Obsesión y protección

Draco Malfoy estaba harto. Harto de las miradas, de los susurros, de ser el objetivo favorito de todos en Hogwarts desde que su familia cayó en desgracia. Pero lo que más lo desconcertaba no era el odio. Era la protección silenciosa de Harry Potter. Porque cada vez que alguien levantaba la voz contra él, Potter aparecía. —¿Tienes algún problema con Malfoy? —La voz de Potter era baja, peligrosa, y su mirada más intensa de lo que Draco podía soportar. —¿Desde cuándo lo defiendes? —preguntó Ron una vez, desconcertado. Harry no respondió. Solo miró a su mejor amigo con una frialdad que heló la sangre. Y entonces Draco empezó a notarlo. A Potter, mirándolo en el Gran Comedor, en los pasillos, incluso fuera de la sala común de Slytherin. Siempre cerca. Siempre… demasiado cerca. Una noche, al salir de la biblioteca, Draco lo confrontó. —¿Me estás siguiendo, Potter? Harry sonrió. No el tipo de sonrisa amable que mostraba a sus amigos. Era una curva peligrosa, posesiva. —Solo me aseguro de que estés a salvo. —¿De qué? ¿De ti? —Tal vez. Y Draco entendió algo que lo dejó sin aliento. Potter no lo odiaba. Lo deseaba. Lo necesitaba. Lo poseía. Y lo protegería de cualquiera que se atreviera a tocarlo. Incluso si eso significaba destruirlos.