Capítulo 1
                                                    22 de octubre de 2025, 10:39
                                            
                Descargo de responsabilidad: Todos sabemos que Stephenie Meyer es la dueña de los derechos de la saga de Crepúsculo, la historia es de cutestkidsmom y yo la traduje con la valiosa ayuda de Larosaderosas, Sullyfunes01 y Troyis. Todos los errores son míos.
Disclaimer: We all know that Stephenie Meyer owns the rights to the Twilight saga, the story is by cutestkidsmom and I translated it with the valuable help by Larosaderosas, Sullyfunes01 and Troyis. All mistakes are mine.
¡Hola! Aquí les traigo una nueva traducción :). Muchas gracias a cutestkidsmom por darme permiso para traducirla al español y compartirla con todos ustedes. ¡Muchas gracias, Meredith!
Hello everyone! Here is a new translation for you :) Many thanks to cutestkidsmom for giving her permission to translate it into Spanish and share it with you. Thank you very much, Meredith!
~ 15 Items or Less ~
Acepta las cosas a las que te une el destino, 
y ama a las personas con las que el destino te une, 
pero hazlo con todo tu corazón. ~ Marco Aurelio
—¿Cuántos años tienes exactamente, Bella?— Jessica me pregunta, la animadora de diecisiete años que me está entrenando.
—Veinticinco—, suspiro y sigo anotando mi código de empleada en la caja registradora.
—Un poco mayor para trabajar en un supermercado, ¿no crees?— Acompaña su insulto con un globo de chicle.
—Todos tenemos razones para hacer lo que hacemos, Jessica—, respondo sin entusiasmo, esperando que eso la anime a dejarme en paz... pero no hay suerte.
—Lo último que supe es que estabas dando clases en un lujoso colegio privado o algo así—, Jessica continúa con su insistencia.
—O algo así—. Pongo los ojos en blanco y empiezo a apilar las bolsas de papel en mi puesto de cajera.
—¿Te pillaron chupándosela a otro profesor o algo así?— Por supuesto.
—No, y eso es insultante.
Se encoge de hombros. —¿Qué? Sé a ciencia cierta que el señor Hemmings, mi profesor de Geografía, se está tirando a la señorita Kellye, la profesora de Salud. Tampoco son nada discretos al respecto.
Mis ojos se abren de par en par. —¿El señor Hemmings sigue trabajando en el instituto? — Asiente y sopla un nuevo globo.
—Tiene como setenta años, eso no puede ser verdad—. Y aquí estoy, rebajándome a su nivel de chismorreo. La detengo. —¿Sabes qué?, no me interesa, no quiero saberlo.
—¡Srta. Stanley, no parece que esté entrenando a la Srta. Swan en otra cosa que no sea difundir rumores! ¿Qué le parece si hace un poco menos de charla y trabaja más?—. Alice, nuestra jefa de tienda, ordena.
—Entendido, jefa, lo siento—, susurra Jessica, se traga el chicle y empieza a enseñarme cómo funciona la caja registradora.
—Cuando termine, señorita Swan, suba a mi despacho, por favor—. Alice me instruye.
.
.
.
Una hora más tarde, estoy sentada frente a Alice, esperando nerviosa. —¿Cómo te va, Bella?
Me encojo de hombros. —Es lo que hay. Estoy agradecida por el trabajo.
Su sonrisa es dulce y cálida, y me tranquiliza de inmediato.
—Sé que lo estás, Bella. Cuando tu padre falleció el año pasado, tu madre tenía la costumbre de venir varias veces a la semana. Tuve la oportunidad de hablar con ella muchas veces. Es una mujer maravillosa. Siento oír que ha caído enferma. ¿Cómo va el tratamiento?
Respiro hondo y recito lo mismo que hago cuando alguien pregunta. —Va tan bien como cabe esperar. Los médicos tienen esperanzas y está en manos de Dios que salga adelante.
—Sé que fue duro para ti hacer las maletas y venir a casa a ayudarla—. Asiento con la cabeza porque qué otra cosa puedo hacer. Odio el camino que ha tomado mi vida.
—Recibí un mensaje en el sistema con la petición de que te diera todos los turnos posibles—. Alice suspira. —Legalmente, sólo puedo darte un número determinado de horas. Pero he hablado con el director de distrito y es muy comprensivo con tus necesidades. Así que nos preguntábamos si, una vez terminada tu etapa de formación con la señorita Stanley, y después de haber trabajado unas semanas de rotación regular, si estarías interesada en formarte para el puesto de supervisora del turno de noche.
—¿En serio?
—Sí, pagan siete dólares más la hora y te garantizan cuarenta horas semanales.
Ni siquiera tengo que pensarlo. —¡Sí!
Alice sonríe. —Sabía que aceptarías. Bien, durante las próximas dos semanas entrenarás con la señorita Stanley. Luego, digamos que estarás dos semanas por tu cuenta, y después de eso, puedo empezar a enseñarte cómo funciona.
—¿Tú?
Ella asiente. —Sí, no confío en nadie más para hacerlo.
Siento una pequeña oleada de alivio. —Muchas gracias.
—De nada, Bella.
.
.
.
Jessica y Tanya creen que no las oigo susurrar, pero sí lo hago. Y ellas no han ocultado para nada el hecho de que piensan que mi regreso a mi ciudad natal a manejar una caja registradora es patético.
—¡Oh, Sra. Hale!— Tanya llama cuando Alice pasa. —¿Sí, señorita Denali?
—¿Hay alguna manera de que pueda salir temprano esta noche? Es el cumpleaños de mi papá—. Alice pone los ojos en blanco, claramente creyéndose su historia tanto como yo. —No tengo a nadie para cubrir su turno, señorita Denali.
—¿Y Bella?— pregunta Tanya.
Alice me lanza una mirada; me encojo de hombros, dejándole la decisión a ella. —¿Le preguntaste a la señorita Swan si podía, antes de preguntarme a mí?
—Pues no—, dice Tanya, con los hombros caídos por la derrota.
—La señorita Swan todavía está en formación—, añade Alice.
—Pero tiene como treinta años, es inteligente; estoy segura de que puede manejarlo. No es que aquí haya mucha gente por la noche—. El quejido de Tanya es casi tan malo como el de Jessica.
Alice mira a Jessica. —¿Trabajas esta noche?
Jessica asiente. —Aunque si no me necesitas, hay una gran fiesta en el granero de los Yorkie...
Alice la detiene con un gesto de la mano. —No, te necesito. Si la señorita Swan está dispuesta, por mí está bien—. Sus cabezas se giran hacia mí, y es como revivir el concurso de talentos de quinto curso.
—Uhm... sí, claro. No debería ser un problema.
Tanya sonríe, y su sonrisa de dientes perfectos prácticamente me ciega.
—Muy bien, señorita Denali, puede irse en una hora. Permita que la señorita Swan primero tome su descanso para comer.
—Claro, señora Hale—, chilla Tanya; demasiado emocionada para alguien que va a celebrar el cumpleaños de su padre.
.
.
.
Tanya se ha puesto un vestido de tirantes bastante revelador y unos tacones tan altos que podrían hacerle sangrar a nariz. —Bien, has vuelto—, resopla Tanya. —Muchas gracias por hacer esto, Bells.
—De nada, pero vuelve a llamarme Bells y te cerraré la caja registradora con superpegamento en tu próximo turno.
Tanya pone los ojos en blanco y se vuelve hacia Jessica. —Diviértete con este lío andante, Jess. Hasta mañana, zorra—. Al parecer, llamar zorra a tu mejor amiga es un cumplido.
Jessica le da a Tanya uno de esos abrazos de «mejor amiga para toda la vida». —Diviértete esta noche—, Jessica dice emocionada.
—¿Con su padre? — Pregunto.
—Sí, con su padre—, responde Jessica con sarcasmo.
Cinco minutos después de salir, Tanya vuelve a entrar. —La puta madre—, brama.
—¿Qué pasa T?— Jessica corre hacia ella como la perfecta servil que es.
—Hay unos autobuses bloqueando la salida.
Miro por las ventanas y veo remolques y lo que parecen autobuses turísticos por todas partes. —¿Qué está pasando?— Alice pregunta, mirando por encima de mi hombro.
—Alguna mierda que me impide salir—, suelta Tanya. Alice la mira con el ceño fruncido.
—Lo siento—, murmura Tanya apresuradamente.
—Déjame ver si consigo que alguien mueva su autobús. Es ilegal bloquear la entrada y la salida de la tienda—. Alice cuadra los hombros y sale de la tienda como una mujer con una misión.
Tanya, Jessica y yo vemos cómo Alice habla con entusiasmo con un hombre que lleva un portapapeles. Hay un montón de asentimientos y gestos con las manos, luego Alice se da la vuelta y vuelve a la tienda. Dos autobuses se mueven, despejando la entrada a la tienda.
—Ha sido un simple error, ya está arreglado. Puede irse, señorita Denali.
—¡Bien!— Tanya no le da las gracias a Alice, simplemente se va, con sus ridículos tacones haciendo clic contra el linóleo, hasta que las puertas finalmente se cierran, y su molesto clic-clac ya no se puede oír.
—¿Qué está pasando ahí?— le pregunto a Alice.
—Están rodando una película, y supongo que algunas de las escenas se estarán filmando aquí.
—¿No te avisaron?
Ella niega con la cabeza. —Mi jefe probablemente lo sabe y simplemente se olvidó mencionarlo. No te preocupes—. Sonríe y me da una palmadita en el brazo. —A trabajar, señoritas.
Las horas pasan. La actividad de enfrente no aporta gran cosa, pero eso no impide que Jessica mire por la ventana con asombro.
—¿Qué película crees que es?
—No lo sé, ni me importa.
Ella pone los ojos en blanco. —Oh, vamos, Bella, tal vez algún bombón venga aquí para un SoBe (2), o algo así.
—Supongo que es posible, pero sabes que son humanos y no una especie rara, ¿verdad?
—No por estos lares. Hollywood viniendo a mi pequeño pueblo es prácticamente imposible.
—Bien... mira yo...— El chillido penetrante de Jessica me corta. —¿Qué?
—¡Mierda!— Grita. —El jodido Edward Cullen acaba de salir de uno de los remolques.
Mis ojos se abren de par en par. —¿En serio?— Me apresuro a mirar por la ventana y, efectivamente, ahí está. —Guau.
—Sí, guau. Tengo que buscar en IMDB esta mierda y ver qué película se está produciendo ahora mismo—. Empieza a juguetear con su teléfono mientras yo sigo mirando por la ventana. —Es una película de misterio llamada «My Weeping Willow».
Miro a Jessica con incredulidad. —¿En serio?
Ella asiente. —Sí, ¿por qué?
—He leído el libro.
—¿Hay un libro?
Me río entre dientes. —Sí, es muy bueno. Trata de un padre joven que pierde a su mujer violentamente en un allanamiento de morada y se queda solo al cuidado de su hija, Willow.
—Eso no suena a misterio—, resopla Jessica.
—Bueno, verás, Willow está catatónica y lo único que hace es llorar todo el tiempo. El padre decide mudarse a un pueblo tranquilo con la esperanza de que se sienta más segura y vuelva hablar. Pero verás, Willow no habla porque fue testigo del asesinato de su madre. Los tipos huyeron.
Jessica se acerca más a mí mientras le explico la historia. —¿Y luego qué pasa?
—Poco a poco, Willow empieza a entrar en razón y a hablar. Y entonces ese estúpido reportero hace un seguimiento, y el hecho de que Willow se esté recuperando y empiece a hablar sale en las noticias. Los asesinos se asustan y deciden intentar cazar a la chica para silenciarla.
—¡Dios mío! Eso es increíble—, exclama Jessica.
Asiento. —Espero que la película le haga justicia al libro. Normalmente me decepcionan las adaptaciones del libro al cine.
—Es Edward Cullen, Bella, como si el hombre pudiera hacer que cualquier cosa pareciera mala—. Pone los ojos en blanco y vuelve a quedarse embobada. Me alejo y empiezo a limpiar las cajas registradoras.
.
.
.
—Señorita Stanley, voy a revisar la tienda por si hay algún rezagado. Ayude a la señorita Swan a cerrar su caja y luego puede firmar. Haré los arqueos con ella—, afirma Alice.
—Claro, Sra. Hale—. Jessica sonríe, hasta que Alice se pierde de vista, y entonces su cara se convierte en un ceño fruncido. —Dios, no veo la hora de salir de este pueblo de mierda.
No respondo, ¿qué digo? ¿Yo tampoco? ¡Ja! De nada me han servido mis sueños y esperanzas. El ruido de la puerta de entrada suena justo cuando Jessica está a punto de enseñarme a cerrar.
—¡Mierda!—, Jessica exclama. —Ahora tenemos que lidiar con alguien que no sabía que en esta ciudad de mierda todo se cierra a la misma hora.
—Relájate, Jessica. Yo me ocuparé de quién sea. Estoy segura de que puedo convencer a la Sra. Hale para que me enseñe qué hacer si tienes que irte... —Realmente quiero que se vaya, es demasiado molesta para seguir lidiando con ella.
—La abeja reina tendrá mi pellejo si yo...— Interrumpe bruscamente su discurso cuando algo sobre mi hombro llama su atención. Sus ojos abiertos me dan curiosidad, así que me giro y lo veo. El maldito Edward Cullen. Tiene un Snapple en una mano y una bolsa de Funyuns en la otra (3).
—Santo cielo—, susurra Jessica asombrada. —Es guapísimo.
Sólo puedo asentir, porque mi cerebro ha olvidado cómo hablar.
—Sé que es tarde, y por las luces que empiezan a apagarse que es hora de cerrar, pero mi asistente aún no ha llegado, y esperaba poder pagar esto...—. Edward Cullen es dulce, casi tímido. Su rostro no muestra ningún signo de arrogancia y su tono es de disculpa.
—Por supuesto, señor Cullen, por aquí—, arrulla Jessica, con voz dulce como la miel, y Edward se ríe entre dientes y la sigue hasta su caja registradora.
Yo... me quedo ahí como una tonta, congelada. Es realmente guapo. Sé que su aspecto se debe probablemente a que tiene más dinero que Creso. Probablemente se hace la manicura todos los días, y es imposible que esas mechas castañas sean reales.
—Entonces, ¿están rodando « My Weeping Willow»?— La frase inicial de Jessica a Edward me ha descongelado. Esa puta va a usar lo que le dije.
—Así es—, responde él. —¿La conoces?
Ella asiente. —Sí, es un libro, ¿verdad?—. Pongo los ojos en blanco; esto es asqueroso.
—Sí, es impresionante uhm... Perdona ¿cómo te llamas? — Edward pregunta dulcemente.
—Jessica, Jessica Stanley—. Ella extiende su mano, y él la toma, y yo sólo quiero vomitar. —Un placer conocerte—, dice él mientras le estrecha la mano, antes de que ella lentamente... muy lentamente le haga sonar.
—Entonces, ¿qué te pareció el libro?— Edward le pregunta a Jessica, y mi nivel de interés se dispara. Me pregunto cuánto habrá retenido de mi explicación. Esto va a ser divertido.
—Me pareció emocionante e intenso; triste a veces, y me di cuenta de que simpatizaba con el padre—, responde impecable, como si mentir fuera su segunda naturaleza.
—Sí, yo también lo sentí así. Una parte de mí se preguntaba qué contribuyó exactamente al avance de Willow, ¿fue el cambio de escenario o fue George? ¿Sabes?— Se apoya en el mostrador y abre su Snapple. —¿Qué opinas, Jessica?
Casi puedo ver el sudor que empieza a acumularse sobre su labio.
—Bueno, creo que el desinterés del padre de Willow al desarraigarlos fue el punto de inflexión. No estoy segura de que el lugar importara, y George no era más que un complemento.
Me río a carcajadas y los dos se vuelven hacia mí. —¿Qué es tan gracioso, Bella?— Jessica prácticamente gruñe.
—¡Tú, Jessica!— Me limpio las lágrimas de los ojos.
—¿Por qué?
—George es el padre de Willow. Acabas de decir que él era la razón de su avance, y luego has dicho que era un complemento. Entonces, ¿cuál es?— Levanto la ceja burlonamente.
—Me he confundido, hace tiempo que no lo leo—, replica.
Asiento, y veo que una pequeña sonrisa juega en los labios de Edward. —Personalmente, creo que es el miedo lo que saca a Willow de su estupor. — Edward camina hacia mí... ¡Dios mío!
—¿Miedo? ¿Cómo es eso?— pregunta mientras da un sorbo a su bebida, y de repente su manzana de Adán me parece muy apetecible.
—Uhm... bueno... Willow habla por fin cuando oye a George hablar con su hermana por teléfono. Dice que nada funciona y que tal vez mudarse de nuevo y conseguirle los mejores médicos la curaría. Pero a Willow le aterroriza su casa; no quiere volver. Así que eso la saca de su estado catatónico—. Espero que haya sonado tan bien al salir de mi boca como en mi cabeza.
Edward entrecierra los ojos y frunce los labios. —Nunca lo había visto así—, dice, y yo me encojo de hombros.
—« My Weeping Willow » fue uno de los libros de mi plan de estudios. Me encanta.
Él asiente. —¿Estás en la universidad?
Me río entre dientes y estoy a punto de responder, pero Jessica me interrumpe. —Oh, no, aquí Bella daba clases hasta que la despidieron y volvió corriendo a casa para ser cajera.
—Tú también eres cajera, Jessica, si me permites señalarlo—, replico.
—Sí, pero me graduaré en unos meses y me iré, lejos de aquí. Tú, sin embargo, te quedarás—. Me pone lo que creo que es una cara de zorra y luego se acerca a Edward. —Bueno, señor Cullen, ¿ha dado una vuelta por la ciudad?
Levanto la vista y todo el aire abandona mis pulmones. Sus ojos están clavados en mí, ignorando a Jessica, cuyos dedos bailan sobre su mano.
—Los niños crecen más rápido en primavera—, dice, y su completa aleatoriedad detiene a Jessica a mitad de frase.
—Perdona, ¿qué?— le pregunto.
Levanta la tapa del Snapple. —Es lo que pone debajo de la tapa. Por eso los compro. Me encantan los pequeños 'sabías que'—. Sonríe y es perfecto, reconfortante.
—Sí, son geniales.
—Sí, maravillosos—, dice Jessica. —Entonces, ¿qué tal ese recorrido? Salgo del trabajo como en diez minutos.
Edward finalmente mira a Jessica y retira su mano de su agarre. —No, gracias. Pero, cuando esté dispuesto, sabré a quién pedírselo—, dice mientras levanta la mirada y vuelve a mirarme. —Buenas noches, señoritas—. Asiente y sin más, se va.
—¡Joder!— Jessica grita. —Apuesto a que lo habría conseguido si no hubieras estado aquí.
—Quizás.
—¿Quizás?, ¿Viste lo interesado que estaba en mí?
—Oh, por favor, Jessica, es como diez años mayor que tú, y de Hollywood. Mujeres como tú hay por docenas. Si quieres a alguien como Edward Cullen, será mejor que le ofrezcas algo más que un par de tetas y un mechón de cabello.
Jessica no dice mucho después de eso. Me enseña cómo sacar el dinero, y cuando tenemos el visto bueno, Jessica se va. Alice me enseña a hacer mi arqueo, y salgo justo antes de medianoche.
.
.
.
Mi madre ya está dormida cuando llego a casa, y su enfermera está hojeando una revista en la mesa de la cocina.
—Hola, Maggie—, digo sorprendida. —¿Por qué sigues aquí?
Sonríe cálidamente. —Hola, Bella. Sí, ha pasado una mala noche. Ha estado mucho tiempo despierta, así que pensé que sería mejor que me quedara.
—Gracias, Maggie, eres muy amable. La próxima vez, llámame al trabajo. Tienes que ocuparte de tus hijos en casa.
Me hace callar. —¡Oh, chiss!, tienen dieciséis y dieciocho años. Están pegados a sus iPods y dispositivos portátiles, ni siquiera saben que estoy allí la mitad del tiempo.
—De acuerdo, mientras no sea un inconveniente.
Maggie se ríe. —Bella, conozco a tu madre desde mucho antes que tú. No es sólo una paciente, es mi amiga. Sin tu padre es difícil, y sé que tomas todas esas horas para estar al día con las facturas. No me importa echar una mano.
—Gracias—, susurro.
Cuando Maggie se va, voy a ver a mi madre, que está profundamente dormida. Esperanzada, me meto en la bañera para un baño caliente y dejo que relaje... mi dolorido cuerpo. No puedo evitar sonreír cuando pienso en la visita de Edward Cullen. Un fuerte golpe y un gruñido me levantan y me sacan de la bañera en cuestión de segundos. Cojo el albornoz, me lo anudo y salgo corriendo hacia la habitación de mi madre.
—¿Bella?— Su voz es débil, pero intenta valientemente forzar una sonrisa.
—Hola, mamá, ¿qué haces?—. Me inclino y empiezo a recoger los trozos de cristal del portarretrato roto.
—Necesitaba un vaso de agua—, resopla. —Rompí la foto de mi boda.
—Sólo el vidrio, mamá. Mañana pasaré por la tienda a comprar uno nuevo. No te preocupes, ¿entendido?
Está demasiado débil para discutir y en un segundo vuelve a apoyar la cabeza en la almohada.
Recojo la foto con cuidado y miro a mis padres el día de su boda, con la felicidad brillando en sus sonrisas y un amor incuestionable en sus ojos.
—Te echo de menos, papá—, susurro mientras rozo con un dedo su rostro exultante. —Muchísimo.
.
.
.
—Buenos días, Bella—, me saluda Ben, el encargado, al entrar en la tienda.
—Hola Ben.
—¿Cómo está tu mamá?
Me encojo de hombros. —Tuvo una noche difícil, pero estaba animada esta mañana.
—Toma cualquier bendición que puedas conseguir, ¿cierto?—. Sonríe y sigue apilando las manzanas con cuidado. Firmo y me dirijo a las cajas registradoras.
—Buenos días, señorita Swan—, saluda Alice.
—Buenos días—, bostezo.
—¿Una noche dura?— Alice me incita discretamente. Asiento con la cabeza.
—Muy bien, entonces quiero que hoy tomes la caja rápida. Quince artículos o menos, será más fácil.
Estoy segura de que se me nota el agradecimiento en la cara, porque Alice dice que de nada y se marcha a su despacho.
—¿Una noche dura?— Jessica se queja. —¿Qué, te fuiste de fiesta?— Su risa rechina en cada nervio.
—Claro, Jess, lo que sea que te haga feliz—, le doy la espalda a ella y a su ridiculez.
—Uh, oh, ¿se le olvidó dejarte el dinero sobre la cómoda?—. Tanya aprovecha su turno para hacer una pulla. Pongo los ojos en blanco y ni siquiera me molesto en responder.
—Tanya, no tan alto, seguro que tiene resaca—, se ríe Jessica.
—Oh, ¿entonces supongo que no debería hacer esto?—. Tanya abre la puerta de su caja registradora y la cierra de golpe.
Por supuesto que no tengo resaca, así que no me duele la cabeza, sólo me enerva. Las estridentes carcajadas de Jessica y Tanya prácticamente me hacen castañear los dientes. De repente se callan, me giro y las veo mirando por uno de los pasillos. Sigo su mirada y veo el motivo de sus miradas. Edward Cullen está agachado cogiendo algo. A su lado hay un hombre muy grande con cara de querubín. Sus ojos son amenazadores, pero cuando sonríe, los hoyuelos calientan sus ojos azul océano.
—Estuvo aquí anoche—, le susurra Jessica a Tanya. —Estuvo totalmente interesado en mí. Me pregunto si está tratando de ser discreto, ¿cómo se le llama a eso?
Tanya está demasiado ocupada babeando por los hombres guapos como para responder. De repente me doy cuenta de que me estoy comportando como cualquier otra chica del mundo, así que me doy la vuelta para dar a Edward y a Hulk algo de intimidad.
—Hola, Bella, ¿verdad?— La familiar voz bañada en miel capta mi atención, y alzo la mirada para ver a Edward de pie frente a mí con una bolsa de Doritos Cool Ranch y un Snapple.
Puedo sentir la imparable sonrisa tirando de mis labios. —Sí, Bella, ¿y tú eres?—. Finjo una profunda contemplación. —¿Edmund? No, no es eso...
El hombre grande y guapo que está a su lado suelta una sonora carcajada que me hace dar un respingo. —Oh, es graciosa. Me gustas—. Me señala. —Soy Emmett, su hermano mayor, más listo y más guapo.
Me río entre dientes. —Encantada de conocerte, Emmett—. Me giro hacia un Edward muy sonriente. —Hola de nuevo—. Se limita a guiñarme un ojo.
—Hola, Edward—. Jessica se acerca. Rompo el contacto visual y empiezo a cobrar su pedido.
—Hola—, dice de manera triste... interesante.
—Así que, ¿has estado pensando en ese recorrido?— Su nauseabundo y dulce espray corporal de fresa me llega a la nariz, y es como la gota que colma el vaso de mi, ya irritado, estado.
—Jessica, ¿no tienes trabajo que hacer?
Sus ojos se abren de par en par por un momento, pero se recompone rápidamente. —Soy tu supervisora, Bella. Yo te digo lo que tienes que hacer, no al revés. Conoce tu sitio.
Me siento avergonzada y, sin decir nada más, bajo la mirada, derrotada, y continúo con mi tarea. ¿Dónde se ha ido toda mi valentía?
—Eso ha sido grosero—, arremete Emmett. —Vete a la mierda, mi hermano no quiere hablar contigo. Si tratas así a la gente amable, entonces no tenemos tiempo para ti.
—Oh, por favor—, oigo decir a Tanya. —Bella no es nadie. Fracasó en la vida y volvió a casa ¿para qué? ¿Por qué has vuelto realmente, Bella?
—Uhm...— Me aclaro la garganta. —Son once y diecisiete, Sr. Cullen.
—¡Oh, joder, no!— Vuelvo a oír a Emmett.
Levanto la vista y veo a un Emmett muy enfadado y a un Edward cabreado.
—Así está mejor—, susurra Edward.
—¿Qué está mejor?
—No mires hacia abajo, Bella, mira hacia arriba. Es la única dirección que hay—. Sonríe y se inclina más cerca, apartando a Jessica. —Sólo hay doce letras en el alfabeto hawaiano.
Entrecierro los ojos y no puedo evitar sentirme confusa. Siento que me colocan un pequeño disco frío en la palma de la mano. Miro hacia abajo y leo la parte inferior de la tapa de la botella de Snapple. «Sólo hay doce letras en el alfabeto hawaiano».
El aliento de Edward baña mi mejilla. —De verdad que me gustaría hacer ese recorrido, ¿por casualidad te gustaría ayudarme?—. Me giro y me doy cuenta de que tiene la cara a un palmo de la mía. Trago saliva y asiento con la cabeza.
Su sonrisa me deja sin aliento. —¿Cuándo estás libre?
Oigo a Jessica y Tanya resoplar y marcharse.
—Uhm... esta noche trabajo hasta las seis, pero...
—Puedo encontrarte aquí entonces, trabajo hasta las tres, luego estoy libre.
—Sí, pero necesito ir a casa. Mi madre, ella...
—¿Cuál es tu dirección?
Doy un paso atrás; está demasiado cerca como para poder pensar con claridad.
—Lo... lo siento, Edward, esta noche no puedo—. Cojo el dinero cuando Emmett me lo ofrece y le doy el cambio sin mirar a Edward.
—¿Mañana entonces?— pregunta Edward en voz baja.
Dios, me encantaría. Ser libre por un día. —No puedo—, respondo en voz baja, y siento como si el corazón me doliera de verdad.
—¿No puedes? Edward se ríe entre dientes.
Asiento con la cabeza. —Estoy ocupada.
—Vale, entonces qué tal si...
Por fin levanto la vista y, con todas mis fuerzas, saco las palabras que desearía no tener que decir. —No podré ayudarte, Edward. No tengo tiempo. Pero, estoy segura de que la señora Hale, mi jefe probablemente podría ayudarte.
Veo que Emmett se escabulle con los bocadillos, para darnos algo de intimidad. Edward rodea la caja registradora y se agolpa en la pequeña zona que tenemos.
—Dulce Willow, ojalá me hablaras, mi precioso ángel. Echo de menos tu canción y tu luz. No encuentro el camino y te necesito. Dime por qué lloras, y así podré hacer que pare. Dime a dónde ir, y te llevaré conmigo. Canta para mí, y te cargaré y bailaré hacia la paz que buscas desesperadamente. Pero, por favor, no más oscuridad, no más—. La yema de su pulgar limpia una lágrima adormecida en mi mejilla.
Mi cabeza cae ligeramente, pero sus dedos aprietan suavemente mi barbilla y la levantan. —¿Por qué?
—Ojalá lo supiera, pero hay algo en ti, Bella. Así que, sea lo que sea lo que no quieres decirme, no pasa nada. Pero no digas que no.
Respiro hondo. —Está bien, tengo que hacer algunos arreglos. Con suerte, puedo hacerlo mañana por la noche, pero...
—Pasaré mañana por la mañana. Sólo avísame. Si no puedes, vendré a la mañana siguiente y a la siguiente, hasta que digas que sí—. De nuevo, sonríe perfectamente, y siento que se me revuelve el estómago.
—De acuerdo—. Se me quiebra la voz.
—De acuerdo—. Asiente y sale lentamente del estrecho espacio. Siento la pérdida de su presencia por todas partes. —Adiós, Bella.
.
.
.
Por supuesto, Maggie no me pone ningún problema y me dice que salga después del trabajo y me divierta. Debería haberlo sabido.
Cojo unos vaqueros y una camiseta y los meto en una pequeña bolsa. Es para enseñarle la ciudad, nada del otro mundo. La camiseta y los vaqueros están bien.
No puedo evitar la enorme sonrisa que se me dibuja en la cara al entrar en el trabajo.
—Buenos días, señorita Swan. Parece muy animada esta mañana—, dice Alice con su propia sonrisa.
—Buenos días, Sra. Hale.
Alice camina hacia mí con un brillo en los ojos y una sonrisa traviesa. —¿Tendrá algo que ver esta repentina felicidad con una cita?
Sacudo la cabeza. —¡No es una cita! Simplemente le estaré enseñando...—. Me detengo porque, a quién quiero engañar, sé que es una cita. —En realidad estoy aterrorizada, pero emocionada. Quiero decir, vamos, ¡es Edward Cullen!
Alice se ríe. —Es bastante sorprendente, pero creo que lo vas a pasar muy bien. Y te mereces un poco de diversión en tu vida.
Me encojo de hombros. —Gracias. Sé que no se va a quedar y que esto es sólo temporal, pero una cosa que he aprendido de mi vida hasta ahora es a no dar ningún momento por sentado.
Alice inclina la cabeza hacia un lado y su sonrisa se suaviza. —Eres lo suficientemente especial como para quedarse, Bella, recuérdalo.
Alice nunca llama a ninguno de sus empleados por su nombre de pila. Así que cuando dice el mío, en ese momento, se siente como si fuera una amiga, no mi jefa.
—Gracias.
Mi recepción en el área de cajas registradoras es más ártica. Tanya y Jessica pasan buena parte de la mañana mirándome y poniendo los ojos en blanco.
Alice vuelve a ponerme en la caja de 15 artículos o menos. Su excusa es que podría utilizar el tiempo para aumentar mi velocidad. Pero sé que lo hizo por amabilidad. Es el registro más fácil de hacer.
—Hola, Bella—. Levanto la vista y veo al chico de ayer, Emmett.
—Hola...— Empiezo a llamarle.
—Así que Edward y tú, ¿eh?— Él mueve las cejas.
—Sólo le enseño esta pequeña ciudad, eso es todo.
—Mmmhmm. Por supuesto—. Se ríe y me da un billete de veinte.
—Puedes dudar todo lo que quieras, sé lo que es—. Le doy el cambio.
—No, no lo sabes, y eso es aún mejor. Que tengas un buen día, Bella.
Antes de que pueda contestar, sale por la puerta con sus Twinkies y su Gatorade. Es la una cuando Edward entra en la tienda.
—Buenas tardes.
—Igualmente. —No puedo evitar la risita que se me escapa.
—¿Pudiste hacer los arreglos?—, pregunta con aparente nerviosismo.
—La verdad es que sí.
—¡Genial! Entonces, ¿a qué hora sales?
—Bella puede salir a las cuatro si quiere, así los dos podrán cenar a una hora razonable—, interviene Alice desde detrás de mí.
—¡Doblemente genial!— Edward recoge sus Fritos y su Snapple. —Nos vemos entonces.
—¡Espera!— Lo llamo antes de que se aleje.
—¿Sí?
Señalo el Snapple. —¿Cuál es el saber del día Sr. Cullen?
Su sonrisa empieza pequeña y se extiende. Le quita la tapa y lee riendo. —«Necesitas jugar al ping-pong durante doce horas para perder medio kilo»—. Y me lanza la tapa con un guiño. —Hay actividades mucho mejores que esa para perder mucho más peso.
Me meto la tapa del Snapple en el bolsillo y me río. —Apuesto a que sí—, murmuro.
.
.
.
A las tres y media, Alice me aparta para que vaya a prepararme. Estoy en el baño de empleados, cepillándome el pelo, cuando entra Tanya.
—¿Te estás preparando para tu cita?—. Me pregunta mientras mira su propio reflejo en el espejo.
—Sí.
Mira mi ropa. —¿Con eso?
Me encojo de hombros. —Le estaré enseñando la ciudad, no llevándolo a la ópera, Tanya.
Pone los ojos en blanco. —Lo sé, pero ¿no deberías al menos vestirte de forma que le demuestres que vale la pena esforzarse?—. No lo había pensado así. Sólo pensé que estaría cómoda, que sería más... yo.
—Uhm... supongo que sólo quería estar cómoda.
—Con eso no vas a conseguir nada más que una palmadita en la espalda, Bella—, se burla.
—No quiero nada más que divertirme un poco y enseñarle la ciudad.
Ella asiente. —Bueno, entonces ya está—. Sonríe maliciosamente. —Te está utilizando, lo sabes, ¿verdad?
Mis ojos se abren de par en par. —¿Usándome cómo?
—Esto no es «Pretty Woman», Bella. No va a llegar y arreglarlo todo con una llamada y una Amex negra. Es un hombre, un hombre rico, poderoso y muy sexy. Ahora mismo no puede conseguirlo en ningún otro sitio, y por alguna razón que nunca entenderé, te eligió a ti para que fueras su dosis.
—¿Su dosis? ¿Estás sugiriendo que me utiliza para tener sexo?— Me pongo un poco más alta y mucho más enfadada.
—Por supuesto, eso es lo que estoy diciendo. Él es Hollywood, tú eres basura de tráiler. Eres algo con qué mojar su polla, del tipo 'ámalas y déjalas'. Sólo asegúrate de que se lo envuelva—. Me palmea el hombro y se va.
—¡Tanya!
Se gira sobre sus talones para mirarme. —¿Sí?
—Yo no soy así.
Se encoge de hombros. —Entonces supongo que esta noche llegarás temprano a casa.
Se va, y odio el hecho de que tenga mi mente yendo en cien direcciones. ¿Y si tiene razón? ¿Y si Edward me está utilizando para pasar el rato hasta que vuelva a California? Emmett hizo un comentario sugerente antes. ¡Oh, Dios! ¿Qué hago?
.
.
.
—¿Lista?— pregunta Edward a la salida de la tienda.
Echo un vistazo a Tanya y Jessica, y ambas tienen expresiones divertidas. —Sí—, susurro.
Edward no dice nada cuando empiezo a caminar hacia mi auto. Cuando meto la mano en el bolso, me detiene agarrándome suavemente la muñeca.
—¿Estás bien? Me encojo de hombros.
—Por supuesto.
—Bueno, ¿qué tal si vamos en mi auto?—. Señala una limusina. —¿Tú conduces? — Bromeo.
—No, pero así vamos tranquilos, me cuentas lo que veo y te relajas un poco.
—Si eso es lo que quieres, es tu espectáculo.
Un hombre abre la puerta y Edward me hace un gesto para que suba.
Mientras la limusina arranca calle abajo, en mi periferia, veo que Edward se desplaza.
—¿Te he molestado?—, pregunta con cautela.
—No.
Mantengo la mirada fija en el paisaje. —Ese de ahí es el despacho del señor Jenks. Él y su hijo son los dueños del único bufete de abogados de esta ciudad. Esa casa se construyó originalmente en 1875, y era un burdel. Es curioso cómo el burdel se conviertió en el edificio de un abogado—. Me río entre dientes por la ironía, pero Edward no responde al evidente humor de la situación.
—Bella.
Tomo aire y le miro. —¿Sí?
—Estás enfadada, me encantaría saber por qué.
Veo que el auto se dirige hacia Fairview Park. —¿Qué tal si nos columpiamos y hablamos?—. Mira por la ventanilla por encima del hombro. Una pequeña sonrisa se dibuja en su cara.
—Claro.
Acabamos columpiándonos perezosamente en un apacible silencio. La brisa es un poco fresca, pero agradable. —¿Así que eras profesora?—, pregunta Edward.
Asiento con la cabeza. —Sí.
—¿De qué curso?
—Literatura de secundaria.
—Vaya, eso sí que es pesado.
Me río entre dientes. —Sí, pero la mayoría de los chicos estaban allí por elección. Y ya sabes, siempre es mejor tener participantes voluntarios en esa asignatura.
—¿Qué te trajo a casa?
Siempre odio esta pregunta. Por lo general, intento esquivarla, pero cuando miro sus ojos verdes como el musgo, me siento obligada a contárselo. Quiero quitarme el peso del mundo de encima y rogarle que lleve mi carga.
—Sinceramente, fue un golpe de mala suerte. Mi padre murió repentinamente el año pasado y a mi madre le diagnosticaron cáncer de mama unos meses después de enterrarlo. Él era el jefe de policía aquí, y mi madre trabajaba en la biblioteca del pueblo. No había nadie para cuidar de mi madre, aparte de Maggie, su enfermera.
Mis ojos recorren el parque vacío mientras continúo con mi triste relato. —El seguro de vida de mi padre ayudó un poco y, por supuesto, la pensión de jubilación por estar en la policía. El salario de mi madre siempre era para la compra, mientras que el de mi padre pagaba todo lo demás. Intenté conseguir trabajo en el instituto, pero no había vacantes. Sabía que tenía que volver a casa, y cuando Alice, la señora Hale, fue la única que me ofreció empleo, me lancé.
El silencio al final de mi historia es realmente acogedor. Siempre he odiado cuando la gente salta con 'lo siento mucho'. —Si tu madre hubiera tenido atención médica, ¿habrías seguido en tu trabajo de maestra?
¿Esa es la pregunta que hace? Interesante.
—Probablemente, pero habría pedido una licencia. Me habrían dado hasta tres semanas remuneradas por emergencias familiares. Pero no fue así.
—¿Cómo está tu madre ahora?
—Está mejorando. Pero todavía tiene un largo camino por delante. No estoy segura de que pueda volver a estar sola. Entre perder a mi padre y esto...—. Sacudo la cabeza. —Tiene el corazón y el cuerpo destrozados.
—Eres una gran hija, Bella.
Miro y veo esos ojos brillantes y una sonrisa que dice que lo dice en serio. —Gracias, Edward.
.
.
.
—Eso de ahí, es nuestro juzgado, y al otro lado del parque está el ayuntamiento. Tenemos dos cementerios y un crematorio. Naturalmente, tenemos una comisaría de policía y un cuerpo de bomberos. Y están justo al final de la calle.
Mientras recorremos por algunas carreteras secundarias, observo a Edward mirando por la ventanilla. Una expresión de puro asombro adorna su rostro.
—No hay muchos pueblos como este.
Me río entre dientes. —¿Pueblos llenos de pueblerinos?
Me mira y su sonrisa se ensancha. —No, pueblos con una gran historia. Pasteles de melocotón en las ventanas y campos de flores silvestres y trigo.
—Hollywood es muy diferente, ¿eh? Sus ojos se abren de par en par y se ríe.
—¡Mucho!
—Sí, nuestro edificio más alto consiste en unos cuantos complejos de apartamentos que tenemos en Crest Avenue. Sólo tienen cinco plantas cada uno.
Suspira y se recuesta. —Esto es precioso.
—Claro, pero también es el tipo de ciudad que te mantiene estancado. Siempre he sabido que quería mudarme. Quiero decir, me encanta haber crecido aquí y lo peor que vi mientras crecía fue cuando se incendió el rancho del señor Bush. Pero, una persona puede asfixiarse en un pueblo pequeño.
—¿Es así como te sientes, Bella?, ¿asfixiada?
Me encojo de hombros y asiento con la cabeza al mismo tiempo.
—Mi madre vive en Vermont, ¿lo sabías?—. pregunta Edward.
—No, ¿cómo iba a saberlo?
—¿Quién sabe, con todos los periodicuchos de chismes y demás?
Sacudo la cabeza. —Lo siento, prefiero leer a Poe en lugar de la People.
La sonrisa de Edward es casi cegadora. —Me gustas de verdad, Bella.
Siento que el calor me inunda las mejillas e instintivamente agacho la cabeza y me concentro en los dedos que reposan en mi regazo. Lo siento acercarse a mí y me estremezco cuando su aliento me recorre la piel. —Mírame, Bella, por favor.
Así lo hago, y ni siquiera tengo la oportunidad de explorar su mirada, porque aprieta suavemente sus labios contra los míos. El beso está lleno de esperanza y, por primera vez en un año, mi corazón siente algo más que angustia.
Gime suavemente y siento que la vibración me recorre todo el cuerpo. Cuando su mano me acaricia la mejilla es como un súbito enfriamiento, y cuando su lengua roza mis labios suplicando explorar, la dejo. Su sabor es una aventura que me produce un cosquilleo de felicidad.
—He querido hacerlo desde la primera noche que te vi—, susurra, mientras sus labios siguen haciéndome cosquillas.
—¿Por qué? — Puede parecer una pregunta extraña, pero sigo sintiendo que esto es surrealista, ¿cómo puede alguien como él estar interesado en alguien como yo? Incluso como profesora nunca me he sentido espectacular, y mucho menos como cajera. Su valoración de mí es alucinante. Me encantaría infiltrarme en su mente para entender su forma de pensar.
—Era como mirar a través de unas gafas del color del arco iris cuando hablas. Tu sonrisa cuando hablabas de «My Weeping Willow» estaba tan llena de pasión; no quería estar en otro lugar que no fuera dentro de tus pensamientos. Aunque estés envuelta en tanta tristeza, la vida que te irradias es majestuosa, adictiva.
¿Está hablando de mí? —¿En serio?
Se ríe por lo bajo y noto su sonrisa en mi cuello mientras me acaricia.
—Sí, Bella, de verdad.
Sin pensármelo, suelto lo que me ha estado rondando la cabeza desde que salí de la tienda. —Tanya dice que soy tu solución—. Levanta la cabeza, con una mezcla de irritación y confusión claramente visible en su expresión. —¿Qué significa eso?
—Sé que en California, o en cualquier gran ciudad, puedes elegir a cualquiera...
—¿Qué?— Se incorpora. —¿Crees que eso es cierto?
Me encojo de hombros. —Edward, en realidad no te conozco. Y odio pensar en Tanya como alguien que sabe mucho sobre algo, pero me ha hecho pensar.
Él sacude la cabeza. —¡No, Bella! No te veo como una solución, ni como una cajera, ¡ni como un polvo seguro!—. Me encojo ante la dureza de sus palabras. —Siento que pienses eso de mí. Pero me pareces refrescante.
—¿Y qué esperabas conseguir exactamente al final de esta noche?—. Pregunto suavemente, genuinamente curiosa, y espero que él lo vea como lo que es.
—¿Después de una cita?
Me encojo de hombros.
—No lo sé, Bella, quizá una amiga... o más—. Me roza con los dedos el dorso de la mano. —No me aprovecharía de ti... De nadie en realidad.
Sé que es verdad. En el fondo sé que todo lo que Tanya decía eran tonterías, sólo para incitarme a hacer el ridículo. —Lo sé—, susurro. —Lo siento.
Me agarra de la mano y me acerca. —Me gustas, estoy aquí por un tiempo, y realmente quiero ver a dónde va esto. No puedo decirte qué va a pasar, pero puedo prometerte que, pase lo que pase, siempre te respetaré y seré sincero contigo.
Sonrío y él me corresponde cálidamente. Nos besamos durante lo que parece una eternidad, con la visita a la ciudad ya olvidada.
.
.
.
—Dime, ¿te has divertido? —Renee me pregunta a la mañana siguiente, mientras me siento en su cama a emparejar calcetines desparejados.
—Sí, me divertí—. Por supuesto, sonrío como una tonta.
—¿Sí? Cuéntame.
—Es maravilloso, mamá. No se parece en nada a esos estúpidos famosos que ves dando tumbos por la ciudad, borrachos y drogados. Es educado, dulce y parece que le gusto.
Mi madre resopla. —Claro que le gustas. Eres hermosa e inteligente y...—. Oigo un quiebre en su voz y alzo la vista para ver lágrimas cayendo por sus mejillas cenicientas.
—¡Oh, mamá!— Me tumbo a su lado y abrazo suavemente su frágil cuerpo.
—Estoy bien. Es que...— Resopla. —Siento que te he fallado. No pude estar a tu lado cuando murió tu padre. Luego me enfermé...
—¡Mamá, no!— Me muevo para que sus ojos se encuentren con los míos. —Nada de eso fue culpa tuya. Es la vida, es mala suerte. Pero, ¿sabes qué?
Sacude la cabeza.
—Conocí a mi 'tal vez' príncipe azul—. Las dos sonreímos. —Es el destino, y es una mierda que hayamos tenido que pasar por lo que hemos pasado. Pero no hay otro sitio al que ir que hacia arriba, ¿verdad?
—Cierto—, susurra.
—Y lo haremos juntas.
Sus dedos fríos rozan mis mejillas. —Te pareces tanto a tu padre.
Cierro los ojos mientras sus dedos juegan con mi cabello. —Gracias—, digo en voz baja.
.
.
.
—«El único pájaro que puede ver el color azul es el búho»—, dice Edward mientras está delante de mi caja registradora leyendo su tapa de Snapple.
—«Vermont es el único estado de Nueva Inglaterra sin costa marítima» (3)—, respondo mientras leo la que me ha comprado.
—Hmm, me pregunto si mi madre lo sabrá—. Da un sorbo a su té helado de frambuesa. Me río entre dientes.
—Así que serán doce dólares y quince centavos, señor—.
Levanta las cejas. —Un atraco por dos Snapple, una bolsa de Funions y un paquete de chicles.
Miro los artículos.
—Es un poco alto—. Me encojo de hombros y le tiendo la mano. —¿Efectivo, crédito o cheque?
Frunce los labios y niega con la cabeza. —Si no fueras tan hermosa, Bella, montaría un escándalo.
Me ruborizo y sé que él también lo ve. —Pague, Sr. Cullen.
Se ríe, y Tanya y Jessica eligen ese momento para acercarse.
—¿Qué es tan gracioso?— Se acercan y se colocan a ambos lados de Edward. Me lanza esa mirada de «Oh, Dios, ayúdame».
—Nada—, respondo mientras registro el pago de Edward.
—Oh, no seas así, Bella. ¿Qué, ahora eres demasiado buena para nosotros luego de que le mostraras la ciudad a Edward?— Jessica arrulla.
—No, no creo que sea mejor que nadie.
—Ella no lo cree, pero lo es—, remata Edward.
Le doy el cambio. —Gracias.
Miro a Jessica y a Tanya, y deben de ver el fuego tras mi mirada, porque las dos se apartan un paso de Edward.
—¿Te veré después del trabajo?—, pregunta.
—Espero que sí.
Él asiente. —Entonces lo harás.
Mira a Tanya y a Jessica. —Sean buenas con mi Bella, señoritas.
Guiña un ojo y se marcha.
—Bien por ti, Bella.
Me giro y veo a Alice apoyada en la caja registradora de 15 artículos o menos con una sonrisa. —Gracias, Alice.
Ella asiente. —Tendrás tu felices para siempre, confía en mí. Nunca me equivoco—. Con eso, camina hasta su oficina y cada parte de mí lo sabe, ella tiene razón.
~El fin~
(1) Este es un evento en el que varias autoras del fándom en inglés donaron escritos (en su mayoría One Shot y Two Shots) para ser vendidos o subastados, el dinero recaudado entre los lectores fue donado a la Sociedad de Leucemia y Linfoma,
(2) Es una marca estadounidense de tés, mezclas de jugos de frutas y bebidas de agua mejoradas, propiedad de PepsiCo. El nombre SoBe es una abreviatura de South Beach, llamada así por el área ubicada en Miami Beach, Florida.
(3) A lo largo de esta historia, Edward compra un paquete de frituras junto a un Snapple. En este momento son aros de cebolla.
(4) Nueva Inglaterra (en inglés: New England) es una región de Estados Unidos, ubicada en la costa del océano Atlántico en el nordeste del país, con una identidad cultural propia que tiene su origen en los puritanos y demás colonos británicos que asentaron la zona a partir de 1607. Se compone de seis estados: Maine, Nuevo Hampshire, Vermont, Massachusetts, Rhode Island y Connecticut.
Nota de la traductora: Sí, lo sé, es un final abierto pero a mí me deja con buen sabor de boca y espero que sea de igual manera a ustedes. ¿Les gustó? La autora retiró todos sus fanfics de esta plataforma porque ahora es una autora de varios libros, pero ella estará pasando por acá para leer sus comentarios, por favor, un gracias es muy apreciado. Asimismo, los invito a seguirla en Twitter para estar al tanto de las novedades de sus obras (el enlace está en este perfil).
                
                
                    