Capítulo 1
26 de julio de 2025, 3:36
Conocías bien sus pasos ligeros que pesaban en tu consciencia, y definitivamente veías la verdadera cara de la sonrisa más hipócrita que te pudo dedicar una persona. Sin embargo, tú seguiste la fluctuante corriente de agua, que se volvía llamas de esplendoroso fuego, llamas que consumían tu raciocinio.
Más allá de tu capacidad de analizar lo inhumano, decidiste desafiar lo humano, tornándote el defensor del diablo. Le diste la mano al ser oscuro, envuelto en miradas radiantes que no eran su alma, suponiendo que posea una. Sostuviste sus mentiras como verdades, y la primavera te azotó con el marchitar de su tormento que crece y crece. Sus florecitas te saludaban, todas rosadas como el cabello del impostor que descompusiste a pausas, como tirando de un bloque débil de una torre Jenga.
Tú le creíste.
—Jakurai, no me hagas repetirlo.
Tú seguirás creyéndole.
— ¿Qué sucede, Ramuda?
Tu voz es patética, tanto o más que tu esperanza. Idealizas la faceta que odiaste, odias y seguramente seguirás odiando, ya que no es él, y una lágrima recorre tu mejilla derecha, apuntando a caer sobre tu corazón roto, porque jamás conociste al muchacho que tienes al frente, enmascarado y bien vestido frente a tu alma desnuda y sincera.
—Te extrañé.
Su voz es irresistible como el abrazo que te da, y sabes, sabes que va a traicionarte de nuevo. Sabes que te mentirá, te mentirá mirándote a los ojos, los ojos que un día contemplaron su espectacular caos, asimilando sus piruetas divertidas a la danza que haría la muerte al tocar tu hombro mientras niegas tu vida para salvar al mundo, y, como el tonto que eres, sonríes, suavecito, para que no se percate de que todavía le quieres como le querías hace un buen tiempo, incluso si estás consciente de que ya se percató.
—Yo también.
Se lo admites fácil.
—Qué palabras más dulces... —deja escapar, en un hilo de voz, profundo y desconocido, que es genuino y consternado. Te confiesas que tienes miedo, pero no te apartas de su abrazo. Te entregas al miedo. Te entregas a él. Te entregas a él, y te obligas a pensar que no te interesa lo que pase contigo. En parte, es así, solo que... Necesitabas un momento.
Tú recuerdas que no le gusta lo dulce, y recuerdas que nunca conociste completamente al muchacho frente a ti, que acaricia tu espalda, utilizando una mano, porque la otra está sobre tu pecho, acompañada de la daga que, si no te mata por la profundidad de su herida, la herida que va a repetir, te matará por el corrosivo veneno que gotea de su afilada hoja.
Estás tranquilo.
No llegas a confesarle que te hubiese gustado quererle de a poquito, pero él lo ha visto en tus ojos cansados, honestos y afectuosos.
Te duele el pecho, y te hace realizar que estuviste vivo a su lado, hasta en los peores momentos. Su amor incierto te hizo vivir, y su amor incierto te está asesinando.
A pesar de todo, tú continúas gozando de la antítesis que su romance de cera, deshecho por la fogosa rabia de un demonio sin rostro, fundido sobre tu pecho expuesto, fue. Y tu vida te ahoga hasta que estás inerte, hasta que tus ojos no le miran.
Allí es cuando acaricio tus cabellos, que mi piel percibe como espinas de rosas, hiriéndome porque te herí. Y te beso, te beso llamándote con la expectativa de la nieve que preferiría ser eterna, porque mi verano abrasador acaba de comenzar, y tu nombre es lo único real que conocí.