"Dicen que buda no hablo del origen del mundo, sino del origen del sufrimiento. Que lo importante no era de donde venimos, sino por qué duele estar aquí.
El budismo enseña que todo nace, cambia y muere. Que aferrarse es como abrazar una llama: inevitablemente, nos quema.
Pero también dice que es posible despertar. Ver la ilusión.
Soltarla.
Y aun así, quedarse... por compasión."
Siglo XX, año 1970, Stanlingrado. —"Eres un alma que ha cruzado distancias de luz...",— esa voz, igual al susurro del viento impartiendo sabiduría hizo que la primera vez que la escuchara, lograra que un resonar suave y lleno del calma lo invadiera. Su voz, llena de calidez y compasión, y tal vez por la luz de sus ojos azules, habían logrado bajar la guardia de ese pequeño desamparado que se resguardaba dentro de un bunker abandonado en alguna parte. La armadura dorada imponente y gallarda crujió sobre su peso mientras el hombre alto se agachaba a la altura del niño. El aroma a loto se esparció por el aire, acompañado por el tenue aroma del incienso que se mezclaba como una lluvia de flores de cerezo que caia desde su cabello dorado similar al de Apolo. El caballero de brillante armadura extendió suavemente su mano. La luz de ese crepúsculo araño la silueta divina, proyectando una pintura etérea y cósmica. Un inmortal que bajaba de los cielos solo para traer felicidad a los desamparados. —"No temas. Aunque tu memoria se mantenga dormida, el cosmo dentro de ti guarda el eco de quien fuiste."— Cuando sus manos se encontraron tímidamente, una pequeña y una grande, algo brillo dentro de los ojos de esa persona. —" Ven, discípulo mio. Deja que tu cosmos vulva a ser una estrella." . . En las enseñanzas del budismo, la reencarnación es parte de un ciclo interminable de nacimientos y muertes. Se cree que las acciones de una vida arrastran el alma hacia una nueva existencia, y que este ciclo—el Samsara —es, en si mismo, doloroso e insatisfactorio. Samsara: el ciclo del nacimiento, vida y muerte. Un estado impulsado por las «tres raíces de lo malsano»: la aversión, el apego, y la ignorancia. "(Akusala-mula)..." (suena un cuenco tibetano) (mantra OM reverbera suavemente) (cuenco tibetano) Estas tres raíces de lo malsano envían a la consciencia hacia uno de los seis reinos del samsara. Cada uno, una forma distinta de la existencia, determinada por el karma y teñida por la ilusión de la realidad. Los seis reinos del Samsara son: 《Naraka (infierno)》 Sufrimiento extremo, dolor y oscuridad. 《Preta (hambre)》 Carencia, deseo insatisfecho y sufrimiento. 《Tiryagyoni (animalidad)》 Instintos básicos, falta de conciencia. 《Manusya (Humanidad)》 Dualidad, sufrimiento, y búsqueda de la felicidad. 《Asura (semidioses)》 Orgullo, envidia y lucha por el poder. Y por último... 《Deva (Dioses)》 Felicidad temporal, pero aún sujeto al cielo. Junto al Samsara, el budismo enseña dos salidas: el karma, que impulsa el renacimiento, y el nirvana, la liberación definitiva del ciclo. El día que supe que había renacido o reencarnado en otro cuerpo, recuerdo el vació emocional y la indiferencia de recuerdos fragmentados. No existía tristeza ni dolor, solo imágenes premonitorias que me contaban una historia que parece persistir entre miles de recuerdos. La vida y a muerte era un equilibrio pragmático y sobrio que los humanos equilibraban por naturaleza. O que tal vez los dioses que firmaban el firmamento habían dispuesto cuando crearon los humildes cuerpos humanos. Quien cree en la existencia de seres superiores, algo tan risible como los dioses podría fundamentar algo como la reencarnación. Pero, yo, quien fui una persona que cuestiono la vida misma y se centro en observar las miles de miradas del mundo, nunca hubiera espero que realmente pudiera poseer otro cuerpo después de mi muerte. Hasta que renací. "—River..", —una voz familiar, casi trasparente en esta alejada Isla donde las olas golpeaban las piedras y el volcán inactivo advertía a los escasos habitantes que pronto podría estallar se interpuso brevemente entre mis pensamientos. —"¿Meditas otra vez?" Mi maestro fue justo cuando me advirtió que debía dominar mi estado mental. Yo, huérfano de un país pequeño al norte de Europa, fui acogido aparentemente gracias a los ecos imborrables de fragmentos extraños de mi vida pasada. Mi maestro lo intuyo cuando me encontró. Habia mencionado que mi estrella se encontraba entre el borde de un sin fin de renacimientos, y que el cosmos en mi cuerpo podría haber sido la causa para que los fragmentos de mi memoria se partieran dentro de las reencarnaciones. Y que dentro de las expectativas de mi maestro, podría ser un extraño vidente que predice el futuro cómo los dioses con las estrellas. Esa voz de nuevo sacudió mis oídos sensibles, sin embargo no cedí a recuperar la estabilidad mental que estaba logrando en el pináculo de mi práctica. —"¡Es increíble!—su voz se deslizo en notas altas con total y honesto asombro. — River ya es lo suficiente poderoso, pero, ¿por qué tu maestro aún te sigue exigiendo que sigas practicando tan duro?" Escuchándolo, podrías llegar a pensar que mi maestro es demasiado estricto y cruel, pero eso estaba lejos de ser verdad. Dejando escapar un suspiro molesto, me centre en cubrir todo el espacio mental que se estaba abriendo de a poco. Las yemas de mis dedos hormigueaban, y el cosmo en mi cuerpo se unió en mi mente para formar una llave que podría abrir el espacio más oculto en ella. Sin embargo, la fragancia dulce en el aire me impedía extender mi cosmo más allá de mi mente. El viento de la costa inhóspita dentro de la isla Andrómeda sopló trayendo consigo el aroma del mar salado, y el trino de las gaviotas que se alejaban de la infernal isla se superponen mientras el ruido de las olas quebrándose entre la orilla se armonizan como un todo. El extenso aroma crece en el dia, y en la noche parece dormir junto a la isla. Como siempre el cielo despejado lleno de nubes blancas en pleno día bautizó la mañana en un terrible calor infernal. La isla Andrómeda, dónde había ido a varar por la imperturbable orden de su maestro, era una isla ubicada en el océano Indico cerca de la costa de Somalía. Una isla de pequeñas dimensiones que en su centro se posicionada un volcán activo y pequeñas mesetas volcánicas a su alrededor, embadurnado por rocas rígidas y azufre, y partículas de cenizas. Ubicado en una dorsal oceánico en medio de la nada, tan alejado del mundo, y debido a su naturaleza tremendamente calurosa, Andrómeda, llamada irónicamente no por la belleza que poseía la princesa de Etiopía, era un recóndito infierno dónde se encontraba la armadura de la constelación de Andrómeda. Y no menos importante, la olvidada Spica. Un lugar donde la temperatura ascendía a 50 grados de terrible calor, y lava. De allí lo inhóspito de su condición. Las formas de vida autóctonas se reducían a reptiles de sangre fría, rocas alcalinas, y una flora casi inexistente. Por otro lado, la respuesta más clara que uno debía centrarse era la ubicación geográfica. La Isla se encontraba en una zona donde el flujo de una variación térmica causaba la inconsistencia en el hábitat. De forma que las temperaturas eran muy altas durante el día, y horriblemente bajas durante la noche. Era por eso que el sudor frecuentemente se pegaba a cada segundo en la frente de los habitantes, deslizándose por la piel y fermentando un aroma repugnante entre tantos hombres. Salvo cierto chico que parecía desprender un aroma demasiado floral. —"¡Oh! ¿Podría ser que estés durmiendo? ¿Debería alejarme?" Dejando la armonía que había logrado amoldar en sus sentidos, las largas pestañas negras pegadas a sus párpados, que se encontraban firmemente pegados a mitad de su meditación de pronto temblaron. La voz no era insoportable de escuchar, ella guardaba una elocuente suavidad y un esplendor pacífico que envolvía con gusto a las personas mientras escuchaban. Detrás de sus párpados cerrados, y aún sumergido dentro de un mar mental tranquilo en su conciencia, pudo discernir un brillo magenta a través de la oscuridad. Era cálido, noble y oportunamente escondía debajo de tanta tranquilidad un espíritu indomable. Era como una flor de dalia. La flor que representaba la elegancia, la dignidad y la eterna belleza. 《River》 o Spica en esta vida, se encogió instintivamente mientras seguía en una postura de meditación a centímetros sobre una roca en el pico más alto de principal volcán activo de la isla. Era un lugar alejado de aquellos aspirantes que estaban dispuestos a luchar por la armadura principal que se escondía cerca de la costa de Andrómeda. Y que parecían día a día volverse más demacrados cómo cadáveres andantes. La premisa de toda esas caras nuevas y ruidosas, llevó a alguien como River a vagar por toda la extensión de la isla para acordonarse en alguna esquina y meditar todo el tiempo que debía hacerlo mientras se encontraba abandonado lejos del santuario. Hoy fue otro día dónde escuchando los alaridos desenfrenados que las intrigas de todos, que parecían cada vez volverse más locos, mientras más estuvieran sus cabezas enfrascadas en una rivalidad por la gran armadura de andrómeda. Los huesos de sus manos que estaba posicionada en la Posición de Loto estándar dentro de las enseñanzas impartidas por su maestro y hermanos mayores aún no estaban completamente dominadas. Así que cuando escuchó de repente un alarido de uno de esos imbéciles salvajes es que su concentración flaqueo y lo hizo caer. ¡Esos salvajes! A penas estaba unos centímetros sobre el suelo, por lo que no fue un gran golpe, sin embargo fue vergonzoso. Suspiro—"Nadie podría descansar tranquilamente en estas temperaturas.", —hice una mueca insatisfecha cuando la oportunidad de llegar a ese espacio misterioso se me fue quitada, y por eso mi voz fue demasiado honesta al responder con hostilidad. —"¿No tienes una sesión de entrenamiento que debes completar, Shun? ¿Debería comentar a tu maestro que estás siendo negligente con tu entrenamiento?", —divague medio en broma y medio comprometido, mis manos se apoyaron en el suelo calientes y me levante. Cuando abrí mis ojos, un niño de catorce años demasiado delicado y lindo se encontraba frente a mi. Sus ojos grandes y expresivos me miraron con alarma. Y su brazo se estiró para alcanzarme cuando caí de repente. Mis ojos negros lo miraron, expresando consternación mientras mi ceja se levantaba sobre la otra y dudaban. "No es como si pudiera morir si caigo de esa altura." Es niño era tan ingenuo. Sus ojos eran demasiados grandes y expresivos. Aveces dudosos y lastimosos, pero nobles y solemnes. River siempre se preguntó qué hacia un niño tan gentil luchando por ser candidato de una armadura legendaria como Andrómeda. — Más importante, ¿tú maestro sabe que estás de este lado de la Isla? —mientras pasaba a su lado, le pregunté lo mas importante. Era se una vez que la Isla Andrómeda sólo mantenía en custodia a la gran armadura de bronce de—por supuesto—Andrómeda para ser ganada. Y sus candidatos se multiplicaban como lindas cucarachas por toda la Isla, un lugar similar a un infierno caluroso donde las rocas abundan, ellos siempre congestionaban los rincones para sus entrenamientos intensivos. River fue testigo oportuno desde que se supo que la armadura de Spica podria aparecer entre la noche de Andromeda. — Es- eso- ¡iba a decirle luego...¡—la voz tambaleante del niño le dio la certeza que estaba esperando. Los ojos negros de obsidina se entrecerraron. Sus ojos espiaron con juzgamiento al pequeño cuerpo detrás de él. — Eso quiere decir que no lo hiciste. No fue una pregunta, por lo que Shun sólo se volvió más inquieto debajo de esa fría mirada de observación. —¡S-s-solo queria pasar a saludarte! El rostro alarmado y rojo del niño hizo que algo se ablandara dentro de River, un hormigueo suave cómo la pata de una mariposa que se posaba sobre su pecho. Por lo que no pudo seguir presionando al chico. Cómo se esperaba de Shun. Él es la debilidad de su hermano mayor y de cualquier otro con complejo de hermano. Los labios de River sonrieron con apenas una curva clara. Sin embargo, no dejó demostrar esa linea a otros por lo que la cubrio con una expresión de suspiro. — No debes alejarte de tu maestro. Hay muchos peligros rondando la Isla. Y no estoy hablando de las criaturas de la Isla...—le dijo River mientras esperaba que Shun lo alcanzara. Unos pasos apresurados lo siguieron. Era como un pequeño pollito siguiendo a su madre. Ante tal incongruencia de pensamiento, River caminó más rapido en sus pasos. Un revoloteó ligero tomo control de su corazón . El sol, despiadado centinela del medio día, caía a plomo sobre la roca volcánicas. A un costado las olas del mar rompían la línea de las rocas cerca de la playa, la arena caliente se humedecia a su paso, y el ocaso naranja pintaba el fondo del sol. A su lado, Shun, con las mejillas empapadas de sudor trotaba con esfuerzo. Los pasos de River deshaceleraron. Y dejó que el chico se pusiera a la corriente mientras lo alcanzaba. La Isla se encontraba en estupor silencioso. Sólo se encontraba el aliento del volcán dormido, y las gaviotas a lo lejos evitando la Isla. Los pies de River se enterraron en la arena. A esa hora el sol dejaba de hostigar a la Isla, y el mar parecía tomar control de la costa. El clima se volvía menos insoportable. El silencio era una extensión más del paisaje. Una mirada inmortal del poder de los dioses que parecía pintarse cómo un bello lienzo una creación silenciosa y divina. Jugando con colores que en un sólo lugar parecían complementos de un mismo pincel. ¿Los dioses eran tan creativos?, se preguntó mentalmente, River, con una hilarante intención de impotencia. Nadie interrumpió ese raro silencio. Los candidatos a esa hora, momento esperado de día dónde normalmente era imposible parar, estaban aprovechando del clima más templado para descansar. Por eso en la playa principal cerca de la costa de los pilares de Andrómeda, no había nadie interrumpiendo con clamor. Sólo River y Shun estaba viendo el ocaso. Pero entonces, la voz del chico a su lado se alzó, tímida. — River, ¿alguna vez soñaste con tu vida pasada? River no resoplo, ni dejó ver una reacción diferente en su rostro. Tampoco giró su rostro. Sólo se quedó velando el extenso paisaje. Perdiéndose en el vasto mar y el cielo colorido de suaves colores. — A veces—respondió sin emociones—Pero no termino de entender si son recuerdos o avisos. — ¿Avisos? Su voz sonó extrañamente confundida. Cómo un pequeño niño que todavía no podía ponerse al tanto de las conversaciones de sus hermanos mayores cuando hablaban de matrimonio. Porque,—¿cómo sabría un niño de matrimonio si sólo vivía dentro de un patio de juegos infantil? Dentro de los ojos de River se revolvió algo. Era como una luz de un sentimiento de envidia y lucha. Luego cómo si se reprendiera por eso, cerró sus ojos y al abrirlos, esas intenciones habían desaparecido. — Es cómo si el alma estuviera mezclando escenas sin números ni fechas. No hay nada claro. —murmuró. Entonces, River, ya cansado de esa escena siguió su camino sin una sola palabra más. Detrás de él, Shun lo siguió. Mientras recuperaban el camino, Shun decidió romper una vez más el silencio. — Mi hermano me dijo que hay personas que renacen no porque deban aprender algo...—su voz aún cargaba indicios de curiosidad, pero agregando una reverencia por esa persona que estaba recordando en su memoria —"sino porque dejaron algo inconcluso. Eso podría ser lo que te paso a ti." River se detuvo. Su cabeza de inclinó y sus ojos, oscuros por las sombras, alcanzaron a ver algo. Allí, entre las grietas de la nubes y el tiempo que el sol se ocultaba, se encontraba una estrella solitaria esperando a la noche. Sus ojos oscuros se fijaron en ella. Y luego, volvió a recordar ese recuerdo o visión que tuvo una vez hace años atrás. Estaba parado entre escombros y estrellas. Un santuario viejo y caído. El suelo resquebrajeado se abría cómo un precipicio separando el camino hacia el altar de la diosa.Una mujer de espalda, portando un manto hecho de estrellas.
Una voz nombrando su nombre cómo una suave despedida.
Su propio grito rompiendo su garganta.
Una caída oscura cuando el sueño cedió a su peso.
Una promesa rota.
Luz. La luz discipandose mientras era ascendida entre las estrellas.
Y después, el silencio. Lo que siguió fue un vacío en si existencia. Ahí de pie enterrado por la arena, River se plantó cómo un cactus solitario en medio del desierto. Era inquebrantable y alto, pero solitario y espinoso. River apretó los dientes. Sus manos temblaban. Shun lo notó. Sin preguntarse si estaba bien, Shun se acercó. Apretó ese cuerpo delgado y erguido por detrás. Su cabeza recostada en los hombros de River, mientras sus brazos rodeaban su cintura estrecha. — River– por una vez, una luz oscura pasó por los ojos de Shun. Habia algo pesado y triste mientras veía a ese chico mayor que él convertirse en una estatua sin sentimientos que a la vez temblaba en medio de la nada mientras intentaba ocultarlo por su cuenta. — No tienes que recordarlo. Ya no te fuerces. El susurro de Shun fue tan frágil cómo el susurro de Andrómeda, al pedir ayuda a Perseo mientras era encadenada cómo sacrificio. Una línea sutil y frágil. Eso fue lo que hizo que River despertara de la sensación de impotencia y rabia. El muchacho había roto esa visión cómo un cristal astillado. Los ojos con un atisbo de la oscuridad que dejo esa visión antes parpadearon mientras los ojos claros de Shun lo miraban. Ambos se quedaron así... Hasta que algo más interrumpió esa escena. — ¡Qué conmovedor! El candidato a una armadura que no existe y el inútil que lo acompaña cómo su mascota. La burla llegó con el tono grave de alguien que estaba harto de ser ignorado. Un joven, alto y delgado, con el cabello recogido en una coleta grasienta y cicatrices frescas en los brazos, emergió desde una roca cercana. Tenía la mirada torcida de los que han dormido poco y deseado demasiado. —¿Te creés especial, Spica? ¿Porque tu maestro es famoso y te deja meditar mientras los demás sangramos por un pedazo de bronce? River no dijo nada. Solo lo miró con los ojos entornados. El otro dio un paso más. —Y tú, pequeño huérfano —le espetó a Shun—. ¿Qué hacés siguiendo a un tipo como él? ¿No fue tu maestro quien te dijo que este mocoso podría avergar una intención oscura? River alzó lentamente una mano. El suelo bajo sus pies pareció respirar. Shun retrocedió un poco, sintiendo el cambio en el aire: una presión sutil, como si el mundo contuviera el aliento. —Retirate —dijo River, y su voz no fue una orden, sino un decreto. El muchacho se detuvo. Algo invisible le rozó la piel, como una brisa helada que cortaba en lugar de refrescar. Su labio tembló, pero no dijo nada más. Dio media vuelta, maldiciendo por lo bajo, y desapareció entre las piedras como un perro que ha probado el poder de un rayo. Cuando se hizo el silencio otra vez, Shun se acercó con los ojos muy abiertos. —¿Qué fue eso? —preguntó, con una mezcla de temor y admiración. River bajó la mano. Volvió a mirar a esa estrella que ahora brillaba en el cielo nocturno con más intensidad. —No era para él —dijo con suavidad—. Era para mí. Para no olvidarme de lo que puedo hacer ahora y de lo que ya no perderé por eso. Shun no entendió del todo, pero no preguntó. En cambio, sacó algo del bolsillo de su túnica: una pequeña flor blanca, seca pero aromática. —La encontré esta mañana —dijo, ofreciéndosela con torpeza—. Pensé que… tal vez la querías. No sé por qué. River la tomó. Sus dedos la rozaron apenas, como si tuviera miedo de quebrarla. —Gracias. Era una palabra simple. Pero Shun sintió que acababa de recibir un regalo mucho más grande. Caminaron juntos en silencio hasta la cima de una roca. Desde allí, el mar se abría en un horizonte de bruma ardiente. El cielo parecía fundirse con la tierra. Y por un instante, ambos quedaron inmóviles, como dos constelaciones detenidas en medio del Samsara. River se atrevió a mirarlo. El rostro de Shun se encendió con la luz de la luna. Entonces, cómo un recuerdo reciente que no era visión ni un rompecabezas de recuerdos de otra vida, vio a ese niño por primera vez. River había crecido dentro del Santuario donde estaba su maestro. De sus discípulos, River fue el tercero. El último niño que fue adoptado por su maestro, y el más reciente. ¿Cómo podría haber crecido rodeado de adultos silencioso y solitarios? Sólo River recuerda las noches aburridas y llenas de aprendizajes. Fue en el Santuario. Una noche en la que el viento de la montaña bajaba por los muros de piedra, deslizándose por los pasillos silenciosos. River caminaba descalzo, con una túnica demasiado grande para su cuerpo delgado, sosteniendo un ramo de esas mismas flores blancas. Las había robado de un jardín que nadie cuidaba, a un lado del Templo de Virgo, dónde se encuentra su entrada, porque quería regalarlas se había aventurado a pesar de las constantes advertencias de su maestro por evitar tomar las flores del jardín sólo por capricho. Luego corrió hacia la cima de los santuarios, evitando a los gold saint en su camino, y depositando esas flores en la entrada del santuario de Athena. Esa acciones se repetian a diario. Desde su llegada a los doce templos. Se detuvo frente a la puerta del dojo principal, donde sus hermanos mayores entrenaban. No se animó a entrar. Solo se quedó allí, apoyado en el umbral, mirando la figura de uno de ellos —Agora, el mayor— girar con los brazos extendidos, haciendo resonar el aire con su cosmos. A su lado, Shiva, el más calmado, meditaba en posición de loto, envuelto en luz dorada. El maestro estaba allí también, sentado sobre un cojín de piedra. Silencioso. Sus ojos cerrados, como si observara más de lo que el mundo ofrecía. River podía recordar su rostro con precisión. La paz que desprendió y su aura solemne, era misteriosa pero a la vez calida. Su voz fue lo que podria recordar incluso si perdía sus sentidos. Y eso bastaba. —¿Por qué llegas tarde, River? —preguntó el maestro sin abrir los ojos. El niño se sobresaltó. Agora y Shiva giraron para mirarlo. River se encogió un poco. —Quería… ayudar a una de las saint de bronce a subir por las doce casas. Mintió con un rostro inexpresivo. Sin embargo, sus ojos que evitaban a la mirada de su maestro solo hacian que su mentira fuera menos creible. Shiva sonrió. Agora se acercó, y con la brusquedad de los que no saben demostrar afecto, le revolvió el pelo . —Eres un terrible mentiroso, chico. El maestro entonces se levantó. Llevaba un manto blanco inmaculado. Su silueta parecía más hecha de neblina que de carne. Se acercó. Y sin tomarse las palabras de su primer alumno en serio, le posó una mano sobre el hombro. —En unos días partirás a la Isla de Andrómeda. El Santuario no puede enseñarte lo que viene. No aquí. River no entendió. —¿Por qué allí? El maestro no respondió de inmediato. Miró hacia el cielo, y entonces dijo: — Porque hay una armadura allí que espera a su verdadero dueño. River bajó la mirada. Asintió sin saber por qué. Aquella noche, durmió abrazado a las flores que no podria entregar a partirbde ese día. Y cuando partió al amanecer, ninguno de sus hermanos lloró. Pero Agora le dejó en la túnica un pañuelo bordado con el símbolo de Virgo, y Shiva le dio una piedra lisa para que la usara como defensa. Solo el maestro lo acompañó hasta el límite de las Doce Casas. Allí, antes de girar y marcharse, dijo: —La armadura puede ayudarte a recobrar el pasado. Talvez no pueda tejer sus fragmentos rotos, ni unir las visiones. Sin embargo, la comprensión será parte de tu crecimiento. Ella te ayudará a mantener las piezas en una sola linea. Y ella podria encontrarte a ti. [...] De vuelta en la playa, River aún sostenía la flor. Shun lo miraba de reojo, sin decir nada. Sabía que algo se había encendido detrás de esos ojos, como si hubiese cruzado a través de un mar que no podía describir. —¿Tanto la aprecias? —preguntó Shun al fin, como si intuyera que no sólo le gustaba esa flor marchita que le había regalado sólo por un impulso adolescente, sino que había algo más detrás. River se rió suavemente. —Es curioso lo que pequeñas cosas en el mundo pueden hacerte sentir. Y por primera vez en días, sus labios se curvaron en una sonrisa llena. Una sonrisa juvenil. Como si en ese gesto se colaran las voces de sus hermanos mayores, la neblina de la montaña y el eco de una voz que siempre lo observa en silencio.