ID de la obra: 566

Edward Cullen's Guide to Surviving a Vampirsm Curse

Het
NC-17
En progreso
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 15 páginas, 6.917 palabras, 1 capítulo
Descripción:
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Capítulo 1

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Hello! Here is a new story for you :) Many thanks to cupcakeriot for giving his permission for this translation. Thank you, Rae! Let's remember that Twilight and its characters are by Stephenie Meyer. Many thanks to Larosaderosas and Sullyfunes01 for their valuable help! XOXO ¡Hola! Aquí está una nueva historia para ustedes :) Muchas gracias a cupcakeriot por dar su permiso para esta traducción. ¡Gracias, Rae! Recordemos que Crepúsculo y sus personajes son de Stephenie Meyer. ¡Muchas gracias a Larosaderosas y Sullyfunes01 por su valiosa ayuda! XOXO La portada que acompaña esta traducción fue hecha con ayuda de IA. Edward Cullen's Guide to Surviving a Vampirsm Curse por cupcakeriot . Esta «Guía de Edward Cullen sobre cómo sobrevivir a una maldición vampírica» participó en The 2020 Thirst Contest y fue ganador de dos premios: Validator Pick otorgado por Iambeagle y The Howler Award (al vampiro divertido favorito). . Todo empieza así: Emmett McCarty es un chico de fraternidad insoportable y fanfarrón que, por desgracia, también es primo de Edward, por matrimonio, según recalca Edward a cualquiera que se moleste en preguntar. Si Edward estuviera emparentado con Emmett por sangre, cree que podría morir. La única ventaja de tener a Emmett como primo es que, ahora que están en la universidad, las costumbres de Emmett de arrogante-amistoso por fin están dando sus frutos. Y con eso, Edward quiere decir que el estatus de himbo (1) de su primo como orgulloso Phi-Beta-Dickhead le ha conseguido a Edward una invitación exclusiva a una fiesta de Halloween en la calle de las hermandades. Edward no es estúpido, lo que significa que tiene toda la intención de aprovechar esta invitación, sobre todo por la bebida gratis. El único inconveniente de la fiesta es el hecho de que es explícitamente una fiesta de disfraces de Halloween, lo que significa que Edward tiene que arrastrar su lamentable culo a cualquier tienda de disfraces que todavía esté abierta cuando finalmente termine su turno en la tienda. No va a mentir: sus opciones son bastante escasas. Al tener que elegir entre la apolillada tienda de segunda mano y la espeluznante tienda de descuentos al otro lado de la ciudad, Edward opta por la tienda de segunda mano. Piensa que será más barato, por un lado, y por otro, la espeluznante tienda de descuentos es espeluznante todo el año, lo que seguramente significa que hay más disfraces disponibles para elegir. Cuanto menos esfuerzo tenga que gastar en esto, mejor. La tienda de segunda mano es exactamente del tipo que grita malas vibras con sus luces parpadeantes y sus escaparates con telarañas incorporadas, y si Edward la hubiera visto en una película de terror, se habría burlado de los protagonistas por entrar. Pero esto no es una película, y Edward está cansado, y aunque el polvo del interior le joda los senos nasales, tarda cinco minutos en localizar el disfraz de menor esfuerzo disponible. Edward palpa el conjunto de dientes de vampiro falsos, resbaladizos, fríos al tacto y de aspecto sorprendentemente real, y sonríe para sus adentros. Es el disfraz perfecto. Se los pondrá, se pondrá toda la ropa negra de su armario y ya está. Será como un vampiro moderno, con privación de sueño y créditos estudiantiles. Detrás del mostrador hay una persona canosa, de sexo indeterminado, con un larguirucho pelo blanco que le cuelga en la cara y una verruga del tamaño de un país pequeño decorándole la nariz. Chasquea la lengua ante los dientes de vampiro y mira a Edward con ojos grises turbios. —¿Seguro que los quieres?—, le pregunta. —Um, ¿sí?— Edward saca su cartera, tristemente raída en estos días. El tendero empieza a decir algo, pero el polvo de la tienda acaba por afectarle y Edward suelta una serie de estornudos ruidosos que le hacen crujir los huesos, de modo que no oye lo que le están diciendo. Ah, da igual. Probablemente no importe. Edward se suena los mocos y se limpia la nariz. El tendero lo mira, esperando algún tipo de respuesta. Le ofrece su sonrisa más encantadora. —Entonces, ¿cuánto le debo? Si el tendero suspira resignado y parece reacio a dar un precio a Edward, este supone que es porque su sonrisa Colgate -ganada a pulso tras años de ortodoncia- ha hecho que quieran rebajar el precio original. Después de todo, veinte dólares por unos dientes de vampiro de esta calidad le parecen una ganga. Se mete en el bolsillo el accesorio, saluda con la mano y se larga. Vuelve a su apartamento, del tamaño de una caja de zapatos, se zampa una taza de ramen de pollo y duerme durante las doce horas que faltan para su siguiente clase. Edward se olvida casi por completo de los dientes de vampiro y de la rareza moderada del tendero hasta que llega el sábado por la noche y tiene que meterse los dientes en la boca. Realmente son de buena calidad, nada de esa mierda de goma que usan los niños. En todo caso, parecen dientes de verdad, y podría haber pensado que lo eran si no fuera por el interior hueco que le permite deslizarlos perfectamente sobre sus propios dientes. Después de ponérselos, los dientes de vampiro se adhieren a sus encías de forma segura. Chasquea los dientes en su cuarto de baño poco iluminado, satisfecho de cómo le queda el pelo revuelto con su atuendo completamente negro. Parece un vampiro, o lo bastante como para que nadie le eche en cara que no se ajusta al espíritu de la fiesta. Un disfraz es un disfraz, ¿no? Para cuando Edward llega a la fiesta, la mitad de las hermandades griegas está merodeando por el barrio en diferentes estados de desnudez. Edward, con gran aprecio, ve un montón de diversos disfraces de putas, muy bonitos. Entra en la casa de la fraternidad de su primo, que tiene una política de puertas abiertas por la noche, y cree oír a Emmett gritando rítmicamente «toma, toma, toma» en la cocina, lo que no sería ni remotamente sorprendente. La música retumba a través de la idea que alguien tiene de una buena lista de reproducción, que en su mayoría son remezclas de la lista de reproducción Top 100 al ritmo de música electrónica. No es la peor música que ha escuchado, pero está bastante cerca. Él piensa que puede ser un poco crítico, teniendo en cuenta el hecho de que él es un estudiante de música. Edward reconoce la música de mierda cuando la oye, y esto es música de mierda. Sin embargo, la barra libre alineada en el pasillo es suficiente incentivo para que él ignore la lista de reproducción. Apenas ha terminado de servirse su bebida, un elegante ron con Coca-Cola, cuando se da cuenta de que no está solo. Junto a él está Bella Swan, que examina la oferta de licores con una mezcla de intriga y vago desagrado. Se sobresalta tanto al verla tan cerca que casi se le cae la bebida. —¡Bella! Ella se vuelve y lo mira con ojos oscuros y lánguidos. —Oh, eres tú—, dice. —Sí, soy yo. Sí, soy yo. Estoy aquí y tú también—, se apresura a decir él. De todos los lugares en los que nunca habría esperado ver a Bella Swan, es aquí, en una fiesta de fraternidad. No sólo está sorprendido porque ese no parece ser su ambiente, sino porque, aunque puede prepararse para verla en el campus porque parece que van a muchas de las mismas clases, y prepararse para verla en la tienda porque viven en el mismo barrio ligeramente deteriorado fuera del campus, nunca pensó que vería a Bella en una fiesta. Y menos en una fiesta humana. El caso es que Bella puede parecer humana, pero no lo es. O, bueno, lo es, pero también es más que humana. Es una bruja. No como una wiccana (2), sino como una bruja de verdad, que puede hacer magia, una maldita bruja real. De hecho, es una de las pocas brujas en el campus, sobre todo porque las demás brujas tienden a mantenerse al margen de la sociedad humana y van a escuelas sólo para brujas. No es que haya segregación, no desde toda la mierda de Salem en su día, pero es más como si las brujas en general no quisieran follar con los humanos, como si los humanos fueran en gran medida una especie de molestia para ellas. Bella Swan, sin embargo, ha hecho la rara elección de ir a una universidad humana, y vive en un barrio mayoritariamente humano, y en términos generales, no parece demasiado molesta con los humanos, no como otras brujas. Claro que tiende a mirar a Edward como si fuera una mascota fascinante y muy estúpida, pero con la que a menudo pierde la calma, él lo tiene merecido. Además, el tenue sentido de su desprecio es realmente sexy. Aún más sexy es el minivestido de terciopelo negro que lleva y el pequeño sombrero de bruja -seguramente auténtico- que lleva en la cabeza. Se ha hecho algo en los ojos para que parezcan enormes, oscuros y líquidos, y el rojo intenso de su pintalabios, tan oscuro que es casi morado, hace que su piel brille como la luna, o algo así. Edward casi se traga la lengua cuando se da cuenta de que ella también le está echando un vistazo. —¿Qué se supone que eres?—, pregunta ella. Él aparta los labios de sus dientes. —Vampiro—, se las arregla decir. —¿Y tú...? Ella levanta una ceja. —Una bruja, obviamente. —¿Realmente cuenta como disfraz si eso es lo que eres todos los días? Bella suelta una breve carcajada. —Dímelo tú—, dice crípticamente. Ladea la cabeza hacia él y luego asiente para sí misma. —Te queda muy bien. Edward balbucea su agradecimiento y Bella vuelve a reír, jodidamente encantadora, antes de marcharse. Edward no se da cuenta de que le ha quitado la bebida hasta que levanta la mano vacía. Es de mala educación y muy astuta, pero se da cuenta de que no le importa. Se sirve otra copa y flota durante el resto de la fiesta en el subidón de su breve conversación con ella. La noche transcurre borrosa, pero al final se las arregla para arrastrarse hasta casa, porque a la mañana siguiente se despierta con un aliento que sabe a culo y una botella vacía de Smirnoff debajo de la almohada. Edward camina a tropezones por su apartamento, se golpea en la puerta del cuarto de baño y vacía la vejiga. Después de lavarse las manos y salpicarse la cara con agua, coge el enjuague bucal y se lo pasa superficialmente. Escupe y se limpia la boca, luego hace una mueca en el espejo cuando la cabeza le da vueltas por esos pequeños movimientos. Las putas resacas son lo peor. Entrecierra los ojos para protegerse de la luz del cuarto de baño y cree ver algo raro en su reflejo. Se inclina hacia delante, examinándose desde todos los ángulos. Necesita afeitarse y sus dientes parecen un poco más rectos y blancos de lo normal, pero lo atribuye a que su nuevo dentífrico por fin ha dado resultado. Se olvida por completo de los dientes de vampiro. Probablemente los dejó en la fiesta, y si lo hizo, ¿a quién le importa? Sirvieron para algo. No vuelve a pensar en ello. Eso resulta ser un error, aunque no se dará cuenta hasta pasadas varias semanas. Al principio, todo está normal. Bueno, casi todo normal. Es estudiante universitario y tiene un trabajo a tiempo parcial para pagarse los libros de texto, por lo que siempre está agotado de tantas noches sin dormir lo suficiente. Se acercan los exámenes parciales, lo que significa que tiene que preparar una melodía original para una de sus clases, y eso, sinceramente, le mantiene abrumado durante las siguientes dos semanas mientras afina su composición. Entre el trabajo y los estudios, y tratando de no mirar demasiado fijamente a Bella Swan cada vez que entra en la tienda a comprar una cantidad realmente asombrosa de comida chatarra, Edward no tiene tiempo para darse cuenta de si algo le pasa a su salud. Pero un día, se da un atracón de pan de ajo con su triste comida de Little Caesars y se pasa la siguiente media hora con arcadas en el fregadero. Es jodidamente horrible, por supuesto, pero lo peor es que tiene que tirar la comida. Es evidente que algo va mal. Le hacen un descuento en su próximo pedido, así que eso es una ventaja. Lo toma como un extraño suceso aislado, y si después de eso desconfía un poco de los alimentos cargados de ajo, absolutamente nadie podría culparle por ello. Excepto Jasper, su mejor amigo, que naturalmente le echa la bronca por ello. Unas semanas después de Halloween, Jasper se da cuenta de la nueva aversión de Edward al ajo y disfruta comiendo todo el ajo que puede delante de Edward. —Idiota—, le dice Edward, viendo a Jasper subir las escaleras de su complejo de apartamentos mientras se come un panecillo con ajo. Jasper le levanta el pulgar. Cualquier otro día, Edward pondría los ojos en blanco y se largaría, pero Jasper tiene una película pirata que no llegará a los cines hasta dentro de un mes y Edward está dispuesto a sufrir el aliento a ajo para poder verla. Sigue obedientemente a Jasper hasta su apartamento, pero cuando Jasper abre la puerta, es incapaz de dar un paso más. Lo cual es rarísimo. Jasper le devuelve la mirada, obviamente esperando. —¿Y bien? Edward se queda mirando fijamente y trata de resolver este problema. Siente que debería pedir permiso antes de entrar en casa de Jasper. —Siento que debería pedir permiso—, dice con cierta impotencia. —¿Para qué?— pregunta Jasper sin comprender. Le da otro mordisco al panecillo. —Para entrar en tu casa—, responde Edward encogiéndose de hombros, intentando no inmutarse ante el olor a ajo que le llega. Jasper suelta un bufido tan violento que casi se atraganta con la comida. —No has pedido permiso desde, digamos, nunca—, señala. —Hace dos semanas irrumpiste en el apartamento, me llamaste cabrón y despertaste a mis padres que estaban de visita. Muevo la llave de repuesto una vez al mes y sigues encontrándola. Ni siquiera sé si sabes usar un timbre. O llamar a la puerta. —Sí—, Edward está de acuerdo porque todo es verdad. —Pero aún así. Como, tal vez estoy tratando de cambiar. Ser una mejor persona o lo que sea. —¿Te golpeaste la cabeza?— pregunta Jasper, que no parece preocupado de verdad. —Que te jodan—, dice Edward, un poco ofendido. Jasper le empuja el hombro. —¡Que te jodan! Edward le devuelve el empujón, porque es lo justo, y luego dice: —En fin. Entonces, ¿puedo entrar? —Sí, como quieras—, dice Jasper con indiferencia. Tiene ganas de reírse y llamar tonto a Jasper, un impulso que no puede resistir. Así que Edward se ríe y dice: —Tonto. Jasper lo mira extrañado. —¿Qué carajos ha sido esa risa? Edward se encoge de hombros. Ni él mismo lo sabe. El impulso surgió de la nada y la risa en sí fue como, niveles Mitch McConnell (3) de maldad directa, pero las risas son así a veces. Pasa junto a Jasper, sintiéndose un poco alegre al entrar en el apartamento, riendo en voz baja para sí mismo. —Raro—, dice Jasper a sus espaldas, cerrando la puerta. Jasper no se equivoca. Hay que reconocer que Edward ha estado un poco raro últimamente. Muy cansado y sediento todo el tiempo. Parece que no puede beber suficiente agua y, sinceramente, se está hartando de orinar todo el tiempo. Pero la sed no desaparece, y mantenerse despierto durante el día también es, en una palabra, difícil. Se pone peor. Como, sólo por sí mismos, son pequeñas cosas, pequeñas molestias que la mayoría de la gente pasa por alto. Claro, el sol es un poco más brillante; Edward simplemente empieza a llevar gafas de sol dentro de casa e ignora las carcajadas que esto le provoca. Y, de acuerdo, últimamente no ha estado súper hambriento, pero eso podría ser sólo estrés, ¿no? La universidad es estresante. La vida es estresante. No todo el mundo quiere comer todo el tiempo. Pero entonces no puede conciliar el sueño por la noche, lo que realmente apesta porque tiene que permanecer despierto durante el día para sus clases, y todo esto realmente significa que está despierto, simplemente, todo el tiempo. Y cuando le entra el hambre, no se le antoja una Big Mac, sino un filete vuelta y vuelta, pero mucho menos que término azul, y como no puede permitírselo, compra medio kilo de carne picada, apenas espera a que se cocine y se la zampa con salsa de tomate porque, al contrario de lo que se cree, Edward tiene algo de cultura. Tal vez, sólo tal vez, podría haber pasado por alto todo eso. Tiene veinte años y las cosas son raras. Ocurren. Pero entonces, pero entonces, se despierta una mañana hacia finales de noviembre y legítimamente no puede ver su reflejo. Los espejos no se rompen. Bueno, sí lo hacen, pero no así. Está de pie frente al lavabo del baño y el espejo muestra claramente la cortina de ducha, pero no le muestra a él. El espejo no muestra su reflejo. —¿Qué carajos está pasando?—, se pregunta, medio horrorizado. Alarga la mano hacia delante, con la intención de tocar el espejo para ver si Jasper o Emmett le han gastado alguna broma; ¿quizá es una foto en lugar de su espejo?, pero entonces suena el teléfono en su dormitorio y Edward se sobresalta tanto que da un respingo y se muerde el labio. —Mierda—, dice, secándose el labio y maldiciendo de nuevo cuando su mano sale ensangrentada. Vuelve a limpiarse el labio, pero sus nudillos chocan contra algo... afilado. Algo que no debería estar ahí. No es exactamente digno, pero Edward se lleva la mano a la boca, lamentando la falta de un espejo que funcione para hacerlo más fácil, y se palpa los bordes de los dientes, que no son tan planos como de costumbre. A ambos lados de los dientes delanteros, hay dos formas que sobresalen, de unos dos centímetros de largo, y desde luego parecen sus dientes de verdad, pero eso no puede ser cierto. Edward no es una jodida morsa y nunca había tenido unos dientes así. Tira de ellos, pero se niegan a moverse. Se siente desfallecer, sólo por un momento. Edward no es idiota, gracias a sus propios méritos ha conseguido entrar en la universidad, y, aunque a veces puede ser un poco lento, no hace falta ser un genio para entender lo que está pasando. Dientes de vampiro perdidos seguidos de tres semanas de síntomas que, en retrospectiva, parecen más o menos vampíricos. Santo cielo. —Mierda—, susurra, ahora totalmente horrorizado. —¡Me estoy convirtiendo en un puto vampiro! Su apartamento está vacío, así que nadie lo oye. Es un poco decepcionante, teniendo en cuenta que es el tipo de declaración que debería ser recibida con asombro y miedo a partes iguales, pero tal vez es mejor no tener público para esto. Sí, nadie necesita saber esto. Él sólo... lo resolverá. De alguna manera. Su teléfono suena de nuevo y él suspira, saliendo del cuarto de baño, yendo directamente a su habitación para desbloquear su teléfono y contestar la llamada. —Sí, ¿qué pasa? —Caray, qué gruñón estás hoy—, dice su hermana al otro lado de la línea. —¿Te has levantado con el pie izquierdo? Más bien del lado equivocado del ataúd, piensa Edward, hurgándose los... colmillos con la lengua. —¿Por qué llamas, Alice? —Ah, claro. Mira, mamá y papá quieren ir de visita este fin de semana y me arrastran con ellos. Te llamo para decirte que mamá va a querer algo más que la triste comida universitaria que estés comiendo y que deberías pagarme a mí, tu amable hermana, por este aviso enviándome dinero. Veinte dólares, por transferencia, ahora mismo. ¿Sus padres vienen este fin de semana? Mierda. ¡Carajo! ¿Sus padres no pueden venir en cuánto, dos días? ¡Edward tiene colmillos! ¡Y otros síntomas preocupantes! ¿Hay alguna manera de salir de esto? No, probablemente no. Su madre lleva los pantalones en la familia y ella tiene absolutamente cero conceptos de los límites. Si él le dice que no venga este fin de semana, ella va a pensar que está actuando sospechoso y vendrá de todos modos sólo para asegurarse de que está bien. Y él no está bien. Ahora mismo no está bien, demonios, y si su madre lo ve así, acabará en alguna institución siendo estudiado por el gobierno y... no. Simplemente no. Alice sigue parloteando, pero Edward no la escucha. —Tendré que llamarte más tarde, Ali—, dice. —¡Espera! ¿Qué pasa con mi dinero...? Edward cuelga y se pasa las manos por la cara. Tiene que hacer algo. Y tiene que hacerlo antes de que lleguen sus padres este fin de semana. Son dos días. Puede trabajar en dos días, ¿no? Resulta que no puede. Edward se pasa todo el primer día en páginas de Internet de dudosa reputación intentando averiguar qué demonios le ha pasado, y cómo, y cuándo no encuentra nada, se dirige a la espeluznante tienda de segunda mano en la que compró los dientes de vampiro. No sabe qué va a hacer cuando llegue allí. ¿Posar de vil y exigir un reembolso? Tampoco llega a averiguarlo, porque cuando llega a la tienda de segunda mano, ya no está. No sólo está vacía y con la puerta cerrada, sino que se ha ido. Como que, la tienda ya no existe. Sólo hay un gran cuadrado vacío entre otras dos tiendas, y después de que Edward pase diez minutos vergonzosamente agotadores intentando no morir bajo el sol del mediodía, un servicial transeúnte se detiene para decirle qué pasa. —Sí, la tienda desapareció un día de la semana pasada—, dice el hombre. —¿Desapareció? — repite Edward. —Bueno, era una tienda de brujas, ¿no? A veces hacen eso. Una tienda de brujas. Edward había comprado dientes de vampiro en una tienda de brujas. Es un maldito idiota. Por supuesto, esto es debido a las brujas, o una bruja, en realidad. Esto tiene todas las marcas de un hechizo que salió mal, ¿no? Y la bruja, esa vieja bruja, le había preguntado si estaba seguro de comprar los dientes, y él había dicho que sí. ¡Probablemente consintió en convertirse en vampiro! Accidentalmente, pero aún así… —¿Por qué yo?—, gimotea, ignorando la extraña mirada que le dirige el hombre mientras se aleja. Edward pasa varios minutos más mirando el lote vacío, intentando averiguar qué se supone que debe hacer ahora. ¿Vivir así? ¿Ser un vampiro? No quiere beber sangre. No, no quiere beber sangre. Tiene que haber algo que pueda hacer. Seguro que conoce a alguien que pueda... La conoce. Edward conoce a alguien. Conoce a Bella. Bella que es una bruja. Una bruja de verdad. Ha confirmado que es una bruja porque una vez la vio maldecir a un cliente maleducado de la tienda para que siempre abriera las puertas por el lado equivocado y el tipo tuvo un ataque de histeria cuando no supo cómo salir de la tienda. Fue genial. Y más que eso, es la prueba de que Bella puede hacer algo con la situación de Edward. Pero claro, no es tan fácil. Justo cuando quiere encontrarse con Bella porque está preparado para verla, no la encuentra. Ella no está en el campus, no viene a la tienda, y él no la ve en el vecindario. Es un pequeño problema, sobre todo porque el primer día termina y Edward sólo tiene 24 horas antes de que lleguen sus padres para resolver sus cosas. Por eso, a primera hora de la mañana, Edward se pasea por su barrio, atento a cualquier cosa vagamente brujil y a una bruja en particular. Espera encontrarse con Bella, pero no cree que eso ocurra. Está bastante seguro de que está jodido. Va a estar atrapado así el resto de su vida. Edward cruza calles y da vueltas a manzanas durante un rato. No puede dormir, así que mejor perder el tiempo. No espera buenas noticias, sobre todo con las ominosas nubes de lluvia que se ciernen sobre él, pero justo cuando pasa por delante de un edificio de apartamentos, el fuerte chirrido de una ventana al abrirse llama su atención. Levanta la vista y sus ojos se abren de par en par. Es Bella. Y ella lo mira, tan sorprendida de verlo como él a ella. Quizá Edward tenga suerte. Bella se asoma a la ventana, sin importarle el frío. —¿Qué haces levantado a las tres de la mañana? Edward se encoge de hombros. —Ya sabes, cosas. En realidad, te estaba buscando, más o menos. Bella levanta las cejas. —¿A mí? —Sí. —¿Para qué me necesitas? Edward se rasca la nuca. —Es una larga historia. Bella tararea. —De acuerdo. Déjame abrirte la puerta y podrás contármelo todo. Aunque una parte de Edward se asombra de que haya sido tan fácil, no va a caer dos veces en este truco de vampiros. De ninguna manera. Ya fue bastante embarazoso la primera vez. —¿Quieres decir que puedo entrar? —Obviamente—, se ríe Bella, alejándose de la ventana y desapareciendo de su vista. Un momento después, se oye un espantoso zumbido procedente de la puerta del edificio y Edward se apresura a abrir la puerta mientras aún tiene oportunidad. Sube al segundo piso e intenta averiguar cuál es el apartamento de Bella. No es muy difícil adivinarlo: sólo hay una puerta custodiada por cristales y talismanes. Respira hondo y llama a la puerta. Bella abre la puerta casi de inmediato. Lleva una camiseta de KISS demasiado grande y nada más, el cuello demasiado ancho y que le resbala por el hombro. Lleva el pelo despeinado en la espalda. Tiene muy buen aspecto. Se le seca la boca al mismo tiempo que le palpitan los dientes, lo cual es tan jodidamente raro que ni siquiera va a pensárselo dos veces. —Bueno, pasa—, dice ella impaciente, y él entra en el apartamento con los ojos muy abiertos, ¡cuántas cosas de brujas por todas partes!, mientras ella cierra la puerta. Bella lo mira con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados. —Estás diferente. Edward hace una mueca. —Estoy diferente. —Eres dramático—, corrige Bella. Edward niega con la cabeza. —No, estoy realmente diferente —insiste, despegando los labios de los dientes. Bella parpadea y, para su horror, se inclina hacia delante para verle bien los colmillos. Incluso los roza con la uña, con un gesto de desconcierto que cruza sus facciones demasiado bonitas. —Son de verdad, ¿no? —Ayúdame—, suplica Edward. —Creo que me estoy muriendo. Bella chasquea la lengua. —Dramático—, repite. Ladea la cabeza y dice muy despreocupadamente: —Pero puede que tengas razón. Este es el tipo de maldición que puede matarte. —Espera…, ¿qué?—, estalla él, siguiéndola mientras ella gira sobre sus talones y se dirige directamente a esa colección de libros francamente increíble y tan pesada que casi destruye la integridad de su estantería. —¿De verdad me estoy muriendo? —Probablemente—, dice Bella, indiferente, mientras selecciona un libro y lo hojea. Edward no sabe qué pensar. Sabe que está boquiabierto, enseñando sus estúpidos colmillos como el imbécil moribundo que es. Y Bella, la chica por la que lleva suspirando más de dos años, actúa como si nada. Esa parte duele más que la de la muerte, porque Edward creía que tal vez estaban de acuerdo, pero resulta que no, porque Bella acaba de decirle a Edward que se está muriendo y no está disgustada en lo absoluto. Bella levanta la vista de su libro y frunce el ceño. —¿Por qué tienes esa cara de tonto? —Porque me estoy muriendo—, dice Edward malhumorado. "Y a ti no parece importarte", que no añade. Bella pone los ojos en blanco. —Por favor. No te vas a morir. Ni siquiera es una gran maldición. Sus ojos se abren de par en par, su cerebro da vueltas para seguir el ritmo. —Espera, entonces eso significa... Ella le sonríe, con sus oscuros ojos brillando. —Puedo salvarte—, confirma, y luego se queda pensativa. Lo mira y se pasa la lengua por los labios. Tiene una extraña sensación depredadora. —Pero puede que no te guste el método... —Lo que tengas que hacer para salvarme, estoy dispuesto—, le dice Edward sin rodeos. —Bien—, dice ella enérgicamente. —Porque la única forma de deshacer una maldición como esta es extraer sangre de un donante dispuesto cuando la sangre en el cuerpo del donante está en su punto más alto. Bella lo mira expectante. Edward le devuelve la mirada, sin comprender. Ella suspira y se acerca a él para acariciarle la frente. —Es magia sexual, Edward. Tienes que beber mi sangre mientras estoy teniendo un orgasmo—, explica. Oh. ¡Oh! Edward casi se traga la lengua. —Quieres que te folle—, dice. Incluso mientras lo dice, incluso mientras llega a la conclusión, le cuesta creer que sea real. Se pellizca. Eso duele, así que no debe estar soñando. Bella quiere tener sexo con él. Para curar una maldición, pero, aun así. Ella levanta una ceja, de alguna manera se las arregla para mirarle por debajo de la nariz a pesar de ser tan menuda. —¿Me estás preguntando? ¿Quieres que te folle otra persona en mi lugar? Edward niega con la cabeza. —¡No! Yo... ¡está bien! Bella lo mira escéptica, con una sonrisa en la comisura de los labios. —¿Estás seguro? Hay un sex shop wiccano al final de la calle. Seguro que tienen un equipo de pegging... —¡Estoy seguro!— Edward estalla. —¡Quiero follarte! Quiere follársela tanto que es claramente estúpido. —Bueno, ahora que estás seguro…— Ella pone los ojos en blanco. —Desnúdate. Túmbate. Estate quieto para que pueda preparar el ritual. Edward se da la vuelta para hacer exactamente eso, habiendo localizado fácilmente su cama pegada a una de las paredes de su pequeño aparta-estudio. Duda sólo un minuto cuando empieza a quitarse la ropa. Supone que se refiere a toda su ropa. Al oírla juguetear detrás de él (se oyen tintineos de cristales, páginas de libros que se agitan y una entonación grave que suena como música para su oído recién aguzado), pierde unos minutos doblando la ropa cuidadosamente y colocándola en un escabel de terciopelo junto a la cama. Y luego se tumba de espaldas en medio del desordenado colchón, con las sábanas negras de algodón pecaminosamente suaves contra su piel fría. Trata de ignorar su polla, que, vergonzosamente, ya está muy de acuerdo con esta cura mágica de la maldición. Bella se acerca a la cama unos minutos después. Ya está encendiendo una vela de cera blanca, extrañamente inodora, y se sube directamente al colchón. Él tiene la mejor vista del mundo mientras ella lo rodea, dibujando un círculo de cera derretida alrededor de su cuerpo boca abajo; cada vez que ella se mueve, él vislumbra el brillo satinado de sus bragas. Se lame los labios, imaginando cómo sería si ella se sentara sobre él... —¡Ay!—, sisea, apartándose. —No te muevas—, le dice ella, que sigue vertiendo la cera de las velas sobre la piel de su muñeca. —Arde—, dice él con petulancia. —Eso es porque estás maldito—, le dice ella. —Ahora, cállate. Primero le aplica cera en la muñeca izquierda, luego en la derecha, en el tobillo derecho, en el izquierdo y, por último, en el centro del pecho. Todo arde, tenue y apagado, incluso después de que la cera se enfría en su piel. Le duelen más los dientes. Bella apaga la vela y la tira al suelo. Coloca los pies a ambos lados de las caderas de él y se arrodilla junto a él mientras busca algo que había dejado antes sobre la cama cuando él estaba distraído. No se da cuenta de lo que es hasta que una de sus manos está atada al cabecero de la cama. Edward abre mucho los ojos. —¿Las cuerdas forman parte del ritual? —No—, responde Bella con indiferencia, pasando a atar la otra cuerda. Los ojos de él se clavan en el vaivén de sus pechos mientras ella se inclina sobre su cara. —Entonces... ¿Es una pervertida? Edward puede estar de acuerdo. Bella termina de atarle la muñeca, luego se sienta hasta que su culo queda directamente sobre su polla. Ella se contonea un poco, levantando una ceja hacia él una vez más cuando hace un ruido de placer. —No quiero que me mates, ¿correcto? Si realmente bebes suficiente sangre para matar a alguien, entonces esta maldición durará para siempre. ¿Entendido? —Ajá—, dice Edward tontamente. —Entendido. Uh, ¿qué más se necesita para el ritual? La sonrisa de Bella se vuelve absolutamente lasciva cuando se estira hacia delante y le recorre el arco de los labios mientras se lame los suyos. Le aprieta con fuerza la barbilla. —Nada más—, dice. —La magia ya está creciendo. ¿La sientes? Yo la siento. Lo único que siente que crece es su adolorida polla, de lo que él está seguro que ella es plenamente consciente. Se agita contra ella, con los pies buscando algún tipo de apoyo en las suaves sábanas. En respuesta, Bella suelta una carcajada divertida y se quita la camisa del cuerpo, desnudándose completamente ante él, a excepción de ese maldito trozo de satén negro al que llama bragas. Piensa que sus pechos son un perfecto bocado pálido y que daría cualquier cosa por tocarlos ahora mismo. Pero tal como están las cosas, ella lo tiene atado como una ofrenda de sacrificio, y lo único que él puede hacer es ver cómo sus pezones se agitan en el aire frío. Las manos de Bella exploran su pecho, su torso. —Sabía que serías hermoso—, dice conversando. —No hay muchos brujos varones, ¿sabes? Si alguna de nosotras quiere tener hijos, tiene que encontrar un hombre humano. Desde que te vi... supe que serías perfecto para mí. Edward traga saliva, tratando de recomponerse más allá de la cálida espiral que se eleva cada vez más con cada perezoso giro de sus caderas. —¿Qué significa eso? Bella lo mira a través de sus oscuras pestañas, con una sonrisa que es a la vez una invitación y un desafío. —Significa que espero que esto no sea cosa de una sola vez. ¿Me entiendes? Edward cree que lo entiende. Al menos, sus dichosas neuronas pueden deducir que a Bella le gusta tanto como ella a él, y puede aceptarlo. Definitivamente puede trabajar con eso. Bella, descubre, no es una mujer excepcionalmente romántica. Es directa y franca, el tipo de mujer que toma lo que quiere cuando lo quiere. Y eso es exactamente lo que hace con él. Pasa unos minutos más calentándose sobre él y luego, sin mucho aviso, simplemente se aparta las bragas lo suficiente para deslizarse sobre su polla con un gemido de placer. Él la observa con ojos oscuros y bíceps tensos, se fija en el movimiento de sus caderas y en las contracciones musculares de sus muslos, en la forma en que sus dedos se enroscan en la carne de su abdomen. No tiene mucha palanca, pero sí la suficiente para empujarla hacia arriba, follándosela lo mejor que puede incluso estando tan sujeto. Bella se ajusta, moviendo las caderas hacia atrás y hacia abajo con esos movimientos ondulantes que le hacen presionar contra el centro de su placer tan a menudo que cada uno de sus empujones es respondido con un ruido jadeante. Ella se inclina hacia delante, atrapando sus labios en un sucio beso con lengua alrededor de los colmillos de su boca, que laten al ritmo de su sangre. Bella lo utiliza para perseguir su propio placer. No hay otra forma de decirlo y, sinceramente, él no lo aceptaría de otra manera. Ella se toma su tiempo para encontrar un ritmo y un ángulo que le funcionen, y él hace todo lo posible para poner la fuerza suficiente detrás de sus movimientos para que el placer serpentee por la columna vertebral de ella de la misma manera que serpentea por la suya. En un momento dado, Bella lo cabalga a su antojo, con la cabeza echada hacia atrás, y los ojos de él se clavan en las venas de su cuello. Es puro instinto lo que le impulsa, lo que envía una oleada de fuerza a través de sus brazos, y aunque Bella había atado esas cuerdas con fuerza, también es cierto que las propias cuerdas eran finas. Las rompe. Y al momento siguiente, los tiene volcados, con las piernas de ella en alto alrededor de su cintura mientras él la folla y la folla, la cama sacudiéndose al compás de sus gemidos. La cabeza de ella cuelga sobre el borde de la cama, con sus uñas rastrillando los hombros de él. Nada se ha sentido mejor que esto, que el apretón de su cuerpo alrededor del suyo, que la forma en que grita su nombre. Está tan aturdido por el instinto de follársela directamente a través del colchón que el otro instinto, el instinto vampírico, lo golpea de repente. En un momento está extasiado con el tembloroso aleteo de su coño, y al siguiente está clavándole los dientes en la curva del cuello, con un chorro de calor llenándole la boca. Traga hambriento, mirándola mientras sigue penetrando su cuerpo flexible. Ella tiene los ojos en blanco, la boca abierta, roja y húmeda. Vuelve a tragar, saboreando la riqueza de su sangre, estremeciéndose al ver cómo la empuja hacia su propio final. Ella se aprieta de nuevo a su alrededor y él cierra los ojos, entregándose por completo al instinto de tomar y tomar y tomar... Una sacudida eléctrica le recorre desde el cuello hasta la columna vertebral y lo hace apartarse de ella, o salir despedido, en realidad, por la forma en que cae al otro lado del colchón. Cae boca abajo, con los músculos crispados por el agotamiento y la sangre derramándose a los lados de la boca. A su lado, Bella ríe sin aliento. —Hécate (4)—, dice. —Tenía el presentimiento de que serías bueno, pero eso fue... Oye, ¿estás bien? Deja que te revise la boca. Edward gira la cabeza hacia ella, abre la boca todo lo que puede. De repente se siente agotado, como si no hubiera dormido ni comido en un mes, lo cual es bastante preciso. Supone que esta repentina falta de energía significa que la maldición se ha roto, pero Bella lo confirma después de examinarle primero la boca, luego el pulso y algo más con un conjuro susurrado. —Todo despejado—, declara ella, cubriéndole el pecho sudoroso. Su cuello está manchado de su propia sangre, pero no hay ninguna herida. Edward cierra los ojos aliviado. —Gracias a Dios. No estaba preparado para morir. —Sólo era una pequeña maldición—, le dice Bella. —Probablemente la lanzó un niño de cinco años. —Eso no me hace sentir mejor—, dice. —Oh, eso es muy malo—, le responde ella, moviéndose contra él. Se coloca a horcajadas sobre sus caderas, frotándose lascivamente contra él. —Esperaba otra ronda... Termina así: Edward le da otra ronda. Le dará todas las rondas que quiera y no sólo porque probablemente le haya salvado de una vida de vampirismo, sino porque es Bella y está seguro en un noventa por ciento de que está enamorado de ella. Y porque cree que, tal vez, podrían haber encontrado el camino el uno hacia el otro incluso sin la maldición, aunque les hubiera llevado más tiempo. ¿Es raro sentirse feliz por estar maldito? Porque se siente feliz. ¿Qué es una pequeña maldición comparada con Bella Swan durmiendo felizmente en sus brazos y dejando que él se la presente a sus padres como su novia? Al final, no es nada. No le importaría volver a ser maldecido si esto es lo que consigue. (Excepto, quizás, ¿tal vez algo distinto a un vampiro la próxima vez? Porque ser vampiro apestaba). . (1) Himbo se usa para describir a un hombre atractivo, a menudo muy musculoso o en forma, que no es particularmente inteligente ni brillante, pero que a menudo trata de ser respetuoso, especialmente con las mujeres. (2) Wiccas y wiccanos: Wicca La wicca es una religión sincrétrica neopagana moderna, vinculada con la brujería y otras religiones antiguas. Estudiosos de la religión la clasifican como un nuevo movimiento religioso y como parte del esoterismo occidental ocultista. Fue desarrollada en Inglaterra durante la primera mitad del siglo xx y presentada al público en 1954 por Gerald Gardner, un funcionario jubilado británico que afirmó haber descubierto una antigua religión pagana (la llamada hipótesis del culto de las brujas). Por lo que de ahí se derivan los términos wiccanos y wiccanas para identificar a los practicantes de Wicca. (3) Addison Mitchell «Mitch» McConnell es un político estadounidense afiliado al Partido Republicano quien debido a sus actuaciones una gran parte de la prensa de lo llaman como la personificación de «La arrogancia, la vileza y la maldad». (4) Hécate ha sido considerada tradicionalmente como la diosa de la magia, la noche, los fantasmas y la muerte. Sin embargo, en su origen, fue una diosa tracia relacionada con la fertilidad, la agricultura, la caza y la pesca. ¿Te gustó? Imagino que sí, ahora es cuando te pido que me dejes tu comentario contándome qué fue lo que más te gustó y donde también te recuerdo la importancia de agradecerle a cupcakeriot por compartirnos esta divertida historia en español. El link a la historia original está en mi grupo de español. Puedes ser un sencillo gracias o algo más elaborado si te apetece. ¡Gracias por tu apoyo!
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