ID de la obra: 465

La "broma"

Gen
PG-13
Finalizada
9
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
13 páginas, 4.990 palabras, 1 capítulo
Descripción:
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Capítulo único

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Remus despertó en la casa de los gritos, como era costumbre después de una luna llena. Su cuerpo se sentía todavía caliente, y la sangre brotaba a montones de su pecho, donde la mayoría de los rasguños se encontraban. Eran rasguños profundos, que atacaban justo los pulmones y el corazón, como si el lobo hubiera intentado arrancarlos. Como si el lobo hubiera intentado matarlo. El muchacho no podía moverse, ni siquiera valía la pena intentarlo. Tenía una horrible migraña y sus costillas estaban rotas, lo sabía por aquel dolor agudo e insoportable que no desaparecía de su tórax y le impedía respirar bien. Si alguien lo encontrara en este momento, se echaría a llorar por lo miserable que se veía. Un chico de dieciséis años, con el cuerpo ensangrentado, luchando por tener un respiro más de aire; luchando por poder vivir. Hacía mucho que no se despertaba de una luna llena así de lastimado, más específico, desde que sus amigos se volvieron animagos para poder acompañarlo. Sus amigos… James, Sirius, Peter… ¿en dónde estaban?, ¿por qué no habían venido a ayudarlo? El dolor sólo le permitió mover un poco la cabeza de lado a lado, buscando al resto de los Merodeadores con la mirada. Sin embargo, no había ni una persona con él, estaba completamente solo. Remus no entendía qué estaba pasando. Los recuerdos de la noche anterior eran inexistentes y el ardor de su cuerpo no ayudaba con su concentración, pero tenía por seguro que era imposible que sus amigos lo hubieran abandonado. Así que sólo podía pensar lo peor, sólo podía pensar en que esta vez no pudo controlarse y los lastimó, provocando que huyeran. Rezaba porque hubieran alcanzado a huir. Intentaba enfocar su mente en sólo inhalar y exhalar, en no hundirse en los malos pensamientos. Pero sus pulmones dolían, su cabeza dolía, su corazón dolía. Todo dolía. Y él estaba demasiado débil y cansado para pelear contra el dolor. Sin darse cuenta, sus ojos poco a poco comenzaron a cerrarse, dejándolo inconsciente en el frío y seco suelo de madera, todavía con las decenas de dudas que no pudo espantar.

***

Despertó varias horas después en la enfermería, con el pecho vendado y una franela helada en su frente, seguramente para calmar su migraña. Aunque sentía la magia de los hechizos de curación hacer efecto en él, eso no desaparecía por completo sus heridas, y ahora que la adrenalina de la transformación había pasado, podía sentir con mayor fuerza cómo cada parte de él ardía. Su cabeza parecía estar a punto de explotar, sus brazos y piernas se sentían pesados por la noche en vela, su garganta estaba seca e irritada por los aullidos dolosos a la luna y ni le hagan hablar del frío que hacía en la habitación. Sin pensarlo, giró sobre la cama para intentar envolverse más en la cobija, soltando un pequeño gruñido de dolor ante el movimiento. Sabía que debía dormir si quería mejorar, recordaba vagamente que hoy era sábado, entonces no tenía que preocuparse por ir a clase. Podía sumirse en el sueño todo lo que quisiera y despertar hasta que el dolor en sus heridas desapareciera por completo. Era lo mejor. No obstante, el sonido de varias personas gritando le impedían descansar. ― ¡Cinco minutos! Solo queremos asegurarnos de que está bien ―escuchó proponer a James, y por su tono de voz, seguramente llevaba ya varios minutos intentando entrar. ― Ya se lo dije, Señor Potter, su amigo necesita descansar ―respondió Madame Pomfrey, con un cansancio en la voz que nunca le había escuchado. ― ¡No vamos a molestarlo, por favor! ―suplicó esta vez Peter, siendo negado nuevamente por la enfermera. A Remus le habría encantado verlos, hablar con ellos y preguntarles sobre la noche pasada; pero estaba tan cansado y adolorido... Necesitaba dormir, y considerando su estado, no se creía capaz de poder levantarse e ir con ellos. No muy seguro, volvió a cerrar los ojos, pero apenas su cerebro estaba bloqueando el ruido del ambiente para dejarlo en la oscuridad de sus sueños, un pensamiento lo interrumpió. ¿Por qué todavía no había oído a Sirius? Sirius Black era una persona ruidosa, un ruido que iba más allá de hablar con un fuerte volumen. Era alguien que se adueñaba de toda la atención en una habitación, alguien a quien escuchabas llegar e irse, pues a donde iba parecía anunciarse sin necesidad de hablar. Era quien, con su largo cabello negro y filosos ojos plateados, te hipnotizaba, como si tuviera un campo magnético a su alrededor y todas las personas fueran simples metales destinadas a seguirlo. Era la única persona capaz de ser reservado, y al mismo tiempo, soltar cada pensamiento que pasara por su mente, pasando muchas veces la fina línea de la imprudencia; nunca se arrepentía, llevaban años conociéndose, y nunca lo había escuchado disculparse. Con todo esto establecido, era imposible que Sirius permaneciera callado cuando alguien más se negaba a hacer lo que él quería, y la única explicación coherente que encontraba para no ver a su amigo intentando meterse por las cortinas que rodeaban su cama a la fuerza era que no estaba presente. ¿Por qué? Él siempre era el primero en venir a verlo después de una luna llena, y se quedaba a su lado hasta que Madame Pomfrey venía a echarlo. Tal vez, si lastimó a alguien la última noche… James y Peter estaban en la enfermería, pero todavía no había escuchado a quien vinieron a ver. Quizás no estaban aquí por él, quizás si perdió el control anoche y terminó lastimando a Sirius, quizás esa era la razón por la que se había despertado esta mañana solo. Si él había lastimado a Sirius, si el Black tenía siquiera un mínimo rasguño por su culpa…nunca se lo perdonaría. Ahora que aquel pensamiento se había asentado en su cabeza, supo que no se iría hasta que tuviera a Sirius frente a él, hasta que viera su gran sonrisa y lo escuchara decir con esa voz ligeramente grave que todo estaba bien. Entonces, se tragó el inmenso dolor de su cuerpo, y con toda su fuerza de voluntad, se puso de pie de manera temblorosa, tomando como apoyo los muebles a su alrededor para poder desplazarse por la enfermería. Conocía el lugar como la palma de su mano, se guio por su instinto y las voces de sus amigos que seguían insistiendo en entrar para poder caminar hacia la salida. Cuando finalmente logró divisar la espalda de la enfermera y el cabello alborotado de James, pudo jurar que sintió a un suspiro de alivio salir de sus labios. ― ¡No, Señor Pettigrew! No está a negociación. ― ¡Pero...! ― ¿Poppy? ―la llamó Remus con una voz rasposa que le costó identificar como suya, apoyado torpemente en uno de los postes de las camas. Al escucharlo, Madame Pomfrey giró su cabeza con rapidez hacia su dirección, mirándolo de arriba abajo con una mueca de horror. ― ¡Señor Lupin! ¡¿Está usted loco?! ¡Necesita irse a…! ― ¡Moony! ―la interrumpió James, aprovechándose de la distracción de la medimaga para entrar corriendo a la enfermería, seguido por Peter. Pomfrey los regañó por desobedecerla, sin embargo, ya no hizo intento por sacarlos otra vez. Cuando James se detuvo frente a él, parecía tener intenciones de abrazarlo, y tras probablemente percatarse de su estado, terminó arrepintiéndose, pegando los brazos al cuerpo. ― ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? ―preguntó el Potter con una sonrisa que no le llegó a los ojos. Era una duda estúpida, en opinión de Remus, pero por la preocupación en su tono, se dio cuenta que también era genuina. Ahora que lo tenía de cerca, le fue imposible no notar sus grandes y oscuras ojeras, que resaltaban tortuosamente sus ojos apagados y sin brillo. Peter a su lado no lucía mucho mejor, su piel tenía una tonalidad pálida que lo hacía ver más demacrado y todas sus uñas habían desaparecido, señal que pasó la noche mordiéndolas. Sus malos pensamientos sobre la última luna llena regresaron. Paseó su vista por la enfermería, buscando sin éxito a sólo una persona. ― ¿Dónde está Sirius? ―fue su turno de preguntar cuando se percató que todas las camas estaban vacías. Imposiblemente, la mirada de James decayó aún más, mientras que poco a poco, su sonrisa desaparecía y transformaba sus labios en una línea recta. Remus sintió como su corazón se aceleraba. ― James ―dijo su nombre de manera firme, pero serena, buscando hacerla temblar lo menos posible―. ¿Qué pasó con Sirius? ― Él... mira, Moony, yo... yo no sé si debería... ― James, respóndeme. ¿Dónde está? Sus dos amigos compartieron una mirada de complicidad, como si debatieran en silencio sobre qué hacer. Al final, el moreno suspiró y negó con la cabeza, pasando una mano por su cabello mientras retrocedía. Peter fue quien habló, con una lentitud que sólo podía aumentar sus nervios. ― Nosotros... no sabemos dónde está Sirius… ― ¿Qué? ―frunció el entrecejo―. Esto es una broma, ¿no? ― No. No regresó anoche al dormitorio. ― Pero... ¿por qué? ¿Intentaron buscarlo? ¿Llamarlo? Carajo, ¿por qué lucen tan tranquilos? ¿Y si algo malo le pasó? ― Oh, créeme, él está bien ―murmuró James con los brazos cruzados y una risotada de incredulidad. Parecía molesto, pero muy en el fondo, también lucía dolido. La preocupación de Remus sólo pudo aumentar, pasando a volverse un sentimiento mucho peor. Miedo. ― ¿A qué te refieres? ―cuestionó con la voz ronca, retrocediendo lentamente sin soltarse del poste, preparándose para lo peor. ― Creo que ya fue suficiente ―se interpuso Madame Pomfrey en la conversación, acercándose a Remus para colocar una suave mano en su hombro―. Remus, necesita descansar, mañana podrá… ― No ―la interrumpió el castaño, sus ojos miel fijos sólo en sus amigos―. ¿Qué fue lo que pasó? ―volvió a insistir. James apretó los labios y exhaló con fuerza, intentando retomar la calma. Caminó hasta que estuvo de pie a lado de Peter, y juntos, comenzaron a narrar la historia. Severus Snape dedicando días enteros a intentar averiguar porque los Merodeadores escapaban una vez al mes del castillo, llegando a abrumar a Lily con sus teorías y acusaciones sin sentido. Sirius llegando a su límite, decidido a hacer algo al respecto y evitar que el imbécil siguiera hablando de más. “Le dijo cómo pasar el Sauce Boxeador.” “Sirius dijo que era sólo una broma, que no esperó que de verdad fuera a venir.” “James logró sacarlo a tiempo, pero alcanzó a verte, Remus.” Alcanzó a verte. Alcanzó a verte. Alcanzó a verte. Las palabras de sus amigos eran calmadas, pero para él llegaban como una tormenta eléctrica, destruyendo a su paso todo su ser. De pronto, su cuerpo comenzó a sentirse pesado, sus rodillas se sentían incapaces de soportar su peso y comenzaron a fallar; si Madame Pomfrey no hubiera estado ahí para sostenerlo, probablemente se habría derrumbado. Le hubiera encantado derrumbarse. ― ¡E-Están mintiendo! ―tartamudeó, sintiendo a su voz quebrarse― ¡Mienten! ¡Sirius no haría eso! ― Moony... ― ¡Es mentira! ¿Dónde está Sirius? ¿Por qué no me dejan ver a Sirius? ― Moony ―James se acercó para arrodillarse a su lado, colocando una mano en su espalda de manera reconfortante. Su tacto se sintió lejano, pero Remus sabía que estaba ahí, y sin pensarlo se movió para tomar con rapidez el cuello de su camisa, arrugando la blanca tela con sus dedos. ― ¡Quiero ver a Sirius, James! ―exigió como un hombre desesperado, con un brillo de locura pura en sus ojos, casi tan intenso como sus lágrimas contenidas―. Por favor… El otro chico lo observó con tristeza, tomando las manos de su camisa y apartándolas con delicadeza, sosteniéndolas en todo momento. ― Lo siento… ―murmuró con pesar. Un gemido lastimero salió de sus labios, acompañado de un montón de lágrimas, que corrían por su rostro como cascadas. Estaba en estado de shock, no podía pensar, no podía hablar, no podía respirar... La incredulidad y el rechazo se apoderaron de él. Negaba las acusaciones, se aferraba a la imagen de un Sirius incapaz de hacerle daño, pero la verdad se deslizaba dolorosamente sobre él, la realidad pesaba demasiado y la ansiedad no hacía más que envolverlo en sus filosas garras. Sirius lo había traicionado. Los había puesto a todos en riesgo gracias a una rabieta infantil. Divisó como Madame Pomfrey se acercaba a él para abrazarlo de lado y a las bocas de James y Peter moverse, pero sus palabras se oían amortiguadas y el tacto ahora era imposible de sentir, como si estuviera envuelto en un manto de ausencia. Poco a poco, sus sentidos se estaban desactivando, buscando protegerlo del dolor, un dolor agudo que lo quemaba por dentro, buscando hacerlo trizas. Buscando matarlo. Él iba a morir, en ese momento lo sentía y ciertamente también lo deseaba. Preferiría mil veces desaparecer a vivir en un mundo donde Sirius lo traicionaba, donde Sirius no lo amaba. Porque, ¿cómo alguien que te ama puede hacerte tanto daño?

***

Remus tenía una cosa clara: nunca perdonará a Sirius Black. Después que le dieran la noticia, el chico se negó a salir de su cama en la enfermería, sin querer ver a alguien que no fuera Pomfrey. Dedicaba sus días a pensar en las palabras de sus amigos, repetirlas en su cabeza una y otra vez como un disco rayado, reflexionando sobre los últimos días en búsqueda de cualquier señal o excusa que justificara el comportamiento de Sirius. No encontró nada, sólo logró sumergirse más en el oscuro abismo de su dolor. ― Remus... ―lo llamó Madame Pomfrey, sacudiéndolo suavemente sobre el colchón―. Cariño, tienes visitas. ― No quiero verlo, me siento mal... ― Oh, pero... ― Por favor, dígale que... ― No es necesario, Señor Lupin, ya estamos aquí. No necesitaba abrir los ojos para saber quién era, reconocería la tranquila voz de Albus Dumbledore en cualquier lugar. Sin embargo, una parte de él, esa parte masoquista, tenía la esperanza de finalmente encontrarse con Sirius. Que idiota era. ― ¿Se encuentra bien? Podemos venir en otro momento, si es necesario ―escuchó como McGonagall le preguntaba a la enfermera. ― Él está…cansado. No sé qué tan bueno sea… ― Tonterías ―la interrumpió Dumbledore―. Remus es alguien fuerte, puede soportarlo. ― Remus es un muchacho. Un niño, incluso ―insistió Pomfrey, con una fiereza que sólo aparecía cuando los alumnos la contradecían; nunca había utilizado esa voz con un maestro, mucho menos con el director, quien a pesar de continuar hablando con calma ya podía olerse su molestia. ― Remus tiene dieciséis años, Madame. ― ¿Y? Eso no lo vuelve un adulto. Él tiene que seguir… ― Está bien, Poppy ―murmuró finalmente el castaño, sentándose cuidadosamente sobre la cama. Estaba exhausto, mientras más rápido terminaran con eso, mejor―. Díganme, ¿qué necesitan, profesores? Dumbledore giró a mirar a la enfermera con una sonrisa complacida en el rostro y una orden silenciosa en sus ojos. La mujer lo entendió de inmediato, y con un fuerte resoplido, se alejó, cerrando las cortinas cerca de su cama para darles más privacidad. Fue McGonagall quien comenzó a hablar. ― Creo que ya sabe sobre... el caso del Señor Black y el Señor Snape ―Remus asintió con la cabeza, en silencio―. Quiero que sepa que no nos tomamos este suceso a la ligera. Tenga por seguro que Sirius será castigado. ― ¿Lo expulsarán? ―preguntó en voz baja, paseando su vista entre ambos profesores. ― Pues... ― Me temo que no es posible- ―Interrumpió Dumbledore, otra vez―. Sería muy extraño expulsar a un alumno sin razón alguna, ¿no lo cree? ― ¿Sin razón alguna? ―Reclamó con incredulidad―. Sirius puso en peligro a cinco alumnos de esta escuela. Peligro de muerte, ¿y me dice que le permitirá continuar en el colegio? ― Entiendo su punto, Señor Lupin, pero la expulsión del Señor Black puede ocasionar confusión y sospecha, tanto por parte del cuerpo estudiantil como de los padres de familia. Lo que menos queremos es generar dudas e inconformidades en contra del colegio. ― ¿Está diciéndome que la maldita imagen del colegio es más importante que la seguridad de sus alumnos? ¿Acaso se escucha a si mismo? ¡Esa noche pude haber matado a alguien sin siquiera darme cuenta! ¡Pude haber matado a Snape, a Peter, a James…! A Sirius... ― ¡Él debe pagar por lo que hizo! ¡No quiero volver a verlo! ― Sé cómo se siente, Remus, pero me temo que esas fuertes emociones están bloqueando su juicio. ―Continuó hablando Dumbledore con aquella odiosa calma―. Son tiempos difíciles para usted, pero si quiere resolverlo necesito que me escuché. Sin gritos, sólo dos personas hablando civilizadamente. ― ¡Usted está…! ― Remus ―McGongall lo llamó con fuerza, dedicándole una mirada severa, con una de sus cejas levantadas. El muchacho de inmediato guardó silencio, cruzándose de brazos para evitar volver a explotar. ― Usted está en lo correcto ―se corrigió con los dientes apretados. Claramente estaba en desacuerdo, pero si Dumbledore lo notó, no lo dijo, sólo amplió su sonrisa. ― Me complace escucharlo ―respondió, reacomodando su túnica para seguir hablando―. Como le decía hace un momento, el expulsar al señor Black traería graves problemas a la escuela, uno de ellos es la opinión de los padres, pero es aún más importante la del ministerio. La familia Black es muy influyente, y a pesar de estar desheredado, Sirius sigue teniendo su apellido. La noticia de su expulsión se esparcirá como pólvora, no nos conviene traer esa atención al colegio, mucho menos si alguien decide comenzar una investigación del caso. ― No lo harían. ― ¿Está usted seguro? Remus permaneció unos segundos en silencio, apretando los labios y mirando fijamente al director, como si éste fuera la causa de todos sus problemas. Había algo de razón en sus palabras, si Sirius era expulsado, todos los periódicos del mundo mágico estarán hambrientos por intentar cubrir la nota. Dumbledore puede impedirles la entrada al colegio, pero su palabra no era impedimento para sus investigaciones. Tarde o temprano la verdad iba a salir a la luz, provocando el despido del director, la expulsión de Remus y su retención en el Ministerio de Magia por ser considerado una criatura peligrosa. Por más que odiara a Sirius en este momento y lo único que quisiera es no volver a verlo, tampoco quería terminar así. Él lo sabía, y Dumbledore también. ― Por su bien y el del colegio, la expulsión del señor Black fue rechazada, siendo sustituida sólo por castigos ―anunció el director―. ¿Qué opina? ¿Hay algo que guste agregar? ¿Alguna objeción? Ambos maestros miraron al muchacho con atención, pero él no despegó sus ojos de Albus Dumbledore, y con una voz lenta y baja, declaró: ― No estoy de acuerdo. Pero si creen que es lo correcto, está bien. Dumbledore esbozó una leve sonrisa de superioridad, como si hubiera sabido desde siempre que Remus aceptaría. ― Sabía que lo comprendería. ― Nos encargaremos que el Señor Black atente las consecuencias de sus actos. ―Se unió finalmente McGonagall a la conversación―. Está castigado lo que queda del ciclo, expulsado del equipo de Quidditch y perdió muchos puntos para su casa. Como si esas cosas le preocuparan a Sirius. ― ¿Y Snape? ¿Qué pasó con él? ― Severus estaba algo... alterado, pero el profesor Dumbledore y yo hablamos con él. No tiene de que preocuparse, juró decir nada al respecto. ― Ya veo... ―murmuró el castaño―. ¿Hay algo más que quieran decir? Ambos maestros volvieron a mirarse para discutirlo en silencio. Después de unos segundos, Minerva negó en voz alta. ― Bien ―dijo, volviendo a acostarse de costado en la cama, dándoles la espalda. Escuchó como McGonagall suspiraba, pero para su suerte, no intentó retomar la conversación. Ella y el director simplemente se fueron, dejando las cortinas cerradas. Remus apretó los puños con fuerza, tomando sin querer la sábana blanca y arrugándola. Sabía que fue grosero, sabía que esa no era forma de tratar a sus profesores, pero él estaba furioso. No podía creer lo fácil que era para Sirius librarse de los problemas, siempre había sido así, pero antes estaba tan cegado que le parecía divertido; esta vez no le causaba ni una pisca de gracia. ― ¿Remus? ―lo llamó Poppy, acercándose a él y sentándose a su lado en la cama, dejando leves caricias maternales en su costado―. ¿Cómo sigues? El castaño chascó la lengua, encogiéndose de hombros como respuesta. ― Quiero estar solo.

***

Habían pasado varios días desde la broma, y Remus permanecía igual que el día que se enteró. No salía de su cama, no comía, ni siquiera se bañaba. Sus amigos ignoraron sus excusas y finalmente vinieron a visitarlo, a intentar llevarlo a clases o mínimo sacarle alguna palabra, pero nunca funcionó; Sirius nunca vino. Si los días eran malos, las noches eran peor; no dormía, cada que cerraba los ojos las pesadillas y recuerdos de esa noche regresaban, espantándole el sueño para dejarlo boca arriba en la cama, mirando toda la noche el techo de la enfermería con miles de dudas y pensamientos en su cabeza; desglosaba cada uno con sumo cuidado, como si estuviera descosiendo una prenda. Todos esos hilos siempre lo llevaban donde mismo: Odiaba a Sirius Black. Lo odiaba con toda su fuerza, lo odiaba más que nadie en este mundo. Lo odiaba porque no le habían dado el castigo que merecía, lo odiaba porque ni siquiera había ido a enfrentarlo, lo odiaba porque le había dado todo de él y aun así lo había traicionado, había tomado su corazón y lo había hecho trizas, sin siquiera molestarse en devolverle los pedazos. Odiaba a Sirius Black, pero lo que era peor, es que en el fondo todavía lo quería. Todavía anhelaba esos ojos plateados, esa sonrisa coqueta y esa risa canina. Todavía anhelaba ese tacto cálido, personalidad ocurrente y voz suave. ¿Por qué? ¿Por qué no podía simplemente olvidarlo? ¿Por qué su corazón se negaba aceptarlo? Aquel tacto cálido lo había quemado y aquellos ojos plateados lo habían destruido; la plata era mortal para los hombres lobo, después de todo. ¿Por qué era tan difícil odiarlo? Que idiota―pensó, mientras caminaba de mala gana a su habitación. Madame Pomfrey le dijo que no era sano para él continuar en la enfermería, entonces lo obligó a irse, diciéndole que ya no lo apoyaría para justificar sus faltas; según ella, era por su bien; Remus no lo creía. Afuera hacía un día de primavera hermoso, con el cielo azul y el clima siendo una mezcla perfecta entre calidez y frescura. No le sorprendió encontrar la Sala Común de Gryffindor casi vacía, y rezó en sus adentros porque su habitación estuviera igual. No quería lidiar con sus amigos, estaba tan cansado… Subió las escaleras de caracol lentamente, procurando hacer el menor ruido posible mientras se dirigía al cuarto. Cuando abrió la puerta de este, sus ojos se abrieron con sorpresa al notar la presencia de alguien más, sentado en su cama con un montón de libros y pergaminos rodeándolo. Su cuerpo se tensó de pies a cabeza al reconocerlo, y cuando esos ojos grises se posaron en él, su corazón y estomago se volvieron un desastre. ― Moony... ―murmuró Sirius con la misma extrañeza. Se veía terrible, su cabello estaba atado en un moño bajo lleno de nudos y su piel estaba mucho más pálida de lo normal, resaltando las oscuras bolsas debajo de sus ojos. Sin poder soportar aquella imagen, dio media vuelta sobre su eje e intentó salir de la habitación. No obstante, Sirius fue más rápido, se puso de pie de un salto y corrió hasta alcanzarlo. ― ¡Espera! ―Exclamó, envolviendo sus delgados y fríos dedos en su muñeca. El tacto, irónicamente, se sintió como tener un metal caliente envolviéndose en su piel, quemándolo, destruyéndolo. De inmediato, quiso alejarse. ― Tenemos que hablar ―continuó diciendo Sirius, ignorante al caos que Remus era internamente. ― No. ―Respondió con una frialdad en la voz que incluso a él le sorprendió. ― Sí. ―insistió el pelinegro, suavizando su agarre―. No sé que te contaron, pero necesito que confíes en mí, yo… ― No me jodas, ¿confiar en ti? ¿Es en serio?―Lo interrumpió, girando a enfrentarlo con la sangre hirviendo―. ¡Ya confié en ti una vez y mira lo que pasó! ¡¿Cómo pretendes que vuelva a hacerlo?! Sirius lo soltó de golpe y se alejó, encogiéndose en su sitio y bajando la vista al suelo, ocultando su rostro con los mechones sueltos de su cabello. ― Okey, estás enojado. Lo entiendo. ― ¿Lo entiendes? No, pues muchas gracias, estaba tan preocupado de que no lo hicieras. A pesar de la distancia, alcanzó a ver cómo Sirius se cruzaba de brazos y apretaba los ojos, provocando que las primeras lágrimas salieran de ellos. Odiaba los gritos, y Remus lo sabía. ― Moony, por favor… ― ¿Por favor qué, Black? ―Cuestionó, acercándose a él lentamente. No obtuvo más respuesta, ni siquiera otra mirada. Remus negó con la cabeza, dándole la espalda y pasando una mano por su cabello, tirando de él con frustración―. ¡Carajo! ¡¿Acaso siquiera tienes una mínima idea sobre lo que hiciste?! ¡Me usaste! ¡Me entregaste a Snape sin siquiera pensar en las consecuencias! ¡Maldita sea, pude matarlo, Sirius! ― ¡Lo siento! ―gritó el muchacho con todas sus fuerzas. Remus se detuvo en seco, frenando su arrebato de ira y observándolo con una ligera sorpresa. Sirius nunca pedía disculpas, era la primera vez que lo escuchaba hacerlo, y eran para él. ― Sé que me equivoqué ―continuó hablando el Black, finalmente mirándolo a los ojos―. Lo sé y créeme que me arrepiento, mucho. Si pudiera retroceder en el tiempo… ― Pero no puedes ―volvió a interrumpirlo, saliendo de su incredulidad anterior―. No puedes porque ya está hecho, y una disculpa no va a arreglarlo. ― Moony… ― No me digas así ―le ordenó, apretando con fuerza sus labios. Estaba empleando toda su fuerza de voluntad en no soltarse a llorar, no por la tristeza, sino por la ira. Estaba errático, tan lleno de furia y odio, todo dirigido a la persona que antes más amaba―. Estás muerto para mí, Black. Sirius soltó un suspiro cargado de dolor, negando repetidas veces con la cabeza. ― No lo dices en serio… ― Oh, jamás hablé tan en serio en mi vida. Estás muerto para mí. ― No te creo. ― Esto ―los señaló a ambos con su dedo―, se terminó. No quiero volver a saber de ti en mi vida. ― No… ―murmuró Sirius, retrocediendo unos cuantos pasos―. No, no, no, por favor. No me hagas esto. El pelinegro lucía destrozado, tan pequeño y perdido, con las mejillas manchadas y los ojos hinchados por las lágrimas. La parte de él que todavía lo amaba se rompió aún más, dolido, pero también complacido de ser el causante de ello. Quería destruir a Sirius de la misma manera en la que se lo había hecho a él, quería tomarlo entre sus brazos y aceptar sus disculpas, quería gritarle todos los insultos que conocía hasta que su garganta se desgastara. El Black se acercó a él con pasos largos, tomándolo del antebrazo para levantarlo. ― Golpéame ―le ordenó―. Si crees que eso te va a hacer sentir mejor, hazlo. Golpéame tan fuerte como puedas, no me importa, pero por favor, no te vayas de mi vida. No puedo perderte. No a ti. Por favor. Remus lo miró con tristeza, soltando su mano y caminando hacia el frente, chocando su hombro contra el del otro chico antes de detenerse. ― Deberías irte ―le dijo, dándole la espalda y con los brazos cruzados. ― Remus… ― Sal de aquí, no quiero verte. No me importa si vas a dormir a los baños o a la sala, sólo quiero que me dejes en paz. ― No…no, tenemos que resolver esto. Hablemos. No puedes simplemente tirar años de amistad a la basura. ― Vete… ― Tenemos algo especial, Moons. Por favor, no puedes decirme que todo lo que pasamos juntos no significó algo… ― Oh, lo significó todo para mí, pero tú ―lo señaló con su dedo índice― acabas de destruirlo con tu “bromita”. Fue como si le hubiera dado un puñetazo, el color de su rostro desapareció todavía más, entretanto retrocedía unos cuantos pasos, lleno de incredulidad. Remus apartó la mirada, volviendo a darle por completo la espalda. ― Sólo vete, Black. ― Remus… ― ¡Qué te vayas! ―gritó, girando todo su cuerpo hacia su dirección. Sirius tensó los hombros, pero esta vez, asintió con la cabeza, dando media vuelta y recorriendo la poca distancia que le quedaba hacia la puerta. Movió la perilla y salió del cuarto, pero antes de irse, volvió a girar la cabeza para mirarlo. Esos ojos grises estaban llenos de lágrimas y dolor, pero en el fondo, seguía habiendo ese brillo de amor que sólo le dedicaba a él; lo odió mucho más por ello. ― ¿Qué? ―cuestionó con la mayor brusquedad que pudo encontrar―. ¿Qué parte de que te vayas no…? ― Te amo. Las palabras se atoraron en su garganta. Su cuerpo reaccionó a la declaración mucho antes que su mente, sintió como su corazón latió con fuerza y su estómago se llenó de mariposas, repitiendo aquellas palabras como un eco. ¿Por qué? ¿Por qué me lo dices ahora? ¿Por qué lo haces cuando se supone que debo odiarte? ¿Acaso esto era un simple chantaje para que te perdone? Su enojo era mucho mayor a cualquier otra emoción, por lo que se dejó llevar por él, reprimiendo cualquier otro sentimiento que aquellas palabras le hubieran provocado. Se acercó a largas zancadas, tomando él mismo la perilla. ― Muerto ―repitió, empujando la puerta y cerrándosela en la cara con un fuerte golpe. Ahora que estaba solo, se permitió derrumbarse. Todo lo que se atravesaba en su camino lo rompía, empujó su estante con libros al suelo, tiró todos sus marcos de fotos y tazas vacías de café, deleitándose con el sonido que hacían. En todo momento no paró de llorar, las lágrimas de dolor e ira le nublaban la vista, corriendo por sus mejillas hasta caer al suelo. Se topó con la ropa de Sirius y la lanzó contra la pared, junto con su almohada y juego de sábanas; no quería nada que él hubiera tocado con su olor, incluso tiró el colchón, empujándolo con patadas al piso. Cuando ya no hubo algo más para destruir, volvió a hundir los dedos en su cabello, jalando levemente mientras un horrible grito desgarraba su garganta. Lo odio. Lo odio. Lo odio.
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