Solo Mío
12 de septiembre de 2025, 20:44
Estaba completamente harto del arroz.
Cada vez que servían las comidas lo incluían, y no en porciones pequeñas, sino que significaban un gran porcentaje dentro del alimento total que se les entregaba.
En algunos momentos, había llegado incluso a sopesar la posibilidad de recomendar al cocinero platos diferentes cuando saliera de allí.
Sin embargo, luego recordaba que su estancia dentro de los juegos no era nada más que algo temporal y que los jugadores, aquellos que le rodeaban y los que vendrían después de ellos, no eran más que escoria que no merecía el privilegio de una comida más elaborada.
O al menos no todos.
Al alzar la vista, pudo ver al jugador 388 acercarse con una expresión de asco impresa en la cara. Mantenía sus manos en alto y se las limpiaba constantemente en la ropa.
—No logro entender como teniendo tanto dinero no pueden colocar un jabón decente en los baños —protestó, tras sentarse junto al grupo y tomando la caja de comida que había dejado abandonada—. Ni siquiera hace espuma y las manos quedan pringosas después de usarlo.
Todos los presentes se miraron entre ellos, alzando los hombros con un gesto de desconcierto, lo que hizo sonreír a In-ho.
Volvió a mirar la pequeña caja que sostenía entre sus manos, repleta de arroz acompañado por algunas pequeñas piezas de pescado y huevo cocido. Resultaba denigrante para él comer algo tan simple como aquello, pero debía disimular ante el resto.
Se encontraba rodeado por los jugadores 149 y 007, madre e hijo; 222, la joven embarazada; 390, el insufrible Jung-bae; 388, el marine y, por último, el jugador 456, su amado Gi-hun.
Todo se había mantenido en secreto por el momento, pero le resultaba difícil fingir en sus acciones cuando lo único que perseguía a lo largo del día era aquel hombre, aquel hombre que le pertenecía de los pies a la cabeza y por el que había entrado en aquellos juegos.
Removió la comida de su plato, tomó un trozo de pescado y se lo metió en la boca. Gi-hun se encontraba sentado a su lado, por lo que no perdía ocasión alguna de hacer rozar sus piernas y recoger con gusto las miradas divertidas que éste le entregaba a cambio de su toque.
—¿Cuál creéis que será el próximo juego? —preguntó de pronto 007, antes de engullir una gran porción de arroz.
—Ojalá nada demasiado físico —respondió la 149, su madre, con voz cansada—. Mi cuerpo ya no puede soportar ciertos esfuerzos...
—Si necesita ayuda —intervino 388, con una gran sonrisa en los labios y una voz decidida—, puede contar conmigo.
Todos se rieron suavemente, con la naturalidad de quienes tan sólo están pasando el rato o almuerzan juntos en un picnic.
—Por ahora —dijo Gi-hun—, los juegos no son nada más que un misterio. Debemos comer e irnos a dormir para poder estar descansados mañana y enfrentar cualquier cosa que se les ocurra —afirmó con decisión.
Todos asintieron al unísono.
—Pero no tenemos nada de qué preocuparnos —intervino alegremente Jung-bae—. Tenemos a un ex ganador con nosotros para que nos guíe —añadió, posando un brazo sobre los hombros de Gi-hun, provocando que este se apretara contra él, en un gesto típico de camaradería.
Ambos hombres, junto con el resto del grupo comenzaron a reírse con fuerza.
Todos, menos uno.
In-ho, o Young-Il según lo que ellos conocían, observaba el brazo de Jung-bae sobre los hombros de Gi-hun como quien vislumbra un montón de basura. Porque eso era lo que Jung-bae era a sus ojos, un montón de basura inservible que tan sólo podía arrastrar a Gi-hun hasta su miseria.
Y aquella mirada..., aquella mirada brillante que se asentaba en sus ojos cada vez que miraba a Gi-hun le ponía completamente enfermo.
Cada gesto, cada palabra y cada toque que incluía su acercamiento o roce hacia él le desquiciaba hasta el extremo más absoluto, y tenía que hacer un gran esfuerzo por reprimirlo ante el grupo.
Cuando terminaron de comer, todos comenzaron a prepararse para dormir, a sabiendas de que, como la voz mujer que se escuchaba por megafonía ya había anunciado, no tardarían en apagarse las luces.
Mientras comprobaba el estado de su cama, que se encontraba algo alejada del resto de sus compañeros y junto a la de Young-Il, Gi-hun pudo sentir una presencia a su espalda. Se giró alarmado, creyendo que podía ser alguno de los guardias.
Sin embargo, suspiró aliviado al descubrir que no era ninguno de esos asesinos vestidos con monos rosas.
—¿Listo para dormir?
Young-Il le observaba a pocos metros. Su expresión no parecía diferente a la de siempre, pero para él, que ya sentía que lo conocía de toda la vida, resultó evidente que algo nuevo estaba ocurriendo por su mente.
Llevaban poco tiempo considerándose como pareja, y aún no se habían decidido a comunicarlo al resto. Las emociones y miedos del día a día, y el cansancio que los aprisionaba cada noche, hacían casi imposible encontrar un momento adecuado para hablar sobre amor.
Ese pequeño engaño les trastornaba, porque no sabían como el resto podía reaccionar ante la noticia y tampoco podían expresar con plena la libertad lo que sentían, atendiendo a la nefastas condiciones en las que se encontraban para ello.
Pasaban muy malos ratos, añadidos a los que provocaban los juegos, tratando de acariciarse y besarse sin ser descubiertos, y eso les hacía daño.
—¿Ocurre algo? —preguntó con preocupación cuando Young-Il no le contestó.
Se apartó de la cama y dio unos pasos hacia él, hasta que le alcanzó y le tomó la mano.
—Cuando se apaguen las luces —contestó al fin Young-Il—, necesito que me acompañes al baño. Tenemos que hablar.
El desconcierto y el temor cruzaron como una sombra el rostro de Gi-hun.
—No me ocurre nada contigo —añadió Young-Il, dejándole un discreto beso en la frente—, tan sólo quiero hablar a solas.
Gi-hun asintió, mucho más tranquilo ante la aclaración de su pareja. Miró a los lados y, cuando se aseguró de que nadie los observaba, le robó un casto beso en los labios.
Luego, ambos se separaron y se metieron en sus respectivas camas, a la espera de que se apagaran las luces.
Tras unos diez minutos de espera, al fin comenzó la cuenta regresiva y todo quedó a oscuras. Tan solo se podían escuchar las ligeras respiraciones de los jugadores y todo parecía en calma.
No pasó mucho tiempo hasta que pudo escuchar a Young-Il removerse en su cama, señal de que estaba saliendo de ella, por lo que hizo lo mismo y dirigió sus pasos en dirección al cuarto de baño.
En el camino, se encontró con el propio Young-Il, que le tomó bruscamente de la mano y le arrastró hacia su destino. Al llegar, golpeó con suavidad la puerta y uno de los guardias se asomó por la ventanilla.
—Tenemos que ir al baño.
El guardia, tal y como había ordenado que hicieran, se negó a abrirle la puerta.
No podía permitir que su verdadera identidad se viera revelada ante los jugadores, y menos a Gi-hun..., o él ya no lo querría, por lo que, al asumir su identidad como Young-Il, y antes de entrar a los juegos, se habían dado instrucciones específicas sobre no darle un trato especialmente privilegiado.
—Déjanos entrar o mearé sobre las camas —amenazó Young-Il, tras un rato de insistencia.
Aquella era la clave secreta para que el guardia supiera cuando era el momento de obedecer. Se escuchó un chasquido metálico y la puerta se abrió.
Young-Il permitió a Gi-hun adentrarse unos pasos por delante de él, estableciendo una distancia ideal que le permitiera dirigirse al guardia sin que éste se enterara de la conversación.
—Sal fuera —le susurró—. Nadie tiene permitido entrar hasta que salgamos, ¿entendido?
El guardia asintió y salió de los baños, cerrando la puerta tras él. Entonces, siguió el recorrido de Gi-hun, que ya casi había llegado a la mitad de los lavabos.
—¿Qué ocurre, Young-Il? —preguntó, girándose bruscamente para enfrentarle—. Has estado muy callado durante la cena y antes de dor-...
Sin previo aviso, Young-Il se abalanzó sobre él atrapándole la cara entre las manos y uniendo sus labios con fiereza.
La acción pilló por sorpresa a Gi-hun, que no siguió los movimientos de su pareja al principio. Young-Il por su parte, comenzó a empujarlo hacia atrás hasta que ambos chocaron contra los azulejos de la pared.
Por fin, Gi-hun siguió el beso, tratando de seguir el ritmo acelerado y demandante de Young-Il, que parecía dispuesto a devorarlo allí mismo.
Apretó los labios una vez más antes de separarse muy levemente, dejando su boca a pocos centímetros de la otra, permitiendo que sus alientos entrecortados y jadeantes se fundieran en el aire y chocaran con los labios contrarios.
—¿Q-qué ocurre, Young-Il? —repitió Gi-hun, aún luchando por recuperar el aire.
—T-te deseo Gi-hun..., quiero follarte —respondió su pareja, antes de mover una mano tras su nuca y arrastarle a un nuevo beso lleno de pasión.
Esta vez, Gi-hun siguió los movimientos de Young-Il al instante, enfrentándose con la misma fiereza que le era ofrecida.
Aquella era su dinámica: fiereza, pasión, nerviosismo y lucha. Ambos sabían que ninguno tenía intenciones de rendirse fácilmente ante el otro, y eso les llevaba a enfrentarse en cada encuentro, usando todo aquello con lo que contaban para desarmarse mutuamente.
De pronto, la mano de Young-Il se deslizó lejos de su nuca al tiempo que su boca también era desconectada. Con un rápido movimiento, encajó su mano en el cuello de Gi-hun, justo por debajo del mentón, provocando que su cabeza chocara contra la pared tras él.
Gi-hun gimió.
No había sido un golpe demasiado fuerte pero sí increíblemente dominante. Young-Il no perdió el tiempo y, aprovechando la nueva posición de su amado, que le situaba con la garganta perfectamente expuesta, agachó un poco la cabeza hasta que sus labios rozaron contra la piel sensible.
—P-pueden encontrarnos... —protestó vagamente Gi-hun.
Podía sentir el aliento cálido de Young-Il recorriendo sin parar los laterales de su cuello, sin decidirse nunca a besarlo. Los labios húmedos rozaban de vez en cuando su piel, provocándole un escalofrío lleno de ansia; la misma ansia que moría pocos instantes después cuando Young-Il se centraba en otra zona.
—Nadie vendrá —susurró éste, continuando la tortura de Gi-hun—. Confía en mí...
Tras aquellas palabras, abrió la boca y comenzó a chupar sin ningún tipo de compasión el cuello de Gi-hun. Éste, viéndose ferozmente atacado por un sin fín de descargas de placer y temblores, no pudo detener a sus manos, que se aferraron con fuerza a los brazos de Young-Il.
Su boca se movía con destreza, besando y lamiendo cada pequeño rincón que reconocía como punto débil gracias a sus experiencias pasadas junto a Gi-hun. El pequeño hueco que conectaba el cuello y el hombro siempre resultaba especialmente interesante, puesto que siempre empujaba a Gi-hun a perder la fuerza en sus piernas y casi le hacía desmoronarse.
En efecto, cuando su lengua rozó aquel punto los dedos de Gi-hun se aferraron aún con más fuerza a sus brazos, tratando de mantener el equilibrio. Se mantuvo aún un rato más alternando entre aquella zona y el resto del cuello y regresando al principio cuando notaba a Gi-hun recomponerse.
Sus gemidos y jadeos le enorgullecían porque significaban la prueba última de todo el placer que que estaba experimentando..., pero no era suficiente. Había otro punto débil, justo por encima de las clavículas, que le generaban espasmos incontrolables y le arrastraban a gemir su nombre o, al menos, lo que él creía que era su nombre.
No se encontraba satisfecho con la idea de que Gi-hun dijera un nombre que no era suyo, e incluso se había encontrado alguna vez celoso al escucharlo gemir, pero rápidamente se recomponía. Por lo menos, sabía que aquel nombre siempre significaba para Gi-hun una llamada hacia él y eso lo reconfortaba.
Cada vez que sus labios envueltos en jadeos y frases entrecortadas, pronunciaban aquel nombre adoptado, su mente parecía navegar en un mar lleno de olas descontroladas que lo llevaban a actuar de forma impulsiva y salvaje.
Y eso era justo lo que quería ahora..., escuchar su nombre saliendo de aquella boca que le pertenecía.
Sin previo aviso, le apretó con un poco más de fuerza el cuello e inclinó la cabeza hacía abajo. Gi-hun aspiró instintivamente ante aquel movimiento, que parecía un claro intento por privarle de aire.
Justo lo que Young-Il esperaba que hiciera.
Mientras Gi-hun continuaba con los pulmones llenos de aire, se lanzó directamente para llenar con los movimientos de su boca y la humedad de su lengua las líneas marcadas por los huesos de la clavícula a través de la piel.
—Y-Young-Il..., ah..., Young-Il... —gemía sin control Gi-hun, notando como cada uno de sus nervios comenzaba a arder de placer.
Su voz sonaba suave, pero también anhelante y desesperada.
Era realmente maravilloso saber lo que podía hacer en aquel hombre que había aprendido a amar con sus propias manos. Aquellas manos que tantas veces se habían visto manchadas de sangre y que con el paso de los años había aprendido incluso a despreciar por considerarlas mortales, poseedoras de un poder similar al toque de la muerte.
Sin embargo, cuando conoció a Gi-hun, esté le había mostrado que sus manos también podían ser gentiles y el transporte de las más dulces caricias. Capaces de expresar algo más que muerte y dolor, como ternura y anhelo o amor y deseo.
Bajo aquellos pensamientos, su mano libre se apoyó casi de manera inconsciente sobre el pecho de Gi-hun, que trataba en vano de hacer frente a la falta de aire, y comenzó a trazar un suave recorrido a lo largo de su esternón..., sobre el abdomen..., hasta llegar finalmente hasta la entrepierna.
Gi-hun contuvo el aire, a la espera de que Young-Il hiciera algo; pero éste se limitó a mantener la mano suspendida sobre aquella zona, rozando de forma muy casual e insatisfactoria el bulto que poco a poco apretaba contra la tela, mientras continuaba saboreando cada rincón de su sensible cuello.
Su cabeza se movía de un lado a otro, sin dejar tregua alguna por más de un minuto, y eso estaba volviéndole completamente loco.
—Y-Young-Il..., j-joder...
Young-Il sonrió al escuchar su voz completamente descompuesta y bañada por el deseo.
Una de las cosas que más le gustaban de Gi-hun, y que además había sido una de las razones por las que se había comenzado a enamorar de él hacía tres años, era su incapacidad para rendirse y suplicar.
Tanto Gi-hun como él sabían que estaba al borde de un ataque de nervios, inducido por la provocación constante de su incipiente erección y de las atenciones precisas y crueles en su cuello; pero no pensaba admitirlo.
El único testimonio que evidenciaba, muy claramente, su verdadero estado eran los continuos espasmos y temblores incontrolables que lo atravesaban.
Pero Young-Il quería más.
Su mano al fin se apretó contra la dura erección de Gi-hun, que jadeó de pura satisfacción y alivio. En un acto reflejo, comenzó a rozarse contra la mano, con el desesperado objetivo de lograr más fricción.
La sonrisa de Young-Il se amplió aún más al notar la desesperación que estaba consumiendo poco a poco a su pareja.
—Sigue diciendo mi nombre —susurró, acercando su boca brevemente a su oído—, y te daré mucho más.
Su aliento cálido impactó contra la piel, húmeda de saliva y sudor.
—Young-Il... —logró decir Gi-hun—, quiero más...
—¿Nunca te enseñaron a pedir las cosas por favor? —se burló Young-Il, moviendo su mano para que sus dedos juguetearan con la cinturilla elástica de los pantalones.
Un nuevo intento.
Un nuevo intento para tratar de sonsacarle una ansiada súplica que terminó siendo tan infructuosa como todas las anteriores puesto que, por toda respuesta, Gi-hun cerró los ojos y apretó los labios, negándose con ello a ceder ante aquellas provocaciones.
Ahí estaba de nuevo aquella inquebrantable rebeldía que tanto le excitaba. Young-Il pudo notar como su polla palpitaba ansiosa dentro de sus pantalones y, como recompensa ante la sensación, al fin metió su mano dentro de los pantalones y la ropa interior de Gi-hun, alcanzando así su miembro.
Éste suspiró de pura satisfacción, perdiendo con ello el poco aire que habían logrado almacenar sus pulmones.
—Siempre haces conmigo lo que quieres —jadeó contra su oreja Young-Il, mientras aflojaba un poco la presión en el cuello, permitiéndole una mayor facilidad para respirar.
—E-ese es..., ah..., tu problema —se burló Gi-hun sin poder controlar sus gemidos.
—Estás muy contestón... —respondió Young-Il, comenzando a mover su mano a lo largo de toda su erección—. Joder..., como me encantas... —añadió, a modo de suspiro, antes de volver a hundir la boca sobre su cuello.
Con ello, Gi-hun no pudo hacer nada más que dejarse caer víctima del placer. La mano de Young-Il se movía hábilmente por el tronco de su pene, deteniéndose en contadas ocasiones junto al glande para masajearlo con su dedo pulgar. Los movimientos eran suaves y lentos, motivados por el más puro deseo de arrancarle cada gota de placer que pudiera expulsar.
Pero había algo más.
Algo que rondaba la cabeza de Young-Il y que era fácilmente detectable para Gi-hun.
Hasta entonces le había dejado actuar con libertad, convenciéndose con cada paso que daba de que algo estaba motivando a su pareja a comportarse de aquella forma.
No es que le resultara novedosa la forma salvaje de Young-Il de tratarle, pero había algo distinto.
Algo en la forma de apretarle el cuello y acariciarle.
En la forma en la que besaba su cuerpo con el ansia de quien teme perder algo valioso y pretende reclamarlo a toda costa.
Un afán posesivo...
—¿En qué estás pensando?
La voz de Young-Il, cargada por algo parecido a los celos llegó como la última confirmación que necesitaba Gi-hun para saber que algo no le dejaba tranquilo.
—N-no has contestado..., ah..., a mi pregunta... —respondió como pudo—. ¿Q-qué es lo que ocurre?
—Esto es lo que ocurre —mintió Young-Il, masturbándole con más ganas, en un intento por reconducir la situación.
Gi-hun gimió.
—N-no es cierto...
Estaba claro que trataba de callarle, alejar la verdad de la conversación para no confesar sus miedos, y eso no hacía más que evidenciar que aquellos miedos existían.
Pero si Young-Il no estaba dispuesto a confesar, él pensaba a obligarle.
Sin saber muy bien cómo, logró recoger los últimos pedazos de su cordura y fuerza de voluntad, y movió su mano izquierda hacia la mano de Young-Il, aquella que le estaba masturbando, y la apartó. Antes de que éste pudiera reaccionar de alguna forma, él ya se había liberado también de la mano que le aprisionaba el cuello y la había alejado.
Acto seguido, y aprovechando la confusión de Young-Il, usó toda su fuerza para intercambiar sus posiciones, y empujarle contra la pared. Colocó su mano sobre la garganta, apretando muy levemente y situó su boca junto a su oreja.
—Confiesa... —susurró con una voz grave y seductora, al tiempo que su mano libre se apretaba contra la erección vestida de Young-Il.
—¿Te atreves a desafiarme? —se burló su pareja, luchando contra la presión en su garganta.
—Siempre.
—Si continuas luego te haré pagar por ello —amenazó Young-Il.
Gi-hun sonrió pícaramente.
—Estoy dispuesto a asumir las consecuencias —respondió, mordiéndole el lóbulo de la oreja—. Pero por ahora...
Sin terminar la frase, le liberó de su agarre y se dejó caer de rodillas al suelo. Luego, tomó con fuerza la cinturilla elástica del pantalón y tiró hacia abajo, arrastrando con éste la ropa interior de Young-Il y dejando expuesta su erección.
—Confiesa... —insistió Gi-hun, acariciando suavemente con sus labios el glande.
Esperó unos segundos y, ante la falta de respuesta, abrió la boca e introdujo la cabeza del pene dentro.
Young-Il inclinó la cabeza hacia atrás, sobrepasado por la fuerte sensación de placer.
Poco a poco, Gi-hun comenzó a introducir cada nuevo centímetro dentro, cubriendo con su calidez y humedad cada zona.
Aunque se encontraba ansioso de empujar sus caderas hacia adelante y adentrarse en lo más profundo de aquella cavidad, Young-Il se contuvo.
Responder ante las acciones de Gi-hun tan sólo podría entenderse como una victoria para éste y, por ende, la obligación de confesar lo inconfesable.
Que estaba celoso.
La lengua de Gi-hun se enredó sobre su glande, arrancándole suspiros llenos de satisfacción. En un acto impulsivo, Young-Il colocó su mano izquierda sobre su cabeza y enredó sus dedos entre el pelo; no con la intención de dirigirle, sino para seguir de otra forma los movimientos que éste hacía.
Para su sorpresa, Gi-hun le tomó por la muñeca de aquella mano, apartándola de su cabeza y la presionó contra la pared. Luego, hizo lo mismo con su otra mano, dejándolo completamente inmovilizado.
—No tienes permitido tocarme hasta que confieses —dijo un sonriente Gi-hun, sacándose el pene de la boca por unos instantes.
—Esto puede ser considerado como tortura —protestó Young-Il, cerrando los ojos y dejando caer su cabeza hacia atrás.
—Eres tú quien elige sufrirla.
—Mira quien fue a hablar.
Al segundo de decir aquello Young-Il se arrepintió. Resultaba increíblemente cruel por su parte haber hecho aquel comentario, sabiendo cuánto había sufrido su pareja en sus primeros juegos y en los presentes, y quiso disculparse por ello; pero antes de que pudiera hacerlo, la boca de Gi-hun volvió a cubrir su pene.
A pesar de no contar con el apoyo de sus manos, que seguían aprisionando las de Young-Il contra la pared, Gi-hun logró mantener un ritmo constante. El pene salía y entraba en su boca con la facilidad que otorga la experiencia y el acompañamiento de la saliva.
Ahora era Young-Il quien se estaba deshaciendo bajo las atenciones ofrecidas y, como siempre había sabido, no poseía la fuerza de voluntad de Gi-hun.
Aguantó todo lo que pudo, pero cuando la cabeza de su pene chocó unas cuantas veces contra el inicio de la garganta y se vio envuelto por completo de la calidez de aquella boca, al fin se derrumbó.
—Está bien..., ah..., está bien, Gi-hun —jadeó sin fuerzas—. Te lo diré...
El movimiento se detuvo al instante.
Eso resultó aún más desesperante, pero no podía permitirle continuar o le llevaría irremediablemente hacia el orgasmo, y eso era algo que no deseaba. Quería vengarse. Hacerle afrontar las consecuencias de arrastrarle a confesar.
Gi-hun le levantó el pene erecto y comenzó a trazar con su lengua la línea baja de éste, ofreciendo una vista ideal de su cara para Young-Il.
—Te escucho —dijo, sin dejar de juguetear con su lengua sobre el glande enrojecido y chorreante de líquido preseminal.
—E-estaba..., ah..., estaba... —jadeó Young-Il, observando cada uno de los movimientos de su pareja con plena devoción.
—¿Si? —insistió Gi-hun.
—E-estoy celoso..., ah...
—¿Por quién?
—D-de Jung-bae... —confesó.
El movimiento de la lengua se detuvo al instante, y Young-Il se vio envuelto por una insoportable vergüenza.
Temió que Gi-hun se burlara.
Porque, en realidad, debía admitir que resultaba ridículo sentirse celoso de aquel hombre tan patético.
Tan sólo debía mirar hacia abajo para comprender cuánto le deseaba Gi-hun, pero el hecho de pensar que otra persona pudiera sentir deseo por él le consumía y atormentaba.
—H-he visto como te mira —continuó, aprovechando la aún reinante calma—. Le gustas..., pero no puede tenerte..., tú eres mío...
—Enteramente tuyo —intervino Gi-hun.
Aquellas dos palabras le hicieron sentir aún más estúpido.
—No es de ti de quien desconfío —quiso aclarar—, es de él. Cada vez que puede te toca y te mira..., si viera una oportunidad...
—Justo —le interrumpió Gi-hun, rozando de nuevo sus labios contra el glande—. No hay ninguna oportunidad que ver, porque solo soy tuyo. Te adoro y te deseo al completo, a ti y a nadie más en este mundo.
Las palabras se veían ligeramente opacadas cuando su boca cubría una zona más amplia del pene, pero el mensaje llegaba perfectamente legible.
—Lo siento...
—No —volvió a interrumpirle Gi-hun, notando el gran dolor que aquella disculpa encerraba—, yo lo siento, debería establecer algunos límites marcados con respecto a sus interacciones..., hablaré con él... —hizo una breve pausa, succionando con suavidad el glande, antes de añadir—. Gracias por decírmelo..., significa mucho.
El silencio se hizo por unos instantes, permitiendo que las suaves caricias relajaran el ambiente, aunque fuera por unos segundos.
—Volviendo al tema —dijo Gi-hun, soltándole las manos—, ¿por qué no me demuestras cuánto te pertenezco?
Young-Il esbozó una media sonrisa.
Resultaba increíble la facilidad con la que saltaban de una emoción a otra. Dejando de lado el dolor para recuperar su conexión y la pasión que los había traído hasta aquel lugar.
Debía admitir que, tras la aclaración de sus preocupaciones, la atmósfera había cambiado totalmente.
Los celos continuaban allí, pero ahora ya no representaban un dolor que amenazaba con consumirlo, sino un motor para expresar su devoción por el hombre arrodillado.
Aprovechando la libertad recuperada de su manos, lanzó una de ellas hacia la parte de la nuca, de donde tomó el pelo, para obligarle a inclinarla hacia atrás. Con la otra mano, le tomó por el mentón, apretándole las mejillas.
—Joder..., me encantas... —susurró, consumido por la lujuria.
Se abalanzó sobre él, uniendo sus labios con fuerza. Así, comenzó de nuevo la lucha por el control pero con un ligero matiz que lo cambiaba todo: Gi-hun no pretendía ganar.
No iba a ponérselo fácil, pero quería arrastrarle hasta la máxima intensidad que pudiera alcanzar.
Quería que diera su máximo esfuerzo, y que comprendiera con ello que era completamente suyo.
La falta de aire comenzó a arrasar con sus pulmones. Sus labios se movían al compás, como si cada una de sus acciones perteneciera a una coreografía perfectamente ensayada. La lengua no tardó en unirse a aquel baile de pasión, permitiéndoles unir sus sabores y apretar aún más la situación.
El poco aire que conseguían tomar era rápidamente consumido en una mezcla constante de gemidos y jadeos descontrolados, llevándolos hasta un punto cercano al mareo. Resultaba abrumador hacer frente a todas aquellas sensaciones unidas, golpeándoles la mente como si tratara de derrumbar los últimos cimientos de su cordura.
—Déjame follarte —pidió Young-Il separándose un poco—. Joder..., Gi-hun, por favor..., quiero follarte...
Mientras hablaba, dejaba pequeños besos, mucho más suaves y delicados pero igualmente ansiosos en su boca, como si con ellos tratara de persuadirlo.
—Hazlo... —jadeó Gi-hun, con la mente perdida en el deseo—, hazlo...
Young-Il le soltó de agarre e inmediatamente le tendió la mano.
—Ven —dijo.
Sin pensarlo un solo segundo, Gi-hun tomó la ayuda que le era tendida y se levantó del suelo. Entonces, se dieron a la tarea mutua de desnudar al otro, tirando de la tela que los cubría como si ardiera y dispuestos a arrancarla de sus cuerpos si se resistía ante su demandas.
Pronto, ambos quedaron completamente desnudos, pero no por ello se alejaron lo más mínimo. Sus manos continuaron trazando pequeñas líneas imaginarias que seguían los contornos y ángulos de la piel. Apretaban la carne, desesperados por sentir cada palmo del otro bajo la yema de sus dedos, y besaban con ansia cada zona que encontraban al alcance.
Con un movimiento rápido, Young-Il le empujó contra los lavabos y le dio la vuelta, de forma que Gi-hun mirara su reflejo, sudoroso y sonrojado, observándole directamente desde el espejo.
—Eres perfecto —le susurró Young-Il mientras dejaba que sus uñas le arañaran toda la espalda, desde los omóplatos hasta el coxis, provocando que Gi-hun arqueara la espalda ante la placentera sensación—. Voy a comenzar a prepararte, ¿de acuerdo?
Gi-hun asintió frenéticamente.
Ante aquello, Young-Il se inclinó hacia adelante, para comenzar a besarle las pequeñas marcas rojizas que sus uñas había trazado sobre aquella pálida y suave piel. Gi-hun cerró los ojos, dejándose llevar por el lento recorrido seguido por su pareja y cuyo destino resultaba claro.
De pronto, un pequeño golpe le devolvió a la realidad, sobresaltándole. Abrió los ojos aterrado y giró la cabeza hacia la puerta, ¿acaso alguien había entrado en los baños?
—Tranquilo, sólo ha sido uno de los botes de jabón —le tranquilizó Young-Il, señalando el punto exacto en el que una de las botellas de jabón líquido, que se encontraban sobre todos los lavabos, había caído, posiblemente debido a alguna de las sacudidas.
Mucho más relajado, volvió a concentrarse en las sensaciones de su cuerpo, que le indicaban que Young-Il ya estaba muy cerca de la meta. Por fin, éste se puso de rodillas. Abrió sus nalgas y admiró aquella arrugada entrada, que palpitaba anhelante.
Acto seguido, metió la boca dentro, dejando a su lengua fluir por cada pliegue y humedeciendo cada rincón. Gi-hun apretó las manos contra la cerámica del lavabo y comenzó a gemir con fuerza mientras sentía cada movimiento de Young-Il.
Aprovechando este estado de ensimismamiento, Young-Il alejó la mano izquierda de sus nalgas, y estiró el brazo para tomar el bote de jabón que había caído al suelo. Lo colocó de pie y, aún con solo una mano, apretó el dispensador. Un líquido espeso e incoloro cayó sobre sus dedos.
Inconscientemente, sonrió.
Su mente le había traído el recuerdo del jugador 388 regresando de los baños durante la comida, lleno de quejas sobre los jabones "viscosos" y "sin espuma" que allí se usaban.
Resultaba gracioso imaginar la cara que pondría si descubría que aquel "jabón" era en realidad lubricante.
Antes de que empezaran los juegos había ordenado, como medida de precaución, que todos los botes de jabón que se colocaran dentro del baño de hombres fueran rellenados con lubricante, a fin de encontrarse perfectamente preparado para un caso parecido al que estaba experimentando ahora.
Gi-hun tampoco sabía nada sobre aquello, por lo que se había visto obligado a tirar el bote del lavabo, aprovechando que éste tenía cerrados los ojos, para poder hacerse con el lubricante de forma discreta.
Cuando notó los dedos lo suficientemente lubricados, regresó la mano hacia el trasero de Gi-hun, y fingió estar jugueteando con sus dedos sobre la entrada para poder expandir el lubricante por ésta sin ser descubierto.
—¿El primero? —preguntó con delicadeza, sin dejar de acariciarle.
—P-pero ten cuidado...
—Nunca dejaré de tenerlo —dijo Young-Il, besándole sobre su nalga derecha.
Acto seguido, apretó la falange de su dedo contra la entrada, tentándole una vez más, de forma muy breve, antes de comenzar a meterlo con lentitud.
—Siempre tan apretado... —observó, sintiendo como sus dedos eran fuertemente atrapados por las paredes de Gi-hun.
Los gemidos no tardaron en llegar, cubiertos por la satisfacción y el alivio propios de quien lleva tiempo esperando y logra aquello que ansía. Apretó más los dedos contra el lavabo y contuvo la respiración, mientras sentía el dedo de Young-Il atravesándolo con delicadeza y paciencia, permitiéndole adaptarse poco a poco a la sensación.
Al fin, pudo notar el nudillo de aquel dedo, y dejó escapar todo el aire contenido dentro de sus pulmones, en jadeos rápidos y profundos. Con la pérdida de parte de su fuerza, permitió a su cabeza caer hacia adelante, casi inerte.
—Tranquilo..., tranquilo... —le susurró Young-Il, acariciándole los músculos y sin apartar los labios de su trasero—. Tómalo con calma..., no tenemos ninguna prisa...
Gi-hun trató de retomar el control de su respiración, agradeciendo la inactividad del dedo dentro de sí. Podía notar como su cuerpo lo apretaba, en un intento desesperado e incontrolable de expulsar aquel extraño elemento.
—M-muévelo —dijo, inclinándose un poco hacia adelante y levantando un poco su trasero.
Como bien había aprendido en sus experiencias pasadas, cuanto más recta mantenía la línea de su tronco, mejor podía recibir los empujes y la preparación se convertía en algo mucho más sencillo.
—Encantado —respondió pícaramente Young-Il.
Acto seguido, comenzó a sacar muy lentamente aquel primer dedo, luchando con la resistencia que siempre acompañaba los primeros instantes previos al sexo. Siempre eran los momentos más difíciles y cruciales, porque podían definir el resto de la actividad sexual debido a la incomodidad inicial que, si no era tratada con suavidad y cariño, podía desbaratarlo todo.
Y Young-Il no iba a permitir aquello.
No quería dañarle, y mucho menos perderse la oportunidad de disfrutar juntos.
Poco a poco, la presión de la entrada se fue suavizando, evidenciando los buenos resultados de su paciencia, que también se veían reflejados en los constantes temblores que comenzaban a llenar las piernas de Gi-hun, amenazando con tirarlo al suelo en cualquier momento.
—O-otro... —volvió a pedir su pareja, con una voz mucho más desesperada ahora.
El segundo dedo entró al instante, con mucha más facilidad que el anterior. Los jadeos aumentaron en intensidad y con ellos las caricias de Young-Il a lo largo de sus piernas, como reflejo de su total devoción.
—N-no es suficiente —protestó Gi-hun—, m-mete otro...
Aquella actitud hizo reír a Young-Il.
Él también había podido notar que el cuerpo de su pareja había recibido muchísimo más rápido el nuevo dedo, pero no creía que la impaciencia de este fuera tanta como para reclamar una mayor rapidez en su preparación.
Sin embargo, aquella decisión, viniendo de un hombre tan imprudente y temerario como Gi-hun no le llegaba a sorprender del todo.
—A tus órdenes —respondió con tono burlón Young-Il, obedeciendo una vez más.
Por ello, se vió recompensado por una cascada de gemidos. El cuerpo de Gi-hun se movió inconscientemente hacia adelante, tratando de escapar del desbordante placer que lo atravesaba con cada nuevo centímetro que entraba.
Ahora sí, la presión fue mucho más fuerte, justo lo que había buscado.
—Podrías romperme los dedos a este paso...
—C-cállate... —tartamudeó Gi-hun.
—Y todavía tienes el descaro de hablarme así —dijo Young-Il, divertido ante la situación—. Parece que estás olvidando quién soy...
Con aquellas palabras, y en un movimiento completamente inesperado, se levantó del suelo. Sin embargo, la brusquedad de la acción no le impidió mantener los dedos perfectamente inmóviles dentro de Gi-hun, incitando con ello a la provocación.
Antes de que su pareja pudiera hacer algún movimiento, Young-Il lanzó su mano libre hacia la cabeza de Gi-hun, de donde tomó un puñado de pelo y tiró, obligándole a alzar la cabeza.
Su reflejo, aún más sonrojado y marcado por la lujuria que antes, le recibió desde el espejo y, junto a él, pudo vislumbrar la cara de su pareja, quien se había inclinado un poco hacia adelante, para que sus cabezas quedaran casi a la misma altura.
El pecho desnudo de Young-Il rozaba contra su espalda y la calidez de su aliento impactaba contra su cuello una vez más.
—Gime mi nombre, Gi-hun —susurró contra su oreja, su voz sonando increíblemente demandante—, dilo fuerte para que recuerdes cuanto me perteneces...
Coincidiendo con el final de sus palabras, comenzó a mover los dedos, de forma lenta y pausada como siempre, con la esperanza de que su acción improvisada fuera bien recibida.
Los inmediatos jadeos de Gi-hun y su expresión llena de placer, disiparon todas sus dudas, que posteriormente fueron liquidadas al completo con la constante relajación de los músculos de la entrada.
—Dilo... —insistió, saboreando cada uno de los temblores que estaba provocando en su pareja.
Gi-hun por su parte, libraba una batalla entre sus instintos más primarios y su fuerte sentido de la lucha, que sabía condenada al fracaso para esta última. Y, sin embargo, aún trató de mantenerse sereno, desconectándose de manera cruel cuanto podía del placer.
Resistió aún por algunos segundos más, hasta que los dedos lograron alcanzar su próstata, enviándole una fuerte descarga de escalofríos y temblores que terminaron por dilapidar sus mermados intentos de vencer. Sus pulmones se vaciaron a toda velocidad, ahogándole.
—Young-Il..., Young-Il... —jadeó, dejando escapar aquel nombre como si fuera indispensable para volver a respirar.
Una sonrisa felina adornó los labios de Young-Il, que parecía muy satisfecho de haberle logrado ganar, al menos por aquella ocasión.
—¿Damos el siguiente paso? —cuestionó con voz seductora, rozando sus labios contra la mejilla enrojecida.
—S-sí...
Inmediatamente, su cabeza se vio libre del agarre que la sostenía y cayó hacia adelante. Tan sólo permitió aquella posición unos segundos, el tiempo suficiente para que Young-Il se agachara para tomar un poco más de lubricante del bote de jabón y lo esparciera por toda su longitud.
Luego, al sentir una mano sobre su nalga izquierda, volvió a levantar el rostro, ansioso por ver como la expresión de Young-Il y la suya propia se modificaban cuando éste estuviera dentro.
—Voy a entrar —anunció Young-Il tomándole por las caderas y, tras recibir el asentimiento de su pareja, que le daba permiso para ello, apretó la cabeza de su polla contra la entrada.
El glande entró deslizándose con una suavidad asombrosa, como si sus cuerpos estuvieran destinados a mantenerse unidos siempre de aquella forma además de otras.
Young-Il echó la cabeza hacia atrás, luchando contra las terribles ganas de correrse en aquel preciso instante. Eso resultaría tremendamente decepcionante y doloroso tanto para él como para Gi-hun, por lo que debía evitarlo a toda costa.
Cuando logró controlarse, devolvió su mirada al frente para comprobar el estado de su pareja y la imagen que llegó hasta sus ojos le hizo dudar de nuevo de su capacidad para no llegar al clímax al momento.
Gi-hun era hermoso.
Su pelo se encontraba pegado a la frente perlada de sudor, su boca estaba abierta al completo y sus mejillas tenían un sonrojo realmente bello. Todo en él indicaba el gran placer que estaba experimentando y eso le subió el ego hasta lo más alto.
—J-joder..., Gi-hun... —jadeó casi sin aire—, eres precioso...
De forma inconsciente, empujó un poco más sus caderas hacia adelante, quedando completamente encajado dentro de él. Ambos gimieron al unísono, experimentando un placer compartido.
—F-fóllame... —susurró débilmente Gi-hun—. Young-Il..., sólo soy tuyo.
Aquellas palabras parecieron endurecerlo aún más y, sin perder más tiempo, se dió a la tarea de complacer una vez más las exigencias de aquel hombre por el que daría todo, incluso su propia vida.
Las embestidas al principio continuaron siendo suaves, incitadas por el temor a dañarle, pero rápidamente se convenció de que aquello no era lo que Gi-hun quería, por lo que empezó a aumentar la intensidad de las mismas, hasta que sus pieles chocaban con fuerza la una contra la otra, casi opacando sus gemidos.
Todo parecía arder mientras seguían uniéndose y deshaciéndose en cada golpe y en cada gemido. La piel ya se encontraba llena de sudor y sus cuerpos temblaban incontrolablemente por el esfuerzo.
Gi-hun podía sentir cada instante como en cámara lenta, recibiendo cada una de las embestidas como un regalo y deleitándose con la expresión igualmente sonrojada y satisfecha de Young-Il, que podía observar gracias al espejo.
Por eso, cuando las embestidas se ralentizaron sin aparente explicación hasta detenerse, le invadió una angustiosa sensación de vacío y desamparo.
—¿Q-qué ocurre? —preguntó, preocupado.
Young-Il aún tardó unos segundos más en responder.
Podía escuchar su débil y acelerada respiración, y podía ver su pecho subiendo y bajando en un ritmo frenético, por lo que supuso que tan solo estaba tratando de recuperar el aire.
—Y-yo también te pertenezco... —jadeó sin fuerzas Young-Il—, ¿q-qué tal si cambiamos de postura..., y me lo demuestras?
Gi-hun sonrió aliviado.
—¿Alguna propuesta? —preguntó divertido, alzando una ceja con descaro.
—Encima de mí —respondió rápidamente Young-Il, sacando al mismo tiempo que decía aquello su pene, entendiendo con esa pregunta la aceptación de su primera sugerencia.
—Me parece bien —respondió Gi-hun, tras recomponerse de aquella pérdida—, ¿cómo?
Por toda respuesta, Young-Il se acercó a la pared que estaba libre junto a los lavabos y se dejó caer al suelo. Mirándole desde abajo, hizo un pequeño gesto con el dedo para que se acercara.
—Móntame —dijo con simplicidad.
Gi-hun hizo rodar sus ojos mientras una bella sonrisa le adornaba los labios, dejando relucir sus dientes blancos. Aquello estaba resultando realmente divertido.
Sin esperar más, y siguiendo ahora él las indicaciones del otro, se acercó hasta su pareja y situó cada una de sus piernas en el lado que les correspondía junto a las de Young-Il, que se mantenían completamente estiradas. Se apoyó sobre los azulejos de la pared y se dejó caer hasta abajo.
—Adelante, Gi-hun —insistió Young-Il consumido por la lujuria y, apretando los dientes con ansia, añadió—. Fóllame.
—A tus órdenes —se burló éste, tomando el pene erecto de su pareja y dirigiéndolo directamente hacia su entrada.
Con un movimiento inesperado, se lanzó hacia abajo con fuerza, encajándose por completo la polla de Young-Il y arrancando con ello un sonoro gemido de sus gargantas. Apoyó sus manos sobre el pecho desnudo de Young-Il, tratando de mantener el equilibrio.
—J-joder, Gi-hun..., me estás volviendo loco...
Con las fuerzas algo mermadas por el cansancio y la adrenalina fluyendo con rapidez por sus venas, Gi-hun logró comenzar a moverse. Su cuerpo se movía lentamente hacia arriba y hacia abajo, disfrutando de la sensación de poder que aquella posición le ofrecía.
Las manos de Young-Il se deslizaron por su espalda, luego por sus caderas y alcanzando poco después la cintura.
Estaba claro que su objetivo era seguir más de cerca los gestos de su cuerpo. Quería conocer a la perfección como lo reclamaba como de su propiedad, encajándose una y otra aquella polla que era solo suya.
—Me encantas... —susurraba Young-Il siguiendo con los ojos brillantes por el deseo cada uno de sus movimientos.
—Dilo... —jadeó a su vez Gi-hun—, dí que sólo eres mío.
—Sólo soy tuyo..., ah..., Gi-hun —le respondió convencido—. Tuyo y de nadie más en este mundo ni en otros...
Y, como si con ello pudiera dar más veracidad a sus palabras, tomó con una de sus manos la descuidada erección que permanecía entre ambos, chocando contra su abdominales.
Pero aquello era demasiado.
El cuerpo de Gi-hun se encontraba demasiado cansado para algo como aquello, sumado a todo lo que ya se estaba enfrentando. Estaba muy cerca de correrse, pero no poseía la fuerza para alcanzar la velocidad necesaria para ello.
—Young-Il..., no puedo más..., necesito que me folles tú...
Como si esas palabras hubieran formado parte de alguna fórmula secreta, provocaron que Young-Il se moviera como un resorte mecánico hacia adelante y, en pocos segundos, ya tenía a Gi-hun atrapado contra el suelo.
Tanta había sido su habilidad para moverse hacia aquella nueva posición, que no le había hecho falta ni siquiera el liberar la erección de Gi-hun ni dejar la suya de él. Ahora, usando las pocas fuerzas que le quedaban, comenzó a embestir con furia, decidido a que ambos alcanzaran el orgasmo de forma explosiva.
Y no tuvo que esperar demasiado para ello
—¡Young-Il...! —gritó Gi-hun, expulsando un chorro de semen en su mano.
Las embestidas se mantuvieron por muy pocos segundos más, después de que las fuertes contracciones de Gi-hun minaran sus últimas fuerzas, provocando con ello que alcanzara el orgasmo, llenando con su semen al otro.
—J-joder..., j-joder... —gimió sin control, notando como el cuerpo le comenzaba a temblar y disfrutando de los últimos espasmos de su pelvis—. Ha sido increíble... —logró añadir, antes de dejarse caer, exhausto, sobre el cuerpo de Gi-hun.
Poco a poco, sus respiraciones se fueron calmando, aunque permanecieron agotadas y pesadas. Ambos se refugiaron en el calor ajeno, acariciando con delicadeza cada sección de piel que encontraban a su paso.
—Te amo —suspiraron a la vez.
Ambos sonrieron, satisfechos por su conexión y por la verdad que sabían que entrañaba aquellas palabras.