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La señora Augusta estaba satisfecha con las cosas que estaban contando de su nieto en el diario “El Profeta”. ―Cada vez te pareces más a tu padre ―le dijo a Neville con orgullo cuando él le preguntó si no estaba enojada por cómo los miraban los otros magos y brujas mientras caminaban por el Callejón Diagon. ―¿Me parezco a papá? ―cuestionó el muchacho. A pesar de toda la valentía que había mostrado en el Departamento de Misterios, la falta de confianza en sí mismo en ese momento lo hicieron dudar de las palabras de su abuela. ―¡Por supuesto que sí! ―le respondió Augusta. Ella tenía más cosas que decir, pero prefirió guardar silencio en ese momento, al ver la pequeña sonrisa que se dibujó en los labios de Neville. ―Vamos, tenemos que comprarte una varita nueva. No puedes volver a clases sin una. El camino desde Gringgots a Ollivanders era corto pero Neville lo sintió eterno, no solo por las miradas de todos los que lo reconocían sino porque su abuela le hizo saber que estaban ahí para comprar una nueva varita para él. Los malos pensamientos lo invadieron rápidamente y cuando llegaron a la puerta de la tienda su mente estaba llena de preguntas. «¿Merezco una varita nueva?» «Dejé que un mortífago destruyera la varita de mi papá» «¿Acaso alguna varita me eligiría?» «Sería imposible que cualquier artefacto me eligiera» «Me falta habilidad. No soy tan bueno con la magia» Neville estaba absorto en sus pensamientos, sus malos pensamientos, así que Augusta lo empujó por la puerta haciendo que entrara con una gracia digna de un troll. El ruido de la puerta llamó la atención de Garrick, el fabricante de varitas, quien escrutó a sus clientes de forma meticulosa desde el mostrador. ―Buenas tardes, señor Ollivander. ―Saludó cortésmente Augusta, dando una imagen totalmente contraria a la que dio cuando entró a la tienda. ―Venimos a comprar una varita para mi nieto. ―Nunca lo había visto por aquí, ¿señor…? ―¡Buenas tardes! ¡Si! Longbottom. Soy Neville Longbottom. ―Buenas tardes, señor Longbottom. ―Saludó Garrick. ―Normalmente uno compra su primera varita para comenzar el primer año. ―Un hombre muy malo rompió la varita de mi hijo ―habló Augusta antes de que Neville pudiera responder, lo dijo en un tono extremadamente serio, pero logró cambiarlo a uno más ligero cuando siguió hablando. ―Vinimos a comprar una nueva. ―Ya veo ―respondió serio el vendedor. ―Un segundo por favor. Neville vio como el señor Ollivander recorría las estanterías tomando cajas polvorientas e intercalando su mirada entre el contenido de las mismas y su persona. El fabricante de varitas finalmente se decidió y se acercó nuevamente a Neville cargando solo dos cajas. ―Tome esta. ―Neville sintió la varita familiar, como si su tanto estuviera acostumbrado a la textura y poder que la misma portaba. La sacudió ligeramente para probar la conexión, pero solo logró que una pila de pergaminos saltara en todas direcciones. ―Con que esa no ―dijo Garrick y no dudó en preguntarle a Neville sobre sus habilidades: ―¿A usted no le va bien con la magia? Neville permaneció en silencio. Había entrado a la tienda creyendo que no sería digno de ninguna varita y el primer intento fallido le había robado toda la poca confianza que le quedaba. ―Neville nunca fue bueno con la magia ―respondió su abuela, que se había mantenido callada hasta ese momento. ―Incluso todos creímos que iba a ser un squib. ―Terminó. ―Pero mejoré mucho el año pasado ―dijo Neville bajito y avergonzado. ―Mis amigos me ayudaron. ―Solo dijo eso, no iba a confesar que formaba parte de un grupo secreto que se creó para dar batalla a la profesora Umbridge, la peor profesora que alguna vez pisó el territorio del colegio Hogwarts, según todos. Pero nada más alejado de la exageración. Neville realmente había mejorado en el uso de la magia y aunque en ese momento su confianza había sido completamente drenada de su ser, ninguno de sus amigos podría negar la valentía y el tesón con el que luchó contra los mortífagos aquella noche. Ni siquiera su abuela, quien siempre tenía algún comentario que lo avergonzaba frente a los demás, podría hacerlo… Y él lo sabía. Sabía que su abuela estaba tan orgullosa de él al igual que lo estaba de sus padres. Incluso un artefacto mágico como el Sombrero Seleccionador del colegio pudo ver lo que se escondía bajo su personalidad torpe y asustadiza. Todos parecían poder ver lo valioso que era, incluso la prensa amarillista que escribía sobre sus acciones en el Departamento de Misterios. Solo faltaba que él mismo se reconociera como alguien valiente y digno de confianza. ―Las varitas eligen a sus dueños ―explicó el fabricante. ―Tu varita nunca fue tuya realmente. ―Tomó la varita de las manos de Neville y la observó. ―Esta es una varita igual a la de su padre. Misma madera. Mismo núcleo. ―Neville lo miró con una mezcla de sorpresa y decepción. Garrick le extendió la otra caja a Neville quien la abrió y sacó el contenido. La varita vibró entre sus manos y brilló cálidamente rodeando al muchacho con su aura mágica. La sensación era completamente diferente a cuando usaba la varita de su padre, el tacto era suave y cálido. Podía sentir el mágico palpitar entre sus manos y la calidez entre sus dedos. El agarre perfecto, la medida apropiada, el flujo justo. Neville se concentró y de la punta de la varita salió una luz muy brillante que se mantuvo flotando en el aire largos segundos. ―También espero grandes cosas de usted, señor Longbotton.*** *** *** *** *** ***
―Él desapareció al día siguiente al que fui a comprarla.