ID de la obra: 745

Mr. Brightside

Het
NC-17
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planificada Mini, escritos 6 páginas, 3.157 palabras, 1 capítulo
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Capítulo 1

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Levi había crecido como un niño solitario, malhumorado y con alergias que lo hacían ver aún más antipático. Cada vez que abría la boca, soltaba un insulto... hasta que apareciste tú. Una chiquilla de pelo largo y brillante —justo el tono que más le llamaba la atención—súper extrovertida, dulce y con una risa que hacía que todos quisieran ser tus amigos. Levi lo supo desde el día en que la maestra te pidió presentarte: mejillas rosadas, voz melodiosa, y ese pasatiempo tuyo que a él le pareció adorable, mirar estrellas. Se acercó a ti como polilla a la luz, pero a diferencia de los insectos, Levi no le tuvo miedo al fuego. Fuiste la primera en sonreírle genuinamente, y desde entonces, se volvieron compañeros inseparables. Tú vivías la vida como si nada te afectara, tan relajada que Levi no podía evitar admirarte. Claro que tenías tus defectos, pero él jamás les ponía demasiado atención, ni siquiera cuando discutían, porque ambos siempre cedían y asunto zanjado. Para cuando cumplieron los 17, Levi ya estaba enamorado perdidamente de ti. Su mejor amiga. Su debilidad secreta.

***

Iban juntos a la misma secundaria, y ese era su último año antes de graduarse. Esa mañana, Levi despertó con los nervios de punta. Llevaba toda la semana (o quizá todo el mes) juntando el valor para confesarte sus sentimientos. Por eso te invitó a cenar a ese lugar en tendencia que tanto te gustaba. Como siempre, aceptaste sin dudar —nunca le decías que no—. Cuando él te soltó un "Tengo algo importante que decirte", y tú respondiste "Yo también tengo algo para ti", Levi casi se muere del susto. Gracias al cielo la interacción ocurrió por WhatsApp; si se hubiese tratado de la vida real, habrías visto cómo se puso rojo como un tomate. El despertador de Levi sonó a las 6:30 AM, pero él ya estaba despierto. Había pasado la noche dando vueltas en la cama, ensayando una y otra vez las palabras que hoy, por fin, te diría. Se sentó de golpe, las palmas sudorosas, y respiró hondo. No la cagues, Ackerman, se repitió mentalmente mientras se dirigía al baño con paso rápido. El agua helada de la ducha lo ayudó a despertar del todo, pero no logró calmar sus nervios. Al mirarse en el espejo empañado, se vio ridículo: el pelo perfectamente peinado, la camisa negra que había planchado tres veces la noche anterior, e incluso —lo admitía con vergüenza— un toque de esa loción que una vez le dijiste que olía bien. —¿En serio? —murmuró, secándose la cara con brusquedad y colocándose sus lentes de pasta negros. Al bajar las escaleras, el olor a café quemado y huevos fritos lo recibió como cada mañana. Kenny, su tío y tutor desde que su madre falleció, estaba en la cocina, silbando una canción desafinada mientras revolvía la olla con una mano y sostenía un cigarrillo con la otra. —Buenos días, príncipe encantador —dijo sin volverse, al escuchar los pasos de Levi—. ¿O debería decir: buenos díasenamorado patético? Levi no se inmutó, pero sus orejas se calentaron. —Cállate —gruñó, yendo directo a la tetera. Kenny soltó una carcajada y finalmente se giró, aprovechando cada centímetro de su ventaja de altura para mirarlo de arriba abajo con una sonrisa burlona. —Mírate, hasta te pusiste colonia. ¿Seguro que solo van a cenar? Porque yo tengo condones en el cajón de arriba si los necesitas. Levi casi escupe el té negro que se había servido. —¿En serio tienes que ser tan asqueroso? —le lanzó una servilleta arrugada a la cara, pero Kenny la esquivó con facilidad. —Solo digo que si esa chica te hace caso, es un milagro. Con esa cara de pocos amigos y esa actitud de gato callejero. —Cierra el hocico —Levi agarró el plato de huevos que su tío le ofrecía, pero no pudo evitar notar la sonrisa torpe hecha con kétchup sobre ellos, frunció el ceño. —Te los hice con forma de corazón, enano sentimental —Kenny se apoyó en la mesa, disfrutando cada segundo—. Ah, y no olvides esto —añadió, lanzándole una cajita pequeña. Levi la atrapó al aire y la miró con recelo: eran pastillas para la acidez. —Por si se te cierra el estómago cuando hables con ella. —Eres insufrible —Levi guardó las pastillas en el bolsillo demasiado rápido para su propio gusto. Kenny se rió de nuevo, pero su tono cambió ligeramente al añadir: —En serio, muchacho. No la cagues. Levi asintió, sin mirarlo. Fue entonces cuando, a través de la ventana de la cocina, te vio salir de tu casa. Allí estabas, ajustándote el collar de la blusa, con esa luz de la mañana pintándote como en uno de sus sueños, esperando por él. Kenny siguió su mirada y bufó. —Dios mío, eres más obvio que un perro en celo. Levi no lo negó. En menos de diez minutos, devoró el desayuno (aunque apenas probó bocado), se enjuagó la boca con agua fría —¿Colonia y menta? Definitivamente estoy perdido— y agarró su mochila con demasiada fuerza. Salió sin despedirse, pero Kenny igual le gritó a su espalda: —¡Si te rechaza, siempre me tienes a mí, enano! La puerta se cerró de golpe. Y entonces volvió a posar sus ojos en ti. Estabas ahí, en la acera de enfrente, saludándolo con la mano mientras el viento jugaba con tu cabello —largo, brillante, perfecto—, ahora hasta la espalda. Llevabas el uniforme de porrista (ese que Levi odiaba y amaba en partes iguales): falda corta, torso ajustado, y esas malditas piernas que siempre lo hacían tropezar con sus propios pies. ¿Por qué tienes que ser tan… tú?, maldijo mentalmente, clavando las uñas en las palmas para no hacer algo estúpido como correr hacia ti. Caminó lento, aprovechando cada paso para observarte: Tu figura atlética —esbelta pero fuerte, con esos músculos definidos que delataban tus entrenamientos—.Tus clavículas y la curva de tu cuello —tan expuesto hoy—, donde imaginó apoyar sus labios. Tus piernas (sus debilidad desde los quince años), desafiantes bajo la luz del amanecer. Eras unos centímetros más alta que él, y Levi odiaba/adoraba cómo tenías que inclinar ligeramente la cabeza para mirarlo. —¿Listo? —dijiste de pronto, guardando el teléfono sin sospechar nada. Levi apartó la vista como si te hubiera quemado, sintiendo cómo el calor se le acumulaba donde no debía. —Sí… —tragó saliva—. Listo. Se obligó a respirar. Eres su mejor amigo, idiota. No arruines esto. Pero cuando te giraste para caminar, y ese perfume tuyo —vainilla y un toque a algo tropical— lo envolvió, supo que estaba jodido. —¿Cómo estuvo tu fin de semana? —preguntaste, saltando sobre una raya en la acera como si la calle fuera un juego. Levi observó el movimiento de tus piernas y apretó los puños dentro de los bolsillos. —Aburrido. Como siempre —mintió. No mencionó las tres horas que pasó reescribiendo tu último ensayo de literatura, ni cómo olía tu cuaderno a ese jabón de vainilla que usabas. —¿Nada interesante en la farmacia? ¿Estudiaste para el examen de biología? —insististe, girando hacia él con esa mirada que él encontraba irresistible. Levi resopló, ajustándose los lentes. —¿En serio me lo preguntas? —su tono fue áspero, pero tus cejas levantadas lo ablandaron al instante—. Bueno... repasé los apuntes. Los míos y los tuyos —añadió, señalando tu mochila donde sabía que llevabas el cuaderno medio vacío.

***

Era un ritual: cada dos domingos por la tarde, aparecías en su puerta con galletas quemadas (que decías eran "artesanales") y tus libros subrayados en colores absurdos. —Levi, ¡es que la mitosis es un rollo! —te quejabas, rodando sobre su cama mientras él, paciente, reorganizaba tus notas. —No es un 'rollo'. Es el proceso fundamental de la vida —corregía, lanzándote un bolígrafo a la cabeza—. Y si no lo aprendes, reprobarás. Otra vez. —¡Pero tú siempre me salvas! —reías, y Levi odiaba cómo esas palabras lo convertían en cera—. ¿Ves? Por eso eres mi héroe científico. Él gruñía, pero nunca te negaba ayuda. Ni cuando te dormías sobre sus apuntes, ni cuando garabateabas corazones en los márgenes de sus fórmulas.

***

—Ah... ¿O sea que sí estudié? —te burlaste, sonriendo con esa complicidad que lo volvía loco. —No. Yo estudié por dos —Levi te lanzó una mirada que pretendía ser fría, pero el roce de tu hombro contra el suyo le aceleró el pulso—. Y si quieres pasar biología, hoy repasamos después de clases. —¿En serio? —diste un saltito, y su corazón hizo lo mismo—. ¡Eres el mejor! Levi desvió la vista. El mejor. No el amigo. No el tutor. Solo el mejor. Y hoy, por fin, diría lo que realmente significabas para él. Tan solo de pensar en las palabras para su confesión, Levi sintió que su corazón intentaba salírsele por la garganta. —Te noto raro hoy —frunciste el ceño, deteniéndote de golpe en la acera—. ¿Seguro que estás bien? Él contuvo un jadeo. No. No estoy bien. Te amo y no sé cómo decírtelo sin arruinar esto. —No dormí bien —murmuró, evitando tu mirada, tratando de enterrar sus pensamientos. —¿Pesadillas otra vez? —Tu voz se suavizó al instante, y antes de que pudiera reaccionar, tus dedos se entrelazaron con los suyos. Levi casi se desplomó. Tus manos siempre eran más cálidas de lo que esperaba. —No… Solo repasé hasta tarde —mintió. Las pesadillas sobre su madre eran reales (y a veces la enfermedad te llevaba a ti también), pero hoy su insomnio tenía otro nombre: su confesión. Tú soltaste su mano con un bufido exagerado, fingiendo indignación: —No sé cómo eres tan inteligente si nunca duermes. ¡El cerebro necesita descanso, Levi! —le sacaste la lengua, y él olvidó cómo respirar. —Ah, ¿así que sí leíste el artículo del profesor? —contraatacó, recuperando algo de su actitud habitual. —No soy tonta —te reíste, balanceando sus manos aún unidas—. Solo… selectivamente vaga. Por suerte te tengo a ti. Y entonces, sin previo aviso, tus labios rozaron su mejilla. Fue rápido. Inocente. Pero Levi se derritió como un helado al sol. —¡Vamos, tortuga! —tiraste de su brazo, arrastrándolo hacia el instituto mientras te reías—. ¡Si llegamos tarde,  le explicas al profe por qué!

***

Levi pasó los 50 minutos de biología en un trance. El profesor Kojima escribía en el pizarrón sobre "herencia mendeliana y recombinación genética", pero Levi ya había memorizado ese tema hace tres semanas. Mientras sus compañeros tomaban apuntes frenéticos, él se permitió un lujo peligroso: observarte. Tú estabas en tu habitual estado de batalla académica: La lengua asomando entre tus labios mientras intentabas descifrar tus propios garabatos. Cejas fruncidas como si el diagrama de Punnett te hubiera insultado. Resoplidos silenciosos cada vez que Kojima decía "cromosomas homólogos" (una frase que, jurarías, inventó para torturarte). Levi sonrió sin darse cuenta. La biología nunca sería lo tuyo, pero tu terquedad —ese empeño en entender algo que odiabas— era una de las mil cosas que lo volvían loco.

***

—¿Por qué esto es tan complicado? —te habías quejado la semana pasada, enterrando la cara en su almohada después de confundir mitosis con meiosis por décima vez. Levi te había lanzado un cuaderno a la cabeza. —Porque no lees las notas que te preparé —gruñó, señalando las páginas que había decorado con diagramas a color solo para ti. —Es que son demasiado bonitas para arruinarlas con mi letra —contestaste, haciendo ese puchero que siempre lo derrotaba.

***

Cuando el timbre sonó, Levi aprovechó para acercarse. —¿Lograste entender algo? —preguntó, mirando tu cuaderno lleno de flechas, signos de interrogación y un doodle de Kojima con cabeza de guisante. —¡Claro que sí! —mentiste, cerrando el cuaderno con demasiada fuerza—. Bueno... el 30%. Quizá 20. —Patético —susurró él, pero te pasó su libreta —las páginas inmaculadas con resúmenes que solo tú usabas—. Lee esto. Y hoy no te duermas en medio del repaso. —Sí, profesor Ackerman —te burlaste, rozándole el hombro al tomar el cuaderno. Levi sintió que ese contacto le quemaba más que cualquier pesadilla. Lo seguiste y antes de que pudiera salir del aula, te plantaste frente a él, invadiendo su espacio personal con el inconfundible aroma a vainilla que siempre lo mareaba. —Oye, Ackerman, no se te olvide el plan de hoy —dijiste, contando con los dedos—: Almuerzo con Hanji, Erwin y Mike, clases normales, y a las 5... el partido. Levi puso los ojos en blanco. —El fútbol americano es lo más estúpido que inventaron después del comunismo. Hiciste el puchero —esa expresión que no sabías lo derretía— y, antes de que pudiera reaccionar, le agarraste la mano y la presionaste contra tu pecho. —Por faaaaaa —cantaste, sintiendo cómo sus dedos se tensaban bajo tu contacto—. Hoy haremos una coreografía nueva las porristas. Toda la escuela estará mirando. Incluyéndote a ti. Levi contuvo un jadeo. Maldita sea. —...Vale. Iré —cedió, mirando hacia otro lado para que no vieras cómo se le habían calentado las orejas. Saltaste y lo abrazaste tan rápido que no tuvo tiempo de esquivarte. Su nariz se enterró en tu cabello por una fracción de segundo (¿jazmín? ¿lavanda?) Y juró que te sintió temblar. —¡Síííí! —gritaste, alejándote solo para tomar una pose teatral: manos en las mejillas, pestañeo exagerado y la barbilla apoyada en tu propio hombro—. Y después... cena de celebración. ¿Verdad, Levi? Él no supo qué fue más peligroso: El modo en que su nombre sonaba en tu boca o la facilidad que tenías para convencerlo.

***

Levi caminaba hacia las gradas con las manos enterradas en los bolsillos de su chaqueta, resoplando como un toro enfurecido. A su lado, Hanji, Erwin y Mike intercambiaban miradas divertidas. —¡Oye, enano! —canturreó Hanji, colgándose de su cuello como una liana—. Relájate, que al fin y al cabo viniste por amoooor. Levi se sacudió como un gato mojado. —Cállate, cuatro ojos de mierda —espetó, aunque sin verdadera furia—. Si no fuera por ustedes, yo estaría en casa, haciendo algo productivo. Los tres rieron al unísono, sabiendo que habían ganado. —Precisamente por eso vinimos —dijo Erwin, cruzando los brazos—. Nos encanta torturarte. —¡Además, sabíamos que Gatita te arrastraría aquí pateando y gritando! —añadió Hanji, apretando más su agarre—. Y a ella nunca le dices que no. Levi hirvió por dentro. —¿Por qué carajos le dices Gatita? —gruñó, tratando (y fallando) de zafarse—. Nunca lo he entendido. Hanji soltó una risotada que hizo eco en el estadio vacío y finalmente lo soltó, empujándolo hacia las gradas. Los cuatro se acomodaron en los asientos altos —Levi eligió el último para vigilar todo el campo sin que lo notaran—. Se ajustó los lentes, se pasó una mano por el pelo ¿Estaré despeinado? pensó, y luego se odió por pensarlo, y resopló. Erwin y Mike conversaban entre ellos sobre las expectativas del partido. Entonces, Hanji se inclinó hacia él con una sonrisa de lobo. —Oye, Levi… ¿Cuándo se lo vas a decir? Él no se inmutó, pero sus dedos se crisparon. —¿Decirle qué? ¿A quién? Hanji puso los ojos en blanco tan dramáticamente que Levi consideró empujarla por las gradas. —Que la amas, imbécil. Si las miradas mataran, Hanji ya estaría hecha cenizas. Levi nunca le había confesado a nadie (excepto a su tío Kenny) lo que sentía por ti. —No sé de qué hablas —mintió, clavando la vista en el campo. —Levi, por favor —Hanji bajó la voz, casi compasiva—. Puede que no te conozca desde siempre como Gatita, pero te conozco. Y eres obvio como un semáforo en llamas. ¡La única que no se ha dado cuenta es ella, porque siempre está en su mundo! Levi frunció el ceño, pero esta vez, algo se quebró dentro de él. —… ¿En serio soy tan obvio? —preguntó, casi en un susurro. Hanji sonrió, victoriosa. —Te quedas mirándola como si ella hubiese colgado la luna y las estrellas. ¡Es un milagro que no lo sepa, considerando que no paras de hacer cosas por esa chica! Levi abrió la boca para responder, pero en ese instante, la música explotó en los altavoces del estadio. Su cabeza giró tan rápido que Hanji juró escuchar un crack en su cuello. —Patético —murmuró Hanji, negando con decepción. Su amigo estaba perdidamente enamorado, y era tan obvio que casi daba lástima. Y entonces apareciste tú: perfecta. Maquillada, con el cabello recogido en una coleta alta que hacía resaltar tu cuello, y ese uniforme de porrista que Levi odiaba amar. Bailabas en perfecta sincronía con las demás, pero para él, el mundo se había reducido solo a ti: ejecutabas piruetas que te hacían volar como si la gravedad no existiera. Splits que exhibían esas piernas largas y tonificadas que lo volvían loco. Sonrisas brillantes dirigidas al público, pero que él juró eran solo para él. Levi no respiró en toda la coreografía. Cuando terminó la rutina, tus ojos lo encontraron entre la multitud como si lo hubieras sentido ahí. Y entonces… le regalaste esa sonrisa. La misma que lo había enamorado a los doce años. La que le dedicabas solo a él. Levi sintió cómo las orejas le ardían, y solo atinó a asentir con la cabeza, demasiado idiota para siquiera levantar la mano. —Estás jodido, Levi. ¿Lo sabes, no? —Hanji suspiró, como si estuviera presenciando un accidente en cámara lenta. Él no lo negó esta vez. —Lo sé —admitió, con una voz tan baja que apenas se escuchó sobre el bullicio del estadio.

***

Levi no podría jurar si el partido fue emocionante o no. El estadio rugía a su alrededor —gritos, insultos al equipo contrario, los saltos de Hanji haciendo temblar las gradas— pero él solo deslizaba el dedo por Instagram sin ver nada, robando miradas hacia ti cada cinco segundos. Al menos ella está feliz de que vine pensó, agarrándose a eso para no irse a la mitad. Y entonces todo se fue al infierno. En el segundo tiempo, justo después de que las animadoras terminaran su coreografía, Eren Jaeger —el maldito capitán del equipo— se acercó a ti con esa sonrisa de lobo que Levi odiaba. Lo que pasó después lo vio en cámara lenta: Eren te levantó como si pesaras nada —sus manos grandes apretando tu cintura—. Tus piernas se engancharon instintivamente alrededor de su torso (Levi sintió un golpe bajo en el estómago). Y entonces… Eren te besó. Frente a toda la escuela. Levi tenía los puños tan cerrados hasta que las uñas hicieron medialunas sangrientas en sus palmas. Un pitido agudo en los oídos, ahogando los vítores del público. La mandíbula apretada con tanta fuerza que Hanji oyó el crujido desde su asiento. La bilis subiéndole por la garganta al ver cómo tus manos se aferraban a los hombros de Eren en vez de empujarlo. ¿En serio le gusta ese imbécil? Levi no corrió. No gritó. No buscó a Eren para partirlo en dos, ni a ti para exigir una explicación. Solo se levantó, con una calma que asustó más a Hanji que cualquier berrinche. —¡Levi! —gritó Hanji, pero su voz se perdió entre el bullicio del estadio. Él ya caminaba hacia la salida, paso a paso, como si cada movimiento le costara un esfuerzo sobrehumano. …
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