Capítulo 1
16 de agosto de 2025, 13:32
La noche envolvía la ciudad como un manto de terciopelo negro, ocultando los secretos que se escondían en sus entrañas. En un rincón olvidado del distrito financiero, un edificio aparentemente abandonado albergaba uno de los secretos más peligrosos: la guarida de una de las agencias de seguridad más clandestinas del mundo.
Mackenzie se deslizaba por el pasillo oscuro como si fuera una extensión de las sombras mismas. Su traje negro ajustado no solo le permitía moverse con sigilo, sino que también ocultaba un arsenal de gadgets de alta tecnología. Sus ojos, se escudriñaban cada rincón del corredor, buscando cualquier señal de peligro.
Detrás de él, Bingo lo seguía de cerca. Su pelaje anaranjado normalmente alborotado, estaba ahora recogido en una coleta baja. La mochila que cargaba en su espalda contenía una colección impresionante de dispositivos electrónicos, cada uno diseñado para hackear los sistemas más sofísticados del mundo.
"Bingo", susurró Mackenzie, su voz apenas audible en el silencio del pasillo, "recuerda: esta información podría desmantelar toda la organización criminal. No podemos fallar."
Bingo esbozó una sonrisa traviesa, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y confianza. "No te preocupes, Mac" respondió, guiñándole un ojo. "Tengo el plan perfecto".
Mackenzie no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. Bingo siempre había tenido ese efecto en él, incluso en las situaciones más tensas. Desde que se habían conocido cuando la agente Bluey se le había presentado cuando apenas eran unos niños. Ella había sido la única capaz de hacerlo sonreír en los momentos más oscuros.
Mackenzie sintió que una oleada de recuerdos lo invadía mientras avanzaban sigilosamente por el pasillo. Su mente viajó a un día soleado de verano, hace más de dos décadas...
No habían pasado el intenso entrenamiento para volverse espías.
El cielo era de un azúl brillante y las risas de los niños llenaban el aire en el parque. Bluey y Bingo correteaban alegremente. Mackenzie las perseguía para atraparlas.
Pero la felicidad se esfumó en un instante.
La tranquilidad se rompió. Dos furgonetas negras se detuvieron bruscamente junto al parque. Hombres con trajes oscuros y expresiones sombrías salieron rápidamente. Antes de que nadie pudiera reaccionar, se llevaron a los padres de Bluey y Bingo, Bandit y Chilli. Los gritos de terror de los niños resonaron por todo el lugar.
Mackenzie, paralizado del miedo, vió como sus padres intentaban intervenir. Fue un error fatal. Los hombres sacaron unas armas y, sin titubear, dispararon. El helado que comía cayó al suelo mientras Mackenzie observaba, horrorizado, cómo sus padres se desplomaban sin vida.
En medio del caos, una mujer de pelaje oscuro y mirada intensa apareció como salida de la nada. Con movimientos precisos, neutralizó a varios atacantes. "¡Vengan conmigo, rápido!", gritó a los niños. Sin pensarlo dos veces, Mackenzie tomó a Bluey y Bingo de las manos y corrieron hacia la mujer. Ellas también estaban paralizadas. Querían rescatar a sus padres, pero sabían que eso era imposible.
Los siguientes días fueron de confusión y miedo. La mujer, se presentó como la Comandante Jenna, les explicó que formaba parte de una organización secreta dedicada a combatir al terrorismo y el crimen organizado. Les dijo que sus vidas corrían peligro y que la única forma de mantenerlos a salvo era llevarlos a un lugar seguro.
Así comenzó una nueva vida para Mackenzie, Bluey, Bingo y los otros niños que habían sido rescatados de situaciones similares. La base secreta de la organización se convirtió en su hogar, y la Comandante Jenna, en una figura materna para todos ellos.
Los años pasaron, y los niños crecieron bajo la tutela de la organización. Recibieron educación, entrenamiento físico y apoyo psicológico para lidiar con sus traumas.
A medida que crecían, la Comandante Jenna les reveló más detalles sobre la organización y la amenaza a la que se enfrentaban. Un grupo criminal conocido como "La Sombra" había estado detrás del ataque en el parque y de otros muchos incidentes similares en todo el mundo. Su objetivo era sembrar el caos y controlar a figuras clave en la sociedad mediante el chantaje y la manipulación.
Cuando cumplieron 18 años, se les ofreció la opción de unirse oficialmente a la organización como agentes en entrenamiento. Mackenzie, impulsado por el deseo de justicia y la necesidad de protejer a otros de sufrir el mismo destino, aceptó sin dudarlo. Bluey y Bingo, aunque inicialmente dudosas, decidieron seguir su ejemplo.
El entrenamiento fue brutal. Días interminables de ejercicios físicos extenuantes, lecciones de combate cuerpo a cuerpo, manejo de armas y tácticas de espionaje. Noches en vela estudiando patrones de comportamiento criminal, criptografía y psicología. Pero con cada desafío superado, se hacían más fuertes, más decididos.
Mackenzie descubrió que tenía un talento natural para el trabajo encubierto. Su capacidad para adaptarse a diferentes personalidades y situaciones lo convirtió en uno de los mejores agentes de infiltración de la organización. Bluey, por su parte, demostró ser una estratega brillante, capaz de anticipar los movimientos del enemigo con una precisión asombrosa. Bingo, la más jóven del trío, se especializó en la tecnología y se convirtió en una hacker experta.
Su primera misión juntos llegó cinco años después de unirse a la organización. La inteligencia había descubierto una operación de La Sombra en una ciudad costera. El objetivo era desmantelar una red de tráfico de personas y obtener información sobre los líderes de la organización criminal.
Mackenzie se infiltró como un rico heredero interesado en invertir en negocios turbios. Bluey dirigía la operación desde la distancia, coordinando los movimientos del equipo. Bingo monitoreaba las comunicaciones y los sistemas de seguridad del enemigo.
La misión fue un éxito rotundo. Lograron liberar a docenas de víctimas del tráfico y obtuvieron datos cruciales sobre la estructura de La Sombra. Pero lo más importante fue que, por primera vez, sintieron que estaban haciendo una diferencia real en el mundo.
Mackenzie.
Mackenzie.
¡MACKENZIE!
Mackenzie salió de sus recuerdos gracias a la voz de Bingo en su micrófono. "Mackenzie, ¿Estás bien?"
"Si, solo estaba analizando el terreno". Respondió Mackenzie.
Continuaron avanzando por el laberinto de pasillos, sus pasos silenciosos como el roce de una pluma. Cada pocos metros, Mackenzie se detenía, sacaba un pequeño dispositivo de su cinturón y lo colocaba estratégicamente en las paredes. Eran inhibidores de señal, diseñados para bloquear cualquier cámara o sensor que pudiera detectar su presencia.
"¿Cuánto falta?" Preguntó Bingo en un susurro.
Mackenzie consultó el mapa holográfico proyectado desde su reloj de pulsera. "Dos giros más a la izquierda y estaremos en el centro de operaciones."
Bingo asintió, su expresión tornándose seria por un momento. "Mac, ¿alguna vez te has preguntado qué pasaría si... ya sabes, si las cosas salieran mal?"
Mackenzie se detuvo un instante, girándose para mirar a su compañera. En la penumbra, pudo ver la preocupación en sus ojos. "Bingo, hemos entrenado para esto durante años. Somos los mejores. Nada saldrá mal".
"Lo sé , lo sé" respondió ella, pasandose una mano por el cabello. "Es solo que... a veces pienso en todas las cosas que no he hecho, las cosas que no he dicho..."
Mackenzie sintió que su corazón se aceleraba, pero mantuvo su expresión neutral. "Concéntrate en la misión, Bingo. Cuando salgamos de aquí, tendremos todo el tiempo del mundo para hablar de esas cosas."
Bingo asintió, recuperando su sonrisa característica. "Tienes razón Mac. Primero salvemos Australia, luego podemos preocuparnos por nuestros problemas personales."
Aunque esta vez Mackenzie sintió que la estaba forzando. Y eso no le parecía bien. Ella no era alguien que se desanimaba por algo tan simple.
Continuaron su camino en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Mackenzie no podía evitar pensar en las palabras de Bingo. "¿Qué cosas no había dicho? ¿Acaso ella...?" No, no podía permitirse esas distracciones ahora. La misión era lo primero.
Finalmente, llegaron a una puerta de acero reforzado. No tenía cerradura visible, solo un panel de control altamente sofísticado.
"Tu turno, genia", susurró Mackenzie, haciéndose a un lado.
Bingo se acercó al panel, sacando de su mochila un dispositivo del tamaño de un teléfono móvil. Lo conectó al panel y sus dedos comenzaron a volar sobre la plantilla táctil.
"Vamos, vamos," murmuraba para sí misma mientras trabajaba. "Ah, ahí estás, pequeña".
Con un suave pitido, el panel se iluminó en verde y la puerta se abrió con un apenas audible silbido hidráulico.
"Bienvenido al corazón de la bestia, Mac", dijo Bingo con una sonrisa triunfal.
Mackenzie le dovolvió la sonrisa y juntos entraron en la sala de control. Era una habitación circular, llena de pantallas y servidores zumbantes. En el centro, un pedestal sostenía lo que parecía ser un simple disco duro.
"Ahí está", dijo Mackenzie, sus ojos brillando con determinación. "Toda la información que necesitamos para desmantelar la red criminal más grande del país."
Bingo se acercó al pedestal, sacando otro dispositivo de su mochila. "Déjame adivinar, ¿sistema de seguridad de última generación?"
Mackenzie asintió. "Sensores de prisión, escáneres biométricos, alarmas silenciosas... lo tienen todo."
"Nada que no pueda manejar," respondió Bingo con confianza.
Mientras Bingo trabajaba en burlar el sistema de seguridad, Mackenzie vigilaba la entrando apuntando con su arma las posibles entradas de guardias, todos sus sentidos en alerta máxima. Cada pocos segundos, consultaba su reloj, consciente de que cada minuto que pasaban allí aumentaba el riesgo de ser descubiertos.
"¿Como vas?" Preguntó Mackenzie después de lo que pareció una eternidad.
"Casi... casi..." murmuró Bingo, su frente perlada de sudor. "¡Lo tengo!"
Con un suave clic, el disco duro se liberó de su base. Bingo lo tomó con cuidado y lo guardó en un compartimento especial de su mochila.
"Bien hecho", dijo Mackenzie, permitiéndose un momento de alivio. "Ahora salgamos de aquí".
Pero justo cuando se dirigían hacia la puerta, las luces de la habitación se encendieron de golpe y una alarma comenzó a sonar.
"¡Mierda!" Exclamó Bingo. "Deben haber tenido un sistema de respaldo que no detecté".
Mackenzie ya estaba en modo combate, sacando su arma de su funda denuevo. "No hay tiempo para lamentarse. Tenemos que salir de aquí, ¡Ahora!"
Los dos agentes se lanzaron hacia la puerta, solo para encontrarse cara a cara con un grupo de guardias armados que entraban en la habitación.
"¡Al suelo!" Gritó Mackenzie, empujando a Bingo detrás de un servidor mientras las balas comenzaban a volar.
El sonido de los disparos llenaba la habitación, mezclándose con el aullido de la alarma. Mackenzie devolvió el fuego, sus movimientos precisos y letales. A su lado, Bingo tecleaba frenéticamente en su dispositivo.
"¡Mac!" Gritó por encima del ruido. "¡Puedo bloquear sus comunicaciones, pero necesito unos segundos más!"
"¡Los tendrás!" Respondió él, lanzándose hacia adelante en una serie de volteretas que la llevaron detrás de otro servidor.
Desde su nueva posición, Mackenzie tenía una mejor línea de tiro. Con una precisión asombrosa, derribó a tres guardias en rápida sucesión.
"¡Listo! Gritó Bingo. "¡Sus radios están fuera de servicio!"
"¡Bien!" Respondió Mackenzie. "¡Ahora salgamos de aquí!"
Aprovechando la confusión de los guardias restantes, Mackenzie y Bingo se abrieron paso hacia la puerta. Una vez en el pasillo, comenzaron a correr a toda velocidad.
"¿Recuerdas la ruta de escape?" Preguntó Mackenzie mientras corrían.
"¡Como la palma de mi mano!" Respondió Bingo. "¡Sígueme!"
Giraron en una esquina, solo para encontrarse con otro grupo de guardias. Sin perder un segundo, Mackenzie sacó una pequeña esfera de su cinturón y la arrojó hacia ellos. La esfera explotó en una nube de gas, dejando a los guardias tosiendo y desorientados.
"¡Por aquí" gritó Bingo, tirando de Mackenzie hacia una puerta lateral.
Se encontraron en una escalera de emergencia. Sin dudarlo comenzaron a subir.
"¿El techo?" Preguntó Mackenzie entre jadeos.
Bingo asintió. "Tengo un pequeño regalo esperándonos allí."
Subieron los pisos a toda velocidad, el sonido de botas en las escaleras detrás de ellos les indicaba que los guardias los seguían de cerca. Finalmente, llegaron a la puerta que daba acceso a la azotea.
"¡Espera!" Dijo Bingo, sacando otro dispositivo de su mochila. Lo conectó a la puerta y, después de unos segundos se escuchó un clic. "Listo, eso los mantendrá ocupados un rato".
Salieron a la azotea, el aire frío de la noche golpeándoles el rostro. Mackenzie miró a su alrededor, buscando el "regalo" del que Bingo le había hablado.
"¿Y ahora qué?" Preguntó Mackenzie, consciente de que estaban atrapados en la azotea de un edificio de 30 pisos.
Bingo sonrió y sacó un pequeño control remoto de su bolsillo. "Ahora, volamos".
Presionó un botón y, de repente, un zumbido llenó el aire. Desde el borde del edificio, un dron del tamaño de un automóvil pequeño se elevó, sus hélices girando silenciosamente.
"Bingo, eres una genia", dijo Mackenzie, incapaz de ocultar su alegría y frotando su cabeza.
"Lo sé", respondió con un guiño. "Ahora, ¿nos vamos?"
Justo en ese momento, la puerta de la azotea comenzó a temblar bajo los golpes de los guardias que intentaban abrirla.
Mackenzie y Bingo corrieron havia el dron, que ahora flotaba a nivel de la azotea. Justo cuando subían a bordo, la puerta cedió y los guardias irrumpieron en la azotea.
"¡Adiós, muchachos!" Gritó Bingo, presionando otro botón en su control. "¡Será para la próxima!". Se burló de ellos.
El dron se elevó rápidamente, dejando atrás a los guardias que disparaban inútimente hacia el cielo. En cuestión de segundos, estaban volando sobre la ciudad, las luces nocturnas brillando debajo de ellos como un mar de estrellas.
Mackenzie se permitió relajarse por primera vez desde que habían entrado al edificio. Miró a Bingo, que pilotaba el dron mientras estaban juntos con una sonrisa de oreja a oreja.
"Lo hicimos", dijo él, sintiendo una oleada de adrenalina y algo más... algo que no quería nombrar todavía.
Bingo lo miró, sus ojos brillando con emoción y algo más profundo. "Sí, lo hicimos. Juntos".
Mientras volaban hacia la seguridad de su base secreta, Mackenzie no pudo evitar pensar en lo cerca que habían estado de fracasar... y de perderse el uno al otro. Tal vez, pensó, era hora de tener esa conversación que habían estado postergando durante tanto tiempo.
El amanecer se asomaba en el horizonte cuando Mackenzie y Bingo aterrizaron en una pista secreta en las afueras de la ciudad. El dron, diseñado para autodestruirse después de un solo uso, se desintegró silenciosamente detrás de ellos mientras caminaban hacia un hangar camuflado.
"Hogar, dulce hogar", murmuró Bingo mientras introducía un código en un panel oculto. Una puerta se abrió, revelando un ascensor.
Descendieron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. La adrenalina de la misión comenzaba a dispararse, dejando lugar a una mezcla de agotamiento y anticipación.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, revelando el corazón de su operación, llena de pantallas y equipos de comunicación. En el centro de la habitación, una figura alta y elegante los esperaba.
"Bienvenidos de vuelta, agentes", dijo la mujer, su voz suave pero cargada de autoridad. Era Vivian, la directora de su unidad y una de las pocas personas que conocían la verdadera naturaleza de su trabajo.
"Misión cumplida, jefa", respondió Mackenzie, sacando el disco duro de la mochila de Bingo y entregándoselo a la directora Honey.
La directora tomó el dispositivo con cuidado, una leve sonrisa de satisfacción en sus labios. "Excelente trabajo, como siempre. Ahora, necesito que ambos se preparen para la siguiente fase de la operación".
Bingo, que había estado inusualmente callada, dió un paso adelante. "¿Siguiente fase? Pensé que con esto tendríamos suficiente para desmantelar toda la organización".
Honey negó con la cabeza. "Ne temo que no es tan simple, Bingo. La información en este disco es crucial, sí, pero aún necesitamos infiltrarnos en el corazón mismo de la organización para asegurarnos de que caiga por completo".
Mackenzie sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que venía a continuación.
"Mackenzie", continuó Honey, "necesitamos que te infiltres en la gala anual de La Fundación Blackstone mañana por la noche. Sabemos que el líder de la organización criminal, conocido solo como "El Canadiense" estará allí".
"Entendido", respondió Mackenzie, su mente ya trabajando en los detalles de la misión. "¿Cuál es mi nueva identidad?"
"Serás Jhon Espinal, un rico heredero con conexiones en el mundo del arte", explicó Honey, entregándole un expediente. "Tu objetivo es acercarte al Canadiense y plantar un dispositivo de rastreo en él".
Bingo, que había estado escuchando con creciente preocupación, intervino. "¿Y yo? ¿Cual es mi papel en esto?"
Honey la miró con una expresión que mezclaba comprensión y firmeza. "Tú, Bingo, proporcionarás apoyo técnico desde aquí. Necesitamos que hackees los sistemas de seguridad de la gala y mantengas una línea de comunicación constante con Mackenzie".
Bingo frunció el ceño, claramente insatisfecha con la asignación. "Pero somos un equipo. Siempre trabajamos juntos en el campo. O al menos dejen que Bluey vaya con él".
"Esta vez es diferente", respondió Honey con un tono que no admitía discusión. "El Canadiense es extremadamente precavido. Un solo paso en falso y toda la operación se vendrá abajo. Necesitamos que Mackenzie opere solo en esto. No podemos arriesgarlas a ustedes".
Mackenzie observó a Bingo, notando la tensión en su mandíbula y la preocupación en sus ojos. Sabía que estaba luchando contra el impulso de protestar más. "Estaré bien, Bingo", dijo suavemente. "Sabes que puedo manejarlo".
Bingo lo miró, por un momento, Mackenzie vió algo en sus ojos que hizo que su corazón diera un vuelco. Pero tan rápido como apareció, se desvaneció, reemplazado por su habitual sonrisa traviesa. "Por supuesto que puedes, Mac. Solo... ten cuidado, ¿De acuerdo?"
Honey asintió, satisfecha. "Bien, entonces está decidido, Mackenzie, tienes 24 horas para prepararte. Bingo, quiero que empieces a trabajar en los sistemas de seguridad de inmediato. Necesitamos tener todo listo para mañana por la noche. También tendremos lista a Bluey por si necesitas apoyo Mackenzie.
Con eso, Honey se retiró, dejando a Mackenzie y Bingo solos en la sala de control. Por un momento, ninguno de los dos habló, el silencio cargado de tensión no dicha.
Finalmente, Bingo rompió el silencio. "Bueno, supongo que será mejor que me ponga a trabajar en esos sistemas de seguridad", dijo, dirigiéndose hacia su estación de trabajo.
Mackenzie la observó por un momento, sintiendo una punzada de culpa. Sabía lo mucho que odiaba Bingo quedarse atrás, especialmente cuando él estaba en peligro. "Bingo", llamó suavemente.
Ella se detuvo, girándose para mirarlo. "¿Sí, Mac?"
"Gracias", dijo simplemente. "No podría hacer esto sin tí".
Una sonrisa genuina iluminó el rostro de Bingo.
"Lo sé", respondió con su clásica sonrisa. "Ahora ve a prepararte. Tienes una gala a la que asistir".
Mackenzie asintió y se dirigió hacia su habitación. Tenía mucho que hacer antes de la gala, pero su mente seguía volviendo a Bingo y a la mirada en sus ojos cuando Honey anunció la misión.
Las siguientes 24 horas pasaron en un torbellino de preparativos. Mackenzie se sumergió en su personaje de Jhon Espinal, memorizando cada detalle de su historia de fondo. Practicó su acento, refinó sus modales de alta sociedad y se familiarizó con el mundo del arte que supuestamente era su pasión.
Mientras tanto, Bingo trabajaba incansablemente en los sistemas de seguridad de la gala. Hackear las cámaras, los sistemas de alarma y las comunicaciones era un desafío, incluso para alguien de su calibre, pero estaba determinado a no fallar. La vida de Mackenzie dependía de ello.
Bluey fue informada de la misión y ella se preparó con un equipo de asalto en la losa de edificios cercanos por si la situación requería apoyo.
Finalmente, llegó la noche de la gala. Mackenzie se encontraba en una habitación del hotel de lujo, dando los últimos toques a su disfraz. Se miró en el espejo, apenas reconociéndose. Su pelaje, normalmente blanco y negro ahora estaba 100% cubierto de blanco.
"¿Cómo me veo?" Preguntó, sabiendo que Bingo estaba observando a través de la cámara oculta en su pendiente.
La voz de Bingo sonó en su oído, a través del diminuto auricular. "Como un millonario caprichoso listo para conquistar el mundo del arte", respondió, pero había algo en su tono que hizo que Mackenzie sonriera. "El coche está esperando abajo. ¿Listo para el show?"
Mackenzie tomó una respiración profunda. "Tan listo como puedo estar. ¿Cómo van los sistemas de seguridad?"
"Pan comido", respondió Bingo con confianza. "Tengo acceso a todas las cámaras y sistemas de la gala. Serás mis ojos y oídos allí dentro, pero yo seré tu ángel guardián electrónico que te salvará el culo si estás en peligro".
"Mi ángel guardián con pelaje rojizo y una adicción al chocolate," bromeó Mackenzie, sintiendo cómo la tensión se disipaba un poco.
"Hey, el chocolate es lo que más nos gusta desde que éramos niños", protestó Bingo, y Mackenzie casi podía ver su sonrisa traviesa. "Ahora ve allá y deslúmbralos, Ceniciento. Pero recuerda, a diferencia del cuento, si pierdes un zapato, probablemente signifique que alguien está tratando de matarte. Así que cuídate cariño".
Bingo se tapó la boca al decir eso. La pena cubrió su cara.
Mackenzie rió suavemente. "Entendido. Mantenme informado de cualquier cambio".
"Siempre", respondió Bingo, su voz volviéndose seria por un momento. "Ten cuidado, Mac".
"Lo tendré", prometió él antes de salir de la habitación.
El viaje en limusina hasta la mansión Blackstone, donde se celebraba la gala, fue corto pero tenso. Mackenzie repasó mentalmente su cobertura una última vez, consciente de que un solo error podría costarle la vida.
Cuando la limusina se detuvo frente a la mansión, Mackenzie tomó una última respiración profunda antes de que el chofer abriera su puerta. Salió del vehículo con gracia, inmediatamente adoptando la postura y la actitud de Jhon Espinal.
La mansión Blackstone era un impresionante edificio de estilo neoclásico, sus columnas de mármol y amplias escaleras iluminadas por cientos de luces. Una alfombra roja guiaba a los invitados hacia la entrada, flanqueada por guardias de seguridad vestidos de esmóquin.
Mackenzie avanzó con confianza, entregando su invitación al guardia en la puerta. Después de un breve escaneo, el hombre asintió y le devolvió la tarjeta. "Bienvenido, señor Jhon. Que disfrute de la velada".
"Gracias", respondió Mackenzie con un acento estadounidense perfectamente modulado.
Al entrar en el gran salón, Mackenzie se vio inmerso en un mar de vestidos de diseñador, joyas deslumbrantes y conversaciones formales. La crema y nata de la sociedad se mezclaba con conocidos criminales, todos unidos por su amor al arte... y el dinero.
Bingo miraba desde las cámaras comenzó a admirar cada vestido. Comenzó a imaginar como sería una boda suya con el hombre que amaba, usando uno de esos vestidos. Aunque ese sueño se disuadió cuando entró de nuevo a la realidad.
"Objetivo a las tres en punto", murmuró Bingo en su oído. "El hombre alto de pelaje morado y el bastón de marfíl. Ese es El Canadiense".
Mackenzie giró casualmente, fingiendo admirar una escultura cercana mientras estudiaba al hombre que Bingo había señalado El Canadiense era alto y delgado con un rostro anguloso y ojos penetrantes que parecían evaluar todo a su alrededor. A pesar de su bastón, se movía con una gracia felina que sugería que el bastón era más una herramienta que una necesidad.
"Lo veo", susurró Mackenzie, tomando una copa de Champagne de un camarero que pasaba.
"Voy a acercarme"
"Ten cuidado", advirtió Bingo. "Está rodeado de guardaespaldas. Puedo ver por lo menos tres desde aquí".
Mackenzie comenzó a moverse por la sala, saludando ocasionalmente a otros invitados y haciendo pequeñas conversaciones. Poco a poco, fue acercándose al Canadiense, siempre manteniendo una aparencia casual y desinteresada.
Finalmente, llegó lo suficientemente cerca como para escuchar la conversación del Canadiense. Estaba discutiendo sobre una pintura recién adquirida con un grupo de admiradores.
"...y fue entonces cuando me dí cuenta de que no era un simple Rembrandt", decía el Canadiense, su voz suave pero cargada de autoridad. "Era, de hecho, una obra maestra perdida que se creía destruída durante la guerra".
Mackenzie vio su oportunidad. Fingiendo tropezar ligeramente, dejó que su copa de champagne se derramara sobre el brazo del Canadiense.
"Oh, Dios mío", exclamó con fingida mortificación. "Lo siento muchísimo. Qué torpe soy".
El Canadiense se giró hacia él, sus ojos evaluándolo rápidamente. Por un momento, Mackenzie temió haber cometido un error fatal.
"No se preocupe, dijo suavemente. "Los accidentes ocurren. Aunque debo decir, si este es su método para llamar mi atención, es ciertamente original".
Mackenzie rió suavemente. "Me temo que me ha descubierto, señor...?"
"Llámeme simplemente Jean-Luc", respondió él. "Y usted es...?
"Jhon Espinal", respondió Mackenzie, permitiendo que una sonrisa coqueta jugara en sus labios. "Y debo confesar, su reputación en el mundo del arte me precede. Estaba desesperado por tener la oportunidad de hablar con usted".
Los ojos de Jean-Luc brillaron con interés. "¿Oh? ¿Y qué le gustaría discutir, señor Jhon?"
"Bueno", comenzó Mackenzie, inclinándose ligeramente hacia él, "he oído rumores fascinantes sobre su colección privada. Dicen que tiene piezas que el mundo creía perdidas para siempre."
Jean-Luc sonrió, claramente complacido por su interés. "Los rumores a veces tienen un núcleo de verdad. Pero tales tesoros no son para los ojos del público en general".
"Oh, por supuesto que no", concordó Mackenzie rápidamente. "Pero quizás... ¿para los ojos de alguien que pudiera apreciarlos verdaderamente?"
El Canadiense lo estudió por un momento, su mirada intensa y calculadora. Finalmente, asintió levemente. "Tal vez podríamos continuar esta conversación en un lugar más... privado".
"Me encantaría", respondió Mackenzie con una sonrisa.
Mientras el Canadiense lo guiaba hacia una puerta lateral, Mackenzie escuchó la voz tensa de Bingo en su oído. "Ten cuidado, Mac. Esto podría ser una trampa".
Mackenzie no podía responder sin levantar sospechas, pero apretó ligeramente el pendiente en su oreja, la señal acordada para indicar que había escuchado y entendido.
Jean-Luc lo condujo a través de un pasillo ornamentado hasta llegar a una puerta de roble macizo. Sacó una llave de su bolsillo y abrió la puerta, revelando una biblioteca llena de estanterías del suelo al techo.
"Bienvenido a mi santuario, señor Espinal", dijo el Barón, cerrando la puerta detrás de ellos.
Mackenzie miró a su alrededor con genuina admiración. La habitación estaba llena de obras de arte, desde pinturas antiguas hasta esculturas modernas. En el centro de la habitación, sobre un pedestal de mármol, descansaba un pequeño objeto cubierto por uns tela de terciopelo.
"Es impresionante", murmuró Mackenzie, acercándose a una de las pinturas. "¿Es ese un Vermeer original?"
Jean-Luc sonrió, complacido por su conocimiento. "En efecto, lo es. Uno de los pocos que sobrevivieron a la guerra.
Mackenzie se giró hacia él, su expresión una mezcla de admiración y curiosidad. "Es fascinante. Pero dígame, Jean-Luc, ¿Qué tesoro guarda bajo ese velo?"
Jean-Luc sonrió enigmáticamente ante la pregunta de Mackenzie. Se acercó al pedestal y, con un gesto teatral, retiró la tela de tercipelo. Debajo había una pequeña estatuilla dorada, aparentemente antigua.
"Esto, mi querido Jhon, es el verdadero Santo Grial del mundo del arte", dijo Jean-Luc con orgullo.
Mackenzie se inclinó para admirar la estatuilla más de cerca, genuinamente impresionado. "Es increíble. ¿Es eso...?"
De repente, la expresión de Jean-Luc cambió, volviéndose fría y calculadora. "Es una falsificación, por supuesto. Al igual que usted, señor 'Espinal'. O debería decir... ¿Señor espía?"
El corazón de Mackenzie se detuvo por un instante. Su cobertura había sido descubierta.
"No sé de que está hablando", intentó Mackenzie, pero sabía que era inútil.
Jean-Luc sacó un arma de su bastón, apuntándolo directamente a Mackenzie. "Oh, creo que sí lo sabes. La pregunta es, ¿Qué voy a hacer contigo ahora?"
"¡Mac, sal de ahí ahora!" Gritó Bingo en su oído, su voz cargada de pánico.
"Sin pensarlo dos veces, Mackenzie se lanzó hacia un lado, derribando una estantería llena de libros sobre Jean-Luc. Aprovechando la confusión, corrió hacia la ventana y se lanzó a través de ella, rompiendo el cristal y cayendo en el jardín de la mansión.
La alarma comenzó a sonar inmediatamente, y Mackenzie pudo escuchar los gritos y el caos que se desataba dentro de la mansión.
"¡Bluey, inicia el plan de rescate!" Ordenó Bingo a través del comunicador. "¡Mackenzie ha sido descubierto!"
Mientras Mackenzie corria por el jardín, esquivando los disparos de los guardias que comenzaban a salir de la mansión, Bluey y su equipo de asalto entraron en acción. Desde los edificios cercanos, comenzaron a disparar bengalas y gas lacrimógeno, creando caos y confusión.
"Mac, dirígete hacia el este", indicó Bingo, sus dedos volando sobre el teclado mientras hackeaba los sistemas de seguridad de la mansión. "Hay una salida por el muro lateral. Te estoy abriendo la puerta ahora".
Mackenzie zigzagueó entre los arbustos ornamentales, su corazón latiendo con fuerza. Podía oír los gritos y el caos detrás de él, pero no se atrevía a mirar atrás.
"¡Cuidado a tu derecha!" Advirtió Bingo.
Mackenzie se agachó justo a tiempo para evitar un golpe de un guardia que había aparecido de la nada. Con un movimiento rápido, Mackenzie lo neutralizó y siguió corriendo.
Mientras tanto, en medio del caos, Jean-Luc, el Canadiense, aprovechó la confusión para hacer su propia escapada. Bingo lo vio a través de las cámaras de seguridad.
"¡Maldición! El Canadiense está escapando por el sótano", informó Bingo. "Bluey, ¿Puedes interceptarlo?"
"Negativo", respondió Bluey, su voz tensa por el esfuerzo. "Estamos conteniendo a los guardias para que Mac pueda escapar. No podemos dividir nuestras fuerzas".
Mackenzie finalmente llegó a la puerta que Bingo había desbloqueado. Sin aliento, se deslizó por ella y se encontró en una calle lateral, donde un coche lo esperaba con el motor en marcha.
"¡Entra!" Gritó Bluey desde el asiento del conductor.
Mackenzie se lanzó al interior del vehículo, que arrancó con un chirrido de neumáticos apenas cerró la puerta.
"¿Estás bien?" Preguntó Bluey, sus ojos alternando entre la carretera y Mackenzie.
"Sí", jadeó Mackenzie, quitándose el auricular. "Pero la misión... fracasamos. El Canadiense me descubrió".
"Lo importante es que estás a salvo", dijo Bingo a través del sistema de comunicación del coche. Su voz temblaba ligeramente, revelando el miedo que había estado conteniendo. "Ya encontraremos otra forma de atraparlo".
Mientras se alejaban de la mansión Blackstone, Mackenzie no pudo evitar sentir una mezcla de frustración y alivio. Habían fallado en su objetivo principal, pero habían sobrevivido para luchar otro día.
"Bingo", dijo Mackenzie suavemente, "gracias por sacarme de allí".
"Siempre, Mac", respondió ella, y Mackenzie pudo imaginar su sonrisa al otro lado de la línea. "Siempre estaré aquí para tí".
El coche se perdió en la noche, dejando atrás el caos de la mansión Blackstone. Bluey condujo hábilmente por las calles de la ciudad, asegurándose de que no los siguieran.
"¿Cómo nos descubrió?" Preguntó Mackenzie, más para sí mismo que para los demás.
"No lo sé", respondió Bingo, su voz aún tensa. "Pero voy a averiguarlo. Nadie pone en peligro a mi... a nuestro equipo y se sale con la suya".
Hubo un momento de silencio en el coche, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Finalmente, Bluey rompió el silencio.
"¿Qué hacemos ahora?" Preguntó. "El Canadiense sabe que vamos por él. Probablemente esté desmantelando toda su operación en este momento".
Mackenzie frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad. "No todo está perdido. Puede que no hayamos conseguido atraparlo, pero ahora sabemos más sobre él. Y él cometió un error al dejarme ver esa estatuilla".
"¿La falsificación?" Preguntó Bingo, confundida.
"Exacto", dijo Mackenzie, con una chispa de esperanza en sus ojos. "El Canadiense es un experto en arte. No tendría una falsificación tan obvia en su colección privada. Lo que significa"...
"Que la estatuilla es real", completó Bluey comprendiendo. "Y probablemente muy valiosa".
"Más que valiosa", corrigió Mackenzie. "Si no me equivoco, esa estatuilla es el ídolo de Pazuzu, una reliquia mesopotámica que se creía perdida desde hace siglos. Vale una fortuna en el mercado negro".
"Y apuesto a que el Canadiense intentará venderla ahora que sabe que estamos tras él", añadió Bingo, el sonido de sus dedos tecleando furiosamente de fondo.
"Exactamente", dijo Mackenzie. "Bingo, mecesito que rastrees todas las subastas clandestinas y contactos del mercado negro que conozcamos. El Canadiense intentará deshacerse de esa estatuilla lo antes posible.
"Estoy en ello", respondió Bingo. "También estoy rastreando todos los vuelos privados que salen del país en las próximas 24 horas. Si intenta huír, lo sabremos".
Bluey asintió, girando el volante para tomar una salida hacia la autopista. "¿A dónde vamos ahora?"
"De vuelta a la base", dijo Mackenzie. "Necesitamos reagruparnos y planear nuestro próximo movimiento. Puede que hayamos perdido esta batalla, pero la guerra contra el Canadiense apenas está comenzando".
Mientras el coche se dirigía hacia las afueras de la ciudad, Mackenzie no pudo evitar pensar en lo cerca que había estado de fracasar completamente. Si no fuera por Bingo y Bluey...
"Chicas", dijo suavemente, "gracias. No sé qué haría sin ustedes".
Bluey le dirigió una sonrisa rápida por el espejo retrovisor. "Para eso estamos, Mac. Somos un equipo".
"Más que un equipo", añadió Bingo, su voz suave pero llena de emoción. "Somos una familia".
Mackenzie sintió una oleada de afecto por sus compañeras. Habían pasado por tanto juntos, desde aquel terrible día en el parque hace tantos años hasta ahora. A pesar de los peligros y los fracasos, siempre se habían mantenido unídos.
"Tienes razón, Bingo", dijo Mackenzie. "Somos una familia. Y juntos, vamos a detener al Canadiense y a toda su organización criminal. No importa cuánto tiempo nos tome".
En ese momento Mackenzie se retiró mientras las hermanas Heeler quedaron solas. En ese momento Bluey inició la conversación. "Bingo, hablé con Lila y podemos ir a su casa hoy para que te diviertas".
Bingo se sorprendió por la repentina sugerencia de su hermana. Después de la intensa misión y la adrenalina de la persecución, la ídea de relajarse con amigas sonaba tentadora, pero también un poco fuera de lugar.
"¿Hoy? ¿Después de todo lo que ha pasado?" Preguntó Bingo, arqueando una ceja.
Bluey asintió, una sonrisa comprensiva en su rostro. "Sí, especialmente después de todo lo que ha pasado. Necesitas desconectarte un poco, hermanita. No puedes estar pegada a la computadora 24/7, especialmente cuando las cosas se ponen intensas".
Bingo suspiró, sabiendo que su hermana tenía razón. "Supongo que tienes razón. ¿Quiénes más irán?"
"Solo nosotras tres", respondió Bluey. "Una pequeña reunión de chicas para relajarnos y ponernos al día".
Unos minutos más tarde, Bingo se encontraba en la acogedora sala de estar de Lila, rodeada de sus mejores amigas. El aroma a palomitas recién hechas llenaba el aire, y una película romántica reproducida suavemente en el televisor, más como ruido de fondo que como entretenimiento real.
"Entonces", comenzó Lila, una sonrisa pícara en su rostro, "¿Cómo van las cosas con Mackenzie, Bingo?"
Bingo casi se atragantó con su bebida. "¿Qué? ¿A qué te refieres?"
Bluey rió suavemente. "Oh vamos, Bingo. Hemos visto cómo lo miras. Y la forma en que te preocupas por él durante las misiones..."
"Es mi compañero de equipo, y amigo" protestó Bingo, sintiendo que sus mejillas se calentaban. "Por supuesto que me preocupo por él. Me preocupo por todos ustedes."
"Sí, pero con Mackenzie es diferente", insistió Lila. "Hay una chispa ahí, puedo verlo".
Bingo negó con la cabeza, tratando de mantener la compostura. "Están imaginando cosas. Mackenzie y yo somos solo amigos y compañeros de trabajo. Nada más".
"¿En serio?" Preguntó Bluey, su tono suave pero inquisitivo. "Porque la forma en que reaccionaste cuando estuvo en peligro hoy..."
"Cualquiera hubiera reaccionado así", argumentó Bingo. "Es una situación de vida o muerte. Además, ¿que hay de tí y Rusty, eh? ¿Cómo van las cosas entre ustedes dos?"
Bluey se quedó en silencio al ver que Bingo sabía de su relación secreta. "¡¿Cómo lo sabes?!"
"Se te olvidó que soy hacker. Lo sé todo". Respondió Bingo "vaya besos que se dan".
Bluey se sonrojó ligeramente ante la mensión de Rusty, su novio desde hacía ya unos meses. "Bueno, las cosas van bien. Pero no me cambies de tema, Bingo".
"No estoy cambiando de tema, insistió Bingo. "Solo digo que todos tenemos nuestras propias vidas y relaciones. Como Lila y Lucky, por ejemplo. ¿Cómo les vá a ustedes dos?"
Lila sonrió, sus ojos brillando. "Oh, Lucky es maravilloso. Estamos pensando en mudarnos juntos pronto. Pero no creas que no me doy cuenta de lo que estás haciendo, Bingo Heeler".
Bingo suspiró, hundiéndose en el sofá. "¿Es tan obvio?"
"Solo para quienes te conocen bien", dijo Bluey suavemente, poniendo una mano reconfortante en el hombro de su hermana. "Bingo, no hay nada de malo en tener sentimientos por alguien".
"Lo sé", murmuró Bingo. "Es solo que... es complicado. Somos compañeros de trabajo, amigos desde hace años".
"O podría ser lo mejor que te haya pasado", sugirió Lila. "A veces vale la pena correr el riesgo".
Bingo se quedó en silencio por un momento, considerando las palabras de sus amigas. "Tal vez tengan razón. Pero por ahora, prefiero mantener las cosas como están. Tenemos una misión importante que completar, y no puedo permitir que mis sentimientos personales interfieran con eso".
Bluey asintió, comprensiva. "Lo entendemos , Bingo. Solo queremos que seas feliz".
"Lo sé, y se los agradezco", dijo Bingo con una pequeña sonrisa. "Ahora, ¿Qué les parece si hablamos de algo más alegre? Como, por ejemplo, ¿Cuándo será la boda de Lila y Lucky?"
Lila rió, lanzando un cojín a Bingo. "¡Oye! ¡Ahora eres tú quien está cambiando el tema!"
Las tres amigas rieron, la tensión anterior disipándose. Pasaron el resto de la noche compartiendo historias, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Por unas horas, Bingo pudo olvidar los peligros de su trabajo y las complicaciones de sus sentimientos por Mackenzie.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad.
Mackenzie se encontraba en su apartamento, revisando los archivos del caso. Su mente seguía volviendo a los eventos de la noche, al peligro que habían enfrentado y el cómo Bingo lo había sacado de allí. Sintió una oleada de gratitud y algo más, algo que no se atrevía a nombrar.
Sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos, Mackenzie se concentró en la tarea que tenía entre manos. Tenían que encontrar al Canadiense y recuperar el ídolo de Pazuzu. No había tiempo para distracciones emocionales.
Pero mientras trabajaba, no pudo evitar que sus pensamientos volvieran a Bingo una y otra vez. Su sonrisa, su determinación, la forma en que sus ojos brillaban cuando resolvía un problema particularmente díficil...
Mackenzie suspiró, frotándose los ojos cansados. Mañana será otro día, otra oportunidad para atrapar al Canadiense.
El Canadiense no se detendría solo, dependía de ellos ponerle fin a sus actividades criminales. Con renovada determinación, Mackenzie volvió a sumergirse en el trabajo, decidido a no dejar que nada, ni siquiera sus confusos sentimientos por Bingo, se interpusiera en el camino de la justicia.
Los días siguientes fueron un torbellino de actividad. Bingo trabajó incansablemente, rastreando cada movimiento sospechoso en el mercado negro del arte. Mackenzie y Bluey se sumergieron en la planificación táctica, anticipando cada posible escenario. El equipo completo estaba en alerta máxima, sabiendo que este podría ser su única oportunidad de atrapar al Canadiense.
Finalmente, después de casi una semana de vigilancia constante, Bingo encontró la pista que estaban buscando.
"¡Lo tengo!" Exclamó, interrumpiendo en la sala de estrategia donde Mackenzie y Bluey estaban discutiendo planes de contingencia. "El ídolo de Pazuzu está programado para ser subastado en 48 horas. En un almacén abandonado en el puerto".
Mackenzie se inclinó sobre la pantalla, estudiando la información que Bingo había descubierto. "Buen trabajo, Bingo. ¿Estamos seguros de que el Canadiense estará allí?"
Bingo asintió. "Tan seguros como podemos estarlo. La subasta está organizada por uno de los asociados conocidos, la seguridad es extrema. No confiaría la venta de un artefacto tan valioso a nadie más".
"Entonces es nuestra oportunidad", dijo Bluey, su expresión seria. "Necesitaremos a todo el equipo en el campo para esta operación".
Mackenzie frunció el ceño. "¿Todo el equipo? Bingo normalmente te quedas en la base como apoyo técnico".
Bingo negó con la cabeza, con una determinación brillando en sus ojos. "No esta vez, Mac. Los sistemas de seguridad del lugar son demasiado complejos para hackearlos remotamente. Necesito estar allí en persona".
Hubo un momento de tensión mientras Mackenzie consideraba la situación. Finalmente, asintió. "Está bien. Pero te mantendrás en la retaguardia con el equipo de apoyo. No quiero que te pongas en peligro inecesariamente".
"Puedo cuidarme sola, Mac", respondió Bingo con una sonrisa confiada. "Además, alguien tiene que vigilar tu espalda".
Las siguientes 48 horas fueron un frenesí de preparativos. Se convocó a todos los agentes disponibles, se revisaron y volvieron a revisar los planes, y se ensayó cada posible escenario. La tensión era palpable en el aire, todos conscientes de lo mucho que estaba en juego.
La noche de la operación llegó más rápido de lo que cualquiera hubiera querido. El equipo se desplegó en silencio alrededor de almacén abandonado, cada agente en su posición designada. Mackenzie lideraba el equipo de asalto principal, con Bluey a cargo de un segundo equipo que cubriría las salidas. Bingo, fiel a su palabra, se mantenía en la retaguardia con el equipo técnico, lista para hackear los sistemas de seguridad en cuanto fuera necesario.
"Todos en posición", susurró Mackenzie por el comunicador. "Esperando confirmación visual del objetivo".
Los minutos pasaron lentamente, la tensión aumentando con cada segundo. Finalmente, un susurró emocionado llegó a través del comunicador.
"Objetivo avistado", informó uno de los vigías. "El Canadiense acaba de llegar. Repito, Jean-Luc está en el edificio".
"Entendido", respondió Mackenzie. "Bingo, ¿Cómo vamos con los sistemas de seguridad?"
"Casi los tengo", respondió ella, sus dedos volando sobre el teclado. "Dame treinta segundos más".
Esos treinta segundos parecieron una eternidad. Finalmente, Bingo dió la señal. "¡Listo! Sistemas de seguridad neutralizados. Pueden proceder".
"Equipo Alfa, adelante", ordenó Mackenzie. "Equipo Beta, cubran las salidas. Vamos a atrapar a ese Hijo de puta".
El caos estalló en cuestión de segundos. Los agentes interrumpieron en el almacén desde múltiples puntos de entrada, tomando por sorpresa a los criminales reunidos para la subasta. Los disparos y los gritos llenaron el aire mientras ambos bandos se enfrentaban".
Mackenzie se movía como un rayo, abriéndose paso entre la multitud en pánico, sus ojos fijos en su objetivo. Vió al Canadiense intentando escapar por una puerta lateral y lo siguió sin dudarlo.
"¡El objetivo se dirige hacia la salida este!" Gritó por el comunicador. "¡Bluey intercéptalo!"
"¡Estoy en ello!" Respondió Bluey.
Bingo escuchaba todo esto desde su posición, su corazón latiendo con fuerza. A pesar de las órdenes de mantenerse atrás, no pudo evitar moverse hacia el edificio. Algo en su interior decía que la necesitarían allí.
Dentro del almacén, Mackenzie finalmente alcanzó al Canadiense en un pasillo lateral. Jean-Luc se giró, su bastón-pistola apuntando directamente hacia el pecho de Mackenzie.
"Se acabó, Jean-Luc", dijo Mackenzie, su propia arma apuntando al criminal. "No tienes a dónde ir".
Jean-Luc sonrió, una expresión fría y calculadora. "Oh mi querido agente. Siempre hay una salida para aquellos lo suficientemente inteligentes para encontrarla".
Con un movimiento rápido, Jean-Luc disparó, no a Mackenzie, sino a una tubería sobre su cabeza. El vapor caliente explotó en el pasillo, creando una cortina de niebla que cegó momentáneamente a Mackenzie.
Cuando la visibilidad se aclaró, Jean-Luc había desaparecido. Mackenzie maldijo por lo bajo y se lanzó en persecución.
"¡El objetivo se escapa por el techo!" Informó. "¡Necesito refuerzos!"
Bingo que había logrado entrar al edificio, escuchó la llamada de Mackenzie. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia las escaleras que llevaban a la azotea.
En el techo del almacén, Mackenzie finalmente alcanzó a Jean-Luc. El criminal estaba atrapado, el borde del edificio a solo unos metros detrás de él.
"Ahora sí se acabó, Jean-Luc", dijo Mackenzie, acercándose cautelosamente. "Entrégate y haremos que esto sea lo más fácil posible".
Jean-Luc rió, un sonido frío y sin humor. "¿Realmente crees que esto termina aquí? Soy solo una pieza del rompecabezas, agente. Incluso si me atrapas otros tomarán mi lugar".
"Entonces los atraparemos también", respondió Mackenzie. "Uno por uno si es necesario".
Jean-Luc negó con la cabeza, una sonrisa cruel en sus labios. "Tan ingenuo. Tan... predecible".
Con un movimiento rápido, Jean-Luc sacó un pequeño control remoto de su bolsillo. "¿Sabías que este almacén está lleno de explosivos? Un sólo clic de éste botón y todo el lugar volará por los aires, llevándome a todos tus preciosos agentes conmigo al infierno".
Mackenzie sintió que su sangre se helaba. No había forma de saber si Jean-Luc estaba fanfarroneando o si realmente tenía el poder de volar el edificio. No podía arriesgarse.
"Baja el arma", ordenó Jean-Luc. "O todos moriremos aquí".
Mackenzie dudó, su mente trabajando fréneticamente para encontrar una solución. Fue en ese momento crítico que la puerta se abrió de golpe.
Bingo apareció, jadeando por la carrera. Sus ojos se abrieron son sorpresa al ver la escena frente a ella.
"¡Bingo, sal se aquí!" Gritó Mackenzie, el pánico evidente en su voz. "¡Tiene explosivos!"
Jean-Luc sonrió, viendo su oportunidad. Con un movimiento rápido, apuntó su arma hacia Bingo.
Todo sucedió en cuestión de segundos. Mackenzie vió la intención de Jean-Luc. El disparo resonó en el aire de la noche. Bingo, viendo a Mackenzie en peligro, reaccionó por puro instinto. En un movimiento fluído sacó su propia arma y disparó. El tiro fue certero, alcanzando a Jean-Luc en el pecho.
El criminal cayó hacia atrás, sorpresa y dolor mezclándose en su rostro. El control remoto se deslizó de sus dedos, cayendo por el borde del edificio.
"No...", susurró Jean-Luc, antes de desplomarse, inmóvil.
Por un momento, todo quedó en silencio. Luego, Mackenzie escuchó un gemido de dolor y su corazón se detuvo.
"¡Bingo!", gritó corriendo hacia su compañera caída.
Bingo estaba en el suelo, una mancha oscura extendiéndose por su costado. El disparo de Jean-Luc la había alcanzado.
"Oh Dios, oh Dios", murmuró Mackenzie, sus manos temblando mientras presionaba sobre la herida. "Bingo, quédate conmigo, ¿me oyes? "¡Quédate conmigo!"
Bingo abrió los ojos, su mirada desenfocada. "Mac... ¿Estás bien?"
"Estoy bien, tonta", sollozó Mackenzie. "Soy yo quien debería preguntarte eso. ¿Porqué hiciste algo tan estúpido?"
Bingo intentó sonreir, pero se convirtió en una mueca de dolor. "No podía... no podía dejar que te lastimara".
Mackenzie activó su comunicador, su voz temblando. "¡Agente herido en la azotea! ¡Necesitamos asistencia médica de inmediato!"
"Van en camino", respondió la voz de Bluey. "Aguanten".
Mackenzie volvió su atención a Bingo, cuya respiración se volvía cada vez más superficial. "Bingo, por favor, quédate conmigo. No puedes dejarme, ¿me oyes? No después de todo lo que hemos pasado".
Bingo parpadeó lentamente, luchando por mantener los ojos abiertos. "Mackenzie... hay algo que necesito decirte..."
"No, no, no", interrumpió Mackenzie, las lágrimas corriendo por sus mejillas. "No te atrevas a darme un discurso de despedida. Vas a estar bien, ¿me oyes? Vas a estar bien y luego podremos hablar sobre todo lo que quieras".
Bingo logró levantar una mano temblorosa, rozando la mejilla de Mackenzie. "Siempre tan terco", murmuró con una débil sonrisa. "Es una de las cosas que más amo de tí".
El corazón de Mackenzie dió un vuelco. "¿Qué... qué dijiste?"
"Te amo, Mackenzie", susurró Bingo, su voz apenas audible. "Lamento haber tardado tanto en decirlo".
Mackenzie sollozó, inclinándose para presionar su frente contra la de Bingo. "Yo también te amo, tonta. Así que no te atrevas a dejarme ahora, ¿me oyes?"
En ese momento, la puerta de la azotea se abrió de golpe y el equipo médico irrumpió en la escena. Mackenzie fue apartado suavemente mientras los paramédicos trabajaban frenéticamente en Bingo.
Las siguientes horas fueron una eternidad para Mackenzie. El viaje en ambulancia, la espera interminable en el hospital, las miradas preocupadas y llantos de Bluey y el resto del equipo. Todo parecía irreal, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, un médico salió a hablar con ellos.
"La agente Bingo está estable", anunció, provocando un suspiro colectivo de alivio. "La bala rozó su hígado, pero logramos controlar el sangrado. Con reposo y rehabilitación, debería recuperarse completamente".
Mackenzie sintió que sus rodillas se debilitaban por el alivio. Bluey lo sostuvo, abrazándolo con fuerza.
"¿Podemos verla?" Preguntó Mackenzie, su voz ronca por el llanto y el agotamiento.
El médico asintió. "Está sedada, pero pueden entrar por unos minutos".
Mackenzie entró solo a la habitación del hospital. Bingo estaba en la cama, pálida pero respirando establemente. Las máquinas a su alrededor emitían pitidos rítmicos, un recordatorio constante de que estaba viva.
Con cuidado, Mackenzie se sentó en la silla junto a la cama, tomando la mano de Bingo entre las suyas.
"Hey, Bingo", susurró. "No sé si puedes oírme, pero... lo lograste. Estás a salvo. Y cuando despiertes, tenemos mucho de que hablar".
Mackenzie se inclinó, presionando un suave beso en la frente de Bingo. "Te amo, murmuró. "Y estaré aquí cuando despiertes".
Los días siguientes fueron una mezcla de espera ansiosa y actividad frenética. Mientras Bingo se recuperaba lentamente, el resto del equipo trabajaba incansablemente para desmantelar lo que quedaba de la organización criminal de Jean-Luc. La información obtenida en la redada resultó ser invaluable, llevando a la captura de varios asociados clave.
Mackienze dividía su tiempo entre el hospital y ayudar con la investigación. Cada momento libre lo pasaba junto a la cama de Bingo, hablándole sobre los avances del caso, leyéndole sus novelas favoritas o simplemente sosteniendo su mano en silencio.
Fue durante una de estas vigilías que Bingo finalmente despertó. Mackenzie estaba medio dormido en la silla cuando sintió un leve apretón en su mano.
"¿Mac?" La voz de Bingo era ronca, apenas un susurro.
Mackenzie se sobresaltó, sus ojos abriéndose de golpe. "¡Bingo! Oh gracias a Dios. ¿Cómo te sientes?"
Bingo parpadeó lentamente, tratando de enfocar su mirada. "Como si me hubiera atropellado un camión", murmuró. "¿Qué pasó?"
"Te dispararon, tonta", dijo Mackenzie, las lágrimas amenazando con caer nuevamente. "Casi te pierdo".
Bingo cerró los ojos, los recuerdos volviendo lentamente. "Jean-Luc... ¿lo atrapamos?"
Mackenzie asintió, apretando suavemente la mano de Bingo. "Está muerto. Tú... tú le disparaste cuando te hirío".
Los ojos de Bingo se abrieron con sorpresa. "Mackenzie... lo siento. Sé que nunca habías..."
"No", interrumpió Mackenzie, negando con la cabeza. "No te disculpes. Hiciste lo que tenías que hacer para protegerme. No te arrepientas de matar a un delincuente".
Hubo un momento de silencio entre ellos, el peso de todo lo sucedido asentuándose sobre ambos.
"Mackenzie", dijo Bingo finalmente, su voz suave pero firme. "Sobre lo que dije en la azotea..."
El corazón de Mackenzie se aceleró. "¿Lo recuerdas?"
Bingo asintió lentamente. "Cada palabra. Y lo decía en serio. Te amo, Mac. He estado enamorada de tí durante años, pero tenía miedo de arruinar nuestra amistad, nuestro equipo..."
Mackenzie no pudo contenerse más. Se inclinó y presionó sus labios contra los de Bingo en un beso suave pero lleno de emoción. Cuando se separaron, ambos tenían lágrimas en los ojos.
"Yo también te amo, Bingo, susurró Mackenzie. "Y prometo que si vuelves a hacer algo tan estúpido como recibir una bala por mí, te mataré yo mismo".
Bingo rió, aunque el movimiento le causó una mueca de dolor. "Anotado. Aunque no puedo prometer que no lo haría de nuevo. Haría cualquier cosa por mantenerte a salvo".
Mackenzie negó con la cabeza, una mezcla de exasperación y afecto en su rostro. "Somos un equipo, ¿recuerdas? Se supone que nos cuidamos mutuamente. Así que la próxima vez, confía en que puedo cuidarme solo".
"Lo intentaré", prometió Bingo. "Aunque no será fácil. Eres demasiado importante para mí".
Mackenzie sonrió, inclinándose oara besar a Bingo nuevamente. "Tú también eres importante para mí. Por eso necesito que te recuperes pronto. Tenemos mucho tiempo que recuperar".
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió y Bluey entró, deteniéndose en seco al ver la escena frente a ella. Una sonrisa conocedora se extendió por su rostro.
"Vaya, vaya", dijo, cruzando los brazos. "Parece que me perdí de algo importante".
Bingo y Mackenzie se miraron, riendo suavemente. "Creo que tenemos algunas noticias que compartir", dijo Mackenzie.
Bluey se acercó a la cama, abrazando a Bingo. "Me alegro de que estés despierta. Nos diste un buen susto".
"Lo siento", murmuró Bingo. "No era mi intención preocuparlos".
"Lo importante es que estás bien", dijo Bluey. Luego, con una sonrisa pícara, añadió: "Y parece que finalmente ustedes dos resolvieron sus problemas".
Bingo se sonrojó ligeramente. "Bueno, casi perder a alguien tiende a poner las cosas en perspectiva".
"Ya era hora", dijo Bluey, riendo. "Todo el equipo ha estado haciendo apuestas sobre cuándo ustedes dos finalmente admitirían sus sentimientos".
"¿Qué?" Exclamaron Bingo y Mackenzie al unísono.
Bluey asintió, divertida. "Oh, si. Creo que Lila acaba de ganar una buena suma de dinero".
Los tres rieron, el ambiente en la habitación aligerándose considerablemente. A pesar del dolor y el cansancio, Mackenzie, se sentía más feliz de lo que había estado en mucho tiempo.
"Entonces", dijo Bluey después de un momento, "¿Qué sigue para ustedes dos?"
Bingo y Mackenzie intercambiaron una mirada cargada de afecto y promesas silenciosas.
"Por ahora", dijo Mackenzie, nos concentraremos en que Bingo se recupere completamente. Después... bueno, supongo que lo que hacen las parejas.
Bingo asintió, apretando la mano de Mackenzie. "Lo que sea que venga, lo enfrentaremos juntos. Como siempre lo hemos hecho. Hasta que la muerte nos separe".
Bluey sonrió, feliz de ver a su hermana menor y a su mejor amigo finalmente juntos. "Bueno, entonces supongo que tendremos que actualizar los archivos del equipo. Agentes Bingo y Mackenzie: compañeros en el campo y en la vida".
Los tres rieron nuevamente, el sonido llenando la habitación del hospital con calídez y esperanza. A pesar de los peligros que habían enfrentado y los que seguramente vendrían en el futuro, en ese momento, todo parecía posible.
Mientras Bluey comenzaba a ponerlos al día sobre los avances en el caso, Bingo y Mackenzie mantuvieron sus manos entrelazadas, un recordatorio constante de lo que habían ganado y lo que estaban dispuestos a proteger. El camino por delante no sería fácil, pero estaban listos para enfrentarlo, juntos.
Las semanas siguientes fueron un torbellino de actividad. Bingo se sometió a una intensa rehabilitación, determinada a volver al campo lo antes posible. Mackenzie dividía su tiempo entre ayudar con la investigación en curso y cuidar de Bingo, asegurándose de que no se esforzara demasiado en su afán por recuperarse.
El equipo trabajaba incansablemente para desmantelar lo que quedaba de la red criminal de Jean-Luc. Cada día traía nuevos descubrimientos y arrestos, pero también nuevos desafiós. La organización era más extensa y estaba más arraigada de lo que habían imaginado inicialmente.
Una tarde, mientras Mackenzie ayudaba a Bingo con sus ejercicios de fisioterapia en el gimnasio del hospital, Bluey interrumpió en la habitación, su rostro lleno de una mezcla de emoción y preocupación.
Chicos, tenemos un problema", anunció sin preámbulos. "Acabamos de descubrir que Jean-Luc tenía un socio del que no sabíamos nada. Alguien que podría ser incluso aún más peligroso que él".
Bingo se enderezó, ignorando el dolor en su costado. "¿Qué sabemos sobre este nuevo jugador?"
Bluey sacudió la cabeza. "No mucho, se hace llamar "El Arquitecto". Parece ser el cerebro detrás de gran parte de la planificació estratégica de la organización. Y ahora que Jean-Luc no está, está haciendo movimientos para tomar el control total".
Mackenzie sonrió, su mente ya trabajando en las implicaciones. "Necesitamos más información. ¿Tenemos alguna pista sobre su identidad real o su ubicación?"
"Nada concreto todavía", respondió Bluey. "Pero estamos siguiendo algunas pistas prometedoras. El problema es que necesitamos actuar rápido antes que consolide su poder".
Bingo intentó ponerse de pié, solo para ser detenida suavemente por Mackenzie. "Bingo, no. Aún no estás lista para volver al campo".
"Pero el equipo me necesita", protestó Bingo.
"El equipo te necesita al cien por ciento", corrigió Mackenzie firmemente. "No nos ayudarás si te lastimas más por apresurarte".
Bluey asintió, de acuerdo con Mackenzie. "Tiene razón, Bingo. Ademas, podemos usar tu experiencia y conocimientos desde aquí. Necesitamos elaborar un plan para enfrentar a este nuevo enemigo".
Bingo suspiró, reconociendo la verdad en sus palabras. "Está bien. Pero quiero estar involucrada en cada aspecto de la planificación.
Y en cuanto los médicos me den de alta, volveré al campo".
"Trato hecho", acordó Bluey. "Ahora, ¿qué les parece si comenzamos a trabajar con una estrategia?"
Los tres se sumergieron en la planificación, discutiendo posibles enfoques y analizando la información disponible. A medida que trabajaban, Bingo no pudo evitar notar en el campo como fuera de él. Su relación con Mackenzie solo parecía haber fortalecido su dinámica de trabajo.
Mientras la noche caía y Bluey se preparaba para irse, Bingo y Mackenzie se quedaron solos en la habitación del hospital.
"Cómo te sientes realmente?" Preguntó Mackenzie suavemente, sentándose en el borde de la cama de Bingo.
Bingo suspiró permitiéndose mostrar un poco de la frustración que había estado conteniendo. "Honestamente? Me siento inútil. Odio estar aquí mientras el equipo está ahí afuera, enfrentando nuevos peligros".
Mackenzie tomó su mano, entrelazando sus dedos. "No eres inútil, Bingo. Tu mente estratégica es invaluable, incluso desde aquí. Además, necesitas sanar completamente. No quiero perderte de nuevo".
Bingo sonrió suavemente, llevando la mano de Mackenzie a sus labios para besarlo. "Lo sé. Es solo... es difícil quedarme al margen".
"Lo entiendo", dijo Mackenzie. "Pero piensa en esto como una oportunidad. Cuando vuelvas al campo, estarás más fuerte que nunca. Y estaré allí contigo, cuidando tu espalda".
"¿Lo prometes?" Preguntó Bingo, su voz cargada de emoción.
"Lo prometo", respondió Mackenzie, inclinándose para besarla nuevamente. "Siempre estaré ahí para tí. En el campo y fuera de él".
Pasaron las semanas y Bingo salió del hospital. Por fin podría salir a divertirse por la ciudad. Bluey no había podido ir por una misión que tenía. Y como Lila ya la había cuidado durante los últimos tres días había sido turno de Mackenzie.
"Espero que esté bien". Dijo una de las enfermeras del hospital a Bingo. "Y espero que sea feliz con su novio".
Mackenzie y Bingo intercambiaron una mirada cómplice. Sabían que su relación no sería fácil en este mundo de espías. Sin embargo confiaban entre sí como ninguna otra pareja. Y era un día especial para ambos.
"¿Qué dices si celebramos?" Sugirió Bingo. "Conozco un lugar genial para esa cita que te prometí".
Mackenzie sonrió. "Me parece perfecto".
Mientras salían del hospital tomados de la mano, Mackenzie reflexionó sobre lo mucho que había cambiado en tan poco tiempo. Pasaron algunos minutos y él no se había dado cuenta en dónde se encontraba.
"Ya llegamos". Dijo la Heeler rojiza guiándolo hacia el lugar.
"Bingo, esto es un hotel".