ID de la obra: 466

Saja.exe ha dejado de responder

Gen
G
Finalizada
1
Promocionada! 0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
3 páginas, 1.194 palabras, 1 capítulo
Etiquetas:
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Te amo (batería baja)

Ajustes de texto

"I love you"

El estúpido juguete chirría lastimeramente mientras una zarpa con garras presiona una y otra vez, extrayendo un patético "te quiero". Es irritante. Las voces familiares se funden en un flujo continuo y ruidoso: te quiero, te quiero, te quiero. Antes, de sus labios brotaban risas impregnadas de veneno y amargura —seguramente esas pequeñas fans abrazaban estos juguetes por las noches, apretando esos cuerpecitos una y otra vez, escuchando las voces de sus ídolos mientras derramaban lágrimas invisibles. Él solía reír más fuerte que todos. Examinaba los prototipos de las figuras y fruncía el ceño ante la frase empalagosa bordada en su sudadera rosa para románticos —se reía de cómo habían hecho a Jinu demasiado varonil, con un pequeño tigre bordado en el bolsillo. Se reía de que el peluche de Abby no cabía en sus manos —le habían hecho los hombros demasiado anchos. Ponía los ojos en blanco ante el flequillo sintético de Mystery, pegado con un "pegamento totalmente seguro". Y hasta en forma de juguete, Romántico lucía su característico copete rosa chillón. En aquel entonces era gracioso. Todos estaban juntos, contemplando con desprecio y sorna los últimos productos de mercadotecnia. Ahora, los juguetes yacían ante él en fila. Solo faltaba el pequeño Saja. Porque él sobrevivió. Qué irónico. El pequeño siente el hocico húmedo del tigre en su costado —ojos dorados lo observan atentos, leyendo cada emoción, mientras afilados colmillos se estiran en una especie de sonrisa. El tigre demoníaco presiona la figura de Jinu con su pata, gruñendo cuando la voz mecánica responde con un "te quiero". Un graznido de cuervo le hace eco —la cabeza gira en todas direcciones, tres pares de ojos intentan localizar a su amo. ¿Dónde aparecerá esta vez? ¿Otra vez escondido tras los faldones de su ridículo sombrero de baile? ¿Otra vez cazando a esas malditas guardianas? Porque es imposible que Jinu los haya abandonado —qué estupidez. Saja quiere creerlo. En su mano, marcas púrpuras brillan débilmente como manchas de sangre —entierra los dedos en el suave pelaje mientras presiona la figura de Abby. "¡Vamos, pequeño Saja!" responde la grabación, hecha durante su maratón de salsa picante. El tigre inclina la cabeza con curiosidad —se tumba torpemente sobre sus rodillas, la saliva empapando sus pantalones negros. El apartamento está vacío y frío ahora, la vieja televisión enmudecida, y en la mesa sigue estando el esmalte de uñas multicolor de Mystery —en el aire flota un tenue olor a laca, como si Romántico fuera a salir del baño quejándose de los horribles productos de cuidado. El pequeño lo recuerda —la primera vez que adoptaron formas humanas. Su piel oscura volviéndose pálida, un flequillo azul cayendo sobre sus ojos. Cómo se abalanzó sobre Jinu, golpeando su pecho fornido con pequeños puños sin garras demoníacas. "¡A las chicas les encanta esto!" reía Abby más fuerte que nadie, admirando sus abdominales en el espejo. Mystery resoplaba y se echaba el largo cabello hacia adelante, ocultando su iris dorado; Romántico ya apartaba las camisas coloridas, sin entender cómo la gente usaba esas cosas. Fue hace mucho. El baile en la plaza, las cazadoras, el salón de conciertos —a veces a Saja le parecía que no había sido él quien lo vivió. No podían haberlo dejado solo —pero el apartamento está sumido en tinieblas, y nadie llama a la puerta. Sin embargo, la pizza sigue sobre la mesa, y la siempre cerrada puerta de la habitación de Jinu está abierta —el tigre arrastra una manta que aún conserva el familiar aroma a lavanda y canela. El cuervo salta al hombro del pequeño —Saja siente las afiladas garras clavarse en su piel, dejando marcas. Siente dolor, y por tanto, está vivo —qué asco. En algún lugar, tres amigas ríen fuerte y sirven "Lagunas Azules", sintiendo el cítrico en sus lenguas. Ganaron esta guerra —todo fue justo. Los demonios no sienten, a los demonios no les importan los demás. Su amistad termina donde empieza la comida. El pequeño rasca al tigre tras la oreja mientras el cuervo se acurruca en su hombro —los juguetes repiten sus frases una y otra vez. "¡Así se hace, pequeño Saja!" "Mi pequeño elixir" "Te quiero" Las bestias demoníacas gruñen en respuesta. Huelen a algodón, sintéticos y tela —sienten cómo su energía se agota. Saja también lo siente. Rumi pudo deshacerse de su esencia demoníaca, y los restos de esa energía fueron a parar a él —los demonios son fríos, los demonios son hielo, y a los demonios no les importan los demás. Saja piensa: sería más fácil si se hubiera disuelto en aquel humo nauseabundo con los demás. No se siente un demonio. Los demonios no tienen familia. Pero él sí la tuvo. Vinieron a este mundo a robar corazones y almas —Saja toma todos esos peluches, los aprieta contra su pecho, presionando sus cuerpos de plástico una y otra vez. Huelen a jabón y tiendas —el cuervo parpadea con sus seis ojos, el tigre se duerme enroscado alrededor del pequeño. El peluche de Jinu repite que los quiere. El verdadero nunca lo dijo en voz alta —no hacía falta. Eran grandes espíritus malignos. Saja recuerda cómo en el mundo demoníaco, lleno de mugre y podredumbre, se divertían atormentando a demonios menores; cómo mordía la punta de la lengua mientras Abby le enseñaba pacientemente a teletransportarse; cómo ponía los ojos en blanco al apartar el flequillo de Mystery para estudiar sus delicados rasgos; cómo escuchaba los eternos poemas de Romántico, que incluso aburrían a los súcubos locales. Eso era vida. Su pequeña, breve no-vida, llena de un calor inexplicable y manos entrelazadas. Solo quedan migajas de la energía de Rumi y un par de amigos de peluche —el pequeño Saja nunca llora. El cuervo picotea la sal de su rostro, que se disuelve en el ya descolorido pelaje azul del tigre. Sus dedos débiles presionan una y otra vez —el ronquido del tigre lo calma, Saja se apoya contra la mesa, mirando al vacío. No puede cerrar los ojos. No, no, no —sus pupilas se dilatan, escudriñando la oscuridad de la habitación. Un poco más —las marcas púrpuras en su cuerpo se disuelven, absorbiéndose en su piel, convirtiéndose en humo grisáceo. El pequeño Saja cierra los ojos —los juguetes caen de sus manos, golpeando el suelo con un metálico clink. El cuervo se aferra a su ropa, escondiendo la cabeza bajo un ala, como en un nido. El tigre levanta la cabeza, permitiendo que el pequeño entierre la nariz en su cálido pelaje. El apartamento se sume en silencio —el Jinu de juguete dice "te quiero" por última vez antes de que las pilas se agoten. Pero el pequeño Saja ya no lo oye —un escalofrío recorre su cuerpo, lavando las últimas marcas. Se hunde en el sueño lentamente, como en melaza pegajosa. Click. Rechinido —la puerta se abre, y de unos labios escapa una risilla dolorosamente familiar. Unas manos fuertes lo toman y lo aprietan contra unos hombros anchos. Alguien aparta los juguetes con el pie, refunfuñando porque dejaron ese estúpido copete. La misma voz que hace un minuto susurraba "te quiero" desde el altavoz del juguete, ahora dice: —Es hora de ir a casa.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)