Capítulo 1
26 de julio de 2025, 3:37
Kikuchi Tadashi siempre ha sabido entender la complejidad de su mejor amigo, a quien orgullosamente llama el amor de su vida cuando las luces se apagan y las paredes se vuelven ciegas y sordas. El muchacho con tantas promesas encima y un encanto natural fue quien le arrebató su primer beso entre los rosales que su padre cuidaba. Estaban jugando, pensó, en más de un sentido. Hasta que ya no lo hacían.
Caminar detrás del señor de la casa en el primer día de su separación fue una tortura. Parecía un preso, con cadenas colgando de sus muñecas, uniendo sus tobillos. Cabizbajo, caminando pesado, con los ojos perdidos en ninguna parte y la mente negada a dejar ir lo que su necio corazón había idealizado. En su mundo no había un espacio para un joven como Shindo Ainosuke. Era como intentar meter a un delfín en una tina: ilógico, tonto y egoísta. Sus manos no le pertenecían a un sirviente como él, sino a una mujer de una buena familia que le trajera orgullo a todo lo que representa. Tampoco sus sonrisas le correspondían. Por ello es que fue incapaz de pedirle una más. Le había herido. Le había traicionado. Y si la tortura de saberse culpable e insuficiente no era demasiado, en su caminata por los pasillos de la mansión, divisó pétalos rojos. Ainosuke había deshojado las rosas que le llevó, desde la primera hasta la última de ellas.
— ¿Por qué te detienes, Tadashi?
Tadashi parpadeó, fijándose, por la dureza del hablar de su señor, en que había estado muchísimo tiempo ensimismado.
—No es nada —contestó, solemne, irguiéndose y adoptando la expresión de completa neutralidad que ocultaba la tristeza de su corazón roto —. No es nada, señor Aiichiro. Disculpe.
Y como un condenado, Tadashi caminó hacia la guillotina, dando la espalda a las fantasías que crearon juntos, a los besos entre los rosales... a Ainosuke.