ID de la obra: 571

The President, The Mansplainer, and the First Boyfriend

Het
Traducción
G
Finalizada
1
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Historia original:
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16 páginas, 9.676 palabras, 1 capítulo
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Capítulo único

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The President, The Mansplainer, and the First Boyfriend, de shouldbecleaning, es la historia complementaria de The President, The Stripper, and The Good Girl. Esta vez es Bella quien nos cuenta la misma historia, pero desde su punto de vista, profundizando en lo que sintió, vivió y cómo reaccionó ante todo lo ocurrido. Como ya todos saben, todo lo que te suene familiar es de Stephenie Meyer, pero esta historia -con más política estudiantil, más carácter, y sí, también más besos- es producto de la maravillosa shouldbecleaning, quien me dio permiso para compartirla con ustedes. Cualquier semejanza con profesores con delirios de grandeza, elecciones dudosas o presidentas con botas de combate… no es coincidencia. Es justicia poética. Gracias a Alejandra, aka arrobale, por leer esto previamente con tanto cariño. The President, The Mansplainer, and the First Boyfriend by shouldbecleaning is the companion story to The President, The Stripper, and The Good Girl. This time, it's Bella telling the story -from her point of view- diving deeper into how she felt, what she experienced, and how she reacted to it all. As you already know, anything that sounds familiar belongs to Stephenie Meyer, but this story -with more student politics, more backbone, and yes, more kisses- is the brilliant work of shouldbecleaning, who kindly gave me permission to share it with you. Any resemblance to power-tripping teachers, shady elections, or badass presidents in combat boots… is no coincidence. It's poetic justice. Special thanks to Alejandra, aka arrobale, for previewing this with love. . The President, The Mansplainer, and the First Boyfriend Por shouldbycleanning (La presidenta, el explicador y el primer novio) . —No, papá. Ya basta. Maldita sea, Charlie, escúchame. —Hazte a un lado, Bella. —No me hagas llamar al oficial Mark. Lo haré, te lo juro. —No me importa, Mark me respaldará. Solo quítate, Bella. Esto es un asunto policial oficial. —Eso es una estupidez, papá. Dispararle al Sr. Berty por las elecciones no es un asunto policial oficial y lo sabes. Ahora, baja esa escopeta antes de que alguien salga herido. Te devuelvo las balas cuando te calmes. Bella mantenía las manos detrás de la espalda, aferrada a los proyectiles y cargadores que su padre intentaba quitarle. Bueno, «intentar» tal vez no fuera la palabra exacta, porque Charlie Swan jamás pondría las manos encima de su única hija, su orgullo y alegría. Sin embargo, el impulso de acribillar al imbécil de maestro que le había roto el corazón a su niña era fuerte. Gracias a Dios su hija tenía la cabeza más fría que él en ese momento. —Está bien, dame solo una bala. No le voy a dar, lo juro, solo quiero disparar por encima del hombro o a los pies. Prometo que no lo lastimaré. Solo quiero verlo retorcerse un poco antes de que te pida perdón —suplicaba el respetado y honorable jefe de policía, que claramente no tenía problema en rogar por lo que quería. —Aprecio cuánto te molesta esto y de verdad me conmueve tu preocupación, pero en serio, incluso dispararle al Sr. Berty sin intención de herirlo no va a solucionar nada. Bella metió los cargadores en la parte de atrás de sus jeans y guardó las balas en el bolsillo. Tomó la mano de su padre y lo condujo a la mesa de la cocina, empujándolo suavemente para que se sentara en su silla de siempre. Ella permaneció de pie, dándole unas palmaditas en el hombro para calmarlo. —Y ahora quiero que me des las llaves de la patrulla, jefe. Sé que estás pensando en ir a casa de los Cullen a gritarle a Edward y no deberías hacerlo. No te lo voy a permitir. Él es solo una pieza más en todo esto. Charlie Swan, jefe de policía de Forks, le entregó a su sensata hija las llaves de la patrulla con una mueca de resignación. Si los demás oficiales y los ayudantes se enteraban, se burlarían de él durante semanas, pero en ese momento, Charlie sabía que lo mejor era dejar a Bella al mando. Charlie no solía ser impulsivo, pero ese tal Berty se había pasado de la raya con la ayuda del chico Cullen. Alguien tenía que pagar por haber hecho llorar a su niña. Ella había intentado ocultárselo, pero él reconocía perfectamente las señales. Cuando la presionó, ella terminó confesando todo lo que había ocurrido ese día. Charlie estaba furioso. Ya había reservado una mesa en el lodge para la noche siguiente, para llevar a Bella a celebrar. Iba a ser una celebración conjunta: por su victoria en las elecciones y por su cumpleaños número dieciocho. Ya le había dado su regalo hacía meses. Su hija había pedido algo extraño, pero Charlie no dudó ni un segundo en hacerlo realidad. Cualquiera pensaría que una chica de dieciocho años pediría un celular o un auto, algo grande, brillante y moderno para su cumpleaños. Pero no Bella. No, su hija pidió ir a Victoria, Columbia Británica, Canadá, para observar una sesión del parlamento provincial. Ni siquiera quiso ir a esquiar mientras estaban allá. De hecho, Charlie tuvo que arrastrarla a Vancouver para hacer cosas más turísticas, como visitar el acuario en Stanley Park o el terrorífico puente colgante de Capilano. Bella asistió a tres días de debates políticos de un sistema extranjero mientras Charlie aprovechaba para pescar y pasar un buen rato. Su Bella adoraba las normas y regulaciones. Era más de ley y orden que él mismo, y Charlie se culpaba por ello. No tuvo quién la cuidara de forma regular cuando era pequeña, así que Bella pasaba mucho tiempo jugando en la estación de policía. Leyó todos los libros que tenían sobre procedimientos, códigos penales y manuales de servicio. Incluso hojeó los viejos álbumes de fichas policiales que estaban archivados. Bella era una buena chica; nunca leyó los expedientes, aunque tuvo muchas oportunidades… y una sed insaciable de conocimiento. Así que Charlie no se sorprendió tanto cuando Bella decidió postularse como presidenta del consejo estudiantil en su segundo año. Lo habría hecho desde primer año si hubiera podido, pero había reglas que lo impedían, además de que no había suficientes estudiantes como para elegir un representante por grado. Bella prosperaba como presidenta del colegio. Charlie se preocupaba de que estuviera sola; no muchos chicos querían ser amigos de la hija del jefe de policía, y el teléfono no sonaba muy seguido para ella. Pero Bella era feliz a su manera. Le daba un miedo terrible lo inteligente que era. Seguía esperando el día en que le llegara la rebeldía adolescente que vivían otros padres del pueblo… o que su hija se diera cuenta de que era mucho más lista que él. Era evidente el orgullo que Charlie sentía por su hija. Una vez que empezaba a hablar de ella, era difícil hacerlo callar, lo cual contrastaba completamente con la autoridad silenciosa que mantenía en su papel de jefe. Era un hombre de pocas palabras… hasta que alguien mencionaba a Bella. A puertas cerradas y en privado, Charlie se sentía especialmente agradecido de que su hija todavía no se interesara por los chicos. Hasta donde sabía, ni siquiera los notaba, y eso le parecía perfecto. Siempre le había dicho que la secundaria era demasiado importante como para andar detrás de muchachos. La universidad de posgrado era un momento mucho más apropiado para buscar pareja. Aunque sí le causaba algo de dolor pensar que tal vez nadie la quisiera, porque parecía que ninguno de los chicos del pueblo tenía interés en ella. Era una espada de doble filo que ningún padre debería tener que equilibrar. Esa mañana, Charlie se fue a trabajar sabiendo que Bella lo encontraría en casa con noticias de su victoria. Estaba seguro de que ganaría. Había escuchado (casi todos) sus discursos y discutido algunos de sus puntos. La había ayudado a hacer afiches y folletos, como lo había hecho cada año desde que empezó su campaña. Jamás se le pasó por la cabeza que no ganaría. Pero cuando volvió esa noche, encontró a su hija en la cocina, como siempre. Solo que esta vez estaba siendo un poco más agresiva de lo normal al picar verduras. No fue hasta que le quitó el cuchillo de chef y la obligó a sentarse que logró que le contara todo. Terminaron pidiendo pizza, y Charlie usó cada técnica de interrogación que aprendió en la academia. Fue como sacarle muelas sin anestesia, pero al final lo consiguió. —Cuéntame qué pasó hoy. Se te nota enojada. —Estoy bien. —No estás bien, Bella. Acabas de exprimir una zanahoria con un cuchillo. Estás muy lejos de estar bien. —No, en serio, papá, estoy bien. —Isabella Marie Swan, dime qué pasó. —Es una buena noticia… al final, supongo. Voy a tener mucho más tiempo libre para estudiar y mantener la casa limpia. Tal vez experimente más con la cocina. Las comidas han estado un poco sosas y aburridas por aquí últimamente. Podría mirar algunos cursos de cocina en línea. Todo está bien. —¿Por qué vas a tener más tiempo ahora? —Bueno, ahora que ya no soy presidenta, tendré más tiempo. Es una situación en la que todos ganan. —¿Perdiste la elección? —La perdí, pero no es algo malo al final. Solo tengo que hacer una pequeña cosa frente al superintendente y el director, y con eso me retiro de la política escolar. Cocinar demuestra creatividad y aplicación científica, así que se verá bien en mis solicitudes universitarias. Está bien, papá. Charlie no pudo evitar notar que Bella no lo miraba a los ojos, que su sien izquierda palpitaba y que le temblaban los dedos mientras hablaba. Su porción de pizza estaba hecha trizas en el plato. —¿Cuál fue la diferencia de votos? Bella lo miró sorprendida. No esperaba esa pregunta. —En realidad, no lo sé. El Sr. Berty no lo mencionó. —¿Qué dijo el Sr. Berty? Charlie sabía que tendría que seguir insistiendo. Bella, con ese corazón suyo, era leal hasta el exceso. Jamás delataría a alguien solo por hacerlo. Charlie sabía cuándo presionar y cuándo aflojar con Bella. Por mucho que adorara las reglas, también tenía un fuerte instinto de proteger a las personas, incluso a costa de sí misma. Charlie no soportaba a James Berty; era un patán al que había tenido el placer de detener no una, ni dos, sino tres veces en el poco tiempo que llevaba viviendo en Forks. El imbécil no sabía manejar y quería discutir cada multa ahí mismo, al borde de la carretera. —Me dijo que Edward Cullen es el nuevo presidente y que depende de mí ayudarlo a adaptarse. —¿Entonces Edward ganó la elección? —No exactamente. —¿Cómo que no exactamente? —Yo gané el voto popular, pero Edward ganó la elección —dijo Bella, intentando ponerse de pie para seguir atacando verduras, pero su padre la detuvo. —Sabemos que así no funcionan las elecciones escolares, Bella. —El Sr. Berty tomó la decisión —respondió ella con voz monótona, sabiendo que su padre iba a explotar. —Él no puede tomar esa decisión. Bella estaba llegando al límite. Había mantenido la calma en el colegio, habló con Berty y con Edward con tono sereno y medido. Aunque por dentro hervía de rabia, no quería que la encasillaran como una mujer histérica incapaz de manejar la decepción o el rechazo. —Sé que no tiene permitido hacerlo; por eso me voy a reunir con el superintendente y el director. Estoy manejando la situación, papá. También tengo cita mañana con la secretaria del consejo escolar para ver si puedo quedar en la agenda. ¿Puedes darme una nota para justificar la ausencia? —Primero, tienes que contarme exactamente qué pasó, palabra por palabra —dijo Charlie, recostándose mientras se cruzaba de brazos, preparándose para escuchar. —No necesitas saberlo palabra por palabra, papá. Ya hablé con la señora Cope en la oficina principal. Todos saben que ella es la que realmente manda en la escuela. Ella fue quien me organizó la cita con el superintendente y el director. Va a hacer una lista con otras personas a las que podría acudir si mañana no funciona. A estas alturas, ni siquiera sé si todavía quiero el puesto —Bella se esforzaba al máximo por no sonar quejumbrosa, por más heridos que tuviera los sentimientos. —Isabella Marie Swan, has trabajado demasiado y durante demasiado tiempo como para que un niño bonito te arrebate la presidencia. Ahora necesito determinar si se violó alguna norma. Palabra por palabra, jovencita —dijo con su mejor mirada de policía… y por primera vez, le funcionó contra su brillante hija. —Berty me llamó a su salón y me felicitó por una campaña bien ejecutada. Me dijo que había hecho un excelente trabajo los últimos dos años, pero que, en aras de la equidad, ya era hora de que otra persona liderara la escuela. Dijo que el colegio necesitaba un modelo masculino a seguir por un tiempo. Charlie no dijo nada, pero rodó los ojos con fuerza. —Berty me dijo que yo era lista y que podía entender que esta era una buena idea. Le pedí el conteo de votos y me dijo que había estado reñido, lo que para él significaba que la escuela estaba lista para un cambio. Dijo que, aunque yo gané el voto popular, el hecho de que Edward hubiera recibido algunos votos ya decía algo. Me dijo que podía ayudar a Edward con el cargo, trabajar tras bambalinas y ser «la mujer detrás del hombre». Me quedé sin palabras, papá. Tú sabes cómo soy, puedo debatir cualquier tema y hacerlo bien, pero en ese momento no pude decir ni una sola palabra. Berty interpretó mi silencio como confusión y decidió explicarse usando la analogía del colegio electoral, con él mismo como el colegio. Luego dijo que sabía que yo era feminista, y que como tal, debía abrazar su decisión de poner a Edward Cullen como presidente del consejo estudiantil como un acto de feminismo, porque le daba a los hombres igualdad de oportunidades con «las damas» —dijo «las damas» con una sonrisa. Bella observó cómo el rostro de su padre pasaba de rosado a rojo y luego a púrpura mientras hablaba. Pero él se mantuvo sentado, escuchando en silencio. —Después me pidió que me quedara para ayudar a darle la buena noticia a Edward. Me quedé paralizada. Esperaba que Edward lo hiciera entrar en razón. Supuse demasiado de él, supongo, porque simplemente aceptó el puesto. Entonces le grité, pobrecito. Se veía tan perdido y desconcertado, y yo sabía que no era su culpa, pero en ese momento no me importó. Salí del salón y fui directo a la señora Cope. Charlie cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Intentó contar hasta diez, pero seguía igual de furioso al llegar al veintisiete. Empujó su silla hacia atrás con lentitud, se puso de pie y se subió los pantalones. Sacó las llaves del bolsillo y comenzó a revisarlas hasta encontrar la del armero. Bella se levantó de un salto al reconocer la pequeña llave plateada. Corrió hacia el armario donde Charlie guardaba la munición y deslizó una cuchara de madera entre las manijas para que no pudiera abrirlo fácilmente, luego tomó el puñado de balas y los dos cargadores que Charlie había dejado en la encimera antes de que comenzaran a hablar esa noche. Después de calmar a su padre y supervisar que regresara el revólver al armero, pero quedándose con las llaves del carro, Bella decidió que un baño largo y caliente era justo lo que necesitaba. Mientras se relajaba, empezó a estructurar lo que iba a decirle al director y al superintendente al día siguiente. Durmió bien y se levantó lista para dar la batalla. Las reuniones de Bella fueron pan comido. Tras unos segundos de silencio atónito, el director Greene reaccionó de inmediato. La señora Cope pasó una hora investigando y compilando las reglas de las elecciones estudiantiles para enviarlas por correo a todos los docentes del colegio. El director Greene redactó una carta disciplinaria muy severa para adjuntarla al expediente de Berty. Luego acompañó a Bella y a Charlie a la reunión con el superintendente. El superintendente Laurent intentó primero explicarle a Bella que seguramente no había escuchado lo que creía haber escuchado, y que ningún maestro de su distrito actuaría de esa manera. Luego decidió darles una cátedra sobre las reglas de las elecciones estudiantiles y los procedimientos. Fue necesario que tanto el director Greene como el jefe Swan, usando su voz de jefe Swan, lo hicieran callar para que por fin escuchara. Después de eso, pareció decidir rápidamente que tal vez la joven decía la verdad y que el Sr. Berty había actuado mal. La evidencia en los registros de votos que tenía el director Greene fue un gran factor para convencer al superintendente. Por mucho que Charlie insistiera, no podían despedir a Berty, pero tendría que asistir a varios talleres de gobernanza y sensibilidad. Era muy probable que su contrato con el consejo escolar no fuera renovado al año siguiente. Para celebrar el logro de su hija y su restitución como presidenta, Charlie la llevó a su tienda de ropa vintage favorita y le pasó un par de billetes de veinte. Bella no era de comprar mucho, estaba contenta con ropa cómoda y económica, pero él quería consentirla. Con un poco de insistencia, Bella se eligió un vestido elegante para ir a cenar… y un impermeable realmente lindo. El abrigo era negro, y parecía sacado de una película de Audrey Hepburn. La falda era amplia y fruncida, con un dobladillo justo a la altura de la rodilla, y una capucha profunda que se doblaba hacia atrás como un cuello tipo chal. Le faltaban un par de botones, pero en el mostrador había un tazón con botones desparejados por veinticinco centavos cada uno. Bella encontró un vestido azul con vuelo que no era muy revelador ni vulgar, a pesar del escote halter y la espalda descubierta. Si lo cuidaba bien, podría usar ese vestido durante años para casi cualquier ocasión formal, así que consideró que valía la pena. Lo más probable era que fuera sola al baile, y no le molestaba. Conocía a los chicos de la escuela desde siempre y ninguno le llamaba especialmente la atención. Claro que había algunos guapos; Edward Cullen y Jasper Whitlock le venían a la mente, pero Jasper estaba pegado a Alice Brandon y, antes de las elecciones, Edward apenas sabía que Bella existía. Aunque… tenía una fantasía recurrente que involucraba su oficina y un joven atractivo de cursos superiores. A veces era Edward, otras Jasper y, muy raramente, Emmett McCarty se colaba también. Una vez fueron los tres. Esa noche, Bella descubrió otro uso para la ducha masajeadora de mano. En la fantasía, las luces estaban tenues, la oficina cálida y el aire olía a canela. Edward estaba de pie en la puerta pidiéndole un favor. Ella lo escuchaba, se lo concedía y lo despedía, pero él se acercaba por detrás y le susurraba al oído su agradecimiento y sus planes para devolverle el favor. Su voz era grave y rasposa en el sueño, su aliento caliente contra su oreja, el movimiento de sus labios cosquilleando su piel. A Bella se le erizaban los brazos mientras un escalofrío le recorría la espalda, se enroscaba por el abdomen y terminaba en el clítoris. Edward le apartaba el cabello con lentitud, dejándole libre la nuca. Torturándola con paciencia, se inclinaba hasta que sus labios quedaban a una fracción de rozar su piel. Una descarga eléctrica la sacudía cuando la punta de su lengua tocaba su cuello y sus labios se cerraban para besarla allí. Luego subía con la lengua desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja, que atrapaba con los dientes y le daba un suave tirón. Su mano era cálida y pesada sobre los hombros de Bella, masajeando lentamente la tensión de la base de su cuello antes de deslizarse arriba y abajo por sus brazos, dejando una estela de chispas a su paso. Con suavidad, giraba la silla para tenerla de frente y se arrodillaba frente a ella. Se inclinaba para desabotonarle la camisa, uno por uno, besando cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto. Con un giro de muñeca, la camisa desaparecía, dejándola en un brasier de encaje sexi, pero sensato. Bella pasaba mucho rato enredando los dedos en su cabello mientras él le dedicaba atención exclusiva a sus pechos, primero el izquierdo, luego el derecho. Cuando ya no podía soportar más el torrente de sensaciones, le agarraba el cabello con fuerza y le apartaba la cabeza. Casi siempre salía de la fantasía en ese punto, terriblemente excitada y un poco enojada consigo misma, tanto por imaginarse a Edward Cullen de esa forma como por no dejarse ir más allá. Solo una vez dejó que avanzara hasta el punto en que las panties se derretían y Edward estaba a punto de lanzarse de cabeza entre sus piernas, pero el despertador la sacó del sueño de un susto. Ese día en la escuela anduvo tan colorada que más de un profesor le preguntó si se sentía bien. Bella archivó esa parte del sueño para las vacaciones de verano, cuando Charlie se fuera de pesca o algo así. Le tomó varios intentos, pero logró recogerse el cabello en un moño ligeramente torcido y se atrevió a ponerse los tacones de cinco centímetros que tenía olvidados al fondo del clóset. Un poco de maquillaje completó su look, y Bella estaba lista. Charlie la esperaba al pie de las escaleras y la felicitó, lo que hizo que ambos se ruborizaran y balbucearan durante unos segundos. Bella no era buena para recibir halagos, y Charlie no estaba listo para que su niña se viera tan adulta. La cena fue maravillosa. Durante la ensalada, hablaron de la reacción del director Greene y la reunión con el superintendente. Para cuando terminaron los platos principales, ya habían planeado y diseccionado toda la carrera universitaria de Bella. Ella le explicó a Charlie todos los subsidios y becas a las que estaba aplicando y que esperaba ganar. Una vez llegó el postre, Bella por fin entendió el encanto que tenía la pesca para su padre: tanto la serenidad como la emoción de estar en aguas abiertas. Fue una noche magnífica para ambos. Después de pasar por la estación para recoger el radio que Charlie había dejado allí, llegaron al colegio justo cuando los de clases nocturnas estaban saliendo. Charlie se detuvo frente a la entrada principal y apagó el motor mientras Bella bajaba con cuidado. Una llovizna cubría todo de humedad, y Bella ajustó con más fuerza el cinturón de su impermeable mientras subía los escalones. Auto tras auto salían del parqueadero principal, lanzando destellos arcoíris de rojo, amarillo y blanco sobre las gotas de lluvia. Bella subió hasta el tercer piso, tropezando en el último escalón y torciéndose un poco el tobillo. Decidió caminar con más cuidado hasta su oficina. Había pocas luces encendidas y el pasillo se sentía más largo de lo habitual. Pero Bella no sentía nervios por estar allí; la escuela era uno de sus lugares favoritos y conocía el edificio como la palma de su mano. Había pasado muchas noches allí, trabajando por sus compañeros. Un mechón de cabello se soltó del mal recogido y rozó la mejilla de Bella. Al girar en la esquina, intentó acomodárselo detrás de la oreja. Alzó la vista y vio la puerta de su oficina abierta, con tres personas alrededor. Estuvo a punto de detenerse y volver por su papá. Debido a recortes presupuestarios, el personal de aseo había sido reducido durante el verano y Bella sabía que solo debía haber dos personas limpiando el edificio por las noches. Ella misma había enviado una carta muy enérgica al consejo escolar cuando se anunció esa medida. Dado el tamaño del colegio y los comportamientos asquerosos de los estudiantes, le parecía inaceptable que el consejo esperara que solo dos personas hicieran todo el trabajo cada noche. El consejo le agradeció su esfuerzo… pero le recordó que el tema del personal no estaba dentro de las funciones de la presidencia estudiantil. Sin luz detrás, el pasillo parecía alargarse como un túnel y el tiempo se detuvo mientras avanzaba. Sabía quién estaba allí mucho antes de llegar al círculo de luz que salía por la puerta abierta. Lo sabía… y le molestaba. Sin embargo, a medida que se acercaba, notó las expresiones atontadas y sorprendidas en sus rostros -en especial la de Edward- y eso la hizo sonreír. Concentrándose en poner un pie delante del otro y no caerse de culo frente a los tres chicos más guapos de su clase, el trayecto por el pasillo hasta su oficina se le hizo eterno. Por fin llegó y los miró. Edward parecía un poco demasiado cómodo en su oficina, que todavía era suya hasta el lunes por la mañana, técnicamente. Ella había accedido a dejarle el espacio por los días que tardara en confirmarse y validarse el resultado de las elecciones. Con suerte, él no haría demasiado desorden mientras ella estuviera fuera del cargo. Bella contó las botellas de cerveza que los chicos intentaban ocultar y notó las bolsas de papas. Habrían parecido listos para una fiesta… de no ser por las expresiones de miedo que tenían en la cara. Bella se quedó parada en el círculo de luz que salía desde su oficina, sintiéndose ridículamente expuesta, así que giró el radio que llevaba para equilibrarse y también distraerse. Finalmente, uno de los chicos habló. —¿Tú eres «Cookie»? Qué comentario tan raro. Todos debían saber quién era. Puede que no fueran amigos, pero llevaban al menos tres años en el mismo colegio, si no en las mismas clases. Bella se preguntó si las cervezas eran solo acompañamiento de algo más fuerte -y posiblemente ilegal, y si los chicos estaban drogados. —Um… supongo. Mi mamá me decía Cookie cuando era chiquita. ¿Por qué? —Bella los observó mientras intercambiaban miradas, de un lado a otro como en un partido de tenis. Edward miraba a Jasper, luego a Emmett, tan rápido que Bella casi podía oír cómo le crujían los tendones del cuello. Jasper fue el primero en reaccionar. —Entonces, ¿qué haces aquí, pequeña Cookie? ¿Quieres unirte a la fiesta para Edward? Mierda… lo siento por lo de la elección, Bella —dijo Jasper pasándose una mano por la nuca, con cara de arrepentido. —No te preocupes. Esperaba que apoyaras a tu amigo en lugar de a mí —Bella no quería arruinarles la noche, aunque sabía que el mandato de Edward terminaría el lunes a primera hora. —Oye, hiciste un muy buen trabajo como presidenta todos estos años. Edward sabe que tiene zapatos grandes que llenar, así que, si llega llorando a tu puerta, sé buena, ¿sí? Solo es un chico en crecimiento. Bella soltó una carcajada. —¿Hermano? ¿Qué carajos? —Bella y Jasper se giraron hacia Emmett, que acababa de darle un golpe en el pecho a Edward y lo miraba como si estuviera loco. Edward tenía una expresión de dolor y confusión en la cara mientras se metía los puños en los bolsillos de los jeans. —¿Qué estás haciendo aquí? —espetó Edward. Apenas dijo eso, parpadeó como si se sorprendiera de sí mismo. —Oh, eh… mi papá me trajo. Me prestó este radio de la estación para poner música mientras limpio mi oficina. Me llevó a cenar a un lugar elegante esta noche por lo de las elecciones. Menos mal que no subió conmigo… los habría arrestado por esas cervezas, chicos —Bella se rio al imaginarse a Charlie esposando a los chicos y metiéndolos en la patrulla. —¿Así que no te vas a quedar? —preguntó Jasper, con un tono sospechosamente aliviado. Bella le lanzó una mirada. —No, solo vine a dejar esto. No puedo limpiar con este vestido —dijo, tirando un poco del cuello del abrigo, mostrando el borde del vestido. Edward hizo un ruido raro, como un gemido ahogado, y se dejó caer en la silla de Bella, con cara de querer vomitar. ¿Tan repulsiva era la idea de verla con un vestido bonito? ¿O fue el atisbo de su clavícula lo que lo hizo sentirse mal? Bella no estaba segura, pero su reacción realmente la enfureció. Puede que no fuera la chica más linda de la escuela, pero no tenía por qué tratarla como si fuera algo desagradable. —Perdón por interrumpir tu celebración, señor presidente. Espero que disfrutes el momento —dijo Bella, con la voz tan fría que parecía que ni la mantequilla se derretiría en su boca. Tenía demasiada clase para enfrentarlo delante de sus amigos, pero esperaba que, por el tono, Edward entendiera que esa clase le duraría solo hasta el lunes. Después de eso, se acababan los modales. Edward carraspeó e intentó sonreírle. Le salió una mueca torcida y un poco dolorosa. —Lo disfrutaré mientras pueda, gracias, Bella —dijo él. Ella asintió y le entregó el radio a Jasper. Se alejó tan lentamente como había llegado, intentando dejar atrás el dolor y la rabia que Edward le había provocado, antes de ver a su padre. Con una sola mirada, él sabría que algo estaba mal con su niña. Bella se había vuelto experta en ocultar la mayoría de sus emociones con Charlie. Su papá no era bueno manejando sentimientos. Agarrándose con fuerza del pasamanos, Bella bajó los tres pisos lo más rápido que sus tacones le permitieron. Cada escalón la calmó un poco más, hasta que al llegar al primer piso ya había borrado todas las emociones que Edward le había revuelto. Al girar en la última esquina, Bella vio a una mujer parada cerca de la entrada principal, con cara de perdida y confundida. Supo al instante por qué Jasper la había llamado «Cookie». La mujer en la puerta parecía alguien que se llamaría Cookie. Pero Bella la conocía con otro nombre: era Angela, su antigua niñera. Angela llevaba unos tacones tan altos que a Bella le dolían los pies solo de verlos. Su cabello, que antes era del mismo tono castaño que el de Bella, ahora era rubio platinado y estaba recogido en dos coletas altas a los lados de la cabeza. Su maquillaje era excesivo, y Bella notó un lunar falso sobre su labio. Vestía un suéter largo y deshilachado de color gris, y cargaba un radio/reproductor de CD muy parecido al que Bella acababa de dejar en el tercer piso. —Hey, Ange… ¿estás perdida? —Mierda, hola Bella. Sí, se supone que debo ir a una oficina en el tercer piso, pero no recuerdo que haya ninguna allá arriba —dijo Angela, sonrojándose mientras Bella la guiaba hacia lo que solía ser el armario del conserje, ahora oficina presidencial. Las chicas charlaron unos minutos más antes de despedirse con la promesa de escribirse pronto por correo. Bella apenas logró contener la risa mientras regresaba a la patrulla de su padre. Charlie estaba sentado con los brazos cruzados y un ceño profundo marcado en la frente. —¿Viste a Angela Weber al salir? Sigue haciendo ese trabajo. No entiendo cómo sus papás lo permiten. —Los Weber confían en ella. Se ha pagado el posgrado bailando y ya casi termina. Me contó que pronto tiene cita para defender su tesis. Además, la contrataron como asistente de su profesor favorito, así que ya no tendrá que sacudir más sus partes para ganarse la vida —soltó Bella con una risa ahogada, mientras su padre la miraba como si se hubiera vuelto loca. Al final, sus carcajadas contagiaron a Charlie y terminaron riéndose juntos. —Entonces, ¿Angela no te dijo para qué profesor estaba bailando? ¿Te lo dijo? —Charlie intentó usar su entrenamiento policial para sacarle la información. No es que un baile en la escuela fuera un crimen, pero quería saber a qué profesor debía vigilar. —No, papá, no me lo dijo, pero no te preocupes. Te garantizo que en unos minutos se estará yendo. Charlie encendió el motor y retrocedió lentamente. Al poner de nuevo el carro en marcha, vieron a Angela en la entrada del colegio, poniéndose de nuevo su largo suéter antes de salir del edificio. —Sabes, Bella, tú no tienes permitido siquiera considerar un trabajo como ese. He ahorrado suficiente para tu educación y, si es necesario, hipoteco la casa. —No estoy preocupada, papá. Hay muchas becas y subsidios. Primero vamos a lograr que me acepten en una universidad antes de pensar en cómo pagarla. —A Stanford, Bella, no a cualquier universidad. Vas a ir a Stanford —dijo Charlie, girando en su calle mientras sonreía al ver los ojos desorbitados de su hija. —Lo que tú digas, papá —respondió Bella, negando con la cabeza. Charlie fue llamado al trabajo al día siguiente, dejando a Bella sola con las tareas del sábado. Era algo bastante común, y a Bella no le molestaba mucho. No es que disfrutara hacer la limpieza sola, pero sí le encantaba no tener a su padre encima cuando hacía el mercado. El jefe de policía Charlie Swan se convertía en Chuckie Swan, de nueve años, en cuanto entraba a una tienda, sin importar el presupuesto. Al final de la compra, el carrito terminaba lleno de cereales azucarados, pudines, y por lo menos una caja de helados derritiéndose en el fondo. Cuando Bella hacía el mercado sola, el carrito llevaba verduras para comidas bien balanceadas, además de uno que otro gustico para satisfacer el diente dulce de Charlie. Bella recorrió los pasillos, reuniendo ingredientes para preparar un par de moldes del pastel de carne favorito de su padre. Siempre hacía suficiente para varias cenas y sándwiches durante la semana. Charlie era un hombre fácil de alimentar y cuidar. Nunca se quejaba de las sobras, ni de las noches en que Bella no tenía fuerzas para cocinar y compartían un gran plato de tostadas como cena. También recogió los ingredientes para una sopa sustanciosa que pensaba preparar más adelante en la semana. Mientras caminaba por la sección de congelados, perdida en recetas mentales, no se dio cuenta de que el Sr. Berty estaba llenando su canasto con cenas congeladas Hungry Man hasta que estuvo justo frente a él. Él levantó la vista al mismo tiempo, así que no pudo evitarlo ni salir corriendo. Cerró la puerta del congelador de un golpe y se acomodó la canasta en el brazo. La mueca que puso al reconocerla fue realmente desagradable. —Bueno, bueno, bueno. Si no es la señorita presidenta Swan. —Buenos días, Sr. Berty —saludó Bella, reconociéndolo mientras intentaba seguir de largo, decidiendo saltarse los guisantes congelados que a Charlie le gustaban con su pastel de carne. Charlie podría sobrevivir a la decepción. Berty la miró de arriba abajo, como si examinara cada cosa en su carrito. —El estado va a suspender mi licencia por tu culpa, señorita presidenta Swan. —Lamento oír eso, Sr. Berty, pero no fue por mi culpa. Usted se lo buscó solito —Bella apretó con fuerza el mango del carrito. —Tengo que tomar cursos de cívica en línea y volver a solicitar mi licencia —dijo, dando un pequeño paso hacia ella. —Otra vez: no es culpa mía. —Puede que me prohíban enseñar en Forks High —agregó, inclinándose hacia ella. Bella podía sentir su aliento en la cara y captar rastros de ajo, pepperoni y cerveza en su olor. —Si me disculpa, quisiera terminar mis compras... —Bella intentó maniobrar para apartarse, pero él agarró el carrito, bloqueándole el paso. —Tengo que tomar no uno, ni dos, sino cuatro seminarios diferentes sobre sensibilidad… todo porque corriste a quejarte con papi. Bella trató de recuperar el carrito, pero él no lo soltó. Ella lo fulminó con la mirada. —Contaminó descaradamente la elección e instaló a su candidato sin tener autoridad para hacerlo. Se burló del proceso electoral y yo tenía todo el derecho de ir con el director Greene y con... —Bueno, en realidad, señorita Swan, lo que hice fue similar a lo que hace el colegio electoral. El colegio electoral supervisa una elección para asegurarse de que el candidato correcto obtenga la presidencia. —Eso no es lo que hace el colegio electoral, y ese sistema ni siquiera se usa para elecciones escolares. —Bella estaba a punto de darle su primera clase de cívica cuando él la interrumpió, otra vez. —Isabella, soy maestro. Creo que sé mucho mejor que tú cómo funciona el sistema electoral, jovencita. —¿Ha leído el folleto sobre procedimientos electorales que el estado entrega a todas las escuelas? —Bueno, no… pero yo sé cosas. Ahora, creo que deberías pedirme disculpas por lo que me hiciste. —Está completamente delirante, Sr. Berty. Si no suelta mi carrito, voy a gritar. El gerente del supermercado llamará a mi padre y lo denunciaré por agresión. —No te he tocado. No puedes acusarme de agresión. —Me está reteniendo y amenazando. Eso es agresión. —Bueno, en realidad... Bella le arrancó el carrito de las manos y le pisó el pie con fuerza mientras se alejaba. —Eso sí fue agresión —dijo Bella—. También conocido como asalto de cuarto grado o agresión simple. Sin embargo, fue bajo coacción y en defensa propia, así que adelante, llame a mi padre, imbécil. A ver cuál de los dos termina acusado. Bella empujó el carrito hacia el frente de la tienda y lanzó sus cosas sobre la banda. No iba a dejar que el Sr. Berty interfiriera en su vida más de lo que ya lo había hecho. Charlie se mordió la lengua mientras Bella le contaba todo lo ocurrido en el supermercado, sentada en su camioneta antes de arrancar de nuevo hacia casa. Bella logró convencerlo de que no fuera a casa de Berty ni lo acusara de acoso. Charlie quería arrestarlo por secuestro, pero Bella le quitó la idea de la cabeza. Le recordó que las probabilidades de que Berty intentara algo más eran mínimas, y él prometió dejarlo pasar… por ahora. Después de un domingo maravillosamente tranquilo, lleno de cocina y tiempo familiar, Bella se paró frente a su clóset el lunes por la mañana, decidiendo qué ponerse. La posibilidad de que se anunciara oficialmente el cambio en la presidencia traería mucha atención, y ella quería lucir presentable. Eligió unos jeans un poco más ajustados de lo que solía usar, pero que se sentían bien puestos y combinaban con su blusa azul. Sintiéndose profesional y lista, Bella bajó a toda prisa para desayunar. Allí, frente a la estufa, estaba su padre con su uniforme azul de gala… y un pequeño delantal amarillo atado a la cintura, volteando unos bultitos marrones en una sartén. —¿Qué demonios? —Bella se detuvo en seco, boquiabierta ante la escena. —Pensé que hoy te haría el desayuno por una vez. Has cuidado de este viejo durante mucho tiempo. —Te lo agradezco, pero no era necesario —dijo Bella mientras servía café en una taza térmica grande y le añadía leche. —Sí lo es. Hoy es un gran día para ti y un desayuno nutritivo te va a ayudar. Los bultitos marrones resultaron ser panqueques de chocolate, perfectamente cocinados, cubiertos con rodajas de banano y espolvoreados con azúcar glas. Bella miró del plato a su padre, y luego de nuevo al plato. —¿Qué? Solo porque te dejo cocinar no significa que yo no sepa cocinar. Para que sepas, soy un chef competente. —Eres un hombre misterioso con múltiples talentos, jefe Swan —dijo Bella, brindando con su taza de café antes de empezar a comer. Charlie se ofreció a llevarla al colegio con luces y sirenas encendidas, pero Bella lo convenció de que no. Llegó al colegio en tiempo récord y fue uno de los primeros autos en el parqueadero. Buscó el BMW de Berty, pero su espacio estaba vacío. A pesar de la tentación, se contuvo de parquearse allí y dejó su vehículo en la zona de estudiantes. Subió por las escaleras, a través de la neblina matutina. Algunos estudiantes con cara de dormidos vagaban por los pasillos, otros estaban sentados frente a sus casilleros con audífonos puestos, ajenos a todo. Nadie pareció notar a Bella mientras caminaba hacia su antigua oficina. Aunque sabía que Angela se había ido antes de desnudarse, Bella temía en qué estado estaría su oficina después de la fiesta de Cullen. Esperaba que al menos hubiera tenido la decencia de limpiar las latas de cerveza, aunque considerando que llevó una estríper al colegio, no parecía el tipo más brillante. O tal vez los chicos se molestaron porque Angela se fue antes de mostrarles los senos y destrozaron la oficina por despecho. En cuestión de segundos, Bella estaba frente a la puerta de su oficina, olfateando el aire por si detectaba olor a cerveza rancia o adolescentes hormonales. Introdujo la llave y abrió la puerta con lentitud. Nada parecía fuera de lugar. La silla estaba donde le gustaba y a la altura correcta. Ninguno de sus libros había sido desordenado o maltratado. No había latas vacías ni restos de papas fritas en el suelo o el basurero. Bella arrastró la silla hacia atrás y se sentó con cuidado, un poco nerviosa de que alguien hubiera manipulado las ruedas o el respaldo. Lo único fuera de lo común era una hoja doblada metida bajo el calendario de escritorio. La sacó y la abrió. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro mientras leía la nota. Bienvenida de nuevo, señorita presidenta. Yo, Edward Cullen, renuncio como presidente de clase por no tener las pelotas para hacer el trabajo. P.D.: Le envié una renuncia mejor redactada al director Greene. Lamento todo lo que tuviste que pasar. La mejor persona para el cargo ganó. Me dejé llevar por la emoción y no pensé las cosas bien. Espero que puedas perdonarme y que podamos ser amigos. Bella dobló la nota y la guardó en su billetera, sabiendo que era algo que querría conservar por mucho tiempo. El director Greene hizo el anuncio durante la primera hora de clase. Sus compañeros la felicitaron todo el día. Greene tomó la decisión diplomática de presentarlo como un error de conteo, cubriéndose a sí mismo y a Berty, y dándole una salida elegante a Edward. Al final del día, en una reunión en su oficina, le agradeció a Bella su prudencia. Ambos acordaron dejar el asunto atrás, ahora que Berty se estaba mudando del pueblo. Bella solo vio a Edward una vez ese día, durante el almuerzo en la cafetería. Él le dedicó una sonrisa ladeada y un saludo con dos dedos. Bella tenía las manos ocupadas, pero le devolvió una gran sonrisa. Edward parecía estar más presente, o tal vez Bella simplemente lo notaba más, pero ahí estaba. Siempre con una media sonrisa, a veces un leve asentimiento, otras veces un saludo con la mano. Pasaron dos semanas hasta que se le acercó. Los intercambios eran breves; un «¿Cómo estás?» o un «Hola, Bella». Ella empezó a desear verlo, a buscar su rostro en los pasillos. El único problema era que muchas otras chicas también buscaban a Edward en los pasillos. Bella estaba segura de que él solo estaba siendo amable ahora que por fin sabía quién era ella. El Homecoming* era la última semana de septiembre, y Bella puso especial cuidado en su discurso. Esperaba que, para entonces, todos hubieran olvidado la elección, a Berty, a Edward y todo ese desastre. Redactar su discurso sin mencionar nada de eso, pero escribir una segunda versión «por si acaso», le tomó bastante tiempo antes de la asamblea. Bella almorzó varios días en su oficina, y se recriminó por haberse perdido sus saludos con Edward. Estaba repasando sus tarjetas de notas, sentada cerca del podio en el gimnasio, cuando una sombra bloqueó la luz. Entrecerró los ojos y reconoció esa sonrisa ladeada. Se le cortó la respiración. —¿Puedo sentarme contigo? —preguntó Edward. —Puedes —respondió ella, deslizándose un poco hacia un lado, aunque era la única sentada en la banca. Después de unos segundos de silencio incómodo, Bella volvió a mirar sus tarjetas. —Tu discurso va a ser épico. Siempre lo son —dijo Edward, dándole un pequeño codazo. —¿Los has escuchado antes? Estaba segura de que mis discursos sonaban como esos episodios viejos de Snoopy, ¿sabes? Ese «wahn, wahn, wahn» que hacían los adultos. —Digo, puede que no haya prestado mucha atención antes, pero escuché la mayoría. Tienes presencia en el escenario. Hablas como si merecieras estar allí. —Gracias —murmuró Bella, maldiciendo el calor rojo que empezaba a treparle por las mejillas. Observaron cómo el resto del colegio entraba al gimnasio y retumbaba entre pasos, voces y carreras mientras buscaban asiento. Edward saludó a sus amigos, pero no se levantó para unirse a ellos. Bella no pudo evitar preguntarse qué tramaba. Si llegaba a hacerle alguna broma tipo Carrie antes de su discurso, le cortaría las pelotas y las colgaría del espejo retrovisor de su camioneta. El personal tomó sus lugares y todos esperaron a que el director Greene pidiera silencio. Los estudiantes más revoltosos aprovecharon para hacer el mayor ruido posible antes de tener que callarse. Edward se inclinó un poco hacia Bella, su aliento cálido avivando el calor en su mejilla mientras hablaba. —¿Vas a ir al baile? —Eh, sí, tengo que ayudar con la coronación y todo eso. Seguro tú y tu cita serán rey y reina. —No invité a nadie —dijo él, deslizando un pie hacia adelante y luego recogiéndolo de nuevo. —¿No pudiste elegir entre la multitud que se derrite por cada palabra tuya? —Las palabras salieron antes de que su cerebro pudiera detenerlas—. Perdón, eso fue muy sarcástico y fuera de lugar. Edward rio. Bella se sorprendió de cuánto le gustó ese sonido: grave, vibrante… pero con un toque musical. —No tuve el valor de invitar a la chica que quería, y ahora ya es tarde. Pero creo que podré conseguir uno o dos bailes, al menos. El director Greene golpeó el micrófono y levantó la mano pidiendo silencio. —Suerte con eso. Espero que se te cumpla el deseo —dijo Bella, enderezándose y prestando atención mientras el director comenzaba a hablar. Su discurso salió sin contratiempos, y Edward fue el que más fuerte aplaudió al terminar. Incluso le dio un apretón en el hombro cuando volvió a sentarse. Si no hubiera sido por su cargo en la escuela, Bella jamás habría ido al baile de Homecoming. Primero, porque era ruidoso. Y segundo, porque estaba lleno de gente. Pero tenía que asistir, y ya había ido a todos los bailes desde que la han elegido presidenta. Nunca bailaba con nadie porque nadie se lo pedía. Bueno, nadie realmente se lo pedía. Mike Newton, Eric Yorkie y Tyler Crowley se lo habían pedido alguna vez… borrachos. Ella los rechazó a todos, principalmente porque le hablaban a sus pechos, no a ella. No le molestaba tanto que no la invitaran. Bella quería esperar hasta la universidad para tener su primer novio de verdad. Los chicos de secundaria eran demasiado inmaduros y calentones para ella. No necesitaba ese tipo de drama en su vida. El comité de baile había transformado el gimnasio en el típico baile de secundaria de película. Globos, serpentinas y cosas brillantes por todas partes, como si una fiesta de cumpleaños hubiera explotado allí. El vestido de Bella era de terciopelo arrugado color borgoña, caía justo debajo de las rodillas y tenía una falda amplia. Usaba medias oscuras para no tener que afeitarse. No valía la pena el esfuerzo solo por un baile en la noche. Nadie iba a mirarla… ni a ella ni a sus piernas. Bella se sentía más alta y un poco poderosa con sus botas Doc Martens de ocho ojales color verde esmeralda oscuro. Tal vez no eran el calzado ideal para un baile, pero a Bella no le importaba: sabía que estaría de pie casi toda la noche y prefería la comodidad al estilo. Charlie intentó darle un frasquito de gas pimienta para llevar en el bolso, pero Bella lo convenció de no hacerlo. A cambio, le dio una mini clase de defensa personal en la sala. Al final, Charlie se arrepintió un poco, pero sabía que los moretones desaparecerían en un par de días. Luces multicolores parpadeaban mientras el bajo de alguna canción popular retumbaba en todo su cuerpo. Los estudiantes se retorcían unos contra otros de la forma más lasciva posible bajo la mirada no tan atenta -y ligeramente entonada- de los maestros supervisores. Bella había sorprendido al Sr. Varner llenando su botella de agua con vino Chablis mientras volvía de guardar su abrigo y su bolso en el casillero. Jasper Whitlock y Alice Brandon fueron nombrados rey y reina del Homecoming. Bella colocó la corona sobre la cabeza de Alice, le entregó el cetro a Jasper, y también les dio a ambos un certificado de regalo para la heladería Tasty-Freez en Port Angeles. Bailaron al ritmo de la última canción melosa de Ed Sheeran y luego abrieron la pista para todas las parejas en la audiencia. Bella los observó desde un costado por un momento… hasta que sintió una presencia detrás de ella. Dos manos cálidas le rodearon los hombros y la empujaron suavemente hacia adelante, hasta dejarla en medio de la pista de baile. Bella se giró de golpe y se encontró cara a cara con Edward Cullen. —Si te hubiera preguntado, habrías dicho que no. Pero ahora que ya estamos aquí… ¿me concedes este baile? —dijo Edward, extendiendo la mano. La expresión en su rostro era de miedo nervioso, y no pudo evitar morderse el labio mientras esperaba la respuesta. Bella lo miró de arriba abajo, luego alzó la cabeza para buscar en el techo. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Edward, alzando el rostro también—. ¿Qué estamos buscando? —Sangre de cerdo. —¿Por qué? —siguió mirando, claramente confundido. Bella lo observó mientras él buscaba lo que fuera que ella miraba. Su rostro se veía inocente, casi infantil, perdido. —Olvídalo —dijo Bella, intentando alejarse para volver a su puesto. Edward le sujetó la mano y la hizo girar hasta que volvió a quedar frente a él. Deslizó un brazo por su cintura y la atrajo hacia su cuerpo. Levantó sus manos hasta la altura de su hombro y comenzó a moverse al ritmo de la música. Bella intentó soltarse, pero Edward la sostuvo con firmeza. Ella permaneció rígida mientras él apoyaba la mejilla en su cabello, moviéndose al compás lento de la canción. —Te dije que intentaría robarme un baile con la chica de mis sueños. —Avísame cuando llegue y yo me encargo de señalarle dónde estás —dijo Bella, empujándolo del pecho para que la soltara. —Espera, Bella. Estaba hablando de ti. —¿Sabes qué, Edward? Puedo aguantar muchas cosas. Puedo con que mis compañeros me ignoren, no pasa nada. Pero no merezco este tipo de burlas. Busca a otra víctima, o mejor aún, no busques a nadie. Es cruel jugar con la gente así. Bella logró escabullirse entre la multitud y alejarse de Edward. El estómago le ardía de rabia y sentía las lágrimas asomando por detrás de los ojos. Odiaba llorar cuando estaba enojada, la hacía sentir débil. Pero Edward había logrado enfurecerla como nadie. Sabía bien que no debía enamorarse del chico más guapo de la escuela, y menos en secundaria. Solo terminaría con el corazón roto, y no tenía tiempo para eso. Aunque últimamente había empezado a notar lo bien delineada que era su mandíbula y el tono brillante de sus ojos. ¿Y qué si se había quedado embobada viendo el largo de sus pestañas y cómo brillaban doradas bajo las luces del gimnasio? No importaba que hubiera pasado buena parte de la clase de Álgebra preguntándose cómo sería besarlo y tener sus brazos alrededor de ella, atrayéndola hacia ese cuerpo firme. ¿No era suficiente con que hubiera intentado arrebatarle la elección? ¿Ahora iba a fingir que le gustaba y perseguirla? ¿Para qué? ¿Para entretenerse? ¿Para reírse con sus amigos a costa de ella? No importaba. No iba a caer en su trampa. Era más lista que eso. Y además, llevaba botas para patear traseros. Si no la dejaba en paz, le patearía las pelotas hasta hacérselas estallar. Bella corrió hasta su casillero y sacó su chaqueta. Sabía que debía quedarse hasta el final del baile, pero su tarea principal «coronar al rey y la reina» ya estaba hecha. Ya no la necesitaban. Logró salir del colegio sin que nadie la viera. A la sombra de la noche, caminó hacia su camioneta. Llevaba la cabeza en alto, y las lágrimas que antes amenazaban ya no estaban. Solo quedaba un leve dolor en el pecho. El año pasado había pedido que instalaran iluminación en el parqueadero de estudiantes, al menos durante los bailes y eventos nocturnos, pero el consejo escolar se negó, alegando falta de presupuesto. Bella no vio a la persona recostada en su camioneta hasta que estuvo justo enfrente. —¿Qué quieres, Edward? ¿No has hecho suficiente ya? —Bella odiaba el pequeño cosquilleo que sentía en el estómago cada vez que decía su nombre en voz alta. —Quería explicarte. —No tienes que hacerlo, ya entendí. Estoy segura de que fue una apuesta o alguna clase de broma, pero ya se acabó. No te guardaré rencor si me dejas en paz —dijo Bella, hurgando en su bolsillo en busca de las llaves, que se le cayeron al suelo por accidente—. Mierda —murmuró, justo antes de que Edward se agachara y las recogiera antes de que ella pudiera inclinarse. Bella extendió la mano, palma hacia arriba, arqueando una ceja con impaciencia, esperando que él le devolviera las llaves. En cambio, Edward deslizó su mano dentro de la suya, entrelazando sus dedos. —No lo entiendes, y necesito que me escuches. Deja de sacar conclusiones y escúchame —dijo con firmeza. Bella parpadeó, mirándolo. Su rostro era sincero; incluso con la escasa luz del parqueadero, podía verlo. —Me gustas, Bella. Te admiro. Creo que eres muy inteligente e interesante, y me gustaría conocerte mejor. —¿Qué? —Me pareces bonita y sexi, pero sobre todo… amable. Me gustaría invitarte a salir, tener citas contigo, pasar tiempo juntos. —Edward, yo... —Sé que no sientes lo mismo por mí. Sé que estoy lejos de estar a tu nivel, pero tenía que intentarlo. Por favor… déjame demostrártelo. —¿Demostrarme qué? Edward dio un paso hacia ella y levantó la mano para acariciarle la mejilla, pasando el nudillo del índice por su mandíbula hasta que pudo levantarle la barbilla. Se inclinó y presionó suavemente los labios contra los de ella. Se apartó apenas, luego volvió a besarla, esta vez con más firmeza, pero aún con ternura. Soltó su barbilla y apoyó la mano en la nuca de Bella, acercándola más. A Bella se le cortó la respiración. Edward Cullen la estaba besando. Tenía la boca sobre la suya y… le gustaba. De hecho, le gustaba mucho. Bella había sido besada antes, torpes enredos babosos en fiestas, siete minutos de babas o el ridículo de la botella. Pero esto era completamente distinto. Este beso lo sentía en lugares donde ningún otro beso había llegado antes. Y entonces, él gimió. —Oh, Dios mío —pensó Bella. Ese sonido grave, que salió desde el pecho de Edward, le golpeó directo al termostato interno y lo puso en «alto». Todo su cuerpo se encendió. Bella se giró y apoyó la espalda contra la fría carrocería de su camioneta, intentando apagar el fuego. Edward la siguió. Soltó su rostro y presionó la palma contra la ventana de la camioneta, dejándola atrapada. La besó con más intensidad, moviendo los labios con insistencia sobre los suyos. Pasó su lengua por el labio inferior y volvió a gemir cuando la boca de Bella se abrió por puro reflejo. Edward sabía a canela: dulce, picante… y Bella quería más. Su lengua rozó la de él y se deleitó con ese sabor. Sus manos agarraron su chaqueta y lo atrajeron más, hasta que sus cuerpos quedaron completamente pegados. El calor de Edward se sumó al de ella y Bella se sintió… en llamas. Feliz de ser un sacrificio ardiente en nombre de las hormonas adolescentes. La mano que antes sostenía la suya apareció de repente en su costado, con el pulgar justo debajo de su pecho. Flexionó los dedos y Bella se sintió pequeña, delicada y femenina al notar cuánto de su cuerpo cabía en esa mano. Contuvo el aliento al sentir su corazón golpearle el pecho. Edward giró la mano y la deslizó hacia abajo hasta que la base de su palma reposó sobre su cadera. Sus besos se volvieron más urgentes, inclinando la cabeza y ajustando la postura para mejorar el ángulo. Su mano rodeó la cadera de Bella y le dio un suave apretón en una nalga. Esta vez fue Bella quien gimió, y ahí se separaron, jadeando. Bella pudo sentir la dureza de él a través del vestido y ambos sabían que era momento de detenerse… antes de ir demasiado lejos, demasiado rápido. Bella soltó su chaqueta y deslizó las manos por su pecho hasta llegar a su nuca. Habría soltado una carcajada si alguien le hubiera dicho, solo una semana atrás, que estaría besándose con Edward Cullen en el parqueadero del colegio, en plena oscuridad. Pero ahí estaba… y estaba viviendo el mejor momento de su vida. Se sentía tan exaltada que podría haber corrido hasta su casa ida y vuelta sin tocar el suelo. Un solo buen beso la había dejado atontada. —¿Bella? —Mmm, ¿sí? —Quiero volver a besarte. Todos los días. Así, igual que ahora. ¿Está bien para ti? —Mmmm, sí. —Y Bella… —Mmm, ¿sí? —Me encantan las botas. No todos los días tuvieron besos como ese primero, pero sí hubo muchos días juntos… y montones de besos ardientes, cada uno nuevo y emocionante. Al final del año, el periódico escolar publicó un reportaje en portada -para incomodidad de Bella- sobre la presidenta del consejo estudiantil favorita de todos (por tercera vez) y su primer novio. Forks High nunca había tenido una pareja líder más efectiva y feliz. Fin *Homecoming es una tradición escolar en Estados Unidos que celebra el regreso a clases de sus alumnos para un nuevo año escolar. Incluye un partido de fútbol, un desfile y un baile donde se corona al rey y la reina del evento. Es muy popular en preparatoria. ¡Gracias por leer y dejar tu comentario!
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