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— Céline, por favor... cuéntame más sobre los demonios —irrupió Rumi en la cabaña de la montaña. — ¿Qué ha pasado? —la mujer tomaba té de crisantemo antes de dormir y no esperaba visitas. — ¿Los demonios roban almas contra su voluntad? —la cazadora mordía nerviosamente sus labios. La sensación fantasma del beso no desaparecía, por más que se limpiara la boca. — ¿De dónde sacas eso? —se inquietó Céline, preparando otra porción de infusión. — Soy mestiza y no puedo saber con certeza... pero mi parte diabólica no necesita almas. — ¿Por qué vienes con esa pregunta precisamente ahora? —entrecerró los ojos la mujer, notando el rubor en las mejillas de su hija adoptiva. Rumi se parecía mucho a su madre, y los cambios en su alma —aquellos que Céline no logró ver hace veinticinco años en su amiga— ahora eran visibles en su hija. Podría suspirar con pesar y decir: “de tal palo, tal astilla”, y bendecirla… si no fuera por un detalle: Rumi tenía la fuerza suficiente para sellar a los demonios para siempre. Cerrar la tapa y olvidar ese mundo como una pesadilla. — El demonio, suplicando clemencia, dijo que Gwi-Ma lo obliga a actuar así —Rumi desvió la mirada, jugueteando con la punta de su trenza. — ¿Era guapo? —suspiró pesadamente la ex cazadora, dejando una taza frente a su hija. — ¿Eh? —Rumi se sonrojó aún más. — Entendido —dijo Céline, sin seguir con las preguntas. Sentándose de nuevo, rodeó la taza con ambas manos, eligiendo sus palabras. — No sé qué fue de tu padre. Según tu madre, él nunca quiso hacerle daño ni a ella ni a ti —ese tema había estado prohibido en la familia desde que Rumi fue adoptada, pero ahora Céline hablaba con calma, comunicando solo hechos—. Gwi-Ma es poderoso. Es más antiguo que todos los demonios, y a la vez ahora está débil. Comparado con la época de las primeras cazadoras, ahora vive al borde del hambre. Antes, por las noches, los demonios arrasaban pueblos enteros en nombre de su rey. — ¿Por qué mencionas a mi padre? —frunció el ceño Rumi, interrumpiéndola. — Porque quiero que tengas el panorama completo —Céline giró su taza entre las manos—. Los vivos no pueden entrar en el reino de Gwi-Ma. No podemos saber qué ocurre allí. Si tu padre mintió o no, es imposible comprobarlo. Pero él decía lo mismo que tu demonio conocido: que están bajo el control de Gwi-Ma. — Entonces, si eso es verdad, durante todo este tiempo hemos... —Rumi se agarró la cabeza. — Tranquila. Protegiste a los humanos —respondió con firmeza Céline. — ¿Y si creamos un Honmún dorado? —la chica deseaba que ese escudo mágico lo curara todo. — Tu madre, antes de morir, dijo que el Honmún dorado no solo puede sellar demonios, sino también curarlos —no quiso apagar sus esperanzas—. Tú eres la líder de las cazadoras, y tu deber es levantar el escudo. Si cura o no, lo sabremos cuando lo crearéis. Rumi mordió el interior de su mejilla. Céline deseaba ese escudo, y no había motivos para reprocharle nada, pero a la cazadora ahora le importaba el destino de un demonio. No podía arriesgarse. Demasiadas vidas estaban en juego. — ¿Puedo preguntar? —Rumi sorbió su infusión y, captando el asentimiento de reojo, continuó—: ¿Por qué dejaste que un demonio colaborara en la creación del Honmún? — Un demonio a medias —sonrió Céline—. Y además, hija de una gran cazadora. En tu voz se esconde una fuerza que no ha tenido ninguna cazadora antes. Incluso al hablar puedes encender las almas humanas. A la vez eres demonio, y por eso puedes robar almas. — ¿Eso no significa que soy peligrosa? —se inquietó Rumi, sin comprender la intención de Céline. — No, mientras te controles. Sin el demonio no hubiéramos podido crear el Honmún dorado. Porque en su última fase requiere almas humanas, entregadas voluntariamente y unidas entre sí.Capítulo 3 El demonio roba besos
27 de julio de 2025, 9:57
Los demonios no se diferenciaban mucho de los humanos: lejos de ser sedientos de sangre, eran criaturas sometidas por la tiranía de Gwi-Ma, sumergidas en el caldero de sus emociones negativas y recuerdos vergonzosos. Cuanta más sangre teñía sus manos o más pesada era la culpa que los atormentaba, más la oscuridad deformaba sus cuerpos, alejándolos de su forma humana original. Las almas de los demonios estaban mutiladas por sus propios pecados y vicios.
Mientras los demás sufrían, Gwi-Ma elogiaba a Jinu, aflojando sus grilletes mentales. Al líder de los Saja Boys no le quedaba tiempo para compadecerse de sus compañeros: por primera vez en mucho tiempo podía respirar profundamente, y esa libertad le mareaba. Deseaba volver a ver a Rumi, averiguar cómo sonaría ahora su voz para él, después de que parte de la oscuridad se disipara de sus ojos y oídos.
— Los creativos necesitan libertad de expresión —dijo el rey, con un tono que combinaba satisfacción y sarcasmo—. Que sigáis escribiendo.
Jinu le daba las gracias a Gwi-Ma, preparándose para salir al mundo humano. Todo el grupo recibió una pizca de libertad. La debilidad encorvada desapareció, los pensamientos se volvieron más claros y una nueva ligereza se instaló en sus cuerpos.
Mientras tanto, las chicas vivían su propio apocalipsis. Desde el rascacielos donde residían —una torre que parecía de bomberos— se divisaban las grietas rojas y los puntos débiles del tejido de Honmún. Ni siquiera después de casi veinte años de ausencia de las cazadoras el escudo había estado tan debilitado. Las chicas tomaban el relevo del barrote de manos de Céline con otra energía.
Bobby subía en el ascensor, concentrado en pensamientos positivos. En realidad, estaba contento con la nueva tarea de limpiar información. Durante toda su carrera, las chicas habían mantenido una reputación impecable. No había nada malo en darles ahora un poco más de libertad y apoyo, y cubrir los incidentes menores que habían ocurrido. La suciedad que se esparcía sobre Huntrix estaba en boca de todos, pero claro... lo negro resalta especialmente sobre lo blanco inmaculado.
El estreno de la canción “Golden” fue exitoso, pero el concierto cancelado seguiría recordándose en la red durante mucho tiempo —a menos que las chicas se reunieran y crearan un nuevo hit que silenciara a los chismosos. Pero eso aún estaba por verse. Lo primero era resolver el problema de la vocalista principal. Había que hablar con Rumi sobre partituras más ligeras, llevarla a un foniatra y quizá recomendarle un psicólogo. Según él, la chica podía estar sufriendo un desgaste emocional. Bobby conocía personalmente a Céline y sabía lo exigente que podía ser.
La pantalla del móvil brilló con nuevos mensajes. Una nueva boy band estaba ganando popularidad, arrasando con los rankings.
Todas las propuestas del manager fueron rechazadas por el grupo. No querían verse envueltas en otro escándalo. Bobby no insistió, pero tampoco podía simplemente abandonar Huntrix.
— No pasa nada. Solo son números en redes sociales —se decía Bobby, tratando de calmarse a sí mismo y a las chicas.
Desde el salón común de Huntrix, Bobby miraba la ciudad por el ventanal panorámico. Normalmente, esa vista lo tranquilizaba —a él y a las chicas— pero a través del reflejo en el cristal podía ver cómo se ardían sus ojos.
Si tan solo confiaran un poco más en mí...
Lo pensaba cada vez y se corregía, recordándose que todos los gastos estaban cubiertos y que ganaba un 3 % de las ganancias por su arte. Solo una condición: no interferir más de la cuenta.
Una urraca con un pequeño sombrero esperaba a Rumi en el balcón, sentada en la barandilla. Apenas la chica cerró la puerta de su habitación, el ave graznó su saludo en su idioma plumífero, abrió dos ojos más y desapareció por la barandilla rumbo al pequeño jardín en la azotea, arreglado por la cazadora. Antiguamente se creía que estos pájaros traían buenas noticias. Rumi fue tras ella, observando con curiosidad a su peculiar visitante.
De repente, entre las macetas surgieron dos enormes ojos amarillos, con pupilas alargadas. La cazadora reaccionó de inmediato. Sacó su espada y la apuntó al depredador.
De entre las sombras emergió un tigre azul. Era un animal imponente, que no intentaba asustarla, caminaba despacio, dando a entender que no era peligroso. Pero justo entonces se cruzó en su camino un obstáculo verdadero: una maceta de flores. El gato gigante, de patas cortas, no la vio y la volcó, quedandose inmóvil. Lentamente desvió la mirada hacia el objeto y trató de devolverlo a su sitio con la pata. No lo lograba, pero se concentró tanto en ello que seguía intentando colocarlo bien.
Rumi, olvidando por un momento el peligro, corrió a ayudarle. Tras dejar la maceta en su sitio y alejarse a una distancia segura, observó curiosa qué haría ahora el extraño felino. Las pupilas del tigre se dilataron en señal de gratitud. Sin embargo, la situación se repitió.
— Déjalo —le permitió la dueña de la maceta, sentándose para ponerse al nivel del enorme gato—. ¿Quién eres?
En lugar de responder, el tigre sacó la lengua, de la cuál cayó una carta empapada en saliva. Rumi frunció el ceño, pero tomó el mensaje.
— “Hola, amiga”. “Nos vemos pronto. Jinu”. ¿Y por qué cree que voy a ir? —se enfureció Rumi. Por culpa de él y su equipo, Honmún se había convertido en un colador. ¿Era una trampa preparada por los demonios?
El enorme tigre, con la sonrisa del gato de Cheshire, según las creencias debía ahuyentar el mal, pero esta vez traía una carta de uno de los engendros del infierno con un contenido más que dudoso. Vaya cartero escogió el demonio.
Sin prestar atención a su enojo, los animales se alejaron. El ave ocupó su lugar legítimo en la cabeza del tigre, y juntos descendieron lentamente por un portal, como si bajaran en ascensor. Al llegar a la calle, el tigre se giró, como invitándola a seguirlo.
— Está bien, vámonos —sus ojos brillaron peligrosamente.
Los mensajeros, fingiendo no notar que ella los seguía sigilosamente, la guiaron por un barrio antiguo de la ciudad. En la azotea de una de las casas, Jinu la esperaba. Dándole la espalda, mostraba confianza, pero la cazadora sabía que no se puede confiar en los demonios. Apartando pensamientos innecesarios, alzó su espada. Sin embargo, algo salió mal, y en vez de marcas de dispersión, a sus pies cayó una cabeza...
La chica temió haber matado a un humano. Su mano con la espada tembló. Al observar con atención, entendió que era solo un maniquí, pero el temblor no desaparecía. Ese demonio la arrastraba a emociones profundas, sacando los miedos más dolorosos de su conciencia.
— Qué bien. No esperaba abrazos, pero... —se oyó a sus espaldas.
La cazadora giró, apuntando con su espada al que hablaba, deseando acabar de una vez con su enemigo.
— Vale, vale. Tranquila. Pensé que el maniquí aliviaría la tensión —el demonio esquivaba sus ataques, saltando hacia atrás.
Dentro de él, cerca de donde alguna vez vivió su alma, esperaba abrazos. O al menos gratitud. Tal vez un beso. Por ahora, aceptaría uno en la mejilla. Pero Rumi estaba lista para pelear. Él mantenía la distancia, recordándole que él era el héroe que había protegido su secreto.
— Una chica demonio y cazadora vive libre entre humanos —al decirlo, Jinu pensó que era justo el tipo de vida con la que él soñaba. La envidia y la curiosidad se mezclaron en un cóctel que enfrió su cabeza y disolvió los sueños innecesarios.
No soy un adolescente manipulado por hormonas...
Había otra forma de resolver su problema y liberarse del control de Gwi-Ma. Si Rumi caminaba entre los humanos y no respondía al llamado del rey demonio, entonces podía ayudarle a él también. La duda sobre la validez de ese camino comenzó a instalarse en la mente de Jinu.
Pero la chica no quería abrirse en absoluto, insistiendo en que no era un demonio. Demasiado seria y concentrada para que Jinu lograra distraerla; demasiado adorable, con esos pantalones absurdos de trenes, para hacerle daño. Él insistía en provocar una conversación. Quería descubrir otro de sus secretos.
— Sabes... entiendo cómo te sientes —dijo Jinu, con una expresión fingidamente compungida.
— ¿Sentimientos? Los demonios no tienen sentimientos —respondió Rumi con amargura ante otro de sus intentos.
Estas palabras no estaban dirigidas específicamente a él, sino más bien a quien la había abandonado antes de nacer. Pero tocaron algo sensible en Jinu.
— ¿De verdad lo crees? —se enfureció el demonio.
Si Rumi supiera lo que él sentía por ella en ese instante, habría huido sin mirar atrás.
— Sí, tenemos sentimientos: culpa, sufrimiento... —decidió que si en sus ojos él era el mismísimo mal, entonces podía permitirse seducirla con palabras y confundirla un poco.
Sonriendo con picardía, comenzó a contarle sobre su vida antes de convertirse en demonio. La cruda verdad, sin adornos... o tal vez con un toque dramático.
Primero, pobreza. Luego, posición precaria en el palacio. Tenía miedo de estar atrapado en intrigas palaciegas. Y aunque su vida no le importaba —pues su alma ya pertenecía a Gwi-Ma— no podía condenar a su hermana y su madre al sufrimiento. Incapaz de ayudarles en secreto y sin saber qué sería de él al día siguiente, Jinu las dejó. Se repetía a sí mismo que así las protegía. Que había eliminado su debilidad. Pero el espejo reflejaba cada vez más cicatrices.
Al final de su historia triste y sincera, el pícaro sacó su querida pipa. Jinu tocó para la cazadora una melodía que, tiempo atrás, había sido su boleto al palacio.
La chica se relajó. La espada desapareció de sus manos. Rumi le dejó acercarse, revelando el tatuaje. Bastaba con que él extendiera la mano y torciera su cuello... y Honmún caería, mientras se elegía a las nuevas cazadoras.
Sus ojos estaban llenos de aceptación. No había miedo, ni juicio, ni lástima. Solo caminaba junto a él por esa historia. En ese momento, el demonio entendió que los planes insidiosos de Gwi-Ma no tendrían final feliz: él no sería capaz de hacerle daño a Rumi.
— Perdóname, pero reclamaré mi recompensa —Jinu se inclinó más cerca, reduciendo la distancia entre ellos.
Sus labios rozaron dulcemente la comisura de la boca de la chica, como pidiendo permiso. El demonio no apresuraba nada, observaba la reacción de Rumi y, al no poder resistirse, continuó besándola.
Incluso si la cazadora solo lo había compadecido, él no se quejaba. Necesitaba asegurarse de que estaba allí, con ella, que no era una ilusión de una mente perturbada, sino la realidad más absoluta.
Los labios de la chica estaban fríos, pero suaves y flexibles. El demonio los aplastaba con gusto contra los suyos. Sus manos se deslizaron por la cintura delicada de la joven, oculta bajo una sudadera oversize. Jinu la acercaba más, tratando de darle calor.
Ella respondió: torpemente le abrazó por el cuello, se puso de puntillas y entreabrió los labios, permitiendo que Jinu profundizara el beso. Sus lenguas se entrelazaban, acariciándose; los pensamientos se volvían confusos. La cabeza del demonio se nubló como por un hechizo. Solo era un beso, pero la intensidad emocional era desbordante. Una energía luminosa fluía de la chica hacia él, le fortalecía, aceleraba su sangre.
No era compasión. Ese beso estaba lleno de ternura y pasión.
Las hojas se agitaban con el viento, las estrellas brillaban miles de veces más que antes, y su historia apenas comenzaba. En ese momento, Rumi estaba lista para entregar su alma al demonio, y Jinu quería entregarle la suya. Perdieron la noción del tiempo; sus costillas dolían por los abrazos intensos, los labios hinchados hormigueaban, y sus ojos salvajes estaban húmedos por lágrimas acumuladas en las esquinas.
El tigre, satisfecho, los observaba detrás de los arbustos, mientras la urraca graznaba con desaprobación, como diciendo: “¡Juventud descarriada!”
Rumi y Jinu se separaron como si se hubieran quemado, al escuchar aquel sonido.
— En fin, si algún día quieres compartir tu historia, estaré a tu servicio —sonrió el demonio, tratando de ocultar su vergüenza y manteniendo las manos a la espalda para no reanudar lo interrumpido—. Hasta nuestra próxima cita.
— No habrá más citas —respondió Rumi, roja como una cereza, materializando su espada, lista para el combate. Pero el demonio se desvaneció en una bruma escarlata.