Capítulo 1
25 de julio de 2025, 13:53
Ya estaba oscureciendo. Las chicas ya se habían duchado, frescas, con la piel limpia y mascarillas en el rostro. Rumi y Zoey charlaban animadamente mientras saboreaban sus tazones de ramen humeante. Mira, en cambio, estaba absorta frente al televisor viendo una película.
De pronto, todo se apagó. No solo en el apartamento. Toda la ciudad quedó envuelta en una oscuridad densa y repentina.
Desde el sofá, Mira soltó un suspiro fuerte, lleno de irritación, y dijo con sarcasmo:
—Qué oportuno…
Se levantó con fastidio, se acercó al televisor y lo fulminó con la mirada.
—¿Por qué...?
Levantó la mano de golpe y empezó a golpear el aparato con el puño cerrado.
—¡¿Por qué justo en la mejor parte!?
Detrás de ella se escucharon unos bostezos lejanos. Rumi se cubrió el rostro con las manos y, entre los dedos, murmuró:
—Creo que esto es una señal de que ya es hora de dormir.
Se estiró un poco, se enderezó y añadió con voz suave:
—Me voy a la cama, chicas.
—Buenas noches, Rumi… —respondió Zoey casi en un susurro, aún concentrada en revolver los fideos.
—¡Buenas noches! —gritó Mira desde el otro lado, sin apartarse del televisor al que seguía regañando como si pudiera oírla.
Rumi se fue alejando del salón. Su rostro, que había estado tranquilo, se ensombreció.
—“Hoy me tocará acostarme más temprano…”
Se dijo a sí misma en voz baja, casi como un lamento.
Ya en su habitación, cerró la puerta despacio y se dejó caer de lleno sobre la cama. Tomó el celular, los auriculares, y se acurrucó.
Últimamente, solo podía dormir si tenía una canción en la cabeza. Esa costumbre, de algún modo, le estaba ayudando a encontrar algo de calma.
No quiso pensar más. No quiso darle vueltas. Simplemente cerró los ojos.
Rumi abrazó sus piernas y se dejó llevar...
---
A su alrededor, la gente danzaba. Todos llevaban trajes de gala, vestidos largos y pomposos, tan variados como imposibles de comparar. En sus rostros, máscaras. Algunas doradas, otras negras, algunas con brillo, otras con plumas… todas distintas, como si cada una ocultara una historia.
Rumi estaba en el centro de aquel extraño escenario. Llevaba un vestido negro, elegante, con delicados detalles dorados que brillaban al ritmo de las luces.
Como era costumbre en los bailes formales, la joven era entregada de un compañero a otro. Una cadena de manos, de pasos, de giros. Como un ritual.
Pero ella no miraba los rostros. No quería hacerlo. Y no solo por las máscaras.
Es que… no tenían rostro.
Desde fuera, parecían maniquíes. Maniquíes vestidos con la ropa más cara del mundo, pero vacíos por dentro.
Rumi terminó en los brazos de uno de ellos, justo cuando la música se detuvo.
Todos se congelaron. El salón entero quedó suspendido en el silencio, como si nada jamás se hubiera movido.
Ella rió, casi divertida, y estaba por soltarse del abrazo, pero entonces las manos del maniquí la sujetaron con fuerza.
—La música terminó. Por favor, suéltame.
Dijo con una sonrisa amable, mirando el rostro que no existía.
Pero él no la soltó. Ni siquiera se inmutó.
—¿Disculpa?
Repitió, un poco más seria.
—Te pedí que me soltaras.
La orquesta comenzó una nueva melodía. Más rápida. Más intensa. Y todo volvió a moverse.
Manos. Giros. Brazos que la arrastraban. Cada segundo, Rumi era entregada a otro desconocido. No podía respirar. No podía detenerse.
—¡Por favor…!
Nadie la escuchaba. La empujaban, la alzaban, la giraban sin cuidado. Sus piernas se doblaban en ángulos dolorosos. Sus brazos eran torcidos. El cuerpo le ardía.
—¡Suéltenme!
Logró zafarse de uno, pero enseguida otro la tomó por la espalda. No le daban tregua. En medio del caos, una mujer se estrelló contra ella. A nadie pareció importarle. Ella había roto la cadena perfecta… y ahora, todo se salía de control.
Parejas perdidas comenzaban a chocar contra su cuerpo con fuerza.
Hasta que ya no pudo más.
Cuando la torcieron una vez más, cuando el dolor fue demasiado, gritó.
—¡Basta!
Su voz salió grave. Fuerte. Resonó por todo el salón como un trueno. Y entonces… todos comenzaron a caer. Uno a uno.
Rumi giraba sobre sí misma, sin entender, sin saber qué hacer.
—¿Por qué caen? ¡Deténganse! ¡Paren!
Nadie la escuchaba.
Todo se apagó. Las luces desaparecieron. Solo un haz de luz la iluminaba a ella.
De tanto gritar, su rostro se cubrió de marcas oscuras. Miró sus manos: también estaban llenas de rayas negras. Dolorosas. Brillantes.
—No... no...
La presión sobre su mente fue tan fuerte que cayó de rodillas. Se agarró el cabello con las manos, con desesperación, como queriendo arrancar el caos de su propia cabeza.
La música cambió de ritmo. De rápida a lenta. De intensa a distorsionada. Las notas saltaban sin sentido.
Pero, poco a poco, todo se ordenó. La melodía se suavizó. El volumen bajó. Y luego… el silencio.
Rumi alzó la cabeza con lentitud, pero enseguida lo notó: estaba sola.
La oscuridad era absoluta.
Quiso gritar, pero su voz… ya no estaba.
Entonces apareció una luz. Y dentro de esa luz, un hombre.
Traje oscuro. Guantes blancos. Máscara negra. Pero esta vez… esta vez tenía rostro.
Un rostro que Rumi conocía muy bien.
Él extendió la mano hacia ella.
—Rumi... Ven conmigo.
Rumi se frotó los ojos con las manos, secándose las lágrimas que se habían acumulado.
—Jinwoo…
Se levantó de golpe y corrió hacia él.
En un parpadeo, ya estaba entre sus brazos. Lo abrazó con todas sus fuerzas, como si el mundo dependiera de ese gesto.
Él también la abrazó. En silencio. Sin palabras. Solo ellos dos. Así, por unos minutos eternos.
De repente, sonó una nueva canción. Energética. Vibrante. Distinta. Cargada de algo nuevo.
—Rumi... ¿Quieres bailar conmigo?
Ella levantó la mirada. Tomó su mano. La acarició con ternura.
—Quiero.
Se separaron un poco. Rumi alzó el borde de su vestido con elegancia. Jinwoo colocó una mano tras su espalda y se inclinó con cortesía.
La canción empezó a tener letra, y justo entonces, él tomó su mano y la alzó. Ella respondió al gesto con una vuelta elegante. Él la sostuvo por la cintura y la hizo girar sobre sí misma. Luego la soltó y la tomó por la pierna, levantándola. Ella se arqueó hacia atrás, y él se inclinó sobre ella. Sus ojos se encontraron.
Ambos estaban marcados. Sus ojos brillaban en un ámbar tan vivo que parecía un sol.
Y se besaron.
La música seguía, pero ellos no se detuvieron. Se dejaron caer al suelo, envueltos en ese beso largo, profundo, inevitable.
Pasaron varios minutos así, abrazados, fundidos en el momento.
No necesitaban hablar. Todo ya estaba dicho.
—Jinwoo…
—¿Mm?
—¿Por qué lo hiciste?
—¿El qué?
—¿Por qué pusiste tu cuerpo en riesgo?
—Quería salvarte.
—¿Por qué?
—Porque te amo.
Rumi apretó las manos con fuerza.
—Rumi…
—¿Sí?
—¿Quieres estar conmigo?
—Sí.
—¿Vendrás conmigo?
—Sí.
Jinwoo se levantó con calma. Y entonces, frente a ellos, apareció una escalera. Al final, una luz blanca, cálida.
Él se volvió hacia ella y le tendió la mano.
—Vamos.
Ella le dio la suya. Él la ayudó a ponerse de pie.
Y comenzaron a subir.
Juntos. Para siempre.
La luz empezó a cegarla. Fue lo último que Rumi vio.
---
Zoey entró corriendo a la habitación de Rumi.
—¡Rumi, pasó algo! Mira rompió el televisor, pero ya llamamos a alguien... ¿Rumi?
Se acercó a la cama, extrañada. Su amiga no respondía.
—¿Estás fingiendo? ¿Rumi?
Trató de moverla. Pero en cuanto la tocó, se dio cuenta.
Estaba fría.
—¡Rumi!
Empezó a empujarla, desesperada. Las lágrimas no tardaron en brotar.
Los gritos hicieron que Mira corriera a la habitación. Al ver la escena, se acercó de inmediato.
Zoey gritó, entre sollozos, con l
a voz quebrada:
—¡No respira!