángeles. No a que lo tratarán así, como si fuera un ángel más, como si fuera un igual. ¿Cómo un ángel podría ser igual al segundo ángel que fue creado, en único ángel de ocho alas? No tenía un igual, ni siquiera Metatrón estaba cerca de serlo. Y aún así aquí estaba Paimon. Mirándolo como si estuvieran al mismo nivel. Que frustrante, pero también, tan intrigante. —... Siéntate. —¿Cómo dices? —Que te sientes, ¿quieres oírme cantar o no? Paimon lo miró con una sonrisa satisfecha antes de sonreír y sentarse en primera fila. Mientras los demás ángeles seguían su ejemplo y se sentaban en el césped. Una vez todos tomaron su lugar el ángel de cabello jengibre miró sus caras. Todas reflejaba una anticipación y admiración profunda, todas menos una. Otra vez Paimon, que lo miraba con esa sonrisa calmada que parecía nunca agitarse. Estaba empezando a odiar esa expresión sinceramente. Aún así tomó una respiración y dejó que su melodiosa voz llenará el ambiente. Su canto era una oda a la perfección de la creación. Fluía de forma que cambiaba el silencio tranquilo de su entorno por la pasión en sus palabras. Sus notas agudas eran como copas de cristal vibrando en su límite antes de reventar, mientras que sus notas graves resonaba en el espíritu de los ángeles con su belleza casi dolorosa. Continuó deleitando a sus hermanos con su voz hasta que la melodía terminó. Dejando todo en un silencio absoluto, como si toda la existencia hubiera estado esperando a que cantara una vez más. Un ángel que estaba al frente fue el primero en levantarse y comenzó a aplaudir. Luego le siguió otro con lágrimas en los ojos, luego uno que le temblaba el cuerpo, luego otro y otro, hasta que casi todos se unieron en un mar de aplausos. Menos uno, Paimon, que seguía sentado en su lugar. No se había movido ni un centímetro, pero por primera vez ya no sonreía. Sus ojos permanecían abiertos de sorpresa, como si hubiera visto el verdadero rostro de Dios. Y entonces sus labios se curaron en una sonrisa suave, contraria a su sonrisa confiada y altanera qué siempre mostraba. Los demás ángeles terminaron por retirarse, aún murmurando sobre el despliegue de perfección qué había presenciado. Dejando a Lucifer y Paimon solos bajo aquel árbol. Lucifer lo miraba con altanería, mientras que Paimon lo miraba con una suave admiración. —Tienes la voz más hermosa de nuestros hermanos —habló finalmente Paimon—. Hasta la hermana Radueriel te pediría que le des clases para que pudiera cantar con la misma devoción y belleza que tú. Lucifer bufó satisfecho. —Compararme con la ángel creada para enseñar el arte del canto es arriesgado. —¿Pero me equivoco? —Por supuesto que no. Mi existencia misma fue hecha con el propósito de ser perfecta, el molde del que luego se harían los demás ángeles. Una risa melodiosa escapó de los labios de Paimon. Como el tintineo de unas campanillas. —Si Metatrón te escuchara ya te estaría dando una reprimenda. —Bah, el anciano solo se cree con autoridad sobre mi porque el fue creado antes que yo. Pero él solo es un escriba, no tiene punto de comparación conmigo. —Tienes una seguridad casi admirable, Lucifer. —¿Casi? Vaya eufemismo. —No te lo tomes personal, Lucifer, solo prefiero una seguridad menos altanera, como, no se, la mía. El ángel de ocho alas no pudo contener su carcajada. —¿Y se supone que el arrogante soy yo? —Exactamente. El ángel de piel ébano siguió riéndose por la forma de expresarse del ángel de ojos azules. Lucifer no recordaba cuando fue la última vez que se había reído así con otro ángel. En realidad, estaba seguro de que era la primera vez que lo hacía.***
Los ángeles tenían una vida sencilla. Presentar sus respetos por El Padre y su creación. Cumplir los deberes para los qué fueron hechos y simplemente vivir en paz conforme a la ley de Dios. No había conflictos, no había tristeza, no había dolor, no había hambre ni sed. A veces, para Lucifer, era como si no hubiera nada. Solo la misma rutina constante y repetitiva. —Otra vez estas haciendo esa cara —dijo tranquilamente Paimon a su lado. Los dos ángeles estaban recostados en la hierba fresca. Lucifer abrió los ojos perezosamente para mirar a su compañero que descansaba con los ojos cerrados bajo la suave luz del día. —¿Qué cara? Ni siquiera tiene los ojos abiertos para verme el rostro. —Pero conozco ese silencio que haces cuando pones esa cara de "estoy pensando en algo muy profundo que solo yo veo porque soy superior" —El silencio es el mismo, Paimon, no importa que cara ponga. —¿Pero me equivoqué en adivinar que estabas pensando? Lucifer se quejó por lo bajo, a veces era frustrante tener que darle la razón a Paimon seguido. —No, si lo estoy haciendo. —¿Y qué es esta vez? ¿Es sobre la poca clase de nuestros hermanos? ¿Sobre que Metatrón se cree mucho solo por escribir hasta cuando El Padre medita? —No es eso, es... —el ángel moreno se detuvo, ¿de verdad debería decirlo? ¿Qué pensaría Paimon de él si lo dijera? ¿Y por qué le importaba tanto lo que Paimon pudiera pensar de él? —Lucifer. La mano de Paimon se posó sobre la suya. Lucifer volteó por reflejo y se encontró con esos ojos de un azul eléctrico mirándolo con un afecto profundo. —Sabes que no te presionare para que me digas todo lo que piensas. Pero también quiero que sepas que, sin importar qué, tus audaces ideas nunca podrán cambiar como te veo. —... Tú de verdad tienes un don para leer mi mente. —Solo te conozco demasiado bien, no es nada del otro mundo. El ángel de alas camel lo miró de reojo, aún pensando en lo que le dijo. Tal vez en verdad podía confiar en Paimon. Hubo un corto silencio antes de que Lucifer pudiera encontrar las palabras. —Yo... Pensaba en que nuestra vida diaria es siempre igual. —Bastante, por eso se llama rutina. Lucifer apretó sus labios. —¿Pero y si pudiéramos hacer más? Nosotros venimos del Padre, Él nos creó y Él creó todo lo demás. ¿No podríamos aspirar a ser más que simples aves mensajeras? Se hizo el silencio. Paimon, siempre rápido para responder, estaba callado mirando al cielo sobre ellos, aquel que carecía de sol pero era iluminado por la presencia del Padre que estaba por encima de ese plano. Y Lucifer esperó pacientemente su reacción pero en su interior aún había un sentimiento de agitación. Esto no era algo normal, pues hasta cuando soltaba sus reflexiones más locas Paimon siempre tenía una respuesta rápida para él. Por un momento pensó que se había equivocado al confiarle sus pensamientos. —¿Y que piensas hacer al respecto? La pregunta lo tomó desprevenido. Esperaba ser cuestionado, pero no esperaba que le hiciera una pregunta con un tono tan calmado. Pero eso no hacía que encontrar una respuesta a ella fuera más sencillo. —... No lo sé. Solo ha sido un pensamiento que he tenido últimamente. —Entonces cuando tengas una respuesta clara espero que me avises —finalmente Paimon se dio la vuelta para mirar a Lucifer. Sus ojos brillaban con intriga—. Estoy bastante curioso de saber a qué clase de conclusión llegarás. Esa respuesta fue suficiente para desvanecer las dudas de Lucifer. Paimon siempre estaba dispuesto a oírlo incluso cuando sus ideas pudieran sonar arriesgadas, blasfemas, dirían algunos. Y le confirmaba que en cualquier situación podría contar con su apoyo y lealtad.***
El cielo tenía su propio ciclo de día y noche. Por el día brillaba gracias a la luz que provenía de su Padre y por la noche su luz se atenuaba para dar paso a la tranquilidad de la noche. Pero no por eso las noches eran oscuras, al contrario, era la hora favorita de los ángeles para iluminar el cielo con su alegría. Un grupo de ángeles había organizado una fogata, donde ellos y sus hermanos pudieran juntarse y disfrutar de la compañía de otros, muchos ya hasta habían tomado sus instrumentos para alegrar el ambiente. El sonido del kinnor, chalil y tof hizo que aún más ángeles se acercaran para bailar alrededor del fuego. Incluso Lucifer se había acercado un poco para ver porque tanto alboroto, pero no hizo un mayor esfuerzo por integrarse a la fiesta. Su mirada recorrió perezosamente el rostro de los ángeles. No reconocía a la gran mayoría y unos pocos le sonaban, como aquellos que pertenecían al "exclusivo" grupo de los siete grandes arcángeles, pero al no venir su líder con ellos no se detuvo mucho en ellos. Los más destacable que hacían era que Rafael bailaba tomado de la mano con Asmodeus, Uriel intentando entender el tartamudeo de Raguel (que seguramente trataba de invitarlo a bailar) y Gabriel observando todo a una distancia considerable, al menos podía identificarse un poco con este último. Lucifer bostezó con pereza. No había nada de mayor interés para él en esta fiesta, pero cuando se había levantado para irse la música se detuvo. Las animadas risas se callaron y los ángeles dejaron de bailar. Cuando levantó la vista para ver que a que se debía esto sus pensamientos también se pararon. Miguel, él príncipe de los ángeles, se acercaba a paso lento hacia ellos. No llevaba ni sus armas ni sus ropas más exquisitas, solo una sencilla túnica blanca y unos brazaletes de madera. Y aún así destacaba por encima de todos, incluso del mismísimo Lucifer. Cuando el príncipe llegó a donde ellos estaban todos se apresuraron a hacer una rápida reverencia. A lo que Miguel, con su característico tono mesurado, les habló como si no fuera la cabeza de su ejército. —Por favor, pónganse de pie. No es necesario que hagan eso en mi presencia. No busco interrumpir, solo deseo unirme a ustedes. Él arcángel se sentó en la hierba verde, mirando el fuego con su expresión serena de siempre. Pero aún con la paz que irradiaba los demás se veían tensos, sin saber si sería apropiado mostrarse menos inhibidos ante el más noble de los arcángeles. Y Miguel, aunque serio, era perceptivo a eso. Miró a su derecha y los ángeles que sostenían copas de vino agacharon la cabeza mientras agitaban sus copas. Miró a su izquierda y la banda improvisada fingió enfocarse en afinar y limpiar sus instrumentos. Él arcángel bajó la mirada, distrayéndose con sus brazaletes, antes de levantarse. —Lo siento. Recordé que tengo asuntos de los que ocuparme en el palacio. Hizo una breve reverencia antes de darse media vuelta para alejarse. Lucifer no sabe porque, pero sus pies comenzaron a moverse por si mismos en dirección al arcángel. Algo dentro de él le murmuraba que era su oportunidad para acercarse al príncipe. Miguel estaba claramente vulnerable luego de ver la reacción de los otros ángeles. Podría acercarse a él, brindarle su apoyo y entonces... —Espera. Una mano tomó la muñeca de Miguel antes de que se alejara de la luz del fuego. El arcángel se dio la vuelta para ver de quien se trataba. Y se encontró con los ojos avellana de Gabriel. —No me diste la oportunidad de bailar contigo. Miguel parpadeo tres veces al oírlo. —Pero no hay música. La mano de Gabriel se deslizó hasta tomar la mano de Miguel suavemente. —Fui creado antes de que sonara la primera nota musical en el cielo, puedo bailar sin ella. Ambos volvieron a acercarse a la fogata y Gabriel se encargó de marcar el ritmo. Primero fueron vueltas suaves, luego acercaron más sus cuerpos y sus pies comenzaron a moverse a la par. Rafael se apartó de Asmodeus para pedir prestado uno de los instrumentos de la banda y ser el primero en retomar la música. Al ritmo de su canción se siguieron sumando los demás ángeles, volviendo poco a poco al ritmo animado de antes. Los demás también volvieron a retomar el buen ánimo, danzando en solitario o en pareja alrededor de la fogata. Radueriel incluso acompañó la música de los instrumentos con su bella voz, lo que contento aún más a sus hermanos. Pero Lucifer solo se quedó atrás, viendo a Miguel y Gabriel bailando juntos. Ambos mantenían sus expresiones relajadas mientras parecían conversar, pero sus ojos, en ellos brillaba una chispa única incapaz de ser ignorada. Y algo amargo burbujeo en el pecho de Lucifer, algo que no había sentido antes y probablemente no debería de haber sentido. En ese momento no había ninguna palabra para describirlo, pero esa fue la primera vez que sintió celos. —Si sigues apretando el puño así vas a atravesar tu palma con tus dedos. La voz de Paimon lo sacó de su trance. Ni siquiera había notado cuando se había parado a su lado. —¿Interrumpo algo? Parecías tener algo muy serio entre tú, tus pensamientos y tu mirada ardiente hacia Miguel. Él ángel de ocho alas hizo una mueca. —No estoy de humor, Paimon. —Oh, que lastima y yo que pensaba pedirte un baile —el pelinegro extendió su mano hacia Lucifer, quien solo la miró y volteó para otro lado. —Puedes bailar solo, yo me largo. Lucifer ni siquiera esperó una respuesta. Extendió sus alas y se alzó en el aire con un fuerte aleteo, subiendo hasta perderse en la oscuridad de la noche. Paimon lo vio irse. No parecía decepcionado o resignado, solo mostraba una calmada aceptación hacia la forma de ser de Lucifer. —Vaya, eres todo un aguafiestas, Lucy. Un ángel se acercó tímidamente hacia él, pero antes de que pudiera pedirle un baile Paimon se apresuró a mostrarle su palma. —No, gracias. No me interesa bailar.***
El suelo del hogar de Lucifer estaba cubierto de pedazos de cerámica rota, pues había pasado toda la tarde reventado vasijas con su honda para desahogar su frustración. —Ese estúpido cartero cretino. Giró su honda y la soltó en dirección a otra vasija sobre su mesa, rompiéndola por el impacto de la piedra. —¿Quién se cree para monopolizar así al príncipe de todos nosotros? —Preguntó frustrado mientras acomodaba otra piedra en su honda para volver a girarla. —¿Qué no es eso lo que hacen los amantes? La repentina interrupción distrajo a Lucifer, fallando su tiro y rompiendo una de las ventanas. —Vaya, que buena grieta. Se nota que habías girado con fuerza el cuero. —¡Paimon! ¿Qué haces aquí? El ángel del coro de los dominios se paseo por la habitación, recogiendo algunos de los fragmentos de cerámica del suelo para buscar sus pares. —Simplemente vine a verte, estuviste un poco desaparecido luego de la última fiesta. —Pudiste haber tocado —se quejó el ángel pelirrojo. —¿Para qué? Fuiste tu quien una vez me dijo que las puertas de tu casa siempre estarían abiertas para mi. —Pero hoy no es el momento para eso —Lucifer soltó la honda y se dejó caer sobre un sillón que había en la habitación— ¿y que quieres decir con eso de amantes? —Tú sabes perfectamente a que me refiero, Lucy —canturreo Paimon antes de lanzar los fragmentos que había recogido—. No es ningún secreto que Gabriel y Miguel comparten más que solo ser los ángeles predilectos del Padre. —Solo son rumores —se apresuró Lucifer a desmeritar sus palabras. —Lucifer, tu los viste, la intimidad qué ellos comparten no es algo que que se encuentre en una mera relación de compañerismo. El ángel de varias alas se quedó en silencio, pues sabía que si hablaba le soltaría palabras poco agradables a Paimon. Pero este último no parecía preocupado y siguió acercándose a él con un paso suave. —No tienes porque tomártelo personal, Lucifer, si Miguel no te eligió es su perdida, no la tuya. No debería de encerrarte para hundirte en tu herida interna. El aludido se sentó de golpe listo para reclamar por hablarle con condescendencia pero se detuvo al notar algo, un cambio en la figura de Paimon. —... ¿Ensanchaste tus caderas? —Oh, ¿lo notaste? —preguntó Paimon con un claro tono de halago—. Solo un poco, pensé que se me vería mejor, aunque nadie lo había notado hasta ahora. Lucifer se quedó mirándolo, la forma en la que su túnica ligera ahora se pegaba más a su curva, casi como si le quedara chica era extrañamente hipnótico para él. —Ya veo... Y, ¿puedo tener una mejor vista? Paimon le dio una sonrisa de complicidad, antes de levantar su túnica lavanda para él. Subió la tela lentamente, como si quisiera que se centrara en los pequeños detalles. Y funcionó. Cuando el borde de su túnica iba por encima de las rodillas Lucifer no pudo evitar notar algo. —¿En serio? ¿También hiciste más gruesos tus muslos? —¿No te gusta? Sentía que unas piernas delgadas no aportaban a mi nueva talla de cadera —respondió divertido, sin ningún ápice de vergüenza. Finalmente terminó de subir su túnica por encima de la cadera, dejándole una vista perfecta a su amigo. Lucifer observó el cambio. La curva suave de la cadera ya no estaba, había cambiado más su talla de lo que pensaba, la ropa lo disimulaba demasiado bien, tal vez por eso los demás ángeles del coro de los dominios no le habían reprendido por hacer algo tan superfluo. Extendió sus manos para tocarle. Su piel era fría como siempre, pues era muy diferente a la calidez natural de sus otros hermanos. Dejó que sus manos bajaran por sus piernas, apretando levemente los muslos de Paimon. —¿Te molesta que haga esto? —Para nada, Lucy. Si me molestara ya me habría quitado tus manos de encima. —¿Así que tengo un tanto preferencial? Vaya que soy especial —dijo con un tono de ligero sarcasmo. —Siempre lo tienes, al menos de mi parte. Por eso no he compartido ninguno de tus pensamientos y acciones más escandalosos que has tenido con ningún otro dominio. —Para eso te tengo cerca, tu siempre me solapas mis acciones. Paimon se burlo de su afirmación. —Claro, es solo por eso que tu también me das un trato preferencial, Lucifer. Él aludido ignoró a conciencia su comentario y se centró únicamente en explorar la nueva figura de su amigo. Sus manos acariciaron sus muslos por todos los ángulos, hasta subir peligrosamente por detrás, alzando su trasero. —Dime que no... —¿Quieres comprobarlo? —la diversión en su tono era más que palpable. —No es necesario. Estúpido superficial. —Mira quien habla. El señor "espejito, espejito, ¿quién es el ángel más hermoso y porque soy yo?" Una suave risa escapó de sus labios. Pero no le discutió y solo llevó sus manos volver a su cadera. Pero sus ojos se fijaron en en medio de su pelvis. El área de su entrepierna, por suerte, seguía igual que cuando lo vio desnudo por primera vez, su piel crema seguía perfectamente lisa en esa zona. Sin pensarlo mucho movió sus manos hacia esa parte, acariciando con la punta de sus dedos su piel. Paimon por su parte no reaccionó mal, en cambio lo miró con una ceja arqueada. —¿Qué haces ahí? No cambie nada en esa parte. —Lo se, pero podemos hacerlo ¿no? —Algunos lo hacen con sus parejas, ya sabes, para hacer lo mismo que el ganado sagrado hace cuando están en celo. —¿Tu qué escogerías? Entre eso que otros dioses llaman órganos "femenino y masculinos". —Ese es un término muy limitante, Lucifer. Ni tú ni yo somos precisamente hombre o mujer. —Ya se eso. Pero te estoy preguntando tus preferencias, ¿preferirías una vagina o un pene? —Tan directo. Honestamente no tengo preferencias, supongo que solo me adaptaría a lo que mi pareja desee. Lucifer frunció el señor al oírlo y retiró sus manos. —¿Siempre tienes que ser tan complaciente? —¿Ahora te molesta? —preguntó mientras dejaba caer nueva la falda de su túnica—. Siempre soy así contigo y nunca habías tenido objeción. ¿No me digas que te molestó que hablara de una hipotética pareja? —No digas estupideces. Solo pienso que deberías ser más firme. —Yo soy firme, con otros ángeles, solo que a ti te doy un trato especial que a otros no, te lo acabo de decir. Lucifer rodó los ojos, aunque eso no cambió la forma en la que su espíritu tembló al oír a Paimon repetir su preferencia por él. —Como sea, entonces tu solo cambiarías a lo que el otro ángel quiera. Yo no, yo se que elegiría tener un pene. —Ya veo. Lo tendré en cuenta. Los dos se quedaron en silencio. Paimon aprovecho para sentarse a su lado y recostar su cabeza en el hombro de Lucifer. Ninguno pareció interesante en decir algo y romper el momento, pero la mente de Lucifer seguía muy activa. “¿Lo tendré en cuenta? ¿Qué se supone que significa eso?" No queriendo quedarse con la duda se apartó un poco para mirar a su compañero a los ojos. —Paimon, si yo te pidiera algo, aunque sea muy extraño, ¿lo harías solo porque soy yo quien te lo pide? —Lo más probable es que si. ¿Ya tienes algo raro en mente? —preguntó con una sonrisa peligrosa en sus labios, como si él tuviera las mismas ideas que él. Lucifer se quedó mirando a la nada por un momento, tomando valor para inclinarse hacia Paimon y susurrarle tres simples palabras. —Conviértete en él... Paimon no necesitó más para entenderlo, era tan claro para él que era gracioso. —Eres tan predecible a veces, Lucy. Es hasta adorable. Él ángel no dijo nada. Solo lo miró mientras su largo cabello lacio y azabache se contraía, volviéndose rizado y aclarando su color hasta ser anaranjado. Su piel palideció más y unas encantadoras pecas adornaron su rostro. Y finalmente sus preciosos ojos azules pasaron a ser de un color verde brillante. Era él, una replica casi perfecta de Miguel. Casi. —¿Y bien? —preguntó con la misma voz de Miguel—. ¿Mi imitación está a la altura? Paimon rodeo su cuello con sus brazos, acercando su rostro peligrosamente al suyo. Y Lucifer no luchó contra él. —Luzbel —su apodo sonó tan dulce como la miel en la voz de Miguel—. Te elijo a ti, por sobre mi espada, por sobre mis títulos... y por sobre Gabriel. La mención de ese nombre fue suficiente para romper la fantasía en la que Lucifer se encontraba y se apartó con rapidez. —Él... él nunca haría eso. —¿Qué parte? —Paimon se volvió a recostar contra el sillón, dejando que su apariencia volviera a su forma original—. ¿Llamarte por tu apodo o decir que te elige por sobre Gabriel? —Ambas... Y sobretodo él no sonreiría así, no a mí. —Si, él siempre guarda esa sonrisa únicamente para Gabriel, lo había olvidado. Lucifer apretó el puño y le soltó un golpe a la pared hundiéndola por su fuerza. —¿Por qué haces esto? ¿Por qué no te enojas? Te he pedido que te transformes en otro ángel, te e tocado de una forma claramente inapropiada. ¿Por qué actúas como si no te molestara? —Porque no me molesta ya que se trata de ti, ya te lo había dicho. —¡¿Por qué?! —Porque me gustas. Creo que eso es bastante obvio. Lucifer se quedo paralizado, como si la revelación le hubiera caído como un rayo. —¿De verdad no lo habías notado? Vaya Lucy, con lo bueno que eres leyendo a otros me sorprende que te hayas tardado tanto en enterarte. Paimon si levantó y camino sin prisa hasta él. Lucifer no hizo el intento de moverse, hasta que Paimon quedó cara a cara con él, ahora que volvía a estar en su apariencia original volvía a ser unos centímetros más alto qué él. Él ángel de varias alas sostuvo la mirada sin pestañear. —Creí que solo eras más adulador que mis demás admiradores. —¿Adulador? Vaya eufemismo para lo que te permito hacer. Pero está bien, yo sabía con que clase de cabeza dura me metía cuando dejé qué mis sentimientos por ti florecieran. Hubo un breve silencio entre ellos. —... ¿Cuándo comenzó...? —Supongo que cuando te escuché cantar aquella vez bajo el árbol. —Ese fue nuestro segundo encuentro. —Y tu comenzaste a rogar por una sola mirada de Miguel después de mirarlo a lo lejos, ¿cuál es tu punto? Lucifer se frotó los ojos frustrado. —Todo esto, todo lo que me has permitido, ¿ha sido solo porque te gusto? —No es solo porque me gustes —lo corrigió— es porque te escogí a ti. Pude simplemente ignorar mi primer enamoramiento hacia ti y dejar que se marchitara con el tiempo al ver que no eran correspondido. Paimon tomó a Lucifer del mentón, haciendo que este lo mire a los ojos. —Pude librarme de cualquier sentimentalismo hacia ti, superarlo y esperar a conocer otro ángel el cual si pudiera aceptar mi afecto. Pero no, quise cultivar mis sentimientos por ti y dejar que se arraigue en mi. Lucifer lo miró consternado, casi espantado. Los ángeles podían tener varios intereses románticos, pero podían dejarlos pasar si veían que estos no eran correspondidos hasta encontrar a alguien que los ame de vuelta y por quien trabajar ese interés hasta que fuera un amor profundo que dure por siempre. —¿Y por qué harías algo tan estúpido...? La sonrisa de Paimon se suavizo y su mirada dejó de ser afilada por una vez. Lucifer nunca antes lo había visto con una expresión tan suave como esa. —Porque lo que dije hace un momento no fue un acto. Te escogí a ti, Lucifer, por encima de todo y todos. Ambos ahora estaban tan cerca, más que cuando Paimon llevaba la apariencia de Miguel. Incluso podía sentir su aliento en su piel. Por un momento, Lucifer se quiso dejar llevar y cerró sus ojos, esperando la sensación de los labios de Paimon. Pero solo sintió su cabeza caer cuando Paimon soltó su mentón. —Pero eso no quita que soy consciente de que tu entregaste tu espíritu y tu vida a alguien más. Pero eso es lo que esperaba, no necesito que me correspondas para amarte hasta las últimas consecuencias. Lucifer pareció recién salido de un trance y no tardó en en recuperar la compostura. —Eres una serpiente, Paimon, tomándome con la guardia baja de esa manera... El ángel le guiño el ojo con complicidad. —Pero a poco no distraje tu mente del enojo que te llevó a hacer ese desastre —le respondió, señalando el desastre de cerámica rota qué aún estaba en el suelo. —... Si eso era todo lo que querías lograr pudiste simplemente ponerme a barrer... Paimon soltó una sonora carcajada. —Lo tendré en cuenta la siguiente vez, el cabello rizado no me gusta tanto como para hacer eso cada que te molestas —se acercó a la puerta a la puerta que daba al pasillo para retirarse, pero no sin antes despedirse—. Nos veremos mañana, Lucy. ¿Nuestros planes para esta semana siguen en pie? El ángel pelirrojo lo pensó. ¿Podría seguir viendo a Paimon a los ojos como siempre luego de esto? ¿Podría actuar como si esto no hubiera pasado y seguir adelante? La respuesta era clara. Si podía. Si eso significaba aún contar con Paimon a su lado hoy y siempre. —Si... Seguro, sigue todo en pie. —¡Excelente! Que descanses, Lucifer, se nota que lo necesitas. La puerta se cerró tras él al salir. Dejando a Lucifer solo en medio de un desastre de vasijas rotas, una ventana rota y una pared hundida. Tal vez le pediría ayuda a los sus admiradores entre los ángeles. Estaban tan deslumbrados por él que seguramente limpiarían toda su casa sin pedírselos únicamente para estar cerca de él.***
Lucifer se encontraba en la biblioteca de Stolas. Leyendo los libros que hablaban del exterior, de los otros dioses que reinaban en sus propios terrenos. La idea para él era tanto extraña como interesante. Para los ángeles solo había un Dios, un rey sobre todos ellos, su Padre. Pero en otro lugares había varios que tenían poder sobre su creación, aún si en muchos casos la mayoría obedecía las ordenes de uno. Eso lo dejó pensando. De haber alguien más que pudiera sentarse a la misma altura del trono del Padre, ¿quién sería? O incluso... ¿Quién sería capaz de sentarse en el trono del Padre. —Ese libro parece muy interesante, no le has quitado a vista ni un segundo. Lucifer se exalto al oír esa voz a su lado. —¡Paimon! ¡No hagas eso! No me gusta que me tomen desprevenido. —¿Tú, desprevenido? Eso es nuevo, ¿qué te tiene tan centrado en tus pensamientos? El ángel miró a Paimon. Como si buscará en sus ojos algo que le confirmara qué podía confiar en él. —Estuve pensando últimamente... —admitió finalmente— sobre nuestro rol destinado. Somos la creación del Padre, sus hijos, nuestro poder es una extensión del suyo y actuamos según su voluntad... ¿Y eso es todo lo que somos? Paimon inclinó la cabeza. Sus ojos brillaban con anticipación al escucharlo, sin intensión de interrumpirlo. —Ya una vez te había dicho algo como esto. Y esa vez también dudé en compartirlo contigo aunque luego me escuchaste con la misma atención que ahora —sonrió sin ánimo genuino. Como si estuviera decepcionado de repetir ese ciclo otra vez—. Y en ese momento me preguntaste qué quería hacer al respecto... —Y ya tienes tu respuesta —dijo el ángel de largos cabellos. No como una pregunta, sino como una afirmación. —La tengo. Mi respuesta es que podemos ser más. Somos miles y Él solo es uno, somos su creación más maravillosa. Yo soy su ángel más glorioso, más brillante... Y puedo usar mi luz para alzarnos para reclamar lo que se nos es negado. Paimon se acercó a su rostro, con el mismo brillo fascinado qué tenía cuando lo escuchó cantar por primera vez. Cuando dejó que la voz de Lucifer lo en volviera como ahora. —¿Y qué es eso que se nos niega Lucifer? ¿Qué es aquello a lo que apuntas? Las gemas y adornos en las alas de Lucifer tintinearon cuando se inclinó más cerca de Paimon para susurrar a su oído. Hablando tan bajo pero peligroso que parecía una serpiente que hace un ruido de advertencia antes de atacar. —La divinidad. Seríamos más que Dios, Paimon. El cuerpo de Paimon tembló. Y por un momento sus fuerzas fallaron, teniendo Lucifer que sostenerlo. —Y... de entre todos los ángeles. ¿Por qué es a mi a quien le revelas todo esto? Lucifer tomó su rostro, levantándolo para verlo a los ojos y había ternura en su mirar. No como quien mira a un ser amado. Sino como los ángeles que servían de pastores para el ganado divino miraban al cordero que les seguía fielmente, sin prevenir que serían sacrificados en las ofrendas al Padre. —Porque quiero que estés a mi lado. Como mi mano derecha, como el único en el que puedo confiar. —Hablas de tus planes para mi con tanta seguridad de que voy a desempeñar ese papel. —¿Y a caso me equivoco al pensar que me seguirás? Si pregunta más que genuina tenía un ligero toque de burla, pues él conocía que tan profundo era el vínculo que Paimon tenía por él. Y en efecto había acertado, pues Paimon agachó la cabeza con una sonrisa. —Tu seguridad siempre es tan envidiable. Por eso te seguiría hasta el fin de la creación, nadie más que tú podría tener un pensamiento tan radical que encienda el fuego en aquellos que te rodean. Lucifer tomó su mano y la apretó con convicción. —Y esto es solo el comienzo. Eres el primero d muchos que se unirán a mi causa —sus ojos se desviaron a Stolas. Que estaba organizando los pergaminos en las estanterías, completamente ajeno a la traición que se discutía a unos metros de él—. Y muchos no eran mus difíciles de convencer. El dominio volteó a ver en la dirección en la que Lucifer había enfocado su mirada. Y su rostro se torció en una mueca confundida. —¿Stolas? ¿De verdad? Pasar de mi a un ángel que se la vive entre pergaminos viejos es francamente una bajada de estándares muy grande, Luzbel. La mención de su apodo le sacó una sonrisa pícara. —Confía en mi, Paimon, conozco el corazón de nuestros hermanos y se que todos anhelan algo aunque muchos lo nieguen. Stolas, por ejemplo, esta hambriento del conocimiento que Dios revela solo a Metatrón. El cree que es discreto cuando oculta ciertos pergaminos para él mismo. —¿Y es este tipo de ángeles los que piensas reclutar? ¿Tontos que no saben siquiera esconder bien un rollo de papel? —Claro que no —le aseguró Lucifer mientras se levantaba para acercarse al ángel bibliotecario—. Pienso a apuntar a un ángel muy especial para nuestra causa. —Si mi intuición es correcta, y sé que lo es, estas yendo por un pez muy gordo. —Lo hago. Pero sabes que puedo ser muy persuasivo. Su sonrisa siniestra se suavizo a algo menos malicioso. Volviendo a su sonrisa meramente arrogante de siempre, mientras se acercaba a Stolas con los brazos extendidos y un tono de voz casi seductor.***
Lucifer se coló por las ventanas del palacio de Miguel. Aunque estaba lleno de sirvientes la protección del lugar era nula, después de todo ¿que ángel tendría la fuerza para proteger al líder de la milicia celestial? Caminó a paso sigiloso por los pasillos, permaneciendo fuera de la vista de los sirvientes para que estos no dieran aviso al propio Miguel de su presencia. El palacio era enorme, los pasillos parecían extenderse conforme caminaba y las puestas daban a un sin fin de habitaciones que de alguna manera eran tan distintas qué no repetían ni siquiera los adornos de sus muebles. —Maldición. ¿Cómo es que encontré antes la bóveda con las ofrendas para el santuario antes que su habitación? Anduvo vagando por los pasillos sin tener una verdadera idea de a donde iba, pues ni siquiera sabía si la habitación de Miguel se encontraba en las plantas superiores o inferiores. Pero por un golpe de buena suerte se topó de frente con un pasillo qué daba a una puerta dorada con un relieve que formaba la imagen de un ángel sosteniendo una espada frente a él y una corona de estrellas sobre su cabeza. —Que no se note que eres el niño favorito del padre —bufo con sarcasmo. A las orillas del pasillo había algunas armas recargadas contra la pared, Lucifer vio espadas, lanzas y escudos mientras caminaba por el pasillo. Probablemente era de los guardias que solían custodiar el cuarto del príncipe. —¿Por qué dejarían sus puestos? Esos tipos se nota a leguas que están dispuestos a morir por Miguel si hace falta. Lucifer se acercó suavemente a la puerta, pero unos jadeos al otro lado lo hicieron parar. Todo el calor había abandonado su cuerpo dejándolo frío, no era un ángel ignorante, sabía que era ese sonido. Con el mayor cuidado que había tenido nunca arrastró la puerta sin hacer ningún ruido. Aunque por lo que vio en el interior del cuarto supo que aunque la hubiera derribado ni siquiera lo hubieran notado. Pues Miguel se veía más centrado en recibir la polla de Gabriel en su coño. Gabriel azotaba su pelvis contra el culo del ángel de cabello anaranjado. Sus manos apretaba fuertemente su trasero alzado hacia él, incluso sus pecas en los glúteos palidecían en comparación con el enrojecimiento de su piel por el agarre firme del arcángel. El intruso de cabello jengibre no supo que hacer. Sentía algo ácido burbujear en su interior, algo que lo hacía hervir de rabia... Y de excitación. Ver a Miguel así, tan sometido y degradado debajo de otro ángel, aunque se tratara de Gabriel despertó algo en él. Antes de que siquiera se diera cuenta sintió su túnica volverse incomoda en su parte inferior. Al bajar la vista se sintió casi avergonzado de si mismo. Había dejado surgir un pene erecto que ya goteaba de la punta suplicando ser complacido también. Pero no podía acercarse y follarse también a Miguel, aunque lo deseaba, pero pensó que al menos podría satisfacerse a si mismo, mientras veía al nombre guerrero ser cogido con ímpetu. Así se arrodilló y dejó sus manos jugar un poco con su nuevo miembro, mientras toda su atención seguía centrada en la escena frente a él. —Miguel, eres tan bonito. No creo poder resistir más. Un jadeo ahogado salió de los labios de Miguel mientras se aferraba a las sábanas. —E-eso dijiste antes y no, ¡ah! No te detuviste aún después de venirte. Él ángel de rubios cabellos se inclinó mas sobre él hasta poder abrazarlo por la cintura. En esa pose parecían más una pareja de lobos en celo que los nobles ángeles del Señor. Lucifer al ver eso frotó más firmemente su miembro. Tapándose el mismo su boca para no delatarse. Hacer esto no dudaba que le podría costar la vida pero eso solo lo hacía más emocionante de una manera extraña pero sensual a sus ojos. —¿Y a caso me culpas? Cuando eres tan encantador. —Es falso, Gabriel, lo sabes —logró formular el príncipe mientras se dejaba abrazar por su pareja—. Mi forma a-antropomórfica no es más que una ilusión tangible. —No es eso de lo que hablo. Me refiero a tu forma de ser, tu amabilidad, tu valentía, la forma en la que siempre volteas a ver a los ángeles más humildes. Él arcángel se estaba deshaciendo en halagos sobre su pareja, de una manera que casi desentonaba con la forma en la que seguía golpeando su coño ya goteante de semen. Las pupilas de Lucifer se dilataron mientras acercaba más su rostro a la abertura en la puerta. Su mirada se enfocaba totalmente en Miguel. La forma en la que él se apretaba alrededor de la polla de Gabriel y como arqueaba su espalda en consecuencia era sublime. Pero también lo mataba de envidia, quería que Miguel estuviera así por su causa, quería ser él quien reclamara su cuerpo. Tal vez si tuviera su propio trono como Miguel podría conseguirlo. Mientras tanto las manos de Gabriel se deslizaron hasta el pecho de Miguel, donde habían aparecido unos pezones rosados ya firmes y empezó a juguetear con ellos, pellizcandolos un poco en el proceso. —¡Ah! ¡Ga-Gabriel, espera! —No puedo, no cuando estas así ante mi. Quiero tener todo de ti, mantenerte solo para mi —se inclinó hacia adelante, dejando sus labios cerca de la oreja de Miguel—. Si por mi fuera, te haría un hijo ahora mismo, ¿te gustaría eso, llevar dentro de ti la luz de nuestro hijo? Lucifer tuvo que morderse la lengua para no gritar en contra. ¿El haciéndole un hijo a Miguel? ¡Nunca! Ese privilegio debía de ser para alguien mejor, alguien digno, alguien como él. Pero las pupilas de Miguel se dilataron al oírlo. Un hijo suyo y de Gabriel, una vida creciendo en él fruto de su unión con Gabriel. Tal vez era por estar tan sensible luego de ser embestido repetidamente por Gabriel pero la idea sonaba como un sueño. —Si... —¿Cómo dices? Dilo alto y fuerte. —¡Si quiero! —exclamó Miguel, girando la cabeza para intentar ver a su amado a los ojos—. ¡Quiero eso, Gabriel, quiero una familia contigo, una vida contigo! Las palabras del príncipe se sintieron como una soga alrededor del alma de Lucifer, que lo apretaba tanto que hasta dolía. Pero los arcángeles eran indiferentes a lo que él sentía. Pues nada tenía que esta haciendo ahí, de rodilla detrás de la puerta, espiándolos mientras follaban y él se masturbaba. Una sonrisa satisfecha se formó en los labios de Gabriel al oír al príncipe hablar así. Tan necesitado, tan ansioso, pero sobretodo, tan seguro de quererlo. —Entonces te lo daré, te daré todo para que tengamos esa vida juntos. Esa que ambos deseamos. Gabriel ocultó su rostro en el hombro de Miguel, dejando besos amorosos en este mientras aún embestía su coño, más rápido y más ansioso, ya tan cerca del clímax. Y dando una suave lamida a su piel pálida, lo mordió, no con agresividad pero si con firmeza, dispuesto a dejar una marca visible que delatara ante todos que el príncipe y él ya habían consumado su unión. Miguel soltó un gemido ahogado y sus paredes vaginales se contrajeron, apretando más la verga de Gabriel. En ese momento el ángel no puedo esperar más y volvió a correrse dentro de su coño. La respiración de Lucifer también se volvió pesada. Se arqueo hacia atrás mientras eyaculaba encima de su propia túnica. En un intento de no dejar rastros de su presencia aquí si salpicaba el suelo. Miguel jadeo mientras el exceso de esperma escurría por por sus piernas, temblando y a penas pudiendo mantener sus caderas alzadas con Gabriel encima de él. Y Gabriel tampoco estaba mejor, él también había agotado sus energías y como pudo sacó su miembro, aunque la vagina de Miguel aún se apretaba a su alrededor, como si quisiera ordeñarlo más y no desperdiciar ni una gota de su semen. Ambos ángeles cayeron rendidos. Gabriel se volcó al lado derecho de la cama mientras que Miguel se desplomó sobre las mantas desordenadas y manchadas de su lado. Ambos ángeles jadeaba en busca de recuperar el aliento, habían sido hechos para montar guardia si descanso, trabajar día y noche sin sentir algo de sueño durante meses. Pero el sexo no era algo que si Señor hubiera tenido en cuanta mientras lo creaba, así que era lo único que podía dejarlos sin aliento. Miguel respiraba pesadamente, aún sin poder acomodarse bien pues sus piernas solo temblaban y sus manos estaban agarrotadas por haberse aferrado tan fuertemente a las sábanas. Pero la mano de Gabriel lo ayudó a al menos quitarse el cabello húmedo de la cara. —¿Estás bien? Los ojos verdes y cansados del arcángel se fijaron en su pareja, ya no tenía su expresión de deseo o pasión, ahora se veía tan preocupado por él. Y se veía muy lindo así. —Lo estoy. —Lamento si fui demasiado rudo o intenso. —Intenso es poco después de que hayas afirmado qué me ibas a dejar embarazado. Gabriel sonrió, divertido. —Ven aquí —con suavidad tomó a Miguel de la cintura y lo acercó a él, dejando que su pareja recostar a su cabeza en su pecho—. Siempre me siento honrado de poder tener estos momentos contigo, de tenerte como la primera vez. Las mejillas de Miguel se tiñeron de un suave tono rosado al oírlo. —¿Cómo puedes hablar tan dulcemente luego de haberme hablado con tanta pasión? Gabriel se encogió de hombros. —Soy el mensajero de nuestro Padre, las palabras son lo mío —Gabriel dejó un beso en su cabeza y lo tomó de la barbilla para mirarlo—. Te amo. Los ojos verdes de Miguel brillaron al oírlo. —También te amo... El mensajero sonrió y volvió a besarlo pero ahora en su frente. —Te amo —luego lo besó en la mejilla—, te amo —en su nariz—, te amo. Miguel se movía más nervioso con cada beso. —¡Gabriel, ya entendí! Yo también te amo. —Pero quiero dejarlo claro, que no haya ninguna duda que cada caricia, cada beso, cada palabra que te dije mientras lo hacíamos fue por mi total amor hacia ti, que no amo porque te deseo, sino que te deseo porque te amo. Gabriel siguió besándolo, en sus manos, sus hombros, su cuello y su pecho, hasta finalmente acabar en sus labios, ambos abrazados y correspondiendo el gesto con gran cariño y amor. Lucifer no pudo más, se levantó y cerró la puerta conteniendo sus ganas de azotarla. Camino de regreso por los pasillos ya sabiendo bien por donde estaba la salida. Su pecho ardía, estaba furioso, estaba humillando y algo más. Una pequeña voz en su cabeza le susurró una palabra que no conocía pero que parecía describir su sentir. Eran celos.***
Iniciar una guerra contra el creador de la realidad de Lucifer sonaba mejor en su cabeza. Porque en lo que llevaban de conflicto no dejaban de perder terreno cada vez más. ¿Y lo peor? Que Él ni siquiera había hecho acto de presencia, su existencia llegaba cada rincón del paraíso en el que vivían los ángeles pero su presencia ya no estaba con ellos, con Lucifer y sus renegados. No podían sentirlo. Era una batalla qué iniciaron contra Él y ni siquiera les dio el beneficio de enfrentarlos. En cambio, lanzó su espada viviente contra ellos, su ángel más amado, su creación más noble, su "peón glorificado" como lo llamaba Lucifer, Miguel. Lo soltó en el campo de batalla, sin imbuirle en su poder divino, sin darle un equipamiento mejor que el que le dio el día que lo creó. Solo le dio una única misión. "Que caigan". Y lo estaba logrando. Aún enfrentándose a un espíritu por debajo de Yavé estaban perdiendo miserablemente, aplastados literal y figurativamente bajo los talones del príncipe y su glorioso ejército. Lucifer estaba en la base principal que habían hecho en las zona más apartada del que antes fue un paraíso glorioso, que ahora estaba chamuscado y ardiendo por el fuego de las armas de los ángeles. Revisaba los informes de sus más grandes generales con una copa aún intacta en su mano, solo meneando el vino,como si él movimiento constante lo pudiera distraerlo de la humillación tras humillación qué estaba leyendo. ¿Belial? A penas huyó del filo de la espada de Gabriel. ¿Bael? No tuvo oportunidad contra Uriel. ¿Zagan? Él y sus tropas fueron rodeados por Semyazza, Azazel y sus ángeles. ¿Asmodeus? Aquellos a su cargo fueron arrasados por Rafael y sus ángeles, los jodidos enfermeros del bando de Miguel. Era vergonzoso, era penoso y era malditamente frustrante. Ni siquiera Paimon le había traído mejores resultados en sus enfrentamientos contra los ángeles leales. Y hablando del mal. Escucho los pasos ligeros qué ya conocía a la perfección entrar a su carpa pero no le dirigió la palabra. —Traigo malas noticias. —Solo dime que traes noticias, ya se que siempre son malas. —Contigo la esperanza es lo primero que se pierde —aun con esas palabras tan pesimistas, el ánimo de Paimon seguía medido. No se dejaba llevar por la situación tan desesperada en la que estaban—. Los leales terminaron de hacer añicos nuestra última base en la zona del manantial. Era nuestra última defensa para no quedar rodeados. —Pero ahora solo queda esta base, no tardarán en venir por nosotros por todos los frentes. El tono de Lucifer era frío, casi desprovisto de emoción, como si todas las derrotas lo hubieran dejado entumecido al fracaso. Pero Paimon lo conocía mejor que eso. —Así es. Nuestras fuerzas aún se están recuperando, pero ya están volviendo a tomar las armas para defender el perímetro. Y finalmente explotó. Lucifer apretó la copa y la estrelló contra el suelo. —¡Entonces a esto se reduce! ¡A una última defensa desesperada, a dar patadas de ahogado mientra esperamos que Miguel venga y nos atraviese con su espada en llamas! ¡¿Es así como acaba mi existencia antes llena de gloria?! —Al menos podrías tener la decencia de mantener la compostura para enfrentar a tus ángeles qué siguieron tus promesas. —¡Eran mentiras, Paimon! —exclamó, ardiendo en rabia— ¿De verdad creíste que iba a compartir una victoria con esos inútiles? No dudaron en seguirme con unas cuantas palabras bonitas, ¡no son dignos de acompañarme en la grandeza de tomar el trono de un Dios! ¡Ni ellos, ni tú, ni nadie! Incluso Miguel no sería más que un concubino glorificado a mis pies. Los ángeles no necesitaban del aire, pero en ese momento el pecho de Lucifer subía y bajaba mientras jadeaba, como si el aire se escapara de unos pulmones qué ni siquiera tenía. Paimon se quedó en silencio, solo viéndolo hasta que finalmente pareció quedarse más calmado. —¿Ya terminaste? Él no lo miró, solo se quedo mirando al suelo ya sin energías para discutir. —Vamos a perder, Paimon —dijo con voz débil—. No tenemos forma de vencer a Miguel y sus tropas, te traje a una guerra qué es imposible ganar... —Oh, Lucifer... —Paimon tomó el rostro de Lucifer entre sus manos—. Eso ya lo sabía. Lucifer levantó la vista sorprendido. —¿De que hablas? —Siempre supe que era imposible ganar. Miguel fue hecho por y para la guerra, no dudo que incluso hubiera sido creado para este preciso momento. No podríamos ganarle nunca y menos con Yavé con una mirada fija en el futuro, en sus propios planes. El líder de la rebelión estaba conmocionado. —¿Entonces por qué te uniste? ¡¿Por qué me seguiste si sabias que ibas a apostar por el lado perdedor?! —exclamó alterado. —¿No te lo había dicho ya? —Paimon acercó su rostro al de Lucifer, mirándolo con sus hermosos ojos almendrados—. Porque estoy dispuesto a amarte hasta las últimas consecuencias. Lucifer lo miró perplejo. Lentamente, una sonrisa torcida apareció en su rostro mientras se reía por lo bajo, pero luego subió y subió hasta ser una carcajada completa. —¡¿Hasta las últimas consecuencias?! ¡Eres un idiota, Paimon! ¡El mayor idiota que he conocido! —su risa crecía, pero también las lágrimas se acumulaban al borde de sus ojos—. ¡Yo ni siquiera te amo como tu lo haces! ¡Te haz condenado por un amor que no te llevará a ningún lado! —Lo se —dijo con toda la tranquilidad del mundo. Extendió sus manos para tomar el rostro de su líder, que se quedó quieto ante su toque—. Pero es así como lo deseo, prefiero afrontar el destino que venga a tu lado, que permanecer impune pero alejado de ti. Los ojos marrones de Lucifer estaban fijos en él, sin siquiera parpadear. —... Eres... Tan malditamente obstinado y terco... Algunas lágrimas cayeron por su mejilla, pero los dedos de Paimon ya estaban ahí para secarlas. —Aprendí del mejor.***
La sensación del suelo abriéndose bajo sus pies no era nada agradable. Para Lucifer era una sensación casi tan horrible como sentir la espada de Miguel atravesar su alma e hiriéndolo tan profundamente que incluso su apariencia quedó mutilada para siempre. En el cielo la gravedad nunca fue un concepto válido. Podían usar sus alas para volar o simplemente moverse por el cielo en espíritu puro. Pero ahora una fuerza más grande que la gravedad los arrastraba fuera del plano superior. Atravesaron una luz cegadora. Luego la oscuridad más absoluta. Luego unas inmensas puertas de oro y plata a sus costados. Y finalmente lo sintieron, un aire caliente y seco. Habían descendido a la zona más estéril del infierno. Los renegados cayeron como meteoritos, levantando tierra y rocas con su impacto. Pero el último en caer, Lucifer, fuel el que cayó más fuerte que todos. Cuando su cuerpo impactó en la superficie la tierra tembló. El cráter qué dejó fue profundo y su cuerpo estaba entumecido. Como pudo movió sus manos hacia su espada, esperando encontrar la sensación familiar de sus hermosas ocho alas. Pero para su horror solo sintió dos, y por debajo y encima de estas seis cicatrices, tres de cada lado, donde una vez estuvieron sus alas. Dejó caer su mano y paró de intentar levantarse. ¿De que servía ya? Había fallado, había luchado una guerra que estaba perdida incluso antes de que siquiera pensara en ella. Logró darse la vuelta sobre si mismo para ver el "techo" sobre ellos, y las grandes y pesadas puertas del infierno cerrarse tras haber caído todos. Pero no reaccionó a eso, pues estaba cansado, demasiado cansado. Tanto, que podría cerrar los ojos y dejarse convertir en polvo. Pero un descanso era demasiado bueno para él. Unos alaridos de dolor lo hicieron abrir los ojos de golpe. El sonido seguía en aumento, las voces de sus ángeles uniéndose en una cacofonía de aullidos y gritos de dolor. Pero entre todas hubo una qué el reconoció, un grito agudo qué nunca esperó, ni quiso, escuchar alguna vez. —¡Paimon! A duras penas pudo incorporarse para arrastrar se fuera del cráter. Y lo que vio al asomarse a donde había escuchado el grito de Paimon fue demasiado grotesco hasta para él. Sus compañeros, sus ángeles, se retorcía de dolor mientras sus formas cambiaban, mientras que unos pocos que se mantenían aparentemente inmunes los miraban con horror. Los cuerpos de esos ángeles malditos se estiraba, se hinchaban y se torcían, estallando de ellos fluidos que iban desde la sangre hasta la pus. Su piel se volvía tangible mientras caía, arrugándose como si envejecieran a su edad real. Su nueva carne se abría, para dar paso a ojos, bocas, lenguas y genitales en lugares donde no deberían estar. Y lo veía, todos lo veían directamente a él. —¡¡¡Lucifer!!! Chillaron muchos al unísono. —¡¿Qué hiciste?! —¡Esto no era lo que prometiste! —¡Te seguimos por la gloria! ¡Nos diste tu palabra! —¡Mira, míranos! ¡Ve lo que nos haz hecho! Uno de esos ángeles mutados se arrastró hacía él. Con úlceras en su piel y sus extremidades tan largas y huesudas qué temblaba con cada paso, pero aún así extendiendo su mano hacia Lucifer. —Esto es tu culpa... ¡Todo esto fue tu culpa¡ Lucifer pareció estar en un trance mientras procesada todo lo que pasaba. La derrota, la caída, la sensación de dolor, los cambios de sus tropas. Hasta que sintió la mano esquelética qué el renegado puso sobre su cuello. Y entonces vino la ira en respuesta. —¡No me toques! Lucifer golpeó el pecho de aquel infeliz con la palma abierta, con toda la fuera y furia qué tenía acumulada en ese momento. Y el cuerpo de ese ser que antes fue un ángel explotó. Su carne y su sangre mancharon a todos a su alrededor y a la tierra seca. Tal fue el impacto que nadie prestó atención a como las vísceras qué cayeron al suelo comenzaban a burbujear, tomando forma de pequeñas criaturas cornudas y rojas. —¡Malditos ingratos! ¿Dicen que fue mi culpa lo que les pasó? ¡Ya olvidaron cuando aceptaron encantados mis propuestas con sus ojos brillando en deseo! Nadie dijo nada, no porque no quisieran, sino porque tenían por sus pellejos. Aún habiendo sido el que cayó con más fuerza, Lucifer no había perdido ni un poco de su ya de por si imponente presencia qué tenía en el cielo. —Así me gustan más... Callados y sin molestar. Ahora, ¿dónde está él? Sabiendo bien a quien se refería todos se hicieron a un lado, dejando ver a Paimon. Sin sus alas y encorvado por el dolor, si. Pero aún tan malditamente hermoso. —Paimon... —Lucifer se apresuró a ir a su lado—. Menos mal. No te volviste grotesco tu también. Pero cuando Lucifer estuvo lo suficientemente cerca para verlo notó algo. Una cola peluda de león qué se agitaba bajo su túnica... Y un flujo contaste de sangre que caía por sus piernas. —... ¿Qué cosa en ti ha cambiado? Paimon sonrió sin humor. —Créeme, no es algo que te gustaría que te diga en público... Antes de poder responder unos gritos de guerra se escucharon a lo lejos. Aquellos caídos del cielo alzaron la mirada, solo para mirar con horror como más tropas de ángeles se dirigían volando hacia ellos. Pero no eran los ángeles cubiertos de luz y gloria de Miguel y su ejército. Oh, no. Este era el ejército sin misericordia de Yavé, los ángeles que designó a vivir en las zonas intermedias del infierno, a la espera de la caída de las creaciones condenadas. Era el ejército de ángeles de la destrucción del arcángel Abaddon. Y estaban ansiosos por finalmente cumplir su misión Los caídos se apresuraron en huir. Las luchas y recriminaciones pasaron a un segundo plano ante el pánico de caer víctimas de los ángeles más inclementes de Yavé. El aleteo de los ángeles de Abaddon se escuchó más cerca conforme descendían. Los más emocionados por cumplir su propósito se dejaron caer sobre los pequeños seres rojizos y cornudos qué habían surgido de la carne reventada de aquel ángel mutado qué Lucifer había asesinado. Aunque de la tierra manchada por la sangre del "ángel" original seguían saliendo más y más de esas cosas, sirviendo como una distracción momentánea. Paimon miraba todo desde la distancia que había puesto entre él y lo ángeles. Pero sus piernas aún temblaban y no había podido avanzar suficiente para esta a salvo de ellos. Por un momento, el pensamiento de que sería atrapado y moriría en sus manos cruzó su mente. Pero la sensación de un agarre firme sobre él lo hizo quitar la mirada de las filas de Abaddon. —¡¿Qué haces ahí parado?! ¡Muévete de una vez! —... Mis piernas me duelen, Lucifer, no se si soportaría la carrera como los demás. —¡No me salgas con esas estupideces! —su voz era de pura frustración, pero en vez de actuar con violencia como solía hacer cuando se frustraba levantó a Paimon en sus brazos para huir del lugar— ¡Cuando salgamos de esta me vas a deber una muy grande! Paimon solo lo observó, antes de mirar por encima del hombro de Lucifer. Algunos de sus ex aliados ya había sido atrapados por Abaddon y los suyos. Ellos no tuvieron piedad, tiraban de su piel hasta degollarlos aún vivos, algunos se resistían, pero eso solo hacía que se ensañaran más con ellos. No pudo seguir viendo el macabro espectáculo, pues una de las alas de Lucifer cubrió su vista al abrirse. —Correr es lento... Necesitamos altura... —su voz era pausada, pues trataba de concentrarse en intentar manejar solo dos alas en vez de ocho y sobreponerse así al dolor que le causaba el moverlas. Paimon abrió los ojos con sorpresa. —Lucifer, aún estar herido. Aún si vuelas no podrás ir muy lejos. —¿Y? La caída no puede ser peor que la que ya tuvimos. No hubo tiempo para discutir. Se escuchaba las voces de los ángeles cada vez más cerca, pues ya habían terminado de jugar con sus primeras presas. La urgencia hizo que Lucifer agitar a sus alas fuertemente intentando alzar el vuelo mientras aún corría. El dolor quemaba como si él filo de la espada ígnea de Miguel aún estuviera clavada a su piel. Pero no paró, siguió corriendo, siguió aleteando y se aferro fuertemente a Paimon que estaba en sus brazos mirándolo con sus ojos de un azul claro y brillante como el cielo que los había dejado caer. Y por un momento sus pies se elevaron de suelo para volver a pisar la tierra. Y otra vez. Y otra vez. Elevando se más con cada intento hasta que, finalmente, pudo mantenerse en el aire. No se elevó hasta las alturas ni se movió a la velocidad del rayo como antes. Pero fue suficiente para ponerlos a salvo. Paimon lo miró. Sus ojos inundados por una admiración absoluta mientras veía el rostro concentrado de Lucifer. Y esa mirada no pasó desapercibida para Lucifer. —... ¿Ahora que tanto me vez? —Nada, solo estaba pensando... —levantó su mano para acomodar un mechón rojizo que cubría el rostro de Lucifer detrás de su oreja—. En que hice bien en seguirte. —¿Es eso un intento de sarcasmo? —Para nada, esta vez estoy siendo muy honesto aquí. Después de todo, me haz vuelto a demostrar porque te seguí en primer lugar —se acurrucó en su pecho, respirando profundamente como si hubiera estado conteniendo el aliento—, pues no hay un ángel más especial y testarudo en el cielo o el infierno como tú. Los ojos marrones de Lucifer lo miraron brevemente. La expresión de Paimon en su pecho era de tranquilidad absoluta, como si en este momento no estuvieran peligrando todavía sus vidas. Como si confiaba en que con Lucifer a su lado todo saldría bien de una forma u otra. Y era porque en verdad lo pensaba. No se molestó en discutiré o siquiera en burlarse. Solo volvió a enfocar su vista al frente, hasta alejarse por completo de sus ahora ex hermanos. Ya entonces pensaría en un plan para sobrevivir al siguiente día. Por ahora, solo se enfocaría en poner a Paimon y a él a salvo.***
"Hermano Lucifer. ¡Por favor, cante una vez más...!" "... Solo ha sido un pensamiento que he tenido últimamente." "No me diste la oportunidad de bailar contigo." "... ¿Por qué es a mi a quien le revelas todo esto?" "¡Yo ni siquiera te amo como tu lo haces!" Los ojos de Lucifer se abrieron, no por susto, sino porque estar dormido y lidiar con los recuerdos que estaban en el lugar de los sueños era más agotador que estar despierto. Lucifer estaba tumbado en su amplia cama, mirando al techo que tenía pintado una dramática escena de nubes rojas de las cuales llovía fuego. No estaba claro si era un consuelo al recordar cómo había dejado el paraíso que una vez fue hermoso o si en cambio era una daga más en su alma, al recordar que eso fue lo último que vio al caer. Una mano suave se deslizo por su pecho y Paimon, recostado a su lado, lo miro con ojos perezosos. —Otra vez atormentándote a ti mismo —dijo, no como una pregunta, sino como un hecho. —Al menos ten la decencia de dudar. —¿Para qué? Te conozco demasiado para eso Lucifer rodó los ojos y empujó la sabana a los pies de la cama. Dejando ver su desnudez y la de Paimon. —Eres peor que una migraña matutina. Se levantó para acercarse al balcón de su habitación, donde las escamas oscuras que había en algunas zonas de su piel brillaron como la obsidiana. Su habitación estaba en la punta de la torre más alta del palacio de Lucifer, desde donde podía ver sus extensos jardines y las inferiores viviendas a su alrededor donde vivían los demonios y los ángeles caídos que se mantuvieron sometidos a él. Y ya donde las casas se volvían destartaladas a las afueras de la ciudad es donde vivían los imps, ensuciando aún más esos lugares con sus cuerpos rojizo y cuernos torcidos, muy por debajo de cualquier otro demonio. Todo esto, era Pandemonium, lo más cercano que Lucifer tenía al sueño de conquista y poder que Lucifer una vez tuvo. Un intento de segundo lugar con el que tenía que con formarse. —Vaya vista de porquería para empezar mi día. Paimon se puso detrás de él, abrazándolo por el cuello aprovechando sus cinco centímetros extra de altura por sobre Lucifer. —Vamos Luzbel, no digas tonterías. Aquí no existe el día o la noche. Lucifer se apartó de sus brazos. —No estoy de humor para juegos. —Hoy andas muy gruñón Lucy, ¿tuviste sueños sobre nuestros días allá arriba? —No hay noche donde yo no los tenga. —Estas siendo muy duro contigo mimo Lucifer, solo mira a tu alrededor. Tu castillo fue hecho en una sola noche por aquellos que se mantuvieron leales a ti y es de lejos la construcción más impresionante en todo el circulo exterior del infierno. El ángel pelirrojo bufo en respuesta. —Oh, si, es impresionante. Tanto que pasas más tiempo aquí que en tu propio palacio atendiendo a tu reino. —Aunque estuviera ahí no lo atendería. Pocos demonios en mi territorio son dignos de tener una audiencia conmigo —una risa cínica se escapó de sus labios—. Además, Bebal y Abalam pueden arreglárselas mientras no estoy, ellos pueden ser útiles de vez en cuando. Así puedo pasar el suficiente tiempo aquí para asegurarme de que no te derritas en tu cama y te vuelvas uno con tu miseria. —¿Ahora eres mi niñero? Vaya que e caído bajo —respondió, rodando los ojos. —Oh, no seas así Lucy, después de todo no te veo quejándote cuando hago qué tu habitación esté menos fría por la noche. La voz de Paimon era como la seda e incluso Lucifer sintió tuvo que contenerse para no acercarlo más a él. —Eres una serpiente venenosa y que cree que puede obtenerlo todo por su cara de muñeca bonita. Paimon sonrió ampliamente con sus ojos entrecerrados. —¿Y no puedo? Lucifer le mantuvo la mirada pero incluso su ánimo sombrío terminó cediendo. —Lo peor es que si —con un rápido movimiento sostuvo a Paimon en sus brazos, apretando sus manos sobre su trasero—. Pero sabes que conmigo siempre hay una condición, que seas mi concubino. Después de todo hay que hacer rendir ese cuerpo modificado tuyo que el cielo te permitió conservar. Paimon apoyó sus manos en los hombros del pelirrojo y lo miró a los ojos con cariño. —Ese es el ánimo del Lucifer al que sirvo. Pero, ¿no tenías una audiencia con unos presidentes del infierno? —Si tanto quieren una audiencia conmigo, Buer, Marbas y Amy pueden esperar. Mis deseos siempre van primero Aun manteniendo a Paimon en sus brazos volvió a entrar a su habitación, dejando que las puertas del balcón se cerrarán tras él, dándole al ángel caído un instante lejos del caldo de deseos, tentaciones y ambiciones rotas qué era su vida. Eso ya era parte de su rutina.