ID de la obra: 427

La Mansión Malfoy

Slash
G
En progreso
4
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Mini, escritos 14 páginas, 1 capítulo
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Capítulo único

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—¿Qué significa esto? Harry no necesitaba mirar la costosa sala para saber a quién pertenecía esa voz. Había escuchado a su imitador decir millones de cosas; ese arrastrar de las palabras era de familia, además de ser único. Lucius Malfoy se acercó, y el retumbar de sus pasos infundió un miedo profundo en Harry: no sabía cómo iban a salir de la mansión Malfoy. Si bien lograba bloquear los pensamientos de Voldemort con facilidad, la cicatriz continuaba doliéndole. —Dicen que han capturado a Potter —explicó Narcissa sin emoción alguna—. Ven aquí, Draco. Durante un segundo, solo uno, Harry dejó de respirar. No esperaba su aparición, mucho menos tan pronto; no sabía muy bien por qué, pensó que quizás no estaba en la habitación, pero la confirmación de su presencia hizo que la situación fuera un poco más insoportable. Un poco más asfixiante. Abarcó tanto espacio que por ese mismo segundo no existió nada fuera de Draco Malfoy. Su pulso se descontroló. Aunque no se atrevió a mirarlo directamente, Harry vio de refilón que una figura un poco más alta que él se acercaba; reconoció su rostro, pálido y anguloso, rostro que alguna vez aprendió con la yema de los dedos. Ahora, era tan solo un manchón enmarcado por un cabello rubio claro. Greyback empujó a los prisioneros para que Harry se ubicara justo debajo de la araña de luces. Le tomó el rostro y lo levantó para quedar expuesto, igual como un verdugo expondría a un cordero. —¿Y bien? ¿Qué me dices, chico? —preguntó el hombre lobo. Harry se hallaba frente a una gran chimenea, esa misma donde Draco le contó que se acurrucaba a leer. Sobre ella habían colgado un espejo de marco adornado con intrincadas volutas. A través de las ranuras que formaban sus párpados, vio su propio reflejo por primera vez desde esa mañana que abandonó Grimmauld Place. Tenía la cara enorme, brillante y rosada, como si alguien lo hubiera golpeado hasta el cansancio; el embrujo de Hermione le había deformado todas las facciones; el pelo negro le llegaba por los hombros, y una barba rala le cubría el mentón. De no haber sabido que era él mismo quien se contemplaba, se habría preguntado quién se había puesto sus gafas. Decidió no decir nada, no se atrevía a hablar, ni mucho menos mirar a Draco a los ojos. —¿Y bien, Draco? —preguntó Lucius Malfoy con avidez. Imaginaba sus dedos insistentes enrollados en el hombro de su hijo—. ¿Lo es? ¿Es Harry Potter? —No sé… No estoy seguro —respondió Draco. Parecía darle tanto miedo mirar a Harry como a este le daba mirarlo a él. ¿Y cómo no? —¡Pues fíjate bien! ¡Acércate más! —Harry nunca había escuchado tanta ansiedad en la pedantería que Lucius Malfoy exudaba—. Escucha, Draco, si se lo entregamos al Señor Tenebroso nos perdonará todo lo… —Bueno, espero que no olvidemos quién lo ha capturado, ¿verdad, señor Malfoy? —terció Greyback. —¡Por supuesto que no! ¡Por supuesto! —replicó Lucius con impaciencia. Se acercó tanto a Harry que, a pesar de la hinchazón de sus ojos, pudo ver con detalle aquel rostro, desprovisto de la palidez y la languidez habituales. Verlo era como mirar a una jaula. Se sentía igual como se sintió ver a Draco en la Torre de Astronomía la noche que Dumbledore murió. —¿Qué le hicieron? —le preguntó Lucius a Greyback—. ¿Qué le pasó en la cara? —No hemos sido nosotros. —Yo creo que le han hecho un embrujo punzante —especuló Lucius, y a continuación examinó con sus grises ojos la frente de Harry, quien agradeció que no lo tocara—. Sí, aquí tiene algo. Podría ser la cicatriz, tensada… ¡Ven aquí, Draco, y mira bien! ¿Qué opinas? Harry vio la cara de Draco muy cerca, igual que muchas otras veces, excepto que ahora estaba junto a la de su padre. Las diferencias contrastaban incluso más uno al lado del otro. Se parecían muchísimo, pero mientras que el padre estaba fuera de sí de emoción, la expresión del hijo era de reticencia, casi de temor. —No lo sé —insistió el chico. Y era una mentira, por supuesto que lo era. ¿Cuántas veces Draco había tocado esa cicatriz?, ¿cuántas veces la había besado? De poder delinearla, no cabrían dudas. Harry casi deseó que lo hiciera, que la tocara y después se dignara a decir que no lo reconocía. Draco se retiró hacia la chimenea desde donde su madre contemplaba la escena. Algo pasó en sus ojos. Harry no sabía qué. —Será mejor que nos aseguremos, Lucius —le dijo Narcisa a su esposo—. Debemos estar completamente seguros de que es Potter antes de llamar al Señor Tenebroso. Dicen que esta varita es suya —añadió, examinando la varita de endrino—, pero no responde a la descripción de Ollivander. Si nos equivocamos y hacemos venir al Señor Tenebroso para nada… ¿Te acuerdas de lo que les hizo a Rowle y Dolohov? Con la intervención de Greyback, quien cuestionó la identidad de Hermione, esta quedó bajo la luz. Harry por poco se cayó en ese cambio de posición. —Espera —dijo de pronto Narcissa—. ¡Sí! ¡Sí, estaba en la tienda de Madame Malkin con Potter! ¡Y vi su fotografía en El Profeta! ¡Mira, Draco! ¿No es esa tal Granger? —Pues… no sé. Sí, podría ser. —¡Pues entonces, ese otro tiene que ser el hijo de los Weasley! —gritó Lucius, y rodeó a los prisioneros para colocarse enfrente de Ron—. ¡Son ellos, los amigos de Potter! Míralo, Draco. ¿No es el hijo de Arthur Weasley? ¿Cómo se llama? —No sé —repitió Draco, sin mirarlos—. Podría ser. La incapacidad de Draco de decidir entre una negativa y una afirmativa le ponía los nervios de punta a Harry. Así había sido siempre todo, ¿no? Dar lo suficiente para querer ser redimido pero no tanto para completar esa redención. La llegada de Bellatrix Lestrange a la casa ocasionó una breve pausa entre tanto interrogatorio. Y esta vez, en lugar de hacer caso a su corazón que demandaba mirar a Draco, analizar su bienestar, rastrear sus movimientos, hacerle una seña, interpretar su postura… Harry se concentró en sus amigos a quienes lograba divisar por el espejo de la chimenea. El rostro de Ron no delataba nada, pero el de Hermione sí: sus cejas estaban arqueadas y no paraba de morderse el labio. Sus ojos, fijos en uno de los carroñeros, irradiaban ansiedad. Cuando Bellatrix exclamó que este mismo carroñero le diera la espada, Harry entendió por qué. La ira con la que desarmó e hirió a los cuatro hombres era otra prueba: hablaban de la espada de Gryffindor. Bellatrix la había reconocido. —Llévate a esa escoria fuera, Draco —mandó Bellatrix señalando a los Carroñeros inconscientes—. Si no tienes agallas para liquidarlos, déjalos en el patio y ya me encargaré yo de ellos. Draco comenzó a caminar con la cabeza gacha, y la visión de su cuerpo encorvado hizo que Harry quisiera gritar. Para defenderlo o para atacarlo, no lograba decidirse, pero las ganas estaban ahí arañándole el pecho. —No te atrevas a hablarle a Draco como si… —intervino Narcisa, furiosa, pero Bellatrix gritó: —¡Cállate! ¡La situación es más delicada de lo que imaginas, Cissy! ¡Tenemos un problema muy grave! Se levantó jadeando y examinó la empuñadura de la espada. Luego se dio la vuelta y miró a los silenciosos prisioneros. —Si de verdad es Potter, no hay que hacerle daño —masculló como para sí—. El Señor Tenebroso quiere deshacerse de él personalmente. Pero si se entera… Tengo… tengo que saber… —Se giró de nuevo hacia su hermana y ordenó—: ¡Llevad a los prisioneros al sótano mientras pienso qué podemos hacer! —Esta es mi casa, Bella. No consiento que nos des órdenes en… —¡Haz lo que te digo! ¡No tienes ni idea del peligro que corremos! —chilló Bellatrix. Daba miedo verla de lo enloquecida que parecía; un hilillo de fuego salió de su varita e hizo un agujero en la alfombra. Narcisa vaciló un instante y luego ordenó al hombre lobo: —Llévate al sótano a estos prisioneros, Greyback. —Un momento —saltó Bellatrix—. A todos excepto… excepto a la sangre sucia. Greyback soltó un gruñido de placer. —¡No! —gritó Ron—. ¡Ella no! ¡Cójanme a mí! Bellatrix le dio una bofetada que resonó en la sala. —Si muere durante el interrogatorio, tú serás el siguiente —lo amenazó la bruja—. En mi escalafón, los traidores a la sangre van después de los sangre sucia. Llévalos abajo, Greyback, y asegúrate de que están bien atados, pero no les hagas nada… de momento.

•••

Los chillidos de Ron mientras torturaban a Hermione no ayudaban a que Harry pudiera concentrarse para sacarlos de ahí, y Harry necesitaba sacarlos de ahí, considerando que la vida de Luna, Ollivander, Dean y Griphook estaban en sus manos. No podían desaparecerse, ni hacer magia, no había muchas opciones y los gritos de Hermione subían en intensidad con cada segundo. Harry no tenía tiempo para desesperarse más de lo que ya estaba. Al final, solo le quedó pedirle ayuda al espejo que Dumbledore le dio. —¡Ayúdanos! —le suplicó con el corazón en la boca—. ¡Estamos en el sótano de la Mansión Malfoy! ¡Ayúdanos! Un ojo parpadeó y enseguida desapareció de su vista. Harry ni siquiera estaba seguro de haberlo visto, tal vez era una alucinación de lo desesperado que estaba. Inclinó el fragmento de espejo hacia un lado y otro, pero sólo vio el reflejo de las paredes y el techo del sótano; arriba, Hermione gritaba cada vez más fuerte, y a su lado Ron no paraba de bramar: «¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!». —¿Cómo entraron en mi cámara? —preguntó Bellatrix desde la sala. Escuchaba la locura en su voz—. ¿Les ayudó ese desgraciado duende que está en el sótano? —¡Lo conocimos apenas esta noche! —gimoteó Hermione—. Nunca hemos estado en su cámara. ¡Esta no es la espada verdadera! ¡Es una copia, solo una copia! —¿Una copia? —repitió Bellatrix con voz estridente. Se echó a reír—. ¡Mentirosa! —¡Podemos comprobarlo fácilmente! —exclamó Lucius—. ¡Ve a buscar al duende, Draco; él sabrá decirnos si la espada es auténtica o no! Harry se acercó presuroso a Griphook, acurrucado en el suelo, y le apretó los hombros. —Griphook —le susurró acercando los labios a su puntiaguda oreja—, debes decirles que esa espada es una falsificación; no deben saber que es la auténtica. Por favor, Griphook… El muchacho oyó pasos en la escalera que conducía al sótano y, un momento más tarde, la temblorosa voz de Draco bramó detrás de la puerta: —¡Apártense y pónganse en fila en la pared del fondo! ¡No intenten hacer nada, o morirán! Harry contuvo la respiración. No había escuchado esa voz en meses. La advertencia en los labios de Draco con tanto temblor en su timbre, solo hacían que cada palabra sonara a súplica: “Morirán. Por favor no hagan que los maten”. Harry quería golpearlo. Quería abrazarlo. Quería quitarle el tono rasposo a su voz que antes le sonaba a melodía. Los prisioneros obedecieron. Cuando la llave giró en la cerradura, Ron accionó el desiluminador y las luces fueron absorbidas, dejando el sótano a oscuras. Entonces la puerta se abrió de golpe; Malfoy, pálido pero decidido, entró con la varita en alto, agarró al menudo duende por un brazo y lo sacó a rastras. Cerró de nuevo la puerta y en ese preciso instante un fuerte «¡crac!» resonó en el sótano. Harry exhaló largamente. Casi al instante, la aparición de Dobby provocó que Harry volviera a ocuparse del escape y nada más. No había tiempo para Draco. Ni para lo que pasó entre ellos. Incluso, aunque estaba contento de ver a su buen amigo, necesitaba salvar a los prisioneros para poder encargarse del rescate de Hermione antes de nada. —¿Puedes desaparecerte de este sótano, Dobby? —El elfo asintió agitando las orejas—. ¿Y puedes llevarte a humanos contigo? —Volvió a asentir—. Muy bien. Pues quiero que cojas a Luna, Dean y el señor Ollivander y los lleves a… a… —A casa de Bill y Fleur —dijo Ron—. ¡Al Refugio, en las afueras de Tinworth! El elfo asintió una vez más. —Y luego quiero que vuelvas aquí —añadió Harry—. ¿Podrás hacerlo, Dobby? —Claro, Harry Potter —susurró el pequeño elfo. Se aproximó rápidamente al señor Ollivander, que estaba semiinconsciente, lo cogió de la mano y luego tendió la otra mano a Luna y Dean, pero ninguno de los dos se movió. —¡Queremos ayudarte, Harry! —susurró Luna. —No podemos dejarte aquí —dijo Dean. —¡Váyanse! ¡Nos veremos en casa de Bill y Fleur! Su exasperación crecía. Mientras hablaba, a Harry cada vez le dolía más la cicatriz: era lo mismo que someterlo a una quemadura perpetua. Y entonces, cuando bajó la vista, en lugar de ver al fabricante de varitas, otro individuo le sonrió: tan anciano como él e igual de delgado, como un gato esfinge enorme. —¡Mátame, Voldemort! ¡No me importa morir! Pero con mi muerte no conseguirás lo que buscas. Harry sintió la furia de Voldemort, y esperó algún combate, algo que explotara y por fin pusiera fin a tanto dolor. Pero en ese momento Hermione volvió a gritar y toda emoción ajena se esfumó. Harry se giró hacia los prisioneros con las manos sudorosas. —¡Váyanse! ¡Vayan! ¡Nosotros los seguiremos, pero váyanse ya! Los chicos se agarraron a los dedos del elfo. Se oyó otro fuerte «¡crac!» y Dobby, Luna, Dean y Ollivander se esfumaron. Lucius Malfoy obligó a Colagusano a bajar para cerciorarse de qué pasaba con los prisioneros.

•••

Harry y Ron se miraron, ambos con similares expresiones de estupefacción luego de que Colagusano se ahorcara a sí mismo por la deuda de vida que tenía. No había tiempo para procesarlo. De inmediato abandonaron el cadáver de Colagusano en el suelo; aún con dolor de estómago, subieron corriendo la escalera y se encaminaron hacia el salón. Desde el pasillo a través de la puerta entreabierta vieron claramente a Bellatrix y Griphook, que sujetaba la espada de Gryffindor con sus manos de largos dedos; Hermione, tendida a los pies de Bellatrix, apenas se movía. Cuando la bruja dijo que se deshicieran de la “sangre sucia”, Ron soltó un alarido e irrumpió en el salón. Bellatrix se dio vuelta sobresaltada, y aunque lo apuntó con su varita, Ron logró desarmarla antes con la varita de Colagusano. Harry, detrás de él, la atrapó en el vuelo. Lucius, Narcissa, Greyback y Draco también se volvieron.Draco.Harry gritó «¡Desmaius!» y Lucius Malfoy cayó al fuego de la chimenea.Draco.De las varitas de Narcissa, Greyback y Draco salieron chorros de luz. Harry se lanzó al suelo y rodó detrás de un sofá para esquivarlos.Draco. —¡¡Basta o la mato!! Harry se detuvo. Asomó la cabeza. Bellatrix sostenía a una inconsciente Hermione y amenazaba con clavarle un puñal en el cuello.. —Suelten las varitas —espetó la bruja—. ¡Sueltenlas, o comprobaremos lo sucia que tiene la sangre esta desgraciada! Por instinto, Harry miró a Draco, quien tenía los ojos fijos en su tía. Quiso preguntarle: ¿Es esto lo que buscabas?, ¿esto querías cuando advocaste por este lado? Quiso escupirle. Volver en el tiempo. No hizo nada de eso. Harry se incorporó sin soltar la varita de Bellatrix. Ron permanecía inmóvil. —¡He dicho que las suelten! —chilló ella, e hincó la punta del puñal en el cuello de Hermione, del que salieron unas gotas de sangre. —¡Está bien, de acuerdo! —gritó Harry, y dejó caer la varita junto a sus pies. Ron hizo lo mismo y ambos levantaron las manos. —¡Muy bien! —dijo Bellatrix. Parecía a punto de matarlos—. ¡Recógelas, Draco! ¡El Señor Tenebroso está a punto de llegar, Harry Potter! ¡Se acerca tu hora! Draco parecía un perro bien entrenado. Se acercó a ellos, y cuando estiró la mano para tomar las varitas, Harry notó que le temblaba. Estuvo a punto de tocarlo, de calmarlo, por mera costumbre. Si no fuera por el dolor de cabeza y las visiones de Voldemort acercándose a la mansión, lo habría hecho. —Y ahora —añadió Bellatrix en voz baja mientras Draco volvía con las varitas—, Cissy, creo que deberíamos atar de nuevo a estos pequeños héroes, mientras el hombre lobo se encarga de la señorita Sangre Sucia. Estoy segura de que al Señor Tenebroso no le importará que te quedes con la chica, Greyback, después de lo que has hecho esta noche. Justo cuando Bellatrix pronunció «noche» se oyó un extraño chirrido proveniente del techo. Todos miraron hacia arriba y vieron temblar la araña de cristal; entonces, con un crujido y un amenazador tintineo, se desprendió del techo. Bellatrix soltó a Hermione dando un chillido y se lanzó hacia un lado. El artefacto cayó encima de Hermione y el duende con un estallido de cadenas y cristal. Fragmentos volaron en todas direcciones y Draco se dobló por la cintura, tapándose la ensangrentada cara con las manos. Y aun con toda la rabia, con todo el rencor que Harry guardaba, su primer pensamiento fue: Tengo que ayudar a Draco. A pesar de todo. Después de todo. Ron corrió a rescatar a Hermione de debajo de la lámpara y Harry, con sentimientos contradictorios aprovechó la oportunidad: saltó por encima de una butaca y le arrebató las tres varitas a Draco, quien cayó encima de él por el forcejeo. A Harry no le importó. Desde el suelo apuntó a Greyback y gritó: «¡Desmaius!» Alcanzado por el triple hechizo, el hombre lobo se elevó hasta el techo y luego cayó al suelo. Mientras Narcissa intentaba arrastrar a Draco lejos de Harry, Bellatrix se puso en pie. Empuñaba el puñal. Harry se levantó. La mano de Draco se cerró sobre una de las varitas. —Suéltame —dijo Harry sin mirarlo. El contacto enviaba corriente por toda su piel—. Suéltame. De pronto, Narcissa apuntó con su varita al umbral de la puerta y se levantó de un salto. Sin quererlo, se alejó de Draco. —¡Dobby! —gritó, y hasta Bellatrix se quedó paralizada—. ¡Tú! ¿Fuiste tú el que ha soltado la araña de…? El diminuto elfo entró trotando en la habitación, señalando con un tembloroso dedo a su antigua dueña. —¡No le haga daño a Harry Potter! —chilló. —¡Mátalo, Cissy! —bramó Bellatrix, pero se oyó otro fuerte «¡crac!», y la varita de Narcisa también saltó por los aires y fue a parar al extremo opuesto del salón. —¡Maldito payaso! —rugió Bellatrix—. ¿Cómo te atreves a quitarle la varita a una bruja? ¿Cómo te atreves a desafiar a tus amos? —¡Dobby no tiene amos! —replicó el elfo—. ¡Dobby es un elfo libre, y Dobby ha venido a salvar a Harry Potter y sus amigos! Harry apenas veía del dolor. Sabía, intuía, que sólo disponían de unos segundos antes de que llegara Voldemort. —Malfoy, suéltame —dijo Harry. Draco no lo soltó. Sentía sus manos tiritonas envueltas en su varita, esa que le había quitado. No forcejeaba, pero no parecía dispuesto a dejarlo ir tampoco. Harry le gritó a Ron. Ya no recordaba qué. Le lanzó una varita y, con dificultad, se agachó para sacar a Griphook de debajo de la lámpara. —Draco —dijo Harry al levantar al duende—. Draco. El tiempo se estiró. Por primera vez, Draco lo miró de vuelta. Tenía cinco tajos en la cara y la sangre le corría hasta el cuello. Estaba llorando. A Harry se le apretó el corazón. Todo su cuerpo le rogó quitarse la piel para dársela a Draco, para sanarlo. Draco hizo un débil intento por arrebatarle su varita. —Por favor… —dijo Draco. Ron se acercó con Hermione en brazos. Harry cargó al duende en los hombros. Dobby corrió hasta ellos. Con una mano, Harry tomó los dedos del elfo. Con la otra, no dejó de sostener a Draco. Se sumieron en la oscuridad. El tiempo continuaba dilatado. Harry vio el salón y sus personajes en cámara lenta mientras giraban: Narcissa con una mano extendida y la cara llena de angustia, los cuerpos inertes del suelo, la boca fruncida de Bellatrix, y la borrosa línea de su puñal cruzando la habitación hacia donde ellos estaban esfumándose… «La casa de Bill y Fleur… El Refugio… La casa de Bill y Fleur…», se dijo Harry. Cuando era pequeño, antes de que mostrara cualquier signo de magia, su tía Petunia le enseñó a orar.Todas las noches, Harry, decía ella.Todas las noches tienes que juntar tus manos así, cerrar los ojos, y pedirle a Dios lo que tú quieras. Por ejemplo, que seas normal. Eso tienes que decir “Por favor, por favor, déjame ser normal”. Pídelo con todas tus fuerzas, él te va a escuchar.Y Harry lo hizo. Durante años oró: por favor tráeme a mis papás de vuelta, una habitación, que alguien en la escuela me pregunte por qué tengo moretones en las manos, más juguetes. Harry elevó plegarias cada noche. Pero Dios jamás escuchó. Ahora estaba desaparecido hacia lo desconocido. Lo único que podía hacer era repetir el nombre de su destino como una plegaria, esperando que, esta vez, alguien allá arriba oyera sus súplicas. De pronto tocaron tierra firme y olieron el aire salado. Harry cayó de rodillas, soltó la mano de Dobby e intentó depositar suavemente a Griphook en el suelo. Draco cayó con él. Sentía su respiración alborotada. Ya no le sostenía la mano. —¿Estás bien? —preguntó Harry al ver que el duende no se movía, pero Griphook se limitó a gimotear. Era suficiente. Harry escudriñó los oscuros alrededores. Creyó distinguir una casita a corta distancia, bajo un amplio y estrellado cielo, y le pareció que había gente en ella. Ron tocaba la cara de Hermione sin parar, abrazándola y dándole besos en la sien. Ninguno parecía caer en cuenta de lo que estaba sucediendo en realidad. —¿Es El Refugio, Dobby? ¿Hemos venido a donde queríamos, Dobby? Hasta que Draco hizo que se girara. —Harry… Harry miró alrededor. El pequeño elfo estaba a sólo unos palmos de él. —¡Dobby! El elfo se tambaleó un poco; las estrellas brillaron en sus ojos y parecieron más bellas que nunca. Harry se arrojó hacia él. Ambos bajaron la mirada hacia la empuñadura del puñal que, clavado en el pecho de Dobby, subía y bajaba al compás de su respiración. —¡No! ¡Que alguien me ayude! —gritó Harry mirando hacia la casa, a través de cuyas ventanas se veía gente moviéndose. Draco se arrodilló al otro lado de Dobby. Con una mano tocó el hombro de Harry. Con la otra, intentó sentir la profundidad de la herida que dejó el puñal. No dijo nada, pero el torcimiento de su boca fue suficiente. No había solución. —¡Que alguien me ayude! —volvió a gritar Harry, esperando, con un atisbo de esperanza, que alguien apareciera con una solución. No sabía ni le importaba si quienes lo escuchaban eran magos o muggles, amigos o enemigos; lo único que le preocupaba era la mancha oscura que se extendía por el pecho de Dobby y la mirada suplicante del elfo, que le tendía los delgados brazos. El muchacho lo cogió y lo tumbó de lado sobre la fría hierba. —No, Dobby. No te mueras… No te mueras… Por favor… Los ojos del elfo lo enfocaron, y los labios le temblaron al articular sus últimas palabras: —Harry… Potter… La muerte de Dobby fue todo lo contrario a él: silenciosa, poco dramática. Dobby suspiró una última vez y se quedó inmóvil. Sus ojos se convirtieron en dos enormes y vidriosas esferas salpicadas del resplandor de las estrellas que ya no podían ver. Harry lo miró un largo tiempo, tratando de entender. El cuerpo entre sus brazos seguía tibio. Su sangre continuaba corriendo, caliente. El viento seguía soplando. Todo estaba tan irremediablemente vivo, que le parecía inconcebible que Dobby ya no lo estuviera. —Harry —una voz dijo a su lado—. Harry… Las lágrimas no lo dejaban ver. La presión de su pecho era algo indescriptible. No podía respirar. Y no importó que estuviera enfadado con Draco por haberlo traicionado. No importó que los dos se hubieran hecho demasiado daño y no supieran cómo vendar las heridas infectadas. No importó ni siquiera que Harry se hubiera prometido jamásjamásperdonarlo, cuando Draco le pasó los brazos por los hombros, Harry se dejó caer en él. Por unos minutos el cuerpo delgado funcionó como un refugio donde la noche se hizo menos fría. El olor a encierro y sudor llenó su nariz. Harry no escuchó más que los latidos de otro corazón, que crueles o no, le recordaban que al menos estabavivo. Harry apretó al chico contra sí, y se permitió enjugar las lágrimas. Se permitió creer que nada había cambiado, que estaban de vuelta en Hogwarts dentro de la Sala de Menesteres cuando la guerra todavía no los arañaba. Se permitió volver a ese día donde Draco dijo que quería aceptar su ayuda y buscaba cambiar de bandos. Harry cerró los ojos. Después vendrían los reclamos y las peleas. Después Harry le echaría la culpa de todas las muertes en su vida y Draco de dejar a su mamá sin protección. Después se echarían en cara todas las mentiras que se habían contado para continuar juntos, esas mismas que al final los separaron. Después Harry le preguntaría hasta el cansancio por qué dijo que no lo conocía en la mansión Malfoy. Después tendrían que enfrentar las consecuencias de sus decisiones. Después. Por ahora, Harry solo debía preocuparse de calmar la presión que oprimía sus pulmones, y de escuchar la voz que le repetía, incansable como el mar, que ahora estaba a salvo.

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