Capítulo 1
16 de agosto de 2025, 13:31
Mackenzie era un perro singular, no solo por su pelaje moteado de manchas negras y blancas, sino también por su amor incondicional hacia los toboganes. Para él, no había mayor placer que sentir la brisa acariciando sus orejas mientras se deslizaba con gracia por esos túneles de colores brillantes.
Cada vez que Mackenzie se lanzaba por el tobogán, los colores se mezclaban en un caleidoscopio de alegría que le llenaba el corazón. El rojo, el azul y el amarillo se fundían en una danza que solo él podía apreciar, y cada descenso era una aventura emocionante.
Un día, como cualquier otro, Mackenzie fue al parque con su madre para disfrutar de su juego favorito. "¡Mamá, quiero ir al tobogán!" Expresó el cachorro.
Su madre lo quedó viendo y fingiendo una sonrisa le contestó. "Claro, Mackenzie, vamos al tobogán,” dijo su madre con una voz suave, aunque en sus ojos se vislumbraba una sombra de angustia.
La mirada de su madre tenía una mirada triste. Nunca antes lo había visto tan triste. Y no era la cara de tristeza que hacía cuando él rompía algo. Esa cara era una tristeza que Mackenzie nunca había visto. Aún así lo dejó pasar. No era como si a un niño de 4 años le importaba una cara triste.
Mackenzie se acercó a su madre, que estaba sentada en un banco cerca del tobogán, con la mirada perdida en el horizonte. "Mamá, ¿qué pasa?", preguntó Mackenzie, notando que su madre no respondía. Ella se volvió hacia él, y Mackenzie vio que sus ojos estaban húmedos.
"Nada, Mackenzie", respondió su madre, forzando una sonrisa. "Solo estoy un poco cansada, eso es todo". Mackenzie no se creyó la excusa, pero no insistió. En su lugar, se acercó a su madre y la abrazó.
"Te quiero, mamá", dijo Mackenzie, intentando consolarla. Su madre lo abrazó fuerte, y por un momento, Mackenzie olvidó sobre el tobogán y se quedó allí, abrazado a su madre.
Pero pronto, la llamada del tobogán se hizo demasiado fuerte. "Mamá, ¿puedo ir al tobogán?", preguntó Mackenzie, ansioso por sentir la emoción de la caída. Su madre asintió, y Mackenzie se despidió de ella con un beso en la mejilla.
"Voy a ir al tobogán, mamá", dijo Mackenzie, y se alejó corriendo hacia el túnel de colores brillantes. Su madre lo miró irse, con una expresión de tristeza en su rostro. Mackenzie no se dio cuenta, pero su madre sabía que algo iba a cambiar en su vida, y que nunca más sería la misma.
Mackenzie se encontró en la cima de su tobogán favorito. Con una mirada decidida y un pequeño ladrido de emoción, se lanzó al vacío. La velocidad aumentaba, y con ella, su felicidad. Pero al llegar al final, algo era diferente. Su madre, que siempre lo esperaba con una sonrisa y una palmadita, no estaba allí.
Confundido y un poco asustado, Mackenzie miró a su alrededor. La gente pasaba sin prestarle atención, sumergida en sus propias vidas. Fue entonces cuando una perra, con una mirada amable y preocupada, se acercó a él.
“Pequeño, ¿dónde está tu mamá?” preguntó con dulzura.
Mackenzie la miró con sus grandes ojos castaños, y aunque no podía hablar, su mirada decía más que mil palabras. “Ella me abandonado”, parecía decir su expresión triste y resignada.
La señora entendió el mensaje. Se agachó a su nivel y le acarició la cabeza con ternura. “No te preocupes, yo te cuidaré hasta que la encontremos”, le aseguró.
Lo agarraron de la pata afuera del tobogán. "¿Estás seguro que no ves a tu mamá?" Le preguntó la perra otra vez.
Mackenzie miró por todos lados. Y por mucho que se esforzaba en encontrarla simplemente no podía verla. "¡Mamá! ¡Mamá! Gritaba el pequeño cachorro con todas sus fuerzas.
No importaba cuántas veces lo gritaba su madre no regresaba. "¡Mamá!"
Mackenzie dirigía su mirada hacia todas las direcciones en busca de su madre. El pequeño cachorro gritaba con todas sus fuerzas en búsqueda de una respuesta de su agraciada madre, pero no importaba cuantos intentos hiciera su madre no regresaba.
Hundido en una profunda tristeza, Mackenzie saldría del parque en una búsqueda desesperada por encontrar a su madre, él cuál lamentablemente no tendría éxito, rendido y sin ninguna esperanza el pequeño solamente se limitaría a regresar a su pequeño escondite debajo de aquel gran tobogán de color rojo, donde solo se escuchaban sus pequeños gemidos y murmullos llenos de profunda tristeza al saber que su madre lo había abandonado.
La voz de Mackenzie se perdía entre el bullicio del parque, cada llamado más desesperado que el anterior. La perra que lo había encontrado, con un corazón tan grande como su sonrisa, decidió tomar cartas en el asunto. “Ven conmigo”, le dijo con una voz que prometía seguridad y consuelo.
Juntos, caminaron por el parque, la perra guiando a Mackenzie. La gente los miraba con curiosidad, pero nadie se detenía; todos estaban demasiado ocupados con sus propias vidas para notar la pequeña tragedia que se desarrollaba ante ellos.
"Me sentí como si mi mundo se hubiera derrumbado. Mi madre, la persona que siempre había estado allí para mí, me había abandonado. No entendía por qué. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué no me quería más?"
La perra, que se llamaba Luna, me llevó a un lugar llamado Orfanato Bernardo. Me dijo que era un lugar seguro, donde podría vivir con otros perros que también habían perdido a sus familias. Pero yo no quería estar allí. Quería estar con mi madre.
Cuando entramos en el orfanato, vi a otros perros jugando y corriendo por todos lados. Algunos me miraron con curiosidad, otros me ignoraron. Me sentí solo y asustado. No sabía qué hacer.
Luna me empujó suavemente hacia adelante, hacia los otros perros. "Haz amigos", me dijo. Pero yo no quería hacer amigos. Quería a mi madre.
Me acerqué a una de las camas mullidas y me acurruqué en ella, tratando de llorar en silencio. No quería que los otros perros me vieran llorar. Pero no podía evitarlo. Me sentía tan solo y abandonado.
Luna se acercó a mí y me dijo. "Estoy aquí para ti, Mackenzie", me dijo. "No estás solo". Pero yo sabía que no era lo mismo. Mi madre no estaba allí, y yo la extrañaba mucho.
Me quedé allí, acurrucado en la cama, sintiendo la soledad y el abandono. No sabía qué iba a pasar con mi vida, pero sabía que nunca olvidaría a mi madre.
***
El sol brillaba con fuerza mientras el auto avanzaba por la carretera, proyectando un halo de optimismo sobre la escena. Bluey y Chilli estaban sentadas en el interior, con los cinturones de seguridad abrochados, listas para emprender una misión de amor y compasión que Chilli le quería enseñar a Bluey.
Bluey, con la mirada perdida en la ventana, formuló una pregunta que revelaba su inquietud por el viaje. "Mamá, ¿crees que encontraremos a alguien especial en el orfanato?" Chilli, respondió con convicción. "Claro que sí, Bluey. Hay muchos amigos esperándonos allí. perritos que necesitan amor y un hogar."
La respuesta de Chilli no pareció suficiente para calmar las dudas de Bluey, que siguió reflexionando en voz alta. "¿Crees que nos querrán?" Chilli acarició su cabeza con cariño, y su voz se suavizó al responder. "Siempre seremos suficiente, cariño. Y no importa cuántos amigos tengamos, siempre habrá espacio en nuestros corazones para más."
Bluey asintió, su mirada fija en el horizonte, mientras el auto se acercaba al orfanato. La estructura se vislumbraba a lo lejos, un símbolo de esperanza y nuevo comienzo. Bluey susurró una oración silenciosa mientras tenia sus manso juntas. "Dios, que encuentren a alguien que los haga tan feliz como mi mami me hace a mí."
Chilli se conmovió con las palabras de su hija. "Y yo también, Bluey. Porque el amor no tiene límites, ¿verdad?" Bluey sonrió y asintió, y juntas, madre e hija continuaron su viaje hacia el orfanato con la mayor sonrisa del mundo.
Finalmente, el auto se detuvo frente al orfanato, un edificio grande y acogedor que parecía esperarlas con los brazos abiertos. Bluey y Chilli bajaron del auto mientras preparaba las cosas que iba a donar.
Mientras se acercaban a la entrada, una mujer amable les dio la bienvenida con una sonrisa. "Hola, soy la señora Luna, la directora del orfanato. ¡Es un placer conocerlas!"
Chilli extendió su mano para saludarla, y Bluey la imitó, sintiendo un poco de nerviosismo. La señora Luna las condujo al interior del edificio, donde un grupo de niños y perros los esperaban con curiosidad.
Bluey se sintió abrumada por la cantidad de rostros nuevos, pero Chilli la tomó de la mano y la guio hacia el grupo. "Hola, todos", dijo Chilli, con una sonrisa. "Soy Chilli, y esta es mi hija Bluey. Estamos aquí para conocerlos y ver si podemos encontrar un nuevo amigo para llevar a casa."
Los niños se acercaron tímidamente al principio, pero pronto la calidez de Chilli y la curiosidad de Bluey rompieron el hielo. Un pequeño de pelaje marrón claro, con orejas grandes y ojos llenos de esperanza, se acercó a Bluey. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, Bluey sintió una conexión instantánea.
"Hola, amiguito", dijo Bluey. "¿Cómo te llamas?"
La señora Luna sonrió y respondió por el perro. "Se llama Max.
Chilli observaba con orgullo cómo Bluey interactuaba con Max. "Parece que ya hemos encontrado a nuestro nuevo primer amigo, ¿verdad, Bluey?"
Bluey asintió, sintiendo una oleada de emoción. "Sí, mamá." Al decirlo comenzó a explorar el patio de juegos del orfanato, corrió hacia el tobogán rojo brillante que se alzaba en el centro. Era idéntico al que tenía en el parque cerca de su casa, y la vista le hizo sentir un poco más en casa en este lugar nuevo y desconocido. Sin embargo, cuando llegó al pie del tobogán, notó que había un pequeño perro sentado en la parte superior, bloqueando la entrada.
"¡Hola!" saludó Bluey alegremente. "¿Puedo subir?"
El perrito en la cima del tobogán la miró con una mezcla de desconfianza y terquedad. "No", respondió secamente.
Bluey se sorprendió, confundida por la negativa. "Pero... es un tobogán. Se supone que debes deslizarte y luego dejar que otros suban".
"No quiero", respondió el cachorro, aferrándose con más fuerza a los bordes del tobogán.
Bluey, determinada a no darse por vencida, comenzó a subir las escaleras del tobogán. "Vamos, será divertido. Podemos turnarnos".
Pero a medida que Bluey se acercaba, el cachorro se ponía más a la defensiva. Cuando Bluey llegó a la cima, el perrito gruñó suavemente.
"¡Este es mi tobogán!" gritó, empujando a Bluey.
Sorprendida por la reacción agresiva, Bluey perdió el equilibrio por un momento, pero logró agarrarse del borde. "¡Oye! ¡Eso no fue amable!"
La situación escaló rápidamente. Bluey, frustrada y un poco enojada, intentó mover al cachorro, pero este se aferró con todas sus fuerzas al tobogán. Ambos cachorros forcejeaban, gruñendo y ladrando, ninguno dispuesto a ceder.
"¡Suéltalo!" gritó Bluey.
"¡No, tú suéltame!" respondió el otro cachorro.
La conmoción atrajo la atención de Chilli y Luna, quienes corrieron hacia el tobogán al ver la escena.
"¡Bluey!" exclamó Chilli, sorprendida por el comportamiento de su hija. "¿Qué está pasando aquí?"
Luna, por su parte, se acercó al otro cachorro. "Mackenzie, cariño, ¿qué sucede?"
Chilli subió rápidamente las escaleras y separó a los dos cachorros. Bluey, con lágrimas de frustración en los ojos, se aferró a su madre mientras Luna tomaba a Mackenzie en sus brazos.
"Lo siento, mamá", sollozó Bluey. "Solo quería jugar en el tobogán, pero él no me dejaba subir".
Chilli acarició suavemente la cabeza de su hija. "Entiendo que estés frustrada, cariño, pero no está bien pelear. Siempre hay una mejor manera de resolver las cosas".
Luna, mientras tanto, consolaba a Mackenzie, quien temblaba ligeramente en sus brazos. "Está bien, Mackenzie. Nadie va a quitarte tu lugar especial".
Chilli y Luna intercambiaron miradas, reconociendo que había más en esta situación de lo que parecía a simple vista.
"Bluey", dijo Chilli suavemente, "¿por qué no vamos a sentarnos un momento? Creo que hay algo que debes saber".
Bluey asintió, limpiándose las lágrimas con el dorso de su pata. Siguió a su madre y a Luna, quien aún llevaba a Mackenzie, hasta un banco cercano. Se sentaron, y Luna tomó una respiración profunda antes de comenzar a hablar.
"Bluey", dijo Luna con voz suave, "hay algo que debes saber sobre Mackenzie. Su historia es un poco triste, pero creo que te ayudará a entender por qué actúa así".
Bluey miró a Mackenzie, quien ahora estaba acurrucado en el regazo de Luna, evitando el contacto visual con todos.
Luna comenzó a relatar la historia de Mackenzie:
"Hace unos meses, Mackenzie era un cachorro feliz que vivía con su madre. Amaba jugar en el parque, especialmente en el tobogán. Era su lugar favorito en todo el mundo. Cada día, su madre lo llevaba al parque y lo veía deslizarse una y otra vez por el tobogán rojo brillante".
Bluey escuchaba atentamente, su enojo inicial desvaneciéndose y siendo reemplazado por curiosidad y empatía.
"Pero un día", continuó Luna, "algo terrible sucedió. Mackenzie estaba jugando en el tobogán como siempre, pero cuando llegó al final, su madre ya no estaba allí para recibirlo".
Bluey jadeó suavemente, sus ojos abriéndose de par en par. "¿Su mamá desapareció?"
Luna asintió tristemente. "Así es. Mackenzie la buscó por todas partes, gritó su nombre, pero ella no apareció. Estaba solo y asustado en el parque".
Chilli abrazó a Bluey instintivamente, sintiendo una oleada de compasión por el pequeño Mackenzie.
"Fue entonces cuando yo lo encontré", continuó Luna. "Estaba llorando debajo del tobogán, llamando a su madre. Lo traje aquí, al orfanato, para cuidarlo hasta que pudiéramos encontrar a su madre o una nueva familia para él".
Bluey miró a Mackenzie, quien ahora la observaba con ojos húmedos. "¿Nunca encontraron a su mamá?" preguntó en voz baja.
Luna negó con la cabeza. "No, cariño. Hemos buscado, pero no hemos podido encontrarla. Y desde entonces, Mackenzie se ha aferrado a ese tobogán como si fuera lo único que le quedara de su vida anterior. Es su conexión con los recuerdos felices que tenía con su madre".
Bluey sintió que su corazón se encogía. De repente, entendió por qué Mackenzie había actuado de esa manera. No era solo un tobogán para él; era un recuerdo, un consuelo, un pedazo de la vida que había perdido.
"Lo siento mucho, Mackenzie", dijo Bluey suavemente. "No sabía... no quise lastimarte".
Mackenzie la miró, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y gratitud por la comprensión de Bluey. "Está bien", murmuró. "Yo tampoco debí empujarte".
Chilli, conmovida por la situación, se dirigió a Luna. "¿Hay algo que podamos hacer para ayudar?"
Luna sonrió amablemente. "Su visita ya es una gran ayuda. Mackenzie y los otros cachorros necesitan interactuar con familias amorosas como la suya. Les da esperanza y les muestra que hay un mundo más allá de estas paredes".
Bluey, inspirada por las palabras de Luna, tuvo una idea. "¡Mamá! ¿Podemos llevar a Mackenzie al parque? Tal vez si jugamos juntos en un tobogán diferente, no se sentirá tan triste".
Chilli miró a Luna, quien asintió con aprobación. "Creo que esa es una idea maravillosa, Bluey. ¿Qué dices, Mackenzie? ¿Te gustaría ir al parque con Bluey y su mamá?"
Mackenzie, por primera vez desde que lo conocieron, mostró un atisbo de sonrisa. "¿De verdad? ¿Puedo ir?"
"Por supuesto", respondió Chilli. "Nos encantaría que nos acompañaras".
Y así, el pequeño grupo se preparó para una aventura en el parque. Bluey, emocionada por la oportunidad de enmendar las cosas con Mackenzie, charlaba animadamente sobre todos los juegos que podrían probar. Mackenzie, aunque aún un poco tímido, parecía más relajado y abierto a la idea.
Mientras se dirigían al auto, Bluey se acercó a Mackenzie y le susurró: "No te preocupes, encontraremos el tobogán perfecto para ti. Y si quieres, puedes subir primero".
Chilli sonrió desde el asiento del conductor, feliz de ver a su hija tan emocionada por hacer sentir bienvenido a Mackenzie. Sin embargo, también notó cómo el pequeño cachorro se tensaba cada vez que Bluey mencionaba el tobogán.
Cuando llegaron al parque, Bluey prácticamente saltó del auto, ansiosa por comenzar su aventura. Mackenzie, sin embargo, bajó lentamente, sus ojos recorriendo el lugar con una mezcla de nostalgia y aprensión.
"¿Estás bien, cariño?" preguntó Chilli, notando la hesitación de Mackenzie.
El cachorro asintió levemente. "Es solo que... se parece mucho al parque donde solía venir con mi mamá".
Chilli se arrodilló para estar a su nivel. "Entiendo que esto pueda ser difícil para ti, Mackenzie. Si en algún momento te sientes incómodo o quieres irte, solo tienes que decírmelo, ¿de acuerdo?"
Mackenzie asintió, agradecido por la comprensión de Chilli.
Bluey, percibiendo la tensión, decidió tomar la iniciativa. "¡Vamos a los columpios primero!" exclamó, tomando suavemente la pata de Mackenzie.
Los dos cachorros se dirigieron a los columpios, con Chilli siguiéndolos de cerca. Bluey ayudó a Mackenzie a subirse a uno de los columpios y comenzó a empujarlo suavemente.
"¿Ves? ¡Es divertido!" dijo Bluey, riendo mientras Mackenzie comenzaba a balancearse.
Poco a poco, Mackenzie empezó a relajarse. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro mientras el viento acariciaba su pelaje. Por un momento, pudo olvidar su tristeza y simplemente disfrutar del momento.
Después de los columpios, exploraron el arenero, construyendo castillos y túneles. Bluey estaba encantada de ver cómo Mackenzie se iba abriendo poco a poco, riendo e incluso sugiriendo ideas para su construcción de arena.
Sin embargo, la verdadera prueba llegó cuando se acercaron al área de los toboganes. Había varios, de diferentes tamaños y colores. Mackenzie se detuvo en seco, sus ojos fijos en el tobogán rojo que se parecía tanto al del orfanato y al del parque donde solía jugar con su madre.
Bluey, notando su incomodidad, tuvo una idea. "¡Mira, Mackenzie! ¿Ves ese tobogán azul de allá? Nunca lo he probado. ¿Quieres que lo intentemos juntos?"
Mackenzie miró el tobogán azul. Era diferente al que estaba acostumbrado, y de alguna manera, eso lo hacía menos intimidante. Asintió lentamente.
"¡Genial!" exclamó Bluey. "Podemos subir juntos si quieres".
Tomados de la pata, Bluey y Mackenzie subieron las escaleras del tobogán azul. Chilli los observaba desde abajo, su corazón lleno de orgullo por la compasión y paciencia que mostraba su hija.
En la cima del tobogán, Mackenzie dudó por un momento. Bluey le dio un suave apretón en la pata. "Está bien", le aseguró. "Estoy aquí contigo".
Con un profundo respiro, Mackenzie se sentó en el tobogán, con Bluey justo detrás de él. Juntos, se deslizaron por la superficie lisa, sus risas mezclándose en el aire.
Cuando llegaron al final, Mackenzie tenía una sonrisa genuina en su rostro. "¡Eso fue divertido!" exclamó.
"¿Ves? ¡Te lo dije!" respondió Bluey, emocionada. "¿Quieres ir otra vez?"
Y así, pasaron la siguiente hora probando diferentes toboganes, cada vez con Mackenzie sintiéndose más cómodo y confiado. Incluso se atrevió a probar el tobogán rojo, y aunque hubo un momento de duda, la presencia reconfortante de Bluey y Chilli lo ayudó a superarlo.
12 años después
Mackenzie estaba emocionado de graduarse de la preparatoria. Había trabajado duro durante cuatro años y finalmente había llegado el día de la graduación. Sus amigos y familiares estaban allí para celebrar con él, pero Mackenzie no podía evitar sentir una sensación de vacío.
De repente, mientras estaba en el escenario, recibiendo su diploma, vio a lo lejos la sombra de su madre. Era una figura borrosa, pero Mackenzie la reconoció de inmediato. Era la misma figura que había abandonado a él y a su padre cuando era un niño.
Mackenzie se sintió conmocionado. No había visto a su madre en años, y no sabía qué estaba haciendo allí. Pero no podía quedarse quieto. Comenzó a perseguirla, gritando "mamá, mamá" mientras corría hacia ella.
La sombra se alejaba cada vez más, pero Mackenzie no se detuvo. Corrió por los pasillos del colegio, empujando a los estudiantes y profesores que se encontraban en su camino. Finalmente, salió del edificio y se encontró en el estacionamiento.
La sombra seguía adelante, y Mackenzie la siguió. Corrió por la calle, sin importarle el tráfico o los peatones que se cruzaban en su camino. Solo quería alcanzar a su madre y preguntarle por qué lo había abandonado.
Pero la sombra se desvaneció en el aire, y Mackenzie se encontró solo en la calle. Se detuvo, jadeando, y miró alrededor. No había nadie allí. La sombra había desaparecido, y Mackenzie se sintió más solo que nunca.
Se quedó allí, en la calle, durante un rato, tratando de procesar lo que acababa de suceder.
Justo cuando Mackenzie estaba a punto de derrumbarse, escuchó una voz detrás de él. "Mackenzie, ¿qué pasa? ¿Estás bien?" Era Bluey, que lo había seguido desde el colegio.
Mackenzie se volvió hacia ella, con lágrimas en los ojos. "No lo sé, Bluey", dijo, con la voz temblando. "Vi a mi madre en el escenario, y la perseguí. Pero desapareció, y no sé qué hacer."
Bluey se acercó a él, con una expresión de compasión en su rostro. "Mackenzie, tu madre te abandonó hace años", dijo suavemente. "No puedes seguir persiguiéndola. Debes dejar ir el pasado y enfocarte en tu futuro."
Mackenzie la miró, sorprendido. Nadie le había hablado así antes. Era cruel, pero directo. Las palabras de Bluey habían golpeado su corazón con la fuerza de una realidad que no podía negar. Siempre había sido él quien había intentado escapar de sus problemas, pero Bluey lo estaba haciendo recapacitar. La forma en que ella lo miraba, con ojos que parecían ver más allá de su alma, lo hacía sentir desnudo y vulnerable.
"¿Cómo puedes decir eso?", preguntó Mackenzie, con molestia. "Tú no sabes lo que es sentirse abandonado." Su voz temblaba ligeramente, revelando la emoción que trataba de contener.
Bluey asintió, su rostro serio y compasivo. "Sí, lo sé. Mi padre me abandonó cuando era pequeña. Pero mi madre me enseñó que no debía dejar que el pasado me definiera. Debo seguir adelante y encontrar mi propio camino." Sus palabras eran como un bálsamo para el alma de Mackenzie, que se sentía conmovido por la sinceridad y la empatía de Bluey.
Mackenzie la miró, con una nueva perspectiva. Bluey tenía razón. No podía seguir persiguiendo a su madre, tratando de llenar el vacío que ella había dejado. Debía dejar ir el pasado y enfocarse en su futuro. La idea era aterradora, pero también liberadora.
"Gracias, Bluey", dijo Mackenzie, con una sonrisa débil y algunas lágrimas cayendo de sus ojos. "Creo que necesitaba escuchar eso." Su voz era apenas un susurro, pero Bluey lo escuchó con atención.
Bluey sonrió y lo abrazó. "Estoy aquí para ti, Mackenzie. Siempre estaré aquí para ti." El abrazo fue como un refugio para Mackenzie, que se sintió rodeado de calor y seguridad. El pelaje azul de Bluey parecía irradiar una energía positiva que lo hacía sentir vivo y conectado.
En ese momento, Mackenzie se dio cuenta de que Bluey no solo era una amiga, sino una persona que lo entendía y lo aceptaba tal como era. El calor que sintió cuando Bluey lo abrazó era algo que le gustó. Ese pelaje azul le hacía sentir lo que alguna vez hizo su madre, una sensación de pertenencia y amor incondicional. Mackenzie se sintió agradecido por la presencia de Bluey en su vida. Finalmente, se percató de que su madre no había estado allí en realidad. Era solo una ilusión, una sombra de su pasado que seguía persiguiéndolo.
Mackenzie suspiró y comenzó a caminar de regreso al colegio. Sabía que tenía que seguir adelante, dejar el pasado atrás y enfocarse en su futuro. Pero no podía evitar sentir una sensación de tristeza y pérdida. Su madre había abandonado, y nunca lo olvidará. Sin embargo eso no debía ser impedimento de ser feliz.
Y con su diploma solo faltaba el beso de Bluey para que todo fuera perfecto.