Capítulo 1
26 de julio de 2025, 3:33
Él apenas remece las sábanas. Más bien, es similar a un movimiento realizado por accidente.
— ¿Ya te vas? —llama la voz adormilada de la criatura nocturna. Los ojos azules y relucientes le observan fijo, aún entre sus bostezos altos. Puede notar que su pelo es sedoso, y se asemeja al satén de las sábanas violeta. Puede notar que cubre su cuerpo de porcelana con ellas, y que se pone inquieto ante la idea de que se vaya. Puede notar que quiere dejarle atascado en su cama a como de lugar... A pesar de notar todo lo mencionado y más, se abrocha la camisa blanca botón a botón, metódicamente, con la precisión de una máquina, su mirada puesta al frente.
A lo lejos pueden notarse unos rayos de sol que entran por el gran ventanal. Se filtra por donde puede, y la brisa juega con las cortinas para ayudar. Se percata, entonces. Se percata de que ha pensado en nimiedades más de cinco minutos, y se levanta para tomar la sobria y aburrida corbata, ajustándola en su cuello.
Aclara la garganta.
—Sí, ya me voy —hace el nudo de la corbata, y vuelve a dirigir sus ojos serios a su acompañante —. ¿Tienes una objeción al respecto? —inquiere, al ver la mueca que traza sus labios y bosqueja, de a poco, decepción. Decepción que transforma lo más rápido posible en una emoción neutral.
—Más bien, un pedido —parece corregirle, risueño. No tiene la expresión característica de eterna pena, pero no todo está bien, y Hitoya por supuesto que le conoce lo suficiente para darse cuenta —. ¿Puedo?
La cordialidad desmedida en su actuar, el respeto infaltable a su persona, le provoca un malestar a pausas.
Sin fijarse, vuelve a la cama, haciéndose espacio a los pies de él, sentado en la posición menos encorvada que logra conseguir.
—Dímelo, Jyushi —permite.
— ¿Puedes, por favor, volver al anochecer? —pide, adormilado, para acto seguido frotar sus brazos, haciendo un sonido ilegible que traduce como un «se está poniendo helado». Debe contenerse la risa enternecida que retumba en su pecho y exige salir, olvidando lo ilógico que le parece que justamente un vampiro tenga frío.
Se lo piensa unos instantes, evitando su cara, en especial las comisuras de su boca manchadas de su propia sangre, que dejó que corriera a borbotones sobre el colchón, entre la lengua, dedos, y pecho ajenos. Se lo piensa cuando aprieta entre sus dedos la ropa de cama, imaginando que toma sus frágiles muñecas y las coloca sobre su cabeza, acercándose para que le perfore la piel y absorba parte de su vida progresivamente. Se lo piensa cuando le encuentra lamiendo los restos de los fluidos secos en sus propios dedos, ensimismado, y a pesar de que está conmovido, no es honesto.
—No te prometo nada —atina a contestar, tomando su chaqueta que olvidó encima de la silla que Jyushi ubicó al frente de la cama.
— ¿Ah, no? —bosteza antes de continuar —Pues, te esperaré de todos modos, señor Hitoya...
No admite más diálogo al instante en el que se abraza al peluche que reposa junto a él en las almohadas, afirmándolo con fuerza contra su pecho. El entrañable cariño a «Amanda» provocó siempre un revoltijo en su estómago, que no puede identificar como asco, lo que le produce la inevitable necesidad de marcharse cuanto antes. Pero no lo hace. No lo hace porque, envuelto entre las suaves sábanas, arrullado entre las numerosas almohadas, acostado en la enorme cama, abrazado a su peluche, no ha podido hacer otra cosa más que contemplarle.
Suspira, y se acerca a él, tan pequeño y vulnerable en un espacio demasiado amplio para vivir solo, y su mano viaja a su cabeza, la cual acaricia gentilmente, arrebatándole una sonrisa complacida entre sueños.
—Duerme bien —murmura, apartando los cabellos sobre su frente para plantarle un beso corto que «hace cosquillas», y el hombre ríe bajito, descubriendo en el acto que se ha enamorado.