ID de la obra: 567

Cullen's Big Rig

Het
NC-17
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 14 páginas, 5.580 palabras, 1 capítulo
Descripción:
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Capítulo 1

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Hello! Here's a new One Shot for you :-) Thank you so much to purpleC305 for give her permission to this translation. ¡Hola! Aquí está un nuevo One Shot para ustedes :-) Muchas gracias a purpleC305 por darme su permiso para esta traducción. Y de nuevo mi agradecimiento a Larosaderosas y Sullyfunes01 por su apoyo para que esta traducción llegue lo mejor posible, y a Daniela Masen por la hermosa portada que hizo para esta historia. Los errores son míos. Disclaimer: Twilight and its characters are by Stephenie Meyer, purpleC305 is the amazing author and I translate it. Thanks a million, Christina! Descargo de responsabilidad: Crepúsculo y sus personajes son de Stephanie Meyer, purpleC305 es la asombrosa autora y yo traduzco. ¡Un millón de gracias, Christina! Cullen's Big Rig By: purpleC305 . Nota de la autora: Un pequeño y divertido one shot. . —Carl—, saludo a mi jefe con un apretón de manos. Su cabello salpimentado contrasta con su brillante personalidad. Supongo que será el estrés del trabajo lo que le ha ocasionado las canas. Tratar con clientes y conductores insatisfechos puede ser un fastidio. Pero bueno, yo no sabría. Soy, simplemente, una conductora. Sí, yo, Bella Swan, que mido poco menos de metro setenta, conduzco un semirremolque. Y no cualquiera. Un Kenworth W900 con un espacio para dormir. Es de color negro, como mi alma, si le crees a mi hermana Alice. A ella le gusta pensar que los colores con los que te rodeas reflejan y definen tu personalidad. Tal vez sea cierto en su caso: ella es la dama de la familia, alegre, moderna y vestida de rosa chillón. Le encantan los vestidos y los tacones altos, las últimas tendencias, las uñas de unicornio y todo lo rosa. Yo soy la de botas de combate con puntera de acero, camisa de franela y manos grasientas. Eso no le sentó nada bien a mi querida hermana cuando no quise arreglarme para el baile de graduación hace tantos años, y desde entonces me apoda el Cisne Negro. Como quieras. —Hola, Bella. ¿Qué tal el viaje?— pregunta Carl, colocando los auriculares en el escritorio, señal de que es todo oídos. —Bien. Como siempre—, respondo y voy directa al grano. —¿Programaste mi KW para un cambio de aceite? Recibí el correo electrónico—. Toco mi teléfono celular. Estamos hablando de mi bebé, el que compré y pagué yo misma. Es mi orgullo y mi alegría. Nadie la toca, excepto yo. Él lo sabe. Carl asiente. —Dirígete al otro lado de la calle—. Señala por encima del hombro en dirección a la tienda. —Edward se encargará por ti—. Edward es su hijo. Empiezo a protestar, pero levanta la mano. —Lo sé, lo sé. Lo sé, lo sé. Es tu bebé, pero deja que le dé una revisada. Quizá le falte algo. Él puede encontrarlo. Como esa luz del motor que has mencionado que sigue apareciendo. Edward tiene las herramientas para diagnosticarlo correctamente. ¿Y no está para su inspección anual de Tránsito? Tiene razón y cedo con un suspiro malhumorado. —Sí. Todos los años de manera puntual. —Te pareces a tu padre más de lo que crees—, afirma Carl con una risita. —Salúdalo de mi parte cuando lo veas. Se refiere a Charlie, el duro sheriff de Forks. Me ha enseñado todo lo que sé: cómo disparar un arma y no fallar, cómo cambiar el aceite de mi camión, entre otras cosas. Él no tuvo el hijo con el que sueñan la mayoría de los hombres, pero yo estuve cerca: la marimacho. Somos bastante cercanos. —Alguien tiene que continuar el legado—, le devuelvo con un guiño. Carl y mi padre son compañeros de pesca. Se conocieron en un lago y suelen seguir encontrándose en él, normalmente con unas cuantas cajas de cerveza a cuestas. Se ríe entre dientes, con los ojos azules brillantes, y vuelve a coger los auriculares cuando empieza a sonar el teléfono. —Nos vemos allí dentro de cuarenta minutos y te presentaré—, dice y contesta al teléfono. —Habla Carl. Lo tomo como una señal y salgo. Protejo mis ojos de la brillante luz del sol y dirijo mi mirada al otro lado de la calle. Cullen's Big Rig Repair Shop (1), o CBR, como rezan las grandes letras rojas en el cartel de la puerta. En el patio hay algunos remolques de la flota y tres camiones: dos Peterbilt y un KW. No conozco a este hombre, pero he oído a otros conductores hablar del trabajo de Edward. No hay quejas hasta ahora. Teniendo en cuenta que abrió el taller hace poco más de seis meses, aún desconfío un poco. Pero es el hijo de mi jefe. Eso tiene que contar para algo. Confío en Carl, así que debería poder confiar en su hijo con mi camión. Dejo el remolque cargado para el repartidor local y me pongo al volante. —Muy bien, señorita. Siempre hemos sido tú y yo. Hasta ahora. Un hombre te va a poner las manos encima. Así que sé una buena chica, y trata de no encariñarte demasiado con sus manos, ¿de acuerdo? Suelto los frenos y emiten un siseo satisfactorio como protesta. **ooOOoo** Carl se reúne conmigo afuera de del taller cuando llego. —Hijo—, grita mientras cruzamos la puerta. Se cierra de golpe detrás de mí. Oigo el ruido metálico de una llave inglesa, seguido de una maldición. Entonces aparecen un par de botas con puntera de acero debajo de un Freightliner, seguidas de unas piernas vestidas con un mono de trabajo y un torso que revela un rostro ceñudo. —¿Qué carajos pasa, papá? Levanto una ceja. Mi padre me lavaría la boca con jabón si lo saludara de esa manera. Carl responde, pero mi atención se centra en la mandíbula cincelada con un día de barba, una nariz recta y varonil y los ojos más verdes que he visto en mi vida. Si añadimos los impresionantes bíceps que luce... ¡Es un buen espécimen! —Um...— Empiezo cuando sus ojos se clavan en los míos, buscando en mi cerebro palabras para seguir ese comienzo tan elegante. Me concentro en su gorra de béisbol negra que colocada al revés en su cabeza. Mechones de pelo cobrizo asoman por debajo. ¡Santa madreperla! ¿Por qué no he estado aquí antes? No, no para que me arreglen el camión, sino para pasarle las herramientas, o para darle agua. Puede que tenga sed. O para sostenerle la manguera. Porque está haciendo cosas sucias en mis fantasías. Tal vez soy yo la que necesita que me pase la manguera. Sí, necesito una manguera... su manguera, tal vez. Me muerdo el labio para no reírme. —Esta es Bella—. La mano de Carl en mi hombro me saca de las múltiples fantasías en las que mi mente se había metido, cada una de ellas protagonizada por el apuesto hombre que tengo al frente. —Una de mis mejores chóferes. Me ruborizo. Me aclaro la garganta. Él con sus cumplidos. —Hola—, me saluda Edward y se levanta, el timbre bajo y ronco de su voz me envuelve. Sí, necesita agua. Por fin soy capaz de apartar los ojos de su cuerpo y su cara tan bien esculpidos y cojo un trapo con aceite que hay en el mostrador de herramientas detrás de mí. —Gracias. — Me mira con recelo mientras se lo doy. No suelo perder todas mis habilidades motoras con los hombres, pero este tipo... este hombre me hace perder la función de la boca, el cerebro y... ¿el cuerpo? Y... Me he acercado. —Conduce el W900 del que te hablé.— ¿Carl está aquí? ¡Todavía está aquí! ¡Cálmate, mujer! Cálmate de una puta vez. Doy un paso atrás y apoyo las manos en el mostrador. Cuanto más lejos de él, mejor. Su proximidad está afectando cada parte de mí. Especialmente mis partes femeninas. Debería ser ilegal tener tan buen aspecto, ¿verdad? Como si debiera estar encerrado en una oscura habitación acolchada. Y yo sería su cuidadora y lo cuidaría muy bien. Ni siquiera necesito que me paguen. Mirarlo, tocarlo sería pago suficiente. Sí, mi cerebro también está estropeado. —Ese es un gran camión para una dama tan pequeña. No acaba de... ¡Ugh! Enderezo los hombros y le pongo mala cara. —¡Cuidado con lo que dice, señor!— Para enfatizarlo, le señalo con el dedo. Carl suelta una carcajada. —Los dejo para que hablen. No se maten—. Nos señala a los dos con el dedo. —¿Y Edward? Nos vemos más tarde—. Se va y quedamos los dos solos. Esta «intimidad» tiene mucho potencial. Edward suelta una risita y me dan ganas de grabar ese sonido hasta que las palabras «pequeña dama» me recuerdan por qué no me gusta... ya. —Estoy impresionado—. Asiente cuando permanezco en silencio. —De verdad. Hay que tener agallas para hacer lo que haces. Y un W9 es una excelente elección. También soy fan del K-whopper. Estoy segura de que tengo la mandíbula por los suelos. ¿Él...? ¿Está impresionado? Antes de que se me ocurra algún tipo de respuesta o de agradecimiento, como haría normalmente, Edward vuelve a tirar el trapo sobre el mostrador y se dirige a su despacho del fondo. —¿Papá mencionó algo sobre una luz del motor?—. Asiento con la cabeza mientras lo sigo. Su escritorio está lleno de papeles y encima hay una capa de polvo. Es el típico despacho de mecánico. Del tipo que prefiere pasar el tiempo bajo el capó que haciendo cualquier tipo de papeleo por minúsculo que sea. Incluso hay un sofá de cuero negro desgastado pegado a la pared del fondo y me pregunto si duerme aquí. —Sí. Pero hace tiempo que no aparece. Quizá se arregló solo—. Me encojo de hombros, sabiendo que no es así, pero tengo esperanzas. Edward resopla. —Nada se arregla solo—. Se deja caer en la crujiente y desgastada silla y junta los dedos detrás de la cabeza. Parece tan despreocupado, tan sexy. —Mira, si vuelve a aparecer, búscame. Tengo una corazonada sobre lo que podría ser, pero sin un código para comprobarlo, no puedo asegurarlo. —De acuerdo. — Dejo la llave sobre su escritorio y sujeto el pomo de la puerta. Estar en este pequeño espacio, rodeada de su olor, a diesel, aceite y hombre, combinado con su masculinidad me hace sentir... ¿intimidada? ¿O caliente y excitada? Se me pone la piel de gallina y estamos en pleno verano. Me sigue por la puerta y se dirige hacia mi KW, abriendo los pestillos del capó. —Te avisaré cuando haya terminado—, me dice por encima del hombro. —Seguramente para el lunes. Cuando estoy a punto de irme, cometo el monumental error de girarme. El capó está inclinado hacia delante, el motor Cummins naranja en plena exhibición y Edward... bueno, está tumbado sobre la tabla deslizante con una linterna en la mano y arrastrándose por debajo del motor. Mis pies están pegados al suelo, reacios a moverse. ¡Muévanse, pies, muévanse! Mis ojos recorren sus pies calzados con botas, suben por sus musculosos muslos y se detienen justo en ese jodido bulto enorme que se perfila bajo su overol azul marino. Oh. Maldita. Sea Mi ojo izquierdo empieza a temblar mientras sigo mirando. Y mirando. Y babeo. Creo que incluso inclino un poco la cabeza y me relamo los labios. La piel de gallina de antes se ha intensificado y ahora siento cómo el calor se extiende por todo mi cuerpo, hormigueando en los dedos de mis pies y de mis manos y bajando por mi columna vertebral. El calor se acumula entre mis muslos mientras me inunda una lujuria pura y sin adulterar. El primer pensamiento que me viene a la cabeza es: ¿eso no debería registrarse como una tercera pierna? Trago saliva y vuelvo a trazar el contorno con la mirada. ¡Dios mío! ¿Cómo... encaja eso? ¿No debería haberme fijado en las chicas que andan por ahí con la vagina rota? ¿O cojeando y haciendo muecas a cada paso? Quizá sea gay, es el siguiente pensamiento. Sacudo la cabeza para mis adentros. No, eso no puede ser verdad. Estaría en la cárcel por asesinato. Y seguro que ahora no estaría tan empalmado. Mi monólogo interior se detiene en seco cuando se aclara la garganta. Mis ojos vuelan hacia los suyos y en mis mejillas se acumula un calor que podría rivalizar con la temperatura del sol. Me atrapó. Boqueo como un pez fuera del agua, pero no me sale ninguna palabra. Cualquier cosa estaría bien, pero estoy atontada. O penetontada. ¿Acaso existe esa palabra? Cuando me guiña un ojo con una sonrisa diabólica en los labios, giro sobre mis talones y salgo corriendo por la puerta. En la seguridad de mi auto, apoyo mis manos temblorosas en el volante y respiro profundamente para calmarme. Vaya primera impresión. Yo no soy así. De algún modo, llego sana y salva a mi casa de dos dormitorios con vistas a la bahía. Me sirvo medio vaso de Blue Label (2), salgo al patio y contemplo las olas que se acercan a la orilla. La vista no me trae ninguna calma, aunque mi libido y mi mente siguen en ese taller fijadas en la entrepierna de Edward. Mis dedos se enroscan en el cristal y el viento azota mi pelo mientras contemplo la posibilidad de volver y preguntarle si puedo inspeccionar su eje de transmisión. Mi fuerza de voluntad es fuerte, aunque de momento no es mi amiga, y me dirijo al piso de arriba para darme una larga ducha en la que las imágenes de cierto mecánico en mi mente me enloquecen. Mi mano se desliza por mi cuerpo mojado y me paso un dedo por los pliegues, estremeciéndome cuando la fantasía cobra vida tras mis párpados cerrados. La boca de Edward, caliente y desesperada sobre mi piel. Sus labios rodean un tenso pezón y lo succionan hasta que grito su nombre. —Edward—, gimo y deslizo dos dedos dentro de mí. En mi fantasía, me levanta y me empuja contra la fría baldosa, con su polla gruesa y palpitante en mi entrada. —Dios mío. Mis dedos empujan con más fuerza y no es suficiente, así que añado otro, presionando con el pulgar contra mi clítoris. Me estremezco, su nombre es una súplica susurrada mientras lo imagino llenándome, estirándome una y otra vez. Mi cuerpo se aprieta. Me estoy acercando al límite. Siento un hormigueo en la columna vertebral y el estómago se me tensa. Mis dedos bombean más deprisa y le imagino penetrándome con tanta fuerza que casi me duele. Es tan bueno, tan primitivo. El orgasmo me desgarra y me inclino hacia delante con su fuerza. Un calor abrasador me recorre el cuerpo y cierro los ojos. Me muerdo el labio inferior para no gritar su nombre. El subidón de euforia se desvanece demasiado rápido y me desplomo contra la pared, respirando hondo, con el agua tibia todavía rociándome. Y ni siquiera cojeo a la mañana siguiente. ¡Qué vergüenza! **ooOOoo** Veo el resplandor de las luces del taller proyectando sombras en la acera, aún oscura, cuando llego el lunes por la mañana. Son las cuatro de la mañana. ¿Qué hace aquí tan temprano? ¿De verdad duerme aquí? La puerta cruje cuando la abro. El sonido del agua corriendo llega a mis oídos mientras me dirijo hacia él. El corazón me late con fuerza esperando que sea él. Exhalo aliviada cuando veo la cabeza de Edward inclinada sobre el fregadero. Se está echando agua en la cara y frotándose los ojos. —¿Edward?— Pregunto en voz baja con la esperanza de no volver a asustarlo. Se gira y las gotas de agua caen al suelo. Tiene la cara mojada, parte del pelo también y uno de los ojos enrojecido e inyectado en sangre. —Pequeña dama—, grazna. Debería molestarme, pero apenas lo percibo. Empieza a sonreír, pero enseguida hace una mueca al frotarse de nuevo el ojo. Con una mueca de dolor, Edward se vuelve de nuevo hacia el lavabo. Me preocupo y estoy a su lado en un segundo, frotándole la espalda como si eso fuera a aliviarle el ojo. —¿Qué pasa? —Tengo virutas de metal en el ojo. ¡Idiota! Me asalta el instinto de supervivencia y miro a mi alrededor. Herramientas, herramientas y más herramientas. —¿Tienes un botiquín de primeros auxilios? Edward señala hacia su despacho, todavía frotándose el ojo. Le agarro la mano. —¡Detente! Sólo empeorará. Ven. Sé cómo sacarlas. —¿Ahora también eres médico?—, pregunta ligeramente irritado, mirándome con el ojo bueno. Toda su cara parece un tomate. ¿Cuánto tiempo lleva en esto? —No. Pero deberías ir a ver a uno—, replico. —Podría estar infectado. —Estaré bien. Claro que sí. Como cualquier otro hombre que apenas puede ver con un ojo. Hey, oye, ¡tienes un ojo de repuesto entre las piernas por si uno falla! ¡Oh Dios! Parece que no puedo olvidarme de esa parte en concreto. Estupendo. Simplemente genial. Trago saliva con brusquedad y hago que se siente en el sofá mientras yo me dedico a rebuscar en el botiquín para encontrar rápidamente lo que necesito. —¿Tienes alguna botella de agua por aquí? Asiente, con los ojos cerrados y el ceño fruncido. Debe ser por el dolor. —Nevera. Cojo unas cuantas botellas frías y me siento a su lado, intentando no fijarme en cómo mueve el cuerpo de cara a mí. Para un extraño, esto podría parecer muy íntimo. A mí también me lo parece. —¿Puedes abrir los ojos?— Mi voz es tranquila, demasiado tranquila. Incluso mis manos se sienten inestables. Mis ojos se posan en su regazo, deseando tener visión de rayos X, como Superwoman. —Me pica, mierda—, murmura desviando mi atención de algo grande, definitivamente no pequeño. El verde de sus ojos contrasta con el rojo que los rodea. Y, sin embargo, son tan impresionantes que me quedo mirando un momento, preguntándome si encontraré el camino de vuelta. —Pequeña...—, hace una pausa. —¿Bella? ¿De verdad es tan grave?— El miedo tiñe su voz y se lleva la mano a la cara. La sujeto antes de que vuelva a hacer contacto con su ojo herido. Está caliente y aún continúa húmedo por el agua. No quiero soltarlo. Pero lo hago. Gracias a Dios por todas las lecciones improvisadas que mi madre, la enfermera, me ha dado a lo largo de los años. —Sólo... no vuelvas a frotarlo. Edward asiente levemente y se quita la gorra de béisbol. Mechones de pelo castaño le caen sobre la frente. Me tiemblan los dedos y las ganas de pasárselos por el pelo casi me consumen. Es como si me llamaran. Bella... Bella... ¡Hombre herido! ¡Concéntrate! Con toda la delicadeza que puedo, empiezo a frotarle el rabillo del ojo con un bastoncillo de algodón húmedo. Sisea y me disculpo. Sonríe. Supongo que el dolor no es tan fuerte. El blanco del bastoncillo sale grisáceo, ligeramente cubierto de virutas de metal. Lo tiro a la basura y cojo otro, lo mojo en agua y le pregunto: —¿Cómo ha pasado esto? Su aliento mentolado me inunda mientras habla. No es difícil concentrarse en las palabras. Definitivamente, no lo es. Sin embargo, la tarea más pesada que tengo es centrarme en su mirada cuando lo único que quiero es mirarle la boca mientras habla, o besarle cuando se pasa la punta de la lengua por el labio inferior. ¿Sigue girando el mundo? ¿O se ha detenido el tiempo? Dice algo sobre serrar una tubería y, al soplar el polvo sobrante, le entró en el ojo. —¿Has oído hablar de los lentes de seguridad?— El sarcasmo tiñe mi voz. Sus labios, muy besables, se vuelven rectos y sus dedos se cierran en puños sobre su regazo. ¿He tocado un nervio? —Sí—, refunfuña. —Los había olvidado en ese preciso momento. Son cosas que pasan, ¿sabes? No pensé que los necesitaría. Asiento y vuelvo al trabajo. La mayor parte del polvo se ha retirado y el último hisopo sale limpio. —¿Cómo supiste qué hacer?—, pregunta tras un momento de tenso silencio. —Mi madre es enfermera. Me enseñó algunas cosas básicas. Edward asiente y volvemos a estar en silencio. Es un buen paciente y me deja ponerle gotas en el ojo. Parpadea un par de veces y una lágrima le resbala por la mejilla. Se la seca apresuradamente. Quiero besarlo, lamerlo. —¿Alguna vez duermes?— No puedo soportar la quietud, la tensión y su mirada atenta. Su mirada sigue cada uno de mis movimientos. Es desconcertante. Parpadea. —¿Qué? —Son las cuatro de la mañana—, le digo inexpresiva y me inclino un poco más para mirarle a los ojos. Sus pestañas son largas y curvadas hacia arriba. Son del tipo que las mujeres anhelan, por las que matarían. Debe de ser cosa de hombres. —Estás levantada—, responde, como si eso fuera una respuesta. —Tengo que salir a la carretera—. Debería saber que esa era mi razón para estar aquí. —Oh. Sí. Um... bueno... algunos días me gusta adelantar trabajo—. Las líneas apretadas alrededor de sus ojos me dicen que no presione. Tengo la sensación de que hay alguna otra explicación. —No podía dormir—, dice en voz baja. Me quedo quieta, esperando que me dé más explicaciones, pero no lo hace. La tensión aumenta mientras ninguno de los dos habla. Me ocupo de limpiar el desastre y guardo el botiquín. Cuando me vuelvo hacia él, Edward tiene la cabeza apoyada en el sofá y los ojos cerrados. Luce muy tranquilo. Rompe el silencio como si supiera que le estoy mirando descaradamente. —Entonces, pequeña dama, ¿estoy mejor? ¿Todo en orden? — Una sonrisa se dibuja en sus labios y me dan ganas de borrarla. Me siento a su lado. —¿Cómo te sientes?— Puedo ser civilizada. Puedo fingir que no se está metiendo en mi pellejo y que me está poniendo cachonda. Abre los ojos lentamente y parpadea varias veces. —Definitivamente, mucho mejor. Me inclino hacia él y le examino el ojo. Sigue un poco inyectado en sangre, pero tiene mucho mejor aspecto. Sus iris verdes encuentran los míos. Hago una pausa y trago saliva. Su dedo roza suavemente mi mejilla. —Qué ojos tan expresivos tienes—, susurra, acercándose. Me doy cuenta de cada movimiento que hace, lo siento. —Motas doradas entre el marrón intenso. Como ahora—, se inclina aún más. —Avellana en lugar de café. Parpadeo y suelto una risita. Rompiendo el ambiente. —¿Algún otro sabor? Edward me mira a la boca y vuelve a mirarme a los ojos. —Me pregunto de qué color serían si te besara. Sí. Averigüémoslo, ¿de acuerdo? —Probablemente de todos los colores. Brillante. Muy brillante. Se ríe por lo bajo y roza sus labios con los míos. Es tierno y dulce, mucho más de lo que había imaginado. Vuelve a hacerlo y esta vez le correspondo chupándole ligeramente el labio inferior. Él gime y acerca su boca a la mía, pasándome la lengua por el labio inferior. Me abro a él y es alucinante. La cantidad perfecta de labios y lengua. Me agarra por las caderas y me sube a horcajadas sobre su regazo, alineando nuestras pelvis. Jadeo al sentir su presión contra mí. ¡Ay! El mecánico tiene una buena herramienta. Mejor para mí. Edward gime y me besa la mejilla, chupándome la piel de debajo de la oreja. Me vuelve loca y me produce escalofríos. —Bella —gruñe, sujetándome las caderas con sus manos. No me importan los moretones. Vuelve a acercar su boca a la mía y me besa suavemente. Una vez. Dos veces. Luego se retira. ¡No pares! —Tengo que ser sincero contigo. —Está bien—, susurro y beso su mejilla con barba y su garganta. No me importa lo que tenga que decir. Me importa que esté desnudo y que use ese enorme pistón en sus pantalones para llevarme a la meta. —Viernes—, empieza y siento cómo se le mueve la garganta al tragar. Pero esa palabra me hace retroceder. Viernes significa mi sesión de miradas. Viernes significa humillación. Viernes está maldito. Me mira sentada en su regazo y yo sigo su mirada. ¡Maldita sea! Ha montado una tienda que podría albergar a una docena de soldados. Me gustaría enlistarme a su puto servicio, señor. —No fue...—, se aclara la garganta. Es lindo cuando está nervioso. —No era lo que creíste ver. Estoy tentada de alejarme de él porque esto no suena bien. El miedo empieza a crecer en mi pecho. No es lo que me gustaría sentir ahora. Quiero hormigueos y escalofríos y... orgasmos. Sí, ha pasado demasiado tiempo. Es un juego de palabras. Me doy cuenta y me quito de su regazo, fuera de su alcance. —¿Qué es lo que vi?— exclamo, habiéndome acercado al escritorio. Apoyo la mano en él y me paso la otra por el cuello. Siento calor, y no del bueno, como hace unos minutos. No, este calor es de vergüenza. Edward se levanta y da un paso hacia mí. —Una manguera—, admite. —La tenía en el bolsillo y supongo que parecía...—, se interrumpe. ¡Oh, Dios! Dios mío. Esto no puede estar pasando. ¿Realmente... me masturbé con imágenes de una maldita manguera? ¡Tenía forma de polla! La humillación me invade y suplico en silencio al suelo que se abra y me trague entera. —Debería irme—, murmuro, demasiado avergonzada para mirarle a los ojos mientras me doy la vuelta y salgo por la puerta. Por supuesto, me sigue. —Bella. Para—. Continúo. —Por favor detente. Con la bota en el primer escalón de mi camión, me giro. —No pasa nada. Ha sido culpa mía. Yo...— Hago una pausa y cierro los ojos, esperando deshacerme de esta humillación que siento. —No debería haber... Edward me da la vuelta y me planta el culo en el segundo escalón, abriéndome bien las piernas y empujando su pelvis contra la mía. Está muy duro, grueso y largo. —Detente. Debería haber sido sincero contigo, pero saliste corriendo como un murciélago—. Se ríe por lo bajo. —Me hizo gracia. —Ríase, señor—, gruño, intentando apartarlo. No soporto que se burle de mí de esta manera. —Lo siento—, susurra con los labios pegados a mi cuello. Me estremezco. —No te vayas todavía. —Debería ponerme en camino—. Tengo tiempo, pero quiero que él desee esto. Lo mismo que yo. —Todavía no—, refunfuña y me agarra de las caderas, empujando su polla con más fuerza contra mí. No me iré hasta cojear. Buen plan. Sus labios encuentran los míos y, caliente y exigente, empuja su lengua más allá de los míos para enredarse con la mía. Es dominante y posesivo. Hace tanto calor que siento que me voy a quemar solamente con sus besos. Mis dedos empujan su suave pelo y él gime. —¿Está pasando de verdad?— pregunto sin aliento mientras sus labios vuelven a recorrer mi cuello. Cierro los ojos y me limito a sentir. Me chupa la clavícula y vuelve a adelantar las caderas. —Sólo si tú quieres. Oh, ¡Yo quiero! Quiero. ¡Dame! ¡Dame! —Entonces tócame, por favor. —¿Dónde?— Sus labios se acercan a mi oreja. Me muerde suavemente y tiemblo. —¿Dónde me deseas?— Su voz es áspera y ronca. ¿Tengo que dibujarle un mapa? —Dentro de mí. Sobre mí. Te quiero en todas partes. —Mierda—, maldice y me empuja la camiseta por la cabeza. Cae al suelo. —No puedes decir cosas así, sobre todo con unas tetas como estas—. Las palpa y las mira como un niño pequeño mira un estante lleno de caramelos en una tienda. Coge todos los caramelos. ¡Cógelos! —¿Quieres que me calle?— bromeo y empiezo a bajarle la cremallera del overol. Su pecho esculpido queda a la vista y me inclino hacia delante. Le paso la lengua por su tetilla y él sisea. Sus dedos vacilan en la cremallera de mis pantalones. —Mierda. Toma nota. Más lamidas en su tetilla. —No te atrevas a callarte. —Muy bien. Ahora, ¿dónde está ese gran remolque?— Lo palpo a través de la ropa. Se retuerce contra mi mano como para saludarme y me dan ganas de besarlo. La fantasía de Edward en la ducha no tiene nada que ver con esto. ¡Mierda! —Mierda—. Se ríe entre dientes. —Eso no debería sonar tan sexy. —Aquí hay un poco más sexy para acompañar eso. Llévame a tu oficina. Estos escalones me están agujereando el culo—. Hago una mueca de dolor. Se echa hacia atrás y le rodeo la cintura con mis piernas. El roce de su presión en el vértice de mis muslos me produce un dolor delicioso. Sus manos grandes y callosas me aprietan y frotan las nalgas mientras camina hacia su despacho como si yo no pesara nada. Fanfarrón. —Me toca hacer de médico. —O mecánico—. Le sonrío, girando las caderas. Se tambalea un poco y maldice. Punto a mi favor. —Tengo el lubricante adecuado para el trabajo—. Me deja en el suelo, me baja la cremallera de los vaqueros y me los baja por las caderas. Por fin. —Puede que abra mi capó para eso. Sus ojos se vuelven vidriosos ante la insinuación, a lo que probablemente podría estar diciendo. Ante mi leve sonrisa, gime y me besa con fuerza. En mi culo, en mis tetas y en mis bragas, sus dedos me acarician. Trabajo manual por todas partes. —Mierda, pequeña dama. Quítate esa maldita ropa ya—. Se desnuda, se sienta en el sofá y extiende los brazos sobre el respaldo, con un pistón palpitante apuntándome directamente. Lo oigo gritar mi nombre. Tu misión, si decides aceptarla... Gimo, el deseo me recorre como un tren de mercancías. ¡Oh, Dios mío! Con la ropa en el suelo, veo una mancha oscura en mis tetas, cerca del pezón. Luego otra y otra en mi vientre y en mi cintura. Incluso una en mi hueso pélvico. El puto neandertal marca su territorio. Me pongo a horcajadas sobre sus caderas. —Bonita obra de arte. Me acaricia el culo y desliza su polla por mis pliegues. Gimo fuerte, como la perra desesperada que soy. —Ahora mismo estoy trabajando en mi obra maestra—. Sus dedos se clavan en mi carne. —Eres todo un cabeza de pito. —¿Como la que estás provocando ahora mismo?(3) Cabrón arrogante. Puto sexy. Maldita polla sexy. Quiero todo lo anterior por favor, Alex (4). Me quedo quieta un momento. A pesar de lo divertido que ha sido todo el coqueteo y los preliminares, sólo quiero saber una cosa. —¿Voy a cojear mañana? Con su risa, me deslizo sobre él, dándole la bienvenida a la punzada de dolor. Su risa se convierte en un profundo gemido gutural. —¡Carajo!— Los dos maldecimos, inclinándonos el uno hacia el otro mientras la euforia nos envuelve. Sentada en su regazo, tengo que recuperar el aliento y dejar que mi cuerpo se adapte. Es grande, cálido y se retuerce dentro de mí. Es fantástico. El Edward de la ducha puede largarse. La auténtica Polla Cullen puede tomarme. Edward apoya su frente en el pecho, su respiración jadeante hace que se me endurezcan los pezones, lo que a su vez me hace palpitar a su alrededor. —Pequeña—, me advierte con voz ronca, con los dedos agarrados a mis caderas. —Dame un minuto, ¿quieres? Y mi ego se infla. Tengo el poder. Al cabo de un momento, la respiración de Edward se ralentiza y levanta la mirada. Hay ternura en sus ojos y me pilla desprevenida. Las posibilidades flotan en mi cabeza, así que lo beso y giro las caderas. Dios, qué bien. Gimo. Se echa hacia atrás y empuja. Jadeo. Sonríe y vuelve a hacerlo. —Una cojera de las muchas que vienen. Promesas, promesas. —Enséñame lo que tienes, grandote—, grito y le agarro del pelo, uniendo mis labios a los suyos. Las lenguas chocan, los labios se saborean y jadean. Los cuerpos se dan y se toman. Es un baile que no quiero que termine. —Se siente tan jodidamente bien—. Sus ojos se desvían hacia donde me está penetrando y gime en lo más profundo de su garganta. —Eres tan sexy controlando mi palanca. Sus sucias palabras, su cuerpo varonil, su gran polla, su boca sensual chupándome el pezón... todo me empuja hacia ese dulce olvido. Vamos, grandote, conduce más rápido. Estoy tan absorta en él y en este momento que no oigo el portazo de la puerta de la tienda ni los pasos pesados hasta que... —¡Hijo de puta! ¡Malditos sean, ustedes dos! Nos quedamos paralizados, jadeando, como ciervos bajo los focos. ¡Mierda! ¡Mierda! Los pasos se retiran, y luego: —Hijo, me pregunto qué pensará Charlie de que mancilles a su hija en un grasiento taller mecánico—. La risa de Carl muere con el portazo. Miro a Edward y sonríe como un idiota. ¿Acaso el hecho de que su padre nos viera haciéndolo no le molesta? Sigue empalmado. ¿Cómo les parece? —Maldición, merece la pena y pienso volver a hacerlo una y otra y otra vez. Se me derrite el corazón. Awww. Qué gran tonto... con un gran remolque. Me besa lenta y profundamente, acentuando sus intenciones con cada golpe de lengua y cada embestida continua. Sí, definitivamente vale la pena. **ooOOoo** (1) La traducción del nombre del negocio de Edward sería algo como «Taller de reparación de camiones de Cullen». (2) Blue Label es una mezcla de algunos de los whiskies más raros y excepcionales de Escocia de la marca Johnnie Walker. (3) Dick en inglés puede traducirse como pendejo o imbécil y también como polla, de ahí el juego de palabras. (4) Bella está haciendo referencia a un programa de concurso que se transmite en la televisión de Estados Unidos y Canadá y que es presentado por Alex Trebec. Nota de la autora: Espero que lo hayan disfrutado. Nota de la traductora: Gracias por leer. PurpleC305 y yo esperamos leer sus reacciones, espero poder traerles más traducciones por lo que es importante saber sus opiniones.
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