Capítulo 1
22 de octubre de 2025, 10:38
Descargo de responsabilidad:Este fanfic titulado "Edward Cooks The Turkey" fue escrito por shouldbecleaning. Estoy traduciendo esta historia al español con su permiso explícito. Los personajes de la saga Twilight pertenecen a Stephenie Meyer. No obtengo ningún beneficio económico con esta traducción ni reclamo propiedad alguna sobre el contenido original. Todos los derechos de los personajes y del universo de Twilight son de Stephenie Meyer y la historia es propiedad de su autora original, shouldbecleaning. ¡Gracias, Hilary!
Disclaimer:This fanfiction titled "Edward Cooks The Turkey" was written by shouldbecleaning. I am translating this story into Spanish with her explicit permission. The characters from the Twilight saga belong to Stephenie Meyer. I do not profit from this translation nor do I claim any ownership of the original content. All rights to the characters and the Twilight universe belong to Stephenie Meyer, and the story is the property of its original author, you, Hilary!
Shikara se encargó de que esta traducción tuviera sentido, ¡gracias! ¡Muak! Cualquier error es mío.
Nota de la autora: Un guiño a Stephenie Meyer y Stuart MacLean por inspirarme
Edward Cooks The Turkey (1)
escrita por shouldbecleaning
Edward Cullen es un hombre que ama a su esposa.
Él la ama apasionadamente y sin reservas.
A él le encanta su suave aroma floral, cómo sonríe y, sobre todo, la forma en que lo ama. Admira la forma en que llevaba y criaba a sus hijos con gracia y amabilidad. Está loco por el punto aterciopelado que tiene justo detrás de la oreja y pasaría el resto de su vida entre sus muslos si ella se lo permitiera. Está loco por la forma en que se curva su dedo gordo del pie y las tres pecas justo debajo de su pecho izquierdo. Le gusta el color intenso de su cabello y cómo se adapta a sus brazos. Le encanta cómo arruga la nariz justo antes de estornudar. Adora el hecho de que siempre tenga un pañuelo de papel en algún lugar de su cuerpo desde el equinoccio de otoño hasta el de primavera. En su opinión, Bella Cullen hace que las alergias estacionales sean sexis.
Edward Cullen ama a su esposa, locamente.
Simplemente, a veces él no la entiende.
Lo cual está bien, porque él es consciente de que él mismo tiene algunos hábitos incomprensibles. Posiblemente más que ella, pero eso depende de a quién de los dos le preguntes.
Se conocieron en la escuela secundaria. Fueron muy buenos amigos hasta que Edward tuvo los huevos de pedirle una cita. Después de esa cita, fueron casi inseparables. Vivieron juntos durante dos años hacia el final de la universidad, para gran disgusto de sus familias. Ese tiempo lo dedicaron a resolver algunos de los problemas que tienen todas las relaciones: el cesto de la ropa sucia versus el suelo, la regulación del termostato y la forma correcta de cargar el lavavajillas. Luego se casaron en una pequeña ceremonia y se comprometieron para siempre.
Así, el papel higiénico siempre colgaba hacia abajo, no hacia arriba. El asiento del inodoro siempre estaba abajo con la tapa cerrada porque, en realidad, ¿quién quiere ver un inodoro abierto? La frase «ponte un suéter» se convirtió rápidamente en un lema familiar. Edward fue criado para llegar a acuerdos y las negociaciones fueron fluidas. Y el sexo de reconciliación fue excepcional.
Edward se encargaba de lavar la ropa y Bella de la cocina. Bella se encargaba del jardín, lo que le dejaba más tiempo para pasar la aspiradora. Ambos eran más que capaces de hacer las tareas del otro, pero cada uno sacaba partido de sus puntos fuertes y eso creaba una relación sana y feliz.
Aún había discusiones y desacuerdos, algo natural en cualquier relación. Tuvieron dos hijos, uno de cada. Se mudaron de casa tres veces y aun así la pareja seguía siendo sólida.
La vida en la casa de los Cullen era buena. Trabajaban duro y disfrutaban de su vida juntos.
Durante trece años, después de que los niños empezaron a llegar, la tradición era celebrar la cena de Acción de Gracias en la casa de Edward y Bella todos los años. Sus padres organizaban la celebración de Navidad, un hermano celebraba la Pascua, el otro el 4 de Julio. Por lo general, asistía la familia de él: madre, padre, dos hermanos, sus esposas y sus respectivos hijos. El padre de ella y su novia del año estaban invitados. También siempre había un lugar reservado para el extraño. El extraño era un colega o amigo que no podía estar con su propia familia durante las vacaciones. Un año era un estudiante búlgaro de intercambio, al siguiente, un contador recién divorciado y lloroso de la oficina. Un año la cuenta llegó a treinta cuando Edward siguió invitando a más y más personas, olvidando a cuántas ya les había ofrecido invitaciones. Tuvieron que pasar seis meses de masajes de pies quincenales antes de que Bella lo perdonara por completo.
Este año, la cena era para diecisiete personas, un número grande pero manejable. La mayoría de los invitados eran niños; niños fáciles de complacer. Bella se las arregló para tener una semana libre en el trabajo para limpiar la casa, hacer las compras y preparar la comida. Edward trabajaba desde casa y no podía esperar a que el olor de los deliciosos dulces que su esposa siempre preparaba llegara a su oficina.
Desafortunadamente, una pequeña tragedia obligó a Bella a irse de la ciudad durante una semana. El novio de su madre se rompió una pierna y su madre estaba hecha un desastre. Renee apenas podía cuidar de sí misma, y mucho menos de su hombre herido. Renee reservó billetes para que Bella y los niños volaran allí durante la semana. Él insistió en que fueran; Renee los necesitaba y había pasado mucho tiempo desde que los niños habían visto a su abuela. No sería un problema para Edward hacerse cargo y cocinar la cena de Acción de Gracias. Él se mantuvo firme y Bella estaba demasiado apurada para discutir. Bella y los niños tenían previsto regresar justo a tiempo para sentarse a disfrutar de la gran comida.
Edward estaba seguro de sí mismo. Había comido treinta y cinco cenas de Acción de Gracias, según recordaba. Sabía exactamente qué hacer. Sería pan comido. Y tenía cuatro días con la casa para él solo. Su primera tarea era programar un servicio de limpieza para la mañana siguiente. La segunda era encargar una gran cantidad de pizza y alitas.
Día uno:
Para celebrar su condición de soltero temporal, Edward no se puso pantalones durante el resto del día en cuanto se fueron las señoras de la limpieza. Se pasó toda la tarde en calzoncillos. Cuando tenía frío, subía la calefacción. Si sudaba, bajaba la temperatura. Cuando tenía hambre, comía. Comía lo que quería, cuando quería. No limpiaba lo que ensuciaba. En conjunto, fue un día muy liberador.
Día dos:
De vuelta a la edad adulta, limpió el desorden que había causado el día anterior y comenzó a organizar una lista de los alimentos que necesitaría.
Pavo
Bebidas alcohólicas
Cosas de relleno
Verduras
Postre de mierda
Bebidas alcohólicas
Patatas ¿o son papas? Estúpido Dan Quayle (2)
Esas cosas naranjas
Bebidas alcohólicas
Era un comienzo.
Ciento treinta y seis dólares después, pasó mucho tiempo tratando de encontrar espacio para treinta libras de pavo. Edward lo llamó Seth, sin ninguna razón en particular, simplemente le gustaba la idea. Había leído en alguna parte que, para servir un ave grande, se necesitaba un promedio de una libra por persona. Calculó que un ave de treinta libras sería suficiente y daría lugar a unas sobras muy apetitosas. Dejó los diez kilos de papas en el garaje. Como las papas no tenían espinas, calculó que media libra por persona sería suficiente. Ya se ocuparía de eso más tarde.
Día tres:
Edward se despertó extrañando terriblemente a su esposa. Extrañaba el ruido constante que hacían sus hijos. La casa estaba demasiado silenciosa. No tenía a nadie con quien hablar y tenía una gran tarea por delante. Pasó mucho tiempo en la ducha para prepararse mentalmente. En realidad, pasó mucho tiempo en la ducha masturbándose. Imaginó un escenario en el que Bella llegara a casa temprano y sin los niños. Ella había estado tan orgullosa de todo lo que había logrado hasta ahora que lo empujó sobre la encimera de la cocina y se salía con la suya. Llevaba un corsé negro transparente que tenía agujeros para que sobresalieran sus pezones; había bragas de encaje negro sin entrepierna a juego que completaban el atuendo. Calzaba tacones rojos de prostituta que decían «ven y fóllame». Primero, hizo algo con la lengua que hizo que sus ojos se pusieran en blanco mientras lo provocaba con un dedo meñique bien lubricado. Luego se subió a la encimera con él y lo montó hasta que ambos estuvieron sudorosos y sin aliento. Una vez que sus ojos pudieron enfocar nuevamente y ya no había pequeños puntos negros en su campo de visión, salió de la ducha y comenzó su día.
El primer plato del menú que Edward abordó fueron las papas. Miró las dos bolsas de cinco kilos cada una y pensó en el tamaño del fregadero de la cocina. Llevaría una eternidad lavar las papas allí. Así que llevó las bolsas al baño de los niños y les dio un baño en la bañera. Le recordó a bañar a los niños cuando eran pequeños, aunque las papas se movían mucho menos. Envolvió las papas limpias en una toalla y las llevó a la cocina. Sacó tres de las ollas más grandes que pudo encontrar y las llenó hasta el borde con papas y agua. Las puso a hervir y sacó las zanahorias y las judías verdes. Mientras las papas burbujeaban alegremente, peló cinco libras de zanahorias y las cortó en pequeños círculos. Esos los guardó para el día siguiente. Cortó todas las judías verdes en trozos del tamaño de un bocado y luego buscó el resto de los ingredientes. Su madre siempre hacía cazuela de judías verdes, y a Edward le encantaba cuando era niño, pero Bella hacía la suya con almendras. Estaba indeciso. ¿Elegiría una cosa sobre la otra y potencialmente enojaría a una mujer muy importante en su vida? Si elegía mal, su madre podría culparlo como una profesional y hacerlo sentir como una mierda o su esposa podría negarle el sexo. A él realmente le gustaba el sexo.
Después de otra larga ducha y de volver a llenar de agua las ollas de papas, Edward tomó una decisión. Siguiendo el pensamiento de algunas de las mentes masculinas más brillantes de este siglo, decidió hacer ambas cosas combinando las recetas. Después de una rápida búsqueda de recetas en Internet, ya estaba en el auto camino de la tienda de comestibles.
Nunca había visto tantas mujeres con aspecto agotado en un mismo lugar. Esbozó una sonrisa de disculpa y corrió hacia el pasillo de las sopas.
Había un problema.
Google sólo decía «combinar la sopa»... no decía qué tipo de sopa. Había cientos, no, miles de latas diferentes de sopa. Edward sólo sabía que necesitaba una crema de sopa. Buscó y buscó, pero por su vida no pudo encontrar Crema de sopa de judías verdes. Se quedó de pie, de vez en cuando empujado por otros compradores, mirando el estante. Finalmente, tras un momento de «a la mierda», cogió varias latas de Crema de Espárragos. Era lo más parecido a las judías verdes que pudo encontrar.
Cuando llegó a casa, las papas ya estaban bien cocidas. El proceso fue lento y las cuchillas se atascaban con frecuencia con las cáscaras, pero al final todas las papas quedaron hechas puré en la batidora.
Su siguiente viaje al supermercado fue para comprar vendajes. La cazuela estaba mezclada y a la espera de una cobertura. Las almendras eran difíciles de cortar. Solo pudo comer un puñado antes de cortarse los dedos. Por lo tanto, necesitaba vendajes adicionales para detener el flujo de sangre.
Edward decidió abrir el whisky cuando encontró almendras ya cortadas en rodajas en el fondo de la despensa. Felizmente se dispuso a tostarlas hasta que adquirieran un color marrón dorado, como las de Bella.
Después de despejar el humo y silenciar la alarma, Edward decidió que la cazuela de judías verdes estaba bien así como estaba y no necesitaba ningún maldito aderezo, muchas gracias.
Una siesta por la tarde mejoró enormemente su estado de ánimo. También lo despejó lo suficiente para su siguiente viaje al supermercado. La mayoría de las mujeres agotadas se habían ido. En su lugar había individuos con muecas, en su mayoría hombres, que corrían furiosos de un lado a otro en busca de ese último artículo olvidado durante el último viaje. Él encajó perfectamente. Cincuenta y siete dólares después, tenía todo lo que podía necesitar para la comida del día siguiente. Incluso una brillante botella nueva de whisky.
Un par de tragos más de whisky y las papas estaban listas. Se divirtió mucho colocando los mini malvaviscos sobre el plato. Hizo una bonita escena de bosque con los diferentes colores. Fue una lástima que la escena tuviera tantos de los de sabor a lima porque esos eran sus favoritos. Se obligó a comer solo los simples. ¿Sabías que un malvavisco disparado desde la fosa nasal derecha vuela más rápido y más lejos que uno disparado desde la izquierda? Es un hecho real.
Las siguientes horas las pasó haciendo tartas. A Edward siempre le había gustado hornear. Sería el único niño que ayudaría a su madre con la tarea, para el deleite de sus hermanos. Se burlaban de él sin piedad, llamándolo «Julia». Ahora que era mayor, se enorgullecía de su habilidad para hornear y sin incidentes hizo cinco tartas: dos de calabaza, dos de nueces y una de papa, generosamente aderezadas con un poco de su preciado whisky.
Edward, rebosante de satisfacción, se dejó caer en el sofá para mirar lo que fuera que despertara su interés en la televisión. Mantenía un oído atento a la olla de huevos hirviendo en la estufa. Los huevos rellenos eran sus favoritos y los estaba preparando como aperitivo.
Se despertó con el sonido de los disparos y cayó al suelo antes de estar completamente despierto. ¿Por qué demonios alguien estaría disparando al azar en su casa la noche anterior al Día de Acción de Gracias? Estaba muerto de miedo. Después de que sonaran unas cuantas balas más, se dio cuenta de que no se oía ningún sonido de cristales rotos, así que quizá fuera seguro mirar por las ventanas. Se arrastró como un comando hasta la ventana delantera y echó un vistazo. Estaba muy oscuro afuera y no podía ver nada. Hubo otro disparo, pero no vio ningún fogonazo y el sonido parecía venir de la parte trasera de la casa, así que se abrió paso serpenteando hasta la cocina. Llegó a la puerta y estaba a punto de ponerse de pie cuando otro disparo rompió el silencio de la noche. Cayó al suelo de nuevo. Fue entonces cuando el olor llegó por primera vez a sus fosas nasales. Era espantoso, acre y fétido, casi con un olor demoníaco.
Edward encontró la fuente de los disparos y el olor en el mismo lugar. La olla de huevos se había secado mientras dormitaba en el sofá. Dieciocho huevos explotados estaban ennegrecidos en el fondo de la olla y había cáscaras y restos por toda la estufa. Levantó la olla caliente y dejó correr agua fría sobre los huevos. Luego tomó la olla enfriada y la puso en el garaje. Le compraría a Bella una olla nueva tan pronto como pudiera, con suerte antes de que se diera cuenta de que faltaba una.
Edward se quedó dormido en el sofá otra vez con sueños vívidos de guerra. No hace falta decir que no durmió bien ni se sintió bien descansado cuando se despertó a la mañana siguiente.
Día cuatro:
El cuarto día empezó a las cuatro y media de la mañana, cuando Edward abrió los ojos de golpe y se cayó del sofá. Algo iba muy mal y no podía precisar qué era, pero podía sentirlo. Escuchó un rato, pero no se oía ningún sonido de un intruso. No olía nada más que los restos de huevo quemado. Tras rascarse las pelotas como se merecía, se dirigió a la cocina y se preparó una taza de café. Con una mano apoyada en el espejo del tocador, pudo vaciar de su vejiga el último trago de whisky del día anterior. Una enorme taza de café mejoró su estado de ánimo mientras se sentaba en la barra del desayuno y revisaba su lista de tareas del día.
La cosa pintaba bien. Todas las guarniciones de verduras estaban listas. La salsa de arándanos estaba lista. Incluso había preparado el relleno cortando en cubitos algunas zanahorias, apio, champiñones y tocino. Tanto su madre como su esposa, a quienes tanto ama, usaban salchichas de cerdo en sus rellenos. Edward, Edward era un hombre y, maldita sea, quería tocino.
Como en casi todas las tiras cómicas conocidas, se le encendió una auténtica luz en la cabeza. ¡Relleno! ¡Relleno! ¡Relleno! ¡RELLENO!
El pavo todavía estaba en el congelador. No habría relleno de nada porque Edward no había conseguido descongelarlo. Tres lágrimas de frustración cayeron en su taza de café antes de que se le ocurriera un plan. Era un plan mágicamente idiota, estúpido y a medias, pero era lo mejor que se le ocurrió a las cinco de la mañana del Día de Acción de Gracias. Bebió de un trago su café y corrió al congelador. Sacó a Seth y lo dejó sobre la encimera.
Edward se quedó allí, mirando a Seth en todo su esplendor, como si fuera un pavo delicioso. Si todos sobrevivían a este Día de Acción de Gracias sin salmonela, botulismo o ptomaína, sería el bastardo más afortunado del mundo. Se puso a trabajar.
Paso uno: vaciar el lavavajillas.
Paso dos: coloque una toalla vieja sobre las cosas puntiagudas que sostienen los platos.
Paso tres: coloque a Seth suavemente en la rejilla inferior del lavavajillas.
Paso cuatro: ejecute el lavavajillas en modo de desinfección .
Paso cinco: orar.
Mientras la máquina de descongelación rápida estaba funcionando, Edward preparó el relleno. Si Seth no se había descongelado lo suficiente, lo hornearía en una sartén, lo cubriría con tocino y lo llamaría "aderezo". Había una delgada línea entre las dos cosas, relleno y aderezo. Nunca entendió realmente la distinción, pero siempre le gustó más el relleno. Estaba relleno, por lo tanto, era relleno. Siguió repitiendo la palabra relleno en su cabeza y en voz alta hasta que se dio cuenta de que tal vez todavía le quedaba un poco de whisky. Pensó en tomar una ducha caliente, pero tendría que esperar hasta que Seth terminara con la suya, así que simplemente tomó otra taza de café mientras el relleno se enfriaba.
El lavavajillas hizo un buen trabajo. La piel de Seth se había suavizado un poco y ya no estaba completamente congelado. Sin embargo, sus piernas todavía estaban cruzadas más apretadas que una colegiala católica una hora después de la misa. Edward rebuscó en el misterioso y peligroso armario del baño de Bella. Había aprendido desde el principio de su relación con su esposa que había algunos lugares con los que no se le permitía esculcar: su bolso, el cajón de sus bragas y su armario en el baño. Allí había cosas secretas, privadas y aterradoras de mujeres y él prefería no saber nada de ellas. Su caja de herramientas en el garaje tenía restricciones similares, pero como ella tenía las mejores herramientas, él siempre pedía permiso antes de tomarlas prestadas.
Edward encontró lo que necesitaba y regresó triunfante a la cocina. Colocó a Seth en una bandeja para hornear galletas, tomó un taburete y enchufó el nuevo y elegante secador de pelo de Bella. Ella ya lo había hecho, ya que tenía el pelo largo y grueso, y había probado varios secadores de pelo baratos antes de que la convencieran de comprar uno de mejor calidad y de una marca más cara. Se había sentido culpable durante un tiempo por gastar el dinero, no porque fuera realmente caro. No era uno de esos de trescientos dólares y lo había comprado en oferta, pero no sentía que justificara el gasto extra. Lo compensó cocinando comidas más sofisticadas durante dos semanas y haciendo cosas en el dormitorio que lo hacían sentir como un rey. A él no le importaba lo que ella gastara en cuidado del cabello, siempre y cuando fuera feliz. Aunque disfrutaba mucho del sexo culpable; era realmente excitante.
El secador de pelo hacía más ruido de lo que esperaba, así que se sobresaltó un poco cuando finalmente encontró el botón que lo encendía. En serio, había como seiscientos botones en el mango de la cosa. Con el secador de pelo enchufado y listo, Edward se puso a trabajar. En pocas palabras, en ráfagas de diez minutos, tardó una hora en descongelar las patas del pavo lo suficiente como para tener acceso a la cavidad para rellenarlo. Sin embargo, para entonces el tiempo se le había escapado y sabía que no podría rellenar el ave y meterla en el horno para que estuviera lista a tiempo para la cena. Pero también sabía que tenía que seguir adelante y sacar el gran trozo de hielo que podía ver de la cavidad antes de poner a Seth en el horno.
Él estaba decidido.
Era un hombre con una misión.
De todas formas, estaba jodido.
Su siguiente café contenía un buen trago de whisky.
Edward abrió las piernas de Seth y apuntó el secador de pelo hacia la cavidad. Las imágenes de haber ido al ginecólogo con Bella cuando estaba embarazada inundaron su mente. El pensamiento lo puso un poco enfermo y un poco risueño. Se había reducido a ser un ginecólogo de pavos al no sacar el ave del congelador a tiempo. Se encontró deseando darle una palmadita a Seth en uno de sus pechos regordetes y prometerle que sería amable con él. Era una idea completamente absurda y decidió no tomar más whisky en su café, o al menos hasta que la cocción estuviera terminada.
Intentó con todas sus fuerzas que el secador de pelo no tocara el pavo crudo, pero le resultó difícil. No estaba seguro de cuál sería la mejor manera de proceder: limpiar el secador de pelo o comprarle uno nuevo a Bella. Había armado tanto alboroto por este que no creía que quisiera que desembolsara el dinero para uno nuevo. Decidió buscar en Google cómo limpiarlo más tarde.
Con una cuchara gigante en una mano y un secador de pelo en la otra, Edward soportó el peor olor facial conocido por el hombre. El reflujo del interior del pavo le hizo querer vomitar las galletas, pero estaba decidido a sacar el maldito trozo de hielo y prepararle a su familia una agradable cena de Acción de Gracias. Todo el trabajo que había hecho y todo el trabajo que le quedaba por hacer, bueno, más les valiera que lo apreciaran después de esto. Ya sabía que tendría que plantar su cara en la entrepierna de su esposa durante horas como retribución por cada comida especial y elegante que ella le había preparado. Podría tener que tomarse una semana libre del trabajo solo para hacer mella en la deuda que le debía. Ella trabajaba tan duro y él nunca le agradeció por ello como era debido. Tal vez entradas para el ballet o una estúpida galería de arte también. No, su primera idea fue mucho más agradable. Para ambos... Tal vez los niños podrían quedarse con sus abuelos durante las vacaciones de Navidad. Sí, esa sería la solución. Perdió la concentración por un rato antes de volver a la tarea en cuestión.
Finalmente, sacó el objeto y lo puso en un recipiente sobre la encimera. Era sólido, con una costra de hielo, de un extraño color púrpura y pesado. Ya se preocuparía por eso más tarde.
Seth recibió una limpieza, un condimento y una bandeja para asar antes de ser arrojado sin contemplaciones a un horno a 250 grados Celsius. En lugar de rellenarlo, Edward llenó la cavidad principal de Seth con cebollas. La otra cavidad pequeña estaba bien redondeada, así que no sintió necesidad de manipularla. Programó el temporizador para media hora y comenzó a limpiar. Su primera orden del día fue apoyar la cabeza en la encimera por un momento; solo un momento.
Edward se quedó dormido esperando que el temporizador le dijera que bajara la temperatura del horno. No se pasó de la marca por mucho, solo una hora, pero no entró en pánico. Con Seth parcialmente descongelado, un poco de tiempo extra a fuego alto no podría hacerle daño. Secó la baba de la encimera y bajó la temperatura a ciento ochenta. Derritió un poco de mantequilla y le dio a Seth un masaje digno de una estrella porno. Seth estaba muy brillante ahora. «Creo en los milagros. ¿De dónde eres, cosita sexy? (3)» La canción se le escapó de los labios sin que él siquiera supiera que estaba cantando. Múltiples embestidas pélvicas y unas cuantas palmadas en el trasero después, terminó la canción con cientos de billetes de dólar imaginarios metidos en su tanga de lentejuelas rojas.
Edward colocó sobre la encimera todas las verduras que había cocinado el día anterior y las colocó en el orden en que debían recalentarse. Después de rociar a Seth con una copa de vino blanco, entró en el comedor para empezar a poner la mesa. Bella había corrido frenéticamente, como habría hecho Seth, sacando las decoraciones de Acción de Gracias para la mesa para que su marido no tuviera que ir a buscarlas. Una mesa preparada para diecisiete personas es una hazaña de organización. Bella era la reina de la organización festiva; Edward, no tanto. Había platos, cubiertos, servilletas elegantes, hojas, velas y otras cosas decorativas sobre la mesa. La gente podía comer y eso era, al final, todo lo que realmente era necesario en su opinión.
Edward hizo un repaso del resto de la casa para comprobar que todo estuviera en orden. Fue en la sala de estar donde se dio cuenta de que su móvil estaba muerto y de que su teléfono fijo estaba desconectado. No era de extrañar que hubiera estado tan tranquilo durante los últimos tres días. Nadie ha podido comunicarse con él. Dios, Bella debía estar volviéndose loca. Conectó su móvil a cargar y arregló el teléfono fijo. El servicio de limpieza debió haber desconectado el teléfono accidentalmente mientras estaban trabajando. No era gran cosa. Estaba seguro de que Bella había estado demasiado ocupada ayudando a su madre como para preocuparse por comunicarse con él. Bella y los niños estarían en el aire y de regreso, por lo que había perdido la oportunidad de obtener su opinión sobre la cena.
El cronómetro volvió a sonar para recordarle que debía bañar a Seth. Entró tranquilamente en la cocina y preparó el baño de Seth. Seth estaba mejorando. Olía de maravilla; rico y hogareño. Sin embargo, Seth lucía un poco irregular. Edward empezó a preocuparse. Luego empezó a agonizar. Luego empezó a estresarse. Estaba en estado de pánico total cuando sonó el teléfono y lo asustó muchísimo. Corrió a buscar el teléfono de la cocina, sin molestarse en comprobar el identificador de llamadas.
—Hola, hijo. Tu madre estaba preocupada porque hace tiempo que no llamas, así que me pidió que te llamara a ver cómo estabas. ¿Necesitas…? —La voz de su padre hizo que sus niveles de ansiedad aumentaran. Había dieciséis personas que dependían de él y no estaba listo.
—No puedo hablar, papá. Tengo las piernas muy secas y los pechos pálidos. Colgó el teléfono de golpe e hizo lo que la mayoría de los hombres adultos harían ante una emergencia culinaria.
Él agarró más tocino.
Seth lucía resplandeciente con su nuevo abrigo de tocino. Edward tuvo un momento de pánico, sin embargo, preguntándose si el invitado extraño cumplía con la ley kosher. Lo dudaba mucho, ya que el nombre del hombre era Alistair, pero aun así, nunca se debe dar por sentado. No había esperanza de salvar una comida limpia para él si lo hacía, de todos modos. Cumplir con las reglas religiosas era la menor de las preocupaciones de Edward cuando se trataba de la comida que estaba preparando. La diarrea violenta o la muerte eran lo más importante en su mente. Buscó en cada cajón y frasco de utensilios, pero no pudo encontrar un termómetro de carne en ninguna parte. Echó un vistazo a Seth y luego salió corriendo a buscar su especial, sofisticado y de alta tecnología termómetro/tenedor de carne digital para barbacoa. Amaba a su bebé; solamente lo usaba en ocasiones especiales y para carnes especiales. Era la joya de su arsenal de carne a la brasa. Todos los demás hombres del vecindario estaban celosos. Pero era, de lejos, el mejor regalo del Día del Padre que había recibido. Lo llamó Sue. Sue lo sabía todo. Tenía distintos niveles y configuraciones y hacía magia con solo tocar un botón. Era hermosa, de acero inoxidable y brillante, veinticinco centímetros de pura alegría. Le dio un pequeño beso y regresó a la cocina para presentarle a Sue a Seth. La presentación salió bien. Sue le hizo saber que a Seth le quedaban algunas horas para alcanzar la temperatura óptima.
Otro baño rápido y Seth volvió a dormir la siesta en el horno hasta la próxima vez.
Cuando remodelaron la cocina por última vez, pensó que su esposa, su perfecta, dulce, amorosa y sexi esposa, estaba loca cuando insistió en tener un juego doble de hornos. Se preguntó cuándo necesitaría dos hornos para algo. Después de todo, eran sólo una familia de cuatro. ¿Y qué si él y su hijo podían acabarse entre los dos un pastel de carne entero o una bandeja de brownies? Los hornos tenían esas rejillas por una razón, ¿no? Pero ahora la alababa ante todas las deidades de las que había oído hablar porque era capaz de calentar la mayoría de los platos de verduras mientras Seth se demoraba en su propio sauna. Estaba muy orgulloso de sí mismo por casarse con una mujer tan inteligente.
Bella llamó desde el aeropuerto tan pronto como ella y los niños aterrizaron. Edward le aseguró que todo estaba bajo control y que él estaba a cargo. Estaban a veinte minutos de distancia y Edward se sentía sumamente confiado con la ayuda de Sue.
Su hermano y su familia llegaron y Edward los colocó frente al televisor. Solicitó la ayuda de su cuñada para que revisara la mesa, pero le negó la entrada a la cocina.
El desconocido, Alistair, tocó el timbre y fue recibido con alegría por su cuñada. Alistair era su conocido e invitado.
Sus padres llegaron después, seguidos rápidamente por su otro hermano y su séquito. Sacó a Seth del horno y lo dejó descansando en la encimera. Amenazó con golpear a su madre con Sue si entraba en la cocina. Quería conseguir ese logro para él solo. Llevaba días en las trincheras con esa comida, maldita sea, y no iba a aceptar ayuda de nadie. Esta era su guerra, su batalla y su honor.
Bella y los niños llegaron justo cuando él estaba dándole los toques finales a la salsa. La salsa había estado un rato en la cuerda floja. Estaba muy aceitosa y no cuajaba, así que tuvo que seguir añadiendo más y más harina para que se espesara. Ahora estaba muy espesa, pero todavía se podía verter, así que la echó en la salsera (¿cuándo habían crecido lo suficiente para tener una salsera?) y finalmente dejó que su madre entrara a la cocina para ayudar a llevar los platos al comedor. Un último golpe de Sue a Seth y Edward presentó orgullosamente el pavo a la multitud. Por deferencia, dejó que su padre lo cortara mientras todos, uno a la vez, decían lo que era por lo que estaban agradecidos ese año. Mientras pasaban y llenaban los platos, Edward miró a su familia alrededor de la habitación. Sintió tanta alegría, felicidad y alivio que se le llenaron los ojos de lágrimas. Era un hombre afortunado y se prometió a sí mismo que le haría saber a todos y cada uno de los miembros de su familia lo mucho que significaban para él durante el transcurso del próximo año.
Cuando todos estuvieron listos, todos levantaron sus copas y brindaron por Edward por la monumental tarea de cocinar él solo su primera cena de Acción de Gracias. Él aceptó sus elogios con gracia. Todos comieron hasta saciarse y fueron educados con sus elogios. Edward fue el primero en admitir que las papas tenían un sabor un poco raro y que la cazuela de judías verdes no estaba del todo bien. Ambas eran comestibles, pero no tan buenas como cuando las preparaba Bella. Seth estaba un poco duro, pero había abundante salsa y tocino para distraer ese hecho. El relleno estaba bueno y las papas, bueno, no estaban mal, es la mejor referencia que podrían obtener.
El postre estuvo fenomenal. Cada migaja de pastel fue devorada con entusiasmo. Todos los presentes aplaudieron a Edward y todos lo pasaron de maravilla.
Más tarde esa noche, con su despeinada y sudorosa esposa en sus brazos, Edward finalmente hizo una pregunta que había ayudado a evitar su clímax unos minutos antes.
—¿Quién es Alistair, por favor? ¿Trabaja con Rose o algo así?
Bella se rio en voz baja. Edward era conocido por hacer preguntas extrañas durante las conversaciones en la cama. Era un truco que había aprendido hacía mucho tiempo para mejorar su resistencia. No era que no estuviera presente durante el sexo, pero su mente vagaba por un viaje muy extraño hasta que ya no pudo evitar terminar.
—Es profesor, como ella. Es el nuevo jefe de banquetes del Departamento de Hostelería de la universidad. Está especializado en la manipulación segura de alimentos. Solía trabajar para el Departamento de Salud.
Edward sintió que el estómago le golpeaba las uñas de los pies.
—Bella, hay algo que necesito contarte sobre la cena…
~ECTT~
(1) Edward cocina el pavo, siendo pavo el plato principal de la cena de Acción de Gracias en EE. UU y Canadá, hasta el punto de que también se ha venido denominando de forma jocosa a este día como el Turkey Day (el día del pavo) en Estados Unidos.
(2) Una falta de ortografía arruinó en 1992 la carrera política de Dan Quayle, vicepresidente de Estados Unidos. Visitando una escuela primaria, con un gran cortejo de ayudantes y cámaras de televisión, Quayle le pidió a un niño que escribiera en la pizarra la palabra potato. El niño la escribió correctamente, pero Quayle le indicó que había cometido un pequeño error: a la palabra potato le faltaba, según el vicepresidente, una "e" al final.
(3) You sexy thing, de Hot Chocolate (1975), el enlace está disponible en este perfil y en mi grupo de Facebook
Nota de la traductora: shouldbecleaning participó con esta entrada en el Falling into Autumn Contest 2016, obteniendo el primer lugar en la votación del público y segundo lugar, votación de los jueces. Por favor, demostrémole nuestro agradecimiento por compartir con nosotros esta genial historia.