La pluma es más fuerte que la espada
Cuando la celda se abrió con un crujido, Crowley casi dio gracias porque, aunque su proxima cita era con el atormentador, por fin podía escapar un rato de las garras de la hija del basurero. Y es que los calambres que sentía en todo el cuerpo por la incomodísima posición que le obligaba a adoptar el diabólico cepo le quemaban más de lo que recordaba. Trató de ponerse en pie cuando abrieron el candado, pero era como intentar clavar en la roca una espada de gelatina. Los ayudantes del encargado de las mazmorras le agarraron de los brazos y le llevaron a rastras sin miramientos; pero pese a todo el demonio pelirrojo no pudo resistirse a hacerle al pasar al carcelero uno de esos comentarios por los que era famoso allí abajo. - Desde luego, como se nota...- empezó, con voz enronquecida, ocasionando que los sayones se detuviesen delante de su jefe- cuando el colchón es de plumas...he dormido de fábula... El contrahecho demonio le miró primero con aire de estúpida incomprensión y luego cambió su expresión a sádica astucia. - Como me alegro de escuchar eso. Porque vas a ser mi huésped mucho tiempo, y por supuesto, tu habitación estará a punto para que puedas descansar cuando vuelvas de excursión. De hecho, creo que podría proporcionarte incluso alguna atención extra...- sonrió mostrando sus dientes podridos- que tal...un baño de chocolate? - Fantástico... recomendaré esta posada a mis más estimados enemigos. El carcelero regaló al prisionero un doloroso mamporro e indicó a sus ayudantes que se lo llevaran. Los funestos atormentadores tenían un pésimo humor (de hecho, tenían el mismo humor que las pirañas hambrientas) y el tener que esperar que les llevaran a sus víctimas no contribuía en nada a hacerles felices. Los sórdidos pasillos de aquella parte del infierno, reservada para los castigos a los de la casa como solía decir Belzebú, estaban tan cochambrosos como los de los condenados normales, pero mucho más descuidados, porque para los empleados no se gastaban tanto presupuesto. Se veía peor, estaban más sucios y los podridos suelos y paredes se caían a trozos (literalmente a veces, sobre las cabezas de sus usuarios). Sin embargo, estaban muy bien si se comparaban con el destino de aquel breve viaje. Demasiado pronto llegaron frente a una puerta tan mugrienta como lo demás, de algún tipo de metal inmundo, con gruesos remaches. - Cámara de tortura 6...ésta es - le dijo uno de los porteadores al otro- Llamamos a la puerta, o les tiramos el paquete dentro y salimos corriendo? Crowley retorció el cuello para mirar al que acababa de hablar. - Tú a que te dedicabas antes de conseguir este trabajo, a repartir periódicos? - Hombre, con esta gente no se sabe nunca como acertar. Podemos llamar con la cabeza de éste, tirarle en la puerta y salir corriendo, mejor- sugirió el otro- No vaya a ser que se venga arriba y nos meta para adentro a nosotros también... Entretenidos en este apasionante diálogo, no se dieron cuenta de que la puerta ya se estaba abriendo, y de que un ser envuelto enteramente en un siniestro sudario negro con capucha había aparecido, contrastando contra la rojiza luz del interior de la cámara. - Ehm...chicos...- Crowley buscó inutilmente la mirada de aquel ser bajo la capucha- sí que hay alguien en casa... - Podemos también pasar una nota por debajo de la puerta, verdad? Tienes por ahí algún papel? - Creo...- el interrogado se buscó en los harapientos bolsillos- creo que tengo la servilleta del bocata de cucarachas del descanso... Harto de estupideces, el atormentador agarró con una mano huesuda del cogote al buscador y con el movimiento repentino de una araña saltando sobre su presa, le lanzó a una cuba de aceite hirviendo ubicada en el interior de la cámara. A continuación asió a Crowley del pelo y le arrastró dentro de la cámara mientras el otro demonio huía despavorido, dando gracias porque los atormentadores sólo tenían dos manos. Aziraphale se devanaba los sesos tratando de recordar donde había puesto aquel dichoso pergamino. Necesitaba desesperadamente comprobar el tipo de fuente utilizada y el estilo de redacción para que su falsificación resultara lo suficientemente convincente. Y la urgencia que tenía no ayudaba en absoluto a su tozuda memoria. - "Eres un auténtico caso, Principado... ¡Puedes recordar sin dificultad de cada uno de los clanes escoceses con sus respectivos tartanes y no puedes acordarte donde pusiste un pergamino infernal maldito! ¡Y cada minuto que pasa, él está ahí abajo, sufriendo castigo por haber hecho una buena obra y haber evitado que una chica fuese al infierno por suicidarse! Piensa..., vamos, piensa..." Miró por tercera vez en un polvoriento arcón de cuero, más por tratar de concentrarse que por otra cosa. También le quedaba por resolver la cuestión de colocar la falsificación en el lugar necesario, pero se ocuparía de los problemas de uno en uno, porque de nada le serviría bloquearse en ese momento. Intentó también por todos los medios no imaginarse lo que le estarían haciendo a su amigo en el infierno... si tan solo hubiese reaccionado un instante antes de que se lo llevaran... tal vez habría podido evitar que... No, no habría podido, pues el infierno no reclama a uno de sus servidores y se queda tan tranquilo si no aparece. Le hubiera perseguido y dado caza implacablemente como a todas sus posesiones. Había que hacerlo del modo que había ideado... aunque en realidad la ocurrencia había venido del propio Crowley. Si un informe con el suficiente aspecto de ser oficial decía que el infractor había recibido el castigo estipulado y que tenían que volver al trabajo, nadie se iba a molestar en comprobarlo. Y ese informe era lo que Aziraphale tenía casi terminado sobre su mesa, escrito sobre un pergamino de piel de cabra negra adquirido en un dudoso comercio hacía muchos años. El ángel lo había comprado para que semejante objeto destinado a la magia negra no hiciese daño en malas manos, y ahora, si todo salía bien, iba a servir para hacer un bien... si es que podía encontrar el otro dichoso pergamino para comparar. Y es que sus dudas provenían de que el infierno utilizaba una forma de expresarse grotescamente deformada que por supuesto derivaba del enoquiano. Aziraphale, como erudito entusiasta, había conseguido dominar también la lengua del infierno, ya que las lenguas humanas pasadas y presentes no suponían ningún desafío para él (a excepción hecha del francés que se le resistía por algún motivo) pero tenía la duda razonable de si había escrito correctamente todo o si había pecado de excesiva formalidad... estaba casi seguro de que había usado términos inaceptablemente arcaizantes que chirriarían al lector ocasional... que por supuesto no sería precisamente un pío copista de un pacífico monasterio... En ese momento se hizo la luz en la mente del ángel. ¡Ahí era donde había guardado el pergamino infernal! Por supuesto... ¿como había podido no caer en la cuenta? ¡Estaba bajo la regla de San Benito! Sonrió y se encaminó a la parte de atrás de la librería. - "Resiste, Crowley, en un periquete estarás fuera del infierno de nuevo. ¡Te lo prometo!" Sin poder evitarlo esta vez, su mente voló atravesando innumerables kilómetros de material telúrico hacia la de su querido muchacho. Crowley parpadeó. Con el estupor propio del que ha conciliado un breve sueño tras una agotadora serie de noches de insomnio, el demonio se preguntaba por qué el suelo de piedra, salpicado de barro y sangre, se movía como el de una barquita abandonada en un temporal. Además, algo particular en el mismo llamaba su atención, igual que algo fuera de su lugar habitual deja una especie de marca intangible en el espacio. Aquel estado bendecido de semiinconsciencia duró lo mismo que un pastel a la puerta de un colegio, y entonces cayó en la cuenta de que el suelo seguía tan anclado a las raíces de la tierra como el día que Ella había incrustado el infierno en las asfixiantes profundidades del globo. El que se balanceaba de un lado a otro era él, y lo que le había llamado la atención a su agotada mente es que estaba cabeza abajo y chorreando agua. El atormentador bajó el cubo con el que acababa de empaparle con un agua inmunda para que recuperase la consciencia. Lo dejó a un lado y volvió a tomar el látigo. Le pinchó entre las costillas con la punta del mango acabada en un clavo. - ¿Ya te has rendido?- preguntó lúgubremente- Casi me había acostumbrado a tus bromas... - Por lo general...-Crowley tuvo un acceso de tos y escupió algo en el suelo antes de poder seguir hablando. Muy posiblemente fuese una muela- ...por lo general intento dejar con ganas de...de más para que vuelvan a invitarme a...a las fiestas... - ¿De verdad te resulta rentable esa actitud? - el torturador dejó el látigo y cogió una tranca- Quiero decir... sigues desafiante pese a que es la tercera vez que pierdes el conocimiento a mis manos. Así solo consigues recibir el doble... Tal vez fuese así. En realidad, era así. Crowley sabía que su actitud chulesca empeoraba las cosas, pero agachar las orejas y recibir humildemente un castigo injusto era algo que no entraba en sus planes, y aunque estuviese deseando con cada fibra de su ser que todo terminase de una vez, lo único que le quedaba para manifestar su desacuerdo contra todo aquel sistema era su ironía. No era una buena idea, ni sensata, ni racional... pero no podía evitarlo. Así que se limito a hacer una mueca (el labio partido ya no le dejaba sonreir de lado) al ver el palo. - Oh, debes estar muy orgulloso... la tienes realmente grande. Con una sonrisa aviesa y una pinza en la nariz, el carcelero estaba acabando de llenar hasta los bordes medio barril con el asqueroso contenido del alcantarillado del infierno. Se estaba poniendo perdido, pero solo por ver la cara que pondría su prisionero, el pulcro Crowley, el demonio más limpio de todo el infierno, al ver dónde iba a pasar la noche entera sumergido, valía la pena. Escuchó con satisfacción los pasos de los ayudantes que traían de nuevo a sus amorosos brazos a aquel pijo chulito y se giró, carraspeando antes de soltar la frasecita que él estimaba ingeniosa y que había estado preparando durante las horas que el demonio pelirrojo había estado en la cámara de tortura. - Su baño está listo, monsieur...- como estaba fingiendo una reverencia, no se fijó hasta que se irguió que los ayudantes venían solos, sin prisionero ni nada - Eh?? Pero por qué no traeís a ese idiota fanfarrón? - dijo, golpeando con el porqueriento cubo la cabeza del ayudante más cercano- Es que no podeis acordaros de lo que se os ha ordenado hace cinco minutos?! - Ay!!! Que no, jefe...- el demonio se apartó frotándose la cabeza- que está donde le han destinado ahora... ya sabe, las normas nuevas... Aziraphale colocó los cojines del sofá, enderezó los cuadros y ordenó las medicinas por quinta vez en media hora. Hizo una mueca de preocupación al pensar que tal vez habría ido derecho a la posada en la que se alojaba en lugar de pasar antes por la librería. En tal caso, tendría que ir allí a buscarle, pero ¿y si mientras tanto se dirigía a la librería? Estaba pensando en mandar a algún muchacho a la posada con un recado escrito cuando escuchó alguien que golpeaba suavemente la puerta con los nudillos. El ángel abrió en menos tiempo del que se tarda en decir jesús. Era Crowley. - Gracias a su Omnipotencia que todo ha salido según lo esperado. Pasa, rápido. Caminando con despreocupación aunque con una indisimulable rigidez, el demonio aceptó la invitación y se acercó a la chimenea. Se quitó el sombrero y lo dejó a un lado, mirando las llamas. - Venía a preguntarte si habías orquestado tú mi liberación, pero con lo que acabas de decir, ya no me cabe duda- suspiró al sentir la caricia del fuego reconfortando su cuerpo helado- te debo una, angelito, y te juro que te devolveré el favor. Deja que me caliente un poco y descanse cinco minutos; no te robaré más tiempo hoy, aunque otro día que tengamos más tiempo tendrás que explicarme detalladamente cómo has logrado esta hazaña... El ceño fruncido de Aziraphale denotaba que no eran esas las prioridades del ángel. - ¿Por qué tanta prisa? Tengo todo preparado para que te quedes aquí el tiempo que necesites para recuperarte. Si te preocupa esa orden de ir a corromper a la Liga de Dignas Damas Inglesas Defensoras del Rulo Tradicional, pierde cuidado. Es falsa. Pero por alguna razón que no alcanzo a entender, llegó hasta mis oídos que era un trabajo que ningún demonio quería hacer y por eso me fue al pelo para justificar tu "cambio" de condena. Eso y el supuesto cambio de estrategia en los castigos infernales: en lugar de gastar dinero en torturar, poner a hacer horas extras a los sentenciados para aumentar las almas conseguidas... - No hay arpía peor que esas mujeres...- dijo Crowley, mirándole- Son tan terriblemente chismosas e inoportunas que serían capaces de hacer sonrojarse al mismo Asmodeo. Y tú tienes una mente retorcida para ser un ángel... - Oh, ya será para menos... a fin de cuentas son damas... pero la discrección de esas mujeres no es el asunto del que quiero hablarte- el ángel sostuvo la mirada del demonio, que estaba estratégicamente colocado a contraluz- Lo que quiero saber es cómo estas... - Has actuado realmente deprisa, así que apenas les ha dado tiempo a regañarme un poco. Así que no debes preocuparte por... - Crowley - Aziraphale no estaba convencido- Has dicho que me debes un favor, ¿no es así? - Desde luego. No pensé que fueses a... - De acuerdo. Quiero pedírtelo ahora; ¿es posible? - la mirada turquesa del ángel era intensa. Lo único que deseaba Crowley era llegar a su cama y enterrarse en ella. Tenía que haber ido allí directamente, pero sabía que no iba a poder descansar si no le daba antes las gracias a Aziraphale. No contaba con que el ángel quisiera pedirle algo tan pronto, pero ahora no podía faltar a su palabra. - Claro. ¿Que es lo que necesitas? - asintió lentamente Crowley. - Permite que...- Aziraphale se sonrojó, pero eso no fue obstáculo para que terminase de hablar- te examine. Por favor. - No es nec...- comenzó el demonio, levantando una mano. No quería angustiar a Aziraphale mostrándole como el infierno disciplinaba a sus esclavos rebeldes. - Lo has prometido. Es el favor que quiero pedirte- el ángel no iba a aceptar un no por respuesta. Conocía lo suficientemente bien la forma de moverse de su amigo como para saber que le dolían hasta las pestañas, por mucho que intentara disimularlo. En voz baja, aunque firme, continuó- Siéntate en el sofá, y... quítate la chaqueta y la camisa, si tienes la amabilidad. Al ver la determinación el ángel, el pelirrojo supo que no iba a tener alternativa, de modo que, sacudiendo la cabeza, se quitó la chaqueta despacio y la colgó en el perchero cerca de la pared. Después empezó a desabrocharse la camisa, y estaba sacándose lentamente las mangas cuando Aziraphale se acercó y le hizo sentarse para ayudarle a desvestirse. Cuando le retiró la prenda con cuidado, el rubio acercó una luz para examinarle con detalle. Involuntariamente, dejó escapar una exclamación de pena y de rabia al ver el estado en el que el infierno había dejado a su amigo por hacer una buena obra. Crowley apartó la vista, avergonzado, pero Aziraphale le tomó suavemente del mentón y le hizo levantar la mirada. - No tienes nada de lo que avergonzarte, mi muchacho. Y ahora, por favor, déjate cuidar y sanar y daré por saldada esa deuda que crees tener conmigo por ayudarte. Mientras Crowley asentía, consciente de que era el único demonio al que se le había concedido un ángel de la guarda, Aziraphale empezó a remangarse para ponerse manos a la obra. Aziraphale tardó casi una hora en dar por concluidas las curas. Pese a sus sentimientos personales, el ángel tenía la profesionalidad suficiente como para haber realizado su trabajo de la manera más eficiente posible, tratando cada herida y cada contusión del modo más adecuado y sin olvidar ninguna posible complicación. En primer lugar se había centrado en las lesiones de rostro y cabeza, y tras limpiarlas y tratarlas había descartado que hubiera daños internos mediante una especie de escáner angelical. Incluso la muela perdida y la mandíbula fisurada volverían a estar en perfecto estado tras unos días, ya que Aziraphale era capaz de potenciar la capacidad regeneradora del demonio en más de un mil por ciento. Es una suerte que los demonios podáis regeneraros, querido… -había comentado mientras limpiaba los latigazos de la espalda- no podéis curar a otros como los ángeles, y sin embargo… Si… una suerte… -murmuró Crowley macabramente- uno de los grandes regalos de Satán a sus amigos… El ángel se estremeció mientras se sonrojaba. No había nada bueno en el infierno, obviamente. Discúlpame, querido… por supuesto que no es una suerte. No me he expresado correctamente. Quería decir que te recuperarás por completo. He terminado con el torso. Sé tan amable de retirarte ahora el pantalón. No te preocupes, en realidad te he entendido. Yo no…eh? Cómo el pantalón? – en lugar de desabrocharlo, Crowley se agarró al mismo como si temiera que fuese a salir corriendo- Sí, mi querido muchacho. Estoy convencido de que también necesitas curas en las piernas. Ah… eh… pues me remango, mira – Crowley estaba completamente habituado a mostrarse desnudo si la situación o el trabajo lo requería y, desde hacía muchísimo tiempo, lo hacía sin sentir la más mínima vergüenza. Sin embargo, la sola idea de hacerlo ante Aziraphale le hizo sonrojarse- Con levantar un poco así las perneras yo creo que… De ningún modo. Por favor, ten la bondad… Con las mejillas como si hubiera estado horas delante de la chimenea, el demonio se puso en pie y se quitó despacio el pantalón, evitando mirar a cualquier otro lugar que no fuese el suelo. Aziraphale suspiró al ver que la parte de abajo estaba tan mal como la de arriba y, tras pedirle que se acostara en el sofá, prosiguió su trabajo. Finalmente, el ángel terminó y le entregó ropa de dormir. Te he preparado una habitación con todo lo necesario. Ahora iré a calentarte un poco de sopa, y te la llevaré en unos momentos. Debes descansar. Por favor…- Aziraphale levantó una mano para seguir hablando viendo que Crowley hacía ademán de rechazar su hospitalidad- … no trates de declinarlo, mi petición abarca ocuparme de ti hasta que estés completamente restablecido, así que tengo la esperanza de que disfrutes de mi hospitalidad durante unos cuantos días. Crowley sacudió la cabeza, sintiéndose vencido por los enredos de Aziraphale (y curiosamente, muy feliz). Veo que lo tienes todo pensado. Eres realmente inteligente, ángel. Siempre lo he sabido… que el infierno se congele si sé cómo has logrado sacarme de él… y si entiendo como consigues siempre salirte con la tuya… eso sí que es inefable.La pluma es más fuerte que la espada
15 de agosto de 2025, 7:36